¿Sabías que…?
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[Aventura] El color de la nieve [T6]
Kurokaze Masaru
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La nieve cae con un ritmo hipnótico sobre el puerto de Sinysk, cubriendo las casas y avenidas con una capa blanca y brillante. Esta se ha acumulado en los tejados inclinados de las casas, construidas con madera oscura y piedra, y las ventanas emiten un cálido resplandor anaranjado que contrasta con la helada oscuridad de la noche. A pesar del frío y la hora, todavía hay mucha actividad en las calles de la ciudad, especialmente en el puerto, donde se reúnen comerciantes, extranjeros y locatarios.
 
El viento ulula entre los mástiles de los barcos atracados, haciendo crujir las cuerdas y los tablones. Las olas chocan con los pilares del muelle, salpicando agua helada que se congela casi al instante. Entre todos los barcos, destaca uno por sobre todos los demás: una elegante nave de tres mástiles, imponente y diseñada para navegar por toda clase de aguas. Su casco es de madera clara y pálida, tratada con un barniz especial que le protege de la sal del mar. En la proa, se alza una escultura metálica de un ave en vuelo, sus alas extendidas en un diseño intricado y altamente estilizado. Se trata del Último Suspiro, la nave insignia de la flota de barcos del Consorcio del Viento, una reconocida empresa de mercaderes que ofrece productos de gran calidad y tecnologías avanzadas.
 
Todo el mundo ha estado hablando sobre la llegada del Consorcio del Viento al condado. Incluso tú, que has acabado en esta isla por culpa de una tormenta, eres consciente de la presencia de esta empresa. Si has oído hablar sobre el Consorcio del Viento, seguramente ha sido en una de las tabernas de la costanera o en alguna de las pescaderías. Y, si bien la llegada de estos comerciantes ha causado revuelo, hay otro asunto del que te has enterado: desapariciones.
 
A la noche siguiente de la llegada del Consorcio del Viento desapareció un hombre en el puerto de la ciudad; algunos llegaron a la conclusión de que el mar se lo tragó. Pero hubo más desaparecidos, y hasta la fecha ya suman siete. Las desapariciones ocurren durante el día y la noche, y las víctimas no dejan ningún tipo de rastro. Hay quienes culpan entre murmullos al Consorcio del Viento, asegurando que no se trata de ninguna casualidad. No obstante, la policía local encargada de la investigación no ha encontrado ninguna relación entre las desapariciones y la empresa.
 
Con toda esta información en tu cabeza, posiblemente te estés preguntando qué deberías hacer. Quizás investigar las desapariciones sería lo correcto, aunque estás fuera de la jurisdicción de la Marina; serías un civil más, uno bastante poderoso y con experiencia militar encima, pero sin ninguna atribución adicional. O tal vez te interese pasar a hacer negocios con alguno de los agentes mercantes del Consorcio del Viento, dicen que tienen prendas lujuriosas de primera calidad.  

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#1
Octojin
El terror blanco
Personaje


La nieve caía con un ritmo hipnótico sobre el puerto de Siniysk, cubriendo con una capa blanca y brillante las casas de madera oscura y piedra, cuyas ventanas emitían un cálido resplandor anaranjado. Algunas tenían la suerte de disponer de chimeneas y éstas hacían del ambiente más cálido, a pesar de verlas por fuera. Era un importante contraste con la helada oscuridad de la noche, donde la actividad en las calles era inusualmente bulliciosa. Comerciantes, extranjeros y lugareños se movían de un lado a otro, creando un murmullo constante que se mezclaba con el ulular del viento y el crujido de los mástiles de los barcos atracados. Aquello era un sonido que particularmente gustaba al tiburón, ya que entre barcos era donde pasaba gran parte del tiempo y estaba más que acostumbrado a ese sonido. Tanto que a veces lo ignoraba, siendo un ruido más que formaba parte del ambiente.

En uno de esos barcos, una nave de aspecto modesto pero resistente, se encontraba Octojin. El camarote era pequeño, con apenas espacio para un catre, un escritorio desordenado y un armario raído, pero había un orden funcional en el caos. Sentado en el borde del catre, Octojin observaba su mochila abierta sobre el suelo. Sus brazos trabajaban con eficiencia, asegurándose de que cada objeto estuviera en su lugar y todo lo que necesitaba para su incursión estuviera en esa mochila.

Primero, los dos pares de nudilleras. Las revisó rápidamente, asegurándose de que las correas estuvieran en buen estado, antes de meterlas cuidadosamente en la mochila, un par al lado del otro. Luego, sacó una identificación falsa que le habían dado en la marina para este tipo de casos en los que no estaban de servicio. Un simple documento que lo presentaba como un simple civil. Era un detalle necesario; no quería llamar demasiado la atención en una isla con tantas miradas curiosas. Tras esto, metió un pequeño botiquín, un bote de pastillas, una ración de comida envuelta en tela impermeable y sus diales: uno de agua, otro de viento, otro de luz y el de las descargas eléctricas. Y, por su puesto, su Den Den Mushi.

Finalmente, Octojin se levantó y fue hacia el desvencijado armario. La brisa helada que se colaba por las rendijas del camarote le recordó que necesitaría ropa adecuada. Escogió una chaqueta acolchada y un gorro de lana que se ajustó sobre su cabeza. También se colocó unas botas altas y un pantalón térmico, asegurándose de que todo quedara perfectamente ajustado para combatir el frío. Estaba costumbrado a las corrientes frías del océano, pero allí en tierra firme, le costaba mucho más aguantar la temperatura.

Con la mochila al hombro y su ropa de civil lista, Octojin salió del camarote y recorrió la cubierta del barco, dejando tras de sí un rastro de pisadas por la cubierta. Había pasado varios días reparándolo tras la tormenta, y aunque aún quedaban detalles por ajustar, la nave estaba en condiciones de navegar nuevamente. Sin embargo, esa noche había algo más importante en su mente que el mantenimiento del barco. Y por eso se decidió a salir. Camille y Alex estaban en el barco, durmiendo y descansando. El escualo hubiese dejado una nota informándoles de que partía, pero tenía la mejor excusa de todas: No sabía escribir.

Se adentró en el puerto de Siniysk, donde la nieve crujía bajo sus botas con mayor intensidad que la cubierta del barco, y el aire estaba impregnado de un aroma a salitre y madera quemada propia de casi cualquier muelle por la noche. Su destino era claro: la taberna más cercana. Necesitaba calentarse, y más importante aún, necesitaba información.

La taberna era un lugar cálido y ruidoso, con mesas llenas de marineros, comerciantes y aventureros que hablaban en voz alta mientras bebían. Octojin pidió una bebida caliente y tomó asiento cerca de la barra, atento a las conversaciones que lo rodeaban. No tardó en captar fragmentos de historias: rumores sobre el Consorcio del Viento y su llegada a la isla, y sobre las misteriosas desapariciones que habían alarmado a la población local.

Conocía el Consorcio del Viento de oídas. Por lo visto eran unos comerciantes con bastante renombre que iban de aquí para allá vendiendo cosas. No tenía mucha más información, y algo le decía que ese día la conseguiría.

Un hombre sentado en la mesa contigua relataba con dramatismo cómo un pescador había desaparecido a plena luz del día, dejando su caña y sus pertenencias intactas. Otros murmuraban que el Consorcio tenía algo que ver, porque justo empezaron las desapariciones cuando ellos llegaron, aunque nadie podía demostrarlo. La situación era extraña y preocupante, y Octojin no podía ignorarla.

Lo cierto es que aquella coincidencia olía un poco mal. El habitante del mar se rascó la cabeza y cuando el tabernero pasó cerca, Octojin aprovechó para llamarlo.

—Otra ronda, por favor —dijo, colocando unas monedas sobre la barra—. Y una pregunta, si no es mucha molestia. Ese Consorcio del Viento, ¿qué vende exactamente? He oído que tienen cosas interesantes, pero me gusta saber en qué me meto antes de gastar mis berries.

El gyojin esperaría la respuesta del tabernero. Por lo que había oído, solían vender cosas tecnológicas y ropajes de toda índole. Desde lujos hasta ropas normales. Pero el escualo era una persona que no se fiaba mucho de los rumores, así que mejor preguntar y asegurar que creer en algo que luego podía resultar falso.

Lo cierto es que el marine estaba en Ivansk como civil, sin ninguna misión oficial, pero las desapariciones y los rumores sobre el Consorcio del Viento eran demasiado sospechosos para ignorarlos. Quizás entrar como un cliente más y observar de cerca podría darle las respuestas que buscaba.

Tomó un sorbo de su bebida caliente y miró hacia la ventana empañada. La nieve seguía cayendo, cubriendo el mundo exterior con su manto blanco. Algo le decía que su estancia en Siniysk sería mucho más interesante de lo que había anticipado.

Resumen

Inventario

Estado Octojin
#2
Kurokaze Masaru
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El tabernero es un hombre alto y delgado, de cabellos canos y cejas bien pobladas. Su nariz es larga y delgaducha, la que combina apropiadamente con el resto de su estética, y te mira con unos cansados y profundos ojos marrones. Toma con refinado gesto las monedas que le dejas en el mesón, y entonces te sirve lo mismo que has estado bebiendo desde que llegaste. Mira hacia los lados antes de responder tu pregunta, como queriendo asegurarse de que no hay oídos curiosos pendientes de la conversación, y entonces coge un vaso para limpiarlo.
 
-Venden toda clase de comodidades tecnológicas: una cosa que lava el cabello y luego lo seca, una afeitadora que hace sus propios diseños, ¡incluso una máquina de helados! Dios mío, ¿quién iba a pensar que algo así podría llegar a existir? -te responde, dándole énfasis a la máquina de helados; parece que le gusta un montón-. También han traído joyas exóticas de todas partes del mundo. Dicen que, en la bóveda del tesoro, guardan rubíes del tamaño de mi puño y esmeraldas más grandes que mis ojos. Pero lo más interesante es el diamante de sangre que, según escuché, subastarán mañana.
 
Puedes insistir con el tabernero, pero no te dará mucha más información. En caso de que le preguntes directamente por la gente del Consorcio del Viento, te dirá que son comerciantes y que les interesa el dinero. Dirá que son buena gente y bastante decentes para ser mercaderes, pero que no hay que confiar en la gente que persigue activamente la plata.
 
Continúas con tu bebida caliente cuando un hombre de treinta y pico años toma asiento junto a ti. Si te fijas en él, te darás cuenta de que lleva un sombrero con orejeras especial para las temperaturas bajas. Tiene una tupida barba colorina que le llega hasta el pecho y mira fervientemente al tabernero con sus ojos profundamente celestes. Va vestido con prendas ostentosas: un chaquetón rojo con chapas de oro, unas botas de cuero de serpiente -fijo que sí- y lleva un reloj de platino con una cadenita plateada que mira de vez en cuando.
 
-Si vas a comprarles a esos malnacidos del Consorcio del Viento, mejor que vayas con el dinero en efectivo. Tienen de todo, realmente tienen de todo. Si quieres algo, pero no tienes el dinero, te lo prestarán, aunque buena suerte pagando esos intereses usureros… Malditos estafadores -gruñe el hombre y luego le da un sorbo a la cerveza que acaba de pedir. También ha pedido algo idéntico a lo que has estado bebiendo y te lo ofrece-: bébetelo, esta ronda invito yo. Luego no quiero que los extranjeros hablen de que los buenos hombres de Ivansk no somos generosos.  

Contenido Oculto
#3
Octojin
El terror blanco
El calor de la taberna contrastaba con el frío que reinaba fuera. Una situación curiosa cuanto menos, que hacía estar aún más a gusto al escualo. Octojin, con esos guantes que tanto le costó encontrar, se encontraba descansando sobre la barra, mientras mantenía los ojos en el tabernero y sus dedos tamborileaban suavemente. Cada palabra del hombre parecía contener piezas de un rompecabezas que, aunque incompleto, comenzaba a tomar forma. Entre sorbos de su bebida caliente, el gyojin asintió lentamente.

—¿Una máquina de helados? —repitió con una sonrisa ladeada, como si aquello fuera el mayor de los caprichos— Debe ser un lujo que cualquier taberna querría tener. Imagínese, en pleno verano, filas de gente entrando solo por un helado mientras las mesas están abarrotadas por gente que bebe cosas frías. Tiene usted una buena visión de negocios, ¿verdad?

La idea no solo agradaba al tabernero, sino que parecía iluminar su rostro cansado. Octojin tomó nota mentalmente. Tal vez, si conseguía esa máquina, podría utilizarla como moneda de cambio para obtener información más detallada. Ganarse la confianza del hombre detrás de la barra siempre era un movimiento inteligente. Dios sabe que esa gente conocía más información que los espías. Desde conversaciones que no debieron llegar a sus oídos, hasta otras en las cuales eran ellos mismos los que ponían los oídos. Ser tabernero no debía ser fácil, pero era el cielo de los cotillas.

Mientras bebía, sus ojos se desviaron sutilmente hacia los otros clientes. Había una mezcla interesante de rostros: locales vestidos con gruesas prendas de lana, marineros que probablemente acababan de atracar y un par de figuras con capas más elegantes, tal vez nobles o comerciantes. El Consorcio del Viento parecía ser un tema recurrente en las conversaciones. Algo así como el circo cuando llega a la ciudad, que no hay otro tema de conversación. Algunos hablaban con admiración de sus productos, mientras otros bajaban la voz, como si temieran que alguien los escuchara criticar a los poderosos mercaderes. Pero desde luego, lo que estaba completamente claro, era que, queriéndolo o no, eran el centro de la gran mayoría de conversaciones.

El tabernero continuó limpiando un vaso, lanzándole de vez en cuando miradas que parecían evaluar si podía confiar más en él. Octojin no insistió demasiado; sabía que el hombre ya había dicho todo lo que estaba dispuesto a compartir. Las monedas que había dejado sobre la barra eran suficientes para mantenerlo en buenos términos.

Cuando estaba por marcharse, la puerta de la taberna se abrió con un crujido, dejando entrar un soplo de viento helado y un nuevo personaje. El recién llegado, un hombre de barba colorina y atuendo ostentoso, avanzó hacia la barra, dejando un rastro de nieve derretida a su paso que el escualo fue siguiendo con la mirada. Su chaquetón rojo brillante y las botas que parecían de cuero de serpiente lo hacían destacar incluso entre la clientela variopinta del lugar. Se sentó junto a Octojin, haciendo un gesto al tabernero para que le sirviera.

El gyojin no tuvo que esperar mucho para que el hombre comenzara a hablar. Era el tipo de persona que no necesitaba invitación para compartir su opinión. Entre gruñidos y sorbos de cerveza, lanzó una diatriba contra el Consorcio del Viento.

Los catalogó como unos estafadores. Alegando que tenían cosas que no podías encontrar en casi ningún otro lugar, pero que si no las pagabas de inmediato, te freían a intereses. Incluso dijo algo que resonó con fuerza en la cabeza del tiburón. Algo como que daba igual el dinero que realmente tuvieses. Siempre encontrarían la manera de exprimirte hasta la última moneda. ¿Cómo podía ser aquello? ¿Quizá te ponían más intereses cuanto más dinero tuvieses?

Octojin alzó una ceja mientras aceptaba la bebida que el hombre le ofrecía. Levantó el vaso en señal de agradecimiento antes de dar un sorbo. Siguió pensativo, intentando descifrar esas palabras del tipo. Quizá solo estaba enfadado con ellos y estaba exagerando todo, pero en cualquier caso, hizo que el cerebro del habitante del mar trabajase más de lo normal.

—Gracias, amigo. No todos los días te encuentras con alguien tan generoso —Dejó el vaso sobre la barra y añadió, como quien no quiere la cosa—. Entonces, ¿usted ha tenido algún trato con ellos? Estoy considerando acercarme a ver si tienen algo útil para mi negocio. Trabajo en el nomble arte de la carpintería y siempre busco herramientas de calidad. Pero es cierto que sus palabras me hacen pensar si realmente debo ir ahí o a cualquier otro comercio local.

El tiburón esperaría la respuesta del hombre, aunque su expresión era difícil de leer entre las sombras que proyectaba la luz de las lámparas, tenía casi por seguro que su respuesta sería una nueva crítica al consorcio. Octojin observaría su reacción con cuidado, evaluando cada gesto e intentando encontrar alguna pista más entre sus palabras. Porque, hasta ahora, tenía una pregunta clara en su mente. ¿Era posible que su fortuna proviniera más del endeudamiento de los demás que de las ventas directas? El gyojin sabía que, en el mundo de los negocios, el poder a menudo se construía sobre las espaldas de los menos afortunados. Y a juzgar por las palabras de ese tipo, parecía ser algo así.

Si el tipo tenía de a bien responder, dejaría unas monedas adicionales sobre la barra, lo suficiente para invitar al hombre a otra copa y dejar una propina generosa para el tabernero. Había aprendido lo suficiente por ahora, y era hora de moverse.

—Gracias por la bebida y por la charla —dijo al hombre, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Espero que no se topen con más problemas… aunque en este mundo, eso es pedir mucho.

Octojin ajustaría su abrigo y se dirigiría a la salida. Afuera, el viento helado lo recibió como un viejo enemigo, pero su mente estaba ya en otra parte. El Consorcio del Viento era su próximo destino, y aunque no sabía exactamente qué esperaba encontrar, estaba claro que había más de lo que parecía a simple vista. De momento, tenía dos salidas si lograba ir hasta ellos, la primera era buscar útiles de carpintería, la segunda, esa máquina de helados. Dependiendo de la situación, intentaría ir por un camino o por el otro.
#4
Kurokaze Masaru
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El hombre le da un sorbo a su bebida y luego te mira.
 
-Hace tres temporadas les hice un encargo, sí. Debido a ciertos contratiempos logísticos el precio final subió bastante y, al ver que no contaba con todo el dinero, ofrecieron hacerme un préstamo. Maldigo el día en que decidí hacer negocios con esos hijos de puta… Aún estoy pagando los intereses, y créeme que no son clementes con los morosos -te responde el hombre, notando el enfado en su voz-. Si buscas buenas herramientas para tu profesión, te sugiero que vayas a ver a uno de nuestros artesanos. Aquí, en las tierras de Ivansk, forjamos el mejor metal.
 
Como el hombre del chaquetón rojo se ha mostrado bastante abierto a tus preguntas, tienes la oportunidad de hacerles unas cuantas más antes de abandonar la taberna, aunque no te dará información adicional. Se le nota cabreado con los mercaderes del Consorcio del Viento por sus intereses usureros, pero no es que se encuentren cometiendo actos ilegales; solo son astutos, económicamente astutos.
 
Una vez abandonas la taberna y el viento congelado te da la bienvenida, sientes un leve mareo que te hace trastabillar. Notas que tu vista comienza a nublarse y de pronto el mundo se convierte en una amalgama de sensaciones raras, producto de tu engorrosa mente. Puede que la leche que te has tomado te haya sentado mal, después de todo, ¿quién bebe algo más que cerveza y vino en una taberna? Mientras lidias con tu reciente malestar corporal, a treinta metros de ti, puedes ver a un grupo de hombres -tres figuras ensombrecidas- llevarse a una cuarta al interior de un callejón. Debido a la oscuridad y a la distancia no consigues distinguir lo que están haciendo, aunque, debido a tus sentidos animales, estás completamente seguro de que no hay sangre involucrada. ¿Serán amigos? ¿O tendrá algo que ver con las desapariciones?  
 
-¿Me das permiso? -te pregunta una voz femenina y, al voltearte, te encuentras con una hermosa mujer de cabellos negros y largos, piel nívea y ojos carmesíes. Le acompañan dos hombres con espadas envainadas-. Me gustaría entrar a la taberna.
 
Respondas o no a su solicitud, la mujer entrará en el local junto a su escolta.

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#5
Octojin
El terror blanco
El viento helado golpeó con fuerza el rostro de Octojin mientras salía de la taberna, dejando atrás el calor y el murmullo del lugar. Apenas dio unos pasos cuando un mareo inesperado le hizo tambalearse. ¿Qué le pasaba? ¿Había sido el cambio de temperatura? Instintivamente, apoyó una mano en la pared más cercana, de la propia taberna, sintiendo cómo su visión comenzaba a nublarse y sus sentidos se desdibujaban.

¿Qué demonios…? Algo le había sentado mal, de eso no había duda. Una mezcla de náuseas y vértigo se apoderaba de él, hasta un punto en el que estuvo a punto de vomitar.

El gyojin parpadeó varias veces, tratando de enfocar su entorno. La nieve que caía parecía danzar de manera antinatural, las sombras de los edificios se alargaban y encogían como si tuvieran vida propia. Joder, todo esto parecía un viaje de cuando era joven y tomaba esas pastillitas de colores que tanto te nublaban la mente. Su agudo oído captaba ruidos que no lograba identificar: un zumbido constante y un eco lejano que le hacía dudar de si lo que escuchaba era real. Recordó la bebida que aceptó del hombre en la taberna. ¿Había sido un error confiar en ese tipo? ¿Le habrían puesto algo en el trago? No, seguro que no. ¿Por qué?

La culpa comenzó a carcomerlo. Había bajado la guardia, algo que jamás se hubiera permitido en otras circunstancias. ¿No era así como se cerraban los tratos y se obtenía información? Se reprochó mentalmente, luchando por mantener el equilibrio.

En ese momento, algo llamó su atención. A unos treinta metros de distancia, distinguió a tres figuras llevándose a una cuarta hacia un callejón oscuro. Entrecerró los ojos, tratando de discernir lo que estaba sucediendo, pero su visión borrosa y la distancia le jugaron una mala pasada. Joder, justo en ese momento se el tenía que nublar la puta vista. Sus instintos animales no detectaron sangre ni señales de violencia, pero algo en la escena le resultaba inquietante. ¿Para qué se la llevaban allí? Seguro que para hacer algo que querían ocultar. Las desapariciones de las que había oído hablar en la taberna pasaron por su mente como un relámpago. Claro, seguro que era eso. Sin embargo, su estado no era el mejor para investigar.

Su cuerpo quería moverse, seguirlos, pero su estado lo mantenía anclado en el sitio. Vaya mierda, seguro que en otra ocasión ya tendría un hilo del que tirar...

Unos pasos firmes sobre la nieve lo hicieron girar la cabeza. Frente a él apareció una mujer de aspecto imponente. Su cabello negro caía como una cascada de tinta hasta su cintura, y su piel, pálida como la nieve bajo sus pies, contrastaba con sus intensos ojos carmesíes. A su lado, dos hombres con espadas envainadas la flanqueaban como escoltas silenciosos. Su presencia irradiaba autoridad y elegancia. Pero, ¿de quién se trataba? La mujer le pidió echarse a un lado para entrar en la taberna con una voz suave, pero firme. Su mirada parecía atravesarlo, como si pudiera leer sus pensamientos. Pero el escualo no se apartó y aprovechó para hablar con la mujer.

Aunque el habitante del mar tardó un segundo en reaccionar. Era como si todo en su cuerpo fuese más lento de lo normal, incluso su mente. La mujer parecía ajena a su evidente malestar, como si no le importara en lo más mínimo su estado. Mientras ella esperaba, el gyojin intentó enderezarse, apoyándose aún en la pared para no caer.

—Un momento… —murmuró, carraspeando para recuperar la voz— Necesito ayuda. Me siento… mal. ¿Conoce a algún médico cerca de aquí?

El tipo sentía cómo la mujer le dedicaba una breve mirada que podría interpretarse como curiosidad, molestia o ambas cosas. O vete a saber, lo que veía y el gyojin y la realidad no parecían ir de la mano.

El escualo respiró hondo, tratando de calmar su mente. Volvió la vista hacia el grupo de hombres en el callejón, pero ya no estaban. Aquello no hacía más que alimentar su paranoia. ¿Qué era real y qué no de todo aquello? Joder... Maldita taberna. ¿Y si todo era un sueño?

Determinó que quedarse quieto no era una opción. Si la mujer no quería ayudar, tal vez alguien más lo haría. Si aquella mujer no le contestaba, o directamente le decía que no le podía ayudar, se dirigiría hacia cualquier grupo de personas que caminaran cerca, notando sus pasos torpes y desorientados por el malestar.

—Disculpen —diría con voz grave, tratando de no parecer tan afectado como se sentía—. Estoy buscando a un médico. Me siento… mal. ¿Conocen a alguien que pueda ayudar?

Las palabras salieron más ásperas de lo que pretendía, pero esperaba que fueran suficientes para captar la atención de alguien. Entrar a la taberna nuevamente estaba descartado; la idea de que alguien allí lo hubiera envenenado le revolvía el estómago tanto como lo hacía la bebida que había ingerido. Su mente se debatía entre culpar al tabernero, al hombre de la barba rojiza o incluso a su propia ingenuidad.

Con el frío calándole los huesos y la vista aún algo nublada, Octojin supo que su próxima decisión podría ser crucial. Si no encontraba ayuda pronto, este juego de sombras y nieve podría tornarse mucho más peligroso. E incluso acabar antes de casi empezar.
#6


Salto de foro:


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