Alguien dijo una vez...
Iro
Luego os escribo que ahora no os puedo escribir.
[Aventura] El lamento de Hinokami [T.4.]
Lemon Stone
MVP
El calor en la Isla Rudra es abrasador, pero encontrar refugio bajo la sombra de una palmera resulta sorprendentemente reconfortante. La brisa templada que llega desde el océano también alivia un poco, especialmente en esas zonas más sensibles. Aquí, la mayoría de los isleños visten tangas decoradas con plumas exóticas. Si deciden sumarse a esta moda local, no seré yo quien se oponga; al menos estarán más frescos.

Las razones que los han traído a la Isla Rudra son suyas, aunque les aseguro que es un lugar maravilloso para relajarse y tomarse unas vacaciones. Bueno, lo sería de no ser por los constantes temblores que sacuden la isla varias veces al día. A veces, incluso se escuchan rugidos profundos, como si un gigante atrapado en el corazón de la isla luchara por liberarse. Hasta ahora, estos temblores no han causado mayores daños: las construcciones resisten y solo ha habido unos pocos lesionados. Pero nadie sabe cuánto más puede durar esta calma aparente.

Los isleños creen que Hinokami, una deidad volcánica, está enfurecido. Según ellos, han hecho algo para ofenderlo y necesitan usar el Artefacto Sagrado para calmar su ira. ¿Es esto real o simple superstición? Eso queda a su juicio. Lo que sí es cierto es que el Artefacto Sagrado es un objeto intrigante que bien podría ser... "tomado prestado" por un tiempo. Sin embargo, su ubicación exacta es un misterio que solo unos pocos conocen. Entre ellos están Makano, el líder de los Wandara, y Santana, un radical supremacista que desprecia a la humanidad, a la que llama "seres inferiores". Makano está demasiado ocupado para atenderlos, y Santana no es precisamente amigable.

Por si fuera poco, corren rumores de que Santana planea liderar un ataque contra la tribu del norte para quedarse con sus territorios. Sin embargo, para que esto ocurra, al menos ocho de los diez miembros de los Wandara tendrían que estar de acuerdo, y la mitad de ellos sigue leal a Makano, quien insiste en respetar el acuerdo territorial con los gatos monteses. Además, Maka, la líder de la tribu del norte, es considerada una especie de avatar de los dioses, y desafiarla podría agravar aún más la supuesta ira de Hinokami.

Dicho esto, ¿por qué deberían involucrarse en los problemas de los isleños? Podrían dedicar unos días a disfrutar de los paisajes únicos de la Isla Rudra: ríos de lava, pozas de agua turquesa escondidas en la selva, y la tranquilidad que tanto necesitan. Eso sí, tal vez no puedan ignorar la misteriosa luz incandescente que se ve en la cima del volcán cada noche...
#1
Derian Markov
Lord Markov
Rudra, día 70 de verano, año 724.
Costa sur de Rudra, ocho de la mañana.

La propuesta de viajar a Rudra había sido tan exótica como intrigante. Había recibido una carta de Mayura informándole que se dirigía a aquella isla y su intención de inmiscuirse en unos asuntos locales. Parecía ser que el volcán de la isla había entrado en un periodo de actividad y los supersticiosos lugareños creían que era obra de su dios, Hinokami. Derian no negaba la existencia de los dioses, pero si estos realmente se inmiscuían tanto en los asuntos de los mortales como aseguraban los más fanáticos, el conde aún tenía que verlo por sí mismo. Por ahora, la realidad le había demostrado todo lo contrario. Cuando los fanáticos aseguraban que algo era un acto de gracia divina, solía haber una explicación racional detrás. Claro está que el propio pirata no podía negar la posibilidad de que los dioses se sirviesen de la propia naturaleza, pero si ese era el caso, entonces no había manera de decir cuándo algo era obra de una deidad y cuándo del propio curso natural. Y si eso era como ocurrían las cosas, ¿merecía la pena realmente intentar discernirlo?

Sin embargo, Derian no tenía prisa por sacar de su error a los ignorantes. Las presas supersticiosas son predecibles y manipulables. Podía hacérseles danzar bajo los hilos de un titiritero hábil. Mayura le había mencionado que parecían creer que un artefacto sagrado salvaría a la tribu. Si esa era su creencia, podían intentar utilizarla para forzarles a hacerles un pago desorbitado, establecer su dominio sobre la tribu o, si era un objeto valioso, simplemente quitárselo y robarles su esperanza. La gente sin esperanza son presas fáciles también. En cualquier caso, disfrutaría de aquella cacería.

Había preparado a conciencia aquel viaje. Una túnica oscura y holgada para el calor, más pensada para el desierto pero también buena para contener el calor húmedo de Rudra, hasta cierto punto. A eso se le sumaba un tagelmust, una prenda consistente en un turbante y un velo que cubre todo el rostro salvo los ojos, también buena para protegerse del sol y el calor. Aquel tagelmust en concreto había sido de su tío abuelo Rezvan, era una reliquia familiar que se había llevado consigo al partir de Ivansk. Vestido con esas ropas, con el velo destapado y con sus fieles espadas colgadas del cinto, partió de la Vela de Plata hacia la playa sobre un bote, llevado por dos de sus marineros. Junto a él llevaba también, engrilletado y con una cadena, a su desayuno. Un esclavo humano que había adquirido en el Inframundo como aperitivo de emergencia. Había llevado dos más con él desde Kilombo, pero sus predecesores estaban ya reposando en el fondo del mar. Se trataba de un hombre joven de piel bronceada y pelo castaño rojizo, vestido con harapos. En el cuello llevaba un grillete firmemente ajustado con un pequeño grifo. El borde de la tubería estaba ensangrentado. El conde sujetaba firme pero con el brazo relajado la cadena. En la otra mano llevaba una jarra de peltre con la sangre de su víctima.

- Volved al barco y esperad mi señal - ordenó a sus hombres una vez en tierra. Bajó del bote y dio un suave tirón de la cadena para darle prisa a su esclavo. Apuró el último sorbo de sangre y se colgó la jarra del cinturón. Ahora todo lo que quedaba era esperar a que llegase Mayura y echar a caminar hacia el norte de la isla, en busca del poblado de lugareños. Se preguntó qué costumbres tendría aquella gente respecto a la esclavitud. A lo mejor debía esconder o matar a su esclavo antes de llegar para evitar un recibimiento hostil.

Personaje


inventario
#2
Mayura Pavone
El Pavo Real del Oceano
El sol abrasador de Rudra brillaba intensamente sobre la costa, haciendo que cada grano de arena resplandeciera como si estuviera cubierto de polvo de oro, permitiendo a los presentes disfrutar de un bronceado completo gracias al sol y su reflejo tanto en la arena como en el mar. Sin embargo, la figura que avanzaba con paso lento y confiado por la playa parecía brillar aún más, no solo por el reflejo del sol en su elegante bata de seda verde con diseños tribales dorados de pavo real, sino por la energía casi teatral que emanaba de él, cada paso era tan escandaloso que era difícil diferenciar si estaba caminando en la playa o en una pasarela.
 
Mayura, el Pavo Real del Océano, había llegado a Rudra hace unos días, no solo con la intención de investigar los rumores sobre Hinokami y el Artefacto Sagrado, sino también de, como siempre, dejar una marca indeleble en aquellos que tuvieran la suerte (o desgracia) de cruzarse en su camino. ¡Ademas, era la excusa perfecta para unas vacaciones! O al menos así interpretaba el andar bajo el sol con, tener un bronceado consistente y disfrutar de las actividades locales, sobre todo cuando involucraban tan poca ropa como la que llevaba puesta ahora. Solo lamentaba una cosa… no poder disfrutar del mar, aunque era irrelevante comparado con todo lo mencionado anteriormente.
 
El Pavo Real del Océano sin duda estaba en sus aguas, vestía con una simplicidad perfectamente engañosa y capaz de mezclarse entre cualquier local como un simple turista. Así es, llevaba unas tangas de vivos colores decoradas con plumas exóticas que recordaban a un Pavo Real y que se mecían con cada paso teatral, y una bata de seda ligera que, aunque parcialmente cerrada, dejaba entrever su torso definido y bronceado por el sol. Atadas a su cintura, sus tres katanas descansaban en sus vainas, flanqueadas por dos dagas que parecían más decorativas que funcionales, aunque aquellos que conocían a Mayura sabían que hasta el accesorio más insignificante podía convertirse en un arma letal en sus manos.
 
El calor era sofocante, pero Mayura caminaba con la gracia de alguien que parecía inmune a las incomodidades de un clima caliente. ¿Acaso su cuerpo era aún más caliente? No había duda, cada paso suyo era una declaración de intenciones, cada movimiento de su bata al viento, una coreografía cuidadosamente ensayada. Sus ojos grises siempre alerta, observando cada detalle del paisaje y de las miradas y caras volteadas que provocaba en los locales mientras se acercaba al punto de encuentro que había acordado con su acompañante.
 
A la distancia, la figura de Derian se hacía visible, junto con el esclavo encadenado que lo acompañaba. La imagen contrastaba marcadamente con la exuberancia de Mayura; Derian, envuelto en su túnica oscura y su tagelmust, parecía una sombra que había emergido del desierto para desafiar el brillo del día. Pero Mayura no estaba impresionado; si algo sabía hacer bien, era ser el centro de atención, incluso cuando compartía escenario con alguien tan imponente como Derian. — ¡Querido Derian! — Exclamó a lo lejos con una sonrisa radiante, extendiendo los brazos como si estuviera dando la bienvenida a un viejo amigo en una fiesta exclusiva. — Veo que tu sentido de la moda sigue siendo tan... olvidado.  Aunque, debo decir, esos colores oscuros deben ser un auténtico desafío en este clima. — Su tono seductor era imposible de ser controlado, siempre que veía a Derian solo podía recordar aquella escena, para Mayura había sido extremadamente excitante y con el clima caluroso y euforia de las vacaciones pues, por ahí dicen que todo se intensifica. Mayura dejó que su mirada recorriera al esclavo encadenado antes de volver a fijarla en Derian, con una expresión mezcla de curiosidad y desdén. — Y veo que no has venido solo, así me gusta. ¡Vamos únanse a la fiesta! — exclamó desabotonando su único botón de la túnica y alzando sus brazos al aire mientras el viento ondeaba su pelo y su bata, dejando su hermoso cuerpo al descubierto.
 
Sin esperar respuesta, se reincorporó y acercó más, dejando que su bata siguiera ondeando con el viento con un movimiento que parecía casual pero claramente estaba calculado para impresionar. — Ahora, querido, cuéntame. ¿Qué sabes de este Hinokami? ¿Crees que es un simple capricho de la naturaleza, o podría haber algo más... interesante detrás de estos rumores? — Sus palabras eran ligeras, pero sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y determinación. Mayura nunca dejaba pasar una oportunidad para un buen espectáculo, y la idea de desentrañar los secretos de Rudra, ya fuera robando el artefacto sagrado o simplemente manipulando a los isleños para obtener ventaja, era demasiado tentadora para ignorarla.
 
Rápidamente y sin esperar respuesta, Mayura se inclinó ligeramente hacia Derian, su voz descendiendo a un tono casi conspirativo. — Y, más importante, espero que esta vez me invites a participar en tu pequeño juego, sabes que no me gusta perderme el espectáculo principal. — Una sonrisa eufórica y con un sutil sadismo se dibujaba en el rostro de Mayura mientras sus ojos grises recorrían al esclavo de pies a cabeza, pensando en lo guapo que se vería sin esos harapos, solo con una tanga perfecta y un ligero baño, con suerte podría jugar con la comida de su compañero antes de que este hiciera suele hacer siempre… drenarlas.  No había duda, los dos tenían estilos diametralmente opuestos, pero su presencia juntos en aquella isla prometía crear un caos tan vibrante como peligroso. Aun así, sentía que algo o alguien faltaba, pero estaba tan concentrado en Derian y su comida, que no podía concentrarse en ello.

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#3


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