¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
[Común] [C - Pasado] La primera regla del club... digo, ¿qué?
Atlas
Nowhere | Fénix
Efectivamente, compartía la misma impresión que Camille. La oni había reaccionado adecuadamente a mi intento de devolverla al objetivo de que estuviésemos allí a esas horas de la noche. Aun así, se aseguró de dejar claras dos cosas: que no tragaba a Frida —de lo que no podía culparla— y que, aunque fuese la excepción que confirmara la regla, por una vez parecía que tanta altanería podría tener una justificación detrás.

Bazzle no era un incompetente ni mucho menos. De hecho, se podría decir que se encontraba entre los más diestros de cuantos participaban en el Torneo del Calabozo. Aun así, la joven e irreverente mujer se aseguró de darle un buen merecido y sacarle del área de combate sin dificultad alguna. Lo hizo como quien tira la basura, enfundando las manos en los bolsillos a continuación y mirando a todos los presentes. Acto seguido, retornó a su posición junto a los suyos a paso lento. Caminaba decidida, consciente de que había generado en los demás la idea de que era una oponente temible. Sus compañeros la recibieron con la naturalidad de quien la ve hacer lo mismo decenas de veces al día. Leo alzó el puño en su dirección, recibiendo un choque de Frida como respuesta.

Más allá de las cajas, mientras Garnett anunciaba el próximo combate y nos miraba para señalarnos que ése y no otro era el motivo de que hubiese solicitado nuestra presencia allí, los compañeros de Bazzle le ayudaban a incorporarse. Necesitaron un par de minutos, ya que el golpe de la recién llegada le había arrebatado el aliento y tardó en volver a respirar con normalidad. Acto seguido, llevaron al luchador al lugar del que se había levantado anteriormente y lo sentaron para que pudiera descansar.

A continuación se sucedieron dos enfrentamientos entre personas que no tenían nada que ver con lo que realmente se estaba dirimiendo aquella noche. No lancé más de un par de miradas furtivas a los duelos, más por disimular que por interés real. Mi atención estaba en el grupo problemático. ¿Acaso no se daban cuenta de lo que podrían aportar si no fuesen tan... imbéciles? Por un momento me di cuenta de que no terminaba de ser capaz de encontrar una justificación a su actitud. Sin embargo, enseguida vino a mi mente la idiosincrasia de aquel lugar. Precisamente por eso estaban allí, al igual que yo en el pasado, porque su forma de actuar y ver el mundo no se amoldaba a las herramientas y procedimientos habituales.

—¡Jory contra... Atlas! —dijo entonces Garnett, sacándome de mi ensimismamiento y devolviéndome al almacén.

El skypeian teñido se irguió, comenzando a caminar hacia el centro de la improvisada arena. En algún momento se había introducido un caramelo en la boca y lo saboreaba sin descanso. Asimismo, llevaba ambas manos introducidas en el bolsillo único de la sudadera que vestía. Por debajo de la misma asomaba el uniforme oficial de la Marina. De cualquier modo, no había nada en su apariencia que destacase más que el vivo color rojo de sus alas.

Yo también me levanté, asiendo el palo de madera torpemente contrapesado que hacía las veces de naginata. Él, por su parte, extrajo finalmente las manos del bolsillo para mostrar unas... ¿baquetas? Sí, parecía que las baquetas de madera de un tambor serían sus armas en aquel duelo.

Garnett alzó ambas manos, haciéndolas descender de manera brusca un instante después al grito de 'comenzad'. Y Jory no esperó. Hubo un discreto movimiento de sus alas antes de que se arrojase a toda velocidad contra mí. Parecía un simple paso, pero lo cierto era que con él recorrió por completo la distancia que nos separaba. La baqueta izquierda intentó golpear mi hombro izquierdo, pero giré sobre mí mismo para evitar el golpe. La derecha, por otro lado, amenazó con percutir sobre mi pecho con furia. En esa ocasión fue mi intento de naginata la que se interpuso en su trayectoria. Si pensaban que conmigo iba a ser tan sencillo como con Bazzle, iban muy desencaminados.

Aquel choque duró no menos de veinte minutos. Jory se valía de sus alas para realizar amplios movimientos que no estarían al alcance de alguien común. Manejaba sus baquetas con gran habilidad, buscando siempre huecos en mi defensa que le permitiesen golpearme. Desde el primer momento había tenido claro que no le ganaría en velocidad, así que adopté una estrategia más estática que me permitía defenderme aceptablemente de sus acometidas y contraatacar aprovechando la inercia.

Aun así, no fueron pocas las veces que el tipo consiguió golpearme. Del mismo modo, mi naginata falsa también alcanzó a herirle en más de una ocasión. La diferencia era, tal vez, que mis aciertos iban dotados de mayor potencia que los suyos. Tanto era así que en uno de ellos incluso llegó a soltar el arma de su mano derecha.

—Ya no es todo tan gracioso, ¿verdad? —dije en tono socarrón, aunque con la respiración entrecortada.

Y es que así era. La divertida e irritante sonrisa despreocupada que había exhibido en todo momento había desaparecido. En su lugar, una mezcla de preocupación y frustración se habían apoderado de sus facciones. Se acababa de dar cuenta de que, tal vez, no fuesen capaces de estar toda la vida haciendo lo que les diese la gana cuando les diese la gana y como les diese la gana. Ése era el primer objetivo del planteamiento del sargento Garnett. El segundo era, una vez se hubiese derribado su castillo de naipes, ofrecerles un sitio al que pertenecer y del que formar parte. En definitiva, que se pudiesen sentir como uno más —o varios más en ese caso—.

Si algo caracterizaba a determinadas personas con una actitud concreta, como la de Jory, era que una vez estaban fuera de donde se sabían seguros su rendimiento caía en picado. Sus movimientos comenzaron a hacerse más precipitados. Empezó a atenerse a los mismos patrones de ataque una y otra vez, seguramente lo que habitualmente le diesen mejor resultado. El problema era que, cuando más los repetía, más fácil me resultaba repelerlos o evitarlos. Cuanto más evidente se hacía ese hecho, más se impacientaba el skypeian y más aún empeoraba su rendimiento.

El declive continuó hasta que, tras rechazar una de sus acometidas, mi naginata trazó una trayectoria oblicua y descendente que alcanzó de lleno la zona posterior del cuello de mi adversario. Al igual que había sucedido previamente con Bazzle, Jory salió despedido y, dando de bruces con el suelo en primer lugar, fue expulsado de la arena.

—Siguiente —dije sin dejar de mirar al rincón de Frida y los suyos. Ella fruncía los labios en una mueca de desagrado, mientras que Leo y el resto de sus secuaces —por llamarles de algún modo— habían optado por empezar a demostrar una actitud algo más comedida. No obstante, un gesto sorprendente fue que ella misma se levantó y ayudó a Jory a incorporarse y volver a su lugar. Sí, tal vez fuese una prepotente, arrogante y todos los calificativos que se quisieran emplear, pero parecía que se preocupaba por los suyos. Eso era un gran punto a favor, el cual sin duda había influido en que Garnett tuviese tanto interés en reconducirla.
#21
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Camille frunció ligeramente el ceño cuando vio cómo Frida miraba al resto, con esa altanería que tanto podía caracterizar a un ególatra que hubiera consigo que le dieran la razón en algo. Porque sí, tenía que concederle que los humos que se gastaba no venían de la nada: la mujer era fuerte y lo había demostrado con contundencia frente a Bazzle. El marine no había tenido la menor oportunidad, lo que generó en la oni cierta inquietud. Esa demostración había sido ilustrativa de los motivos por los que Garnett quería que ambos estuvieran allí esa noche. La pregunta que se planteaba a continuación era: ¿Serían capaces de estar a la altura?

Frida volvió junto a su grupo, quienes la recibieron casi con indiferencia tras su declaración de intenciones, como si no hubiera sido sorprendente en absoluto. Poco después, el resto de combates empezaron a sucederse. Todos y cada uno de ellos carecieron de interés para Camille, que clavó su mirada sobre un punto en la nada mientras estos se sucedían y ella se sumía en sus pensamientos. Tan solo salió de su ensimismamiento cuando la voz del sargento anunció que Atlas se encontraba entre los dos próximos contendientes. Parpadeo un par de veces, volviendo en sí misma y enderezando la espalda tras haberla mantenido inclinada hacia el frente durante un buen rato, dispuesta a no perderse el más mínimo detalle de lo que fuera a ocurrir a continuación.

Casualidades de la vida, el oponente de su compañero no era ni más ni menos que Jory, el skypiean de plumas rojas que tan a la ligera se había tomado todo hasta el momento. Mientras Atlas empuñaba un palo que sustituiría a su naginata, nuestro amigo se limitó a coger dos pequeños palos que parecían baquetas. ¿Iba a marcarse un concierto en mitad del torneo?

Enséñale cómo nos las gastamos en el G-31 —le dijo al rubio antes de que se alejara, sonriéndole con complicidad.

Estaba plenamente segura de que se alzaría con la victoria, aunque no se esperaba que el combate fuera a extenderse tanto como lo hizo. El enfrentamiento se convirtió rápidamente en un intercambio constante de ataques y bloqueos, donde en ocasiones Jory parecía superior al bueno de Atlas mientras que, en otras, sucedía justo lo contrario. Sin embargo, aquella función empezó a anunciar su fin en cuando el skypiean entendió que sus trucos no servirían en aquella ocasión. Atlas podía ser un escaqueado y un vago, Shawn podría clamarlo a viva voz, pero si algo no se le podía negar era su habilidad en combate. Tras romper los esquemas del emplumado, el rubio se limitó a esperar por su oportunidad para zanjar aquello de una vez por todas. Y vaya si lo hizo. En cuanto vio la oportunidad, acabó con todas las esperanzas de su adversario de un único golpe definitivo. Por supuesto, no dejó escapar la oportunidad de devolverle el guante a Frida nada más terminar.

Camille sonrió, aunque no era por altanería sino por orgullo y una pizca de alivio. Estaba claro que los nuevos no eran personas ordinarias, y aunque no había dudado en ningún momento de que Atlas saldría victorioso, se mantuvo latente una leve preocupación por su integridad durante los primeros compases del combate. Su sonrisa se borró en el momento en que vio cómo Frida se acercaba a ayudar a su compañero, sustituida por un gesto de sorpresa. Tal vez, y solo tal vez, hubiera algo salvable bajo esa barrera de arrogancia e insubordinación.

—¡Siguiente combate! ¡Camille contra Leo! —anunció Garnett, justo cuando Atlas volviera junto a ella.

La morena se puso en pie, sobresaliendo entre todos los presentes.

Buena pelea —le dijo a su compañero, ofreciéndole el puño como hubieran hecho los novatos para que se lo chocase—. Procuraré estar a la altura —y sonrió.

Por su parte, la oni encontró entre las improvisadas armas del Torneo del Calabozo una suerte de bate gigantesco y rudimentario que haría las veces de odachi. No era exactamente como su espada: ni el peso ni el agarre se parecían lo más mínimo, pero podría apañarse. Tras tantearlo un poco entre las manos, se situó en el centro del hexágono y Leo no tardó en hacer lo propio. En su caso, se había equipado con lo más parecido que había encontrado a una espada: un palo más pequeño que el de Camille. No es que el tamaño marcase la diferencia, pero resultaba casi cómico ver a la recluta con aquel pedazo de garrote frente al león orgulloso que llevaba una ramita.

El sargento les dio unos pocos segundos antes de bajar los brazos para dar comienzo al combate.

—¡Empezad!

No había llegado a pasar un segundo completo cuando Leo salió disparado hacia ella a toda velocidad, tan rápido que pilló desprevenida a Camille. Apenas le dio tiempo a alzar su «espada», interponiéndola en la trayectoria del ataque. La madera chocando resonó con fuerza a lo largo y ancho del almacén que les daba cobijo, e incluso la potencia del impacto fue suficiente como para que la oni arrastrara los pies unos pocos centímetros hacia atrás. ¿Su respuesta? Sonreír con vehemencia antes de hacer uso de su fuerza sobrehumana para empujar el arma del contrario y hacerle retroceder a trompicones. Giró el garrote en la mano y aprovechó la pequeña pausa para reposicionarse. Leo chasqueó la lengua al ver que su ataque sorpresa no había surtido el efecto esperado.

Casi —le provocó, mirándole fijamente.

—Casi —repitió el melenudo marine, devolviéndole la mirada con desafío.

Ambos se lanzaron el uno contra el otro y, durante lo que debieron ser un par de minutos, intercambiaron ataques sin cesar. Leo atacaba más veces y más rápido que Camille, mientras que ella lo hacía menos veces pero con una contundencia que el muchacho no podía igualar. Ambos recibieron más de un golpe, aunque los que se llevaba la oni parecían no tener efecto alguno, casi ignorados. Leo no corría la misma suerte. Acertaba más que su oponente, pero cada vez que la morena le encajaba un garrotazo lo hacía retroceder con la respiración entrecortada. Al final, tras tres o cuatro golpes así, el león apenas se tenía en pie.

Esto no va de ganar siempre tú solo —le dijo entonces Camille, posicionándose nuevamente en el centro del hexágono, a unos pocos metros de su oponente. Alzó el garrote y lo apuntó hacia Leo—. Va de conocer tus límites y aprender a superarlos. Y a veces, para eso, vas a necesitar ayuda.

—¿Ayuda...? —masculló Leo entre jadeos—. No necesito ninguna ayuda para sacarte de este hexágono. Solo los débiles necesitan que les ayuden.

Camille negó con la cabeza y se preparó en cuanto vio la rabia en los ojos de Leo, que se lanzó de nuevo hacia ella como hubiera hecho al principio, a una velocidad endiablada digna de un cazador que sale disparado hacia su presa. Sin embargo, esta vez la oni estaba atenta. Giró sobre sus pies y desvió el ataque del león, haciendo que pasara de largo y le diera la espalda. Este trató de girarse rápidamente para encararla, pero en cuanto lo hizo el garrote le alcanzó en el torso y lo mandó por los aires fuera del hexágono. Tras la caída, lo único que se escuchó por un par de segundos fue la tos de Leo y sus fuertes jadeos.

Apoyó el garrote en el hombro y se llevó la mano libre a la cintura, como quien ha terminado de barrer el suelo. En parte así era. Sus ojos buscaron a Frida y a su grupo, que volvieron a movilizarse para ayudar a Leo. Pudo ver en los ojos de la mujer un destello de rabia y enfado; quizá preocupación. El castillo se iba desmoronando poco a poco.
#22
Atlas
Nowhere | Fénix
Choqué el puño de Camille con el mío propio antes de sentarme sobre una de las cajas que había en la zona. Ese condenado skypeian era bueno, muy bueno. ¿Por qué demonios los arrogantes e insubordinados tenían que ser siempre personas diestras y potencialmente útiles? No estaría mal que, de vez en cuando, la partida de reclutas que se viese incluida en el Torneo del Calabozo estuviese integrada por reclutas del montón. Así todo sería mucho más fácil para Garnett y cuantos colaborábamos para que aquella iniciativa perdurase y mantuviese su utilidad.

—No acabes demasiado rápido con él —dije para que Frida y los suyos me pudiesen escuchar—. No me vendría mal coger un poco de aire antes de hundirle la cabeza al siguiente.

Nada más lejos de la realidad, claro. Cualquiera que me conociese lo más mínimo sabría que entre mis intenciones era raro que estuviese la de provocar semejante daño a alguien. No obstante, todo hacía ver que aquel grupo en concreto necesitaba un poco de su propia medicina. Demostraban la altanería de quien hasta el momento no había encontrado a nadie que le pudiera toser a la cara. Tal vez con un poco de polvo y suelo podrían ubicarse mejor en el mapa. A lo mejor así se podrían convertir en los valiosos efectivos que estaban llamados a ser.

El combate de Camille fue mucho más rápido que el mío. El león era rápido, pero no podía rivalizar con la destreza que exhibía quien llevaba entre acero y armas toda una vida. Quizás la oni no fuese tan veloz como él, pero no lo necesitaba. Suplía la agilidad del humano con rasgos felinos con unos movimientos tremendamente medidos, encajando los golpes que sabía que podía encajar y centrándose en los más comprometedores. Cualquiera que lo viese desde fuera podría pensar que sencillamente la corpulenta mujer no daba abasto para devolver todas las ofensivas, pero, más allá de que hubiese una mínima razón en esa percepción, lo cierto era que escogía con maestría y casi con naturalidad qué ofensivas debía repeler y cuáles debía ignorar.

Como no podía ser de otro modo cuando la superioridad era tan manifiesta, Leo salió despedido del recinto de combate después de recibir un soberano garrotazo que dolió incluso a los que estábamos observando el combate. Una victoria con semejante contundencia debía minar en cierto modo la moral del grupo de Frida. Así fue. Siguiendo la mirada de Camille, observé que ella también estaba interesada en analizar la reacción de la lideresa y los demás. Como cabía esperar, los pechos ya no estaban hinchados y el cacareo se había convertido en un murmullo a media voz.

Entonces dirigí mi atención a Garnett durante apenas una fracción de segundo. El sargento, completamente metido en su papel y luciendo su maestría en la interpretación, ejecutaba a la perfección el rol que llevaba años desempeñando. Vuelto de espaldas a la improvisada arena, recogía billetes de cuantos asistían al espectáculo y los repartía entre los demás como resultado de las apuestas. Tras ello, anunciaba el siguiente enfrentamiento y comenzaba con los cobros. Aun así, en uno de los instantes en los que cambiaba su atención de un recluta a otro me dirigió una mirada de aprobación. Fugaz y somera, sí, pero la pude distinguir perfectamente y sin ningún atisbo de duda. Sí, lo que estaba buscando, el motivo por el que nos había llamado era precisamente ése. Alguien le tenía que enseñar a esos inadaptados —como lo habíamos sido muchos de nosotros— que un hermano mayor también está para ponerte en tu sitio cuando no te has portado bien. Y que en ocasiones su reprimenda puede ser mucho más severa que la de un padre o una madre precisamente por estar a una altura parecida.

Las rondas se continuaron sucediendo. En el grupo de Frida generalmente salían victoriosos cuando no se enfrentaban a Camille o a mí, mientras que, cuando sus oponentes eran el resto de marines que Garnett había congregado, habitualmente vencían de manera más o menos ajustada. Cuando quisimos darnos cuenta nos habíamos plantado en las semifinales. Frida contra Camille. Tobías contra mí. Tobías era un tipo tremendamente corpulento y grueso con una altura que debía rondar la de la oni, quizás un poco más bajo. Lucía una cresta mohicana y se había teñido la barba de verde, al igual que el resto del pelo de la cabeza. Su cuerpo era la mezcla perfecta entre volumen muscular y grasa, teniendo el físico de una auténtica mole preparada para arrasar con lo que fuese sin detenerse.

—¿Qué os parece si esta vez lo hacemos un poco diferente? —irrumpió entonces el sargento con el tono desafiante y travieso del que hacía gala en noches como aquélla—. ¿Qué os parece si convertimos esto en la final? Camille y Atlas pertenecen a un grupo, a una brigada, y lo mismo sucede con Frida y Tobías. ¿Os parece si ampliamos el área de combate a... no sé, toda la zona, y convertimos esto en un dos contra dos?

Sus palabras eran respaldadas por sus actos de la misma forma que una legión de sectarios obedece al líder. Una a una, se fue acercando a todas las cajas y elementos que conformaban el recinto de combate y los fue dispersando a base de patadas. Mientras hablaba, contaba billetes entre sus manos y dejaba que la idea calase entre los presentes. En aquella ocasión, completamente sumergido en su interpretación, no nos miró a Camille ni a mí.

—Como experimentado marine, apuesto por los más veteranos y ofrezco tres a uno a quien apueste en mi contra. ¿Alguien da más?
#23
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Las pocas rondas siguientes se fueron sucediendo a un relativo buen ritmo. Si bien los nuevos iban pasándolas, lo cierto es que no iban tan sobrados como lo había ido Frida en su momento, aunque en el caso de la mujer parecía desarrollarse de forma parecida. Eso sí, ni de broma les estaba siendo tan sencillo como hubieran podido esperar, algo que Camille en parte achacó a lo minada que debía estar su soberbia y confianza. Al principio habían actuado como si nada ni nadie que se presentase ante ellos pudiera hacerles frente pero, tras el marcaje de territorio que tanto la oni como su compañero habían hecho en sus respectivos combates, parecían actuar de forma mucho más meditada y prudente. Una muestra más de que el plan de Garnett y el propósito de aquellos torneos seguían el cauce esperado.

Entre rondas, intercambiaba comentarios con Atlas analizando las diferentes capacidades de los nuevos. Todos eran, de manera individual, excelentes combatientes. Quizá no todos a la altura del duo que conformaban, pero sin duda muy por encima de la media de los reclutas del G-31. Sin embargo, si había dos personas de ese grupo que destacaban mucho más que el resto, esos eran Frida y Tobías. Frida, que era la líder, ya lo había dejado claro en sus primeros combates: era veloz a la hora de esquivar, pero también lo era en el ataque. No solo eso, sino que además golpeaba con una ferocidad que Camille había visto en muy pocas personas. Parecía gozar de una comprensión inusual de los movimientos y artes de sus oponentes, como si unos pocos segundos le bastasen para leerles por completo. No lo reconocería en voz alta, al menos no con ella delante, pero era buena. MUY buena.

Tobías, por otro lado, parecía carecer por completo de técnica. Tampoco es que le hiciera ninguna falta. El grandullón era una mole de músculos, con una fuerza y resistencia que poco o nada tenían que envidiarla a las de la oni. Sus combates se habían reducido casi por completo a recibir golpes sin inmutarse, con una parsimonia que resultaba insultante, hasta acabar con todo de un único golpe. Todo sea dicho, más allá de sus capacidades físicas, no es que hubiera demostrado saber hacer mucha cosa, pero Camille se había fijado en un detalle importante: ninguno de sus golpes había errado. Era como si supiera esperar el momento idóneo hasta poder soltar un bombazo decisivo que acabase con los enfrentamientos. Y lo peor de todo es que lo hacía con una rapidez endiablada.

Estos dos no van a ser nada fáciles —le dijo al rubio cuando acabó la última ronda y ya solo quedaban ellos cuatro en el torneo—. Tienen que tenernos unas ganas increíbles, así que será mejor que tengamos cuidado.

Fue al poco de decir esto que Garnett hizo su propuesta, dando algunas indicaciones antes de ponerse a apartar las cajas que limitaban el escenario a patadas. No era lo habitual, aunque casi siempre el sargento se guardaba alguna sorpresa especial para las últimas rondas. En aquella ocasión, parecía que la final iba a decidirse en un combate por parejas, algo que tranquilizaba bastante a Camille. Ya habían demostrado en el adiestramiento que tanto Atlas como ella contaban con una sinergia envidiable, complementando las carencias del otro como si llevaran luchando juntos toda una vida. ¿El problema? Que posiblemente Frida y Tobías tuvieran algo similar. Algo que dedujo de la forma en la que respondieron a Garnett. No solo parecían dispuestos, sino que incluso dio la impresión de que hubieran recibido una buena noticia.

Cuando todo estuvo preparado, los contendientes se fueron situando en un punto central inexistente, pues ya no había escenario sobre el que combatir: todo el almacén sería su campo de batalla particular. Los demás participantes y espectadores del Torneo del Calabozo habían subido al nivel superior, amontonándose tras las barandillas como si de un palco se tratara. Nadie quería perderse el menor detalle de ese encuentro.

Frida escupió a un lado y les dedicó una mirada que, desde luego, no era de amistad y amor.

—No me voy a contener una mierda con vosotros —les dijo, y podía notársele la rabia en la voz.

Estaba enfadada, lo cual era bueno en parte. Sin embargo, si alguien sabía bien lo útil que podía ser canalizar la rabia en un combate, esa era Camille. No sabía si Frida sería capaz de algo similar, pero lo prudente sería tener cuidado. Y, aun así, la morena decidió que el mensaje tan solo sería contundente si les ganaban con todo.

Ya bueno —empezó, mostrando una sonrisa bravucona y socarrona que poco o nada cuadrarían en ella para cualquiera que la conociese, pero que pareció irritar a los otros dos—. ¿Y dónde quedó eso de aguantarte uno o dos puñetazos? Supongo que es eso que dicen por ahí: perra ladradora...

La mujer dio un paso al frente y la oni se puso en guardia. Tobías parecía bastante despreocupado con toda esa situación, pero pudo percibir en él un brillo malicioso de emoción. Parecía que habían picado el anzuelo. Tan solo esperaba que no fueran a arrepentirse de ello.

—¡Bien! Todo listo —Exclamó Garnett agarrado a una cadena que colgaba del techo, como un acróbata que danzaba por encima de la zona de combate aferrado a su cuerda— Ya sabéis, mismas reglas, solo que tenéis todo este espacio para vosotros. El combate termina cuando los dos miembros del equipo contrario queden fuera de combate o se rindan. Así que, sin más dilación... ¡Empezad!

Y, en el momento en que el sargento dio la señal, Tobías hizo algo que no había hecho hasta ese momento. Echó el puño hacia atrás y, en un rápido movimiento, lanzó un puño al aire que provocó que este vibrara y estallase en forma de onda, la cual se dirigió implacable contra la pareja de la L-42. Rápidamente, aunque no por ello menos sorprendida, Camille se posicionó frente a Atlas y lanzó un garrotazo que salió al cuento de ese ataque. El impacto fue brutal, hasta el punto de que se generó que sacudió a los presentes por un instante.

Casi instantáneamente, y sin que la oni tuviera hueco para reaccionar, Frida había saltado hasta elevarse por encima de todos y caía en picado para propinarle una brutal patada.
#24
Atlas
Nowhere | Fénix
A veces, cuando veía cómo el sargento se metía en el papel hasta fundirse completamente con él, me preguntaba si realmente llevaba a cabo aquel cometido por verdadero compromiso o porque le gustaba hacer el gamberro hasta el extremo sin consecuencias. Quizás hubiese un poco de las dos, pero algo me hacía sospechar que nunca lo admitiría. Colgado de la cadena del techo, dio el pistoletazo de salida y el Torneo del Calabozo vio comenzar su final en aquella edición.

La mole de pura fuerza que era Tobías lanzó un soberano golpe a distancia que Camille interceptó como pudo. La madera apartada por Garnett se estremeció y crujió como consecuencia de la agitación del aire que nos rodeaba. Los reclutas más inexpertos, los menos avezados en el combate y quienes aún no habían hecho ninguna misión mínimamente seria, retrocedieron por puro instinto al ver que allí sucedía algo que escapaba a sus capacidades.

No fue mi caso, por supuesto. Yo mantuve fija la vista en Tobías y en Frida, nuestros oponentes. El grandullón lucía una sonrisa de satisfacción en el rostro, sabiendo que, a pesar de haber sido repelido, su golpe había supuesto un auténtico desafío para la oni. Frida, por su parte, no se había quedado quieta. En una maniobra conjunta que con toda seguridad habrían puesto en práctica con anterioridad, la mujer dio un potente salto y cargó la pierna para intentar golpear a mi compañera.

Pero ése no sería el día en que no cubriese las espaldas de los míos.

Enarbolé mi intento de naginata y, al igual que habíamos hecho durante el entrenamiento hacía unas horas, rompí a correr hacia Camille. Cuando apenas quedaban un par de metros para alcanzar su posición y Frida ya iniciaba el descenso, me impulsé, apoyé un pie sobre su hombro y salté en dirección a nuestra oponente. Mi arma colisionó con el talón de su pie. La potencia que me llevaba hacia arriba se equiparó con la gravedad y la fuerza de la mujer, manteniéndonos a ambos en el aire durante unos breves segundos que a mis ojos se hicieron eternos. En ellos tuvo lugar un intenso cruce de miradas, una contraposición de objetivos, ambiciones y decisiones que dejó bien claro, por si ya no lo estaba, que Frida sólo se detendría si la obligábamos nosotros.

Finalmente comenzamos el descenso. El contacto entre mi arma y su pie desapareció y ambos aterrizamos casi al unísono. La mujer me lanzó una patada giratoria a una velocidad alarmante con la que pretendía golpearme en el lateral izquierdo de la cabeza. Era tremendamente rápida. Su pie dejaba un molesto zumbido tras de sí debido a la velocidad con la que era capaz de moverlo, pero en nosotros había dado con la horma de su zapato. Dejando caer el peso sobre mi rodilla izquierda para que no me pudiera desplazar, hice girar mi naginata improvisada para posicionarla en vertical en medio de la trayectoria de su ofensiva. Mi brazo al completo vibró, pero fui capaz de repeler el ataque. Cuando fui a contratacar realizando un tajo oblicuo, la mujer se alejó con suma agilidad y escapó de mi radio de acción.


En cualquier caso, no eran uno, sino dos. Acertar a Tobías debía ser mucho más fácil, así que aproveché que para Frida sería más difícil cubrirle ahora que se había apartado de mí y tomé la iniciativa. Propulsándome hacia delante, intenté propinarle algo similar a lo que sería una estocada en el abdomen, que fue seguida por un tajo horizontal a la altura del cuello. Sin embargo, a pesar de ser evidentemente lento en los desplazamientos, Tobías era cualquier cosa menos torpe. Interpuso su brazo derecho en el recorrido de mi primera ofensiva y se agachó para esquivar la segunda, obligándome a recular cuando lanzó un violento puñetazo hacia delante.

—Creo que esto no va a ser para nada sencillo —le dije a Camille tras posicionarme a su lado—. Saben lo que se hacen y se compenetran muy bien.
#25
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
Sus reflejos no habían dado de sí o, mejor dicho, su capacidad de reacción no había sido suficiente. De haber dependido únicamente de ella, Frida habría logrado encajarle un patadón en la cabeza con potencia suficiente como para, por lo menos, hacer que se tambalease. No, no solo eso. Era bastante probable que un golpe así dejado completamente fuera de juego a la oni. Ni ella ni su corpulento compañero eran personas al uso, algo que habían dejado claro en las últimas horas. Por suerte, era precisamente de que no dependiera todo de sí misma de lo que iba aquello; una demostración de lo que la colaboración con tus compañeros podía llegar a hacer.

Atlas no se había quedado clavado en el suelo esperando a que le dieran una soberana paliza. Tan raudo como lo había sido Frida, salió al encuentro de la mujer usándola a ella como trampolín, de forma similar a lo que habían hecho en el campo de entrenamiento la mañana anterior. El choque de ambos no fue tan salvaje como lo hubiera sido el suyo con Tobías, pero la tensión que se produjo en el aire en cuando entraron en contacto sí que llegó a sentirse similar. Con una agilidad que Camille podía llegar a envidiar, el rubio aprovechó para tantear el terreno con la mole de músculos que había lanzado aquella onda de choque. Bastaron unos segundos para que les quedase claro que, en esa ocasión, iban a tener que ir muy en serio si querían que el plan de Garnett funcionase como debía.

Echó un rápido vistazo a su compañero en cuanto le habló, volviendo a clavar después la mirada en sus oponentes.

Bueno, eso era algo que ya nos temíamos, ¿no? —Dio un par de pasos hacia el lateral, sopesando el garrote con ambas manos. Fue casi imperceptible, pero pudo percibir cómo el aparentemente despreocupado Tobías no le quitaba el ojo de encima a sus movimientos. Estaban tan en guardia como ellos—. Si fuera a haber sido sencillo, dudo que les hubiéramos hecho falta para esto. ¿Ponemos a prueba su coordinación?

La oni sonrió un poco, casi de una forma feral. No era ningún secreto que disfrutaba de un buen combate, si bien no se trataba de una persona violenta. Medir sus capacidades con alguien que pudiera seguirle el ritmo era, por lo general, algo que no ocurría muy a menudo. Sus nuevos compañeros de brigada eran de los pocos iguales que tenían el potencial suficiente para hacerlo, pero parecía que se había topado con nuevos ejemplos en el Torneo del Calabozo. ¿Serían suficientemente buenos? Por un lado, si pensaba en su futuro en la Marina, esperaba que no lo fueran. Por el otro, aquella noche se sentía con ganas de toparse con la horma de su zapato. Deseaba que fueran buenos.

Te abriré el camino —Reposicionó sus pies, preparándose para cargar—. Vamos a derribar esa torre.

De un momento a otro, Camille se lanzó hacia adelante dando largas zancadas. No era tan rápida ni ágil como Frida o Atlas, pero su tamaño compensaba esas carencias. Dudaba que la mujer fuera a ponérselo fácil, pero esperaba que picase el anzuelo. Tal vez, si veía cómo se lanzaba hacia ellos, su sola presencia fuera suficiente amenaza y distracción como para darle vía libre a Atlas. Tan solo necesitaba que fijasen su atención en ella.

«A ver de qué estáis hechos», les dijo únicamente en su cabeza, con un resplandor rojizo en la mirada. Tobías dio un paso al frente, preparándose para el choque. Echó el brazo hacia atrás mientras Camille preparaba un nuevo garrotazo haciendo lo propio. Vio por el rabillo del ojo cómo Frida buscaba flanquearla mientras esto ocurría y entonces, en el último momento, viró hacia un lado y lanzó el garrotazo en dirección a la mujer. Atenta como estaba, aunque consiguió sorprenderla, la mujer fue lo suficientemente rápida como para encogerse en el sitio y que el trozo de madera le pasase por encima. Aún girando, la oni aprovechó la inercia del movimiento para desplazarse como si de una gigantesca peonza se tratara, soltándole un garrotazo a Tobías que fue capaz de desviar con la mano desnuda. Dos ataques infructíferos que parecían haber errado sus objetivos, aunque no del todo: Ahora tenía toda su atención.

En el momento en que su arma fue repelida por la mano del grandullón, Camille la soltó y se inclinó hacia delante, buscando su centro de gravedad. Extendió los brazos hacia los lados y le rodeó por las piernas, cortas en comparación con su musculoso torso, placándole en el proceso para desestabilizarle mientras le alzaba del suelo. El tío pesaba como pocas cosas que la recluta hubiera levantado con anterioridad, pero no tanto como para derrotar su fuerza salvaje. Un par de pasos hacia delante y ambos cayeron con fuerza sobre el frío y duro suelo del almacén.

Se irguió un poco sobre Tobías, descargando con contundencia un puñetazo que el grandullón detuvo sin mucha dificultad, más allá de la que suponía tener a una oni de casi tres metros encima, claro. Su especialidad no era el combate sin armas precisamente, así que tampoco esperaba conseguir mucho con eso. Lo único que buscaba era retener al hombretón y, con algo de suerte, que Frida se enfocase en ella.
#26
Atlas
Nowhere | Fénix
Sí, Camille estaba disfrutando del momento como una niña pequeña. En mi interior, por otro lado, se mezclaban emociones. Por un lado, siempre estaba bien encontrar un desafío en el que medir las capacidades que de otro modo podrían quedar aletargadas de manera indefinida. Eso estaba muy bien, pero si dijese que no me inspiraba una pereza tremenda mentiría como un bellaco. Le debía un gran favor a Garnett y a la capitana Montpellier, el cual seguramente se traduciría en una deuda de gratitud eterna. Era perfectamente consciente de que lo que hacía allí era de las conductas más beneficiosas que llevaría a cabo en mi vida. Combatía junto a una amiga hombro con hombro. Todo eso, pero la cama era la cama. En lo más profundo sólo quería terminar cuanto antes y marcharme a dormir. Eso, curiosamente, era un aliciente tremendo para esforzarme al máximo en aquel enfrentamiento.

—Me parece bien —respondí a Camille—. Creo que lo más rápido es demoler los cimientos, ¿no?

Efectivamente, a por los cimientos fue. Como una avezada zapadora, Camille blandió su arma para obligar a nuestros oponentes a tener que defenderse de algún modo de ella y, cuando la intención de estos estaba completamente centrada en la maza, la lanzó por los aires para arrojarse sobre Tobías.

Frida y el corpulento marine estaban completamente centrados en la oni, así que aproveché para hacer mi movimiento. Lejos de lanzarme como un poseso hacia uno de ellos, prioricé mantener la superioridad que Camille había generado. En consecuencia, mi primer desplazamiento fue siguiendo la trayectoria del arma que mi compañera había arrojado. ¿Que para qué? Para devolvérsela, claro. Tenía la ventaja de la posición sobre Tobías. Si le daba su arma, en cierto modo pretendía aumentar las posibilidades de que mantuviese al grandullón inmovilizado.

Conseguí aferrarla antes incluso de que tocase el suelo. Frida se interponía entre Camille y yo, aunque de espaldas a mí y con su atención centrada en su compañero y la oni. La oportunidad era difícil de mejorar, puesto que iba a obligarla a tener que elegir entre que Camille recibiese su arma de vuelta y llevarse un buen correctivo.

—¡Camille! —exclamé intencionadamente después de lanzar la maza en dirección a la oni y asegurarme de que Frida estuviese en la trayectoria. Acto seguido, dio un violento salto hacia delante siguiendo el recorrido del arma.

Tenía que elegir, y lo hizo. Al verme detrás de la maza, con el arma cargada y dispuesto a propinarle un soberano golpe en el costado, Frida optó por hacerse a un lado y dejar la maza pasar para centrarse en mí. Empleó su codo para detener la trayectoria de mi golpe y, acto seguido, me lanzó una patada ascendente en dirección al mentón. La esquivé por milímetros, lo que me obligó a retroceder para, esta vez sí, llevarme un buen golpe en el abdomen.

—Creía que ibas a dar más de ti —dijo con sorna.

—He dado lo que quería a quien quería —respondí en tono burlón al tiempo que me ponía de nuevo en guardia y hacía una señal con la cabeza en dirección a Camille—. Podemos continuar.

Sin decir nada más, alcé de nuevo mi arma e intenté propinar el equivalente en madera a un tajo vertical que buscaba golpear su hombro derecho. No obstante, la mujer se separó algunos metros hacia atrás para evitar el impacto. Sin embargo, no calculó que había ido a parar peligrosamente cerca de Camille.

—Uno nunca sabe de dónde pueden venir los golpes, ¿no? —pregunté en un intento por distraerla y que no se diese cuenta de la posición que ocupaba. Al mismo tiempo, cargué de nuevo un golpe albergando la esperanza de que la oni hubiera reparado en la situación. Si detectaba alguna señal por su parte, continuaría con mi treta y fingiría prestarme a golpear a Frida para, en el último momento, dejar que fuese Camille quien lo hiciese y yo, aprovechando que Tobías también estaría enfrascado en reaccionar a las acometidas de mi compañera, alcanzarle en medio del pecho con un tajo descendente con mi arma. No se me ocurría mejor forma de poner a prueba su coordinación.
#27
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
No estaba consiguiendo mucho pese a estar sobre Tobías; quedaba claro que, desprovista de sus armas, en una condición de igualdad de fuerza no tenía nada que hacer contra quien supiera usar los puños. Y joder, vaya si era fuerte el grandullón. Daba igual lo mucho que golpease o lo salvajemente que lo hiciera, su guardia no cedía. Uno de cada cinco puñetazos lograba evadir sus antebrazos, pero lo hacía de forma tan torpe y con un ángulo tan desviado que apenas suponía un roce en el rostro de su adversario. De todos modos, aunque pudiera resultar frustrante, Camille estaba logrando su objetivo. Ganar tiempo y conservar el foco sería, en ese combate, su prioridad.

No tuvo que esperar demasiado antes de que su esfuerzo diera los frutos previstos. Atlas aprovechó la situación que había generado para valerse del despiste de Frida y hacerle escoger: impedir que la oni recuperase su arma o evitar llevarse una tunda. Apenas pudo ver algo por el rabillo del ojo cuando el rubio clamó su nombre, pero fue suficiente como para vislumbrar la decisión de la mujer. Su sonrisa se ensanchó.

Casi al mismo tiempo que echaba el brazo hacia atrás y extendía la mano para tomar al vuelo su garrote, Tobías logró echarse un poco hacia atrás y, pese a lo paticorto que era, empujarla con ambos pies para quitársela de encima. Por suerte, fue capaz de recuperar su arma antes de que esto sucediera y, mientras el hombretón trataba de erguirse todo lo rápido que podía para seguir el combate, Camille había quedado en una posición muy ventajosa. No para enfrentarse a él, sino para lidiar con su molesta compañera. Frida, tras los intercambios que había llevado a cabo con el rubio, distraída aún por culpa de ese ego que le impedía rechazar cualquier bravatada o provocación, no se dio ni cuenta de lo cerca que tenía a la recluta.

Inspiró y relajó los músculos de sus brazos, casi como dejándolos caer mientras los llevaba hacia atrás. Sus ojos carmesíes se clavaron en la espalda de Frida. ¿Era honorable lo que estaba a punto de hacer? Por supuesto que no. ¿Le importaba? Ni mucho menos. El honor no era algo que esa gente fuera a respetar. Debían mostrarles fuerza, ser más despiadados que ellos incluso y, cuando les hubieran enseñado que aquella actitud arrogante no les serviría con cualquiera, tenderles una mano amiga que les ofreciera una solución. Mostrarles un propósito que fuera más allá de satisfacer sus propios egos. Tobías abrió la boca, profiriendo un grito de advertencia hacia su compañera que, por desgracia para ella, llegó demasiado tarde. Frida apenas fue capaz de ladear un poco la cabeza, abriendo mucho los ojos en el momento en que se dio cuenta de su situación. Camille tensó nuevamente los brazos y, como si de un latigazo se tratara, los desplazó rápidamente hacia delante para lanzar un envite descomunal.

El aire silbó en aquella fracción de segundo que duró el recorrido de la maza, concluyendo con el sonoro «pum» producido por su choque contra la espalda de la novata. Frida era ligera, de modo que su desplazamiento fue inevitable. Salió por los aires tras soltar un agudo gemido de dolor y recorrió el almacén hasta llegar al extremo opuesto de la sala, estampándose contra el muro después de haber atravesado varias cajas vacías que había por allí desperdigadas.

—¡Frida! —rugió Tobías, ya de pie, mirando alternativamente el lugar del impacto y a la oni. Finalmente se centro en esta, lanzándose hacia delante mientras gritaba como un energúmeno—. ¡Vais a pagar por esto!

Camille se giró y soltó su arma hacia un lado, abriendo un poco los brazos y flexionando las piernas mientras se preparaba para el choque. Sabía que no podía apartarse a tiempo ni evadir a su oponente: al igual que Frida, el precio a pagar por aquel ataque sorpresa era quedarse igual de expuesta. Sin embargo, había algo con lo que la recluta contaba que su homónima no: confiaba en su resistencia pero, sobre todo, confiaba en Atlas.

Tobías lanzó un puñetazo muy similar al del principio del combate, aunque esta vez no golpearía el aire sino directamente a ella. Lejos de intentar bloquearlo, Camille centró sus esfuerzos y atención en aquel brazo y recibió el ataque de lleno. Notó cómo el puño se le hundía en el estómago, y también notó cómo la fuerza del impacto se transmitía por su interior hasta llegarle a la espalda y salir de su cuerpo. Perdió la respiración y abrió la boca, escupiendo un poco sin pretenderlo. Envolvió justo en ese instante el brazo del grandullón con los suyos, haciéndole una presa que no estaba dispuesta a liberar.

—¡Atlas...! —Rugió, aún con la voz entrecortada y sintiendo la falta de aire—. ¡AHORA!
#28


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