Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
Tema cerrado 
[Aventura] ¡La consideración es una debilidad! [T2]
Irina Volkov
Witch Eye
3 de Verano del año 724

Caminas con paso firme entre la multitud, intentando mantener la compostura a pesar del calor sofocante. Tu uniforme de marine estaba impecable, aunque el sudor comenzaba a oscurecer las zonas del cuello y la frente. La gorra, que los superiores insistían en que llevaras durante tus patrullas, se sentía como un yunque sobre tu cabeza, atrapando el calor del verano. Te esforzabas por ignorarlo, concentrándote en los detalles de la plaza, una escena que no dejaba de asombrarte a pesar de tu familiaridad con ella. Había algo vivo en el bullicio de los comerciantes, el parloteo de los compradores, el sonido de los carromatos sobre los adoquines y el eco ocasional de risas infantiles. Sin embargo, hoy todo parecía envuelto en una tensión invisible, como si la misma brisa marina trajera consigo un presagio de caos.

Pasaste junto a un grupo de mujeres que discutían animadamente sobre el precio de los pescados frescos. Una de ellas sostenía un atún con ambas manos, gesticulando enérgicamente, mientras la otra trataba de regatear. Más allá, un joven mercader ofrecía sombreros de paja para protegerse del sol, levantándolos en alto como si fueran trofeos de una guerra cotidiana contra el calor. Sin embargo, tu atención estaba fija en los hombres que habías visto en la esquina, aquellos cuyas miradas furtivas y gestos nerviosos despertaron tus sospechas. Caminaste en su dirección, ajustando la gorra para cubrir mejor tus ojos mientras los vigilabas discretamente. No era raro encontrar a contrabandistas y estafadores en esta parte de la plaza, especialmente cerca del mercado negro, pero tu instinto te decía que algo más estaba en juego.

De repente, un grito desgarrador rompió la armonía de los sonidos cotidianos. Provenía de un puesto de frutas cercano. Tus ojos buscaron rápidamente el origen del ruido, y pronto viste a una mujer forcejeando con un hombre robusto. Su aspecto desaliñado y la cicatriz que atravesaba su rostro hasta desaparecer bajo un parche negro en el ojo eran inconfundibles. Parecía ser uno de esos piratas de los que los rumores habían hablado. Te apresuraste hacia el tumulto, abriéndote paso entre la multitud que comenzaba a formar un círculo alrededor de ellos. La mujer, una vendedora de mediana edad con un delantal manchado de jugo de frutas, estaba en el suelo, rodeada de mangos aplastados. Su expresión era una mezcla de ira y humillación mientras el hombre la miraba con desdén, agitando un cuchillo en su mano.

La gente a tu alrededor reaccionaba de manera diversa. Algunos gritaban para que alguien interviniera, mientras otros observaban con mórbida fascinación, como si estuvieran ante un espectáculo gratuito. Había quienes incluso vitoreaban al hombre, más interesados en ver cómo se desarrollaba el conflicto que en detenerlo. Tus pasos se aceleraron, y tu voz resonó por encima del ruido:

—¡Detente ahora mismo!

El hombre giró la cabeza hacia ti con una sonrisa burlona, como si tu presencia no fuera más que una molestia menor. Aun así, el filo de su cuchillo dejó de moverse, y el silencio que siguió fue tan pesado como la atmósfera cargada de la plaza. La mujer aprovechó la pausa para retroceder lentamente, aunque sus ojos seguían llenos de indignación.

—¿Qué vas a hacer, marine? —gruñó el hombre, señalándote con el cuchillo. La multitud contenía el aliento.

Manteniendo la calma, desenvainaste tu sable y lo sujetaste con firmeza. Tu mirada se clavó en la del hombre, calculando cada posible movimiento. A pesar de la adrenalina, tu voz fue tranquila, pero cargada de autoridad.

—Deja el arma y retrocede. No tienes idea de con quién estás jugando.

Por un momento, el pirata pareció sopesar tus palabras. El sudor corría por tu frente, pero no apartaste la mirada. Sabías que cualquier titubeo podría ser interpretado como una señal de debilidad, y no podías darte ese lujo. La plaza entera estaba observando, y el equilibrio de poder en Loguetown dependía de mantener el orden en lugares como este. Finalmente, el hombre bajó el cuchillo, aunque no sin lanzarte una mirada de advertencia.

Antes de que pudieras relajarte, un estruendo proveniente del puerto alcanzó tus oídos, seguido por el sonido de campanas de alarma. El pirata aprovechó tu breve distracción para intentar escabullirse entre la multitud. La tensión en la plaza alcanzó un nuevo pico, y supiste que este solo era el inicio de un día mucho más largo de lo que habías anticipado.

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#1
Ares Brotoloigos
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Ya se podían meter la gorra por el culo.

Sí, eso era lo que más le molestaba de todo aquel tinglado. Al menos el uniforme se lo habían dejado con sus tonos más oscuros, aunque el símbolo de la Marina continuaba ahí. Le molestaba más el hecho de aquel complemento que del calor que de por sí hacía. Las temperaturas un poco altas no le molestaban, al contrario. Había vivido gran parte de su vida en Arabasta, habituado al calor del desierto y a las altas temperaturas, así que, en ese aspecto, estaba un poco en su salsa.

¡Si no fuese por la puñetera gorra! Al menos había podido acomodarla de manera un poco decente.

El diablos gruñó para sí mientras aparecía desde uno de los callejones hacia la enorme y tan afamada plaza. La Plaza de la Justicia. Sí, así era conocida por los más románticos y más crédulos. En realidad eso era un patíbulo en toda regla. Tan solo había que mirar hacia el enorme cadalso que adornaba el centro del lugar. Una estructura que profería respeto y temor al mismo tiempo. Los ojos rojizos de Ares se posaron, por unos momentos, en dicho lugar, recorriéndolo con la mirada. ¿A cuántos se habrían ejecutado ahí? ¿Volvería a funcionar alguna vez? Tenía entendido que hacía tiempo que no estaba en funcionamiento. Definitivamente, a sus ojos la justicia se había vuelto muy laxa.

¿De qué servía encarcelarlos si luego iban a seguir con sus fechorías? Pocos, por ni decir casi ninguno, lograban reformarse. Además, ¿quién creería en unos piratas? ¿O en unos maleantes o violadores? Para Ares, la única forma de hacer justicia que había era devolvérselas con creces. Un ojo por un ojo. Una vida por una vida. No le iba ese tipo de justicia elegante o romántica que muchos se imaginaban. Por eso, a sus ojos, la Marina ahora mismo era una institución bastante laxa en según qué cosas. Se relamió los labios reptilianos a medida que avanzaba, ahora ya comenzando con la ruta. Se había memorizado bastante bien esas calles. No solo durante sus patrullas rutinarias, sino también cuando tenía algún día u hora libre. Lo mejor para que tu trabajo fuese eficiente era conocer tanto el lugar como sus gentes, aunque fuese tan solo de vista o por sus costumbres. Y ya a algunos los conocía o tenía fichados o vigilados.

Alrededor del patíbulo el bullicio del mercado era el día a día. Los comerciantes pregonando sus productos y sus precios. Gente local y gente extranjera yendo y viniendo por doquier. Loguetown era un hervidero de vida. Y de caos la mayoría de las veces. Era el corazón del East Blue y donde uno de los cuarteles más llamativos se encontraban, y seguía habiendo crimen por las calles. Y seguiría si la cosa continuaba así. La presencia del lagarto de más de tres metros era imponente. A pesar de su estatura, se movía con bastante agilidad y soltura, barriendo el lugar con la mirada en busca de alguna posible presa que se estuviese portando de manera indebida. ¿De qué servía darles un aviso, meterles una multa o encerrarlos durante un par de días? Para él las cosas estaban muy claras.

Si robaba, una mano menos. Así era como lograrían aprender. Y era también una advertencia para el resto y una tranquilidad para la gente que sufría, constantemente, de eses pequeños hurtos.

Atisbó, en una esquina, a un grupo de hombres que parecían murmurar entre sí. Sus gestos y miradas nerviosas no tardaron en hacer que el de escamas albas entornase la mirada, casi acechante, en alerta. Había rumores, que él también había escuchado, de que habían arribado varios piratas conocidos a la ciudad. Justo cuando iba a aproximarse, fue un grito el que le alertó, cambiando de objetivo. Ares se giró y emitió un gruñido gutural bajo, antes de acortar distancias a pasos firmes y seguros hacia donde se encontraba el origen de aquel tumulto. Un tipo fornido y con un parche, había empujado violentamente a una de las mercaderes que solían estar ofreciendo sus productos. Era verdad que a veces había discusiones por los precios, de forma general. Pero una cosa era un cambio de impresiones verbales y otra cosa era el llegar a las manos por las buenas. Y con una mujer que no podía defenderse.

La sombra del diablos se cirnió, desde atrás, sobre el hombre, contemplándole desde su estatura y clavando la indómita y gélida mirada carmesí sobre el otro interfecto, tras haberse hecho paso entre el gentío.

¿Se puede saber qué está pasando aquí? — La voz de Ares resonó, en un siseo peligroso, desde atrás. Acto seguido miró de reojo y durante unos segundos al resto de la gente que se había unido solo para ver el penoso espectáculo. — ¡Aquí no hay nada que ver, esto no es un circo! ¡Largo y seguid a lo vuestro! — El tono de su voz fue lo suficientemente potente como para llegar a ser hasta intimidante.

Sí, era un marine, pero no era una perita en dulce.

Tras eso, volvió su atención a los dos protagonistas, intercambiando una mirada no menos severa entre uno y otro.

¿Y bien? — Indagó de nuevo.
#2
Irina Volkov
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Te colocas frente al hombre, Ares. La multitud que sigue ahí, pese a tu orden de dispersarse, no se mueve. Es como si el aire pesado del verano los hubiera clavado al suelo, ansiosos por presenciar lo que parece inevitable. No es que esperen justicia, no realmente. Lo que quieren es espectáculo, un desahogo para su propia rutina. Lo sabes. Lo has visto antes. Sus ojos se mueven nerviosos entre tú y el hombre del parche, como si se estuvieran apostando mentalmente a quién se impondrá. El hombre no dice nada de inmediato, pero su mano, que se mueve cerca del cinturón, delata sus intenciones. Lo reconoces al instante. No necesitas ser un experto en psicología para leerlo. Esa manera en la que mantiene la sonrisa torcida, fingiendo una calma que no siente, la forma en que su pecho se hincha y deshincha demasiado rápido, traicionando su nerviosismo. Está pensando si vale la pena arriesgarse contigo. Sabes que no es la primera vez que alguien como él se encuentra con alguien como tú. Probablemente ha tenido altercados antes, puede que incluso haya ganado algunos. Pero tú no eres cualquiera. Tú no eres uno de esos marines jóvenes que patrullan Loguetown con más miedo que experiencia. No necesitas suponer nada sobre quién tiene la ventaja aquí. Lo sabes.

Das un paso hacia adelante, invadiendo su espacio. La multitud emite un murmullo apenas perceptible, como una ola que sube y baja, pero lo ignoras. Tu sombra lo cubre por completo, y tus ojos lo perforan. El calor del día parece intensificarse alrededor del hombre, que ahora te mira con algo más que desafío. Hay un atisbo de duda ahí, en lo más profundo de su mirada, aunque intenta ocultarlo. Tus palabras caen como un martillo, pero no necesitas alzar la voz. El tono, la forma en que cada palabra está medida, es suficiente. Lo dices como si ya supieras la respuesta, como si lo estuvieras retando a contradecirte. Tu mirada, mientras tanto, desciende un instante hacia su mano. No haces nada más que mirar, pero el mensaje está ahí: "Sé lo que planeas. No lo intentes". El hombre vacila. Por un segundo, su mano parece moverse más cerca del cinturón, como si estuviera evaluando la posibilidad de jugársela contigo. Es un movimiento mínimo, casi imperceptible, pero suficiente para que tus músculos se tensen. La multitud contiene el aliento. Incluso los vendedores cercanos, que hasta hace poco continuaban pregonando sus productos, han bajado la voz. El calor del día se siente aún más opresivo en ese momento de silencio.

Entonces, el tipo del parche rompe el contacto visual y da un paso atrás. Es pequeño, casi insignificante, pero lo suficiente para que todos lo noten. Un murmullo comienza a recorrer la plaza, como si la multitud hubiera interpretado ese paso como una rendición. Pero si yo fuera tu no bajaba la guardia. Sabes que los cobardes son impredecibles, y este parece estar buscando una manera de salir del atolladero sin perder lo poco que le queda de dignidad. Su sonrisa reaparece, más débil esta vez, y su mano finalmente se aparta del cinturón. Sabes que no le crees ni una palabra, y tampoco esperas que la multitud lo haga. Miras a la mujer en el suelo, que ahora está levantándose lentamente, con la ayuda de un par de personas cercanas. Su mirada se cruza con la tuya, y en sus ojos ves una mezcla de agradecimiento y miedo. Agradecimiento por haber intervenido. Miedo, quizás, de lo que podría haber pasado si no lo hubieras hecho o por lo que eres. Alguien como tú no se ve todos los días.

La multitud comienza a dispersarse, pero aún puedes sentir los ojos de algunos sobre ti. ¿Esperan que lo arrestes? ¿Que lo golpees? Tal vez solo esperan verte hacer algo que ellos mismos no se atreverían a hacer. La plaza comienza a recuperar su ritmo. Los comerciantes vuelven a pregonar sus productos, y los curiosos, decepcionados por la falta de un desenlace violento, se dispersan poco a poco. Pero tú no te mueves de inmediato. Sientes el peso del día sobre tus hombros, el calor de la tarde mezclado con la pesadez de saber que esto no es un triunfo real. Solo es una batalla más en una guerra que nunca termina. Pero así es Loguetown, ¿no? Una ciudad llena de vida y caos, donde cada esquina es un recordatorio de que la justicia es un concepto frágil, constantemente desafiado. Y tú, Ares, eres el que debe mantenerlo de pie. Por ahora, al menos, has hecho lo que tenías que hacer. Y mañana, sabes que volverás a estar aquí, enfrentándote a lo que sea que la ciudad decida lanzarte.
#3
Ares Brotoloigos
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La tensión en el ambiente podía cortarse casi con un cuchillo, como si de mantequilla se tratase.La mirada del reptiliano estaba puestaen el hombre que, ahora, tenía frente a sí. No le quitaba la atención de encima, el movimiento breve de la punta de su cola escamada indicaba que estaba en guardia y en alerta y que saltaría al menor movimiento que él considerase peligroso o poco adecuado. Se podía sentir la respiración del diablos a través de las narinas y como iba siguiendo el movimiento, a su manera, de la mano de aquel hombre hacia el cinturón. La mirada que Ares le dedicaba era, claramente, un “Si eres un poco listo, y no quieres perder la mano, te conviene estar quietecito”.

Hubo un par de minutos de tira y afloja, donde el tipo parecía estar dudando sobre lo que hacer. Y, mientras, el marine continuaba allí, inamovible y desafiante al mismo tiempo. Al final, la gente se fue dispersando poco a poco, aunque muchos estaban ávidos de ver una pelea. A decir verdad, ganas tenía él mismo de partirle los dientes. Pero la violencia gratuitano siempre era la mejor solución. Ahora bien, si el otro cometía la estupidez de hacer algo indebido, el joven recluta no se iba a andar con remilgos. Finalmente, el tipo pareció ser un poquito inteligente. Solo un poquito, porque terminó por apartar la mano y sonreír de aquella manera sucia y estúpida a sus ojos. El que no se cortó un pelo, entonces, fue el mismo Ares quien, aprovechando su estatura para con el otro, lo alzó a pulso con una mano por la pechera de sus ropas.

Si te vuelvo a ver armando trifulca por aquí, ten por seguro que será la última vez que lo hagas, ¿entendido? — Le siseó prácticamente en la cara, antes de soltarlo con gesto desdeñoso, casi lanzándolo al suelo y mirándolo desde su posición privilegiada.

Ares no le quitaría la vista de encima hasta que se hubiese largado de ahí y delante de sus ojos. Ahora, aunque el calor apretaba cada vez más y la gente volvía, por ahora, a sus quehaceres cotidianos, todavía tenía la mosca detrás de la oreja. O de sus conductos auditivos, más bien, porque no tenía orejas como tales.

El grupo de antes. No le daban buena espina. Tras cruzar un par de palabras con la pobre mujer, a la que ya habían ayudado un par de buenos samaritanos y tras asegurarse de que estaría bien, Ares se terminó yendo de allí en busca de aquel grupo de hombres que había visto cuchichear antes nerviosamente.
#4
Irina Volkov
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Mientras te alejas del puesto destrozado, Ares, el calor del día parece aferrarse a tu piel como una segunda capa. La plaza del patíbulo ha retomado su actividad normal, o al menos lo que pasa por normal en un lugar como este. Los comerciantes vuelven a gritar sus ofertas, los compradores regatean con gestos airados, y el bullicio de Loguetown recupera su ritmo incesante. Sin embargo, tus pensamientos están fijos en otra cosa, el grupo que habías divisado antes. Sabes dónde encontrarlos, porque has estado patrullando estas calles el tiempo suficiente como para aprender que ciertos rincones de la plaza siempre atraen a los mismos tipos. Tu vista de antes no fue casualidad, y la forma en que cuchicheaban, sus miradas esquivas, no eran meras coincidencias. Hay algo en marcha, y no eres de los que se quedan cruzados de brazos esperando a que los problemas lleguen a ti. Cuando llegas al lugar, un estrecho callejón que conecta la plaza principal con una zona menos concurrida, tus instintos no te fallan. Ahí están. Tres hombres, sus posturas rígidas y sus gestos nerviosos confirman tus sospechas. Uno de ellos, más alto y fornido que los otros dos, lleva una bandana negra anudada al cuello, un claro símbolo de algún grupo pirata menor. No es alguien particularmente conocido, al menos no para ti, pero el aura de peligro alrededor de ellos es inconfundible. Están tramando algo, y no se esfuerzan demasiado en disimularlo.

Te acercas con paso firme, dejando que tus botas resuenen contra el suelo empedrado. Lo suficiente para que levanten la cabeza y te vean llegar, pero no tanto como para darles tiempo de escapar. El más bajo, un tipo enclenque con una cicatriz en la mejilla, murmura algo al de la bandana. Este último sonríe de medio lado y da un paso al frente, como si quisiera interponerse entre tú y los otros dos. —¿Qué tenemos aquí? —Dice, su tono cargado de burla mientras te estudia de arriba abajo— Un marine metiendo las narices donde no lo llaman. Qué sorpresa en un lugar como este. — Su voz es ronca, marcada por el descaro de alguien que se cree intocable. Sus palabras arrancan una risa nerviosa de sus compañeros, pero no dejas que eso te distraiga. Tus ojos se clavan en él, analizando cada uno de sus movimientos. Sus manos están a la vista, por ahora, pero los otros dos no son tan cuidadosos. El de la cicatriz parece estar escondiendo algo detrás de su espalda, y el tercero, un tipo con la piel curtida y la nariz torcida, está inquieto, como si estuviera buscando una ruta de escape. El de la bandana no se inmuta. Su sonrisa se ensancha, y puedes ver cómo sus ojos brillan con una mezcla de desafío y malicia. Parece disfrutar del enfrentamiento, como si estuviera midiendo tus límites. Pero antes de que puedas decir algo más, uno de los otros, el de la cicatriz, da un paso en falso. Su movimiento, torpe y mal calculado, expone lo que estaba escondiendo: un cuchillo oxidado, de hoja corta pero claramente afilada.

Tranquilo, grandullón —Dice con un tono casi conciliador, aunque la burla sigue ahí— Mi amigo aquí solo estaba... cuidando sus espaldas. Ya sabes cómo es esta ciudad. No puedes confiar en nadie, ni siquiera en los marines. — La tensión en el ambiente aumenta, como si cada segundo que pasa fuera una cuerda tirante a punto de romperse. Tus sentidos están alerta, Ares. Sabes que el cuchillo es una distracción, un elemento secundario en el verdadero peligro que representan estos tres. Pero también sabes que si no actúas rápido, podrían ganar la ventaja.
#5
Ares Brotoloigos
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No tardó mucho en encontrarles. No era complicado en ese sentido. Al fin y al cabo, las ratas se escondían siempre en los mismos lugares. Callejones húmedos, agujeros infectos donde pudiesen pasar desapercibidos antes de intentar hacerse con las migajas o con las propiedades de otros. Ares conocía bien ese tipo de lugares, no por nada había correteado entre ellas cuando todavía estaba en Arabasta. La ciudad de los amplios desiertos tenía, sobre todo, amargos y oscuros recuerdos para él. Unos que, al fin y al cabo, le hacían no solo más fuerte, sino que confirmaban y fortalecían su visión de la justicia. Ese tipo de plagas debía de ser eliminada.

A medida que la penumbra del callejón comenzó a incidir en él, y la mezcla de nauseabundos olores se mezclaba, la mirada rojiza del diablos no tardó en dar con lo que había estado buscando. Tres despojos de la sociedad, cuchicheando, planeando a saber qué cosas que, por supuesto, solo les beneficiaría a ellos. Por desgracia, todavía había mucho que limpiar en Loguetown y, aunque se hiciesen purgas continuas, no era suficiente. No si seguían siendo tan blandos con ese tipo de despojos humanos. Un casi “ronroneo” gutural vibró en la garganta del marine escamado cuando barrió, con la mirada, a los tres que estaban ahí.

Parece que encontré un trío de ratas rebuscando en la basura. — Fue la contestación que el joven recluta les dió. Sí, era un recluta todavía, pero no por ello iba a compararse a otros que estaban también empezando y que parecían temerosos de casi todo. — Pero tienes razón, uno no se puede fiar de nadie.

La mirada y atención de Ares se posó, inicialmente, en el que parecía el cabecilla de todo aquello o, al menos, el que tenía más agallas. O el que era más estúpido precisamente por eso, quizás. Habría que comprobar si todo lo que hablaba tenía un peso fundamentado. Los otros dos, sí se llevaron las manos hacia zonas más escondidas. Ares no dudaba de que estuviesen armados. Entonces, una sonrisa afilada y plagada de sorna se dibujó en las facciones reptilianas del intimidante marine. Dió un paso hacia delante. Solo uno, no necesitó más por ahora. Podía oler los nervios de los otros dos. Eran como dos ratas más pequeñas escondiéndose detrás de la grande. Sin percatarse de que, probablemente, en el momento menos pensado, la rata gorda los terminaría traicionando. Así de frágiles eran ese tipo de relaciones.

Quizás otro os diría que, simplemente, os largáseis. — Comenzó a decir, mientras miraba de reojo el cuchillo oxidado que, ahora, portaba uno de ellos. — Pero yo no. Así que vamos a arreglar los asuntos aquí sin molestar al resto, ¿qué os parece? Además, no me importaría arrancaros unos cuantos dedos.

Lo dijo de manera totalmente natural. Él sí que se llevó las manos fuera de los bolsillos, e incluso mostrando las garras que poseía. No eran afiladas como las de un felino, pero tenían una fuerza considerable. Hizo entre tres y cinco movimientos con los brazos, como si estuviese calentando tan tranquilamente delante de ellos. Y se crujió ambos nudillos con tranquilidad. Tras eso, sacó algo de su cinturón. Unas nudilleras de metal que colocó en uno de sus puños, de tonalidades doradas, mas siendo lo más llamativo las calaveras engarzadas en ellas para hacer más daño.

¿Empezamos? — Sonrió con un aire casi maníaco. Ansioso más bien por derramar la sangre de ese trío de cerdos.

De hecho, ni tan siquiera esperó. Sus pupilas y su mirada se afilaron en el momento en el que, sin más, se puso en posición ofensiva. Y se lanzó como un verdadero demonio hacia el tipo que tenía justo enfrente, el que parecía el cabecilla de aquel grupo de maleantes. Aún con el arma cuerpo a cuerpo, la posición de las garras de Ares tomaron una postura peculiar. Como el zarpazo de un dragón que dirigió, brutalmente, hacia el pobre desgraciado. O, más bien, hacia la extremidad que sostuviese el arma.

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Irina Volkov
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El aire en el callejón se volvió opresivo cuando diste ese primer paso hacia ellos, Ares. La luz tenue que se filtraba desde la plaza no alcanzaba a iluminar del todo tu figura, dejando que tus escamas brillaran de forma ominosa en la penumbra. Los tres hombres se tensaron, especialmente el cabecilla, que parecía debatirse entre mantener la fachada de valentía o dar media vuelta y correr.

No tuvo tiempo de decidir. Tu movimiento fue rápido, más de lo que cualquiera de ellos esperaba. Un instante estabas a una distancia prudente, y al siguiente, tu silueta colosal se abalanzó sobre el líder con la ferocidad de una bestia en plena cacería. Tus garras, reforzadas con las nudilleras de metal, trazaron un arco decidido hacia el brazo que sostenía el arma.

Él trató de reaccionar, pero sus reflejos no estuvieron a la altura de tu velocidad. El impacto resonó como un trueno en el angosto callejón. El metal de tus nudilleras golpeó con fuerza contra la muñeca del hombre, arrancándole un alarido de dolor que resonó entre las paredes. El cuchillo oxidado salió volando de su mano, girando en el aire antes de aterrizar con un estrépito en el suelo empedrado. Él cayó de rodillas, sujetándose el brazo mientras una mueca de dolor deformaba su rostro.

¡Maldito bastardo! —Gritó entre dientes, mirando hacia ti con una mezcla de rabia y miedo. Los otros dos reaccionaron como podías haber predicho. El de la cicatriz retrocedió instintivamente, sus ojos desorbitados mientras buscaba una salida desesperada. Pero el otro, el de la nariz torcida, pareció decidir que su mejor opción era atacar. Sacó de entre sus ropas un garrote improvisado, un trozo de madera astillada que probablemente había recogido de algún rincón, y se lanzó hacia ti con un grito gutural. Era torpe. Sus movimientos carecían de técnica, y su desesperación lo hacía aún más predecible. El golpe que intentó asestar fue lento y errático, pero potente.

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#7
Ares Brotoloigos
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Ares se había movido como una verdadera bestia. No había tenido consideración alguna con lo que les pudiese suceder a ese trio de imbéciles. Un hilo rojizo pareció brillar, dejando ese mismo rastro, desde uno de los ojos endemoniados de Ares en el momento en el que se abalanzó contra el líder de aquel grupo de despojos. No se había movido como un marine al uso, sino más bien como un animal dispuesto a desgarrar y desgajar cualquier trozo de carne que se le pusiese por delante. Porque ese tipo de maleantes no tenían el derecho a una segunda oportunidad.

Tras el primer y brutal golpe, en el que Ares no se había medido ni tan siquiera un poco, el cuchillo salió volando, haciendo varios giros en el aire con un sonido filoso antes de caere estrepitosamente en el suelo empedrado. Una risa apenas gutural brotó de entre las fauces de la criatura escamada cuando esto sucedió. O, más bien, al atisbar la expresión de rabia y miedo que ahora le era dirigida a su persona.

Te lo dije. Es hora de purgar a las ratas... — Siseó demasiado cerca del rostro de aquel hombre. Incluso abrió la boca, mostrando las fauces como si fuese a pegarle un mordisco en toda la cara. Uno amplio, capaz de arrancarle un buen trozo de carne de su rostro. El hombre podría sentir el peligroso aliento del ser reptiliano, de aquel mestizo de oni, y como casi tenía ya los afilados dientes cerca de los tiernos músculos de su faz.

Al menos hasta que un sonido lateral alertó al marine. Como un psicópata, su mirada se dirigió de reojo hacia el tipo de la nariz torcida, que ahora había sacado un improvisado garrote. Cualquiera le habría mirado con condescendencia. Y Ares lo hizo, pero con una más bien burlona. Estaba hambriento. Y eses tres no iban a ser suficiente, probablemente. Fuese como fuese, al menos limpiaría parte de la zona de aquella gentuza.
Su visión de la Justicia Absoluta era un mantra que bailaba, continua y oscuramente, en el interior de su psiquis. No se podía obtener paz y justicia si no se comenzaba con eliminar el problema de raíz. Los avisos y la cárcel no funcionaban, los presos no se reformaban. ¿Por qué iban a hacerlo? En cuanto saliesen iban a volver a delinquir, como muchas veces había sucedido.

El patíbulo debería comenzar a funcionar una vez más. Volver a cumplir su función. Pero mientras esto no sucediese, tendría que hacerlo a su manera.

Ares se dió la vuelta justo a tiempo para interceptar el garrotazo con sus propias manos. No solo chocando su puño “enguantado” contra la astillada e improvisada arma, sino continuando con el golpe directo hacia el pobre interfecto. Sin mencionar que el tipo era demasiado lento. Habían entrado en su zona de caza y ahora iban a sufrir las consecuencias. Con todo el peso de la ley.

Después de ello, se irguió en toda su estatura. Había sangre tanto en sus dedos como en la nudillera, sangre que no dudó en lamer casi de manera gustosa, sino también de forma depravada. Todavía con esa palpitación de adrenalina, dirigió su mirada hacia el que quedaba, hacia el que había intentado buscar una salida.

¿Tú vas a ser el siguiente, ratoncito? No vas a escapar de aquí. — Siseó mientras se aproximaba. — Ninguno va a salir de aquí.

Finalizó en un funesto eco.

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#8
Irina Volkov
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El hedor del callejón parecía intensificarse a medida que los tres desgraciados quedaban reducidos a un amasijo de desesperación y miedo. Ares, puedes sentir el temblor en las piernas de ese último hombre, su desesperación es tan evidente que casi podrías saborearla en el aire cargado. Cada paso que das hacia él resuena como un tambor fúnebre en sus oídos, puedes verlo, con claridad, intentar encogerse contra la pared, como si el contacto frío de los ladrillos pudiera protegerle de ti. Sientes la humedad del lugar mezclarse con el aroma del miedo, tan intenso que parece empaparlo todo. El hombre intenta balbucear algo, pero sus palabras no son más que un amasijo de sonidos quebrados que no logran formar una súplica coherente. No necesita hablar; su mirada lo dice todo. Es el miedo absoluto, no solo al dolor o a la muerte, sino a ti. A lo que eres, a lo que representas, a la furia sin ataduras que ve en tus ojos. Ares, sabes que los otros dos, los que ya no están en condiciones de defenderse, sienten lo mismo. Aunque no puedan hablar, aunque no puedan moverse, el pánico permanece en sus cuerpos abatidos. Incluso en su estado, puedes percibir la tensión en sus músculos, la respiración errática que los mantiene en un miserable vestigio de consciencia.

El hombre frente a ti se atreve, por un instante, a alzar las manos en señal de rendición. Pero no es valor lo que lo motiva, sino un acto desesperado de supervivencia. Puedes notar que su mirada viaja rápidamente hacia los cuerpos de sus compañeros caídos, como si buscara alguna señal de que esto no es real, de que quizás pueda despertar de esta pesadilla. Pero no lo hará. No mientras estés aquí. El metal de las nudilleras que llevas aún brilla tenuemente, salpicado de sangre seca que se ha mezclado con la humedad del ambiente. Sabes que es un símbolo, un recordatorio de lo que sucede cuando alguien cruza los límites contigo. Y puedes ver en sus ojos que lo entiende. Es una lección grabada en el miedo, en el dolor, en la desesperación. El hombre intenta retroceder, pero no tiene a dónde ir. Está atrapado. Lo sabes. Él lo sabe. Sus palabras son apenas un murmullo entrecortado. Puedes imaginar lo que quiere decir, que no lo hieras, que hará cualquier cosa por salir de ahí con vida. Pero esas palabras no importan. Nada de lo que diga cambiará la realidad de lo que está ocurriendo.

Sientes cómo se esfuerza por controlar su cuerpo, que tiembla sin remedio. Su mirada se cruza con la tuya una última vez y, en ese instante, lo ves rendirse. No necesita más señales. Sabe que ha perdido. Que el depredador en esta cacería eres tú. — ¿Tú no eras marine? — Te dice, asustado. — ¡No puedes comportarte así!
#9
Ares Brotoloigos
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Plic, plic...

Ese era el sonido más notorio que, ahora mismo, copaba aquel callejón. El de las gotas de sangre goteando de las nudilleras que portaba el diablos. No había tenido consideración alguna con los otros tipos y tampoco se había contenido en lo más mínimo. ¿Que eran un trío de piltrafas y deshechos humanos? Sí. Y precisamente por eso no iba a tener ni el más mínimo reparo en darles su merecido. Ya había bastante mierda en Loguetown, que el resto no daba limpiado, como para permitir que se acumulase más.

Con el tipo que había espantado antes, el que se había puesto a discutir con la mercader, había sido “suave”, pero porque había demasiada gente. Aunque tampoco le importaba mucho si había alguien mirando, sabía que había ciertas “normas de etiqueta”, vamos a llamarlo así. Ahora solo quedaba uno más o menos consciente. Los otros dos ya habían recibido lo suyo, pero para Ares todavía no era suficiente. Por ahora.

Era capaz de oler el miedo y la desesperación de los hombres, sobre todo ahora del que estaba intentando implorar por su vida, rindiéndose. Pero también echándole en cara su comportamiento. Eso arrancó un breve gorjeo de la garganta del ser repitiliano. Un símil a una risa corta e irónica.

¿En serio tienes la cara de decirme eso? — El sonido de una de sus manos, apretándose en torno a la nudillera, rompió el silencio posterior por unos segundos. — Soy marine, ¿y qué? ¿Acaso pretendíais que os diese una palmadita en la espalda?

Eran unos ingenuos si creían que todos los marines eran así. Aunque, si lo pensaba bien, tampoco les podía culpar al respecto. Porque la mayoría eran así. Un aviso, un par de días encerrados o con una multa, y para la calle otra vez. No, demasiado laxos. Eso era lo que más le molestaba en ese sentido. Y, aunque le jodiese admitirlo, tenía que darle la razón a la loca de Irina en cuanto a despreciar a la Marina. La mayoría eran unos malditos flojos que se regodeaban en su puesto y se lucraban a costa del mismo.

Pero no, os habéis encontrado con el tipo equivocado. Y en esta ciudad, mientras yo esté patrullando, no voy a permitir ningún tipo de concesión. — Aunque le amonestasen después. Aunque le echasen de la Marina, lo que era una posibilidad.

Si eso sucedía, eso solo significaría una cosa para él: Que el sistema estaba podrido y en las últimas.

Un suspiro fue exhalado de las narinas del diablos. Pero no era uno resignado, sino más bien teatrero.

Entonces... ¿Qué debería hacer con vosotros? Aunque antes vas a contarme qué es lo que estabais tramando. — Sonrió posteriormente, mientras casi se acuclillaba frente a frente con él, en una falsa concesión. Esa sonrisa que mostraba todos los dientes afilados y una gota oscura iluminando sus ojos rojizos.

Quería saber qué era lo que estaban planeando, qué implicaba y si había más como ellos metidos en el ajo.

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