Alistair
Mochuelo
Ayer, 09:54 PM
Acero contra acero, una colisión titánica que produjo la aparición de chispas cuando cada respectivo trozo de metal afilado chocó contra su homónimo, un pulso que ninguno cedió hasta el final definitivo de aquel último intercambio. Debía admitir que, dentro de cuán corta había tenido que convertir la experiencia, había disfrutado el intercambio que había conseguido con la Oni. Un cruce de armas que consiguió sacudir los cimientos debajo de ellos, y que si en algún futuro conseguían replicarlo -quizá en una isla diferente, o quien sabe, quizá conseguirían reencontrarse en Kilombo en alguna futura ocasión donde coincidieran-, seguramente traería consigo movimientos tectónicos que la población confundiría con terremotos. Temía perturbarle el día a alguien de esa manera, pero una parte de él anhelaba vivir la causa de los falsos fenómenos de la naturaleza.
Tal era la adrenalina recorriendo sus venas que, de hecho, se había olvidado por unos segundos que tenía una herida de gran extensión atravesándole el pecho. Nada demasiado profundo como para preocuparse por una hemorragia que pudiera poner en riesgo inmediato su vida, o que siquiera pasaría mas que unos cuantos segundos abierta antes de que la sangre saliendo de su cuerpo coagulara y quedara rudimentariamente sellada para prevenir el desangramiento, pero un médico debía velar por cada daño que un cuerpo recibiera, por pequeño o insignificante que pudiera parecer; una regla que valía el doble si se trataba de él mismo, no porque se asignara importancia de más sino porque un médico debía de ser un ejemplo de buena salud para otros. Ignorar sus propios cuidados, en beneficio del intercambio con la Oni, sería una mala práctica de manual.
Rió con la chica tan pronto escuchó la carcajada. — ¡A mi también me ha parecido bastante divertido! Ha sido una experiencia enriquecedora, y que tienes mi palabra será mas duradera cuando llegue el día en que pueda repetirse. En cuanto a la herida... — Bajó su mirada e inclinó su cuerpo ligeramente hacia atrás, examinándose como pudo la herida; juzgando por la sensación y por lo que veía, tal y como ya había diagnosticado previamente, no se trataba de nada que ameritara cuidados intensivos. Incluso hilos de sutura sería levantar la proporción de los cuidados mas allá de lo necesario. Con unos días de reposo y buena higiene tendría suficiente y de sobra. — No creo que debas preocuparte por ello, he vivido con heridas mucho peores que esta. No es para nada cómodo, pero no es suficiente para derribarme. — Una herida nueva diaria era un pan de cada día en la vida de un revolucionario, aunque su resiliente cuerpo lunarian se encargaba de sanarlas de manera impecable, sin dejar rastro de que alguna vez estuvieron allí.
Siguiendo el ejemplo de la chica, sus armas regresaron a su punto de reposo: Sus fundas. Primero empezando por las dos que sostenía entre sus manos, deslizándolas lentamente hasta que produjeran esa sensación de encajar la zona inmediatamente siguiente de la guarda en el filo dentro de la funda, sosteniendo sus posiciones dentro de ésta. Habiendo enfundado previamente la que sujetaba firme entre sus dientes, las tres espadas volverían a su resguardo seguro.
Una propuesta interesante para el emplumado no tardaría en hacerse presente. Una que, debía admitir, sonaba tentadora por sí misma. Tener a un aliado adicional en medio de una tarea que requiriera la intervención de la fuerza física siempre era una utilidad que se rehusaba a despreciar, y si se trataba de alguien capaz de valerse por sí misma, era todavía mejor. Tan solo tenía que pensar las oportunidades en la que las habilidades de la Oni pudieran jugar a favor, siendo sus deberes como Revolucionario mucho mas centrados a la liberación y la defensa de otros que la cacería en cualquiera de sus formas.
— Me halagas. ¡Sí, seguro! Juntar filos contigo suena como una tarde productiva, así que si surge la ocasión en que me necesites, estoy dispuesto a ayudar en lo que sea que funcione en beneficio de los demás. Y espero que lo contrario también aplique. — Recibió el número del Den Den Mushi que la chica le entregó y, cuando ella hizo el ademán del puño, chocaría el propio con el de ella en un gesto amistoso que -cómo podría faltar- acompañó con una sonrisa amplia y una risa suave escapando de entre sus dientes.
Era un vínculo de amistad que había nacido por un intercambio entre guerreros, y que se había afianzado por el choque de sus espadas. Ninguna amistad empezaba mejor que aquella capaz de intercambiarse hostias como panes, y luego darse la mano como si nada hubiese pasado.
Tal era la adrenalina recorriendo sus venas que, de hecho, se había olvidado por unos segundos que tenía una herida de gran extensión atravesándole el pecho. Nada demasiado profundo como para preocuparse por una hemorragia que pudiera poner en riesgo inmediato su vida, o que siquiera pasaría mas que unos cuantos segundos abierta antes de que la sangre saliendo de su cuerpo coagulara y quedara rudimentariamente sellada para prevenir el desangramiento, pero un médico debía velar por cada daño que un cuerpo recibiera, por pequeño o insignificante que pudiera parecer; una regla que valía el doble si se trataba de él mismo, no porque se asignara importancia de más sino porque un médico debía de ser un ejemplo de buena salud para otros. Ignorar sus propios cuidados, en beneficio del intercambio con la Oni, sería una mala práctica de manual.
Rió con la chica tan pronto escuchó la carcajada. — ¡A mi también me ha parecido bastante divertido! Ha sido una experiencia enriquecedora, y que tienes mi palabra será mas duradera cuando llegue el día en que pueda repetirse. En cuanto a la herida... — Bajó su mirada e inclinó su cuerpo ligeramente hacia atrás, examinándose como pudo la herida; juzgando por la sensación y por lo que veía, tal y como ya había diagnosticado previamente, no se trataba de nada que ameritara cuidados intensivos. Incluso hilos de sutura sería levantar la proporción de los cuidados mas allá de lo necesario. Con unos días de reposo y buena higiene tendría suficiente y de sobra. — No creo que debas preocuparte por ello, he vivido con heridas mucho peores que esta. No es para nada cómodo, pero no es suficiente para derribarme. — Una herida nueva diaria era un pan de cada día en la vida de un revolucionario, aunque su resiliente cuerpo lunarian se encargaba de sanarlas de manera impecable, sin dejar rastro de que alguna vez estuvieron allí.
Siguiendo el ejemplo de la chica, sus armas regresaron a su punto de reposo: Sus fundas. Primero empezando por las dos que sostenía entre sus manos, deslizándolas lentamente hasta que produjeran esa sensación de encajar la zona inmediatamente siguiente de la guarda en el filo dentro de la funda, sosteniendo sus posiciones dentro de ésta. Habiendo enfundado previamente la que sujetaba firme entre sus dientes, las tres espadas volverían a su resguardo seguro.
Una propuesta interesante para el emplumado no tardaría en hacerse presente. Una que, debía admitir, sonaba tentadora por sí misma. Tener a un aliado adicional en medio de una tarea que requiriera la intervención de la fuerza física siempre era una utilidad que se rehusaba a despreciar, y si se trataba de alguien capaz de valerse por sí misma, era todavía mejor. Tan solo tenía que pensar las oportunidades en la que las habilidades de la Oni pudieran jugar a favor, siendo sus deberes como Revolucionario mucho mas centrados a la liberación y la defensa de otros que la cacería en cualquiera de sus formas.
— Me halagas. ¡Sí, seguro! Juntar filos contigo suena como una tarde productiva, así que si surge la ocasión en que me necesites, estoy dispuesto a ayudar en lo que sea que funcione en beneficio de los demás. Y espero que lo contrario también aplique. — Recibió el número del Den Den Mushi que la chica le entregó y, cuando ella hizo el ademán del puño, chocaría el propio con el de ella en un gesto amistoso que -cómo podría faltar- acompañó con una sonrisa amplia y una risa suave escapando de entre sus dientes.
Era un vínculo de amistad que había nacido por un intercambio entre guerreros, y que se había afianzado por el choque de sus espadas. Ninguna amistad empezaba mejor que aquella capaz de intercambiarse hostias como panes, y luego darse la mano como si nada hubiese pasado.