Alguien dijo una vez...
Kurosame Hoshigaki
"Así, sin mucho pensarlo, tiene mucho sentido"
[Autonarrada] Buscando la mandanga [T2]
Ed Contróy
Camaleón Escarlata
Día 8 de invierno

Las calles de Champa nunca están en silencio. Incluso a medianoche, el bullicio de las tabernas, las discusiones susurradas de los contrabandistas y el tintineo de monedas llenan el aire como una música constante. En un rincón del mercado ilegal, entre sombras y el aroma rancio de especias exóticas, se encuentra Edmon. Vestido con una capa negra que apenas deja entrever su rostro, su presencia es un presagio oscuro que nadie quiere ignorar. Sin embargo, nadie tiene el valor de enfrentarlo. Sus ojos, rojos como la sangre, brillan bajo la tenue luz de las linternas de aceite, aunque él evita cruzar miradas con quienes lo rodean. Prefiere el anonimato, un espectro que se desliza entre los piratas y forajidos de Champa.

Esta noche, Edmon tiene un propósito. Y ese propósito es la Empisexsi.

Sentado en una mesa al fondo de "La Garra Oxidada", una de las tabernas más sórdidas de Champa, Edmon juguetea con una moneda de oro entre sus dedos, haciendo que baile en sus nudillos. Frente a él, dos chicos flacos y nerviosos también juegan con sus manos, pero por razones diferentes: el miedo. No los conoce, ni le interesa conocerlos. Son simples intermediarios, los "recién llegados" que tratan de abrirse paso en el negocio de la droga en Champa. —¿Trajeron lo que pedí? —pregunta Edmon con voz pausada, apenas un susurro, pero lo suficientemente firme para helarles la sangre. Su tono es un enigma en sí mismo, como si jugara un juego que sólo él entendiera. Los chicos intercambian una mirada, dudando. Uno de ellos, un joven rubio con un ojo morado que apenas se abre, asiente y saca una pequeña bolsa de cuero de su chaqueta. Dentro están las pastillas. El alijo. Edmon observa la bolsa, pero no hace ademán de tomarla. —Parece suficiente —dice, aunque la intención detrás de sus palabras es imposible de descifrar. Luego, suelta la moneda en la mesa, donde gira un par de veces antes de caer de canto. Los chicos la miran como si fuera una pieza de su destino. Pero algo no cuadra en los ojos de Edmon. Hay algo más que quiere.

Falta algo —dice de pronto, inclinándose hacia ellos. Sus ojos rojos relampaguean brevemente bajo la capucha. Los chicos retroceden instintivamente. —¡Esto es todo lo que tenemos! —protesta el rubio. Su voz tiembla, pero trata de mantener la calma. Edmon se queda en silencio. Su mirada se desvía al suelo y parece sumergirse en un pensamiento distante, hasta que de pronto habla: —¿Sabéis por qué me llaman "el camaleón"? —pregunta, casi como si fuera una broma. No espera respuesta, pero el tono helado en su voz hace que los chicos contengan la respiración. —Es porque me adapto. Incluso a las situaciones más... desafortunadas.

La frase flota en el aire un segundo antes de que todo explote. Cuando el humo de la pistola se disipa, el rubio yace en el suelo con un agujero entre las cejas. Su compañero, que había intentado huir, también está tirado en un charco de sangre, una daga enterrada en su costado. Edmon respira profundamente, limpiando la hoja de su arma con un pañuelo mientras camina hacia la bolsa. —Demasiado fácil —Susurra, recogiendo el alijo. Su adicción lo empuja al borde de la razón, y lo sabe. Pero en ese momento, lo único que importa es la sensación que tendrá cuando las pastillas toquen su piel. Sin embargo, no todo ha terminado. En la puerta trasera de la taberna, un hombre enorme aparece. Es "El Cámara", un camello veterano conocido por su brutalidad. La situación lo delata: ha llegado tarde a su negocio, y lo que encuentra es a sus dos novatos muertos y al alijo en las manos de Edmon. Sin decir una palabra, El Cámara saca un machete oxidado de su cinturón. Edmon sonríe. No es una sonrisa agradable. —¿Quieres hablar o prefieres bailar? —dice, ladeando la cabeza como si realmente le importara la respuesta. Pero antes de que El Cámara pueda reaccionar, Edmon lanza una de las botellas de licor de la mesa al suelo, rompiéndola en mil pedazos y creando un caos de vidrios y humo mientras las llamas se extienden. Lo que sigue es un combate corto y brutal. El machete choca contra las dagas de Edmon, pero el camaleón no pelea limpio. Una silla rota, un puñado de arena en los ojos, y finalmente, un corte limpio en el cuello. Cuando El Cámara cae, Edmon respira agitado. Tiene el alijo y una bolsa con monedas que arrancó del cadáver del camello.

Antes de irse, echa un último vistazo a la escena. La sangre se mezcla con el licor derramado, las llamas comienzan a consumir la taberna, y el caos se desata mientras los clientes huyen despavoridos. Para Edmon, es simplemente una noche más en Champa. Con el alijo asegurado y la sensación de poder burbujeando en su pecho, Edmon se pierde entre las sombras de la ciudad, dejando detrás un rastro de muerte y destrucción. En su mente, solo hay un pensamiento "Todo esto por una pizca de placer... pero vaya que lo vale."

Con el alijo asegurado, Edmon se mueve rápido entre las calles de Champa. La ciudad, un laberinto de callejones oscuros y pasadizos ocultos, ofrece infinitas rutas de escape, pero también está llena de ojos vigilantes. Aún puede escuchar los gritos lejanos de los que escaparon de "La Garra Oxidada", y sabe que no tiene mucho tiempo antes de que alguien lo busque. Cruzando un puente de madera tambaleante que conecta dos edificios en ruinas, Edmon se desliza hacia un pasadizo estrecho, donde los vendedores nocturnos negocian en susurros. Guarda la bolsa con el alijo bajo su capa, pero no puede evitar que algunos mercaderes lo miren con desconfianza. Incluso en una ciudad como Champa, hay límites para lo que puedes esconder. De repente, unas voces a sus espaldas lo alertan. —¡Ese es el tipo que salió de la taberna! —grita alguien. Edmon no mira atrás. Su mente trabaja rápido, analizando rutas posibles mientras sus pies lo llevan hacia el borde del mercado ilegal. Gira bruscamente en un callejón que huele a pescado podrido y salta sobre una pila de cajas apiladas. El grito de sus perseguidores se mezcla con el sonido de sus propias botas golpeando el suelo empedrado. Finalmente, ve una puerta entreabierta en un edificio abandonado. Sin dudarlo, se desliza por la estrecha abertura y cierra la puerta tras de sí. El interior está oscuro, húmedo y frío. Es un sótano, probablemente usado alguna vez como almacén de contrabando. Las paredes están cubiertas de moho, y el aire está impregnado de un olor metálico. Edmon se apoya contra una pared, intentando recuperar el aliento. Sus manos tiemblan, ya sea por la adrenalina o por la necesidad de usar la droga que lleva consigo.

Perfecto... —susurra para sí mismo, dejando caer la bolsa con el alijo sobre una vieja mesa de madera carcomida. Examina las pastillas bajo la tenue luz que se filtra por una grieta en el techo. La Empisexsi está allí, brillante y prometedora, como un tesoro prohibido. Por ahora, está a salvo. Pero en Champa, la seguridad nunca dura mucho.
#1
Moderador Doflamingo
Joker
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Usuario Ed Contróy
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#2


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