Hay rumores sobre…
... una isla que aparece y desaparece en el horizonte, muchos la han intentado buscar atraídos por rumores y mitos sobre riquezas ocultas en ella, pero nunca nadie ha estado en ella, o ha vuelto para contarlo...
[Autonarrada] [T1] La carne no espera.
Marian
Marian
Verano, año 712.

Cerca de la fuente de la Renova, comenzaba a vislumbrarse un paraje natural sin precedentes. Abrumador, arrollador y cubierto por una densa niebla: los acantilados Shachi, una de las zonas más características, pero menos visitadas de Flevance. Este era el destino de una de las primeras misiones de Marian como miembro iniciado del Cipher Pol. Por su historial familiar, había sido enviado a investigar las huellas de una pequeña tribu que habitaba aquel lugar. Esta tribu, sin nombre o antecedentes conocidos, parecía regirse por rituales religiosos similares a los Dracul, utilizando carne y sangre humana para purificar sus cuerpos y almas. Al menos, esta era la información que había llegado a oídos del gobierno. Como persona conocedora de estas costumbres, Marian fue seleccionado para investigar, valorar y, en caso de considerarlo necesario, dar caza a este poblado.

Pero el clima de los acantilados Shachi no era especialmente agradable; al menos no en esta época del año. Las ráfagas de viento, completamente heladas y afiladas provocaban pequeñas grietas en los labios de Marian, algo que le generaba cierta preocupación por el extremo cuidado que le dedicaba a su cuerpo. Aproximadamente cada cinco minutos, utilizaba uno de sus gloss para hidratarlos y evitar problemas cutáneos mayores. Marian, cubierto por su capa de terciopelo negro y el pesado abrigo de pieles que reposaba sobre sus hombros, observaba el paisaje desde la cima de una roca. Una bastante afilada. Frente a él, la agresividad de las olas quedaba patente con cada uno de los golpes que azotaban las paredes del acantilado, sobre donde él se posaba, generando pequeños temblores que ponían en peligro su equilibrio. A la vez, una niebla espesa lo envolvía a su alrededor, generando una situación de quietud particularmente inquietante. Estaba solo, como de costumbre, acompañado sólo por sus pensamientos y el brillo frío de su mazo, que descansaba en su mano diestra. Su cabello rubio, perfectamente cuidado, caía sobre su frente y ondeaba bajo la comparsa del vendaval. Sus ojos azules, como océanos inexplorados, escudriñaban la oscuridad que inundaba la zona. La misión que se le había encomendado no era fácil, pero Marian no sentía temor o inquietud. Estas eran emociones que su cuerpo y su alma todavía no habían explorado.

Había sido enviado por el gobierno mundial para investigar una tribu caníbal que, al parecer, se había refugiado en aquellos acantilados, pero que no era originaria de aquel lugar. Esto es lo que más le extrañaba al gobierno: ¿por qué la elección de un lugar tan apartado? Esto trajo a colación la -quizá- errónea correlación entre su culto religioso y la desaparición de varias personas de la isla. La información había llegado de forma dispersa, como siempre sucedía en casos tan atípicos como este, pero los rumores indicaban que los miembros de esta tribu no solo compartían las costumbres caníbales que Marian ya conocía, sino que habían llevado esas prácticas a un nivel aún más bárbaro y primitivo. Esta era la razón por la que su misión había tomado una urgencia especial.

La llegada no fue sencilla. El viaje había sido largo, solitario y un tanto aburrido, al no haber sido acompañado por más que peones que todavía estaban aprendiendo los procederes del gobierno pero que no estaban familiarizados con la ética estética de la que él siempre presumía. Una persona que no cuidaba su imagen, su cuerpo, que es el reflejo de las almas, no era alguien que mereciese atención alguna. Pero el compartir viaje con otras personas solía ayudarles en su objetivo de comprender cómo funcionaban las emociones humanas. Un enigma apara él. De alguna manera, él ya había aprendido a imitar la forma en que los seres humanos actuaban, cómo se comportaban cuando sentían miedo, alegría, tristeza o cualquier otra emoción que pudiera servirle para revelar sus secretos. Pero este mundo no era su hogar; había nacido y sido criado en otro lugar, uno en donde el poder se obtenía a través de la sangre y la carne, de las tradiciones ancestrales que habían marcado su esencia desde el primer llanto que indicó su llegada al mundo. La tribu Dracul, la cual le había dado vida, seguía siendo un recuerdo contradictorio para él. Había sido criado en una secta y marcado una vida cargada de violencia, sacrificios y rituales que veían la sangre como un medio para la purificación del alma. No obstante, estos recuerdos se fundían ahora con la misión que tenía por delante. Una misión que, más allá de implicar una tarea concreta –obtener información y, según esta, actuar o no-, suponía un reto para sí mismo: ¿cómo influirá en su persona el ver a otras personas con costumbres similares? ¿Se reconocerá? ¿La primitividad que caracteriza a este grupo de personas, supondrá un choque cultural para él? Eran bastantes las incógnitas que rodeaban esta misión y quizá por eso decidió tomar parte.

Con todo, lo que él había dejado atrás era el fin de una era, una transición que lo había llevado a un mundo en el que sus creencias y su religión no eran comprendidas, sino temidas. Renegadas, incluso. A pesar de su origen, Marian había sabido cómo adaptarse, cómo usar la elegancia, la templanza, la disciplina, para ocultar su lado más salvaje, su naturaleza trastornada por las en las que había crecido. Y ahora, al encontrarse frente a una tribu aún más primitiva que la suya, una tribu que no había evolucionado, sino que se había hundido aún más en las tinieblas de la barbarie, Marian sintió una mezcla de repulsión y fascinación. Era como ver lo que él podría haber sido, y también lo que había sido obligado a dejar atrás.
Mientras avanzaba, sus pensamientos se apilonaban uno tras otro. Era algo inevitable, especialmente cuando tantos estímulos le rodeaban. Su mazo, su querido bastón, resonaba levemente con cada una de las rocas sobre las que se posaba.  La estrategia estaba clara: observar, analizar y actuar. Sabía que la mejor forma de acabar con esta amenaza no era a través de la violencia directa, sino mediante la manipulación. Bajo la creencia de que eran simples caníbales, Marian dedujo que serían más débiles que él en todos los aspectos, tanto en el físico como en el psicológico. Con todo, la fuerza del agente no residía en su resistencia o fortaleza simplemente, sino en su mente; en su capacidad para comprender el miedo, el dolor y la desesperación de los demás, para hacerlos sentir que no tenían otra opción que entregarse a su voluntad. Esta era su arma.

Un tiempo después, entre la selva de los acantilados…

No pasarían muchas horas hasta que Marian escuchó unos murmullos al lado de uno de los regatos que cruzaban la salvaje flora de los acantilados. Lo que parecían simples ruidos, pronto se convirtieron en claros mensajes que él era capaz de aprender. Al fin y al cabo, aquellos hombres que ya era capaz de visualizar hablaban su mismo idioma. “Hoy el sacerdote no está”, decían. “Ha ido a la ciudad a bendecir las almas de los humanos que fortalecerán nuestras almas”, continuaba. Marian había dado con sus objetivos. Desde lo alto de los árboles que rodeaban la zona, escuchaba atentamente cada una de las palabras que pronunciaban, pudiendo comprender, poco a poco, la estructura de aquella tribu. Incluso la metodología que empleaban para llevar a cabo sus rituales, un tema del que precisamente aquellos hombres estaban hablando cuando Marian los identificó.

De este encuentro, breve, pero de cierto interés, Marian dedujo varios puntos clave que le permitieron realizar un esbozo de la situación: aquella tribu, aparentemente denominados “Saishis”, siguiendo el nombre de su sacerdote, Saishi, no eran unos caníbales al uso, sino personas que habían sido engañadas bajo un falso credo, una religión creada para el beneficio de una persona que tan sólo ansiaba la carne humana como recompensa. Su líder, Saishi. Eran un poblado nómada y desconocían el alcance de sus actos, pues tendían a ser perdonados por el sacerdote, que siempre los excomulgaba. Según las creencias que parecían practicar, Saishi seleccionaba a sus víctimas, todas ellas mujeres jóvenes, y las llevaba hasta el punto de encuentro de la tribu para ser sacrificados en nombre de un falso dios. Era toda una falacia que hacía que la sangre de Marian hirviese a temperaturas elevadas, aunque en su rostro no se apreciase ni un ápice de estos sentimientos de enfado y desprecio. “La religión es algo con lo que las personas no deben jugar”, se repetía a sí mismo, mientras seguía sigilosamente los pasos de aquellos dos hombres.

Al llegar al campamento improvisado de la tribu, Marian no se apresuró. Se detuvo a observar desde las sombras, como pájaro que acechaba a sus presas, viendo cómo los miembros de la tribu se reunían alrededor de una pequeña fogata. Podía escuchar sus gritos, sus risas sin alegría, incluso sus pensamientos, pese a no ser verbalizados. Eran evidentes. Los rituales que realizaban eran salvajes, desordenados, comparados con los de los Dracul. Marian no podía evitar sentir una extraña sensación de nostalgia a ver aquella reunión, pero no podía dejarse llevar por recuerdos pasados o fascinaciones personales. Su misión era clara y el gobierno mundial lo había enviado allí por una razón: la ley debía prevalecer. Y, desde luego, lo que sus ojos alcanzaron a ver era algo completamente contrario a lo que el gobierno quisiera que sucediera. Aquello era un baño de ríos carmesíes, amenizados con gritos de auxilio, que en nada se parecían a rituales religiosos, a actos de buena fe. Era una matanza. Un acto que tan sólo respondía a los instintos más primitivos y obscenos de una persona como aquel hombre, el sacerdote, que utilizaba la religión como una excusa para cometer aquellas atrocidades. Y el insulto a la religión era algo que Marian, como fiel creyente, no podía permitir.

Una serie de rápidos, pero sigilosos movimientos llevarían a Marian al centro del campamento. El frío no le afectaba, la niebla lo ocultaba, y su presencia pasaba desapercibida entre los miembros de la tribu. Sin hacer ruido, comenzó a mover los hilos cual titiritero. Un leve gesto, una palabra susurrada en el oído, el roce accidental de su abrigo contra la piel cada uno de los presentes… todo movimiento estaba pensado para crear una cadena de sucesos que llevara a la tribu a su perdición. Al delirio. Cada uno de esos hombres y mujeres estaba, a su manera, marcado por la necesidad de seguir sus instintos más bajos. Marian lo sabía, y sabía que esos instintos podían ser manipulados. Y, de hecho, ya lo estaban siendo por el falso líder.

No era necesario hacerles daño directamente. No había necesidad de derramar sangre; al menos no en vano. Lo que Marian había aprendido en su formación en las filas del Cipher Pol era que, a veces, el control más efectivo era el psicológico. Poco a poco, los miembros de la tribu comenzaron a dudar, a ver sombras donde no las había. Marian, con su presencia invisible, hizo lo que mejor sabía hacer: hacerles perder la razón. El caos no tardaría en desatarse. La desconfianza, el mal augurio y los susurros de “Estos actos no serán perdonados por Dios” por parte de presencias desconocidas hicieron que aquel ritual se convirtiese en una descontrolada masa de personas. Cada uno de los presentes se miraría con sospecha, con temor, con incertidumbre. Algunos lo expresarían verbalmente, otros tanto tan sólo gritarían y correrían despavoridos, alejándose de la escena del crimen. La tribu ya estaba condenada. El resto de los miembros del Cipher Pol que acompañaron a Marian en esta misión ya estaban desplegados por la zona, después del aviso del agente, por lo que se encargaron de apresar a los fieles que corrían sin ton ni son. Marian se quedaría con el plato principal.

La religión es algo delicado. Llena el alma, pero puede vaciar el corazón. Las creencias que se transmiten tienen el poder de cambiar el mundo, pero también de destruirlo”, la sombra de Marian se hacía patente entre la niebla. Shachi ya era capaz de ver su figura, aunque no con completa nitidez. “Todos aquellos que crean que pueden utilizarla a su favor son sólo unos necios, cegados por un ansia de control desmedida, por deseos mundanos contrarios a la doctrina de la fe”, su rostro era ahora completamente visible. El sacerdote, sin poder gesticular palabra, dejó que su cuerpo cayese en el suelo de rodillas, completamente desplomado. Inerte, se podría decir. “Percibo miedo, aunque lo desconozco. Incertidumbre, una sensación más cercana. ¿Adoración, me parece sentir? Dios no podrá expiar tus pecados y, por ello, el segador ha venido a llamar a tu puerta”, lo señaló con su bastón, posando una de sus extremidades sobre la frente del sacerdote. “En nombre de Dios…”, agitó bravamente su bastón y tan sólo un río carmesí quedaría en la zona. “Amén”. Clavó el bastón en el suelo y juntó ambas manos, cerrando sus ojos y alzando su rostro hacia el cielo. Volvió a agarrar su bastón y limpió los restos que habían quedado en él. “Este tipo de sangre es la que lleva a los Dracul a la desesperación.”, sentenciaría. 

Los acantilados Shachi, en algún momento hogar -aunque temporal- de la tribu Shachi, eran ahora un recordatorio de lo que sucedía cuando los deseos mundanos se apoderaban de una persona. De cuando la fe, la doctrina y la religión, en manos de seres impuros, eran capaz de destruir una sociedad. Marian, sin mostrar ni un ápice de emoción en su rostro, para variar, se retiró en silencio. Los Shachi, que podrían haber sido un excitante descubrimiento para él, fueron una de las mayores decepciones de su vida. Aunque la misión, que era el principal objetivo, había sido un éxito.

[i]Los Shachi son una tribu nómada que reside en lugares principalmente remotos, aislados de núcleos de población, y que tiene una estructura social muy sencilla. El sacerdote, del cual reciben el nombre como grupo, es quien los lidera. De entre el resto de miembros, no parecen existir grandes distinciones: tanto hombres como mujeres colaboran en el mantenimiento de la microsociedad. Carecen de oficio o especializaciones, pues su única motivación es el falso credo religioso. Mujeres y hombres se encargan de las tareas de mantenimiento y el sacerdote, junto con un grupo selecto de personas, de la recolección de víveres; esto es, cuerpos de los que alimentarse. Según la religión Shachi, el cuerpo humano sólo puede ser purificado cuando ingiere algo similar: otro cuerpo humano. Después de un análisis exhaustivo, se ha llegado a la conclusión de que no son una tribu en el sentido estricto de la palabra, sino una secta conformada alrededor de un hombre con ansias de poder y un trastorno evidente, aunque se desconoce el subtipo concreto de dicho trastorno. Son un grupo de personas que seguían a un falso líder y cuyas acciones sólo pueden ser catalogadas como crímenes y asesinatos, para nada vinculados con la religión, la doctrina o la fe...", se podía leer en el informe que Marian estaba preparando. Su primer informe.
#1
Moderador X Drake
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#2


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