Odinson D. Shizu
Asesina de Espadas
Hace 5 horas
En la base naval G-23, situada en la isla Kilombo, la brisa del océano arrastraba nubes dispersas mientras las olas golpeaban suavemente las enormes rocas que bordeaban la costa. La gran instalación naval era una mezcla de actividad febril, ya que en su interior los oficiales se desplazaban de un lado a otro, con un aire de urgencia que solo se siente cuando se enfrenta a una crisis inminente. Entre ellos se encontraba la joven Alférez Odinsón D. Shizu, una gigante que, a pesar de su tamaño descomunal, había logrado ganarse su lugar en la Marina gracias a sus habilidades de herrera y su gran sentido de la justicia.
El motivo de su presencia en ese día específico no era precisamente la de ocupar su puesto habitual en las filas de la Marina, sino que había sido solicitada para una tarea que, aunque fuera más humilde, representaba un desafío considerable para ella. La falta de armas para los nuevos reclutas era crítica, y la rápida expansión de la flota en la isla había dejado a las armerías completamente vacías. En un momento de necesidad, la inteligencia de la base naval había identificado el talento de Shizu como la única solución viable, dada su maestría en la forja de gigantescas armas adaptadas a su tamaño. Sin embargo, ahora se enfrentaba a un reto inesperado: no se trataba de crear espadas para gigantes, sino para hombres de estatura media, lo cual requería una habilidad completamente diferente, una escala que Shizu no había contemplado hasta entonces.
Con su figura imponente, Shizu caminaba por el taller, su paso resonando con fuerza en el suelo mientras observaba las herramientas que usaba con familiaridad. Tenía una capacidad excepcional para trabajar con metales, forjar hierro y acero con una precisión que pocos podían igualar, pero el desafío actual era que las herramientas y la infraestructura de la base naval no estaban diseñadas para ella. La mayoría de los forjadores en el taller eran humanos de tamaño común, y por tanto, sus herramientas no estaban pensadas para una gigante como ella. Con un suspiro profundo, Shizu comenzó a evaluar cómo podría superar este obstáculo.
Era un proceso lento y meticuloso. Usar un martillo gigante para forjar espadas de tamaño estándar no solo era poco práctico, sino que resultaba completamente ineficiente. Después de un par de intentos fallidos, Shizu decidió ajustar su enfoque. En lugar de seguir intentando trabajar a escala con sus propias herramientas, se centró en manipular el taller a su medida. Llevó un martillo especial, diseñado para humanos, y comenzó a adaptarlo a sus gigantescas manos, reduciendo su tamaño mientras lo mantenía funcional. Esta tarea la obligaba a trabajar a una velocidad considerablemente más lenta que la habitual, pero Shizu no era de las que se rendían fácilmente.
En las horas que siguieron, los expertos en herrería de la base naval observaron su proceso con asombro. Lo que parecía ser un trabajo imposible, estaba tomando forma. Con un dominio preciso, Shizu se concentró en las minucias de la técnica, usando un sistema alternativo de fundición que le permitía verter el hierro fundido en moldes mucho más pequeños y detallados que los que estaba acostumbrada a utilizar. La clave estaba en trabajar con proporciones adecuadas para humanos, pero sin perder la calidad de los materiales. Con el paso de los días, las primeras espadas comenzaron a aparecer, cada una perfectamente forjada y equilibrada, sin perder la dureza ni la resistencia.
Las noches eran las más difíciles. La falta de sueño le pasaba factura, y aunque su enorme cuerpo le permitía resistir las inclemencias del cansancio, Shizu se veía obligada a hacer pausas más frecuentes para evitar caer en errores costosos. Pero en su interior sabía que debía continuar, no solo por la responsabilidad que sentía hacia la Marina y sus compañeros, sino por el orgullo que sentía como herrera. Aunque siempre había sido un trabajo solitario, la habilidad de crear armas para los demás le daba un propósito profundo y tangible.
Con el paso de la semana, los moldes se llenaron, las espadas se afilaron y, finalmente, se alcanzó el objetivo. Un centenar de espadas perfectamente formadas, listas para ser distribuidas entre los reclutas de la base naval. Shizu no había logrado solo completar la tarea: había logrado demostrar que, a pesar de las barreras de tamaño, podía superar los obstáculos que su propia naturaleza le imponía. Era un testimonio de su destreza y perseverancia, cualidades que la Marina había decidido confiar en ella, aún cuando su enorme tamaño parecía ser una desventaja en situaciones como esta.
Cuando las espadas finalmente fueron entregadas a los oficiales, quienes las recibieron con una mezcla de admiración y agradecimiento, Shizu se permitió por un momento observar su trabajo con orgullo. No solo había fabricado armas, había forjado una victoria personal. Había demostrado que incluso los desafíos más grandes podían ser superados, no solo con fuerza, sino con ingenio y determinación. Y aunque en ese momento no se le otorgaba un reconocimiento oficial más allá de su puesto, en lo profundo de su corazón, sabía que su trabajo había dejado una marca, no solo en la base G-23, sino también en ella misma.
A medida que se retiraba del taller, exhausta pero satisfecha, la mirada de sus compañeros ya no era la de un gigante torpe en medio de un mundo pequeño. La veían como una experta herrera, una mujer que había vencido las limitaciones impuestas por su tamaño y había demostrado que, más allá de la fuerza física, la verdadera habilidad residía en la perseverancia y la maestría. Así, la historia de Shizu en la base naval del G-23 no solo sería la de una tarea cumplida, sino también la de una heroína cuyo trabajo y habilidad serían recordados mucho después de que los espadones fueran empuñados por las manos de los nuevos reclutas.
Pero sin duda su tamaño era un problema en ocasiones al que habia que buscarle una solución, tal vez si pudiera comprimir la arena de su cuerpo...
El motivo de su presencia en ese día específico no era precisamente la de ocupar su puesto habitual en las filas de la Marina, sino que había sido solicitada para una tarea que, aunque fuera más humilde, representaba un desafío considerable para ella. La falta de armas para los nuevos reclutas era crítica, y la rápida expansión de la flota en la isla había dejado a las armerías completamente vacías. En un momento de necesidad, la inteligencia de la base naval había identificado el talento de Shizu como la única solución viable, dada su maestría en la forja de gigantescas armas adaptadas a su tamaño. Sin embargo, ahora se enfrentaba a un reto inesperado: no se trataba de crear espadas para gigantes, sino para hombres de estatura media, lo cual requería una habilidad completamente diferente, una escala que Shizu no había contemplado hasta entonces.
Con su figura imponente, Shizu caminaba por el taller, su paso resonando con fuerza en el suelo mientras observaba las herramientas que usaba con familiaridad. Tenía una capacidad excepcional para trabajar con metales, forjar hierro y acero con una precisión que pocos podían igualar, pero el desafío actual era que las herramientas y la infraestructura de la base naval no estaban diseñadas para ella. La mayoría de los forjadores en el taller eran humanos de tamaño común, y por tanto, sus herramientas no estaban pensadas para una gigante como ella. Con un suspiro profundo, Shizu comenzó a evaluar cómo podría superar este obstáculo.
Era un proceso lento y meticuloso. Usar un martillo gigante para forjar espadas de tamaño estándar no solo era poco práctico, sino que resultaba completamente ineficiente. Después de un par de intentos fallidos, Shizu decidió ajustar su enfoque. En lugar de seguir intentando trabajar a escala con sus propias herramientas, se centró en manipular el taller a su medida. Llevó un martillo especial, diseñado para humanos, y comenzó a adaptarlo a sus gigantescas manos, reduciendo su tamaño mientras lo mantenía funcional. Esta tarea la obligaba a trabajar a una velocidad considerablemente más lenta que la habitual, pero Shizu no era de las que se rendían fácilmente.
En las horas que siguieron, los expertos en herrería de la base naval observaron su proceso con asombro. Lo que parecía ser un trabajo imposible, estaba tomando forma. Con un dominio preciso, Shizu se concentró en las minucias de la técnica, usando un sistema alternativo de fundición que le permitía verter el hierro fundido en moldes mucho más pequeños y detallados que los que estaba acostumbrada a utilizar. La clave estaba en trabajar con proporciones adecuadas para humanos, pero sin perder la calidad de los materiales. Con el paso de los días, las primeras espadas comenzaron a aparecer, cada una perfectamente forjada y equilibrada, sin perder la dureza ni la resistencia.
Las noches eran las más difíciles. La falta de sueño le pasaba factura, y aunque su enorme cuerpo le permitía resistir las inclemencias del cansancio, Shizu se veía obligada a hacer pausas más frecuentes para evitar caer en errores costosos. Pero en su interior sabía que debía continuar, no solo por la responsabilidad que sentía hacia la Marina y sus compañeros, sino por el orgullo que sentía como herrera. Aunque siempre había sido un trabajo solitario, la habilidad de crear armas para los demás le daba un propósito profundo y tangible.
Con el paso de la semana, los moldes se llenaron, las espadas se afilaron y, finalmente, se alcanzó el objetivo. Un centenar de espadas perfectamente formadas, listas para ser distribuidas entre los reclutas de la base naval. Shizu no había logrado solo completar la tarea: había logrado demostrar que, a pesar de las barreras de tamaño, podía superar los obstáculos que su propia naturaleza le imponía. Era un testimonio de su destreza y perseverancia, cualidades que la Marina había decidido confiar en ella, aún cuando su enorme tamaño parecía ser una desventaja en situaciones como esta.
Cuando las espadas finalmente fueron entregadas a los oficiales, quienes las recibieron con una mezcla de admiración y agradecimiento, Shizu se permitió por un momento observar su trabajo con orgullo. No solo había fabricado armas, había forjado una victoria personal. Había demostrado que incluso los desafíos más grandes podían ser superados, no solo con fuerza, sino con ingenio y determinación. Y aunque en ese momento no se le otorgaba un reconocimiento oficial más allá de su puesto, en lo profundo de su corazón, sabía que su trabajo había dejado una marca, no solo en la base G-23, sino también en ella misma.
A medida que se retiraba del taller, exhausta pero satisfecha, la mirada de sus compañeros ya no era la de un gigante torpe en medio de un mundo pequeño. La veían como una experta herrera, una mujer que había vencido las limitaciones impuestas por su tamaño y había demostrado que, más allá de la fuerza física, la verdadera habilidad residía en la perseverancia y la maestría. Así, la historia de Shizu en la base naval del G-23 no solo sería la de una tarea cumplida, sino también la de una heroína cuyo trabajo y habilidad serían recordados mucho después de que los espadones fueran empuñados por las manos de los nuevos reclutas.
Pero sin duda su tamaño era un problema en ocasiones al que habia que buscarle una solución, tal vez si pudiera comprimir la arena de su cuerpo...