¿Sabías que…?
... existe una tribu Lunarian en una isla del East Blue.
[Autonarrada] [T2] Llegar será un Kilombo
Ubben Sangrenegra
Loki
El East Blue... aquél mar que el peliblanco conocía bastante bien, se mostraba normalmente calmado, más esa serenidad escondía las pequeñas tormentas capaces de convertir un viaje rutinario en una lucha desesperada por la supervivencia. La maltrecha tartana del moreno de cabellos blancos se bamboleaba como si estuviera en el filo entre la vida y la muerte. Las olas, aunque no gigantescas, golpeaban con una persistencia que debilitaba cada tabla y cuerda de la embarcación, mientras el viento azotaba la vela, amenazando con desgarrarla.  La lluvia caía en una fina cortina, suficiente para empapar la cubierta y hacerla resbaladiza, convirtiendo cada paso en una lucha por no caer, para el bribón de ojos dorados, quién corría de un lado a otro, atando cabos, soltando nudos y tensando las cuerdas que mantenían a la vela en su sitio. El crujir constante del mástil no hacía más que alimentar su preocupación. No podía permitirse perder el mástil; sin él, la tartana quedaría a merced del capricho del mar, y él con ella. 

¡Maldita chatarra flotante!— gruñó mientras jalaba una cuerda que parecía a punto de romperse. Sus manos, acostumbradas al trabajo rápido, mostraban ya raspones y heridas superficiales por el esfuerzo constante. No era una tormenta digna de un canto épico ni un desafío para un buque de guerra, pero para una embarcación tan endeble como la suya, era suficiente para convertirse en un enemigo formidable. Era un recordatorio cruel de las limitaciones de su modesta nave, una que había reparado incontables veces con lo que tenía a mano. Sin embargo, por mucho que hiciera, no podía convertir esa tartana en algo más que un medio de transporte temporal. 

Mientras intentaba estabilizar la embarcación, algo llamó su atención a través de la niebla y la lluvia: una luz oscilante. El brillo, aunque tenue, era un salvavidas en medio del caos. Forzando la vista, logró distinguir la figura de un barco pesquero, con una estructura sólida que parecía burlarse de la tormenta. Con rapidez, comenzó a maniobrar para acercarse a la embarcación más grande. Su pequeña tartana era una hoja arrastrada por las olas, pero la fuerza del pesquero ofrecía un faro de esperanza. Mientras se acercaba, una voz fuerte y áspera se alzó por encima del ruido del viento

 —¡Ata los cabos a nuestro costado si no quieres hundirte!— gritó un viejo pescador desde la cubierta del barco.  El peliblanco no se lo pensó dos veces. Lanzó las cuerdas hacia el pesquero, donde un joven oni de imponente figura las atrapó con facilidad y las ató. Luego, de un salto, el gran hombre abordó la tartana, que crujió bajo su peso. La embarcación parecía protestar, pero el oni trabajó rápido, asegurando los cabos con cuerdas que traia desde su embarcación, haciendo gala de una fuerza y destreza que impresionaron incluso al bribón. 

Entre ambos, lograron estabilizar la pequeña tartana y asegurarla al costado del pesquero. Una vez amarrada, la tensión en la embarcación disminuyó, y el bribón se permitió un respiro. La tormenta seguía siendo incómoda, pero ya no era una amenaza mortal. —Gracias— dijo con un gesto de cabeza hacia el viejo pescador y el joven oni, ocultando su alivio tras una máscara de indiferencia. El pesquero continuó su curso hacia Kilombo, y el moreno de blancos cabellos se instaló en la cubierta de su tartana, fingiendo descanso mientras observaba con atención la actividad en el barco mayor. El viejo pescador y el oni revisaban las redes y aseguraban las provisiones tras la tormenta, aparentemente ajenos a su presencia. 

Fue entonces cuando el oportunista bribón vio su oportunidad. Deslizándose con el sigilo de un depredador, descendió a la bodega del pesquero. Sus pasos eran ligeros, y sus ojos dorados se movían con rapidez, inspeccionando el lugar en busca de algo que valiera la pena. Entre cajas de madera y redes húmedas, un pequeño cofre cubierto a medias por una manta captó su atención. La sonrisa que se formó en su rostro fue breve, pero llena de satisfacción. Sabía que ese cofre contenía algo valioso, o al menos lo suficiente para justificar el riesgo. Con manos rápidas, lo ocultó bajo su chaqueta y regresó a la cubierta de su tartana antes de que alguien notara su ausencia. 

El viejo pescador lo miró de reojo, pero no parecía haberse percatado de nada. El joven oni estaba ocupado revisando las redes y no parecía haber notado nada extraño. El peliblanco mantuvo su pose relajada, fingiendo contemplar el horizonte mientras evaluaba su próximo movimiento. Cuando la tormenta finalmente comenzó a disiparse y las aguas se calmaron, el pesquero retomó su curso con tranquilidad. El peliblanco agredeció nuevamente a quienes le salvaron y desató su embarcación para continuar con su viaje.

El bribón de cabellos blancos, satisfecho con su pequeño botín, sonrió para sí mismo. El cofre ahora estaba seguro en sus manos, y sus dueños no se darían cuenta de su pérdida hasta que fuera demasiado tarde. Por ahora, no tenía prisa. Kilombo aún estaba lejos, y el viaje era largo. Tendría tiempo suficiente para abrir el cofre y examinar su contenido. Mientras el sol comenzaba a asomarse tímidamente entre las nubes, el peliblanco se recostó en la cubierta de su tartana, dejando que el suave vaivén del mar lo arrullara mientras continuaba su camino.
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