Hay rumores sobre…
...un hombre con las alas arrancadas que una vez intentó seducir a un elegante gigante y fue rechazado... ¡Pobrecito!
[Autonarrada] [MISION T1]Primer Encuentro en la Isla Pérdida
Jigoro Kano
El pequeño
La brisa matutina soplaba suavemente en la base G23. Los primeros rayos del sol bañaban las instalaciones con una luz cálida y dorada, mientras la rutina de la base seguía su curso habitual. Reclutas corriendo en formación, oficiales revisando documentos en las oficinas, y un par de barcos de la Marina atracados en el muelle. Entre ellos, Jigoro Kano, con su grueso uniforme perfectamente limpio, ajustado a la cintura por su grueso cinturón, avanzaba con paso firme hacia la sala de reuniones.

El día parecía normal, pero había cierta tensión en el aire. Los rumores sobre la Akuma no Mi seguían rondando entre los oficiales, y Jigoro, aunque no lo expresara, sentía una mezcla de intriga y responsabilidad. Cuando llegó a la sala, un superior, el Capitán Ryoma, estaba listo para dar las instrucciones del día. Era un hombre robusto y de mirada severa, conocido por su disciplina y su precisión en el manejo de misiones.
—¡Atención! —dijo el capitán con voz grave, haciendo que todos los presentes se enderezaran en sus asientos. La sala estaba compuesta por un grupo seleccionado de entre los marines de bajo rango, y Jigoro, entre ellos, aguardaba pacientemente.
El capitán comenzó a hablar mientras señalaba un mapa extendido sobre la mesa.
—Nuestra misión de hoy nos lleva a la Isla DemonTooth. Es un lugar estratégico por su posición en East Blue, pero también un foco de actividad problemática. Tenemos información que indica que piratas locales podrían estar involucrados en la búsqueda de una Akuma no Mi. No sabemos si es un rumor o una verdad, pero no podemos ignorarlo.
El dedo del capitán se deslizó por el mapa, señalando la Villa Shimotsuki, entre las dos montañas marcadas con siniestros dibujos en el mapa con la leyenda de dientes de demonio .
—La villa será nuestro punto de entrada. Allí podrán interactuar con los locales y obtener información. Pero tengan cuidado, el norte de la isla está ocupado por un asentamiento pirata, y los dojos en las montañas no son particularmente amigables entre ellos, ni con extranjeros...— La mención de la palabra dojo, encendió una duda en el espíritu del viejo enano mientras su capitán continuaba la explicación  —El puerto al sur será su punto de desembarco inicial.
El capitán miró directamente a Jigoro.
—Kano, tú liderarás esta misión de reconocimiento. Tienes buena cabeza para mantener las cosas bajo control. Evalúa la situación en la isla, obtén toda la información posible y reporta cualquier actividad sospechosa. Si encuentras evidencia sólida de la fruta del diablo, asegúrate de recuperarla, pero no te arriesgues innecesariamente. ¿Entendido?
—¡Sí, señor! —respondió Jigoro con un tono firme.
Después de recibir más detalles logísticos sobre la misión, Jigoro salió de la sala de reuniones, ajustándose su uniforme. No estaba solo en esta misión; le acompañarían dos marines más, reclutas que recién comenzaban su carrera en la Marina. Aunque su experiencia era limitada, Jigoro confiaba en que podrían desempeñar un buen papel si mantenían la calma y seguían órdenes.

La travesía hacia la isla comenzó con la partida de una embarcación pequeña desde el puerto de Loguetown. Los vientos eran favorables, y el sonido de las olas contra el casco del barco proporcionaba un ritmo constante. Durante el trayecto, Jigoro repasaba los datos sobre DemonTooth, la rivalidad entre los dojos, la importancia de la villa como centro poblacional y el peligro que representaban los piratas en el norte.
Los reclutas, emocionados por estar en una misión oficial, no podían evitar lanzar preguntas.
—Sr. Kano, ¿cree que realmente encontraremos una Akuma no Mi? —preguntó uno de ellos, un joven de cabello castaño y ojos brillantes.
—Es difícil decirlo, pero debemos estar preparados para cualquier eventualidad —respondió Jigoro, sin apartar la vista del horizonte.
La silueta de las montañas de DemonTooth apareció finalmente en el horizonte, con las dos cumbres puntiagudas destacándose contra el cielo despejado. Mientras se acercaban al puerto, Jigoro se aseguró de que todos estuvieran listos para el desembarco.

El pequeño puerto al sur de la isla estaba tranquilo. Algunos pescadores trabajaban en sus redes, y un grupo de niños corría por el muelle, jugando entre los barriles y cajas. El ambiente era sereno, pero Jigoro sabía que las apariencias podían ser engañosas.
Un hombre mayor, que parecía ser el encargado del puerto, se acercó al grupo.
—Bienvenidos a DemonTooth, oficiales. No solemos recibir visitas de la Marina por aquí. ¿En qué puedo ayudarles?
Jigoro le ofreció un saludo respetuoso.
—Estamos aquí para realizar un reconocimiento. ¿Ha notado algo fuera de lo común en la isla últimamente?
El hombre se rascó la barba mientras pensaba.
—Bueno, siempre hay algo raro pasando en esta isla. Entre los piratas del norte y la rivalidad de los dojos, nunca falta la acción. Pero ahora que lo menciona, escuché a algunos pescadores hablar de luces extrañas en las montañas por las noches. No sé si tiene que ver con su misión, pero tal vez debería investigarlo.
Jigoro agradeció la información y, tras asegurarse de que todo estaba en orden, condujo al grupo hacia la Villa. El sendero estaba bordeado por una exuberante vegetación. Árboles altos con ramas entrelazadas formaban un dosel que filtraba la luz del sol, dejando que esta cayera en motas doradas sobre el suelo de tierra. El sonido de aves exóticas resonaba en el aire, junto con el crujido de hojas bajo las botas del grupo de marines. Jigoro lideraba la marcha con pasos firmes, atento a cualquier movimiento en la espesura.

Los dos reclutas que lo acompañaban mantenían un semblante serio, aunque el entusiasmo por la misión era evidente en sus miradas. Uno de ellos, un joven llamado Eiji, trataba de mantener una conversación para aliviar la tensión.
—Sargento Kano, este lugar parece muy tranquilo. ¿Cree que los rumores de la Akuma no Mi sean ciertos? —preguntó mientras apartaba una rama del camino.
Jigoro, sin apartar la vista del sendero, respondió con calma.
—Los rumores siempre tienen algo de verdad, Eiji. Aunque sea solo una chispa. Pero nuestra tarea es encontrar pruebas antes de actuar. No debemos bajar la guardia, incluso si todo parece pacífico.
La selva comenzó a abrirse, revelando un paisaje impresionante: al fondo, las dos imponentes montañas conocidas como los "Dientes del Demonio" se alzaban con majestuosidad, flanqueando la Villa Shimotsuki. Las casas, hechas de madera y piedra, estaban esparcidas en el valle entre las montañas, y en el centro de la villa se alzaba un pequeño mercado donde la gente se movía con tranquilidad.

El grupo entró a la villa bajo las miradas curiosas de los lugareños. Aunque los marines no eran visitantes comunes, no parecía haber hostilidad, solo una mezcla de curiosidad y cautela. Jigoro detuvo a uno de los comerciantes del mercado, un hombre de mediana edad que vendía frutas y especias locales.
—Disculpe, buen hombre —dijo Jigoro con voz firme pero cortés—. Somos de la Marina y estamos aquí en una misión de reconocimiento. ¿Ha escuchado algo sobre actividades sospechosas en la isla?
El comerciante, algo sorprendido por la pregunta, negó con la cabeza.
—No puedo decir que haya visto nada raro, oficial. Pero… —hizo una pausa, bajando la voz—. He oído rumores. Algunos de los jóvenes de la villa dicen que han visto figuras extrañas en el asentamiento pirata al norte. Y… las luces en las montañas. Nadie sabe qué son, pero llevan viéndose varias noches.
Jigoro asintió, agradeciendo la información. Antes de marcharse, compró un par de frutas, tanto para no despertar sospechas como para observar mejor a la gente del lugar.
—Sigamos —indicó Jigoro a los reclutas, moviéndose hacia la plaza principal, en el centro de la villa, la plaza estaba llena de vida, niños jugando, ancianos conversando en bancos de madera y mercaderes vendiendo sus productos. Mientras observaba el lugar, Jigoro notó a un anciano sentado junto a una fuente, tallando una figura de madera. Su trabajo era meticuloso, y la pieza empezaba a tomar la forma de una de las montañas de la isla.
Jigoro se acercó, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
—Eso que está tallando parece muy detallado. ¿Es una representación de las montañas?
El anciano levantó la vista con una sonrisa ligera.
—Así es, joven. He vivido en esta isla toda mi vida, y estas montañas siempre han sido un misterio. Pero también son nuestra protección y nuestra maldición.
—¿A qué se refiere con maldición? —preguntó Jigoro, intrigado.
El anciano suspiró, dejando a un lado su tallado.
—Los dojos. Su rivalidad es lo que divide esta isla. Y últimamente, he oído que están más inquietos que de costumbre. Tal vez sepan algo de esas luces en las cumbres, o tal vez sea solo otro motivo para pelear.
Jigoro agradeció la información, pero antes de que pudiera preguntar más, uno de los reclutas se acercó.
—Sargento Kano, deberíamos avanzar hacia el norte para investigar el asentamiento pirata.
Jigoro asintió, despidiéndose del anciano con una leve inclinación de cabeza.
—Gracias por su tiempo. Si recuerda algo más, por favor avísenos.

El grupo comenzó a moverse hacia el norte, adentrándose nuevamente en la selva. Aunque el ambiente seguía tranquilo, Jigoro sentía una creciente tensión. La misión apenas estaba comenzando, y el misterio de DemonTooth prometía ser más complicado de lo que había anticipado.
Al llegar a un claro en el bosque, Jigoro levantó una mano para detener al grupo.
—Manténganse atentos. Estamos entrando en territorio donde podrían estar los piratas. A partir de aquí, silencio absoluto y movimientos cuidadosos.
Con las montañas vigilándolos desde lo alto, Jigoro y su grupo se adentraron en la selva norte, pocos metros hicieron falta para encontrarse con el objetivo, e aire en el asentamiento pirata era denso, marcado por el humo de fogatas y el fuerte olor a salitre que emanaba del océano cercano. Aunque la atmósfera era ruda y algo desordenada, no había señales inmediatas de peligro. La estructura del asentamiento era caótica: cabañas de madera mal construidas se alineaban en una disposición casi aleatoria, con caminos estrechos entre ellas, por donde se movían diversos hombres, mujeres y niños, todos con miradas desconfiadas.
Jigoro y su grupo avanzaron con cautela, ocultándose parcialmente entre las sombras de las casas, sin hacer ruido. Al llegar a la plaza central del asentamiento, un mercado improvisado había sido instalado, con vendedores de todo tipo de objetos, desde suministros básicos hasta piezas de equipos antiguos de la Marina.
Jigoro observó los alrededores, buscando señales de actividad sospechosa o, quizás, algo relacionado con los rumores de la Akuma no Mi. Pronto, una figura destacada en medio del bullicio llamó su atención. Un hombre corpulento con una cicatriz en el rostro, cubierto por una chaqueta de cuero, hablaba con varios hombres armados cerca de un pequeño estante lleno de armas de fuego y cuchillos. A su alrededor, un pequeño grupo de piratas observaba atentamente.
—¿Crees que uno de ellos podría estar relacionado con la fruta del diablo? —susurró Eiji, notando la figura también.
Jigoro no respondió inmediatamente. En cambio, se acercó un poco más, manteniéndose en las sombras. Su mirada se centró en la conversación que el hombre cicatrizado parecía estar teniendo con los otros.
El pirata cicatrizado levantó la mano y golpeó con fuerza la mesa de armas, llamando la atención de los demás. Su voz profunda y rasposa se elevó, haciendo que algunos se encogieran en su lugar.
—Ya les he dicho, ¡la fruta tiene un poder que nunca he visto antes! Si conseguimos más, tendremos un ejército de monstruos dispuestos a hacer lo que queramos. No hay forma de que los marines puedan detenernos entonces.
La respuesta de los otros piratas fue un murmullo de asombro, pero ninguno parecía dispuesto a intervenir. Jigoro estaba a solo unos metros de distancia, oculto en la oscuridad, pero lo suficientemente cerca para escuchar cada palabra.
Finalmente, uno de los hombres se acercó al líder pirata y le dijo algo en voz baja. Jigoro pudo captar algunas palabras.
—... ¿quién la tiene? ¿Dónde la conseguimos?
El hombre cicatrizado frunció el ceño y, con una sonrisa torcida, respondió —Eso es lo que tenemos que averiguar. Los rumores dicen que está en las montañas, cerca de los dojos. Si conseguimos llegar antes que ellos, todo será nuestro.
Jigoro levantó una mano, señalando a sus compañeros para que se alejaran y se reagruparan más atrás. Necesitaba más tiempo para procesar esta nueva información, pero ahora estaba claro que los rumores de la Akuma no Mi tenían algo de verdad. Las montañas podrían ser la clave.

El grupo, ahora con la nueva información, se retiró del asentamiento y comenzó el regreso hacia la base de las montañas. El sol ya comenzaba a caer, tiñendo el cielo de un tono rojizo que hacía que el paisaje se viera aún más místico. La sombra de las montañas era imponente, pero Jigoro sentía que algo más grande se estaba gestando en la isla.
A medida que se acercaban a la base de las montañas, el ambiente se volvía más tenso. Los reclutas seguían observando sus alrededores con cautela, conscientes de que lo que había comenzado como una misión de reconocimiento ahora los había colocado directamente en el centro de una conspiración relacionada con la misteriosa Akuma no Mi.
Jigoro dio una última mirada al campamento pirata que quedaba atrás, su mente procesando lo que acababa de descubrir. Las montañas al frente, las dos elevadas formaciones, ahora parecían mucho más amenazantes. Una conexión entre los artistas marciales de la isla, los piratas y la Akuma no Mi parecía casi inevitable.
—Avancemos —dijo finalmente Jigoro, dirigiéndose hacia el sendero que ascendía a las montañas—. Tenemos trabajo que hacer, el aire se volvía cada vez más denso a medida que el grupo ascendía por el empinado sendero hacia la primera montaña, donde se encontraba uno de los dojos. A pesar del esfuerzo físico necesario para subir por el terreno escarpado y rocoso, Jigoro mantenía su paso firme, concentrado en lo que tenían por delante. Los árboles y la vegetación selvática comenzaban a hacerse más espesos, dificultando aún más el avance.
—¿Crees que encontraremos algo en los dojos? —preguntó uno de los reclutas mientras subían. Su voz estaba cargada de duda.
Jigoro no respondió de inmediato. Sus ojos observaban cuidadosamente los alrededores, buscando cualquier signo de actividad sospechosa, pero la isla parecía tranquila. No obstante, no podía ignorar la creciente sensación de que algo importante los esperaba en las montañas.
A medida que continuaban su ascenso, el grupo comenzó a notar la diferencia de temperatura. La humedad de la selva comenzó a disiparse y el aire se volvía más fresco, señal de que se estaban acercando a la cima. Al llegar a un claro en el sendero, la vista de la montaña rival apareció ante ellos. La segunda montaña se alzaba imponente a lo lejos, separada de la primera por un valle rocoso, y en su cumbre, el dojo de katanas, su rival.
Al llegar a la base de la primera montaña, el dojo de taekwondo estaba a la vista. Una estructura antigua, de arquitectura oriental, se erguía con solemnidad sobre una plataforma de piedra, rodeada de un jardín de rocas y agua. Jigoro no pudo evitar admirar la paz que emanaba el lugar, tan en contraste con el bullicio de la isla y el caos de la situación.

Jigoro y su equipo caminaron con cautela hacia la entrada del dojo. La puerta principal estaba cerrada, pero un joven en ropas de entrenamiento, con una cinta en la cabeza, salió a su encuentro. No parecía sorprendido por la llegada del grupo, pero su mirada no era amistosa.
—¿Qué buscan aquí? —preguntó el joven, sus ojos escudriñando a Jigoro y sus compañeros, mirando con especial recelo el negro cinturón que adornaba la cintura del viejo lider de misión.
—Estamos aquí por información —respondió Jigoro con calma, sabiendo que no podía revelar demasiado. Aún no conocía las intenciones del hombre frente a él.
El joven de la cinta asintió con seriedad, pero algo en su postura cambió, como si estuviera considerando una opción.
—No estamos interesados en extranjeros o en problemas con la Marina. Sin embargo, ningun foráneo es permitido en nuestras tierras, retírense o los retiraré. —El tono del joven fue firme, pero no hostil. Parecía que la disciplina y el respeto se encontraban muy arraigados en la cultura de este dojo.
Jigoro miró al joven fijamente, sopesando sus palabras. No quería involucrarse en peleas innecesarias, pero la misión tenía que seguir adelante.
—¿Y cómo propones que demuestre mi valor de estar en sus tierras muchacho? —preguntó, sabiendo que la mejor manera de avanzar era con una demostración de fuerza o habilidad.
El joven sonrió levemente, una expresión que no alcanzaba a ser amigable, pero tampoco desafiante.
—Si puedes mantenerte en pie frente a mí por cinco minutos, entonces te daré la información que buscas.

Jigoro no dudó. El joven en frente de él parecía confiado, pero algo en su mirada le dijo que no iba a ser fácil. La forma en que se alineó frente a Jigoro, la postura tensa y las manos preparadas, indicaba que este no era un simple encuentro de entrenamiento.
El sonido del viento y el crujir de las hojas bajo sus pies se detuvieron por un momento, dejando en su lugar el silencio pesado que precede a cualquier batalla. El joven dio el primer paso, avanzando rápidamente hacia Jigoro con dos rapidos pasos de forma rítmica, el viejo judoka se preparó con una leve flexión de rodillas y cadera para bloquear el primer golpe.
El ataque del joven fue ágil, casi como una ráfaga de viento. Con una pierna, trató de derribar a Jigoro con una patada lateral que se desvió hacia su costado. Pero Jigoro, con un movimiento casi instintivo, utilizó su cuerpo para absorber el impacto y desviar la patada hacia el suelo, mientras con su brazo intentaba sujetar el tobillo de su oponente.
Sin embargo, el joven no estaba tan fácil de vencer. En un rápido giro, saltó y se deshizo de su agarre, dejando a Jigoro con los ojos bien abiertos. La velocidad y agilidad del joven eran impresionantes.
—Interesante… —dijo Jigoro, admirando la habilidad de su oponente. La batalla había comenzado en serio.

Con el aire tenso alrededor de ellos, el joven del dojo se lanzó nuevamente al ataque sin previo aviso., el siguiente movimiento por parte del joven fue una patada lateral directamente a la cabeza del pequeño viejo, la pierna del muchacho cortó el aire como una flecha.
Jigoro, reaccionó con precisión. Su cuerpo se desplazó hacia la izquierda, evitando el impacto directo. La patada pasó por su costado, pero con un sutil movimiento de su brazo, desvió la pierna del joven hacia arriba. Aprovechando la energía del ataque, Jigoro giró sobre su propio eje, colocando su mano en el suelo para mantener el equilibrio mientras esquivaba el golpe.
El joven, no obstante, no se dio por vencido tan fácilmente. Aprovechando su agilidad, dio un pequeño salto hacia atrás, girando en el aire y aterrizando con una gracia que solo un experto podía lograr. El escenario se llenó de una energía vibrante, como si el combate estuviera a punto de volverse aún más intenso. Antes de que Jigoro pudiera responder, el joven lanzó otra patada rápida hacia su rostro, una patada ascendente en un ángulo que le haría difícil esquivarla de nuevo. Esta vez, Jigoro no se limitó a esquivar. En un movimiento fluido, dio un paso hacia adelante y bajó la cabeza, dejando que la patada pasara por encima de él. El joven había cometido un error: había adelantado demasiado su pierna, lo que lo dejaba vulnerable en el aire.
Jigoro aprovechó ese instante y, con rapidez, levantó su brazo derecho y atrapó la pierna del joven en el aire. La fuerza de Jigoro fue suficiente para desestabilizarlo. Con un ágil movimiento de sus caderas, lo giró en el aire, tomando el control de la situación y empujándolo hacia el suelo.
El sonido de la pierna del joven golpeando el suelo resonó en el dojo, pero el joven no se rindió. Con una flexibilidad impresionante, usó sus manos para impulsarse y caer de pie, manteniendo la postura baja, listo para contraatacar. Jigoro observó con detenimiento los movimientos del joven. No era solo su velocidad lo que lo hacía peligroso; era su control y la capacidad para adaptarse rápidamente a cualquier situación. Esto hizo que Jigoro ajustara su propia postura, preparándose para terminar con el enfrentamiento.

El joven no perdió tiempo. En un abrir y cerrar de ojos, lanzó una serie de patadas rápidas, una tras otra, combinando giros y ángulos impredecibles. Cada patada era una amenaza mortal, y Jigoro tuvo que reaccionar con la misma rapidez. Usó sus brazos y piernas para bloquear, desviar y absorber los impactos, aunque algunas patadas lograban impactar en su cuerpo, dejándole una ligera sensación de ardor.
El sonido de los impactos resonaba en el dojo, cada golpe sonaba como una explosión contenida, y la pelea se tornaba más intensa. Jigoro empezó a notar que el joven estaba agotándose, aunque su energía seguía siendo asombrosa. Sin embargo, el judoka también había notado un patrón en sus ataques: el joven basaba su ofensiva en una sucesión de movimientos rápidos, pero que no siempre eran impredecibles. Había momentos en los que sus movimientos se alargaban, dejando pequeños huecos en su defensa.

Kano encontró su oportunidad cuando el joven intentó realizar una patada giratoria para golpearle en la cabeza. Era un movimiento complejo que, si se ejecutaba correctamente, podría haber sido devastador. Sin embargo, la habilidad del joven para anticiparse a los movimientos del viejo estaba comenzando a disminuir. En ese breve segundo en que el joven giró su torso, Jigoro vio el hueco en su defensa. Sin pensarlo, se deslizó rápidamente hacia el lado derecho, usando su cuerpo para moverse con la misma fluidez que el viento.
Antes de que el joven pudiera completar el giro, Jigoro extendió rápidamente su brazo derecho en lo que parecía un golpe, no hacia su rostro, sino hacia el hombro del joven. Sin embargo al encontrarse ahí el movimiento no se detubo en seco como cualquier golpe si no que continuó mas allá sujetando la ropa del muchacho, tras el brazo, como un relámpago el cuerpo de Kano siguió el movimiento pegando sus caderas con las del joven, el breve contacto suficiente para desestabilizarlo, enviándolo de nuevo al suelo con un sonido sordo, como una muñeca de trapo lanzada con violencia. La tierra del dojo vibró con el impacto.
El joven intentó levantarse rápidamente, pero ya estaba claro que su resistencia estaba mermada. Respiraba con dificultad, sus movimientos ya no eran tan rápidos ni tan precisos como antes. Jigoro, con su mirada fija y tranquila, se acercó, observando cómo su oponente luchaba por mantener el control de su cuerpo. El joven, ahora de rodillas, levantó la vista y se encontró con los ojos serenos de Jigoro. Su respiración era agitada, pero su orgullo seguía intacto.
—He perdido... —dijo el joven, con una ligera sonrisa en sus labios. No parecía estar avergonzado, sino más bien respetuoso por la habilidad de su oponente.
Jigoro asintió con calma. El combate había sido duro, pero sin lugar a dudas, su oponente había demostrado ser un luchador digno.
—Tienes una habilidad impresionante —respondió Jigoro, ayudando al joven a levantarse del suelo. Sus palabras eran sinceras, sin el mínimo atisbo de desprecio.
El joven sonrió, recuperando su compostura.
—Eres muy fuerte. Puedo ver que no eres alguien común... me has enseñado mucho hoy, más de lo que esperába. Puedes preguntar lo que necesites ahora. Jigoro se quedó en silencio un momento. Observó al joven, su cuerpo cubierto de sudor, su respiración aún agitada. Había demostrado ser un oponente formidable, y Jigoro sentía una profunda gratitud por la lección de paciencia y observación que había recibido.
—Gracias. Ahora, tengo algo que preguntar —dijo Jigoro, tomando un respiro antes de continuar—. Buscamos información sobre una Akuma no Mi. ¿Sabe algo sobre eso?
Con un movimiento lento, el joven asintió.
—La fruta… está en la cima de la montaña rival. Pero también sabemos que los piratas no dejan pasar oportunidades. Mantén los ojos abiertos.
Jigoro agradeció al joven con una ligera inclinación de cabeza y, tras un último vistazo a su dojo, hizo una señal a su equipo para que se prepararan.

La misión avanzaba, pero la sensación de que algo mayor se cernía sobre la isla no dejaba de crecer en la mente de Jigoro. Mientras avanzaban, a través de la densa selva de la isla, un aire de tensión llenaba el ambiente. A lo lejos, las dos enormes montañas.

Consciente de que su objetivo estaba cerca, y sin querer arriesgarse a enfrentarse con los piratas de forma directa, Jigoro decidió tomar la medida preventiva que siempre lo había caracterizado: informar a la Marina. Había sido lo suficientemente prudente como para saber que este tipo de situaciones requerían un respaldo más grande, y no estaba dispuesto a dejar que la información sobre la Akuma no Mi cayera en manos equivocadas.
Detuvo su paso, alejándose un poco del grupo para asegurarse de que sus palabras no fueran escuchadas por los demás. Sacó su radio caracol de su cinturón, un dispositivo de comunicación especial para los miembros de la Marina, y lo encendió. La línea crujió brevemente, y luego la voz grave y autoritaria de un oficial resonó en su oído.
—¿Quién es? —preguntó la voz.
—Este es Jigoro Kano, responsable del escuadrón desplegado en isla denonTooth —respondió con calma, sin dejar de observar los alrededores. —Estamos en las proximidades d elos colmillos de la isla. Hemos encontrado indicios de la existencia de una Akuma no Mi. Solicito refuerzos para asegurar el área.
La voz en el radio tardó unos segundos en responder, como si estuviera evaluando la situación.
—Entendido, Kano. Mantente en posición y sigue el protocolo. Los refuerzos están en camino, pero necesitarás asegurar el área hasta que lleguen. No permitas que nadie tome la fruta antes de que podamos neutralizarla.
—Entendido, oficial —respondió Jigoro, apretando los dientes. La responsabilidad de la situación ahora recaía sobre sus hombros. Necesitaba ser rápido y eficiente, ya que no sabía cuánto tiempo tardarían los refuerzos en llegar.
Guardó el radio y continuó avanzando con su grupo, pero con un aire más pesado. Los árboles y la espesa vegetación parecían estar aún más densos ahora, como si la isla misma estuviera reticente a que la verdad se revelara. La idea de que había algo tan poderoso escondido en la isla lo mantenía alerta. Y sabía que no sería fácil llegar hasta la fuente de la fruta sin problemas.
El sonido de los pasos de sus compañeros resonaba bajo el peso de la humedad y la calidez de la jungla, y mientras avanzaban con cautela, Jigoro sentía el paso del tiempo corriendo en su contra. Se aseguró de que cada movimiento estuviera medido, que no hubiera sonidos innecesarios, y que el grupo se desplazara sin ser detectado. Pero de repente, al elevar la vista, vio algo que le hizo fruncir el ceño: una serie de huellas de piratas, que llevaban directamente hacia el asentamiento de la Villa Shimotsuki. Eran recientes, lo que indicaba que los piratas podrían haber estado en el mismo camino, siguiendo la misma pista.
Justo cuando estaban a punto de alcanzar la entrada al dojo rival, la niebla de la mañana comenzó a disiparse. De repente, algo más ocurrió. El sonido de un motor rugió a lo lejos, como un trueno en el horizonte. Al principio pensó que podía ser el viento o tal vez alguna ave ruidosa, pero pronto se dio cuenta de que no. Era el sonido de barcos acercándose a la costa sur, donde había un pequeño puerto perteneciente a la Villa Shimotsuki.
—¡Jigoro! —dijo uno de los marines del grupo, con voz tensa—. ¡Son barcos de la Marina! ¡Se aproximan rápidamente!
Jigoro miró a su alrededor, sus ojos buscando en la distancia. No había mucho tiempo.
—¡Aguarden! —ordenó. A pesar de que no deseaba que los piratas se adelantaran a la Marina, la llegada de los refuerzos podía ser la clave para asegurar la fruta antes de que cualquiera más lo hiciera.
Poco después, el sonido de las embarcaciones se hizo más fuerte, y las primeras siluetas comenzaron a destacarse a lo lejos, saliendo de la costa. Se trataba de una unidad grande de la Marina, con varios barcos de guerra que se aproximaban con rapidez, sin escatimar en recursos. Era evidente que la situación había alcanzado un nivel mayor del que Jigoro había anticipado.
Mientras los barcos se acercaban más y más, Jigoro observó cómo los piratas que se encontraban en el puerto se dispersaban rápidamente. Sabían lo que venía. Los marines, al llegar, comenzaron a desembarcar rápidamente y a tomar posiciones estratégicas alrededor de la zona, rodeando la entrada a la villa y el puerto.
El comandante de la unidad, un hombre de aspecto severo, que parecía estar al mando, caminó rápidamente hacia donde se encontraba Jigoro, quien se mantenía en pie, mirando todo desde su posición elevada.
—Cadete Kano —saludó el comandante, con una mirada autoritaria—. Parece que has hecho bien en llamar refuerzos. La fruta debe ser asegurada inmediatamente. No podemos permitir que caiga en manos equivocadas. ¿Dónde está el lugar exacto?
—Al sur de la villa, cerca del puerto. Pero los piratas se han dispersado, y me temo que los rastros se están perdiendo. —respondió Jigoro, mientras señalaba con la mano hacia la zona costera.
El comandante asintió y rápidamente comenzó a coordinar a sus hombres. Los marines tomaron sus posiciones, y dentro de minutos, toda la zona fue asegurada.
Pero justo cuando los marines comenzaron a organizarse para asegurar el área, Jigoro vio un grupo de figuras a lo lejos, moviéndose entre las sombras de los árboles, pero ya no eran piratas. La fruta estaba cerca. La misión no había terminado, y Jigoro, con un último vistazo al comandante, comenzó a avanzar hacia el objetivo con una determinación renovada.
A medida que Jigoro y el grupo de marines avanzaban, la sensación de tensión crecía. A cada paso, los árboles más gruesos y la vegetación más tupida parecían encerrar cada vez más la zona, como si la isla quisiera ocultar el preciado tesoro. La atmósfera se volvía cada vez más densa, y el sonido de los motores de los barcos de guerra se fue desvaneciendo a medida que se internaban más en la selva.
Jigoro mantuvo su paso firme, y aunque ya había recibido refuerzos, no podía evitar estar alerta. Su experiencia le decía que algo no encajaba. Los piratas se habían dispersado demasiado rápido, como si ya supieran que el riesgo había aumentado considerablemente con la llegada de la Marina. La sensación de que algo estaba fuera de lugar no lo dejaba.
El comandante que lo acompañaba, un hombre robusto y de actitud decisiva, observaba el entorno con cautela. Él también había captado el cambio en el aire.
—Vamos a rodear la zona —dijo el comandante, señalando a un par de marines para que tomaran posiciones en las alturas. Jigoro asintió, y el grupo continuó con sigilo.
No pasó mucho tiempo hasta que llegaron a un claro en el bosque, un lugar en el que los árboles se separaban lo suficiente como para dar paso a una pequeña explanada. En el centro de esa explanada, sobre una roca alzada, yacía una extraña caja, envuelta en lo que parecía ser una tela de alta calidad, con bordes dorados que destellaban débilmente bajo la luz de la mañana.
Jigoro frunció el ceño al ver la caja. Algo no estaba bien. La forma en la que estaba colocada, tan perfecta, tan limpia, parecía demasiado conveniente. No podía ser tan fácil. Miró al comandante, quien hizo un gesto con la mano a los marines para que avanzaran con cautela.
Jigoro se adelantó con pasos lentos y observó la caja desde una distancia prudente. El sudor comenzaba a mojar su frente a pesar de la suave brisa que corría entre los árboles. En su instinto, algo le decía que no debía tocarla directamente. El aire estaba demasiado quieto. Algo estaba por suceder.
—Teniente Kano, ¿qué opinas? —preguntó el comandante, acercándose a él.
Jigoro se inclinó ligeramente hacia adelante y observó la caja con más detenimiento. Había algo extraño en su resplandor. No era un brillo común. A través de sus años de experiencia en la Marina y en combates de alto riesgo, había aprendido a reconocer los patrones que indicaban algo fuera de lo normal.
—Esperemos —respondió Jigoro en voz baja, casi como si hablara consigo mismo. Su mirada se mantuvo fija en la caja mientras se adelantaba un par de pasos más. Luego, su mano se movió lentamente hacia el borde de la tela que cubría la caja. La tela, de un rojo intenso, parecía casi hecha de una seda finísima, y cuando Jigoro la tocó, se desplomó hacia un lado, revelando la sorpresa.
Lo que estaba dentro no era lo que esperaba.
La caja, al abrirse, no contenía una fruta misteriosa, sino un objeto metálico, con símbolos extraños grabados en su superficie. No era la Akuma no Mi que tanto habían buscado. Era una trampa, una falsificación. El "tesoro" era simplemente un señuelo.
Un murmullo de sorpresa recorrió al pequeño grupo de marines al darse cuenta de la verdad. El comandante, que hasta ese momento había estado expectante, se acercó a la caja con desconfianza.
—¿Esto es...? —comenzó, pero Jigoro lo interrumpió, observando atentamente el objeto.
—Es una trampa. Esto es un señuelo. Alguien sabía que llegaríamos hasta aquí —dijo Jigoro, señalando los símbolos en el objeto metálico. Sabía que no podía ser una coincidencia. No era solo un objeto sin sentido; había algo más.
El comandante frunció el ceño, mirando a su alrededor. Algo no encajaba. Estaba claro que la fruta nunca había estado allí. Había sido una farsa desde el principio.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó uno de los marines, mirando al teniente Kano en busca de una respuesta.
Jigoro tomó un momento para evaluar la situación. Miró el objeto una vez más, luego la selva que los rodeaba, finalmente el grupo de marines se alejó rápidamente del claro donde había estado la caja falsa, con Jigoro a la cabeza, sus ojos observando cada rincón de la isla como si no pudiera confiar en nada de lo que lo rodeaba. La sensación de que algo aún estaba mal persistía en su pecho, y aunque la misión parecía haber terminado, su instinto le decía que no era el final.
Mientras avanzaban de regreso hacia la Villa Shimotsuki, el grupo de marines había rodeado a los piratas restantes en el norte de la isla. Los fugitivos ya no tenían por dónde escapar, y la maniobra rápida de la Marina había resultado en la captura de la mayoría de ellos sin mayores complicaciones. La presencia de la fuerza naval había sido suficiente para someterlos. Ahora, los prisioneros se encontraban bajo custodia, esperando ser transportados de vuelta a la base de la Marina para ser interrogados.
Jigoro observó cómo los piratas, atados y escoltados por otros marines, eran llevados hacia el pequeño puerto, donde un barco de la Marina ya estaba listo para zarpar. No había rastro de la fruta maldita que había generado tanto alboroto. Todo había sido una farsa.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojos, el comandante que había acompañado a Jigoro se acercó a él.
—Bien hecho. A pesar de que la fruta era falsa, has demostrado que tu instinto para detectar engaños es valioso. Vamos a llevar a estos piratas a la base para interrogarles más a fondo. Tal vez sepan algo más sobre quién estaba detrás de todo esto.
Jigoro asintió, pero su mirada no se apartó de los prisioneros que marchaban rumbo al barco. Algo le decía que esto no era más que una pequeña parte de una trama mucho más compleja. ¿Por qué los piratas habían ido tan lejos para fabricar una trampa? ¿Y quién estaba detrás de la farsa de la Akuma no Mi?
—Gracias, comandante. Estaré esperando en la base para seguir con el informe. —respondió Jigoro, con voz firme pero pensativa.
Al final, la misión no había dado la resolución que todos esperaban, pero sí había proporcionado información valiosa sobre los piratas que operaban en la isla. Mientras el grupo se dirigía al puerto para embarcarse, Jigoro no podía dejar de pensar en las posibles conexiones entre la fruta falsa, los piratas y los misteriosos sucesos que aún no comprendían por completo.
Cuando finalmente regresaron a la base de la Marina, la misión fue oficialmente cerrada, aunque la sensación de que aún había más por descubrir permaneció en el aire. Los informes fueron entregados y, a pesar de que todo parecía haber terminado, Jigoro sabía que la isla DemonTooth aún guardaba secretos por revelar.
Al final del día, mientras se retiraba a su cuarto en la base, se sentó frente a su escritorio, sacó su cuaderno y empezó a tomar notas. Esta misión, aunque aparentemente sencilla, lo había dejado con más preguntas que respuestas.
El sol ya se había ocultado por completo y la base de la Marina se sumía en el silencio de la noche. Aunque los piratas estaban tras las rejas y la amenaza inmediata había sido contenida, Jigoro Kano sabía que el camino hacia la verdad todavía estaba por delante.
#1
Moderador Doflamingo
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