Alguien dijo una vez...
Rajoy D. Mariano
"Es el Gorosei el que elige al Moderador, y es el Moderador el que quiere que sean los Gorosei el Moderador"
[Aventura] [T6] El poder de un Jarl
Octojin
El terror blanco
El viento helado sigue soplando con fiereza, arrastrando la nieve como si intentara sepultar el campo de batalla bajo su manto blanco. Pero, por un instante, todo queda en un silencio inquietante. Uno de esos que sabéis que pronto desatará una tormenta.

Pero de momento el Haki del Conquistador de Ragn acaba de barrer el campo de batalla. Y lo peor es que lo ha hecho indiscriminadamente, tanto a los enemigos, como a los aliados.

Airgid, sufres un intenso mareo que te impide llegar hasta Ragn. Ese propio mareo que estás experimentando te hace desligarte de tu poder, cayendo las cunas improvisadas sobre la nieve. Pero no te preocupes, a tus niños no les ha pasado nada. Salvo que están completamente incoscientes debido al haki del rey de Ragn.

Muchos de los tiradores, encaramados en sus posiciones elevadas desde las cuales disfrutaban de un nivel ciertamente privilegiado para alguien que ataca a distancia, caen como muñecos sin vida desde los árboles, golpeando el suelo con un ruido sordo. Algunos logran mantenerse en pie, pero se tambalean, con el rostro pálido y los ojos desenfocados, luchando contra la presión abrumadora que se cierne sobre ellos. Los que quedan no son muy conscientes de qué ha pasado, para ser sinceros.

Los dos guerreros que habían irrumpido en la batalla con intenciones de atacar, se quedan completamente bloqueados en su posición, justo tras lanzar la ofensiva. Se miran y muestran un semblante con cierto terror.

El de las dos espadas abre los ojos de par en par, su mandíbula se aprieta con fuerza, pero no se mueve. El del hacha, con su enorme arma aún en alto, parece petrificado, incapaz de dar el siguiente paso. El miedo es visible en sus miradas. ¿Sabrán qué ha pasado? 

Astrid también lo siente. La guerrera, que hasta ahora se había mantenido firme, experimenta por primera vez en años un escalofrío que no proviene del frío de la montaña. Su mano, que sujeta su lanza con firmeza, tiembla apenas un instante antes de que su orgullo la obligue a afianzarse nuevamente. Se levanta y te mira. Ingrid también se pone de pie, siendo ayudada por Astrid.

Ambas tienen una extraña mirada. No con miedo, sino más bien de puro desdén. Desde la lejanía, sus ojos te atraviesan como dagas, Ragn. Con los labios fruncidos y los brazos tensos. En su expresión no hay respeto, ni admiración. Solo desprecio. Creo que la has liado un poco, Ragn.

Y entonces, el Jarl da un paso al frente. Freydis, el Jarl de Skjoldheim, no muestra ni una pizca de miedo. Sus ojos son fríos como la tormenta que ruge a su alrededor, y su expresión es de absoluta desaprobación. No le ha temblado el pulso ante la fuerza de Ragn. Es más, acaba de centrar la mirada en el que se acaba de convertir en un nuevo enemigo para él.

—Os dije que os apartarais. No contentos con no hacer caso, os rebeláis ante nosotros. Esto es inaceptable.

El jarl, tras negar con la cabeza, levanta su hacha hacia el cielo. La empuña con una facilidad casi insultante, como si el arma no pesara lo más mínimo. La inclina ligeramente hacia un costado, y adopta una postura ofensiva. No se mueve aún. Es un aviso. Una advertencia de que, tras el gesto de Ragn, tenéis un nuevo enemigo. Y no uno cualquiera.

El aire entre ambos se vuelve pesado. La tensión es palpable.

Pero parece que la bestia no va a permitir que nadie reclame el protagonismo que se merece. Desde el lugar donde ha sido atacada, la bestia ruge con una ferocidad incontenible. Las flechas que la han perforado caen al suelo mientras sacude su colosal cuerpo, y su mirada cambia. Sus ojos ya no son de un azul helado. Ahora, arden en un rojo intenso. 

Golpea el suelo con sus patas delanteras con una fiereza que jamás había desatado. La tierra bajo la nieve se resquebraja, y de repente, dos surcos profundos comienzan a abrirse con rapidez en dirección a todos los presentes.

Las grietas avanzan como una ola de destrucción, desplazando la nieve y creando un sendero de caos que se abre paso hasta sus objetivos, llegando a lanzar a los dos tipos grandes, tanto el del hacha como el de las dos espadas, que caen al suelo golpeándose con dureza.

Y antes de que nadie pueda reaccionar, la bestia carga con una agilidad que parece realmente imposible para su tamaño. Su silueta colosal se convierte en una sombra arrolladora que se abalanza con un furioso barrido de izquierda a derecha.

Las garras cortan el aire, desplazando una enorme cantidad de nieve con la brutalidad de una avalancha. Su ataque no es una ataque normal, aunque se dirija directamente hacia vosotros, la onda de choque afectará a los que se encuentran atrás.

La tormenta sigue rugiendo en los cielos, la nieve sigue cayendo sin cesar, y la montaña entera se convierte en el campo de una batalla titánica.

Los tiradores que siguen en pie intentan recomponerse, los guerreros paralizados por el miedo comienzan a recuperar la movilidad, y el Jarl no aparta su mirada de Ragn, ignorando por ese momento a la bestia, aunque aún no mueve ficha.

Pero en este instante, nada de eso importa para vosotros. Porque la bestia ha vuelto a la carga. 

Y esta vez, no está dispuesta a caer.

La que habéis liado, pollito


Matemáticas


Estado de la bestia
#31
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El aire gélido de la tormenta parecía haberse detenido, pero la presión en el campo de batalla no venía del clima. No. Era otra clase de peso, uno mucho más sofocante. Eso no le quitó el hambre al vikingo, que sacó del interior de su pantalón un pequeño trozo de pollo envuelto en plástico al que le daría un bocado, hambriento. Por suerte siempre tenía un tentempié encima, sobre todo para esos momentos de tensión, que le ayudaban a centrarse un poco.

El Haki del Conquistador de Ragn había barrido el terreno con la fuerza de una ola destructiva, arrasando con aliados y enemigos por igual. Demostración de que aún no dominaba del todo aquel poder. Sus ojos recorrieron el campo rápidamente. Airgid tambaleándose, sujeta por un mareo que la mantenía alejada de él. Sus hijos, pequeños y frágiles, inconscientes sobre la nieve. Los tiradores cayendo como hojas muertas desde los árboles. Guerreros con las armas a medio levantar, mirándolo con terror. Y finalmente, Freydis. El Jarl de Skjoldheim no flaqueó ante su poder. No había miedo en sus ojos, ni sorpresa, ni vacilación. Ni su increbantable liderazgo o el porte intimidante, ni siquiera su belleza la afectaban de ninguna forma, ninguna de sus virtudes funcionaba con esa mujer. Solo una fría determinación mientras alzaba su hacha al cielo. Un enemigo más. ¿Qué le pasaba a la gente con aquel poder? siempre que liberaba el haki del conquistador, había alguien que determinaba que Ragn era un enemigo, cuando el uso práctico que le solía dar era simplemente para mostrar su nivel, sus cartas, hablar de tu a tu sin tapujos. En este caso también fue entendido de una forma equivocada.

Ragn apretó los dientes, sintiendo cómo el veneno del nulo entendimiento de sus acciones llegaba nuevamente. Había querido controlar el campo, demostrar a la bestia que estaba de su lado, darle una oportunidad real de sobrevivir. Mostrarse como un aliado formidable ante el Jarl, pero cosas de la vida, aquello no tuvo ningún efecto sobre la bestia, aunque Ragn tuviera una afinidad animal. Ni tampoco fue entendido bien por el Jarl, alguien, en los cielos, muy muy alto y con alma de guionista, quería bien poco a nuestro querido rubio de músculos especialmente desarrollados. Exhaló con fuerza, expulsando una pequeña bocanada de gas por la nariz mientras daba un paso al frente, clavando sus ojos en el Jarl. — ¿Por qué has entendido eso? — Su voz era firme, grave, casi rugiente, pero sin la ira ciega que había acompañado su ataque. — La bestia ya ha caído, ¿por qué rematarla? ¿Qué honor hay ahí...? — Ragn giró la cabeza un poco, lo suficiente para ver a Airgid y a sus hijos en la nieve. Algo en su interior se encendió. El Haki que había usado sobre ellos… No se lo perdonaría a sí mismo. Pero no tenía tiempo para lamentos. No ahora.

El viento sopló con más fuerza, como si respondiera al desafío implícito en sus palabras. Su postura no era ofensiva, pero tampoco se rendía. Sabía que Freydis no era alguien a quien subestimar, pero tampoco se iba a dejar abatir. Su mirada se endureció. — ¡Nos has atacado de forma indiscriminada! — Su voz resonó como el trueno que rugía en la distancia. — ¿Por qué eres tú la que se ofende? — Señaló alrededor. Ella conocía el poder del conquistador seguramente, sabía que sus hombres no habían muerto, al revés, habían caído por ser demasiado débiles. El rugido de la bestia rompió el aire como una tormenta en sí misma, y la tierra tembló bajo su furia. Las grietas que abrió en el suelo avanzaron con una velocidad aterradora, desplazando la nieve y lanzando escombros por los aires como si fueran meros granos de arena. Aquello, confirmó, que la bestia no sintió absolutamente nada por parte de Ragn. El buccanner notó la vibración bajo sus pies un instante antes de que el suelo bajo él cediera ligeramente. No tuvo tiempo para más análisis. El coloso de hielo ya estaba en movimiento. Su velocidad era absurda. No debería moverse así, no con ese tamaño, pero lo hacía. Un borrón de pelaje oscuro, garras brillantes como dagas y esos ojos ahora rojos, encendidos con una rabia primigenia.

Ragn gruñó entre dientes. No podía perder más tiempo. Para empezar, chasqueó los dedos de la mano derecha mientras el puño izquierdo se retrasaba. Esto ocasionó que el oxígeno para la bestia, se terminara, eliminando que tuviera la opción de respirar y ver si así, el siguiente y potente golpe que pudiera afectar a sus seres queridos, se interrumpía de alguna forma (lo que va hacia Airgid y las niñas). Ragn colocó su brazo metalico frente al ataque de la bestia, buscando, en un arrebato de confianza que este bloqueara todo el daño. No salir disparado era toda una proeza, de ahí que en el momento en el que el cuerpo de Ragn comenzaba a movilizarse, utilizara la inercia para rotar sobre su maltrecho brazo metálico y le soltara un poderoso golpe con su otra extremidad al animal.



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#32
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La intención de Airgid se quedó en eso, un mero intento mientras sentía el azote de la voluntad de Ragnheidr golpear su espíritu, deteniéndola en el camino y provocándole un fuerte mareo. Tardó un par de segundos en darse cuenta de que dicho estado había hecho que dejase de concentrarse en el poder de su fruta, en el poder que usaba para elevar a sus niños en el aire. Cayeron contra el suelo, amortiguados por la cuna, la mantita, y la propia nieve, que formaba un grande y grueso manto. Pero la cosa no quedó ahí, pues todo el mundo interpretó la oleada de haki de Ragnheidr como algo agresivo. Airgid podía entender aquella confusión, pues no le conocían, pero Airgid sí, y fue capaz de notar en el poder de su voluntad que lo que buscaba no era el conflicto, sino la disuasión del mismo.

Fuera como fuese, lo que más le importaba a Airgid en ese momento eran sus hijos, así que aún con el mareo que sentía, salió disparada a por ellos, tomando la cuna de metal entre sus brazos. Les echó un ojo, comprobando que estaban en buen estado, simplemente dormidos. Quizás era incluso mejor así, no llorarían, ni se estresarían. Respiró profundamente, aliviada, centrándose ahora sí, en lo que seguía sucediendo a su alrededor.

Ragnheidr trató de mediar tras la forma que tuvo el Jarl de ofenderse y de amenazarles, defendiendo su propia postura... lo fácil que sería aclarar este asunto con una buena hidromiel, sin embargo, en aquel entorno tenso y bélico, era más difícil entenderse. Y Airgid también tenía algo que decir. — Si fuera un ataque, ¿no creéis que no lo habría hecho, teniendo aquí a su mujer y sus hijos? La intención no fue ofenderos. — Intentó aplicar la lógica, eso que solía fallar cuando los nervios se encontraban a flor de piel, cuando el combate se cernía sobre ellos. Airgid deseaba no tener que contar con más enemigos, y agotaría la vía del diálogo si hiciera falta, sobre todo por la tesitura en la que se encontraban, donde las fuerzas empezaban a fallarle. Pero tampoco dejaría que ofendieran a su familia si insistían en ello.

Y a pesar de todo, del rayo, del vínculo de Ragnheidr hacia los animales -y viceversa-, y de la oleada disuasoria de su haki del conquistador, la bestia volvía ahora a la carga con una fuerza renovada. Sus ojos se inyectaron en sangre, sus patas golpearon el suelo con brutalidad, resquebrajando la tierra bajo la nieve. Tenía que volver a concentrarse en los golpes del animal, que ahora se antojaban aún más feroces.

Lanzó un ataque en barrido que trajo consigo una oleada de choque que se dirigía directamente hacia ella, y lo peor de todo, hacia sus hijos. Esto despertó en ella una rabia más primigenia y más pura incluso que la de la propia bestia. Estaba cansada y harta de que sus hijos corriesen peligro, ya fuera por un bando o por el otro, y no iba a permitir que ninguno de ellos sufriera daño alguno. Utilizó de nuevo el poder del metal para proteger la cuna, colocándola justo detrás de su espalda. Ella sería la defensa, ella y su pierna de metal. Hizo un movimiento rápido, deslizándose por el suelo y aprovechando la inercia para elevar su pierna izquierda en el aire, colocándola de forma que bloquease la onda. Sintió en sus propias carnes el poder de tal impacto, arrastrando su cuerpo un par de metros hacia atrás, deslizando su otro pie por la nieve.

Observó, tras conseguir defenderse, el poderoso ataque de Ragn, y decidió entonces que era el momento de acabar con esta pelea. Respiró profundamente, volviendo a colocar la pierna en el suelo, y empuñó su arma. Sintió la electricidad recorrer todo su cuerpo, de arriba abajo, como una corriente de agua, y dejó que ese poder se transmitiera a su arma. Airgid se aseguró de que esta vez, nada ni nadie se interponía en el camino de su proyectil, teniendo que moverse si era necesario. — ¡Apartaos! — En aquel momento, mordiéndose la lengua, disparó. El cañonazo fue tan poderoso que parecía que el mismo aire había retumbado. Airgid apuntó directamente al corazón de la bestia, ejecutando dos disparos más en la misma dirección. Fue una mezcla de rabia y compasión lo que la hizo actuar de aquella manera, estaba tremendamente cabreada después de lo que casi le pasaba a sus hijos, pero también pensó en los sentimientos de Ragn, en la empatía que él sentía por aquel animal. Pensó que acabar rápidamente con su vida era el mayor acto de bondad que podía regalarle en aquel momento, ahorrarle más sufrimientos.



Resumen

VYD

Info Bélica

Estadísticas actualizadas
#33
Octojin
El terror blanco
El ambiente sigue cargado de electricidad, de tensión pura. La montaña entera parece estar sosteniendo la respiración. La criatura, ese coloso de hielo y furia, se tambalea. Algo no está bien. Y lo nota.

Su primera arremetida había sido brutal, cargada con la fuerza de una criatura que se niega a caer, que lucha con cada fibra de su cuerpo. Pero la segunda… la segunda es distinta. 

Los movimientos de la bestia se vuelven erráticos, descoordinados. Su ataque sigue siendo demoledor, pero algo le ocurre. Su respiración se vuelve más pesada, su pecho sube y baja con desesperación, pero no consigue tomar aire con la misma soltura que lo hacía en condiciones normales. Y es algo que, obviamente, no entiende. Lo que no sabe la bestia es que en ese instante, su suerte está sellada. 

Apenas logra recuperar el equilibrio, cuando el impacto de Ragn cae sobre ella. 

El vikingo, envuelto en su propio torbellino de energía y furia, le golpea con una brutalidad sin igual. Su puño envuelto en energía vibratoria golpea directamente en su costado, justo entre las costillas, y la onda de choque generada por el impacto resuena como un trueno entre las montañas. Afinidad animal, pero no mucho

La bestia sale despedida varios metros, golpeando el suelo con una fuerza tan grande que la nieve a su alrededor se levanta en una nube blanca. 

Un sonido gutural, un gemido ahogado, brota de la garganta del monstruo. Pero eso no es todo. 

Es el momento del contraataque de los guerreros. Desde la distancia, Astrid ve su oportunidad.

Con los ojos fríos y calculadores, levanta su lanza con ambas manos, canaliza su energía y la hace girar en un ángulo perfecto antes de lanzar una onda cortante que perfora de lleno la pierna derecha de la bestia.

La criatura ruge, de dolor, de desesperación, pero apenas se mueve. Está claro que conoce que no saldrá con vida de ahí, pero tampoco tiene fuerzas para hacéroslo más difícil. 

El guerrero de las dos espadas tampoco pierde el tiempo. Aprovechando la debilidad de la bestia, cruza sus armas en el aire y genera dos potentes ondas cortantes que impactan en los flancos del monstruo.

El del hacha también se suma al ataque. Desde el costado contrario, su arma parte el viento y una potente onda de energía cortante rasga el pelaje de la bestia, incrustándose en su carne.

La criatura sigue tambaleándose. Suelta rugidos de dolor que resuenan por toda la montaña. Pero algo es diferente. Ya no es un rugido de furia. Es… un grito de desesperación.

Freydis, el Jarl de Skjoldheim, no se queda atrás. Sin decir una palabra, desaparece de su posición en un movimiento imposible para la mayoría de los mortales. En un abrir y cerrar de ojos, se encuentra justo a la altura del cuello de la bestia. Su hacha se mueve con precisión letal y forma un tajo limpio, preciso. La sangre comienza a brotar al instante.

Y en ese momento… Los disparos de Airgid sellan el destino de la criatura.

Airgid aprieta el gatillo tras su defensa. Y de qué manera lo hace. El sonido del cañón de su arma retumba como una explosión, y el proyectil impacta de lleno en el corazón de la bestia. 

Uno. Dos. Tres disparos.

Cada uno con la potencia suficiente para atravesar el pelaje grueso, la carne endurecida, los huesos resistentes de ese animal que tanto dolor de cabeza os ha dado.

La bestia da un paso en falso. Otro. Su cuerpo titánico no puede más. Y finalmente, cae.

El suelo tiembla cuando su cuerpo golpea la nieve. Un silencio mortal se apodera del campo de batalla. La criatura jadea un par de veces, sus ojos rojos se apagan poco a poco, y finalmente, su pecho deja de moverse.

Se ha acabado. 

Freydis se acerca lentamente al cuerpo sin vida de la bestia. Con la punta de su hacha, la empuja ligeramente, asegurándose de que no se moverá más. Entonces, levanta la vista.

Primero mira a la criatura caída. Luego, a los guerreros a su alrededor. Y finalmente, a Ragn y Airgid.

Levanta una mano y hace un par de señas.

Los tiradores comienzan a reagruparse. Los que habían caído por el Haki de Ragn son ayudados a levantarse, algunos con miradas confusas, otros con evidente enojo. Los guerreros forman un círculo alrededor de la pareja. No con intención de atacar. Pero sí de escoltarlos.

Freydis cruza los brazos. Su expresión es inescrutable.

—Un guerrero fiel no golpea a sus aliados.

Su voz no tiene furia, pero sí firmeza. Lanza una mirada a todos los que fueron afectados por la presencia avasallante de Ragn.

—Si no teníais malas intenciones, me imagino que no tendréis nada que ocultar.

Hace una pausa, dejando que sus palabras se asienten en el aire. Tras ello da un par de pasos y os vuelve a mirar.

—Os venís con nosotros al Salón de Hrothgard. 

No es una sugerencia. Y a juzgar por la cara de todos los que os rodean, quizá debáis hacerle caso.

—Allí podremos tratar a los heridos y hablar del tema. Y si corresponde, recibiréis vuestro castigo.

Con un simple gesto, los guerreros se preparan para moverse. Algunos de ellos tienen las manos en sus armas, pero no las han desenfundado. No atacarán, pero tampoco permitirán que nadie se desvíe del camino.

Ragn y Airgid, estáis rodeados por una multitud de poderosos guerreros que, en vuestro estado, sería muy complicado vencer. Pero nada es imposible. No es una celda, pero tampoco es una generosa invitación. Es un juicio. 

Y el Salón de Hrothgard será vuestro tribunal.

Final
#34


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