Hay rumores sobre…
... una bestia enorme y terrible atemoriza a cualquier infeliz que se acerque a la Isla Momobami.
[Autonarrada] [T2] Entrenamiento de acero
Octojin
El terror blanco
Una mañana calurosa más en la base de la Marina G-31 en Loguetown. El sol apenas despuntaba en el horizonte cuando Octojin, con rostro firme, se presentó en el campo de entrenamiento. Esta vez no tenía como objetivo entrenar su cuerpo, eso sería más tarde. Cuatro reclutas lo esperaban, jóvenes ansiosos de demostrar su valía en un entorno que no ofrecía margen para la debilidad. El tiburón los miró de arriba abajo, estudiando sus posturas, sus gestos nerviosos y el brillo de determinación en sus ojos. Aquella misión que le habían encomendado era perfecta para él. Era uno de los tipos que más dedicación tenía en el gimnasio, y eso le hacía ver unos músculos que eran la envidia de la base. Su fuerza era el atributo que más destacaba, y muchos marines le pedían consejos para levantar más peso y así poder mejorar en ello. Así que entrenar a unos chavales no sería lo más difícil que hiciese desde que se alistó.

—¡Atención! —rugió con una voz que resonó por toda la explanada, haciendo que los cuatro reclutas se cuadraran de inmediato.

Le habían pasado el listado de reclutas, y allí los tenía delante suya. El primero era Marco Halden. Un joven de cabello castaño y aspecto delgado, pero con una mirada decidida. Tenía potencial y el tiburón estaba dispuesto a sacárselo. Había crecido en una aldea costera y soñaba con ser marine para proteger a su familia de los piratas que asolaban la región. Una bonita historia, desde luego.

La segunda era Daria Finnley. Una joven de complexión atlética y cabello corto teñido de azul. Su actitud desafiante y sonrisa confiada delataban que tenía experiencia en la lucha callejera, aunque le faltaba disciplina. Y ahí entraba el escualo, en ponerla recta como un tabique.

El tercer recluta era Jules Carver. Un muchacho robusto de tez morena y hombros anchos, cuya fuerza física era evidente, pero cuya torpeza lo hacía el blanco de bromas entre los otros reclutas. Era tímido y buscaba ganarse el respeto de sus compañeros. El habitante del mar se veía reflejado parcialmente en este tipo, ya que cuando él entro en la marina le pasaba algo parecido.

Y el cuarto y último, era Elliot Graves. El más joven del grupo, con apenas dieciocho años, de cabello rubio y ojos brillantes. Su postura rígida y su entusiasmo lo hacían parecer más novato de lo que era, aunque tenía un gran corazón y voluntad de aprender. Un diamante en bruto.

—Hoy aprenderéis algo importante: la disciplina no es opcional. Este entrenamiento no es para frágiles ni para quienes dudan. Aquí se gana fuerza con esfuerzo o te quedas fuera. ¿Entendido? —dijo Octojin con un tono firme que pretendía ser ciertamente autoritario.

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono, aunque con diferentes niveles de entusiasmo.

El tiburón les ordenó realizar una serie de ejercicios de calentamiento que parecían más una prueba de resistencia. Flexiones, abdominales y sentadillas eran solo el comienzo, a modo de calentamiento, aunque alguno ya estaba sudando más de lo que debería. Después de media hora, Marco ya respiraba con dificultad, mientras Jules jadeaba con las manos en las rodillas.

—¡Jules, no pares! Si puedes cargar ese peso corporal, puedes hacer diez más —gruñó Octojin, empujándolo con su voz a seguir adelante.

Daria, por su parte, intentaba no mostrar signos de cansancio, pero los músculos de sus brazos temblaban mientras realizaba las flexiones.

—¡Finnley, menos orgullo y más resistencia! Si quieres demostrar algo, hazlo aquí, no en palabras —le increpó.

Tras la media hora, Octojin les dio un par de minutos para beber agua y moverse hacia el circuito de obstáculos, una serie de paredes que trepar, cuerdas que cruzar y un foso de lodo que atravesar.

—Esto es un juego de niños comparado con lo que encontraréis en combate. Vamos, ¡muévanse! —les ordenó.

Elliot fue el primero en caer al intentar cruzar el foso. La cuerda se le escapó y aterrizó en el lodo con un sonoro chapoteo. Los otros rieron, pero Octojin rápidamente les cortó la diversión.

—¡Carver, Halden! Si tenéis energía para reíros, también la tenéis para cargarlo fuera del foso. ¡Ahora! —espetó.

Los dos reclutas obedecieron de inmediato, ayudando a un Elliot avergonzado a salir del barro.

Mientras tanto, Daria avanzaba sin problemas hasta que, al trepar una pared, resbaló y cayó mal sobre su tobillo.

—¡Ay! —gritó, llevándose una mano al pie.

Octojin se acercó rápidamente, con el ceño fruncido.

—¿Puedes caminar? —preguntó con tono severo, pero preocupado.

—Creo que sí... —respondió Daria, apretando los dientes mientras intentaba ponerse de pie.

—No fuerces. Ve a la enfermería y regresa si te lo permiten. Esto no se trata de romperse, sino de volverse más fuerte —le dijo. A pesar de su tono estricto, le palmeó el hombro con suavidad antes de enviarla con un asistente médico.

El resto del grupo continuó. Jules demostró ser sorprendentemente bueno cargando sacos de arena durante un tramo del circuito, y Marco superó su propio límite al completar la cuerda con un último esfuerzo.

Con una gran sonrisa en su rostro, el tiburón vio como ellos mismos se veían recompensados con una victoria moral. Creían que no podían, pero lo hicieron. Tras casi tres horas de extenuante entrenamiento, Octojin los llevó hacia las duchas.



—Límpiense. Nadie quiere comer junto a alguien que huela a lodo y sudor. Los espero aquí fuera. —dijo con su característica sonrisa de tiburón.

Mientras los reclutas se duchaban, Octojin se apoyó contra la pared, cruzando los brazos. Uno de los marines veteranos, un tipo de cabello gris y rostro curtido, se acercó.

—¿Otra tanda de reclutas, Octo? —preguntó con tono burlón.

—Sí. No están mal, pero necesitan más dureza —respondió el tiburón, relajado—. Aunque Finnley... es obstinada. Esa chica llegará lejos si deja de querer demostrarlo todo cada minuto.

—Siempre tienes ojo para eso. Espero que al menos esta vez ninguno renuncie después de tu "trato especial". —El marine rió antes de marcharse.



Cuando los reclutas salieron, limpios pero agotados, Octojin los llevó a la cantina de la base. Los platos calientes de estofado, pan recién horneado y jarras de agua parecían un premio justo después de la dura mañana.

—Escuchen, esto no fue solo un entrenamiento físico. En el campo de batalla, lo único que os sostendrá será vuestra fortaleza mental y vuestra unidad. Ninguno aquí sobrevive solo —Su voz resonó con seriedad, pero pronto adoptó un tono más ligero—. Ahora, coman todo lo que puedan. No sé si la comida aquí es tan buena como dicen, pero es mejor que morir de hambre.

Elliot, aún un poco avergonzado por su caída, se animó a hablar.

—Señor, ¿cree que algún día seremos tan fuertes como usted? —preguntó, con una mezcla de respeto y duda.

Octojin se rió de buena gana, mostrando sus afilados dientes.

—Elliot, si sobreviviste al entrenamiento de hoy, ya eres más fuerte que muchos. Sigue esforzándote, y nunca dudes de tu capacidad para crecer. —Le guiñó un ojo antes de tomar un gran trozo de pan y llevárselo a la boca.

La conversación fluyó más relajada. Jules compartió historias sobre su aldea, Marco habló de su familia, y Daria, que se había reincorporado tras pasar por la enfermería, bromeó sobre cómo Octojin podría ser un excelente maestro de tortura.

Cuando la comida terminó, Octojin miró a sus reclutas con una mezcla de orgullo y expectativas.

—Mañana, a primera hora. No crean que esto ha terminado. Hoy fue el calentamiento. —Su sonrisa era tan amplia como temible, pero los cuatro jóvenes respondieron con un entusiasmo renovado. Sabían que el camino sería duro, pero bajo la guía del tiburón, también sabían que llegarían lejos.
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