¿Sabías que…?
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[Aventura] [T4] ¿Estaré a la altura?
Raiga Gin Ebra
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La isla DemonTooth se alza imponente ante ti, con su espesa vegetación selvática extendiéndose como un océano verde hasta donde la vista alcanza. Al fondo, los dos picos característicos de la isla emergen de la espesura, afilados como colmillos. Unos colmillos que dan en parte nombre a la isla. Son los llamados "dientes del demonio", cada uno coronado con un dojo de combate: al este, Jigoku no Tsuno, dedicado a las espadas; al oeste, Jigoku no Ashi, especializado en taekwondo. Aunque parte de tu tripulación ha optado por dirigirse al dojo del este para probar su habilidad con las katanas, tu destino yace en el diente del oeste, donde cualquier parte del cuerpo se convierte en un arma letal.

Te separas de los demás como cualquiera lo haría de tu capitán —con cariño—. Ellos conocen tus modos: siempre directo, sin tiempo que perder en charlas innecesarias. Cada uno tiene un qué hacer diferente en la isla, así que no hay mayor drama. A no ser que algo salga mal, ahí entonces igual sí que hay un pelín de drama. Pero vamos a intentar que no, va. Yo confío en ti, en el que no confío mucho es en tu capitán, pero bueno, eso es otro tema.

En el camino hacia el oeste, el paisaje cambia ligeramente. La maleza empieza a abrirse poco a poco, revelando un sendero apenas visible que serpentea entre los árboles. Joder, parece complicado llegar hasta el final.

Sin embargo, a lo lejos pero de frente, alcanzas a distinguir una estructura que parece ser una taberna. Es un edificio de aspecto rústico y de madera gastada, lo cual no sorprende en una isla tan aislada. Siempre dicen que los mejores garitos son los más sucios, ¿no? Pues este tiene pinta de ser cojonudo. La taberna, enclavada en este rincón perdido, parece el lugar perfecto para hacer una pausa, obtener información y, de paso, recargar energías. Además, siendo la única visible en kilómetros a la redonda, se convierte en la opción más sensata. Aunque siempre puedes ir a la aventura por el camino del oeste, yo no te voy a juzgar desde luego.

Si te aproximas a la taberna, ya desde la entrada puedes oír el murmullo de conversaciones y el sonido de vasos chocando. El bullicio te puede resultar tan familiar como incómodo: un ambiente que, de alguna manera, siempre es el mismo en cada isla, con cada tripulación de marineros y piratas reunida en torno a las mesas, compartiendo aventuras y secretos en voz baja o a gritos, según la cantidad de alcohol en sus venas. Quizá no sea el mejor ambiente para descansar, desde luego, pero sí que sería bueno para obtener información, seguramente.

Si decides cruzar el umbral, decenas de ojos se posarán en ti, algunos con indiferencia, otros con una chispa de curiosidad. Me imagino que estarás acostumbrado. De mink pequeñito a kobito, I feel you bro.

Sin embargo, casi todos los presentes vuelven a sus asuntos con rapidez, ocupados en sus propios problemas y conversaciones. Aunque tu estatura de un metro y tus ropas elegantes y remendadas podrían llamar la atención, no lo hacen en exceso. Deben estar acostumbrados a ver multitud de gente por ahí, de distintas razas y tamaños.

El ambiente está cargado de humo y el olor a comida recalentada, mezclado con la fragancia metálica del alcohol de baja calidad. A tu izquierda, un grupo de hombres corpulentos se arremolina en torno a una mesa en una partida de cartas que parece estar a puntito de finalizar. A tu derecha, una pareja discute en un tono de voz que ya parece demasiado alto incluso para esta hora del día. Por encima del mostrador, el tabernero —un tipo grandote, con más barba que cabeza— limpia un vaso con aire distraído y un paño con más suciedad que el suelo que estás pisando, y ya es decir.

Hay una mesa vacía junto a una pared, y un taburete en la taberna, si quieres sentarte, son las dos opciones que tendrás. Desde cualquiera de las dos posiciones, tienes una buena vista de la sala y puedes observar a los demás sin atraer demasiada atención.

El tabernero se acercará pronto a tu sitio, observándote con una mezcla de desconfianza y curiosidad, pero siendo políticamente correcto.

—¿Qué te pongo, forastero? —pregunta, con una voz rasposa y un dejo de sospecha que parece tan arraigado en su personalidad como la barba a su mandíbula.

El tabernero asentirá y desaparecerá tras el mostrador. Mientras esperas, observas cómo el grupo de hombres corpulentos sigue con su partida de cartas, y parecen jugarse algo importante a juzgar por sus caras. No puedes evitar notar que uno de ellos lleva un tatuaje en forma de patata en el brazo derecho. ¿Quién se tatúa una patata? La gente está muy mal.

Cuando el tabernero regresa, coloca frente a ti lo que hayas pedido, si es que has pedido algo. Espero que no tengas mucha hambre la verdad, porque la calidad de la comida será bastante cuestionable. Bueno, es tu momento. El tabernero te mira, como si estuviera esperando una reacción por tu parte. Quizá puedas amenizar aquello que has pedido con algo de información.

Bienvenido
#1
Marvolath
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Notas varias

Virtudes y defectos

A pesar de la gran tormenta que se desató apenas tres días después de partir de Loguetown, habían conseguido llegar a Demontooth. La pericia de Silver y la entrega de la tripulación les había salvado una vez más, y a pesar de las diferencias que los separaban tenía que admitir que eran la mejor tripulación con la que había compartido navío. Habían decidido pasar poco más de una semana en la isla, donde la tripulación esperaba aprender de los famosos dojos que coronaban los picos que daban nombre.

Marvolath fue el primero en partir, despidiéndose sin demasiada ceremonia. Al fin y al cabo sólo serían unos días, y si alguno necesitaba ayuda tenían los den den mushi. Había recorrido ya una larga distancia cuando notó que la montaña no parecía estar más cerca, y se preguntó qué tan grande sería y si habría estimado mal la duración del viaje. Un camino serpenteante medio oculto, y un camino bien formado que parecía llevar a una taberna se abrían ante él.

Un camino como este lo han debido formar muchos pies, y una taberna de camino no estaría bien emplazada si no fuera en el buen camino. Y si mi equivoco siempre habrá tiempo de regresar. - se dijo antes de continuar, no sin un pinchazo de arrepentimiento por no saciar su curiosidad.

La taberna, de aspecto rústico y antiguo, se le antojó acogedora. No es que lo fuera, pero tras años en tugurios atestados donde los fluidos del suelo no eran mucho peores que los de las jarras esto era incluso bueno, y la acostumbrada congregación de marineros que trataban terribles asuntos y jugosos secretos - al menos en su opinión - le era ya tan familiar como el olor del desinfectante. No le vendría mal un poco a este lugar, desde luego.

Se acercó a la barra, encaramándose con agilidad al taburete que, por extrañezas de la vida, le dejaba a una altura apropiada para ser usada.

- Me dejo sorprender. Siempre que me permita continuar después mi camino hacia el dojo. - respondió con lo que podría considerarse cordialidad.

Habría pedido agua si no supiera la reacción que causaría, pero la bebida era lo de menos, tan solo un medio para comenzar una conversación. Por suerte, quién poco espera poco se decepciona, y dio un breve trago por cortesía ante la extraña bebida.

- Algo que tiene viajar es que siempre encuentras nuevas experiencias - valoró con educación, antes de cambiar de tema con un carraspeo - Vine a Demontooth al escuchar sobre el dojo, aunque es poca la información que se escucha, y si te dicen dos palabras de seguro se contradicen. Lo único que he sacado en claro es que no hay mejores luchadores en todo el Blue, y que su uso de las piernas es impresionante. Debe de pasar mucha gente por aquí buscando aprender con ellos. Excepto los que se pierden por aquel camino tan tentador.

Los taberneros malhumorados solían cojear del mismo pie: la falta de paciencia. Un cliente con verborrea fácilmente podía desquiciarlos, por lo que si les dabas pie a tomar ellos la palabra a menudo se iban de la lengua con tal de no escuchar al charlatán. Y Marvolath, con su inexpresiva voz, apenas necesitaba unas pocas palabras para exasperar.

Resumen
#2
Raiga Gin Ebra
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El tabernero alza las cejas con un gesto que mezcla sorpresa y diversión cuando escucha tus palabras. Se frota las manos en un intento fallido de parecer ocupado y se inclina ligeramente hacia ti.

—¿Que te sorprenda? —dice con una sonrisa ladeada— Bueno, forastero, será por sorpresas en este lugar.

Desaparece tras el mostrador y vuelve tras unos instantes con una botella que, a primera vista, parece sacada de algún museo de antigüedades marítimas. Es alargada, de un vidrio verde oscuro que brilla opacamente bajo la luz tenue de la taberna. Tiene la forma de una pierna musculosa, con el pie doblado en un puntapié perfecto que remata en la base. El corcho, decorado con un pequeño adorno de metal, parece haber sido sellado y abierto varias veces, aunque el contenido no muestra signos de merma.

—"Zancada del Demonio" —anuncia mientras descorcha la botella con un movimiento ágil—. Es un licor local. Fuerte, pero con un toque dulce al final. Dicen que tiene algo de menta y jengibre, aunque yo solo sé que deja la garganta caliente y las piernas más ligeras.

Llena un vaso pequeño frente a ti, dejando que el líquido ambarino caiga con un sonido viscoso. Su aroma es intenso, una mezcla de hierbas frescas y especias con un toque cítrico. Te entrega el vaso con una sonrisa cómplice, como si estuviera compartiendo un secreto.

Cuando das un breve trago, el licor invade tu boca con un calor inesperado, casi abrasador, pero rápidamente se suaviza en un regusto fresco que te recuerda al menta-limón. Es más agradable de lo que esperabas, aunque seguramente no puedas evitar pensar que, si fuera un cliente, te pedirías una receta para mejorar la mezcla.

El tabernero se apoya en la barra, cruzando los brazos y echando un vistazo al resto de la taberna. Mientras lo hace, comienza a hablar en un tono despreocupado, como si las palabras fueran solo otra forma de llenar el silencio.

—La verdad es que están cogiendo fama, no deja de venir gente. Diría que hay más interesados en el dojo del este, el de las espadas, aunque ambos tienen una reputación casi intachable. —Coge una sucia bayeta y empieza a secar un vaso con movimientos lentos, que parecen más un hábito que una necesidad—. A ver… El camino hacia el oeste es largo y, ciertamente, peligroso. Ya no solo por las inclinaciones; esas montañas no son amigables para quien no está acostumbrado. Es que, además, hay animales campando a sus anchas. Grandes, territoriales… y con mala leche.

Sus ojos vuelven a ti por un momento, como si evaluara tu reacción.

—En parte, tienen razón al entender que invadimos su terreno. Si vas hacia allá, asegúrate de que tus piernas son más rápidas que sus garras.

Sin más, el hombre te asiente con un gesto que parece una mezcla entre despedida y buena suerte. Se endereza y se dirige hacia la otra punta de la taberna, donde una pareja vestida con ropas elegantes acaba de entrar. Te preguntarás qué hacen tan bien vestidos en una taberna como esa... Yo también. Mientras se aleja, puedes escuchar fragmentos de su voz grave y amigable dando la bienvenida a los recién llegados.

La taberna sigue bulliciosa, y aunque la mayoría de los clientes parecen inmersos en sus propias conversaciones, notas algunas miradas furtivas que se cruzan contigo de vez en cuando. Si algo has aprendido en tus viajes es que, en lugares como este, la información no solo está en las palabras de un tabernero: cada rincón, cada mesa y cada expresión pueden contar una historia.

Bueno, y creo que puedes entender que se viene una gran clavada en la cuenta, cuando la pidas. Ese licor parece ser un tremendo receptor para los turistas. Y sobre todo, para sus cuentas.

Cosas
#3
Marvolath
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Tras un trago se vio obligado a corregir su crítica precipitada: quién poco espera se lleva grandes sorpresas. El ardor no es algo que buscase en una bebida refrescante, pero el contraste con el frescor que le siguió era... revitalizante. Observó la bebida, estudiando su olor, color, y sabor, tratando de averiguar si se trataría de algún medicamento mal embotellado. Y si no lo era, quizá debería.

Escuchó en silencio la explicación del tabernero, dejando que dijera todo lo que tuviese que contar. Asintió, ante la explicación del comportamiento de las bestias.

- Totalmente comprensible. Nosotros no haríamos menos si ellas viniesen a nuestro territorio. Confío en mis piernas, y en mis puños si fuera necesario. - se palmeó las piernas y apretó el puño, acompañando sus palabras - Aunque referiría no herir a ningún ser vivo sin necesidad, todo sea dicho. Espero que no sea una de esas pruebas de las que tanto hablan los viajeros... siempre me parecieron excusas para justificar su fracaso, pero cuanto más me acerco más lógico me parece.

El tabernero se marchó, sin dignarse a responder. Tampoco se lo podía tener en cuenta después de ser molesto. Y menos aún cuando vio la razón: una llamativa pareja se había presentado, vistiendo a un nivel impropio del lugar. Habiendo obtenido menos información de la que quería, y teniendo ahora más preguntas que antes, barrió con la mirada el resto de mesas, buscando alguna en la que pudiera integrarse. Vio a un grupo que, entre vestimenta y constitución, juzgó que podrían ser artistas marciales. Bebida en mano, se acercó al grupo.

- Parece que el tabernero ha encontrado a esa pareja más interesante que la conversación que manteníamos, que me ha dejado sin terminar la bebida. Quizá podamos compartir algunas bebidas e historias, aunque yo sólo puedo ofrecer de lo primero.

Hacía años que había asumido que el carisma no era lo suyo. Había recibido educación, pero años sin socializar le habían negado ese don tan básico. Ofrecer bebidas era un truco que solía funcionar, al menos con marineros y si la información que pedías era razonable. Si le aceptaban sólo tendría que pagar algunas copas más, y por suerte últimamente los... negocios iban bien. Y si le rechazaban... bueno, no habría perdido nada.

- ¿Sabéis quiénes son? - señaló con un gesto de cabeza a la pareja - No parecen encajar con el lugar, aunque supongo que no soy el más apropiado para decirlo... y menos lo seré cuando llegue al dojo.

Resumen
#4
Raiga Gin Ebra
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Te acercas con decisión a la mesa de los tipos que habías observado antes. Parecen lo suficientemente borrachos como para aceptar una conversación sin pensárselo demasiado, y, quién sabe, tal vez hasta logres sacar algo útil de ellos. Al llegar, uno de ellos, un hombre corpulento con una melena despeinada y barba desordenada, te mira de arriba abajo con una mezcla de sorpresa y confusión.

—¡Eh! ¿Qué tenemos aquí? —dice, entrecerrando los ojos, como si tratara de enfocar mejor tu figura.

Su compañero, algo menos entusiasta, también te observa con una ceja levantada, reprimiendo lo que parece ser una sonrisa. No es difícil deducir que tu estatura y porte no son algo que vean a menudo.

—Dí que sí, si buscas una conversación interesante, aquí nos tienes —dice, manteniendo un tono formal pero relajado, y alza su bebida con una leve inclinación de cabeza—. Y quizá podemos intercambiar algo de información y alguna que otra historia, claro que sí. Los de esta mesa tenemos muchas historias que contar.

El hombre barbudo suelta una carcajada estruendosa mientras se inclina hacia ti, con un aliento cargado de alcohol.

—¡Historias tenemos! Pero tú… ¿Tú qué haces aquí? ¿De verdad piensas subir al dojo del oeste? —pregunta, mirándote de arriba abajo una vez más— Porque, con todo respeto, amigo, no pareces alguien que pueda aguantar mucho ahí arriba. Son tipos duros, ¿eh? No son para cualquiera.

Joder, vaya faltada eh. Te acaban de prejuzgar por la cara. Aunque bueno, me imagino que no es la primera vez. Estamos en un mundo cruel, sobre todo con aquél que es diferente a lo que estamos, más o menos, acostumbrados a ver. Conozco un tiburón que no llevaría muy bien ese comentario... Pero tú quizá lo encajes mejor. La paciencia es una gran virtud.

El primer tipo, un sujeto más joven con una camiseta rota que deja ver músculos marcados, empuja un cuenco hacia ti con un gesto casi instintivo.

—Toma, pruébate una de estas mientras lo piensas.

El contenido del cuenco es… peculiar. Cortezas, o al menos algo que se le parece, de un color entre anaranjado intenso y púrpura, como si hubieran sido bañadas en algún tipo de tinte químico. Tienen un brillo extraño que no inspira confianza, pero tampoco querrás parecer descortés, ¿verdad?

—Delicias locales —comenta el barbudo con una sonrisa amplia mientras toma un puñado y se lo lleva a la boca—. Ahora, cuéntanos. ¿Qué te lleva al dojo? Porque si no es para aprender, más te vale dar la vuelta.

¿Son demasiado directos o es mi sensación? Ni que fueran los protectores del dojo. Aunque bueno, sería lógico que tengan cierto aprecio a una institución tan respetada en la isla como los dojos.

Mientras tanto, notas que la pareja elegante, la misma que viste antes, se ha sentado en una mesa cercana. Piden una bebida servida en una copa grande, con un líquido brillante de un tono esmeralda. Observas con discreción cómo brindan, intercambiando palabras que no alcanzas a escuchar, y luego se besan. El gesto es cálido, natural, como si fueran la única pareja en el mundo. Me imagino que no puedes evitar pensar que desentonan tanto como tú en ese lugar, aunque por razones completamente distintas. Quizá sea violento si sigues mirando. No serás un voyeur de esos, ¿no? Que todo bien, pero no vi ninguna mención de nada por el estilo en tu petición. Bueno, te seguiré observando.

De vuelta en tu mesa improvisada, el grupo sigue bebiendo y hablando, incluyendo ocasionalmente algún comentario hacia ti.

—Las bestias, amigo, esas son lo peor —Es el joven de la camiseta rota quien habla esta vez—. Cerca del pueblo hay tres o cuatro rondando. Ya sabes, toros salvajes, pero… más grandes. Y esos cuernos… créeme, no querrás estar en su camino.

—Sí, sí —añade el barbudo, haciendo gestos exagerados—, pero es lo que dices, no son toros normales. Son pura potencia, ¿entiendes? Como si alguien hubiera tomado a uno y lo hubiera mejorado cien veces. Aguantan de todo. Golpes, balas… lo que les lances.

—Es que encima están demasiado cerca. Muchas veces incluso duermen en el camino —responde el más joven con una risa amarga—. Pero no te preocupes, seguro que tus piernas te llevan rápido si uno aparece. Eso sí, si vas solo, mejor reza antes de salir.

El grupo vuelve a su conversación, esta vez incluyendo anécdotas sobre otros viajeros que intentaron llegar a los dojos y fracasaron en el intento. Aunque parecen relajados, notas que de vez en cuando te lanzan miradas curiosas, como si aún intentaran descifrar qué haces realmente allí. Al menos, a diferencia del tabernero, estos tipos parecen algo más dispuestos a compartir detalles… aunque, claro, el alcohol que han consumido seguramente esté ayudando.
#5


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