Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
02-12-2024, 01:36 AM
(Última modificación: 02-12-2024, 01:58 AM por Gautama D. Lovecraft.)
En las intempestivas horas de la noche y la madrugada que a veces en los turnos más tardíos tocaba ejercer el cargo, era cuando de verdad me debía de salir la vocación de marine. A mí edad, se me hacía ya algo más tedioso lidiar con determinados horarios que rompían mi inquebrantable rutina y que sobre todo, me perturbaban el descanso. Arrastraba ya desde hace algunos años achaques que, gracias a dormir bien, podía sanar y hacerlos más llevaderos durante el día a día, por eso, cuando tocaba patrullar o montar guardia en el turno de noche, me resentía demasiado los días posteriores, me sobrecogía un entumecimiento que me negaba para realizar diferentes tareas.
Aun con todo, seguía prestando mi servicio a La Marina, aunque era consecuente con mi aguante y que, estas mismas actividades, bien podían hacerlas mejor soldados o reclutar que estuvieran aún en edad de merecer, y era de notar, que viendo que el poder de la juventud todavía fluía por sus venas. Por ello, aprovechando ligeramente también cierto renombre que me ganaba en la base, solicité a título personal una compañía de confianza que me ayudara durante las horas de mayor dureza. Sí, la recluta Huetali vendría conmigo.
La joven parecía entusiasmada por el encargo, y aunque a ella tampoco es que le hiciera gracia el turno nocturno, dada también la vida que había llevado en Cozia, cogío de muy buena gana la invitación, y ambos nos dispusimos a patrullar la zona que nos habían encomendado.
- ¿Sabe señor Lovecraft? A pesar de que en la tribu nos decían que durante la noche era el mejor momento para conectar con nosotros mismos y con el más allá, a mí siempre me dio bastante miedo ¿sabe? -
- Es cierto que tiene connotaciones algo más espirituales que el día, remueve a las personas, las transforma, el entorno... y mira, también los mares. -
Le señalé mientras caminábamos por el puerto el salvaje oleaje que golpeaba el rompeolas, estremeciendo con su particular estruendo el silencio de la noche.
- La sacerdotisa siempre nos hablaba de la misma con cierto misterio, a mí me aterraba cada vez que nos contaba algunas historias de la isla... Desde bien chica, se me despierta un temor que poco a poco voy superando pero, todavía me acuerdo cuando tenía que dormir siempre con mi hermano Hacket y bueno, todo empeoró cuando lo ascendieron a líder de los Naga, ya sabe, porque tuve que dormir sola, y pasaba muy malas noches siempre que él estaba fuera. -
- Te entiendo, sé que a esas edades todos estamos muy tiernos y necesitamos de ese respaldo que tenías en tu hermano, igualmente mírate ahora Huetali, esos miedos te refuerzan, y forjan la gran persona que eres hoy... Es normal que todos tengamos todo tipo de temores joven Huetali, cualquiera en su sano juicio los tiene. -
- ¿Y usted también, señor?, también los ha tenido... ¿y los tiene? -
La humildad y la dulzura con la que Huetali me hablaba eran objeto de conmoción en mi interior. En momentos como este era cuando más reafirmado estaba de haberla salvado de la muerte en aquella cueva, y sin duda, agradecía a la vida haberme dado la oportunidad de ponerme en una tesitura en la que sin titubear, actué en favor de la misma, a favor de vivir y de rescatar a la joven.
- Ah, por supuesto Huetali, de hecho, hubo un tiempo en el que también la noche era algo que sin razón me inquietaba. -
- Pero, ¿y ahora señor? -
Me hacía gracia como su innata curiosidad por saber acerca de mí se habría paso entre el deseo y la vergüenza, sin embargo, como ahijada que era, no podía negarme a contarle lo que necesitara saber.
- Bueno, digamos que conforme vas haciéndote mayor vas descubriendo nuevos miedos Huetali... pero si tanto insistes, mi mayor miedo es pasar por aquí sin razón, fallar a mi designio y no contribuir a mejorar el mundo... ¡Jajaja! puede que parezca más una promesa que un temor ¿verdad?, pero no es así, tengo miedo a que tu generación, a que gente como tú se vea en un mundo que los de mi generación hayan degenerado hasta tal punto, que el mundo acabe dividido, moribundo y más degenerado, por ello, insisto tanto entre los compañeros a respetar la vida, por muy mala que sea una persona, no pararemos la espiral de odio en la que estamos inmersos si no tenemos respeto por lo más importante... -
- ¿Por vivir? -
- Así es, querida. -
Y a partir de aquí, un silencio selló los labios de Huetali hasta el fin de la patrulla, y un gesto reflexión colmó su rostro e inundaría su mente de profundos pensamientos que se reservó para ella. Me gustaba que cuál esponja, captaba toda fuente de información de su alrededor y la procesaba para consigo misma, tanto fue que, el turno de madrugada se hizo medianamente llevadero, aunque a decir verdad, eché de menos esa efusividad que la definía. Se quedó una buena noche.
Aun con todo, seguía prestando mi servicio a La Marina, aunque era consecuente con mi aguante y que, estas mismas actividades, bien podían hacerlas mejor soldados o reclutar que estuvieran aún en edad de merecer, y era de notar, que viendo que el poder de la juventud todavía fluía por sus venas. Por ello, aprovechando ligeramente también cierto renombre que me ganaba en la base, solicité a título personal una compañía de confianza que me ayudara durante las horas de mayor dureza. Sí, la recluta Huetali vendría conmigo.
La joven parecía entusiasmada por el encargo, y aunque a ella tampoco es que le hiciera gracia el turno nocturno, dada también la vida que había llevado en Cozia, cogío de muy buena gana la invitación, y ambos nos dispusimos a patrullar la zona que nos habían encomendado.
- ¿Sabe señor Lovecraft? A pesar de que en la tribu nos decían que durante la noche era el mejor momento para conectar con nosotros mismos y con el más allá, a mí siempre me dio bastante miedo ¿sabe? -
- Es cierto que tiene connotaciones algo más espirituales que el día, remueve a las personas, las transforma, el entorno... y mira, también los mares. -
Le señalé mientras caminábamos por el puerto el salvaje oleaje que golpeaba el rompeolas, estremeciendo con su particular estruendo el silencio de la noche.
- La sacerdotisa siempre nos hablaba de la misma con cierto misterio, a mí me aterraba cada vez que nos contaba algunas historias de la isla... Desde bien chica, se me despierta un temor que poco a poco voy superando pero, todavía me acuerdo cuando tenía que dormir siempre con mi hermano Hacket y bueno, todo empeoró cuando lo ascendieron a líder de los Naga, ya sabe, porque tuve que dormir sola, y pasaba muy malas noches siempre que él estaba fuera. -
- Te entiendo, sé que a esas edades todos estamos muy tiernos y necesitamos de ese respaldo que tenías en tu hermano, igualmente mírate ahora Huetali, esos miedos te refuerzan, y forjan la gran persona que eres hoy... Es normal que todos tengamos todo tipo de temores joven Huetali, cualquiera en su sano juicio los tiene. -
- ¿Y usted también, señor?, también los ha tenido... ¿y los tiene? -
La humildad y la dulzura con la que Huetali me hablaba eran objeto de conmoción en mi interior. En momentos como este era cuando más reafirmado estaba de haberla salvado de la muerte en aquella cueva, y sin duda, agradecía a la vida haberme dado la oportunidad de ponerme en una tesitura en la que sin titubear, actué en favor de la misma, a favor de vivir y de rescatar a la joven.
- Ah, por supuesto Huetali, de hecho, hubo un tiempo en el que también la noche era algo que sin razón me inquietaba. -
- Pero, ¿y ahora señor? -
Me hacía gracia como su innata curiosidad por saber acerca de mí se habría paso entre el deseo y la vergüenza, sin embargo, como ahijada que era, no podía negarme a contarle lo que necesitara saber.
- Bueno, digamos que conforme vas haciéndote mayor vas descubriendo nuevos miedos Huetali... pero si tanto insistes, mi mayor miedo es pasar por aquí sin razón, fallar a mi designio y no contribuir a mejorar el mundo... ¡Jajaja! puede que parezca más una promesa que un temor ¿verdad?, pero no es así, tengo miedo a que tu generación, a que gente como tú se vea en un mundo que los de mi generación hayan degenerado hasta tal punto, que el mundo acabe dividido, moribundo y más degenerado, por ello, insisto tanto entre los compañeros a respetar la vida, por muy mala que sea una persona, no pararemos la espiral de odio en la que estamos inmersos si no tenemos respeto por lo más importante... -
- ¿Por vivir? -
- Así es, querida. -
Y a partir de aquí, un silencio selló los labios de Huetali hasta el fin de la patrulla, y un gesto reflexión colmó su rostro e inundaría su mente de profundos pensamientos que se reservó para ella. Me gustaba que cuál esponja, captaba toda fuente de información de su alrededor y la procesaba para consigo misma, tanto fue que, el turno de madrugada se hizo medianamente llevadero, aunque a decir verdad, eché de menos esa efusividad que la definía. Se quedó una buena noche.