Alguien dijo una vez...
Crocodile
Los sueños son algo que solo las personas con poder pueden hacer realidad.
[Aventura] [T1] Priorizando la Bandana
Arthur Soriz
Gramps
[ · · · ]

28 de verano
año 724

El sol apenas comienza a asomarse sobre el horizonte y ya el mercado de Kilombo se encuentra vivo... como un torbellino de actividad que te rodea mientras caminas entre los puestos. El aire matutino lleva consigo el aroma del pan recién horneado, el pescado fresco y las especias exóticas que algunos comerciantes presumen con orgullo e intentan venderte su mercancía cada vez que pasas cerca de sus puestos. Las gaviotas graznan desde los tejados, compitiendo con las voces de los vendedores que intentan atraer a los primeros clientes del día y buscando la oportunidad perfecta para sobrevolar a algún pobre distraído y robarle sus compras de comida cuando menos se lo esperen.

Kilombo tiene una energía propia... vibrante y caótica que te invita a quedarte un poco más, pero también te recuerda que tu tiempo aquí debe llegar a su fin. Han pasado días desde que pusiste pie en esta isla y aún no hay rastro de Mayura ni de tu guardia real. La frustración amenaza con apoderarse de ti pero te obligas a mantener la calma. Tienes un objetivo en mente ahora mismo... partir hacia Loguetown. Allí podrías mercadear los objetos que llevas contigo, reunir pistas y si tienes suerte... comprarte tu propio bote para continuar tu búsqueda por otras islas del East Blue si es necesario

Sin embargo los Berries en tu bolsa son insuficientes para el viaje. Necesitas un último trabajo, una oportunidad para ganar lo suficiente antes de zarpar. Sabes que Kilombo tiene sus secretos y también sus oportunidades. Quizá alguien aquí necesite de una mano capaz como la tuya.

Mientras te decides a recorrer los puestos con más atención, un murmullo se filtra entre la multitud. — ¿Has escuchado lo del Almacén Este? Parece que necesitan a alguien que no haga muchas preguntas... —dice un hombre bajo y corpulento a otro mientras cargan sacos en un carro. La frase sin lugar a dudas llegaría a despertar tu interés. Podría ser justo lo que necesitas... rápido, potencialmente lucrativo y discreto.

No muy lejos, un grupo de músicos callejeros comienza a afinar sus instrumentos, y uno de ellos menciona algo sobre una posada que busca a alguien para ayudar con un encargo urgente. Tal vez el trabajo sea sencillo, pero quién sabe cuánto tiempo te podría llevar hacerlo, al igual que con el rumor del almacén al este. Podrías acercarte y preguntar si te interesaba.

Por otro lado, un comerciante de pescado grita frenético. — ¡Me falta un repartidor para hoy! ¡Pago bien si se mueve rápido! —exclamaba a los cuatro vientos. Es un trabajo más sencillo, pero podría darte las monedas necesarias sin mayores complicaciones si te apurabas y ofrecías tu asistencia antes de que otro más necesitado que tú te robara tu lugar.

El día está apenas comenzando y Kilombo tenía muchas puertas por abrir. La decisión está en tus manos... sea cual sea tu elección, este último trabajo marcará el fin de tu estancia en esta isla y el inicio del siguiente capítulo en tu viaje.


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#1
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
Isla Kilombo, Día 28 de Verano, Año 724



 
El bullicio del mercado de Kilombo llenaba el aire con esa energía especial que Kilombo solía transmitir en todas las mañanas. Donatella avanzaba entre los puestos con su capa ligera cubriéndole los hombros, su mirada fija en las mercancías, pero también en las personas. Las voces de los vendedores competían entre sí, ofreciendo sus productos con entusiasmo o más desesperación en la mayoría de los casos. Era un perfecto caos organizado, un espectáculo como de esos que disfrutaba su hermano, uno que ella misma habría podido disfrutar en otras circunstancias. Pero hoy no estaba de humor para distracciones, su mente estaba ocupada, como siempre, con su misión y el siguiente paso para acercarse a ella.
 
Mayura seguía siendo un fantasma, una sombra que no lograba alcanzar, y la falta de información comenzaba a desgastarla. Sus pasos eran firmes y elegantes, con esa gracia única de la mezcla entre cazadora y heredera al trono, pero su paciencia estaba colgando de un hilo. Necesitaba moverse, necesitaba avanzar, solo Loguetown parecía el próximo destino lógico en este mar que le había traído sorpresas únicas, pero para llegar allí necesitaba los medios. Los pocos Berries que quedaban en su bolsa no eran suficientes ni siquiera para asegurar un pasaje en un bote modesto sin miedo a perder lo último que le quedaba: un dial de frio, una caja de almuerzo especial traída como reliquia del imperio Pavone y unas cajas con herramientas para inventos; en fin, objetos que nadie apreciaría en Kilombo.
 
El aire del mercado, impregnado de aromas de comida y especias, no hacía más que subrayar la urgencia de su situación. Entonces, como si el destino hubiera decidido colocar opciones frente a ella, fragmentos de conversaciones comenzaron a llegar a sus oídos. Un trabajo en el almacén al este, rumores de una posada con un encargo urgente, y un comerciante de pescado gritando frenéticamente en busca de un repartidor. Sus pasos se detuvieron por un instante, su mente trabajando rápidamente para evaluar las opciones.
 
El almacén al este parecía el más interesante, aunque probablemente también el más peligroso; las palabras "sin hacer muchas preguntas" eran un claro indicativo de que el trabajo podría involucrar actividades turbias, pero la paga podría ser proporcional al riesgo. La posada, por otro lado, ofrecía una oportunidad diferente; los encargos urgentes podían variar en dificultad, y aunque la recompensa quizás no fuera tan alta como la del almacén, parecía una opción más estable. Finalmente, estaba el comerciante de pescado, cuyo grito continuaba resonando en el aire, era un trabajo sencillo y directo, aunque probablemente pagaría menos que las otras dos opciones.
 
Donatella apretó los labios, evaluando rápidamente sus posibilidades. El tiempo era esencial, pero también lo era el riesgo. Sin embargo, había algo en la naturaleza directa del comerciante de pescado que le resultaba atractivo. No requería preguntas, ni rodeos, sólo trabajo físico, algo en lo que siempre podía confiar. Con esa decisión tomada, giró sobre el tacón de sus zapatos y se dirigió hacia el puesto del comerciante, que seguía gritando frenéticamente en busca de ayuda. Con suerte sus pasos firmes y su expresión decidida llamarían su atención incluso antes de que llegara, o quien sabe quizás su mera presencia la haría sentirse, después de todo, La Garra de Pavone poseía los dotes de una emperatriz.
 
Necesitas un repartidor. Estoy disponible. — Dijo con su tono directo y cortante, asegurándose de que su voz se escuchara por encima del bullicio. — ¿Cuáles son las condiciones? — Preguntó mientras cruzaba los brazos y lo miraba con esos ojos ámbar que siempre parecían evaluar todo a su alrededor. Era un trabajo modesto, pero si lograba completarlo rápido y de manera eficiente, podría darle lo necesario para partir hacia Loguetown. Además, su misión no le permitía ser quisquillosa, estaba dispuesta a ensuciarse las manos con lo que fuera necesario, siempre y cuando eso la acercara un paso más a su objetivo.
#2
Arthur Soriz
Gramps
Te diriges hacia el comerciante de pescado, probablemente atraída por la naturaleza directa y práctica de su oferta. Es un hombre de mediana edad, con las manos callosas y un delantal manchado de escamas cuyo aroma a pescado recién fileteado era sin lugar a dudas un tanto nauseabundo, en especial por el hecho de que estaba tan fresco... por suerte no había nada podrido a su alrededor y se veía como alguien que mantenía su espacio laboral relativamente pulcro, dándole las sobras y triperío a las gaviotas.

Cuando llegas frente a su puesto, te observa con una mezcla de curiosidad y urgencia, como si evaluara si realmente podrías encargarte del trabajo en lo que te dedicaba una fugaz mirada de pies a cabeza; no te veías exactamente como alguien que hiciera este tipo de trabajos.

Nunca hay que juzgar a un libro por su portada.

¿Tú...? —dice alzando una ceja, pero su expresión cambia rápidamente al ver la firmeza en tu postura y la determinación en tus ojos. No tiene tiempo para cuestionarte, ni ganas. — Bien, necesito que lleves estas tres cajas al barrio costero, a los nombres que están escritos aquí, pregunta cuando llegues y te indicarán quiénes son. —dice mientras saca un papel con garabatos apenas legibles pero logras entenderlos luego de un momento. — Tendrás que moverte rápido. El pago será justo, pero no me hagas esperar.

Las cajas están cargadas en un pequeño carro, y por su peso parece que el trabajo será más físico de lo que podrías haber anticipado. Sin embargo la promesa de monedas de berries, que el hombre agita frente a ti como incentivo, te asegura que podría valer la pena. A simple vista se ve como suficiente como para un viaje a Loguetown.

Mientras revisas los nombres y direcciones, te das cuenta de algo curioso... uno de los destinos está cerca del Almacén Este, del que escuchaste rumores antes. Podrías usar esta oportunidad para observar el área mientras realizas el encargo, pero las palabras "sin hacer muchas preguntas" aún resuenan en tu mente... recordándote los posibles riesgos.

Otra dirección lleva a una posada en el mercado, la misma que mencionaron los músicos. Tal vez este trabajo sencillo sea también una puerta a nuevas posibilidades, o simplemente una oportunidad para observar con más detalle el entorno.

El comerciante le da un empujón amistoso al carro, interrumpiendo tus pensamientos.

¡Rápido, rápido! No tengo todo el día.

Grita, aunque a pesar de verse apurado no por ello era hostil... tan solo no quería romper el ciclo de puntualidad por el que le conocían.
#3
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
El aroma a pescado fresco invadió los sentidos de Donatella mientras se plantaba frente al comerciante. Aunque el hedor no era precisamente agradable, tampoco era algo que pudiera desconcentrarla; había pasado por situaciones mucho peores. Sus ojos ámbar se fijaron en el hombre mientras evaluaba rápidamente la tarea que le ofrecía. Las cajas apiladas en el carro eran grandes y seguramente pesadas, pero no era algo que La Garra de Pavone no pudiera manejar. El comerciante, por su parte, parecía tener prisa, lo cual solo subrayaba la importancia de moverse rápido.
 
Entendido. — Respondió con firmeza, tomando el papel con los nombres y direcciones. Sus dedos rozaron las letras garabateadas, descifrando los destinos con rapidez. Las rutas parecían dispersas, pero no imposibles. Lo interesante era que uno de los destinos estaba cerca del Almacén Este, lo que despertó una chispa de curiosidad en su mente. Las palabras del comerciante eran claras: moverse rápido, entregar las cajas y regresar por su paga, se limitaría a eso y nada más.
 
Empujó el carro con ambas manos, sintiendo el peso inmediato de las cajas. Sus músculos, aunque aún algo resentidos por los eventos pasados, respondieron con fuerza, y pronto se encontró abriéndose paso entre el bullicio del mercado. A medida que avanzaba, su mente trabajaba a toda velocidad, evaluando las posibilidades de cada parada. El primer destino estaba en el barrio costero, un lugar que solía ser un crisol de actividad para pescadores y comerciantes no esperaba mucho de este lugar, más allá de entregar la caja y seguir su camino.
 
Sin embargo, el segundo destino, cerca del Almacén Este, era lo que realmente despertaba su interés, aunque sabía que era arriesgado, la oportunidad de observar el área mientras cumplía con su trabajo era demasiado buena para ignorarla, pero de nuevo solo se limitaría a eso, observar. El tercer destino, una posada en el mercado, también parecía interesante. Recordaba vagamente los rumores de los músicos callejeros. ¿Era posible que este simple encargo pudiera abrir puertas a algo más? Tal vez, pero eso lo decidiría más adelante. Por ahora, su objetivo era claro; completar el trabajo y aprovechar cada parada para reunir la mayor cantidad de información posible.
 
Aceleró el paso, esquivando a los transeúntes con la precisión de alguien acostumbrada a moverse en entornos llenos de actividad, la primera para en el barrio costero fue rápida y sin contratiempos. Pero, el segundo destino la llevó a acercarse al Almacén Este. Sus ojos se agudizaron mientras recorría la zona, buscando cualquier detalle que pudiera ser útil. A simple vista, no había nada inusual, pero sabía que las apariencias podían engañar. Mientras entregaba la segunda caja, su mirada se desvió hacia el almacén, observando los movimientos en el lugar. Hombres de aspecto rudo iban y venían, cargando y descargando mercancías en un ciclo constante. Aunque no era mucho, la información visual podría serle útil más adelante, especialmente si decidía investigar más a fondo. En esta parada no intervendría ahora si no era completamente necesario, y continuaría con su trabajo directo hacia la posada para hacer la entrega. Sin embargo, si nadie resolvía este encargo pensaría en tomarlo después de terminar con el pescador. 

off
#4
Arthur Soriz
Gramps
Tal y como dijiste, la primer entrega no fue más que entregar la caja, recibir el respectivo agradecimiento y te entregaron un ticket a modo de comprobante de que habías llevado la caja y todo estaba en orden.

Al acercarte al almacén del Este, el bullicio del mercado parece disminuir ligeramente dando paso a un área donde el aire se siente más denso. La zona está delimitada por edificios de madera oscura, algunos con ventanas cubiertas por tablones. El almacén en cuestión es una construcción grande, con una puerta principal abierta de par en par que permite ver el movimiento constante de trabajadores. Hombres corpulentos, con tatuajes visibles y ropas desgastadas, cargan cajas de aspecto robusto. El ambiente tiene algo peculiar, una sensación de tensión velada, como si cada acción estuviera medida y vigilada por aquellos al mando.

Mientras entregas el pescado en un pequeño puesto aledaño un hombre mayor con cabello canoso y una voz áspera te recibe.

¡Ah, justo a tiempo! Este pescado lo necesito para la parrilla de esta noche. Gracias, joven. Aquí tienes tu recibo. —dice mientras te entrega una hoja firmada con un sello simple.

Tu mirada podría llegar a recorrer el almacén mientras el hombre revisa la caja. Entre el ir y venir de trabajadores notas una figura que destaca en especial... un hombre de complexión delgada, con un chaleco oscuro y una boina inclinada sobre su frente. Está rodeado por otros dos individuos que parecen recibir órdenes de él. Hablan en voz baja pero gesticulan hacia un carro que contiene cajas marcadas con un símbolo que no reconoces... una serpiente enrollada en un ancla. La curiosidad burbujea en tu mente, pero sabes que este no es el momento para involucrarte. Terminas la entrega, evitas cualquier interacción directa y memorizas el símbolo y la apariencia del hombre por si esta información resulta útil más adelante.

El tercer destino, un pequeño puesto en el mercado central, es mucho más simple. Una anciana de rostro arrugado pero de energía vivaz te recibe con una sonrisa aliviada.

¡Dioses, qué rápido! No sé qué habría hecho sin este pescado fresco. Aquí tienes, querida. No es mucho pero es mi agradecimiento. —comenta mientras desliza unas monedas extra en tu mano además del comprobante de entrega.

Sus palabras no tienen mayor relevancia pero su gratitud es genuina... un momento agradable entre lo monótono del trabajo que debes hacer.

Finalmente, llegas a la posada. La fachada se ve desgastada y el interior está lleno de actividad. La encargada, una mujer enérgica con un pañuelo en la cabeza, te recibe casi arrebatándote la caja aunque no de mala gana, incluso tiene una sonrisa plasmada en su rostro.

¡Por fin! Pensé que no llegaría a tiempo. Esto salvará la cena de los clientes de esta noche. Muchas gracias, muchacha... qué rapidez. —comenta, ofreciéndote algo fresco para beber y luego sacudiendo las manos volviendo su atención a la cocina una vez te entrega su comprobante.

Mientras dejas la última caja junto al mostrador, el ruido de músicos practicando para un evento cercano llena el ambiente. Sin embargo tu atención se desvía momentáneamente hacia un hombre en una mesa cercana cuya mirada parece fija en ti pese a intentar disimularlo bajo el ala de su sombrero.

Con el encargo completo la mujer te agradece y te ofrece quedarte para la fiesta, pero el día aún no ha terminado para ti. Sabes que el comerciante de pescado te espera para pagar por el trabajo, y todavía queda decidir cuál será tu próximo paso en Kilombo antes de partir a Loguetown.
#5
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
El trabajo transcurría de forma tan metódicamente organizada como Donatella lo había planeado. La primera entrega había sido simple: una caja entregada y un recibo en mano. El viejo comerciante del barrio costero apenas le prestó atención después de agradecerle con prisa, lo cual a ella le pareció perfecto. Menos palabras significaban menos distracciones.
 
Sin embargo, en el almacén del Este… mientras empujaba el carro por las calles cada vez más tranquilas, Donatella notó cómo el aire adquiría un peso distinto, era como si la atmósfera misma advirtiera sobre lo que se cocía en ese rincón de Kilombo. A simple vista, el almacén parecía solo otro lugar de comercio, pero Donatella conocía la tensión cuando la sentía. Observó con disimulo a los hombres que iban y venían, todos con una eficiencia inusual; no hablaban demasiado, y cada movimiento parecía casi mecánico. Su atención, sin embargo, se centró en un hombre de contextura delgada, vestido con un chaleco oscuro y una boina ladeada. Sus manos parecían gesticular con cierta autoridad a dos hombres corpulentos mientras señalaba hacia un carro con cajas marcadas con un símbolo extraño, una serpiente enrollada en un ancla. La Garra de Pavone memorizó cada detalle con rapidez, lamentaba que ahora no tenía tiempo para detenerse, ni mucho menos para involucrarse, pero el instinto le decía que ese símbolo y aquel hombre no debían ser olvidados.
 
No ahora, ya habrá tiempo. O eso espero… — Se recordó a sí misma, manteniendo el rostro neutral mientras completaba la entrega. El hombre mayor que la recibió lo hizo con una sonrisa agradecida, ajeno a la tensión en el aire. Donatella tomó el recibo y continuó su camino sin mirar atrás, aunque cada paso la alejaba con una curiosidad ardiente.
 
La siguiente parada fue mucho más sencilla y sin contratiempos. El mercado central, aunque aún bullicioso, era un respiro tras el almacén. La anciana que la esperaba junto al pequeño puesto tenía un rostro amable, con arrugas profundas y manos que habían trabajado más años de los que Donatella podía contar. Donatella aceptó las monedas extra que la mujer deslizó en su mano, sorprendiéndose ligeramente ante la amabilidad genuina. A veces olvidaba que incluso en un mundo tan frío y calculador como el suyo, aún existían personas como esta anciana rompiendo los esquemas. — Gracias. Espero que el pescado sea de su agrado. — Respondió con cortesía, guardando las monedas en su bolsa, reconociendo que cada Berry extra era bienvenido. Fue un momento breve, pero agradable, que contrastaba con la intensidad de la misión que le impulsaba a llegar tan lejos de casa.
 
Sin perder tiempo, siguió avanzando con la última caja hacia la posada. El lugar parecía desgastado por los años, pero aún vibraba con vida. La encargada, una mujer enérgica con un pañuelo atado a la cabeza, prácticamente le arrebató la caja de las manos. La expresión de la mujer y la gratitud en su voz fueron suficientes para relajar brevemente la postura rígida de Donatella. Aceptó la bebida fría que le ofrecieron con un leve asentimiento, dejando que el frescor calmara parte del calor que llevaba encima. — Un placer. — Agradeció con sinceridad mientras dejaba la caja junto al mostrador. Fue allí cuando los acordes de unos músicos practicando resonaron en el fondo, anunciando una fiesta o evento cercano. Pero Donatella no estaba interesada en distracciones, pero entonces sintió una mirada fija en ella.
 
Un hombre en una mesa cercana que se encontraba sentado con el ala de su sombrero cubriéndole parcialmente el rostro, pero sus ojos seguían sus movimientos con demasiado interés, aunque intentaba disimularlo. Donatella desvió la mirada apenas un segundo, fingiendo ignorarlo, pero con sus sentidos ya alerta. ¿Quién era y por qué la observaba? Eran preguntas a las que definitivamente le buscaría respuesta en su debido momento.
 
"Tal vez es coincidencia. Tal vez no." Pensó sin dar muestras de incomodidad, recogiendo el recibo de la encargada con una sonrisa calculada y negando la oferta de quedarse para la fiesta. — Lo agradezco, pero me esperan en otra parte. Disfruten de la noche. — Respondió con su característica cortesía y modales de heredera al trono. Había completado el encargo, y el comerciante de pescado la esperaba para pagarle. Su mente, sin embargo, seguía dividida. Entre la figura del almacén del Este, el símbolo de la serpiente y el hombre que ahora la observaba, sentía que cada paso que daba la adentraba más en un terreno peligroso.
 
Con pasos firmes y decididos, buscó salir de la posada, añadiendo drama con su capa ondeando tras ella. No era momento de detenerse, era momento de recolectar su pago y ya luego decidiría cuál sería su próximo movimiento. Estaba claro que Kilombo aún tenía secretos por revelar, pero Loguetown la esperaba continuar con su misión. La Garra de Pavone no se quedaría mucho más tiempo en esta isla, pero si el destino le presentaba oportunidades… estaba más que dispuesta a tomarlas.
#6
Arthur Soriz
Gramps
La caminata de regreso al mercado silenciosa y rápida, acompañada únicamente por el murmullo de una ciudad que empieza a apagarse con la llegada de la noche pero nada más que eso, afortunadamente ninguna eventualidad se presente ante ti que pudiera retrasar tu vuelta al mercado y por ende a tu charla con el vendedor para recibir tu merecida paga. Al acercarte al puesto del comerciante lo encuentras recogiendo lo poco que queda de su mercancía. Al verte llegar alza la mirada con una mezcla de cansancio y alivio.

Justo a tiempo. —comenta con un leve asentimiento, su voz grave pero calmada, como si las horas de trabajo hubieran limado cualquier energía restante.

Tomas los comprobantes de entrega y los extiendes hacia él. Los recibe sin prisa, revisándolos uno a uno con manos curtidas y ojos entrenados para no pasar por alto ningún detalle. Finalmente... parece satisfecho y mete una mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacando una pequeña bolsa de tela que deja caer en tu mano con un sonido amortiguado de monedas y algunos billetes.

Gracias por encargarte. No todos cumplen tan bien cuando el trabajo es sencillo. —murmura sin levantar demasiado la voz ni adornar sus palabras con entusiasmo, de verdad que se le nota sumamente agotado... seguramente apenas llegue a casa ni un baño se dará y caerá moribundo en la cama en los brazos de Morfeo. Es un agradecimiento práctico propio de alguien acostumbrado a negociar en calles como estas.

La bolsa es más pesada de lo que esperabas... un vistazo rápido confirma que el pago está completo. La cantidad alcanza para tu pasaje a Loguetown y con suerte un poco más para cubrir algunos gastos adicionales. Guardas las monedas con discreción mientras el comerciante sigue plegando una lona y ordenando cajas vacías. Antes de que te vayas, agrega sin mirarte

Ten cuidado por ahí, las cosas están un poco complicadas por aquí en Kilombo...

El comentario es casual, casi como si hablara consigo mismo, pero tú no deberías tomarlo a la ligera a la ligera. Es una última advertencia, una que encaja con lo que percibiste en el almacén del Este y en aquella mirada en la posada. Puedes alejarte o contestar, el peso del pago seguro en tu cinturón y los pensamientos aún revoloteando en tu mente.

Mientras te acercas al puerto donde los barcos mercantes se preparan para zarpar con sus faroles iluminando de forma tenue las cubiertas de estos, sientes que Kilombo aún guarda secretos que tarde o temprano alguien tendrá que descubrir. Sin embargo, no será hoy. Tu camino ahora apunta hacia Loguetown... un lugar que te espera con sus propias oportunidades y misterios.

off
#7
Donatella Pavone
La Garra de Pavone
El murmullo de la ciudad apagándose con la llegada del anochecer era casi reconfortante. Cada paso de Donatella resonaba suavemente contra los adoquines desgastados, como un eco de despedida. Al acercarse al puesto del comerciante, lo encontró justo como lo había imaginado; exhausto, recogiendo lo poco que quedaba de su mercancía, con movimientos lentos y mecánicos. Era el reflejo de alguien cuyo cuerpo había trabajado más de lo que su espíritu podía soportar.
 
La voz grave del comerciante rompió el silencio, arrastrada por la fatiga del día. Donatella asintió en silencio, dejando que sus acciones hablaran por ella. Extendió los comprobantes con un gesto firme, sus dedos apenas temblorosos después del día largo pero eficiente. El hombre los tomó con manos curtidas, revisándolos uno por uno, sin prisa ni desconfianza, como quien cumplía un ritual conocido.
 
Finalmente, con un gesto práctico, sacó una pequeña bolsa de tela de su chaqueta y la dejó caer en la mano de Donatella. El sonido amortiguado de monedas dentro fue más reconfortante de lo que habría esperado. La Garra de Pavone no se inmutó; su rostro permaneció neutral mientras deslizaba la bolsa hacia su cinturón con movimientos precisos.
 
Tras el murmullo de agradecimiento del comerciante, Donatella solo sonrió con modestia y gentileza, con la educación real que le habían inculcado desde joven. Donatella echó un vistazo rápido a la bolsa cuando él no miraba, era más pesada de lo esperado; la cantidad, aunque no exorbitante, era suficiente para su próximo destino. Sin duda podría cubrir el pasaje a Loguetown y dejar espacio para algún gasto extra. Era un resultado práctico, casi perfecto si tenía en cuenta la poca dificultad del trabajo que tuvo que realizar.
 
Sin embargo, antes de irse, las palabras de advertencia del comerciante la detuvieron. Si bien el comentario fue lanzado con un tono casual, como un pensamiento en voz alta, Donatella reconoció el peso velado de la advertencia. Su mente recordó las sombras del almacén del Este y aquella figura con la boina inclinada, la tensión evidente en los movimientos de los trabajadores. También pensó en el hombre de la posada y en su mirada insistente, en el símbolo extraño de la serpiente enrollada en un ancla. Nada en Kilombo era tan simple como parecía, pero Donatella había aprendido a no cargar con más problemas de los necesarios.
 
Siempre lo están. — Respondió finalmente, su voz tan tranquila como cortante, sin volverse a mirarlo. La gratitud no necesitaba adornos, y ella tampoco daría más peso a sus pensamientos Con el peso del pago seguro en su cinturón, Donatella comenzó a caminar hacia el puerto. El aire nocturno traía consigo el olor salobre del mar, un aroma que había aprendido a asociar con despedidas y nuevos comienzos. Los faroles encendidos en los barcos mercantes iluminaban las cubiertas con una luz tenue y parpadeante, reflejándose sobre el agua oscura y calmada del puerto.
 
Kilombo aún guardaba secretos, eso lo sabía, con sus calles polvorientas y mercados vibrantes que escondían más de lo que cualquier viajero podía imaginar. Pero los secretos no eran suyos para descubrir, no ahora. Aún tenía una misión, un objetivo claro al que aferrarse como un ancla en la tormenta. Y si el destino quería que volviera a Kilombo algún día, lo haría. De momento, su camino apuntaba hacia Loguetown.
#8
Moderador Doflamingo
Joker
¡RECOMPENSAS POR AVENTURA T1 ENTREGADAS!


Usuario Donatella Pavone
  • Berries: 8.825.000-> 9.450.000 (+625.000)
  • Experiencia: 587.50 -> 617.50 (+30)
  • Nikas: 4 -> 9 (+5)
  • Reputación: +10 Reputación Positiva

Narrador Arthur Soriz
  • Berries: 750.000 -> 1.000.000 (+250.000)
  • Experiencia: 810 ->840 (+30)
  • Nikas: 70 -> 76 (+6)
  • Cofres: +Cofre Decente

    [Imagen: 95fa77531754675c202aa20ac4047d602acade5e.gif]
#9


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