Drake Longspan
[...]
25-11-2024, 04:44 PM
(Última modificación: 25-11-2024, 04:46 PM por Drake Longspan.)
Loguetown, Verano del año 717.
El sonido de las pisadas apresuradas resonaba en las calles adoquinadas de Loguetown mientras el joven Drake Longspan, apenas un muchacho de catorce años, avanzaba por las estrechas callejuelas de la ciudad portuaria. La noche comenzaba a caer, tiñendo los cielos con tonos naranjas y púrpuras, pero el East Blue no ofrecía atardeceres de ensueño para alguien como él.
Su estómago rugía con una intensidad que ya no era nueva. El hambre se había convertido en un compañero constante desde que sus padres decidieron dejar atrás el País de Kano con la esperanza de un futuro mejor. Una esperanza que se había desmoronado rápidamente al darse de bruces con la realidad.
Drake apretó los puños desnudos mientras caminaba, los nudillos ásperos y marcados por pequeñas cicatrices de trabajos y peleas anteriores. No llevaba nada más consigo: solo su ropa raída y el peso de la desesperación. Su mirada iba fija al suelo, con la mandíbula apretada. No podía darse el lujo de mostrar debilidad; no en un lugar como Loguetown, donde la miseria se alimentaba de los más vulnerables.
En su bolsillo, apenas unas monedas tintineaban con un sonido miserable. Sabía que no eran suficientes para comprar las medicinas que sus padres necesitaban. Desde que habían enfermado, la situación solo había empeorado. La carpintería que una vez fue el orgullo de su familia estaba cerrada, las herramientas vendidas para cubrir deudas y comprar algo de comida. Pero no había sido suficiente.
Nunca lo era.
Llegó a una esquina oscura donde un grupo de hombres se reunía alrededor de un círculo improvisado de madera y cajas. La atmósfera era pesada, cargada de humo y el hedor del sudor y el alcohol barato, uno de ellos parecía ir bastante bien vestido. Era una de las muchas peleas clandestinas que florecían en las entrañas de la ciudad, lejos de los ojos de la Marina. Drake había escuchado rumores de estos lugares. Aquí no importaba quién eras ni de dónde venías, solo si podías recibir un golpe y seguir en pie.
Un hombre grande y calvo, con una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, se le acercó con una sonrisa sardónica.
— ¿Eres el chico que busca una pelea? — gruñó, evaluándolo con los ojos como si estuviera inspeccionando carne para el matadero.
Drake asintió. No dijo una palabra. No tenía nada que decir.
— Eres un mocoso flaco y delgaducho, pareces un pulpo, pero quién sabe.
El hombre soltó una carcajada áspera antes de continuar
— El premio son 500 berries si ganas. No hay reglas, ¿entendido?
Drake Longspan volvió a asentir. 500 berries no eran mucho, pero podrían comprar un par de días de medicina para sus padres. Valía la pena el riesgo. Siempre valía la pena.
Le empujaron al centro del círculo, donde le esperaba su oponente: un muchacho un par de años mayor, más alto y corpulento. El público comenzó a gritar, apostando y burlándose, pero para el joven el tiempo se había detenido, apenas escuchaba. Sus ojos estaban fijos en el chico frente a él, analizando cada movimiento, cada músculo que se tensaba. Su respiración era pesada, pero constante. Sabía que iba a doler, y eso no le importaba.
El grito de inicio resonó, y la pelea comenzó. El primer golpe fue un puñetazo directo al rostro de Drake. Sintió cómo su cabeza se echaba hacia atrás, un sabor metálico llenando su boca mientras la sangre comenzaba a brotar de su labio partido. Pero no cayó. Dio un paso adelante, lanzando un golpe estirando por completo su brazo que impactó en el costado de su oponente. Sintió el impacto hasta los huesos, y también sintió el dolor en sus nudillos al conectar con la carne y el hueso.
El otro chico respondió con un gancho al estómago, que hizo que el adolescente se doblara de dolor. Por un momento, pensó que iba a caer, pero recordó a sus padres, a su madre tosiendo en la cama, a su padre luchando por mantenerse despierto. No podía caer. Si caía, no habría dinero. Y si no había dinero…
Lanzó un puñetazo con toda su fuerza.
Golpeando la mandíbula de su oponente, el impacto fue un destello de dolor que recorrió su brazo hasta el hombro, pero no se detuvo. Otro golpe, y otro. Cada uno más desesperado que el anterior. Su oponente retrocedió, tambaleándose, pero logró devolverle un golpe al ojo que casi lo derriba. Drake tropezó, con la visión borrosa y un zumbido en los oídos. Pero se mantuvo en pie. No importaba cuánto doliera. No podía permitirse caer.
El público rugía, pero para aquel jovencito todo se reducía al dolor. Sus nudillos estaban abiertos, con sangre corriendo por sus dedos. Cada golpe que daba le dolía más que el anterior, pero seguía adelante, como si su cuerpo estuviera funcionando por pura terquedad. Finalmente, con un último grito, lanzó un golpe directo al mentón de su oponente. El muchacho cayó al suelo con un sonido sordo, y no se levantó.
Drake Longspan respiraba con dificultad, cada aliento ardía en sus pulmones. Apenas era consciente de la multitud gritando a su alrededor mientras alguien le entregaba un puñado de monedas. Las tomó sin mirar al hombre, apretándolas con fuerza mientras salía del círculo tambaleándose.
La noche era fría, y sus manos temblaban, no solo por el dolor, sino por la sensación de vacío que le invadía. Había ganado, pero no se sentía como una victoria. Sabía que este camino no tenía final, que las peleas nunca pararían, que cada noche sería igual o peor. Pero no podía pensar en eso ahora.
Caminó hacia la habitación donde sus padres dormían. Sus nudillos sangraban, dejando pequeñas gotas de rojo en el suelo. Dejó las monedas sobre la mesa y se sentó en un rincón, observando sus manos destrozadas mientras comenzaba a vendarlas de forma improvisada. Una lágrima cayó por su rostro, mezclándose con la sangre que aún manchaba su piel. Y en ese momento, comprendió que ya no había marcha atrás.
No podía parar. No tenía elección.