¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
[Común] Un encuentro algo escamoso.
Dan Kinro
[...]
Base de la Marina G-31, Loguetown. 2 de Verano del año 724

Era temprano en la mañana en la base G-31 de Loguetown. El sol apenas asomaba por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosados. Dan Kinro ya estaba despierta, como siempre.

 No podía quedarse quieta mucho tiempo. Desde que había llegado a la Marina, su rutina no le permitía descansar como lo hacían los demás. De todas formas, ella no se quejaba. Estaba acostumbrada a estar siempre alerta, siempre en movimiento.

Dan se levantó de la cama con agilidad, con su característico acento escocés resonando en su cabeza mientras se estiraba. "Wenodías", murmuró para sí misma, sonriendo levemente al ritmo de sus pensamientos. Se vistió con rapidez, ajustando su uniforme con precisión junto a su bandana negra y blanca, aunque con su propio toque relajado, como si siempre estuviera a punto de salir a la guerra.

Salió de su habitación y caminó por los pasillos de la base, observando cómo los primeros rayos de sol iluminaban el edificio, creando sombras alargadas en las paredes. 

Guid marnin’. — dijo, saludando a los marines que cruzaba en su camino. 

La mayoría apenas levantaba la vista, absortos en sus tareas. Pero Dan no podía evitar sonreír ante la monotonía del lugar. Sabía que a muchos de esos hombres y mujeres no les interesaba nada más allá de lo que les ordenaban hacer, y a Dan eso no le parecía correcto, era una deshonra.

De repente, un pequeño movimiento a lo lejos captó su atención. En un rincón del patio principal, un hombre extraño estaba ajustando unas piezas de equipo. Su piel escamosa brillaba bajo los primeros rayos del sol. Dan no pudo evitar fijarse en él. Mientras caminaba hacia su dirección, no dejaba de observar su figura.

El hombre estaba concentrado, manipulando una de las armas con una precisión que solo los más experimentados lograban, y eso que eran solo unos guanteletes. Su rostro estaba marcado por unas facciones que, a decir verdad, no pasaban desapercibidas. Lo que más le llamó la atención a Dan fueron sus ojos, tan agudos, pero con una profundidad que parecía provenir de algún lugar lejano y oscuro. Se acercó un poco más, sin perder detalle de los movimientos del sujeto.

Nae, nae, no me puedes decir que no te pareces a una de esas serpientes de Amazon Lily. — Comentó Dan con una sonrisa traviesa, sin intentar esconder su asombro.

La chica de la tribu Kuja lo miraba de arriba hacia abajo, como si lo estuviese evaluando.

 — Aye, te ves como una de esas guardianas de la selva, con las escamas y todo. Kiririri~

Dan no pudo evitar soltar una pequeña risa, divertida por la comparación que acababa de hacer. 

Guid, no es nada personal, pero tienes un aire muy... peculiar. Es como si tus escamas fueran un reflejo de alguna criatura antigua. ¿Sabes? Esas que se encuentran en la selva, con esos ojos penetrantes. Aye, casi me da la sensación de estar mirando una de esas serpientes.

Dan Kinro hablaba con tono amigable pero era obvio que su sinceridad podría ser considera incómoda, pese a hablar sin ninguna intención de ser grosera, pero más bien intrigada por la rareza de la figura frente a ella.

El hombre no respondió de inmediato, pero Dan no esperaba que lo hiciera. A veces, las personas eran tan difíciles de leer... La forma social no era lo suyo.

Sin embargo, continuó observándolo con curiosidad.

Nae me malinterpretes, me recuerdas a las serpientes de Amazon Lily, pero de una forma que lo hace más... místico, más imponente.

Dan se cruzó de brazos mientras lo observaba más de cerca. La condenada cría no podía callarse.

Lo siento, ¿me permites preguntarte algo más? Tu piel, las escamas, ¿es algo que has tenido siempre o... es algo más de tu historia?

La joven espadachín continuó, con su voz llena de fascinación. Aunque su tono era ligero, había una evidente fascinación por el extraño ser delante de ella. En su mente, las posibilidades eran infinitas, y siempre le había gustado descubrir más sobre las personas que consideraba... especiales.

Oye, oye, te lo digo en serio, si tú fueras una de esas guardianas de la selva, me vería perfectamente buscando a alguien como tú para intercambiar historias. Son tan enigmáticas esas criaturas, dijo mientras sus ojos brillaban con esa chispa que siempre tenía cuando algo le parecía interesante. Son muy poderosas.

Con una última mirada curiosa hacia el hombre escamoso, Dan se dio media vuelta, dispuesta a continuar su jornada. Sin embargo, no pudo evitar sonreír de nuevo, como siempre lo hacía cuando encontraba algo que despertaba su interés.

Antes de retirarse, añadió de forma irónica al silencio.

Aye, bueno, sigues siendo raro... pero no me molestes mucho, ¿eh?

 Su mente ya se encontraba en otro lugar, lista para seguir adelante con las cosas que tenía que hacer. Pero sabía que siempre volvería a pensar en esa peculiar figura.

¿Quién sabía qué secretos ocultos podía tener alguien tan misterioso?
#1
Ares Brotoloigos
Se había levantado apenas con el alba. Todavía las tenues y tímidas luces del sol apenas iluminaban el horizonte, que Ares ya estaba preparándose para un día de trabajo. O de asueto, dependía mucho de cómo avanzasen las horas. Tras espabilarse y asearse un poco, se había vestido con sus ropas de colores habituales que destacaban entre el resto de uniformes de la Marina. Le habían permitido el cambio de color, aunque le habían obligado a llevar esa estúpida gorra cada vez que le tocaba patrullar por algún lado. Podía ser peor, aunque había refunfuñado en su día. Fuese como fuese, se había levantado de buen humor ese día.

El desayuno lo dejaría para después, todavía era demasiado temprano y, de momento, prefería ir a quemar un poco de adrenalina en el patio, antes de q u ecomenzasen a repartir las asignaciones a cada uno. Solamente se hizo con su arma predilecta antes de abandonar la habitación que, de momento, no tenía que compartir con nadie. Eso, de momento, era una ventaja. No tenía que aguantar compañeros pesados o que le tocasen mucho el hocico. Tras cerrar la puerta tras de sí, Ares comenzó a caminar tranquilamente por los pasillos. Algunos otros reclutas le saludaban, a lo que él respondía el saludo con un breve asentimiento, antes de continuar. Otros, en cambio, se le quedaban mirando. Era molesto cuando le pillaban de mal humor, así que ahora podían darse por afortunados.

Los ojos rojizos del diablos se entornaron apenas cuando, a medida que se dirigía hacia el patio principal, la claridad era más consistente. Y se fue a su esquina habitual, donde sabía que nadie le molestaría. O eso creía él.

Estaba terminando de pulir las nudilleras que solía utilizar para las peleas y entrenamientos, cuando una vocecita femenina sonó demasiado cerca de él. Ares bajó la mirada, debido a la diferencia de alturas.

¿Una... serpiente? — Enarcaría ambas protuberancias óseas a modo de cejas, y adornadas por entre dos y tres piercing en forma de aro. Vale, nadie se había atrevido a decirle eso directamente, a la cara.

Mucho menos una mujer y con tanta naturalidad y descaro. Era verdad que su apariencia escamosa llamaba la atención, siempre había sido consciente de ello. Para bien o para mal. Pero de ahí a tener a una fémina mirándole como si fuese lo más exótico que había visto en tiempo, era diferente. Ares aprovechó también ese momento para mirarla de arriba a abajo, analizándola de manera concienzuda.

Me temo que no he visto esas serpientes que dices. ¿Amazon Lily? — Le quería sonar ese nombre. No había estado en dicho lugar pero sí había oído habladurías. Sobre todo entre los reclutas masculinos. — ¿No es esa isla repleta de mujeres en algún lugar del océano?

Había un atisbo de curiosidad en los carmesíes que continuaban fijos en la peculiar muchacha. Era bastante alta en comparación al resto de mujeres que había visto hasta ahora. Aunque seguía siendo algo baja para él. Y era la primera que había tenido el descaro o atrevimiento de ir a hablarle de esa manera. No de forma ofensiva, sino más bien sin pelos en la lengua.

Eso le hizo parcialmente gracia, por lo que esbozó una media sonrisa ligera, entretenido, mientras ella no dejaba de parlotear. ¿Tendría algún tipo de pausa para ello?

Quizás no deberías mirar tan fijamente, a lo mejor esta serpiente te tiene que terminar arrancando los ojos y comérselos. — Lo había dicho en broma, al menos en el contexto y la situación en la que se encontraba ahora. Pero de haber sido otra persona y otra la situación, tales palabras serían más bien un hecho.

Mientras la muchacha hablaba, Ares aprovechó para ajustarse ligeramente las nudilleras en una de sus garras, comprobando que estuviesen bien acomodadas y a punto para empezar el entrenamiento que tenía pensado hacer.

Pero no te culpo, supongo que no hay muchos de mi especie por ahí perdidos. — En realidad no lo sabía y le daba reverendamente igual. — A ti parece que te han metido en lejía por lo descolorida que pareces.

Y se lo dijo así, tan ancho, refiriéndose tanto a la palidez de piel de la chica y de su cabello blanco, Casi muy similar al de las escamas de él.

En cuanto a mis escamas... He nacido con ellas. Aunque si quieres compartir historias, ¿no crees que es muy temprano para ello? Eso suele hacerse de dos formas. — O, al menos, las que a él más le gustaban. — O con una buena bebida delante, en la taberna de la ciudad...

Lentamente su sonrisa se hizo un poco más divertida, casi afilada, mientras su mirada rojiza se entrecruzaba, ahora, con la ámbar de la muchacha.

… O en un buen entrenamiento a puños. — No sería una mala idea para empezar el día. Y un muy buen calentamiento.

Fuese como fuese, la chica terminó con toda su perorata llamándole raro. A él se le escapó una ligera risa gutural por el atrevimiento.

No es que tú seas menos rara, conste. — Le dijo, cuando ella parecía ya en otro mundo. O con la cabeza en otras cosas.

El diablos de albas escamas se encogió de hombros, antes de volverse para comenzar a calentar. El primer puñetazo hacia el muñeco de entrenamiento, cubierto totalmente de sacos de arena, hizo vibrar al maniquí de forma considerable.

Al menos la mañana había empezado de forma interesante.
#2


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