¿Sabías que…?
... Garp declaró que se había comido 842 donas sin dormir ni descansar porque estaba tratando de batir un récord mundial. ¿Podrás superarlo?
[Aventura] [T2] Gingerbread
Arthur Soriz
Gramps
[ · · · ]

2 de Invierno
Año 724

El bullicio de Loguetown vibra con una euforia festiva, un mosaico de colores cálidos y luces titilantes se despliega por toda la ciudad entre guirnaldas, luces, chirimbolos y a saber qué más. La plaza central ahora completamente decorada está dominada por un imponente árbol navideño que se alza con orgullo en su centro, tan decorado que parecería doblegarse ligeramente ante el peso de todo lo que tiene encima y, aún así, se mantiene en pie... imponente. Junto a su base se puede divisar una vitrina blindada que aguarda la inminente exposición del "Corazón de Aurora"... la gema que será el centro de atención del Festival de las Estrellas.

Este año la ciudad entera parece estar envuelta en un aura de celebración, como si la reciente recuperación de las cajas decorativas hubiera encendido una chispa de esperanza en todos los corazones. Aparentemente siquiera fueron el grupo de adolescentes al que culparon inicialmente, tan solo habían extraviado las cajas dejándolas desde el año pasado en uno de los almacenes abandonados, justo donde habías dejado a la niña con el mono capuchino albino.

La multitud va y viene por las calles... cada rostro una mezcla de alegría y urgencia por hacer las compras a último momento... clásico de persona que no prevé. Los comerciantes aprovechan la ocasión ofreciendo desde juguetes artesanales hasta los dulces más deliciosos y empalagosos, mientras los niños corretean emocionados agitando bengalas o globos con formas festivas.

En medio de esa cacofonía una figura resalta por su calma y vulnerabilidad. Es una anciana claramente en sus ochentas con una manta gruesa sobre los hombros para combatir el frío y un canasto de mimbre bajo uno de sus brazos. De pie junto a la esquina de una concurrida calle y con una voz suave ofrece su mercancía a quienes pasan cerca. Su tono tiene un dejo de dulzura maternal que contrasta con la prisa de los transeúntes.

Cuando te ve acercarte su expresión se ilumina con una calidez genuina, se nota que nadie ha parado hasta ahora porque por la cantidad de galletas que tiene en la canasta, a lo sumo le habrán llevado media docena con suerte. Con un gesto amable levanta el canasto hacia ti mostrando su contenido... galletas de jengibre glaseadas con vivos colores navideños. Algunas tienen forma de estrellas, otras de árboles, incluso unas pocas de simpáticos muñecos de nieve.

¡Joven! — te llama con una voz que invita a detenerse. — ¿Podría interesarle unas galletitas? Son caseras... las hice esta misma mañana. Puede pagar lo que desee o lo que pueda.

Su sonrisa es tranquila pero al mirar más de cerca puedes notar el cansancio en sus ojos y la preocupación oculta tras su gentileza. A medida que habla sus manos tiemblan ligeramente ya sea por el frío o por los nervios de intentar vender en este entorno tan bullicioso.

Me han robado todo de mi tienda hace apenas unos días —confiesa bajando un poco la mirada... como si la vergüenza pesara más que el aire helado—. No tengo mucho más que ofrecer. Pero... quiero conseguir aunque sea un poco de dinero para comprarles un regalo a mis nietos. No merecen pasar estas fechas sin algo que los haga sonreír.

A su alrededor la multitud parece ajena a su presencia. Algunos pasan apresurados... otros miran de reojo pero continúan su camino. Sin embargo su voz te alcanza con claridad como si estuviera dirigida solo a ti. Es un momento fugaz pero lleno de significado en el que una anciana desamparada busca una chispa de humanidad en medio del festivo bullicio de Loguetown.
#1
Horus
El Sol
El ambiente de la ciudad no decaía en ninguno de los días. Apenas lograron recuperar en la jornada anterior los adornos de Navidad robados en la plaza y toda la ciudad volvía a brillar en todo su esplendor en cada rincón de la misma. Y eso se podía notar en el ambiente y el ritmo de la ciudad; todos iban de un lado a otro realizando compras con un ritmo frenético, pero se mostraban bien sonrientes y alegres. Sin duda, era una época que invitaba a la felicidad y al consumismo, algo que desde hace tiempo no faltaba en estas fechas.

Y justo por eso lamentaba tanto estar en prácticamente la indigencia. Todo mi poco dinero iba destinado al viaje al North Blue y a evitar que mis prestamistas quisieran partirme las piernas de forma brutal. Bueno, siempre guardando unas miserables monedas con el fin de comer algo; dormir se podía hacer al raso, pero el estómago era difícil de engañar y mantener calmado. Precisamente por ello me resultaba incómodo ver a todo el mundo gastar y gastar tan alegremente cuando yo no podía hacerlo; me daban una envidia poco sana. Una vocecita en mi interior me incitaba a ignorar mis deudas y responsabilidades y dejarme llevar por el consumismo y el exceso de las fiestas, mientras otra voz me instaba a ser responsable y ahorrador. Todo este sufrimiento ahora era para un bien mayor en el futuro.

Yo estaba enfrascado en mis debates internos mientras seguía observando con algo de envidia la felicidad que se palpaba en el ambiente de las calles. Felicidad que halló un vacío en aquel camino. Era una anciana que, claramente, transmitía un aura algo decaída y angustiada. A los ojos de casi todo el mundo parecía invisible, mientras pasaban de largo dejando que las palabras de la vendedora se perdieran en el infinito. No era una escena muy gratificante de contemplar en esas fechas; se supone que la Navidad debe instar a la gente a ser más generosa y altruista con los demás. Es de las pocas épocas del año en las que la gente intenta aparentar ser buena y caritativa. No me entraba en la cabeza que estuvieran ignorando de esa forma tan grotesca a una pobre anciana que vendía a viva voz en la calle.

Al parecer, la mujer notó que no pasó inadvertida ante mi mirada, y cuando pasé cerca de ella se aventuró a ofrecerme sus galletas. Evidentemente, no me hice el sordo ni intenté pasar de largo; me acerqué a la anciana con interés en lo que ofrecía y buscaba contar. Estaba ante una mujer que, solo con observarla, claramente necesitaba vender esas galletas y lo hacía con cierta urgencia. Sus ojos me decían que tenía algo más que contar que simplemente las galletas, las cuales, la verdad, tenían buena pinta. Pero yo estaba con un problema de liquidez y no podía llevarme muchas galletas. Eso me sabía profundamente mal porque a la vista estaba que no había tenido mucha suerte vendiéndolas antes de que yo me acercara.

— A ver, a ver... ¿Cuántas podría llevarme? — miré a mi cartera buscando estimar cuánto me podría permitir.

Pero como si hubiera notado que me había preocupado por ella y en lo que yo divagaba estimando lo que podría dar, la mujer comenzó a hablarme de su precaria situación. Sus palabras sonaban sinceras y el aura que transmitía lo ameritaba, sin duda. Pero claramente buscaba que me compadeciera de su situación para que me rascara un poco más el bolsillo. Que nadie se malpiense, no la culpo de ello; si apenas nadie me hiciera caso en toda la mañana, yo tampoco desaprovecharía ni la más mínima oportunidad. Sin embargo, en su historia había algo que me llamaba la atención hasta un punto que me enfadaba un poco.

Me parecía increíble que fuera el segundo día que estaba en esta ciudad y el segundo robo del que escuchaba hablar. Y encima a una pobre anciana, ¿acaso no había corazón en esta ciudad? Se promulga el robar a los ricos, no a los pobres y necesitados. Aunque tampoco sabía si esta mujer era muy rica, pero sin duda me enfurecía esa situación y me apetecía hacer algo al respecto.

— Oiga, pero ¿acaso la Marina está investigando el robo? Me parece increíble que haya tantos robos en esta isla estos días; no parece que las fuerzas de la justicia estén haciendo muy bien su trabajo. Así que, por favor, dígame, ¿cómo fue lo ocurrido? ¿Tiene alguna pista? Me gustaría poder ayudarle, aparte de comprar las galletas — la mujer podría notar la llama que me impulsaba a querer actuar en su ayuda.
#2
Arthur Soriz
Gramps
La anciana te escucha con atención y aunque su sonrisa no desaparece del todo hay un aire de pesadez en su mirada. La ligera curvatura de sus labios parece más un esfuerzo consciente que una manifestación natural de alegría. Cuando terminas de hablar ella suspira profundamente... como si al hacerlo se quitara un peso de encima aunque la carga permanece visible en la inclinación de sus hombros. Sus ojos se desvían hacia la plaza central donde el imponente árbol navideño sigue reinando... rodeado de luces y adornos que parpadean en sincronía con la música que emana de algún rincón cercano.

Las personas van y vienen alrededor del árbol y algunas incluso parecen detenerse para admirar la vitrina blindada que pronto tendrá dentro el famoso "Corazón de Aurora". La anciana sigue mirando en esa dirección por unos segundos antes de volver a enfocarse en ti, su rostro mezclando la resignación con la necesidad de que alguien entienda lo que no puede cambiar.

Ay, joven... —comienza diciendo con una voz pausada y quebrada, como si pesara cada palabra antes de liberarla—. La verdad es que la Marina está haciendo lo que puede. Pero, ¿qué le voy a decir? Todo su empeño está en proteger esa gema... —señala ligeramente hacia la plaza con un movimiento apenas perceptible de su mentón—. Ese "Corazón de Aurora". Es lo único que les importa ahora. Dicen que es el orgullo del festival y que si algo le llegara a pasar sería una vergüenza para toda la ciudad. —ríe amargamente... un sonido breve y sin alegría—. Y yo, pues... soy solo una vieja más que perdió su tienda. No tengo suficiente importancia como para que se molesten en investigar.

Mientras habla sus manos tiemblan un poco y ajusta la manta gruesa sobre sus hombros como si el frío se hubiera vuelto más intenso de repente. Se detiene un momento tal vez para buscar fuerzas y su mirada baja al suelo empedrado observando cómo las luces navideñas reflejan destellos danzarines en las piedras húmedas. Pronto levanta su mirar hacia ti, mostrándote una pequeña sonrisa plasmada en su rostro. Se le ve algo cansada, no quiere estar allí... seguramente preferiría estar con sus nietos que estar trabajando pidiendo prácticamente limosnas.

Esto empezó hace unas semanas —empezó a explicar... su tono más bajo, como si temiera que alguien estuviera escuchando a escondidas—. Vinieron unos tipos a la tienda. Decían que eran de la "Mano Negra". —las palabras le salen con cierta dureza, como si al pronunciarlas sintiera el sabor amargo de la impotencia que sintió desde ese momento—. Me dijeron que por una cuota ellos me ofrecerían "protección". ¡Protección! —la anciana resopla con un aire de desdén, sacudiendo ligeramente la cabeza—. Como si yo no supiera lo que significa ese tipo de "protección".

Pausa nuevamente cerrando los ojos por un instante. Sus manos se aferran al asa de la canasta de mimbre, como si ese simple objeto fuera lo único que la anclara al momento presente.

Les mandé a volar, claro está. ¿Qué iba a hacer? Apenas saco lo suficiente para mantenerme... mucho menos para andar dándoselo a unos matones. Pero... —sus palabras se quiebran un poco y en su rostro aparece una expresión de profunda tristeza—. Ahora creo que eso fue lo que los hizo volver.

Traga saliva como si revivir esos recuerdos le exigiera un esfuerzo físico y vuelve a mirarte con los ojos ligeramente vidriosos.

Destrozaron todo... —dice en un susurro tan bajo que parece que la misma brisa podría llevarse esas palabras—. Se llevaron lo poco que tenía. Hasta la caja registradora... aunque apenas había unas monedas en ella. Dejaron mi tienda hecha un desastre. Apenas logré rescatar algo... estas galletitas. —levanta la canasta como si quisiera que la vieras mejor, y aunque trata de mantener la compostura hay un leve temblor en su voz.

La anciana guarda silencio por un momento. A su alrededor la ciudad sigue latiendo con su frenético ritmo festivo. Pero en este pequeño rincón de la calle parece que el mundo entero se hubiera reducido a ti y a esta mujer de mirada cansada pero llena de dignidad.

Al notar el brillo en tus ojos y el ímpetu en tu postura su semblante cambia ligeramente. Hay un atisbo de esperanza en su expresión como si de repente creyera que tal vez no todo está perdido. Sin decir nada mete la mano temblorosa en su canasta y saca un pequeño puñado de galletitas de jengibre.

Si de verdad quiere ayudar... —su voz suavizándose mientras extiende las galletitas hacia ti—. No sé qué más podría ofrecerle. Dinero no tengo pero... al menos acepte estas galletitas. Es lo único que puedo darle.

Se queda quieta, esperando tu reacción y aunque su postura es humilde hay algo profundamente conmovedor en la manera en que mantiene la cabeza en alto. No está rogando... está confiando. Confía en que alguien en este bullicioso mar de indiferencia sea capaz de extenderle una mano aunque sea por un momento.
#3
Horus
El Sol
La mirada de la anciana se apartaba de mí, desviándose hacia aquella plaza central, como si ella no viera simplemente una hermosa plaza decorada completamente para la Navidad, con su festivo e imponente árbol erguido en el centro de la misma. Era más bien como si ella contemplara en aquella plaza su función esporádica en ciertas épocas del año, cuando elevaban el patíbulo de ejecución para enjuiciar criminales. En la expresión de la anciana se reflejaba una melancolía triste, aunque se esforzara por poner buena cara, como todo buen vendedor. Pero era imposible crear una máscara de alegría lo bastante buena para ocultar toda la tristeza y desolación que esta mujer albergaba dentro de sí.

— Pues sí que andan mal de personal en la Marina, que no pueden darse el lujo de tener a gente trabajando fuera de vigilar una gema. Desde luego, ¿y qué pasaría si ahora unos piratas asaltan el puerto o atacan por la costa? ¿Simplemente se quedarían protegiendo esa gema? ¡Qué estupidez! — la verdad es que era difícil no notar que mi voz sonaba algo molesta. 

Era extremadamente vergonzosa la situación. Es decir, que la Marina estuviera tan centrada en proteger una joya famosa que dejara campar a los maleantes y criminales a sus anchas por la ciudad. Lo que, claro, todos ellos lo sabían bien, y por eso mismo estaban tan relajados, actuando como si fueran los dueños de la ciudad; eran conscientes de que la Marina era idiota en esta época del año. Pero, ¿qué se le va a hacer? Si la justicia dejaba desamparada a una pobre anciana y sus nietos en estas fechas, le tocaría al ciudadano de a pie hacer prevalecer la justicia.

La supuesta organización criminal se hacía llamar "La mano negra", un nombre extremadamente rimbombante para un grupo de matados que tienen que ir amenazando ancianas para cobrar un poco de dinero. Quiero ver de qué pasta están hechos estos criminales realmente. Me gustaría saber a quiénes están ofreciendo esta supuesta protección, ver si tal vez solo buscaban a los más débiles y desprotegidos de la sociedad para ofrecer ese tipo de extorsión. Y, por desgracia, incluso si la Marina interviene, estos grupos son complicados de tratar, puesto que ese tipo de amenazas no suponen ningún delito si no hay nadie que pueda demostrar que se hicieron, y para cuando actúan, como han hecho con la pobre anciana, ya es demasiado tarde.

— Hizo bien en mandarles a paseo; esta gente no la habría dejado vivir. Los cobros serían constantes y cada vez le pedirían y exigirían más. Se habría pasado los últimos años de su vida sin dinero e incluso debiéndoles dinero si se dejaba extorsionar por ellos. Esta gente siempre vuelve cuando se cede a ellos, pero el hecho de lo que hicieron... — por unos momentos me contuve de decir algún término más fuerte — Podría llegar a entender que vinieran a tomar dinero o posesiones a la fuerza, pero destrozar su tienda es un acto de maldad completamente gratuito e imperdonable. Sin duda, esa escoria necesita una lección — concluí de forma tajante.

La mujer se mostraba dubitativa; era normal, una oferta de impartir justicia de parte de un desconocido. Sin embargo, ella pudo notar en mis ojos la determinación y el ímpetu para hacer lo correcto y que valiera la justicia. Aunque había algo en lo que la anciana se equivocaba: ella me comentó, algo angustiada, que no tenía mucho que ofrecerme. Pero malentendió completamente mis intenciones. Yo no quería hacer eso para cobrarle, ni mucho menos; estaba completamente decidido a darles una paliza a todos esos de la mano negra gratis. De hecho, aunque la mujer no hubiera querido, los habría ido a buscar igualmente, en primer lugar por hacer eso a una anciana y, a saber, a cuánta más gente; y, en segundo lugar, por usar un nombre tan cliché.

— No me malentienda, señora, no quiero que me dé nada a cambio — me acercaría a ella y le pondría mi mano sobre la suya — Lo que debería hacer es guardar esas galletas y llevarlas con sus nietos, y disfrutarlas todos juntos. Antes de que se dé cuenta, volveré con buenas noticias — mi tono era sereno y lleno de confianza.

Me separaría de la mujer un poco, comenzando a hacer unos pocos estiramientos en medio de la calle, ignorando a todo el mundo, con el fin de entrar un poco en calor. Aunque no lo parezca, el frío de la estación me afecta un poco y era conveniente hacer unos estiramientos.

— Ese grupo, por cómo suena, no parece del perfil discreto; es probable que mucha gente sepa dónde están si deben pagarles una protección. Usted, señora, ¿podría decirme por dónde los puedo encontrar? Si me anota las indicaciones en un papel o trozo de tela, se lo agradecería. Y también indíqueme su dirección para ir a avisarla si todo va bien. Será mejor que espere con sus nietos descansando en un sitio más cálido y confortable — ante todo, estaba intentando priorizar la salud y el bienestar de la abuela.

Esperando las indicaciones de la anciana, terminé mis estiramientos y di un leve golpe a mis dos mejillas con la palma de ambas manos, despejando un poco mi mente y resaltando mi determinación para ir a por la temible mano negra.
#4
Arthur Soriz
Gramps
La anciana escucha tus palabras con atención... su mirada fija en tus ojos como si buscara algún atisbo de duda, algo que pudiera indicarle que tus intenciones no son tan puras como aparentan. Pero lo único que encuentra es determinación. Esa fuerza silenciosa en tus palabras y gestos parece disipar cualquier escepticismo que pudiera haber en ella cuando propusiste ayudarla... a veces uno empieza a desconfiar cuando algo suena tan bien. Por un momento su rostro se suaviza y una pequeña chispa de esperanza se enciende en sus cansados ojos.

De verdad que no sé cómo agradecerle, joven —dice con un susurro quebrado... cargado de gratitud. Su sonrisa vuelve a aparecer aunque sea un poco más débil y teñida de resignación—. No tengo mucho que ofrecerle, pero... si está decidido le diré lo poco que sé.

Se acomoda mejor la gruesa manta sobre los hombros como si ese simple acto le ayudara a encontrar las palabras adecuadas. Su mirada recorre la calle llena de vida como si temiera que alguno de los criminales pudiera aparecer en cualquier momento entre la multitud. Luego se inclina un poco hacia ti reduciendo el volumen de su voz para que solo tú puedas escucharla.

Esa gente... siempre andan rondando cerca del casino. No me preguntes por qué pero parece ser su territorio o algo así. —frunce el ceño, como si estuviera reviviendo el malestar de aquel encuentro—. Vinieron dos hombres. Uno de ellos era enorme, calvo, con una cicatriz que le cruzaba la cara del lado derecho. Se veía fuerte...

Hace una pausa como si necesitara tomar aliento antes de continuar.

El otro... bueno, era todo lo contrario. Delgado, bajo de estatura, más o menos como yo. Llevaba el cabello engominado hacia atrás, tan brillante que casi podías verte reflejado en él. No tenía la misma fuerza que el grandote pero se notaba que era igual de peligroso.

Su voz baja aún más cuando menciona el símbolo.

Ambos llevaban prendas con ese símbolo de la Mano Negra. El calvo tenía un brazalete con una pequeña mano negra bordada en él, y el otro... llevaba el símbolo en la solapa de su chaqueta, como si fuera un emblema de orgullo. —su expresión se endurece al recordar—. Eran unos arrogantes. Entraron como si ya fueran dueños de mi tienda.

Suspira profundamente sacudiendo la cabeza como si quisiera alejar esos pensamientos.

Lo siento, joven. Es todo lo que puedo decirle. No sé más.

Te observa en silencio por un momento, evaluando tus reacciones. Luego su expresión se suaviza una vez más y te mira con una mezcla de gratitud y pesar.

Espero que tenga suerte. Y que tenga cuidado... esos hombres no son buena gente.

Te agradece nuevamente inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de respeto y aprecio.

Cuando te dispones a partir ella no intenta detenerte. En lugar de eso ajusta su canasta y se enfoca nuevamente en las galletas que ha preparado con tanto esmero. Su determinación es evidente... no puede dejarse vencer por la tristeza ni por la adversidad. Vender esas galletas es su única esperanza para conseguir algo que pueda regalarles a sus nietos en estas fechas. La anciana aunque cargada de preocupaciones permanece firme en su puesto ofreciendo a cada transeúnte una sonrisa cálida que esconde las cicatrices de una vida llena de luchas.
#5
Horus
El Sol
Esa mujer no sería capaz de ver ni el menor rastro de duda en mi mirada. Mi determinación era totalmente firme ante tal injusticia. En mi hogar, Arabasta, me crié en la capital real de Alubarna; era posiblemente el lugar más seguro del país en esos momentos, con la guardia real vigilando las calles. Allí jamás se habría permitido una injusticia como esa. De hecho, más de una vez pude ver cómo algunos maleantes eran reprendidos por las autoridades. Era el poder que solo un reino grande y próspero podía disponer, aunque en otras regiones del país había sombras bien asentadas; no es oro todo lo que reluce. Pero seguía viendo intolerable que en una sola ciudad, con un supuesto cuartel de la Marina, estuviera ocurriendo esto.

— Ya le dije que no debe preocuparse por nada, no es necesario que me pague con nada. Simplemente no puedo tolerar que gente así siga campando a sus anchas. Hoy ha sido usted, mañana puede ser su vecino, y en un tiempo pueden ser sus propios nietos víctimas de ellos. El mal debe extirparse de raíz — le diría con total determinación.

Me mantuve escuchando atentamente la explicación de la anciana. No me extrañaba que esa gente se asentara en el casino, puesto que esos tipos de negocio solían atraer a todo tipo de personas no tan fiables. Eran el núcleo perfecto del vicio y la depravación, aunque claro, no digo que todos los que iban allí fueran malos; también había pobres víctimas de la ludopatía y de las prácticas mafiosas, y una minoría que intentaba ir allí a pasar un buen rato y terminaba arruinada o presa de las redes de ese sistema de negocio bien montado. Desde luego, no digo eso porque alguna vez me haya arruinado mi paga en un sitio de estos; no, para nada, absolutamente nada, jamás pasaría. Bueno... alguna vez sí.

Por la descripción que esa mujer me daba, llegué a barajar que esos dos maleantes eran en realidad un grupo de dos, luciendo unos estandartes bien pomposos para aparentar ser más de lo que realmente son. Aunque tal vez eran solo ellos dos y, como mucho, un par de compinches de poca monta más, pero eso no importaba. Mi determinación en ese momento era bien firme y decidida; me daba igual enfrentar a dos matados o medio centenar de sicarios. No pensaba tolerar que hicieran algo así a una pobre mujer.

— Bien, sabiendo por dónde se mueven y cómo son, es más que suficiente para mí. Si tienen una arrogancia y prepotencia como me ha descrito, no creo que tarden nada en mostrarse públicamente si rondo un poco la zona — diría bien decidido — Usted, por favor, cuídese y mantenga la esperanza. Verá cómo pueden tener una feliz Navidad usted y sus nietos, aunque vigile con el frío — le diría mientras la ayudaba a ajustarse su manta.

La mujer, al ver que sería imposible detenerme ante mi determinación y firmes palabras, no pudo hacer más que desearme suerte en mi empresa algo kamikaze. Pero bueno, yo contaba con fieles compañeros que me ayudarían; no estaba solo para nada.

— ¡Confíe en mí! — diría mientras partía, alejándome por la calle.

Junto a mis pasos seguros hacia la zona lúdica de la ciudad, donde se ubicaba el casino, realicé un silbido sostenido y largo que no pasó desapercibido para las personas que se encontraban en las proximidades. Aunque eso no frenaría mi movimiento en lo más mínimo y tan solo ladeé mi mirada con el fin de observar a las personas de mi entorno, buscando a dos sujetos que se parecieran a los que me habían descrito. Tenía dichas descripciones bien formadas en mi memoria; no se me escaparían.

No tardaron mucho en responder a mi llamado mis más fieles y leales compañeros. Isis, el halcón que me acompaña desde que era un niño, entrenada con ayuda de mis padres por mí mismo y una compañera inseparable de aventuras, descendió de los cielos tras aparecer cruzando los tejados hasta posarse en mi brazo nada más lo alcé con la postura correcta. Y, por otro lado, con un paso raudo y veloz de las calles, apareció Anubis, el más noble y leal de los chacales que jamás habría conocido. Nuestra amistad se remonta desde mis quince años y, desde entonces, hemos sido inseparables compañeros. Ambos estaban desperdigados por la ciudad, explorándola un poco a su antojo, como hacía yo. Pero ante esta situación, era mejor contar con ellos; ambos podrían resultarme de ayuda llegado el momento.

— Isis, querida, necesito que me ayudes a buscar desde los cielos a dos hombres. Mantén el vuelo alto para no llamar la atención — le diría a mi fiel compañera.

Tras eso, describí a la inteligente halcón las descripciones que la anciana me dio. Ella me entendió al momento y alzó el vuelo, entrando en su posición de caza, buscando a las presas designadas para estar lista para la caza; era muy buena cazadora. Mientras tanto, Anubis y yo avanzaríamos por las calles hasta llegar a la zona del casino, donde me pondría a realizar una búsqueda más exhaustiva de los posibles delincuentes. También me valía cruzar la mirada con alguien más que luciera el emblema de una mano negra con tanto descaro.

— Anubis, colega, será mejor que permanezcas un poco atrás de mí. Si me los cruzo de frente, prefiero que seas un factor sorpresa a mi señal — se notaba mi confianza en él con solo oírme.

Con mis compañeros listos y entendiendo sus papeles e instrucciones, empecé a moverme por la zona del casino, en busca de aquellos dos sujetos. Esperaba poder encontrarlos rápido, pero aunque normalmente se muevan por aquí, no descartaba la posibilidad de que se hubieran ido a extorsionar a alguien más, como la pobre anciana, y se encontraran lejos. Pero claro, si su base estaba por aquí cerca, acabarían volviendo y nada escaparía de la vista de mi buena amiga Isis.
#6
Arthur Soriz
Gramps
El cielo comienza a teñirse de un suave naranja, una clara señal que marca el inicio del ocaso. La luz del día disminuye lentamente dejando paso a las sombras que se alargan entre los edificios de Loguetown ante la imponente luz de la luna. El frío se nota incluso más a estas horas, no vendría nada mal una taza de chocolate caliente ahora mismo... y unas galletitas de jengibre para acompañar. Las calles cercanas al Casino Missile siguen llenas de vida adornadas una cacofonía de risas, gritos, música y el tintineo constante de las monedas de los jugadores que cruzan las puertas del imponente edificio. Es un escenario caótico y casi rutinario para los que viven de la creencia que en algún momento ganarán grande, casi como si se tratara de un espectáculo cuidadosamente coreografiado.

Tu compañera alada, Isis, se mantiene en lo alto... sus alas extendidas cortan el aire con precisión y elegancia. Su vuelo es ágil, metódico, casi imperceptible para los desprevenidos que se mueven por las calles. Los movimientos del halcón han sido constantes durante horas, pero ahora notas un cambio... un giro más cerrado, un aleteo más sostenido. Su vuelo comienza a descender ligeramente enfocándose en una sección más apartada, justo al este del casino.

El bullicio de la zona no cesa pero poco a poco te alejas del ruido principal, internándote en un rincón más tranquilo donde la actividad se reduce a pequeños grupos dispersos y susurros apenas audibles. Es en este lugar donde las palabras comienzan a cobrar forma resonando como fragmentos de una conversación despreocupada notándose así que es gente a la que no le importa en absoluto si alguien más logra escuchar su charla.

¡Vaya día que hemos tenido! —dice una voz grave, cargada de satisfacción. La risa que lo sigue es profunda... ronca, casi teatral—. Esa última tanda fue un éxito total.

Ya lo creo —responde otra voz más aguda, con un tono burlón y una cadencia rápida—. Y con Cullen fuera de escena, somos nosotros los que mandamos hoy. ¡Yo digo que celebremos como se debe!

El ruido de algo metálico... tal vez monedas o fichas chocando acompaña su conversación. Luego viene una pausa como si los hombres estuvieran considerando sus siguientes pasos.

Vamos al casino, apostemos todo, ¿no? ¡Total, lo merecemos! —añade el segundo hombre con una carcajada que resuena como un eco desagradable en el callejón.

La conversación parece relajada, pero de repente el tono se oscurece.

Aunque... —la voz aguda se vuelve más seria, casi maliciosa—. Ahora que lo pienso, ¿y si volvemos a visitar a esa vieja? Seguro que aún tiene algo escondido por ahí.

Las palabras se clavan en tu mente como un aguijón. "Esa vieja". No hay duda de a quién se refieren... la anciana con la que hablaste hace horas, la misma que había sido despojada de todo lo que poseía. Un amargo desprecio impregna la manera en la que hablan de ella, como si fuera una presa fácil... un simple juego al que pueden regresar cuando les de la gana.

Desde tu posición las voces se hacen más claras. Te aproximas lo suficiente como para observar a los dos hombres sin llamar la atención. Uno de ellos... calvo y corpulento parece estar revisando una pequeña bolsa de cuero que cuelga de su cinturón. Las fichas de casino dentro tintinean con cada movimiento. El otro más bajo y delgado, con un cabello engominado que refleja las últimas luces del sol, juega con algo en sus manos... un pequeño encendedor que abre y cierra de forma constante como si necesitara tener sus dedos ocupados.

Isis desde lo alto permanece vigilante, volando en círculos amplios pero calculados sobre la zona. Sus ojos afilados y su experiencia como cazadora son una extensión de los tuyos en este momento. No necesitas otra confirmación... estos son los hombres que buscas.

El cielo ahora más oscuro, comienza a teñirse de púrpura. Las luces del casino brillan con mayor intensidad iluminando con neones vibrantes las aceras y los rostros de quienes pasan cerca. Sin embargo en este rincón apartado los hombres parecen creer que están lejos de las miradas curiosas... demasiado confiados en que nadie prestará atención a sus actos.

Los fragmentos de conversación siguen llegando, pero ahora se han desviado hacia historias de sus supuestos logros pasados y planes para gastar el dinero "ganado". Sus voces aunque relajadas llevan un deje de orgullo que los delata... para ellos esta ciudad es suya, un lugar donde pueden actuar con total impunidad.

El ambiente es ideal para pasar desapercibido pero el tiempo avanza. Las sombras se hacen más densas, y la noche no tardará en reclamar su lugar.

Apariencia de los dos sujetos
#7
Horus
El Sol
Personaje

Con cada paso que daba, mi determinación no cedía ni un mísero ápice. Estaba completamente decidido a ir tras esa gente y hacer que le devolvieran a la mujer su dinero. Y no solo eso; estaba más claro que el agua en mi mente que le iban a devolver todo y con intereses para compensar los destrozos que le habían causado en su tienda. Evidentemente, recuperar lo perdido no era suficiente; iban a pagar hasta por el más mínimo desperfecto causado en el local y, si podía, cobraría un extra por los daños psicológicos sufridos por la mujer. Había que ser un ser despreciable y bajo para no solo conformarse con quitarle a una pobre anciana todo lo que tenía, sino que, además, destruir lo que no podían quitarle para dejarla en una situación aún peor. Sin duda, solo pensarlo me hervía la sangre hasta tal punto que fácilmente podría fundir yo mismo la nieve a mi alrededor si la tocaba directamente; podríamos decir que en esos momentos yo era una persona peligrosa.

Observaba el vuelo de Isis en el cielo, majestuoso como siempre, aunque este clima no le hacía justicia a su plumaje. Ella lucía espléndida con el álgido sol del mediodía, aunque el inminente ocaso se reflejaría bien en su plumaje y ojos, aunque para notarlo en esto último, debería descender su vuelo. En esos momentos no había lugar para distracciones como esa; ella tenía una importante tarea como ojo en el cielo, siempre atenta y pendiente de todo lo que ocurre bajo su sombra, para no dejar escapar jamás a su presa. Esa vista me había sido muy útil en múltiples ocasiones en mis viajes; también me ayuda algunas veces cuando nota algún posible peligro en las proximidades para avisarme y que me movilice de una forma más cauta.

Finalmente, pude notar cómo su vuelo se desviaba de forma brusca, alejándose de la trayectoria que yo llevaba. Era una señal inequívoca de que había encontrado algo. Me introduje en esa ruta cercana al casino y noté cómo el ambiente se había tornado un poco más frío y misterioso, una calle de susurros y secretos donde todo el mundo parecía estar inmerso en sus asuntos y miraban con desconfianza a alguien como yo si percibían que mis pasos se alejaban de lo que les interesaba a ellos, como si calcularan a cuántos pasos sus susurros podían empezar a ser captados por un agudo oído, aunque no era mi caso; para eso ya contaba con fieles compañeros que tenían mejores sentidos que los míos. Aunque tampoco me interesaban las artimañas de esa gente; ninguno encajaba con la descripción de la anciana, ni portaban algún símbolo con una mano negra en sus atuendos, así que no eran mis objetivos.

Por lo menos pensaba eso, hasta que al final unas voces que no intentaban disimular para nada alcanzaron mis oídos. Sin duda eran las voces de gente despreocupada y que contaban con demasiada confianza. Al parecer, les había ido bien en sus "negocios", lo cual podía estar propiciando que andaran con un tono y volumen tan rimbombantes. Todo parecía incluso normal en aquellas calles, hasta que mencionaron volver con la anciana. Allí mi sangre comenzó a hervir y por poco no libero un aura de furia descontrolada a mi alrededor que podría haber llegado a ser visible para todos los presentes. La posición de Isis, en un vuelo trazando círculos en la zona, indicaba que habíamos dado con nuestros objetivos.

Cuando aquellas voces torcieron la esquina y se toparon directamente conmigo, supe de un vistazo rápido que sus descripciones encajaban perfectamente con las que me dio la abuelita. En especial, me fijé en el claro blasón de una mano negra en sus ropas; no pude reprimir mis instintos cuando los vi. Sin dudarlo ni un instante, lancé un gancho ascendente sin titubear ni contenerme ni una pizca contra el más grande y calvo de los dos, propiciando un golpe directo que buscaba hacerle temblar la mandíbula y desencajársela de cuajo.

— ¡Malditas sabandijas extorsionadoras! — gritaría con gran furia — ¡Os vais a arrepentir del día que empezasteis a robar y amenazar a la gente! — estaba enajenado.

Rompecoraza
CON101
CONTUNDENTE
Ofensiva Activa
Tier 1
1/1/2025
17
Costo de Energía
1
Enfriamiento
Dando un firme paso en el que el usuario buscará generar toda la potencia de impulso y una cierta inercia con la que golpeara con su arma sin compasión a su objetivo causando un [Empuje] de 5 metros.
Golpe Básico + [FUEx2] de [Daño contundente]


Justo al mismo tiempo, Anubis haría acto de presencia, saliendo tras de mí en una carrera a toda velocidad. El animal era un cazador por excelencia, un canino entrenado para captar aromas incluso en los cambiantes desiertos donde las arenas se movían constantemente por la mínima brisa y los olores podían perderse con facilidad. Su cuerpo era delgado y ágil, elegante y, sobre todo, letal. Sus fauces eran prominentes y podían causar una mordida extremadamente peligrosa que podía llegar a alcanzar el hueso de sus presas, afianzándose con ferocidad contra cualquiera que intentara amenazarme o dándome un gran apoyo en mis batallas. Como en este caso, que, tras su incesante carrera, el animal se lanzaba contra el calvo al que había golpeado, identificándolo por su tamaño como un objetivo peligroso, aferrándose el chacal a la muñeca derecha del grandullón, clavándole sus colmillos con todas sus fuerzas para que el mínimo gesto desgarrara la carne de la misma.

Pero evidentemente no me olvidé del sujeto más bajito y con exceso de gomina. Ya sabía que Isis entendería perfectamente que, si yo me centraba en el más grande, ella debería darme cobertura con el otro para que no me estorbara. Su ataque sería, como siempre, furtivo y preciso: un vuelo en picado directo contra el sujeto con el sol a su espalda. Es decir, que, si intentabas desviar la mirada hacia ella, te toparías con el resplandor del sol del atardecer de frente, cegándote y apenas dejándote ver su silueta a contraluz. El objetivo del halcón era usar sus garras para clavarse directamente en los dos ojos del engominado, buscando cegarle para que no pudiera defenderse ni apoyar a su compañero. En ocasiones, Isis era un poco bestia, pero en esta ocasión no se lo reprocharía.

Una ofensiva directa y coordinada de nosotros tres, solo alcanzada por nuestros lazos forjados a lo largo de muchos años y aventuras.

Información Bélica
#8
Arthur Soriz
Gramps
El caos se desata en cuestión de segundos... casi como si una tormenta repentina hubiese barrido el callejón. El grandullón apenas tiene tiempo para reaccionar levantando los brazos en un intento desesperado por bloquear el golpe que le lanzas. Aunque logra amortiguar parte del impacto la fuerza de tu puñetazo es imparable. Lo lanzas por los aires como si fuera un muñeco de trapo varios metros para atrás, su cuerpo pesado volando antes de estrellarse contra una pared con un ruido sordo que resuena en el estrecho espacio. El golpe es brutal y el crujir de la madera detrás suyo sugiere que parte de la estructura ha cedido ante la fuerza del impacto por el peso de su cuerpo.

No se queda inmóvil por mucho tiempo. Gruñe con un tono grave y cargado de furia sacudiendo la cabeza como si intentara despejarse de un mareo mientras se pone de pie lentamente. Su respiración es pesada... casi animal, y sus ojos destellan con una mezcla de dolor y enojo. Se lleva una mano a la mandíbula comprobando si sigue entera antes de escupir un denso chorro de saliva y sangre al suelo.

¿Así que vienes a jugar a ser héroe, eh? —ruge con una voz ronca cargada de un tono burlón a pesar de su evidente molestia—. ¿Sabes con quién te estás metiendo, imbécil? ¡La Mano Negra no olvida, y te aseguro que tampoco perdona!

Sin perder más tiempo se lanza hacia ti con todo el peso de su cuerpo. Su corpulencia hace que el suelo retumbe ligeramente con cada pisada como si fuera una fuerza de la naturaleza imparable. Sus movimientos aunque toscos y no especialmente rápidos, son contundentes. Lanza una serie de puñetazos dirigidos con precisión hacia ti, sin preocuparse por protegerse. Cada golpe busca desgastarte, una táctica agresiva y directa que refleja más su rabia descontrolada que cualquier estrategia real.

¡Voy a romperte todos los huesos! —grita, su voz un rugido que resuena en el angosto callejón.

Mientras tanto el hombre más bajo y delgado no pierde el tiempo. Había logrado esquivar a Isis por puro instinto, pero la garra del halcón dejó una marca en su mejilla. Un delgado hilo de sangre corre por su rostro y su expresión se transforma en una mueca de furia. Se lleva una mano a la cara notando la sangre en sus dedos y sus ojos se entrecierran, brillando con una mezcla de pánico y enojo.

¡Mierda! ¿Un halcón ahora? ¡Este tipo está loco! —exclama, retrocediendo un par de pasos mientras evalúa la situación.

Sin embargo la histeria inicial da paso a una resolución fría. Rápidamente mete la mano en su chaqueta y saca una pistola, un arma de aspecto gastado pero funcional. Con un movimiento fluido la desenfunda y la apunta directamente hacia ti, su dedo temblando apenas en el gatillo. La sangre gotea de la herida en su rostro pero no parece importarle.

¡Maldito entrometido! ¡Nadie desafía a la Mano Negra y vive para contarlo! —grita con su voz aguda resonando en el aire.

Sin dudarlo aprieta el gatillo. Un estallido corta el aire, resonando en las paredes del callejón y silenciando momentáneamente el bullicio lejano de la ciudad. La bala surca el aire con un silbido mortal, dirigida directamente a tu torso. Sus movimientos son calculados, intentando mantener una distancia segura mientras dispara.

¡Dame apoyo, idiota! —le grita al grandullón, aunque la desesperación en su tono traiciona cualquier confianza que pudiera aparentar.

El enfrentamiento es caótico una danza de rabia, disparos y ataques descontrolados. Cada acción de estos hombres refleja su desesperación por retomar el control de una situación que claramente les está desbordando. Aunque intentan intimidarte con palabras, sus expresiones delatan el temor latente. La Mano Negra puede ser temida en varios lugares, pero estos dos claramente no estaban preparados para enfrentarse a alguien este día.

Acciones del grandote

Acciones del flaco
#9
Horus
El Sol
Aquel hombre era corpulento y pesado. Pude notar con facilidad el peso de todo su cuerpo con mi mano cuando lo alzaba con el gancho y lo mandaba a volar por los aires. Sin duda, era un peso pesado, pero no me intimidaba eso; no servía de nada tener mucha fuerza y peso si se carece de la técnica necesaria para aprovechar esas cualidades con las que uno es bendecido al nacer. Aunque en mi caso, había sido puro esfuerzo y dedicación entrenando con mi hermano en mi lejano hogar de Alubarna. Dios, cómo echaba de menos nuestros duelos.

Pero ahora era una pelea seria; no podía distraerme con tonterías, además de que me encontraba encendido, con la sangre hirviendo como no os podéis imaginar. Realmente estaba furioso con lo que habían hecho a la anciana, e Isis notaba mi furia y, con la misma intensidad, acometió al engominado, sorprendiendo ampliamente a este con su ataque, aunque, ¿cómo culparle?

Por otro lado, su compañero se recuperó rápido; claramente, mi gancho lo puso a tono rápidamente. Pero, al parecer, como todo bravucon, tenía mucha lengua, porque necesitaba hablar y mencionar las típicas amenazas de meterse con su grupo, prometiendo lo que me iba a hacer con palabras y no con acciones. A su primera acometida, respondí con una fuerte y directa patada que buscaba retorcerle el brazo ante la superioridad de mi técnica y, con un giro, quebrar su postura y mandarlo al suelo. 

Rompehuesos
CON201
CONTUNDENTE
Ofensiva Activa
Tier 2
1/1/2025
29
Costo de Energía
1
Enfriamiento
Al trazar un impacto horizontal en el que se vuelca todo el peso del arma y del propio usuario, este tratará de dar un impacto crítico y certero que logre causar un [Derribo] sobre la victima.
Golpe Básico + [FUEx2,3] de [Daño contundente]

Aunque sé que no es muy deportivo aprovecharse de una persona que se encuentra en el suelo, derribada e indefensa, simplemente bajé mi pierna para rápidamente cambiar el balance de mi cuerpo a una nueva postura con la que trazaría una patada directa y horizontal sobre el sujeto, para mandarlo a volar de nuevo contra las mismas cajas que lo había enviado antes, un golpe del que esperaba que no pudiera levantarse con facilidad. Por lo menos, ahora tendría que besar el suelo un poco.
 
Impacto Directo
COM101
COMBATIENTE
Ofensiva Activa
Tier 1
23/12/2024
17
Costo de Energía
1
Enfriamiento
El usuario encarará de frente a su adversario propinándole un poderoso impacto directo con alguna de sus extremidades, aplicando un [Empuje] de 4 metros.
Golpe Basico + [FUEx2] de [Daño contundente]

Aunque evidentemente no me olvidé de su compañero, el cual parecía resultar ser un tirador. Mientras intentaba sacar su arma, Isis, muy astuta, lo buscó interceptar con un picotazo furtivo en su mano, con el fin de hacerlo soltar su arma o, por lo menos, ganar tiempo. Cosa que logró bien, porque pude enviar a volar a su compañero y abalanzarme contra el enclenque engominado, tomando con mis dos manos sus muñecas y retorciéndolas con fuerza en un firme agarre que le impediría atentar contra mí. 

Agarre Tenaza
COM201
COMBATIENTE
Ofensiva Mantenida
Tier 2
27/12/2024
33
Costo de Energía
24
Costo de Energía por Turno
1
Enfriamiento
Uniendo todos los dedos, a excepción del pulgar, que se mantendrá en una posición enfrentada a los demás creando una forma de pinza con la mano, el usuario trazara un Agarre sobre una extremidad de su víctima con una considerable fuerza, impidiéndole usar dicha extremidad o alejarse. Este agarre contará con un incremento de [Fuerza] para la comparativa durante su ejecución.
+14 [Fuerza] en la Comparativa

Y con el imbécil bien sujeto, sin que pudiera escapar, no dudé en propinarle una sucesión de dos patadas rápidas y directas a las costillas, clavando mi bota reforzada de hierro en ellas, rompiéndole alguna con total seguridad, hasta tal punto que el picotazo que le dio Isis fue totalmente gratuito. Más yo no lo veía así, puesto que seguramente el ave también quería desquitarse un poco del trato con aquel sujeto.

Fue rápido, brutal y directo. No me contuve ni un pelo contra semejantes alimañas, ni medí palabra, puesto que no merecían que me distrajera durante la pelea con charlas vanas como ellos hacían. Puede ser que en otras circunstancias hubiera estado algo más hablador, pero en esos momentos me podía la furia por lo que querían volver a hacer a la abuelita, así que solo pensé en darles una lección que jamás olvidasen.

— Anubis, por favor, olfatea a estos dos y busca el rastro que han tomado. Quiero saber bien dónde está su base — le pediría a mi fiel compañero canino.

Información Bélica
#10


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