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[Aventura] Los vestigios de la bruja [T3]
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El día 13 de invierno, del año 724


La nieve cruje bajo tus botas mientras avanzas por el sendero que serpentea hacia las montañas. El viento es despiadado, cargado con cuchillas de hielo que raspan tu rostro. Cada exhalación se convierte en una nube que desaparece al instante, tragada por el frío insaciable. El invierno en Skjoldheim no perdona a nadie, y menos a un extranjero como tú. El día 13 ha llegado, y el sol apenas se insinúa tras un cielo plomizo. Los primeros rayos de luz se reflejan en la vasta extensión de nieve, deslumbrándote por un instante. A lo lejos, entre los picos recortados contra el horizonte, las ruinas de una antigua torre asoman, ennegrecidas y deformadas por el tiempo. Algo en ellas parece observarte, aunque sabes que no hay ojos allí, sólo piedras y el peso de historias olvidadas. El silencio es casi absoluto, roto únicamente por el lamento del viento y el crujir de los árboles. Pero hay algo más… un susurro. Es casi imperceptible, una vibración apenas audible que te hace detenerte. No sabes si proviene del bosque o de algún rincón de tu mente. El peso de la misión te cala tan hondo como el frío. ¿Cuántas veces has oído hablar de "La Bruja"? El rostro de la mujer a la que diste caza meses atrás asoma fugazmente en tu memoria. Sus gritos, sus ojos llenos de ira y algo más… algo que todavía no has podido nombrar. Y, sin embargo, aquí estás de nuevo, enviado por los superiores. Esta vez sin respaldo. Solo. Frente a ti, el sendero se divide en dos. Una dirección desciende hacia un valle oscuro, envuelto en niebla que se retuerce como si estuviera viva. La otra asciende hacia las ruinas de la torre, donde el viento parece aullar con más fuerza. Hay un ligero rastro en la nieve hacia ambos lados, pero el tiempo los ha erosionado, y es imposible determinar qué o quién pasó por aquí. El murmullo regresa, un eco extraño que parece provenir de ambos caminos a la vez. El frío no se detiene, y tampoco el peso de tus dudas. Aquí no hay certezas, sólo la gélida realidad de que cada paso podría acercarte al peligro… o a la verdad.

La sensación persiste, pero no se intensifica. Es un sonido tenue, como un hilo que tira de ti desde algún lugar más allá de la comprensión. No es humano, ni animal, pero tiene un ritmo, una cadencia que parece burlarse de la lógica. Un escalofrío recorre tu espalda, y no es por el frío. Hay algo que no encaja, algo en el aire. El viento, que antes era constante y agresivo, ha disminuido. Por un momento, te das cuenta de que el silencio ha cambiado: ahora es más denso, más atento. Miras hacia el valle. La niebla allí se retuerce con movimientos erráticos, como si tuviera vida propia, como si supiera que la estás observando. Pero en la dirección de la torre, el aire es distinto: más claro, aunque el viento allí ruge con más violencia. La decisión está frente a ti, y la haces con calma. Lo haces siempre así. Eres un agente del Cipher Pol; no eres ajeno a los momentos en los que la incertidumbre podría paralizar a cualquiera. Aquí, tus opciones no son mejores o peores, sólo diferentes, y en tu interior, confías en que tu instinto es tu guía más fiable. Tomas el primer paso en la dirección que eliges, y la nieve cede bajo tu peso con un crujido sordo. El murmullo desaparece, como si tu decisión lo hubiera ahuyentado, pero algo en ti sabe que no se ha ido del todo. La sensación de ser observado regresa. Puede que no haya ojos físicos siguiéndote, pero hay algo, o alguien, que sabe que estás aquí. Mientras avanzas, el entorno parece cambiar a tu alrededor. Si escogiste el valle, la niebla comienza a cerrar filas, abrazándote con un frío aún más intenso. Cada paso hacia adelante parece llevarte más lejos de todo lo que conoces. Si elegiste la torre, el viento se convierte en un aullido que parece decir tu nombre, una y otra vez, con cada ráfaga. El tiempo pierde significado. Tus manos están entumecidas, tus piernas avanzan más por costumbre que por voluntad. Pero entonces, algo llama tu atención: un rastro en la nieve. No es reciente, pero tampoco es viejo. Parece un sendero de botas, aunque las huellas son demasiado profundas para pertenecer a una sola persona. Alrededor de ellas hay marcas dispersas, como si algo pesado hubiese sido arrastrado. Te detienes. Tu entrenamiento te dice que mires más de cerca, pero una punzada de duda se cuela en tu mente. ¿Y si esto es una trampa? El aire cambia otra vez. Ahora huele a algo distinto. No lo identificas de inmediato, pero pronto lo reconoces: sangre. Te agachas para inspeccionar las huellas, y ahí lo ves. Entre el blanco puro de la nieve, una gota escarlata se destaca. No está congelada del todo. Es reciente.

Sigues el rastro con la mirada y te das cuenta de que lleva hacia adelante, hacia donde te diriges. A cada paso, el olor a sangre se intensifica. No es sólo sangre: hay algo más, un aroma metálico mezclado con ceniza y... carne quemada. A lo lejos, una silueta comienza a formarse. Al principio parece una figura humana, inmóvil en el horizonte. Pero mientras te acercas, notas que es algo más siniestro: un poste de madera con ramas torcidas que sobresalen como dedos, y en la cima, algo que no quieres mirar por completo. El viento se lleva el sombrío murmullo, dejándolo atrás, y ahora sólo queda un susurro claro y frío

Marian...

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#1
Marian
Marian
No habían pasado ni dos meses y las noticias del retorno de La Bruja habían llegado a oídos de Marian, quien no lograba comprender completamente el porqué de su vuelta. ¿Acaso no habría cumplido su misión y esto era sólo un rastro de su fracaso como agente? Las dudas comenzaron a surgir casi de forma inevitable en su cabeza, ocupando estos pensamientos la mayor parte del día. Algo bastante poco habitual en él, que solía ser bastante “mono-pensativo”, si es que este término existe en algún diccionario. Marian pasaba sus días filosofando sobre dogmas, fe y emociones humanas, por lo que era algo novedoso que, por una vez, se preocupase por algo más tangible y cotidiano como errar. ¿Se estaría volviendo más humano de lo que esperaba como consecuencia de su incesante estudio por conocer qué se esconde detrás de las emociones de los seres más débiles y diminutos del mundo… como los humanos? Intentó ignorar estos pensamientos un par de días, pero las malas noticias, para bien o para mal, siempre llegan cuando menos te lo esperas. Y, lo peor de todo, es que nunca, nunca descansan.

El día diez (10), en una noche completamente cálida para ser invierno, Marian recibió una carta certificada a través de los canales internos que el gobierno tiene a su disposición. La abrió con tranquilidad, y también con cierta sorpresa, pues no habían pasado ni dos días desde su llegada de la última misión. “La isla Skjoldheim”… ¿otra vez? “No puede ser…”, fueron sus primeras palabras tras leer aquel nombre. “Pese a los esfuerzos realizados por el gobierno mundial para finalizar con la amenaza que supone “La Bruja” en la isla, los rituales macabros y los restos de sangre siguen siendo una variable presente en Skjoldheim. Aparentemente, La Bruja habría instruido a un grupo de ‘secuaces’ y la persona captura pertenecería a dicho grupo. A causa de este error, Marian, como agente del Cipher Pol será destinado nuevamente a esta misión y le pondrá fin, esta vez de verdad, a esta barbarie. No se aceptarán más errores”. La carta y el mensaje no podían ser más claros. No es que ella hubiese vuelto, es que nunca había abandonado la isla. Pero esta vez… Esta vez sí que lo haría. Lejos de sentir miedo, rabia o decepción, Marian se puso su pijama de terciopelo, se puso un antifaz y se tumbó en la cama. Boca arriba y con los brazos cruzados sobre su pecho, en forma de equis. El sueño no tardaría en llegar.

Tres (3) días después, en Skjoldheim…

Había sido una muy buena idea comprar ropa cálida de forma previa a la misión. Era una forma de aprender de los errores pasados, después de haber estado con ropajes bastante frescos en la última misión a la que había sido destinado a la isla. En esta ocasión, Marian volvería a demostrar la elegancia y temple innato que tiene, con un traje de color granate, forrado por dentro, y una corbata negra como el futuro de los inocentes que fueron sacrificados en pro del paraíso que jamás había conocido (todavía). Por encima, y para variar, un largo abrigo de terciopelo de color negro, con un cuello abierto rodeado de pelajes de animales lo suficientemente valiosos como para ser vestidos por el agente. “El frío agrieta mis labios… como siempre”, diría, mientras caminaba entre aquel frío día de invierno. Se aplicó un poco de gloss y continuó caminando. Cada exhalación generaba una nube que desaparecía al instante, pero que le recordaba que todavía seguía vivo. A lo lejos, podía observar una estructura que sobresalía de entre la frondosidad del bosque y las sombras del valle. Unas ruinas de una antigua torre que, si nos guiamos por los tantos cuentos que ha escuchado hasta la fecha, podría ser el lugar de residencia de “La Bruja”. Pero quién sabe. Quizá esta vez era otra farsante. “¿Existirá, realmente?”, comenzaba a dudar de todo. “¿Estamos trabajando sobre evidencias, o dejándonos llevar por simples rumores?”, continuaba con sus dudas en voz alta. El viento, que azotaba con dureza los árboles que rodeaban la zona, parecían susurrar su nombre. Recordó entonces el rostro de la mujer que había captura. Una joven de cabellos largos y blancos como la nieve que estaba pisando y unos ojos más profundos que el valle que le esperaba en frente, si es que optase por seguir el camino que se dirigía hacia él.

Continuó caminando, por el camino que conducía hacia las ruinas de la torre. “Si realmente estamos aquí por rumores, me dejaré llevar por las historias populares…”, en cierta manera, esta era una forma de justificar su decisión. Y no estaba del todo equivocado al expresarlo de esta manera. El viento se hacía más fuerte, más gélido, incluso, por lo que Marian apretaba las ropas para evitar que las ráfagas acariciasen violentamente su cuello. Con esta tormenta, era imposible identificar rastros humanos o no humanos. El tiempo había eliminado cualquier pista que pudiese haber en el lugar.

La sensación de sentirse observado era algo de lo que no se podía desprender desde que puso el primer pie en la isla. Como si alguien estuviese esperando su llegada o, incluso, como si alguna persona hubiese movido los hilos, a través de los relatos e historias populares, para que él volviese allí. ¿Sería una especie de venganza? ¿O quizá querían reclutarlo? Aunque el viento continuaba agitándose, cada paso que Marian daba parecía conducirle a un silencio evocador, más denso. Podría resultar contradictorio, incongruente, pero la sensación de ser observado y el temporal creaban una atmósfera un tanto peculiar, tétrica, captiva. Agarró la petaca de su cinturón y dio un trago al líquido rojizo que portaba. Es algo que le daba tranquilidad, aunque él considerase que no la necesitaba. 

Lejos de amendrentarse, pues es una emoción que él todavía desconoce, Marian continúa caminando decidido. Poco a poco, algunas cosas comienzan a captar su atención. Primero, un olor. Después, unas huellas. Y, finalmente… una hilera carmesí que manchaba la pureza del manto níveo que posaba bajo sus pies. “¿Será por aquí…?”, introdujo el dedo en la zona, dejando que su cuerpo entrase en contacto con los restos de sangre, para poder saborearlo. “No parece que provenga de alguien puro. O… de algo puro…”, se decía a sí mismo, mientras relamía su dedo índice. Siguió el rastro de aquellas gotas, atento a lo que podría pasar, y el olor parecía intensificarse. Esto despertaba emociones nostálgicas en él. También un fuerte deseo por encontrar el origen de aquel aroma y poder saborearlo con otros de sus sentidos, más allá del olfato. Aquellas gotas parecían encontrar su fin en una especie de construcción de madera que le recordaba a los rituales que los Dracul realizaban, aunque mucho menos cuidado que la que ellos utilizaban. En la cima, algo que por las ráfagas de viento era incapaz de identificar. Pero, en medio de aquel ajetreo sonoro, los susurros que creía haber escuchado durante todo este tiempo se hicieron más fuertes. Tan fuertes… que susurraban su nombre.

Aquí estoy”, respondería él.


Personaje

Inventario

Virtudes y defectos
#2
Ragnheidr Grosdttir
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La madera bajo sus pies crujía con un sonido hueco mientras se acercaba al centro del claro. El poste de madera, ennegrecido por el tiempo y quizá algo más, se alzaba como un monolito de un pasado que no debería haber existido. Las gotas de sangre se acumulaban en la base, formando un círculo imperfecto. El aire aquí era diferente, más pesado, como si los árboles que rodeaban el lugar estuvieran conteniendo la respiración. Marian observó la estructura con una mezcla de fascinación y desprecio. Su adicción al control y al caos calculado se mezclaba con la repulsión hacia los rituales descuidados e inexactos. Si esto era obra de "La Bruja", o de alguien bajo su mando, estaba claro que aún quedaban vestigios de algo primitivo, incompleto. Lo rozó con la yema de los dedos y, como era su costumbre, se llevó el sabor a los labios. Las notas de hierro y putrefacción despertaron recuerdos vagos. Algo en ese sabor le decía que el sacrificio había sido reciente, pero también que la víctima no era… común. El viento volvió a susurrar su nombre, y esta vez fue más claro, más cercano. “Marian…” Parecía deslizarse por la piel como un escalofrío, como si las palabras hubieran sido pensadas para él desde el principio. Giró la cabeza ligeramente, sus sentidos agudizados buscando un punto de origen. Sus ojos, tan entrenados como su oído, captaron algo en la distancia: una silueta entre las sombras de los árboles.

No parecía moverse, pero había algo perturbador en su inmovilidad, como si estuviera esperando, calculando. Marian se llevó la mano al interior del abrigo, donde el mango de su arma descansaba, un recordatorio de su papel en este teatro de muerte. Pero no la desenvainó. No todavía. En su experiencia, los más grandes secretos eran arrancados en los momentos de calma antes del caos. El olor a ceniza y carne quemada era más intenso aquí, como si el viento trajera consigo los ecos de un incendio distante. A medida que sus pasos lo llevaban más cerca de las ruinas, los detalles del lugar se volvían más claros. Las marcas talladas en el poste no eran sólo decorativas; eran símbolos antiguos, intrincados, grabados con una precisión que no coincidía con la tosquedad de la construcción. Reconoció algunos de ellos de informes pasados: runas que simbolizaban sacrificio, conexión espiritual, y algo más oscuro. Algo relacionado con las puertas entre mundos. El poste era una advertencia. O una invitación. El silvido comenzó de nuevo, esta vez en un idioma que no conocía, pero que podía sentir. Las palabras eran como agujas perforando sus sentidos, y su oído, siempre agudo, lo obligaba a procesarlas aunque no quisiera. "Puertas…" "Transición…" "Vida para el poder…"

La silueta en la distancia se movió finalmente, sólo un paso, pero suficiente para confirmar que era humana. O, al menos, tenía la apariencia de serlo. Un cabello largo y blanco flotaba con el viento, como un espectro. Marian entrecerró los ojos, su instinto le decía que lo que veía podía no ser lo que realmente era. —¿Has venido a terminar lo que empezaste? —La voz era femenina, pero no cálida. Era fría como el hielo que cubría la isla, cortante y llena de una autoridad que exigía atención.La confusión no llegó a dominar tu mente, Marian. Tu espíritu fuerte te permitió asimilar la escena sin perder el control, pero un torrente de preguntas inundó tu pensamiento. ¿Cómo podía estar aquí? ¿Había escapado? ¿O había algo más grande en juego? Aun así, sientes como tu cuerpo vive de repente un bajón de ánimos increible. Ella sonrió, una mueca que no alcanzaba tus ojos. Y entonces, el suelo bajo sus pies tembló. Los símbolos grabados en el poste comenzaron a brillar con un rojo oscuro, como brasas encendidas. La sangre en la nieve empezó a moverse, serpenteando hacia el centro del círculo como si tuviera vida propia. —No era yo, Marian. —La mujer levantó una mano, señalándolo con un dedo delgado y pálido.— Nunca fue sólo una. Pero tú… siempre estuviste destinado a volver aquí.

El aire a su alrededor se comprimió, y por un instante, todo el bosque pareció contener la respiración. ¿Que quería decir? ¿?habías estado antes allí? ¿era una forma de hablar teoricamente sobre otra cosa? —Entonces hablemos —Dijo con calma, sus labios curvándose en una ligera sonrisa mientras sus ojos se entrecerraban.— Aunque dudo que tengas mucho que decir antes de que termine lo que vine a hacer.

La sonrisa de la mujer se desvaneció, reemplazada por algo más… primitivo. Algo que Marian entendió al instante. Poder.

Desprendía poder.

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#3
Marian
Marian
Marian apretó la mandíbula, generando un pequeño sonido que podría resultar incómodo a quien lo escuchase. Un rechinamiento poco elegante para ser él. El peso del aire, cargado con un aura incomprensible y poco acogedora, aplastaba los pulmones del agente, como si la voluntad de aquella mujer, de aquel ser, intentara no sólo invadir su mente, su psique, sino también doblegarlo en cuerpo y alma. Era una sensación que jamás había experimentado, pero que tampoco había podido observar en sujetos externos, como denominaba él a los humanos que analizaba y estudiaba ocasionalmente.

Inconscientemente, sus dedos comenzaron a temblar mientras ajustaba uno de los botones de su abrigo, aunque no fue capaz de encajarlo. A pesar del pánico que creía sentir, y que se enroscaba en su pecho como una serpiente a punto de dar caza a su presa, todavía quedaba algo en él que le impedía sucumbir. No sabía qué era exactamente, pero era una especie de nostalgia por el pasado, algo que, a pesar del miedo que parecía provocarle, también le hiciera surgir y rememorar recuerdos del pasado. Vivencias y experiencias del dogma, de la fe que los Dracul siempre practicaron. En cierta manera, era como estar en casa, pero sin estarlo. Aunque la lógica y la racionalidad le susurrasen que debía retroceder, alejarse de aquel ente antes de que fuese demasiado tarde, su curiosidad era mucho más fuerte. Y la fe que sentía era algo que nadie, ni nada, podría romper. En principio. Puertas, transición o vida... ya nada tenía sentido en aquel relato. Era algo que parecía transcender a ambos, especialmente al agente.

Sus labios, completamente agrietados, también reflejo del estrés que su cuerpo estaba sintiendo en aquel momento, comenzaron a tornarse una sonrisa rígida, como si se burlase tanto de ella como sí mismo. “Puede ser”, respondió inicialmente, de forma un tanto tímida para ser él. “¿Nunca fue sólo una? ¿Estoy en lo correcto si presupongo que sois… una secta? ¿Un credo basado en una religión ajena a esta región?”, preguntaba de forma incesante, dejando que la curiosidad se apoderase completamente de su cuerpo. Aunque el miedo le ponía freno. No era una emoción que estuviera acostumbrado a manejar, y ahora lo consumía como un veneno. Sentía las piernas débiles, casi como si el bosque mismo estuviera intentando devorarlo.

Cada palabra que pronunciaba era un desafío, un intento desesperado de aferrarse a lo poco que le quedaba de su temple habitual. “¿Has venido a utilizarme de sacrificio ritual?”, hizo una pausa, pronunciando un leve jadeo que escapaba de su garganta mientras un dolor imaginario punzaba en sus articulaciones como agujas. Marian alzó la mirada hacia ella, quería verla mejor, fijarse más en su figura. En su entorno. Quería comprender que es lo que estaba sucediendo.

Si lo que buscas es eso… gracias por hacer que llegue antes al paraíso”, añadió, forzando una carcajada que resonó débilmente. ¿Era esta una muestra de flaqueza? ¿Era este tímido gesto una manera de defenderse ante una situación que lo había desmontado por completo? ¿O acaso era un último intento de arrogancia, antes de ser convertido en el manjar de un ente aparentemente abstracto? “Ah…”, el dolor se hacía cada minuto más evidente. Las exhalaciones resultaban dolorosas, como si su garganta estuviese completamente congelada. Sus extremidades parecían perder el tacto que habitualmente poseían; y también la fuerza que las caracterizaba. Sus articulaciones no parecían bombear de la misma manera que de costumbre. Todo su cuerpo, su ser, se estaba desmoronando.

Sus palabras eran entonces una cortina de humo, un intento torpe de recuperar el control que sabía que estaba perdiendo. En el fondo, sentía que cada instante que pasaba allí lo arrastraba más profundamente a un abismo del que tal vez no podría escapar. Marian permanecería allí, inmóvil, sintiendo cómo el pánico arañaba las últimas defensas de su espíritu. Sus músculos gritaban por moverse, por correr, pero no era capaz de hacerlo. La madera crujía de forma continuada, acompañando los breves pero intensos temblores que el cuerpo de Marian estaba experimentando. El frío, el miedo, la desesperación... todo se estaba convirtiendo en una vorágine que no era capaz de comprender. Y quizá tampoco de soportar. 

Estaba anclado a una emoción tan cercana como desconocida. Estaba volviéndose más humano de lo que jamás quiso creer.

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#4
Ragnheidr Grosdttir
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Marian sintió el eco de un leve susurro seguido de una risa tenue, casi imperceptible, que parecía brotar de todas partes y de ninguna a la vez. La figura, envuelta en sombras que parecían palpitar con vida propia, se adelantó un poco, permitiéndole vislumbrar apenas la silueta de su rostro. Ojos profundos como abismos lo miraron con una intensidad casi paralizante. — ¿Una secta?— Susurró la voz, grave pero seductora, como si cada palabra estuviese impregnada de una melodía secreta que intentaba enredarlo en su red. — Podrías llamarlo así… O podrías verlo como una hermandad, un credo tan antiguo como el primer hombre que gritó al cielo buscando sentido. ¿Acaso importa el nombre? Lo importante es lo que hacemos, lo que logramos. Y sí, Marian, somos muchos. Más de lo que jamás podrías imaginar.— Te menciona por tu nombre, sabe quién eres, quizás sepa más de lo que crees. La figura se detuvo, observándolo como si estuviera disfrutando del espectáculo de su resistencia, de su lucha interna entre la curiosidad y el miedo. El silencio pesaba, roto solo por el crujido de la madera bajo sus pies y el ulular del viento que serpenteaba entre los árboles. Luego, continuó con un tono casi burlón — Decenas de fieles… no, cientos. Todos dispuestos a darlo todo por nuestra causa. Y tú, Marian… Oh, tú serías un sacrificio precioso. Especial, único.— Una pausa tensa acompañó su siguiente frase, su voz descendiendo a un susurro helado. — Pero tal vez no como esperas. — Vuelves a sentir ese eco invisible que te tensa los músculos, es como si ese ente lo emanara cada pocos segundos.

Marian sentía que las palabras perforaban algo más profundo que su mente. Cada frase retumbaba en su cuerpo, como si las pronunciaciones fueran una especie de cántico que debilitaba su voluntad. Podría estar jugando con él, como un depredador que se divierte antes de devorar a su presa. Pero las imágenes que la mujer dibujaba con sus palabras comenzaban a encajar en los relatos que se habían escuchado sobre La Bruja y los rumores de la isla. La mujer inclinó ligeramente la cabeza, como si saboreara el efecto de sus palabras, un depredador midiendo la resistencia de su presa antes del golpe final. Su silueta parecía cambiar con el movimiento del aire, como si la misma oscuridad se plegara a su voluntad, moldeando su presencia en algo casi irreal. —Los rumores son ciertos, claro está. Pero nunca dicen toda la verdad, ¿no es así? Las palabras viajan, pero siempre pierden algo por el camino. Aunque…— Dejó que su voz se apagara un momento, arrastrando un silencio cargado de intención. Luego, con un susurro que apenas rompió el aire, agregó —A veces, lo que inventan es mucho peor que la realidad. A veces no necesitan saberlo todo para temernos.

La figura dio un paso más hacia la penumbra que la envolvía, los bordes de su rostro apenas visibles entre las sombras que parecían vibrar en sincronía con sus movimientos. Una sonrisa torcida, casi burlona, cruzó sus labios. —¿Es eso lo que esperabas encontrar aquí? Una vieja historia hecha carne, un monstruo para que tu lógica lo desmienta. Qué tierna es esa necesidad de categorizarlo todo, Marian. Esa fe ciega en que la verdad pueda ser atrapada en tus manos. Tu eres mucho más que eso.— Su tono cambió, oscureciéndose como la caída repentina de la noche. —Pero no has entendido nada. La fe no se ve, ni se toca. Se siente. En el vacío, en el terror, en la entrega absoluta.— Sus palabras cayeron como gotas de veneno, cada una más pesada que la anterior.

La mujer extendió una mano, sus dedos alargados moviéndose con lentitud, como si tratara de atrapar algo invisible en el aire. —Todos los que vienen aquí lo sienten. Y tú… no eres diferente. Aunque intentes resistirlo, aunque luches, ya estás dentro de nosotros. Ya eres parte de lo que somos. No tienes que creerme; lo sabrás pronto.— Todo sonaba muy místico y para más inrri, la mujer lo envolvía todo casi en un cántico poetico.
Detrás de ella, la bruma se agitó de una manera extraña, como si algo más estuviera tomando forma. No se giró, ni mostró preocupación alguna por lo que podía estar acechando en la niebla. Al contrario, su sonrisa se amplió, cargada de una calma desconcertante. —Es curioso, ¿no? Algunos caminan hacia su destino y otros son empujados por el viento. Pero tú…— Su voz bajó de nuevo a un susurro apenas audible, íntimo, pero cargado de un peso aplastante. —Tú eres arrastrado.

Un crujido detrás de una roca interrumpió su discurso, pero la mujer no pareció alterarse. Sin mover un músculo, mantuvo su atención fija, como si el ruido formara parte de un guion que ella conocía de antemano. —Ah. Aquí llega tu lección. Espero que prestes atención.— Un destello metálico atravesó el aire, y la sombra de una figura robusta emergió con un movimiento súbito y brutal, como un animal liberado de su jaula. El filo de su arma brilló en la penumbra, y la mujer, sin retroceder ni un paso, observó en silencio, como una espectadora más. La curva de su sonrisa permaneció intacta. Aquel tipo extraño te atacó.

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#5
Marian
Marian
Cada paso que daba aquella mujer, aunque imaginario, envolvía a Marian en una atmósfera petrificante que anulaba por completo sus movimientos. Y toda su esencia. Cada palabra pesaba más que la anterior, y el agente no era capaz más que responder con pequeños e ininterrumpidos jadeos. “Una secta, una hermandad…”, pensaba para sí mismo, mientras se aferraba al extremo de su bastón para no perder el equilibrio. Por momentos, aquella sensación de rigidez, el miedo que lo había apresado minutos antes, desaparecía. Cada palabra, por pesada que fuese, liberaba algo dentro de Marian que convertía su cuerpo en algo más liviano. ¿Acaso estaba cayendo en aquella treta sobre una supuesta causa? La madera no dejaba de crujir, quizá por la agonía tambaleante del cuerpo del agente y por la fuerza que ejercía en su particular bastón, que agrietaba cada uno de los restos sobre las que se posaba.

Cada frase retumbaba en la cabeza de Marian, como si todo lo que aquella mujer tuviese que decir fuese parte de su credo. Quién sabe, quizá por el poder que parecía emanar, sus susurros resultaban órdenes para él. Meras reglas que podrían haber estado escritas incluso antes de los primeros registros de la existencia humana. Fue entonces cuando se dio cuenta de que los rumores de “La Bruja” no eran tan diminutos como pudiesen haber resultado desde un principio. Eran tan sólo partes de un gran relato, de una narrativa que escondía una esencia, un aura y un poder sin precedentes conocidos para el agente. “Temer”, esta palabra hacía eco en su cabeza. ¿Acaso esa era la imagen que estaba proyectando? ¿La de un ser indefenso, sin escapatoria?

Su figura se volvía nítida por momentos, pero no lo suficiente como para verla con claridad. El viento, la niebla y las sombras envolvían a aquella mujer como si fuese algo especial, algo que no cualquier persona pudiese apreciar. Y seguía hablando, cada vez con un tono de voz más elevado, con susurros que penetraban la psyque de Marian de una manera inimaginable. “¿Parte de vosotros? ¿Acaso… sois Dracul?”, podría resultar inocente, pero él no era consciente en este momento de lo que estas palabras podrían significar. “No esperaba encontrar más que una mujer aterrada, escondida de la población. Atormentada por unas creencias de las que no podía escapar y… quizá no me haya equivocado”, recuperaba su fuerza por momentos. El viento no era ya tan frío y sus labios parecían recuperar la nitidez habitual. “Podrás quebrar mi cuerpo, pero jamás mi fe. Y eso es algo que sólo depende de mí, no de quienes me la desean imponer”, relamió sus labios. “Como tú, ahora mismo”, sentenció.

El sonido metálico del movimiento detrás de la roca fue la chispa que encendió la reacción de Marian. Cada músculo, a pesar del temblor y la rigidez provocados por la influencia de la mujer, se tensó en una sincronía instintiva. Una sombra. No, una figura claramente humana se acercaba hacia él con un destello metálico que su aguda vista no pudo obviar, y que su oído también fue capaz de prever. Con su diestra, donde reposaba su querido bastón, apretó el mango y lo alzó con un movimiento fluido. El peso del arma en su mano era una constante en su vida, una extensión de su voluntad.

La figura robusta emergió de las sombras con un rugido gutural, su arma brillando tenuemente bajo la luz que se filtraba entre los árboles. Marian lo observó con atención. Había algo torpe en los movimientos del atacante, como si su cuerpo estuviera dirigido más por impulso que por precisión. O, quizá, por una fe ciega carente de ideales concretos. Eso era la religión que profesaban. Algo débil en comparación a lo que él defendía. El mazo de Marian y el filo de aquel arma impactarían en medio de aquel campo nevado, y tan sólo uno de los dos quedaría intacto en el lugar. “Rompecoraza...”, susurraría.

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#6
Ragnheidr Grosdttir
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El atacante surgió de las sombras como un animal herido, su rugido gutural llenando el aire. Un brillo metálico destelló en su mano, pero su ataque fue tan torpe como desesperado. Marian reaccionó con velocidad y precisión, su bastón describiendo un arco amplio y mortal. El impacto fue inmediato, certero, y el seguidor del credo no tuvo oportunidad de defenderse. El golpe resonó en el claro, seguido por un crujido seco que dejó claro que el hombre no se levantaría nuevamente. Su cuerpo se desplomó pesadamente contra el suelo, su arma rodando inútilmente hasta quedar inerte entre las raíces del bosque. El silencio que siguió fue sofocante, roto sólo por el crujido de la madera bajo los pies de Marian y el susurro del viento que seguía arrastrando la voz de la mujer. Ella observó la escena con un interés perturbador, como si el desenlace no le sorprendiera en lo absoluto. —Impresionante,— dijo al fin, su tono suave pero lleno de una ironía latente. —Rompecoraza… Sin duda, un nombre bien ganado. Y tú, Marian, no decepcionas. Pero dime… ¿te sentiste más fuerte al verlo caer? ¿O quizá más vacío?— La mujer dio un paso hacia adelante, dejando que las sombras que la envolvían se disiparan un poco, revelando un destello de satisfacción en sus ojos. Aquel destello no era humano. —No importa. Su destino estaba sellado desde el momento en que entró en mi servicio. Sólo era una herramienta. Una pieza menor en un tablero más grande. Pero tú… tú eres algo diferente. — El viento sopló más fuerte por un instante, arrancando hojas de los árboles y revolviendo la niebla que se arremolinaba a su alrededor. La mujer alzó una mano, señalando un punto más adelante. —Ven. No te detengas ahora. Lo que hay más allá es mucho más interesante que este pobre despojo.— La cueva se abrió ante ti tras avanzar unos pasos más, una entrada oscura y orgánica, rodeada de raíces y ramas que parecían formar una boca dispuesta a devorar a quien se atreviera a entrar. El aire que emanaba de su interior era denso, cargado de humedad y algo más, algo indescriptible. El silencio allí no era natural; era pesado, como si estuviera tejido por siglos de secretos y rituales.

Dentro, las paredes tenían una textura extraña, como si no fueran completamente roca. Algunas zonas pulsaban ligeramente, cubiertas por una capa translúcida que reflejaba la tenue luz de las runas que decoraban cada rincón. Las inscripciones, grabadas con precisión inhumana, parecían formar patrones caóticos, pero cuanto más las observabas, más parecían cobrar sentido, como si sus líneas te hablaran en un idioma olvidado. El suelo era traicionero, irregular, con grietas que parecían profundizarse más allá de lo visible. Un goteo constante resonaba desde las profundidades de la cueva, y el sonido parecía guiarte, marcando un camino invisible hacia la cámara central. La mujer caminaba con calma, como si cada paso estuviera coreografiado, mientras tú percibías que las sombras se movían a su alrededor con vida propia. Al llegar a una amplia cámara, lo primero que llamó la atención fue una columna maciza en el centro. Su superficie no era roca ni metal, sino un material indefinible, cubierto de grabados que parecían representar figuras humanas en un estado de constante metamorfosis: algunas danzaban, otras luchaban, otras se retorcían en posiciones imposibles. La mujer se detuvo frente a la columna y posó una mano sobre ella. —Este lugar, Marian, es el corazón. La raíz de lo que somos. Aquí, todo está vivo. Todo recuerda. Y ahora, tú también formarás parte de ello.

A su toque, las sombras que se agolpaban alrededor de la columna comenzaron a moverse con más intensidad, serpenteando y extendiéndose como si algo dentro de la piedra estuviera despertando. Su voz, ahora más baja, resonó como un susurro que rebotaba en las paredes. —Sigamos. Hay más para ti. Este es sólo el umbral.— Parecía muy interesada en ti, aunque no respondiera lo que preguntaste. La cámara parecía expandirse con cada respiración, como si el espacio mismo estuviera vivo y cambiando a medida que avanzabas. Las paredes estaban cubiertas de una sustancia viscosa que relucía bajo la luz que emanaba de las runas grabadas en la columna central. Las inscripciones, ahora más visibles, parecían no sólo ser decorativas, sino funcionales, como si cada trazo fuese parte de un lenguaje que no sólo hablaba, sino que vibraba, resonando en el aire como un cántico apenas audible. El techo de la cueva estaba lejos, tan alto que se perdía en una penumbra opresiva. Desde allí, raíces enormes colgaban como zarcillos, cubiertas de musgo y goteando un líquido oscuro y denso que caía en charcos perfectamente circulares en el suelo. Cada gota que tocaba la superficie emitía un leve destello, como si aquel líquido cargara algún tipo de energía o vida. El suelo era traicionero y hostil, lleno de protuberancias afiladas y pequeñas fosas que parecían respirar, como si algo se moviera justo debajo de la superficie. Algunas de las grietas más profundas emitían un calor sofocante, mientras que otras exhalaban un aire helado que arañaba la piel. Aquí y allá, se podían ver fragmentos de huesos humanos mezclados con raíces retorcidas, como si la cueva los hubiera asimilado en su tejido vivo. No estaban dispersos de manera aleatoria, formaban patrones, círculos y espirales que, si se miraban demasiado tiempo, daban la impresión de estar en movimiento, de querer contar una historia que aún no comprendías del todo.

A lo lejos, hacia el fondo de la cámara, había más columnas, pero estas eran diferentes. No tenían las mismas runas brillantes que la central, en su lugar, estaban cubiertas por símbolos más oscuros, casi quemados en la superficie. Algunas parecían sangrar un líquido negro que se deslizaba lentamente hasta formar charcas a sus pies. Al acercarte, el aire alrededor de estas columnas se volvía denso, pesado, como si absorbiera el aliento mismo de tus pulmones. En las esquinas de la cámara había figuras inmóviles. No parecían humanas ni del todo materiales. Parecían estatuas, pero al observarlas detenidamente, sus formas cambiaban, deformándose apenas lo suficiente para hacerte dudar de tu visión. Estaban cubiertas de un material similar a la obsidiana, pero con un brillo interno que latía como si fueran corazones inmensos enterrados en piedra. Algunas de estas figuras sostenían objetos imposibles de definir, amalgamas de metal, hueso y algo cristalino que capturaba la escasa luz y la descomponía en colores que no pertenecían a este mundo. El aire se volvía más denso cuanto más avanzabas, cargado de un aroma extraño, como una mezcla de hierro, tierra mojada y algo dulce, casi empalagoso. El goteo constante desde el techo se unía a un sonido sutil, como un murmullo colectivo, palabras en un idioma desconocido que parecían rodearte. Provenían de todas partes, y al mismo tiempo, de ninguna.

La mujer se detuvo nuevamente, esta vez junto a una especie de altar al pie de la columna central. El altar no era de piedra ni de madera, sino de una sustancia translúcida, como cristal líquido que parecía contener algo dentro. Formas oscuras nadaban en su interior, moviéndose con lentitud, como si estuvieran atrapadas en un líquido espeso. El altar tenía grabados en todos sus bordes, pero estos eran más antiguos que los de las columnas. Las líneas eran toscas, pero la intención detrás de ellas se sentía igual de poderosa, como si fueran un eco de algo mucho más primitivo. La mujer pasó sus dedos por el borde del altar, sus movimientos lentos, casi ceremoniales. —Este lugar... Aquí es donde todo comienza y termina. Donde los nombres pierden su significado, donde lo que eras no importa, y sólo lo que serás tiene valor.— Al pronunciar estas palabras, el susurro en la cueva pareció intensificarse por un instante, como si la propia caverna respondiera a su declaración. Hacia el fondo de la cámara, otro pasaje se abría como una boca oscura, serpenteando hacia profundidades aún mayores. De allí emanaba un sonido extraño, no un murmullo esta vez, sino algo más... movido, como un tambor latente que resonaba en los huesos. La mujer giró su rostro hacia ti, una sonrisa vaga curvándose en sus labios. —Sigamos. Lo que buscas está más allá. Lo que yo busco... también.— Y así, ella avanzó hacia el pasaje, las sombras que la rodeaban moviéndose como un manto vivo que la escoltaba, mientras la cueva parecía cerrar filas a su paso, cada rincón vigilante, cada susurro más intenso, como si aquel lugar estuviera ansioso por lo que estaba por venir.

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#7
Marian
Marian
El miedo parecía haber desaparecido con el swing de aquel mazo, que impactó de lleno en la sombra que acechaba a sus espaldas. En un fiel seguidor que, cegado por un dogma frágil, corrió torpemente hacia un destino inesperado. El cuerpo se desplomó en el suelo, tintando el manto níveo sobre el que se encontraban. Su arma rodaría un par de centímetros, quedando completamente oculta en la oscuridad de la zona. El silencio se hizo protagonista de la escena, hasta que Marian dio un par de pasos y el crujir de la madera sobre la que se posaban se convirtió en la banda sonora de aquella contienda. “Ah...”, volvería a jadear, débilmente, con frío en el cuerpo. Abrochó el último botón, dejando que su cuello quedase completamente tapado con el pelo animal que recubría su prenda. “¿Fuerte...?”, exhalaba poco a poco, mientras se acercaba a aquella mujer. “Esto no se trata de fortaleza... Si no de fe. Cuando esta es débil, el hombre está destinado a caer”, acercó su mano izquierda a su cinturón y agarró la petaca que colgaba sobre ella. Le dio un par de tragos. Un par de gotas, rojas como la mancha que yacía a su lado, descendieron de sus colmillos. Parecía una escena de película. Las ráfagas de aire se intensificaron y escuchar la voz de aquella mujer, que hablaba en enigmáticos susurros, se tornaba una tarea difícil. “Diferente...”, asentía, “siempre lo he sido”. No tenía muy claro qué estaba sucediendo, pero la figura de la religiosa parecía invitarlo a seguirla. Como si todo lo que estaba sucediendo fuese parte de un plan ideado por ella misma. O por ellos, quién sabe.

Frente a él, una entrada oscura parecía abrirse. Como la boca de un animal feroz, hambriento y en búsqueda de su presa. Las ramas que la rodeaban parecían generar extrañas figuras, como runas, que le daban un toque tétrico y místico propio de situaciones en las que la fe estaba en juego. Como esta. Con el primer paso en el interior, Marian comprendió que aquellas ramas eran tan sólo una imitación de lo que dentro se encontraría. Paredes aparentemente rocosas que palpitaban como si albergaran uno o más corazones. Las runas, esta vez reales brillaban con una luz propia de las noches de luna llena; eran pletóricas, atrapantes. El suelo era más irregular, pero no lo suficiente para desequilibrar el cuerpo de Marian, que había sido entrenado para situaciones como estas. Caminaba posando sus manos sobre la pared, esperando que algo mágico, místico, sucediese. Pero nada acontecía. Dejó que el sonido de las goteras guiase su camino, sin ignorar, por supuesto, la presencia de la mujer que todavía seguía frente a él. De espaldas, completamente confiada. “Interesante...”, murmuraba por momentos. Su trayectoria pareció detenerse en una amplia cámara, cuyo centro estaba ocupado por una columna repleta de grabados que simulaba figuras humanas en diferentes estados y posiciones. Al parecer, eso era “el corazón”, como ella lo denominaba. El agente no respondió, pero asentía con cada una de las palabras que aquella mujer susurraba. ¿Formar parte de ello? La intriga era la verdadera protagonista de este encuentro.

Pero, sorprendentemente, la caricia de la mujer despertó algo en la estructura de la columna. Palpitaba con más fuerza que las paredes que había dejado atrás, era algo que atrapó completamente su atención. La presencia, el aura que emanaba, se hacía cada vez más presente, más fuerte, ejercía una presión que el agente podía sentir en cada parte de su cuerpo. Jadeaba y continuaba jadeando, expectante a cada cuestión que sucedía. Todo era parte de un enigmático juego cuyo resultado podría ser el no deseado: runas, una sustancia viscosa, luces inusuales en el interior de una cueva cerrada... Y un contraste climático provocado por todo esto que provocaba sudor y frío en el agente. Incongruencias. Contradicciones que se solapaban.

Al fondo, un telón similar, pero más oscuro. Runas que no brillaban, pero que sangraban y creaban ríos a sus pies. El aire se tornaba todavía más denso y la respiración era difícil de mantener. Figuras, estatuas, cuerpos extraños que parecían danzar y mutar de forma. Marian se golpeó la cabeza, preguntándose si aquello era real o fruto de un extraño poder. Eran demasiados estímulos como para prestar atención a cada uno de ellos.

Un... altar”, pronunciaría Marian levemente, cuando sus ojos se postraron sobre aquella estructura. Algunas de las palabras que había susurrado le recordaron a los rituales que Los Dracul realizaban. Visto desde fuera, parecía una retahila de mentiras, de falacias. Como aquel altar, que pasó a un segundo plano cuando los ecos de unos extraños estruendos se hicieron paso, justo después de abrirse un nuevo trayecto. “¿Estamos en una especie de laberinto?”, ironizaba, sin llegar a pretenderlo. Era curioso pero, hasta ahora, había seguido a aquella mujer sin siquiera cuestionar ni una de sus palabras. Las sombras, repletas de vida, mucho más que los sacrificios dedicados al paraíso que el agente todavía desconocía, la seguían de la misma manera. Sin cuestionarla. “¿Dirás algo más que metáforas?”, preguntaba, mientras fijaba sus ojos sobre ella. Su mazo, en su mano diestra, vibraba casi más que aquel lugar.

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#8
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La mujer detuvo su avance, girando apenas el rostro hacia Marian, como si sus ojos oscuros pudieran perforar incluso la penumbra que los rodeaba. Su sonrisa era una línea tenue, casi burlona, cargada de una paciencia infinita que parecía provocadora. —¿Metáforas?— susurró con un tono tan suave que casi se perdía entre los murmullos del lugar, pero que, de alguna manera, llegó a tus oídos como un trueno. —No son metáforas, Marian. Son verdades que tu mente aún no puede descifrar.— Ella se giró lentamente hacia la columna central, sus manos delgadas pero firmes se alzaron para tocar nuevamente las inscripciones que parecían respirar bajo su contacto. El palpitante resplandor que las runas emitían creció por un momento, iluminando su rostro con un fulgor etéreo que acentuó sus facciones, haciéndola parecer menos humana, como una figura salida de un relato mitológico. —Dices que buscas respuestas. Pero las respuestas no siempre llegan como golpes de mazo. A veces, son susurros, ecos en la oscuridad que exigen paciencia, fe… y sacrificio.— Las últimas palabras las pronunció lentamente, casi saboreándolas, dejando que se impregnaran en el aire como un veneno dulce.

Ella bajó la mirada hacia el altar que parecía responder a su presencia, sus movimientos lentos pero cargados de una intención solemne. —Este no es un laberinto, Marian. Es un sendero. Y cada paso que damos aquí nos lleva más cerca del núcleo de todo. De la verdad que ansías, aunque aún no lo sepas.— Su tono se endureció, como una advertencia velada, mientras sus dedos trazaban con delicadeza un círculo sobre la superficie translúcida del altar, que parecía arremolinarse y responder como un lago tocado por la brisa. Por un instante, la cueva misma pareció contener la respiración, como si algo invisible estuviera a punto de revelarse. Un leve temblor recorrió el suelo, y las figuras que antes parecían inertes en los rincones más oscuros dieron un paso hacia adelante. Pero no se movían como cuerpos físicos; sus sombras danzaban en un ritmo extraño, desarticulado, fusionándose con las paredes y desapareciendo antes de reaparecer más cerca de ustedes.

Aquí,— continuó ella, ignorando los movimientos a su alrededor —Es donde la voluntad se pone a prueba. Donde el hombre se encuentra con lo que yace más allá de sus límites. No soy yo quien debe decirte más, Marian. Este lugar tiene su propio lenguaje, su propia conciencia. Sólo quienes están preparados pueden escucharla.— Volvió a mirar hacia ti, por primera vez sosteniendo tu mirada por más de un instante. Sus ojos no eran simples pozos oscuros; parecían albergar constelaciones, infinitas y caóticas, como si toda la eternidad estuviera comprimida en su mirada. —Lo que quieres saber, lo que buscas, está adelante. Pero no se te dará sin costo alguno. ¿Estás dispuesto a enfrentarlo?— El pasaje que se había abierto al fondo de la cámara emitió un sonido bajo y prolongado, como el llamado de un cuerno distante. Desde allí, un aire cálido y nauseabundo comenzó a fluir, llevando consigo un susurro colectivo, casi como si miles de voces hablaran al unísono. Aquella mujer te indicó el camino con un leve movimiento de la cabeza, pero no avanzó. Permaneció inmóvil, observándote, como si el peso de su juicio estuviera sobre ti.
#9
Marian
Marian
Marian permaneció inmóvil por unos instantes, sus ojos fijados en los de aquella extraña mujer, atrapados en esa vastedad que parecía contener galaxias enteras. Su mano, aferrada al bastón, temblaba ligeramente, pero no por miedo, sino por la presión que sentía en ese lugar, como si la misma cueva tratara de colarse en su interior, de arrancar algo de él. O de devorarlo, incluso. Dio un paso adelante, dejando que su peso resonara sobre el suelo irregular, un sonido firme que rompió momentáneamente el opresivo silencio.

¿Costo?” Su voz resonó baja, pero lo suficientemente alta como para ser tan escuchado. Marian dejó escapar una risa seca, sin humor, mientras se llevaba la mano libre a la petaca de su cinturón, dando un trago lento y ceremonioso antes de guardarla. “He pagado más costos de los que puedas imaginar.” Posó el bastón sobre su hombro, luego de darle un par de vueltas con su diestra, como si estuviese danzando con él. Su tono era seco, quizá cortante y frío, pero era la manera que él conocía de aproximarse a otras personas. Necesitaba sentir el peso de su mazo para anclarse a la realidad que comenzaba a desdibujarse a su alrededor.

Si este lugar tiene conciencia, como dices, entonces ya me conoce. Sabe lo que soy y lo que he hecho.” Los enigmas no eran su punto fuerte y la situación comenzaba a desbordarle. Su mirada recorrió el altar y las figuras que parecían danzar en las sombras, deteniéndose un momento en las runas que pulsaban como venas vivas. El temblor del suelo, las voces susurrantes, el aire denso que se arremolinaba… todo conspiraba para despojarlo de cualquier certeza. Pero Marian no quería retroceder. Entendía que aquello era un desafío hacia su fe, y eso era algo que nadie podía quebrar. “No busco respuestas. Busco cumplir una misión. Y demostrar con ello mi fe. Mi esencia." Se lamía los labios, luego de que una pequeña gota de sangre descendiera de sus colmillos. Su voz parecía endurecerse en las últimas palabras, un destello de rabia contenida que pareció cortar el aire.

Giró la cabeza hacia la mujer, sus ojos clavados en los suyos con una intensidad que buscaba igualar la suya. “Si lo que hay ahí adelante me quiere quebrar, que lo intente. Si este sendero termina en mi final, que así sea. Pero si esta… verdad…” Marian señaló hacia el pasaje oscuro que aguardaba como una bestia hambrienta. Decidió conscientemente no continuar con aquella frase. Dejar un poco a la libre imaginación, contribuir al clima de enigma que aquella mujer había construido. No quería dejarse llevar por sus palabras, que parecían arrastrarle hacia un abismo, que le hacían hablar más de lo habitual. Tenía que ser precavido, cauteloso. Todavía no comprendía la situación lo suficiente como para dar un paso en falso.

Dejó caer el mazo al suelo, solo un instante, provocando que su peso resonara una vez más antes de levantarlo con ambas manos, sosteniéndolo frente a sí como una ofrenda y un desafío. Dio otro paso hacia el pasaje, su mirada fija en la oscuridad más allá. “Adelante, entonces. Tú dices que este lugar habla. Pues que hable. Yo escucharé.” Suspiró.

"Amén".
#10
Tema cerrado 


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