Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
Ayer, 06:43 AM
El hombre que sostenía a la niña sonrió con malicia ante la amenaza de Asradi, aunque una pizca de sudor perlaba su frente. No era un idiota; sabía que la sirena era peligrosa. Pero ahora tenía la ventaja, y estaba decidido a explotarla. El cuchillo permanecía firmemente presionado contra el cuello de la niña, quien, paralizada por el terror, apenas se atrevía a respirar. —¿Arrepentirme?—Repitió con una sonrisa cínica, sus ojos brillando con desprecio mientras ignoraba la súplica en los ojos de Asradi— Vamos, sirenita, no me hagas reír. No estás en posición de exigir nada. — Pero lo estaba haciendo, muchas veces el exceso de confianza era el peor enemigo. Con una mano, sacó un den den mushi pequeño de su cinturón, un dispositivo rudimentario y de aspecto mal cuidado. Sus movimientos eran torpes pero eficientes. —Chicos, necesito refuerzos. La pesca de hoy resultó ser más valiosa de lo esperado. Estoy en el callejón detrás del templo. Y no vengan con las manos vacías. Necesito una red fuerte, ya saben, de las buenas. —Dijo en un tono casi casual, como si estuviera ordenando el almuerzo.
Asradi observaría con impotencia cómo hablaba, sus palabras reavivando un fuego de ira en su interior. El hombre guardó el den den mushi y dirigió una sonrisa burlona a la sirena. ¿La vida de la niña valía la pena? — Ahora, bonita, lo mejor que puedes hacer es quedarte ahí quietecita. Porque si no, esta niña ... —Arrastró la palabra, presionando el cuchillo un poco más cerca del cuello de la pequeña—No verá otro amanecer.— La pobre niña empezó a llorar, lo contrario a su madre, que estaba completamente desorientada tirada en el suelo. Antes de que Asradi pudiera decidir cómo reaccionar, el callejón comenzó a llenarse de un ruido creciente. La festividad de Sumpa había alcanzado su punto álgido, y una procesión de bailarines y músicos con trajes coloridos y tambores rítmicos se adentró incluso en aquel rincón olvidado de la ciudad. El ambiente se llenó de vítores, risas y cánticos mientras el gentío se movía de un lado a otro.
El hombre sonrió de nuevo, esta vez con una chispa de triunfo en los ojos. — Gracias, Sumpa. —Murmuró antes de aprovechar el caos. Con movimientos rápidos y calculados, se sumergió en la multitud, llevando a la niña consigo. La pequeña intentó gritar, pero el hombre cubrió su boca con una mano áspera mientras mantenía el cuchillo peligrosamente cerca. — ¡No! — Gritó la madre de la criatura, lanzándose hacia ellos, pero la corriente de personas que celebraban la festividad hizo imposible seguirlos de inmediato. Los músicos y danzantes no parecían notar el peligro, y su frenesí festivo dificultaba cualquier intento de avanzar rápidamente.
Los "amigos" de la banda de aquel muchacho habían dirigido una de las procesiones hacia el callejón. Eran una red más bien formada de lo que parecía (tampoco mucho, pero más que cuatro mataos, igual son más mataos). Perderías de vista a la niña, quedándote en el callejón con la madre y el jaleo alrededor. En tu mano estaba consolar a la madre y seguir a lo tuyo o continuar esta aventura a ver dónde terminar.
Asradi observaría con impotencia cómo hablaba, sus palabras reavivando un fuego de ira en su interior. El hombre guardó el den den mushi y dirigió una sonrisa burlona a la sirena. ¿La vida de la niña valía la pena? — Ahora, bonita, lo mejor que puedes hacer es quedarte ahí quietecita. Porque si no, esta niña ... —Arrastró la palabra, presionando el cuchillo un poco más cerca del cuello de la pequeña—No verá otro amanecer.— La pobre niña empezó a llorar, lo contrario a su madre, que estaba completamente desorientada tirada en el suelo. Antes de que Asradi pudiera decidir cómo reaccionar, el callejón comenzó a llenarse de un ruido creciente. La festividad de Sumpa había alcanzado su punto álgido, y una procesión de bailarines y músicos con trajes coloridos y tambores rítmicos se adentró incluso en aquel rincón olvidado de la ciudad. El ambiente se llenó de vítores, risas y cánticos mientras el gentío se movía de un lado a otro.
El hombre sonrió de nuevo, esta vez con una chispa de triunfo en los ojos. — Gracias, Sumpa. —Murmuró antes de aprovechar el caos. Con movimientos rápidos y calculados, se sumergió en la multitud, llevando a la niña consigo. La pequeña intentó gritar, pero el hombre cubrió su boca con una mano áspera mientras mantenía el cuchillo peligrosamente cerca. — ¡No! — Gritó la madre de la criatura, lanzándose hacia ellos, pero la corriente de personas que celebraban la festividad hizo imposible seguirlos de inmediato. Los músicos y danzantes no parecían notar el peligro, y su frenesí festivo dificultaba cualquier intento de avanzar rápidamente.
Los "amigos" de la banda de aquel muchacho habían dirigido una de las procesiones hacia el callejón. Eran una red más bien formada de lo que parecía (tampoco mucho, pero más que cuatro mataos, igual son más mataos). Perderías de vista a la niña, quedándote en el callejón con la madre y el jaleo alrededor. En tu mano estaba consolar a la madre y seguir a lo tuyo o continuar esta aventura a ver dónde terminar.