Eiichiro Oda
Autor de la obra
17-07-2024, 02:49 PM
(Última modificación: 23-07-2024, 10:44 AM por Eiichiro Oda.)
Día 1 de Verano. Año 22
"Todos los mares son peligrosos para los que no los respetan."
En el East Blue habitan miles y miles de seres distribuidos entre sus numerosas islas, cada uno de esos seres tiene un pasado, está viviendo un presente y, con suerte, se acerca a su futuro. Son muchas las historias y aventuras que nacen día a día en este mar, pero solo unas pocas pueden ser contadas. En este caso, una sola historia de cada isla. Puede ser irrelevante para algunos, muy importante para otros, quizás anecdótica, o aburrida, cada uno ha de juzgar por si mismo.
— Me prometiste que se había acabado. — La voz de Tom carecía de fuerza, aparentaba ser tan débil como su atormentado cuerpo. — Ya no puedo más. — Dijo en un último intento de disuadir a su captor.
— Una última vez. — Una mentira disfrazada de sonrisa se dibujaba en el rostro de Singed. — Una última... — Añadió mientras elevaba una gruesa jeringuilla con su mano derecha. En su interior, un líquido glauco esperaba impacientemente atravesar una penúltima vez la pálida piel de Tom. — Última… — Susurró mientras la pequeña aguja penetraba en el encadenado.
La única bombilla en el techo del lugar se apagaba y encendía intermitentemente, produciendo un tímido sonido eléctrico ahora inaudible a causa de los gritos de Tom. El iris de sus ojos pasó de castaño a verde, los músculos de su cuerpo se tensaron y ahora solo escuchaba los latidos de su corazón, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Mientras, veía como el rostro de Singed enloquecía de éxito más y más con cada apagón. Al cabo de unos minutos el cuerpo de Tom dejó de ser endeble, tampoco había rastro de humanidad en él, Singed había encontrado la fórmula.
Rizzo había pagado al tabernero para poder actuar esa noche, era como invertir el acuerdo habitual del espectáculo. No tenía muchos amigos en Isla Kilombo, parecía que el destino le ponía la zancadilla en su camino a la fama. ¡Ejem! - Carraspeó tímidamente mientras se subía a la tarima central de la taberna. Tan solo los más cercanos le prestaron atención, atención que no duró más de instante. - ¡Ejem! ¡Ejem! - Esta vez carraspeó golpeando la mesa con el talón de su pie. Esta vez se produjo el tan ansiado silencio, debía de darse prisa, la sorpresa en los rostros de los clientes pronto se convertiría en odio. Buenas noches damas y caballeros. - Un potente eructo interrumpió su presentación. - También a las no damas y a los no caballeros. - Un par de risas fugaces acompañaron su comentario, dado su historial todo un éxito. - A veces las grandes historias se ocultan en los personajes más inesperados. En está velada voy a compartir con ustedes una de esas historias. Inspiró profundamente acomodando su laúd, cerró los ojos y comenzó a contar mentalmente acompañando cada número con un movimiento de pie. Al llegar al número diez deslizó los dedos por las cuerdas del instrumento comenzando una tranquila melodía. Su voz devoró la sala.
Un cu-rio-so ser
Escondido en su de-ber.
Ilumina a todo eeeeel…Maaaaarrr…
La melodía ahora acelera alegremente.
No se de-ja ver.Así que no ver para creer.
El antes gritabaaaaa…
¡Yaaaaaarrrr!
La melodía se acelera una vez más adquiriendo un ritmo frenético, la voz del bardo juega con el tono disfrutando.
Una mano, un ojo, un pie.
Un gran pirata fue.
El es meeeeeet…¡Hook!
La noche estaba siendo un éxito hasta que se hizo evidente quién era el protagonista de la canción, en ese momento comenzaron los abucheos, más de una jarra de cerveza salió volando. El alboroto de la taberna aplacó totalmente la música de Rizzo, tan solo había podido tocar durante unos segundos, apretó el laúd con fuerza, estaba furioso. “No volveré a tocar esta canción.”
— Creo que deberíamos volver, está demasiado oscuro — Oto era el más sensato de los dos cazadores, también el más cobarde. Un humano flacucho pero de cuerpo atlético, llevaba al hombro el cadáver de una cría de gato montés. Se podía deducir, por la sangre que comenzaba a teñir el cuerpo de Oto, la vida de aquel animal había acabado hace escasos minutos. Era de noche y se veía con dificultad, pero si continuaban la caza Oto sabía que acabarían en la oscuridad profunda.
— La madre tiene que estar cerca. Imagínate como nos recompensará Santana si se la llevamos. — La decidida mirada de Luka buscaba entre la vegetación cualquier indicio de vida. Era un humano alto y fuerte, su lanza acababa en una punta de un afilado mineral con vetas rojizas. Encabezaba la marcha sin miedo, ciego por la ambición. Un ruido seco a su espalda le llamó la atención, echó la vista atrás. Oto había dejado caer su primera presa al suelo, su compañero tenía la piel pálida y miraba fijamente a un arbusto a su izquierda. Unos grandes ojos amarillos, pertenecientes a una enorme silueta felina, les miraban a mas de dos metros de altura. La boca de aquella bestia se abrió revelando una temible dentadura mucho más afilada que la lanza de Luka. Su grito duró un instante, fue seguido de un silencio absoluto.
Era una noche despejada, pero las estrellas y la luna no eran las únicas que iluminaban la Isla Kolima. Las llamas se alimentaban de la madera con gula, el fuego alcanzaba ya los quince metros de altura acompañado de su reflejo en el agua. Trent miraba fijamente la lumbre mientras las lágrimas recorrían sus mejillas, en su mente se mezclaba la frustración, la ira y la pena. Habían formado una comunidad honrada, acogedora y con buenos valores, el astillero era su emblema y su marca de calidad, la muestra de cómo habían llegado hasta allí, ahora ardía convirtiéndose en cenizas.
— Es imposible… — Con la boca entreabierta dejó escapar esas dos palabras, apretó los dientes fuerte antes de continuar. — Es imposible que una pandilla de pizzeros escojan como objetivo nuestro astillero sin un motivo. — Solo lo susurró, no quería alertar a las gentes de su pueblo que, junto a él, miraban el desastre. Su mandíbula tembló, estaba peleando contra su ira buscando ser la persona que su pueblo necesitaba, no un adalid de la venganza. — ¡Gente de Syrup! — Gritó girándose hacia ellos. — ¡Os aseguro que esta pérdida me duele en el alma! ¡Pero que nadie dude ni por un instante! ¡Esto no nos va a detener! ¡Seguiremos adelante! ¡Porque lo más importante es tenernos los unos a los otros! — La gente, aun con pena en su corazón, aplaudió. Algunos se abrazaron, otros se lo agradecieron a Trent y otros comenzaron a elaborar sospechas sobre los verdaderos artífices de aquella desgracia.
— ¿Ves estas manos, hijo? — musitó el anciano de hercúleo porte tras romper el escudo con el que se guarecía el marine de un manotazo y proyectaba a este a través del corredor de piedra de ónice como si fuera un simple leño. — Estas manos han pasado por encima de miles de imbéciles que se creían con el derecho a matarme y a reclamar su verdad, pero mi pecho sigue latiendo — continuó el cano hombre al tiempo que se ajustaba la corbata y, a través de la tenue luz de la instancia, intimidaba al veterano soldado que trataba de incorporarse, temeroso. —Alguien de mi posición sabe que la verdad no es para quién tiene la razón, sino para quién es capaz de prevalecer — comentó nuevamente la imponente figura que se aproximaba, mientras dejaba insinuar una sonrisa voraz al tiempo que le ofrecía una mirada tan fría como un carámbano. El capitán marine temblaba. En todos los años de servicio había recibido muchas amenazas, pero aquél monstruo había conseguido paralizarle solo con su presencia y, además le flaqueaban las piernas. Utilizó todo el coraje que le quedaba, y tomó la espada del suelo y se valió de él para terminar de levantarse mientras el filo del arma ofrecía un suave chirrido al rozar el suelo antes de erguirse y tomar rumbo a la ensombrecida figura que se iba revelando bajo la luz que la luna proyectaba a través de las gules cortinas. — T-tengo pruebas... Sois el responsable d-de la explosión del carguero...s-sois un criminal Cas...— fueron las últimas palabras del soldado mientras una enorme mano extirpaba el último aliento que le quedaba a través de sus ojos cuando la presa se cerró en torno a su cabeza.
Isla de Dawn
— Me prometiste que se había acabado. — La voz de Tom carecía de fuerza, aparentaba ser tan débil como su atormentado cuerpo. — Ya no puedo más. — Dijo en un último intento de disuadir a su captor.
— Una última vez. — Una mentira disfrazada de sonrisa se dibujaba en el rostro de Singed. — Una última... — Añadió mientras elevaba una gruesa jeringuilla con su mano derecha. En su interior, un líquido glauco esperaba impacientemente atravesar una penúltima vez la pálida piel de Tom. — Última… — Susurró mientras la pequeña aguja penetraba en el encadenado.
La única bombilla en el techo del lugar se apagaba y encendía intermitentemente, produciendo un tímido sonido eléctrico ahora inaudible a causa de los gritos de Tom. El iris de sus ojos pasó de castaño a verde, los músculos de su cuerpo se tensaron y ahora solo escuchaba los latidos de su corazón, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Mientras, veía como el rostro de Singed enloquecía de éxito más y más con cada apagón. Al cabo de unos minutos el cuerpo de Tom dejó de ser endeble, tampoco había rastro de humanidad en él, Singed había encontrado la fórmula.
Isla Kilombo
Rizzo había pagado al tabernero para poder actuar esa noche, era como invertir el acuerdo habitual del espectáculo. No tenía muchos amigos en Isla Kilombo, parecía que el destino le ponía la zancadilla en su camino a la fama. ¡Ejem! - Carraspeó tímidamente mientras se subía a la tarima central de la taberna. Tan solo los más cercanos le prestaron atención, atención que no duró más de instante. - ¡Ejem! ¡Ejem! - Esta vez carraspeó golpeando la mesa con el talón de su pie. Esta vez se produjo el tan ansiado silencio, debía de darse prisa, la sorpresa en los rostros de los clientes pronto se convertiría en odio. Buenas noches damas y caballeros. - Un potente eructo interrumpió su presentación. - También a las no damas y a los no caballeros. - Un par de risas fugaces acompañaron su comentario, dado su historial todo un éxito. - A veces las grandes historias se ocultan en los personajes más inesperados. En está velada voy a compartir con ustedes una de esas historias. Inspiró profundamente acomodando su laúd, cerró los ojos y comenzó a contar mentalmente acompañando cada número con un movimiento de pie. Al llegar al número diez deslizó los dedos por las cuerdas del instrumento comenzando una tranquila melodía. Su voz devoró la sala.
Un cu-rio-so ser
Escondido en su de-ber.
Ilumina a todo eeeeel…Maaaaarrr…
La melodía ahora acelera alegremente.
No se de-ja ver.Así que no ver para creer.
El antes gritabaaaaa…
¡Yaaaaaarrrr!
La melodía se acelera una vez más adquiriendo un ritmo frenético, la voz del bardo juega con el tono disfrutando.
Una mano, un ojo, un pie.
Un gran pirata fue.
El es meeeeeet…¡Hook!
La noche estaba siendo un éxito hasta que se hizo evidente quién era el protagonista de la canción, en ese momento comenzaron los abucheos, más de una jarra de cerveza salió volando. El alboroto de la taberna aplacó totalmente la música de Rizzo, tan solo había podido tocar durante unos segundos, apretó el laúd con fuerza, estaba furioso. “No volveré a tocar esta canción.”
Isla Rudra
— Creo que deberíamos volver, está demasiado oscuro — Oto era el más sensato de los dos cazadores, también el más cobarde. Un humano flacucho pero de cuerpo atlético, llevaba al hombro el cadáver de una cría de gato montés. Se podía deducir, por la sangre que comenzaba a teñir el cuerpo de Oto, la vida de aquel animal había acabado hace escasos minutos. Era de noche y se veía con dificultad, pero si continuaban la caza Oto sabía que acabarían en la oscuridad profunda.
— La madre tiene que estar cerca. Imagínate como nos recompensará Santana si se la llevamos. — La decidida mirada de Luka buscaba entre la vegetación cualquier indicio de vida. Era un humano alto y fuerte, su lanza acababa en una punta de un afilado mineral con vetas rojizas. Encabezaba la marcha sin miedo, ciego por la ambición. Un ruido seco a su espalda le llamó la atención, echó la vista atrás. Oto había dejado caer su primera presa al suelo, su compañero tenía la piel pálida y miraba fijamente a un arbusto a su izquierda. Unos grandes ojos amarillos, pertenecientes a una enorme silueta felina, les miraban a mas de dos metros de altura. La boca de aquella bestia se abrió revelando una temible dentadura mucho más afilada que la lanza de Luka. Su grito duró un instante, fue seguido de un silencio absoluto.
Islas Gecko
Era una noche despejada, pero las estrellas y la luna no eran las únicas que iluminaban la Isla Kolima. Las llamas se alimentaban de la madera con gula, el fuego alcanzaba ya los quince metros de altura acompañado de su reflejo en el agua. Trent miraba fijamente la lumbre mientras las lágrimas recorrían sus mejillas, en su mente se mezclaba la frustración, la ira y la pena. Habían formado una comunidad honrada, acogedora y con buenos valores, el astillero era su emblema y su marca de calidad, la muestra de cómo habían llegado hasta allí, ahora ardía convirtiéndose en cenizas.
— Es imposible… — Con la boca entreabierta dejó escapar esas dos palabras, apretó los dientes fuerte antes de continuar. — Es imposible que una pandilla de pizzeros escojan como objetivo nuestro astillero sin un motivo. — Solo lo susurró, no quería alertar a las gentes de su pueblo que, junto a él, miraban el desastre. Su mandíbula tembló, estaba peleando contra su ira buscando ser la persona que su pueblo necesitaba, no un adalid de la venganza. — ¡Gente de Syrup! — Gritó girándose hacia ellos. — ¡Os aseguro que esta pérdida me duele en el alma! ¡Pero que nadie dude ni por un instante! ¡Esto no nos va a detener! ¡Seguiremos adelante! ¡Porque lo más importante es tenernos los unos a los otros! — La gente, aun con pena en su corazón, aplaudió. Algunos se abrazaron, otros se lo agradecieron a Trent y otros comenzaron a elaborar sospechas sobre los verdaderos artífices de aquella desgracia.
Archipiélago de Tequila Wolf
— ¿Ves estas manos, hijo? — musitó el anciano de hercúleo porte tras romper el escudo con el que se guarecía el marine de un manotazo y proyectaba a este a través del corredor de piedra de ónice como si fuera un simple leño. — Estas manos han pasado por encima de miles de imbéciles que se creían con el derecho a matarme y a reclamar su verdad, pero mi pecho sigue latiendo — continuó el cano hombre al tiempo que se ajustaba la corbata y, a través de la tenue luz de la instancia, intimidaba al veterano soldado que trataba de incorporarse, temeroso. —Alguien de mi posición sabe que la verdad no es para quién tiene la razón, sino para quién es capaz de prevalecer — comentó nuevamente la imponente figura que se aproximaba, mientras dejaba insinuar una sonrisa voraz al tiempo que le ofrecía una mirada tan fría como un carámbano. El capitán marine temblaba. En todos los años de servicio había recibido muchas amenazas, pero aquél monstruo había conseguido paralizarle solo con su presencia y, además le flaqueaban las piernas. Utilizó todo el coraje que le quedaba, y tomó la espada del suelo y se valió de él para terminar de levantarse mientras el filo del arma ofrecía un suave chirrido al rozar el suelo antes de erguirse y tomar rumbo a la ensombrecida figura que se iba revelando bajo la luz que la luna proyectaba a través de las gules cortinas. — T-tengo pruebas... Sois el responsable d-de la explosión del carguero...s-sois un criminal Cas...— fueron las últimas palabras del soldado mientras una enorme mano extirpaba el último aliento que le quedaba a través de sus ojos cuando la presa se cerró en torno a su cabeza.