Marian
Marian
12-01-2025, 02:17 AM
Otoño, año 724. Día 13.
En la quietud de la noche, mientras la brisa del mar acariciaba el puerto de la isla Skjoldheim, Marian se encontraba junto a un pequeño contingente del Cipher Pol. La misión que le había encomendado esta vez era clara: capturar o eliminar a "La Bruja", una matriarca envuelta en misterios y enigmas que, según los rumores, había convertido la isla en un nido de terror y de desapariciones, concretamente, de personas jóvenes, tanto mujeres como hombres. El halo lúgubre que envolvía este relato le recordaba a Marian a los cuentos infantiles que había visto en infinidad de tiendas en las islas que había visitado hasta ahora, con la diferencia de que esto, aparentemente, no era una historia de ficción. La orden, en esta ocasión, no admitía ambigüedades: "Prioridad a la vida de los agentes. Si no se puede asegurar el encierro, elimínenla". Marian no necesitaba más incentivos para dar rienda suelta a su peculiar y particular metodología de trabajo.
Desde la cubierta del navío que los transportaba, Marian observaba la lejanía con una calma engañosa, envuelto y resguardado del frío por su largo abrigo de terciopelo negro. Las gemas en los broches brillaban en sintonía con la luz de la luna, pero sus pensamientos estaban lejos de esta sofisticación, elegancia y temple que solía proyectar. Había algo en la descripción de “La Bruja” que le resultaba familiar: el uso de rituales, la manipulación de jóvenes inexpertos... Todo esto evocaba recuerdos (casi) enterrados de los oscuros rituales de los Dracul. La sangre, las ofrendas, las promesas de ascender a un estado superior. La infancia de Marian había estado plagada de esas imágenes. Aunque había dejado atrás a su tribu, la sombra de su educación seguía arrastrándose a su lado, apareciendo en los momentos menos oportunos. Ahora, en una isla donde el peligro y lo arcano parecían mezclarse, Marian sentía que los ecos de su pasado lo llamaban de nuevo.
"Se avecina una tormenta", murmuró uno de los agentes mientras encendía un cigarro. El click del mechero lo sacó de su ensimismamiento.
"Las tormentas son una constante para quienes no saben navegar", respondió Marian, ajustándose los guantes de cuero. Era un recordatorio para los demás: no había que dejarse llevar por el miedo, una sensación primitiva que siempre limitaba las actuaciones humanas. Para Marian era todavía una emoción un tanto desconocida, pero quizá esta misión le permitiría adentrarse en ella. Quién sabe.
No tardarían muchas horas en atracar en la Playa de los Escudos, al sur de la isla. Un lugar desolado y cubierto de fragmentos de barcos y restos de contiendas bélicas que reflejaban el carácter histórico de aquel lugar. En una atmósfera solemne y un tanto bucólica, los agentes descenderían uno tras otro del barco. Calmados, abrigados y observando todo a su alrededor. Marian, que sería el encargado de dirigir aquel minúsculo grupo de soldados, les indicó con su mano diestra cómo proceder y qué caminos debían tomar cada uno. “Revisa la gruta”, “Escala el monte” y “Analiza cada rincón del Hijo de la tormenta” fueron las tres órdenes que le daría a los tres agentes. “Yo me encargo de Jörmungandr Fjord”, sentenció, ajustando los botones de su abrigo. Y el grupo se dividió en cuatro.
En la aldea principal, Skjoldstad, los habitantes susurraban sobre la desaparición de decenas de jóvenes. Algunos decían que "La Bruja" podía controlarlos con un solo vistazo, otros afirmaban que nadie que entrara en su mansión volvía a salir. Pero, ¿acaso alguien había visto dónde residía? ¿Qué “bruja” residiría en un lugar llamativo como una mansión, a la vista y alcance de cualquier plebeyo? Más allá de las habladurías, lo único cierto era que la última vez que un grupo había intentado enfrentarla, ninguno regresó.
Marian, para llegar a su destino, tuvo que cruzar las calles empedradas del pueblo, observando las caras de los lugareños. Había algo en ellos que lo incomodaba: una mezcla de resignación y temor. Recordó su propia tribu, donde los sacrificios eran justificados como "necesarios" y donde todos aceptaban la barbarie con normalidad. Ese pueblo parecía haber aceptado el destino que alguien desconocido, “La Bruja”, había escrito para ellos. Ninguno de los allí presentes pareciera que quisiese luchar, descubrir la verdad. Se habían acomodado en el relato del terror y asumieron su papel como víctimas. Era triste, pero era como funcionaba la naturaleza humana. Y no se podía hacer nada al respecto. Nada… excepto cazarla y romper aquello que perturba la tranquilidad del poblado. Para eso estaba él allí, aunque la búsqueda de ese ideal de “paz” fuese el menor de sus deseos.
Antes de haber llegado a la isla, el agente había investigado por su cuenta cada una de las historias populares que las personas que visitaban la isla narran. Cada pequeño susurro, cada minúsculo escrito… toda información había sido asimilada por él y, por ello, optaron porque fuese quien dirigiese el grupo. Y no sólo eso, sino que él sabía precisamente dónde se encontraba “La Bruja”, ya que todos los rumores terminaban en el mismo lugar: “Jörmungandr Fjord”, el sitio que él había optado por explorar. ¿Casualidad? No. “Las casualidades no existen… sólo lo inevitable”, se repetiría a él mismo.
Horas después…
El resto de los agentes estaban completamente incomunicados. Al parecer, las tecnologías que utilizaban se habían visto entorpecidas e inutilizadas por el gélido temporal de la zona y la evidente desconexión digital que la caracterizaba. Por ello, durante horas Marian no pudo descubrir si el resto de sus “¿compañeros?” habían logrado encontrar algo más que su muerte. ¿O acaso habrán sobrevivido? No consideraba que estuviesen preparados, pero su única misión era la captura de “La Bruja”. Cuidar de meros peones no entraba en sus planes.
Y, pese a lo raro que pudiese parecer o lo incongruente que resultase, sobre lo alto de una de las colinas del fiordo se alzaba una mansión, rodeada bosque inerte que parecía moverse con cada ráfaga de viento. Las paredes del edificio estaban cubiertas de enredaderas negras, y la entrada principal estaba decorada con símbolos que Marian reconoció de inmediato: runas similares a las que usaban los Dracul en sus rituales. "Interesante", murmuró para sí mismo mientras sus dedos rozaban una de las marcas. Había un patrón, un lenguaje oculto que parecía invitar a los intrusos a adentrarse más. Avanzó con cautela, como de costumbre. Los pasillos de la mansión eran oscuros y silenciosos, pero el aire estaba cargado con una sensación de inquietud. Con cada paso que daba, apretaba su bastón con más fuerza. "¿Así que aquí es donde se esconde?", advirtió, mientras sus ojos azules exploraban cada rincón. Algunas habitaciones estaban completamente vacías o desordenadas, mientras que otras tenían una decoración un tanto peculiar: calaveras encima de las mesitas, algunos huesos colgando de las manillas de las puertas, papeles negros ocultando las ventanas… Todo era excesivamente extraño y perturbador.
De repente, un grito rompió el silencio. Una joven que tendría aproximadamente veinte años apareció corriendo por el pasillo hacia Marian, pero fue arrastrada hacia las sombras por una figura que el agente no fue capaz de identificar. "Es un juego", dijo Marian, con un tono que era casi de admiración. "¿Me estás probando, bruja? Los sacrificios son el motor de mi vida…", sentenció, mientras se aplicaba un poco de gloss en los labios. El frío se los había agrietado por completo.
No pasaría mucho tiempo hasta que los gritos se desvanecieran y se fusionaran con la tranquilidad que asolaba el lugar. Los pasos de Marian lo condujeron a una sala iluminada por varias velas, algunas encendidas y otras tantas completamente congeladas. En el centro, un altar hecho de huesos se alzaba como un trono macabro, y en él estaba sentada "La Bruja". Era una mujer de cabello largo y blanco, con ojos que parecían atravesar las almas de quienes se atrevían a mirarla. Su voz resonó como un eco en la sala. En su mano derecha, una manzana de color negro. "Has venido a matarme o a capturarme. Pero antes de que lo intentes, dime: ¿alguna vez has sentido el verdadero poder que fluye de la sangre?" Le dio un mordisco a la manzana y de sus labios brotó una pequeña hilera carmesí. Como si la fruta estuviese rellena de esa sustancia. Era todo particularmente extraño, macabro. Marian no pudo evitar percibir un destello de reconocimiento en su mirada. Las palabras de la mujer eran similares a las que había escuchado en los sermones de los más mayores de su poblado, y era algo que, en cierta manera, le causaba una mella emocional particular. "Deja el discurso", respondió, dando un paso al frente. "Estoy aquí por ti y porque tus rituales han causado demasiados estragos descontrolados. Conozco el poder de la sangre, pero no cualquier persona puede extraerlo. Eres un fraude". Mordía un poco sus labios, para poder apaciguar el dolor que sentía por las grietas que el frío le había provocado. “La Bruja" sonrió, como si estuviera complacida por su audacia. "Tú eres diferente. Lo veo en tus ojos. Sabes lo que es estar marcado por la sangre. Tal vez… ¿deberías unirte a mí?". Si Marian pudiese reírse, ahora mismo lo haría. “Desde luego que tus creencias, tu fe, y las mías no tienen nada que ver. Pero no te preocupes, pronto te llevaré al paraíso. Tu alma podrá descansar. Eso es lo que buscas, ¿no?”, respondió sin ningún tapujo. Ella comenzó a reírse sin control alguno. Parecía haber perdido la cordura, aunque realmente es como siempre había sido. A pesar de que acababa de encontrarse con ella por primera vez, todo sucedía tal y como los rumores contaban.
“La Bruja” se levantó de su trono y comenzó a caminar poco a poco hacia él. Cada paso que daba provocaba una grieta gélida a sus pies, como si el hielo estuviese bajo su control. “¿Es obra de una akuma no mi?”, pensaba para sí mismo. Su afán de conocimiento como explorador le indicaba que algo así sería. No parecía ser una logia, así que seguramente fuese alguna relacionada con el frío… “¿O quizá sería algún estilo elemental?”, no sería la primera vez que alguna persona logra controlar los elementos sin mediación de frutas del diablo, desde luego. Pero el frío, el hielo, era algo que, a Marian, nativo de lugares oscuros, sombríos y gélidos, era algo que no le afectaba en absoluto. No es que tuviese resistencia física, sino que su templanza psicológica le permitía no sentirse abrumado por los cambios drásticos de temperatura. Además… “El hielo es algo que mi bastón puede romper con facilidad”. En cuestión de segundos, se desató un pequeño combate que no duraría más de un par de minutos. Era cierta que la mujer tenía un poder que sobrepasaba la media humana, pero si había sobrevivido hasta ahora era sólo porque se enfrentaba a humanos que no lograban cruzar esa media. Débiles, sin poder, sin fortaleza alguna. Cualquier persona que haya entrenado, por nimia que fuese su rutina, podría vencer.
En medio del conflicto, Marian sintió que algo en su interior comenzaba a agitarse. Los recuerdos de su infancia, los rituales, las voces de su tribu... Todo volvió a él con una intensidad que casi lo paralizó. "No puedes escapar de lo que eres", decía ella. "La sangre siempre llama", repetía. En ese instante, Marian tuvo que enfrentarse a una elección. Podía sucumbir a las palabras de "La Bruja" y aceptar la parte de sí mismo que había intentado reprimir durante años, o podía rechazarla y demostrar que su voluntad era más fuerte que su pasado. Y, si hasta ahora nadie había podido agrietar siquiera su psique, ella tampoco iba a ser capaz. De su mano se deslizó una granada de luz que cegó por completo la visión de su objetivo, que estaba completamente ensimismada en el flujo de la batalla. Fue entonces cuando el agente sintió que no sólo estaba cumpliendo una misión, sino que estaba enfrentándose a todo lo que ella representaba: el fanatismo, el control, y las sombras de su propio ser.
Aprovechando la ceguera momentánea, Marian utilizó su bastón para asestar un golpe mortal, que provocó un estado de inconsciencia inmediata en la víctima que, sin embargo, habría murmurado antes de recibirlo: “La sangre nunca te abandonará…”. Con este desenlace, Marian observaba el cuerpo inerte de “La Bruja”, cuya voz todavía resonaba en el interior de su cabeza como si continuase hablando. Estaba claro que algo estaba fallando en él, que las cadenas de su pasado eran más intensas de lo que él mismo era capaz de reconocer. El encuentro con aquel ser, movido por creencias dogmáticas como los Dracul, lo volvió a poner en una encrucijada de la que no sabía escapar. Que era incapaz de resolver. “¿Quién soy?”, se preguntaba, mientras envolvía los restos de su objetivo y abandonaba la mansión.
Esta misión no iba sólo de su objetivo, sino también del conflicto interno de Marian y los horrores de su pasado que todavía le persiguen. ¿Quizá sus superiores eran conscientes y por eso siempre le obligaban a realizar este tipo de misiones?
“Amén…”.