Alguien dijo una vez...
Monkey D. Luffy
Digamos que hay un pedazo de carne. Los piratas tendrían un banquete y se lo comerían, pero los héroes lo compartirían con otras personas. ¡Yo quiero toda la carne!
[Autonarrada] [Aut-T1] La Danza del Vientre
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
Pueblo de Rostock, Isla Kilombo, Día 13 de Verano del Año 724…


 
El sol brillaba alto sobre las calles de Rostock, cubriendo con su luz los adoquines gastados y las paredes descascaradas de las pequeñas tiendas y viviendas. El bullicio habitual del mercado llenaba el aire con voces, risas y el sonido de mercancías intercambiadas. Donatella Pavone caminaba entre la multitud con pasos seguros, su capa ligera ondeando detrás de ella mientras mantenía la cabeza en alto. Sus ojos ámbar escaneaban los alrededores, buscando cualquier señal de peligro o algo que pudiera ser útil en su misión. Rostock podía ser un pueblo pequeño, pero su vida de cazadora le había enseñado que hasta el lugar más tranquilo podía esconder amenazas.
 
Vestía su habitual conjunto práctico, aunque el calor del verano la obligaba a mantener su capa abierta, revelando su figura delgada pero atlética. El movimiento de sus ropajes, junto con la forma natural en que se desplazaba, llamaba la atención de algunos transeúntes. Estaba acostumbrada a las miradas furtivas, pero esta vez, notó un grupo de hombres que no hacían ningún esfuerzo por disimular. Tres figuras robustas, con ropas desaliñadas y el aire inconfundible de bandidos, la seguían con descaro desde hacía varios minutos.
 
Oye, preciosa, ¿qué haces sola por aquí? — dijo uno de ellos, un hombre de barba tupida y sonrisa burlona, mientras se acercaba a ella con pasos largos. Sus dos compañeros lo siguieron, sus ojos recorriendo a Donatella como si fuera un objeto en venta. Ella no respondió, manteniendo su mirada fija al frente, aunque podía sentir el calor de su ira burbujeando bajo la superficie.
 
No tienes que ignorarnos, cariño. Solo queremos hablar. Apostaría a que alguien como tú podría ganar una buena suma bailando para nosotros esta noche. Tenemos un lugar perfecto en las afueras del pueblo. — Continuó otro, más bajo, pero con una cicatriz que le cruzaba por casi todo el rostro. Sin embargo, Donatella se detuvo abruptamente, girando sobre sus talones para enfrentarlos cara a cara. Su mirada era fría y cortante, suficiente para hacer titubear a hombres menos atrevidos. Pero estos le dejaron más que claro que no eran del tipo que se dejaba intimidar fácilmente, mucho menos por una mujer de apariencia tan delicada y refinada.
 
No soy lo que ustedes creen. — Replicó con voz firme utilizando un tono gélido y cortante mientras chasqueaba sus dedos, que yacían ligeramente escondidos debajo de la capa que llevaba abierta.  No obstante, el hombre de la cicatriz rio entre dientes, acercándose un paso más, sin comprender la presencia a la que quería sacarle provecho. — No te hagas la difícil, muñeca. Te estamos ofreciendo una oportunidad de oro. Esto puede ser tuyo si vienes con nosotros. — Sacó una bolsa de monedas, agitándola frente a ella, como si estaba acostumbrado a convencer mujeres solo con una simple bolsa de berries.
Los labios de Donatella se curvaron en una sonrisa sarcástica mientras cruzaba los brazos frente al pecho. — ¿De verdad creen que pueden comprarme con unas pocas monedas? — Preguntó, su voz cargada de menosprecio y repugnancia. Procedió a dar un paso hacia el hombre, ahora estando lo suficientemente cerca como para que él notara la intensidad en sus ojos. — Lárguense, antes de que lamenten haberme hablado. — Concluyó, ahora con enojo y una mirada amenazante, ahora chasqueando los dedos antes de cerrar sus puños y apretarlos con fuerza, como si esperara la mínima acción que le otorgara el permiso de noquearlos.
 
Los bandidos intercambiaron miradas, y su líder, el hombre de la barba, dio un paso adelante, claramente irritado por su respuesta. — Mira, chica. No estamos pidiendo permiso. Vienes con nosotros, quieras o no. — Fue entonces cuando Donatella dejó caer su capa, revelando los guantes de combate ajustados a sus manos y los tatuajes de plumas de pavo real que adornaban sus brazos. Su postura cambió sutilmente, adoptando la de una luchadora preparada para actuar. Los bandidos se quedaron momentáneamente en silencio, confundidos por el giro inesperado de los acontecimientos. — Les advertí. — Fue lo único que pudo salir de su boca, antes de lanzarse hacia el hombre de la barba con una velocidad que no esperaban, no había duda de que el enojo y el desprecio hacia este tipo de hombres le repugnaba, de donde ella venia los hombres no eran más que sirvientes para las mujeres, el imperio Pavone era un matriarcado.
 
El primer golpe fue directo al estómago, un puñetazo certero que lo hizo doblarse en dos, jadeando por aire. Sin darle tiempo a recuperarse, Donatella giró sobre un pie, conectando una patada en su pecho que lo envió al suelo con un ruido sordo. Los otros dos reaccionaron rápidamente, sacando cuchillos y lanzándose hacia ella, pero Donatella ya estaba en movimiento. El hombre de la cicatriz intentó apuñalarla, pero ella esquivó el ataque con facilidad, atrapando su muñeca y torciéndola hasta que el cuchillo cayó al suelo. Con un movimiento fluido, lo lanzó contra una pared cercana, donde se desplomó, aturdido. El último bandido, más joven y claramente menos experimentado, vaciló por un instante, lo suficiente para que Donatella cerrara la distancia entre ellos. Un gancho directo a la mandíbula lo dejó fuera de combate, cayendo al suelo junto a sus compañeros.
 
La pelea había durado menos de un minuto, pero el espectáculo había atraído la atención de varios transeúntes, quienes observaban con expresiones de asombro y temor. Donatella recogió su capa, sacudiendo el polvo de sus hombros antes de mirar a los hombres derrotados a sus pies. — Espero que hayan aprendido la lección, unos hombres como ustedes jamás podrían ponerme un dedo encima. — Dijo con desdén, ajustando su capa mientras se giraba y chasqueaba los dedos. Antes marcharse Se detuvo un momento, mirando de reojo por encima del hombro a los bandidos en el suelo. — No seré tan amable la próxima vez que los vea acosando a una dama. — Con eso, se alejó, dejando a los bandidos humillados y a los espectadores murmurando sobre la mujer que había enfrentado y derrotado a tres hombres con una facilidad asombrosa. Para Donatella, no era más que un inconveniente menor en su día, pero sabía que este encuentro serviría como un recordatorio para cualquiera que intentara subestimarla nuevamente.
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