Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
[Autonarrada] [T2] Subasta oculta en Rostock (Parte 4)
Silver D. Syxel
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El sol comenzaba a descender cuando Silver llegó a los límites del bosque que rodeaba el templo. La caja con la piedra se sentía más pesada de lo habitual, aunque no por su peso real, sino por la curiosidad que despertaba en él. Siguiendo las indicaciones de Bailen, se abrió paso entre la vegetación, observando cómo las sombras se alargaban. El lugar tenía un aire desolado, como si la naturaleza hubiera reclamado los alrededores del templo para disuadir a cualquier visitante.

Tras unos minutos de caminata, al fin lo vio. El templo era una construcción de piedra gris, desgastada por el tiempo y oculta tras la maleza. La entrada, flanqueada por columnas talladas con símbolos que el pirata reconoció vagamente de la piedra, estaba parcialmente cubierta de enredaderas. Aunque a simple vista parecía abandonado, algo en la atmósfera le advertía que no estaba solo.

Silver echó una última mirada al horizonte, asegurándose de que no hubiera movimiento, y cruzó el umbral de piedra. El interior era oscuro y frío, impregnado de un leve olor a humedad y a tierra vieja. Las paredes, cubiertas de inscripciones y dibujos, parecían narrar una historia que no alcanzaba a comprender del todo. Algunos grabados mostraban figuras humanas arrodilladas ante objetos circulares, y otros mostraban símbolos similares a los que él había visto en la piedra. La luz del atardecer apenas se filtraba, dejando la penumbra envolver todo a su paso.

Bueno, si esos fanáticos valoran tanto este lugar, espero que haya algo interesante escondido aquí —murmuró el capitán, avanzando con cautela.

Caminó por el pasillo principal, con sus pasos resonando suavemente en el suelo de piedra. Al llegar a lo que parecía una sala central, notó que el lugar tenía una disposición extraña. Piedras y restos de ofrendas cubrían el suelo, y en el centro se alzaba un pedestal vacío, como si alguna vez hubiera albergado un objeto de importancia. Quizás la piedra que llevaba ahora en su poder había estado ahí antes de terminar en la subasta.

Mientras examinaba los alrededores, percibió un leve sonido, como un roce de tela. De inmediato giró la cabeza hacia la penumbra de la entrada. Tres figuras encapuchadas avanzaban hacia él con movimientos cuidadosos y sincronizados. Al igual que los fanáticos con los que había luchado en el callejón, estos parecían tener un propósito claro. Esta vez, sin embargo, los tres portaban mejores armas, y podía sentir sus miradas ocultas tras las sombras de las capuchas.

Syxel dejó la caja en el suelo y colocó su mano en la empuñadura de su espada, y mantuvo sus ojos fijos en ellos.

¿Tan importante es esta piedra para vosotros? —preguntó con tono burlón, mientras calculaba la distancia y los posibles movimientos de sus oponentes.

Uno de ellos dio un paso al frente y su voz resonó en el eco del templo.

—Profanas un lugar sagrado. Esa reliquia no te pertenece, extranjero. Devuélvenos lo que es nuestro y quizás te permitamos salir de aquí con vida.

El capitán esbozó una sonrisa, manteniendo su postura relajada.

Parece que tenéis una idea equivocada. Esta piedra es mía, la obtuve en una subasta y no tengo intención de regalarla ahora.

Los encapuchados intercambiaron una mirada rápida antes de avanzar al unísono. No había lugar para más palabras. Con un movimiento ágil, el primer fanático intentó lanzarse sobre él, blandiendo una espada corta. Silver esquivó el golpe y giró rápidamente, desenvainando su espada y contraatacando en un movimiento fluido. Su oponente retrocedió con un grito ahogado, sujetando su brazo herido.

Antes de que pudiera preparar el siguiente golpe, los otros dos fanáticos se lanzaron hacia él desde ambos lados, buscando rodearlo. Con una rapidez sorprendente, el espadachín se deslizó hacia un lado, utilizando una columna de piedra como cobertura para esquivar el primer ataque. Bloqueó el segundo con su espada, sintiendo la fuerza del impacto vibrar en el brazo. Aprovechó el impulso para empujar al fanático hacia atrás, desequilibrándolo momentáneamente.

Esperaba más de quienes buscan recuperar algo tan importante —les provocó, burlándose mientras calculaba su próximo movimiento.

Los encapuchados no respondieron, concentrados en sus ataques. Uno de ellos intentó sorprenderlo lanzando un puñado de polvo oscuro hacia su rostro, buscando cegarlo. Sin embargo, Silver reaccionó a tiempo, cubriéndose los ojos con el antebrazo y retrocediendo para evitar el ataque. Apenas había recuperado la visión cuando uno de los fanáticos arremetió con una daga hacia su costado. Desvió la hoja en el último instante, utilizando el mango de su espada para golpear el brazo del atacante y obligarlo a soltar el arma.

El tercer fanático, el más grande de los tres, avanzó con un pesado mazo, con el que golpeó el suelo y levantó una nube de polvo. El capitán entrecerró los ojos, manteniendo la calma mientras el fanático intentaba usar su tamaño y fuerza para ganar la ventaja. Esperó el momento adecuado y, cuando el hombre levantó el mazo para dar el golpe definitivo, Silver se lanzó hacia adelante, aprovechando la abertura para atacar.

Con un movimiento certero, le golpeó en la rodilla, haciéndolo caer pesadamente al suelo, incapaz de sostenerse. La figura intentó levantarse, pero el dolor lo dejó incapaz. Los otros dos, viendo a su compañero derribado, se detuvieron un momento, mirando al capitán con una mezcla de odio y cautela.

Supongo que ahora querréis volver a intentarlo, ¿verdad? —dijo el pirata, dándoles una última oportunidad para desistir.

Sin embargo, los fanáticos, viendo que no tenían posibilidades, retrocedieron lentamente, dejando atrás al herido. Uno de ellos lanzó una última mirada amenazante antes de desaparecer en la penumbra del pasillo.

Con la respiración controlada y su espada aún en mano, el capitán los observó hasta que el silencio volvió a llenar el templo. Guardó su arma y se acercó al pedestal vacío en el centro de la sala. Tocó la piedra pulida con los dedos, contemplando el objeto que faltaba. Su instinto le decía que estos fanáticos no iban a rendirse. Aquella piedra que había obtenido parecía tener más importancia de la que imaginaba.
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Moderador OppenGarphimer
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