Katharina von Steinhell
von Steinhell
18-11-2024, 06:44 PM
Ha pasado tiempo, más del que me gustaría admitir. Recuerdo que alguna vez fui fuerte; mi autoridad, incuestionable. Hoy en día, apenas soy una sombra marchita de lo que fui en mi pasado. Estoy sola frente a un mundo corrupto y sucio, desprovista de armas y herramientas útiles frente a los asesinos enviados por mi padre, despojada de mis derechos naturales por sobre los demás. Soy como un bebé que solo ruega por estar en los brazos de su madre: débil, inútil, vulnerable. Lo he perdido todo salvo mi orgullo, todo salvo mi dignidad. Quizás es insuficiente, pero con lo que me queda de mí misma sacudiré los cimientos de este mundo y postraré de rodillas a su gente, o lo reduciré a cenizas.
Por fin un poco de tranquilidad.
Por alguna razón, he acabado en esta ciudad aburrida y mediocre. Diría que el jardín de mi antiguo palacio es más grande y limpio que esta pocilga llamada Loguetown, lugar donde se reúnen pueblerinos e idiotas a hablar de sueños y esperanzas. He escuchado hasta el cansancio a una multitud de almas jóvenes afirmar que devorarían al mundo entero. Podría bajarlos de las nubes y que enfrenten obligatoriamente la dura realidad, pero mis palabras no deben ser utilizadas en meros esclavos sin cadenas. Nada, ni siquiera el insípido café que estoy bebiendo, es digno de mi atención.
La mesera que atiende esta cafetería se me acerca con una molesta cordialidad. No me he molestado en mirarla a la cara, tampoco es necesario. Su voz aguda e irritante me recuerda a los insectos que chirrían en los prados, y me pregunta si está todo bien, si necesito algo más. Le respondo con un elegante gesto de mano, el guante de lino bien ajustado a mis dedos. Mi respuesta le ha molestado. Puedo ver de reojo que ha fruncido el ceño y ha cruzado los brazos, una actitud completamente esperable de alguien que cree merecer un poco de atención de alguien como yo.
-Un “buenos días” o un “gracias, muy amable” habría estado bien. ¿Es que acaso no tienes modales? -me pregunta, su molesta voz quebrantando la tranquilidad de la mañana.
Suelto un suspiro, pesado como lo es esta mesera. Dejo con suavidad y delicadeza la taza de café sobre el platillo blanco y de cerámica. Es increíble que mis labios hayan tocado este material tan poco refinado.
-¿Hay alguna razón por la que debería mostrarte cordialidad? Te dedicas a vender y servir café, ¿qué méritos has logrado como para merecer mi atención? ¿Siquiera alguien te recordará como algo más que solo la mesera de la cafetería? -le pregunto, mis ojos cerrados y mis piernas cruzadas-. Vete y no me molestes, ya has amargado lo suficiente el insípido café que me has servido. Está asqueroso.
Escucho un sollozo y la chica desaparece de mi lado.