¿Sabías que…?
... el Reino de Oykot ha estrenado su nueva central hidroeléctrica.
[Aventura] [T6] El poder de un Jarl
Octojin
El terror blanco
Parece que mis revolucionarios favoritos han tenido un viaje de lo más placentero... Pero ya estoy yo para hacer de esta aventura un poco más tensa, que si no os acomodáis. El barco ha llegado al puerto entre crujidos de madera y chirridos de sogas tensándose. Una brisa gélida, cargada con copos de nieve danzantes, os ha recibido con los brazos abiertos. Amigos, estáis en Skjoldheim. Una isla fantástica que os saluda desde esa posición tan elegante que tiene ahora mismo.

Y es que, Skjoldheim se presenta como un paisaje tan majestuoso como hostil. El frío cala en los huesos, pero la actividad en el puerto no se detiene a pesar de ello. Hombres y mujeres, muchos con una estatura que supera holgadamente los dos metros, van y vienen con rapidez. Algunos cargan barriles, otros descargan redes repletas de pescado fresco. Lo que está claro es que ninguno está parado ni excesivamente abrigado para el frío que realmente hace. Sus ropas están hechas de gruesas pieles, bordadas con patrones geométricos que parecen narrar historias ya de por sí.

El muelle, construido con troncos de madera oscura reforzada y con gruesas piezas de hierro, tiene una apariencia bastante robusta que llama la atención, como si estuviera diseñado para resistir el embate de las tormentas más violentas. A un lado, pequeñas embarcaciones pesqueras se balancean suavemente en el agua helada; al otro, un par de barcos mercantes son descargados con una precisión casi militar. Hacen bastante ruido, eso sí, pero lo movimientos son constantes.

Al fondo, el pueblo se alzaba como una colección de construcciones sólidas y funcionales, diseñadas para sobrevivir en el clima extremo que estáis a punto de experimentar. Las casas están hechas de madera oscura y de piedra, con techos inclinados y cubiertos de gruesas capas de paja y nieve. Las ventanas, protegidas por contraventanas de madera, dejan escapar un resplandor cálido que contrasta bastante con la frialdad del ambiente. Una serie de postes toscamente tallados en forma de figuras humanoides rodean el perímetro, como si fueran una suerte de guardianes silenciosos del lugar. Y es que esta isla está cargada de un misticismo que pronto iréis entendiendo. O eso espero.

En el centro de todo destaca un edificio enorme. Es el salón de Hrothgard, un edificio que parece haber sido erigido tanto para inspirar respeto como para desafiar al tiempo. Si hay una palabra que os puede venir a la mente al verlo es la siguiente: enorme. Podéis ver que prácticamente es una fortaleza, con paredes de troncos gigantescos que emanaban una antigüedad solemne. ¿Desde qué año estará construida? Los pilares que sostienen el tejado están tallados con intrincados motivos que representaban criaturas mitológicas, como dragones y lobos, enredados en batallas épicas. Las puertas dobles de entrada son imponentes, hechas de roble reforzado con bandas de hierro ennegrecido, y lucen un grabado central de un escudo rodeado de runas antiguas que sin duda deben significar algo, aunque de momento no sabéis qué.

El tejado del salón está cubierto de tejas de madera tratadas con alquitrán, inclinadas y reforzadas para evitar que la nieve acumulada lo venza. En los extremos, las esculturas de dragones se alzan con fauces abiertas, como si desafiaran al cielo nublado. Desde lo alto del edificio, una chimenea arroja humo negro que asciende lentamente hacia el cielo, mezclándose con la niebla y los copos de nieve. Ahí sin duda debe haber una cantidad de horas invertidas en la construcción que no os podéis imaginar. Pero el resultado es fascinante. Totalmente magestuoso.

Sin embargo, mientras contempláis el edificio, el sonido profundo y resonante de unas campanas rompe la tranquilidad que podéis estar experimentando. Tres campanadas largas y pausadas, seguidas por dos cortas, llenan el aire con una gravedad que hace que incluso los trabajadores más ocupados se detengan. Todos giran la cabeza hacia el salón de Hrothgard, como si esas campanadas tuvieran un significado especial.

El murmullo general se apaga, dejando paso a un silencio tenso. Las puertas del salón permanecen cerradas, pero un grupo de figuras comienza a congregarse frente a ellas. Se trata de guerreros altos y fornidos, vestidos con armaduras de cuero endurecido y capas de piel de lobo que ondean con la brisa. Cada uno portaba un escudo redondo adornado con símbolos que parecían identificar clanes o familias. ¿Qué intentan hacer allí?

En el aire, la tensión es palpable. Algunos de los locales murmuran entre ellos, mientras otros simplemente observaban en dirección al salón con expresiones graves. Un anciano de barba larga y canosa, apoyado en un bastón decorado con runas talladas, se encuentra junto a un grupo de niños que observan con una mezcla de curiosidad y temor.

Un hombre alto con una larga trenza rubia y un hacha colgada a la espalda se gira hacia uno de los locales que parecía tan desconcertado como cualquiera.

—¿Quién ha llegado ahora? —pregunta con voz grave, aunque no pareciera esperar respuesta inmediata.

La respuesta claramente está por venir, y podría tener su lugar en el salón de Hrothgard, un lugar que parece ser el centro de todo lo que ocurre en Skjoldheim.

Bienvenidos!

#1
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El frío de Skjoldheim mordía hasta los huesos, pero Ragn apenas lo notaba. Era un hijo de Elbaf, y el frío nunca había sido un enemigo para él. Con cada crujido de madera bajo sus pies y cada bocanada de aire helado que llenaba sus pulmones, sentía la misma emoción que le recorría el cuerpo cada vez que pisaba un lugar nuevo. Sobre su hombro, su hija Lilyd se balanceaba con naturalidad, sujetándose de su melena trenzada con una mano diminuta mientras mordisqueaba un pedazo de pan. Sus risas se mezclaban con el ruido del puerto, un sonido que lograba suavizar, aunque fuera un poco, la severidad del lugar. Con su brazo metálico, Ragn le daba un mordisco a una manzana que había conseguido en el mercado improvisado del puerto. No estaba del todo fresca, pero el sabor dulce le recordó un instante a los días más cálidos de Elbaf, cuando los manzanos florecían y el viento no era tan despiadado. Tenía una bolsa de ellas atada a la cintura. Una ligera sonrisa se asomó en su rostro, aunque no duró mucho. Sus ojos, acostumbrados a medir cada detalle en cualquier situación, observaban con atención el bullicio del puerto. Cada persona que cruzaba su camino parecía tener una historia grabada en sus rostros curtidos por el frío y el trabajo. Dios, adoraba a esta gente.

La capa de piel de lobo que llevaba sobre los hombros ondeaba ligeramente con la brisa, y aunque su porte ya era imponente por naturaleza, aquella prenda le daba un aire de realeza salvaje que pocos osaban ignorar. Caminaba junto a Airgid, con quien había decidido separarse de su grupo. Necesitaban explorar este lugar por su cuenta, sin las distracciones que el resto de los suyos siempre traían consigo. Ragn confiaba en su gente, pero a veces prefería el silencio y la calma que le permitían observar sin interrupciones. Sus pasos, lentos pero firmes, resonaban en los tablones del muelle mientras avanzaba hacia el pueblo. Los barcos mercantes y pesqueros a ambos lados del puerto le recordaban a los días en que los navíos de Elbaf regresaban llenos de tesoros o provisiones tras largas travesías. Le recordaba a su maestro Olfa entregandole armas de humanos derrotados, como si fueran juguetes. Pero algo en este lugar era diferente. Skjoldheim no era solo una isla más; era un reino en sí mismo, una tierra que parecía tallada a mano por los propios dioses. —Jamás pensé que encontraría algo así lejos de Elbaf. —Susurró, más para sí mismo que para cualquiera más, aunque Airgid podría escucharlo. Su voz, profunda como un trueno lejano, se perdió en el aire cargado de sal y frío. Era cierto. Había viajado por mares interminables, había visto tierras que otros solo podrían soñar, pero esta isla tenía algo especial. El olor a sal y humo, el crujido de la nieve bajo los pies de los locales, las runas que decoraban las pieles y los escudos... Todo hablaba de una cultura rica y antigua que le hacía sentir un extraño respeto, casi reverencia.

Lilyd tiró de su cabello, llamando su atención. Señaló los postes toscamente tallados que rodeaban el pueblo. Su voz infantil destacaba en medio de todo ese ambiente pesado. Ragn levantó la vista y entrecerró los ojos para examinar las figuras humanoides. Estatuas rústicas, casi primitivas, pero cargadas de un simbolismo que él no comprendía del todo. Chasqueó la lengua pensativo y le dio otro mordisco a su manzana antes de responder. —Guardianes, quizá. —Su tono era pensativo, como si estuviera reflexionando en voz alta. Luego, miró de reojo a Airgid, esperando escuchar su propia interpretación. Ella siempre veía cosas que a él se le escapaban. El retumbar de las campanas lo sacó de sus pensamientos. Se detuvo en seco, ajustando a Lilyd en su hombro para que no se tambaleara. Tres campanadas largas, dos cortas. En cuestión de segundos, el puerto entero pareció entrar en una pausa forzada. Ragn frunció el ceño mientras sus ojos se clavaban en el gran salón que se alzaba en el centro del pueblo. El lugar parecía ser el corazón de la isla, el eje alrededor del cual todo giraba. Y ahora, algo estaba ocurriendo allí.

Interesante... —Volvió a susurrar, más para sí mismo que para nadie más, esta vez sí. Ajustó la capa de piel de lobo sobre sus hombros y comenzó a caminar de nuevo, esta vez con un propósito más claro. Skjoldheim había captado su atención, y Ragn no podía ignorar un desafío cuando lo veía venir. La bienvenida la daría un tipo de aspecto particularmente imponente, ¿pero era una bienvenida realmente? el vikingo de ojo azules activó su potente haki para intentar medir aquel tipo y de paso, conocer exactamente la gente que había en aquel lugar. Además utilizó una habilidad desarrollada en Cozia, que se trataba en de ocultar su propia presencia, algo bastante util.

Percepción III
KENB601
KENBUNSHOKU
Haki intermedio
Tier 6
22/11/2024
9
Costo de Haki por Turno
2
Enfriamiento
Permite al usuario percibir con precisión la presencia de otros seres vivos en un área, siendo capaz de apreciar las emociones que exterioricen y de forma superficial las hostilidades que realmente tienen. Así como estimar de forma general quién es alguien más fuerte o más débil que él. Si lo activa puede anticiparse a un ataque obteniendo para ello un bono de +10 [Reflejos].
Área: [VOLx15] metros | +10 [REF]

Sigilo del Haki I
KENB602
KENBUNSHOKU
Haki intermedio
Tier 6
24/11/2024
20
Costo de Haki por Turno
2
Enfriamiento
El usuario puede de manera activa ocultar parte de su presencia para disimular su propia presencia y energía vital, haciendo más difícil que otros usuarios de Kenbunshoku Haki lo detecten o estimen su fuerza con precisión. Lograra engañarlos siempre que su Voluntad sea superior a la Voluntad de quien lo intenta percibir.


Info

Estadisticas
#2
Airgid Vanaidiam
Metalhead
11 de Invierno

Personaje


Frío... Airgid odiaba el frío. Acostumbrada a los climas cálidos, a la humedad del verano y a broncearse en la playa, aquel paraje congelado se le antojaba un infierno blanco. Era precioso, eso sí, pero supo desde el principio que tendría que poner especial atención a abrigarse bien, tanto ella como sus hijos. La rubia vestía con un body de color oscuro, de mangas largas y un bonito escote de hombros caídos, sencillo pero ciertamente elegante. En la parte de abajo llevaba unos pantalones como los que tanto acosumbraba a vestir, llenos de bolsillos por todos lados, seguidos finalmente por unas botas robustas. Y por último, un par de guantes. Su implante quedaba oculto tras la tela del pantalón, aunque si te fijabas un poco, podías ver que parecía ser más grande que la otra debido a la estructura de metal. Sobre sus hombros colgaba una capa de piel blanca que Ragnheidr le consiguió, y con ella tapaba tanto la mochila que llevaba a la espalda, como a las dos criaturitas que se aferraban a su torso. Además de un pequeño detalle. Al pasar por Kilombo, antes de zarpar hacia al North, pudo revisar unas cuantas cosas de su hogar, de su familia, y encontró una bonita mantita que resultaba especialmente abrigada, así que se la colocó por encima tanto a ella como a sus hijos. Tenía pinta de haber pertenecido a su madre.

Esa mañana, Ragnheidr y ella habían decidido separarse un poco del resto del grupo, no por nada en especial, simplemente había surgido de manera natural. Eran pareja, eran familia, y a veces apetecía estar un poco solos, recuperando también el tiempo en otoño que habían estado separados. En el puerto, caminando junto a él, la rubia se terminaba su refresco y procedía a guardarse la lata vacía en uno de los bolsillos de su pantalón. Gunnr parecía curiosa e intentaba quitársela de las manos, como si los potitos no fueran suficiente para ella. Herold en cambio estaba demasiado atento a su entorno como para prestarle atención a su madre. Parecía completamente embelesado por la nieve, los edificios gigantes y esas extrañas y toscas figuras de madera. Airgid escuchó entonces el comentario de Ragnheidr sobre Elbaf, y esbozó una sonrisa, dirigiéndole la mirada. — Es precioso. ¿Pero también hace este frío? — Le preguntó, un poco de broma, pero con verdadera curiosidad por conocer aquella isla. Estaba segura de que algún día llegarían, aunque no había prisa alguna. Airgid prefería que sus hijos fueran algo más mayores, así podrían recordarlo bien una vez estuvieran allí.

El lugar emanaba un aura de misticismo y poder como ninguna otra isla que Airgid hubiera visitado antes, invitándola a seguir explorando, a seguir conociendo, sabiendo que Ragnheidr tenía las mismas ganas, o incluso más. A los tres bebés les llamó la atención la misma cosa: las figuras de madera. Se asemejaban a humanos, o al menos tenían la misma forma, pero eran grandes, colocados de forma circular. Ragn sacó su propia conclusión en voz alta, y al notar su mirada, Airgid sacó la suya. — Están protegiendo al pueblo, mirad, forman un círculo alrededor. — Lo acompañó con un gesto, trazando la misma forma con el dedo para explicárselo a los pequeños, que aunque la miraron con los ojos brillantes, no entendieron ni papa. La verdad es que Ragn había estado muy acertado, o al menos lo mismo pensó ella, pues ese tipo de alineación siempre solía atribuirse a la protección. Otorgaban estabilidad y seguridad. Había muchos mensajes sutiles que se podían interpretar de prácticamente cualquier cosa, y más en un lugar que destilaba tanta historia.

Sonaron entonces las cinco campanadas. A Gunnr no le gustó nada ese ruido tan estruendoso, arrugando un poco el rostro mientras los demás se limitaban a observar lo que aquello podía significar. El comienzo de algo, eso estaba claro, y ocurriría en aquel gran salón que se alzaba en medio de todo, hacia donde todos los presentes giraron sus miradas. Airgid siguió a Ragnheidr de cerca, tremendamente curiosa. En su lado izquierdo, Gunnr había empezado a hacer ruiditos, aún permanecía en ella la incomodidad de las campanadas, así que Airgid la rodeó con el brazo, buscando acallar su ansiedad. Unos hombres comenzaron a congregarse frente al salón, portando armaduras y unos curiosos escudos con símbolos distintivos. Airgid apartó la mirada, solo un segundo, para fijarse en aquel anciano con bastón, rodeado de niños, dedicándoles una sonrisa. A Gunnr se le había pasado un poco el susto, pero Herold ni siquiera llegó a sentirlo, completamente inmerso en lo que sucedía con los hombres y el salón. Se podría decir que Airgid estaba algo relajada en aquel ambiente que parecía ser amistoso, y también sentía calma, porque estaba con Ragnheidr, y porque sabía que iba equipada hasta los dientes, preparada por si ocurría cualquier cosa.



Resumen

Inventario

VYD
#3
Octojin
El terror blanco
Skjoldheim os rodea con su gélido abrazo, mientras la nieve empieza a caer en un lento y casi hipnótico vaivén. No parece que vaya a ir a más, y no es nada molesto, pero mira, los niños verán la nieve por primera vez. Un saludito de su tío Octo, que va a hacer que vivan muchas primeras experiencias en esta aventura, ya veréis.

Desde vuestra posición, observáis cómo aquellos guerreros fornidos, con sus armaduras cubiertas de cuero endurecido y escudos redondos y de diversas formas, entran al edificio imponente. Su andar es firme, decidido, y no intercambian palabras mientras avanzan hacia las enormes puertas de madera del salón de Hrothgard. Es como si supieran a que van, aunque bueno, tendría todo el sentido del mundo que realmente supieran a qué van, ¿no? Una vez dentro, las puertas se cierran con un sonido seco y grave, como un tambor que marca el final de algo importante.

La brisa helada sigue jugueteando con los copos, y a vuestro alrededor, los locales han retomado sus actividades, aunque el puerto parece menos bullicioso ahora que antes. La atención de todos había estado centrada en el gran salón, pero las campanas han cesado, y la puerta ya no deja ver nada más, así que la vida en el muelle parece retomar su ritmo habitual, aunque más pausado. Algunos murmullos aún flotan en el aire, pero se desvanecen con rapidez.

Las voces alrededor parecen retomar cierta normalidad, pero no dejan de lado la curiosidad. Alcanzáis a escuchar fragmentos de conversaciones, aunque no parecen tener un mensaje muy claro. Son meras suposiciones.

—Es una reunión de emergencia con el Jarl…
—¿Crees que sea por los forasteros que llegaron esta semana?
—No, esto es más grande. Algo está ocurriendo más allá de los mares… Quizá en los fiordos.

Aunque los detalles son escasos, queda claro que lo que está pasando dentro del salón tiene peso, quizás incluso para la propia Skjoldheim. Sin embargo, la gente deja de mirar al gran edificio, como si su curiosidad fuera un lujo que no pueden permitirse, y vuelven a sus tareas. Poco a poco, el bullicio del puerto recupera su tono habitual, aunque sigue siendo más silencioso de lo que esperabais para un lugar de esta envergadura. Y hay bastante menos gente que antes.

Pese al frío y la nieve cayendo, el día parece propicio para explorar. Los rayos de un sol tímido se filtran entre las nubes grises, reflejándose en la nieve y creando destellos que iluminan tenuemente el paisaje. Desde aquí, las opciones parecen infinitas, cada una más tentadora que la anterior. Esta isla es inmensa y tiene muchas cosas qué hacer. ¿Qué haréis, parejita?

Podéis acercaros al salón de Hrothgard, aunque los guardias que aún permanecen en su entrada parecen poco inclinados a charlas casuales. Quizá podáis preguntar a algún local más dispuesto a compartir algo sobre lo que está ocurriendo, si lográis ganaros su confianza.

A lo lejos, un monte cubierto de nieve se alza majestuoso, llamando la atención con su imponente presencia. Tal vez su exploración revele algo más sobre la cultura y la historia de la isla. También podéis dirigiros hacia el bosque que rodea la villa, donde los troncos altos y oscuros de los árboles crean un paisaje que parece sacado de una historia antigua.

Si preferís un enfoque más práctico, los astilleros al este podrían ser una buena opción. Desde el puerto, podéis ver estructuras robustas y hombres trabajando con rapidez, aunque con algo menos de fervor tras las campanadas. Allí podrían ofreceros no solo un refugio temporal del frío, sino también una perspectiva única sobre los barcos que conectan Skjoldheim con el resto del mundo. ¿Cómo serán esas embarcaciones creadas por esta gente?

Todo depende de vosotros y de vuestros pasos. La isla os ofrece múltiples caminos, y cada uno parece tener su propio ritmo y misterio, esperando para ser descubierto.
#4
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
La nieve caía lenta y tranquila, creando un escenario tan sereno como bello. Ragn sintió el peso ligero pero presente de su pequeña sobre sus hombros, la pequeña alzando las manos como si pudiera atrapar los copos que caían. Herold, pegado al torso de Airgid, estaba igual de maravillado, sus ojos grandes reflejando la blanca inmensidad que los rodeaba. El rubio echó un vistazo a su pareja, sonriendo al verla tan metida en el momento, con la nieve posándose suavemente sobre su capa de piel. Parecía tan a gusto, tan natural en este ambiente gélido, pese a sus constantes quejas del frío. Eso sí, Ragn sabía que ella siempre encontraba la manera de adaptarse y hacer que todo pareciera más fácil de lo que era. —¿Qué dices, Airgid? —preguntó Ragn, con una voz grave pero cálida, mientras alzaba ligeramente las cejas y giraba el rostro hacia ella. Sus ojos claros reflejaban un entusiasmo que era imposible disimular. — ¿Te apetece que vayamos a esas montañas? Seguro que a los niños les encantará ver la nieve desde lo alto. Y quién sabe, tal vez descubramos algo interesante por el camino.—[ Los niños estaban alucinando con la nieve y por qué no, tampoco tenían un objetivo claro, podían distraerse lo que quisieran.

Gunnr soltó una risita al escuchar el tono animado de su padre, como si entendiera la propuesta, mientras agitaba los pies con emoción. Ragn le dio un par de golpecitos suaves en las piernitas, riendo bajo. Por un momento, pareció más un gigante juguetón que un guerrero curtido.—Podríamos tomarnos el día para explorar con calma. —Añadió, volviendo la mirada hacia las montañas al fondo, cuya silueta destacaba entre la bruma y la nieve.— Hay algo en este lugar... No sé. Me recuerda a los cuentos de Elbaf, como si las montañas fueran guardianas de historias antiguas. Me encantaría saber si tiene alguna conexión con mi tierra. Siento que es posible. —Era innegable, el olor a hogar, el frío pegandose en los huesos, el tipo de gente que veías ... En general, la isla. Hizo una pausa, observando a Airgid mientras acariciaba suavemente la manita de Gunnr, que ahora había empezado a golpear su cabeza con delicadeza, como si quisiera llamar su atención.

Además... estoy seguro de que esos dos querrán jugar con la nieve antes de que el día acabe. ¿Qué dices, mamá? —Terminó con un tono un poco más desenfadado, esbozando una sonrisa que buscaba contagiar su entusiasmo. La brisa helada rozó su rostro, pero no pareció importarle. Aquí, con ella y los pequeños, el frío no tenía mucho poder. No se le daba bien ese tipo de mood. Pero este Ragn no era el mismo que antes, al igual que su habla había cambiado perfectamente (el día que Airgid se entere de por qué, igual le da un patatús) su forma de afrontar los retos o simplemente las situaciones, también eran diferentes.

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#5
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Los guerreros pasaron y entraron al salón, dejando a su público un poco chafado, o al menos esa fue la impresión de Airgid, que se esperaba no sé, algún discurso, una presentación, un espectáculo... pero no, sabían a dónde tenían que ir y lo hicieron sin más. La gente alrededor acabó volviendo a sus propios asuntos, eso sí, con un aire de misterio que rodeó toda la zona. Airgid llegó a escuchar algunos susurros, sacando sus propias conclusiones acerca de lo que acababa de pasar. Al parecer había problemas en la isla, lo que tampoco le resultaba extraño, pero no eran lo suficientemente preocupantes como para alarmar a la población, no todavía. Airgid sintió un cosquilleo en la cabeza que la invitaba a seguir investigando, pero las palabras de Ragnheidr la devolvieron a la realidad.

Observó a su alrededor, pero no a la gente, sino al paraje que se extendía más allá del poblado. Las montañas se veían majestuosas e imponentes, reflejando los rayos del sol sobre su superficie nevada. Hacía un día precioso para perderse. Ya solo aquella propuesta la convenció completamente, más aún cuando escuchó a Ragnheidr mencionar su especial curiosidad con aquella zona montañosa. Había algo en ellas que le recordaba a los cuentos de su tierra, llenos de misticismo y magia. Y era una ocasión perfecta para que los pequeños conocieran la nieve, algo a lo que tendrían que ir acostumbrándose, viendo el panorama de la situación. El recorrido visual acabó cuando llegó a Ragnheidr. Estaba tan guapo, con esa fina capa de nieve por encima, la capa de piel... era como un animal en su entorno natural, en su hábitat. — Yo también lo siento. Es esta isla, es como si reinara un poder... antiguo en ella. — Era difícil de explicar, pero parecía que ambos compartían la misma impresión.

Airgid esbozó entonces una enorme y blanca sonrisa, dirigiéndose ahora a los dos niños que tenía ajustados en su pecho y los rodeó con ambos brazos. Estaban monísimos, con la mantita envolviendo sus cuerpos y la nieve cayéndoles delicadamente sobre la cabeza. —¿Qué decís, vamos a pasar el día en la montaña? ¿Sí? — Les habló directamente a ellos, dando un par de botecitos sobre el suelo, buscando animar a los pequeños. Aún no entendían las palabras, pero a veces parecían entender perfectamente a lo que se referían solo con los gestos o el tono de la voz. Los buccaneers, que ya empezaban a pesar, por cierto, miraron a su madre y comenzaron a reír, dándose cuenta de que estaba haciendo el tonto. — ¡Venga, vamos! — Airgid fue la primera en comenzar la marcha, y de qué manera.

Salió corriendo, aferrando a los niños en su pecho y escuchando sus risas con cada nuevo paso que la mujer daba hacia delante. Sus cabellos rubios revoloteaban por el aire congelado, revelando unas pocas trencitas que se había hecho en diferentes mechones, como si quisiera parecer una más de la isla. Ah, cómo adoraba correr. Desde que se puso el implante nuevo, Airgid aprovechaba cualquier ocasión para echarse una carrera, iba a todos lados corriendo si podía. Aunque esta vez tampoco fue muy rápida, tratando de no adelantarse demasiado, mirando de vez en cuando hacia atrás para buscar a Ragnheidr y a Lillyd.



Resumen

VYD

Estadísticas
#6
Octojin
El terror blanco
La nieve cae despacio mientras avanzáis por las calles del poblado, y aunque el frío es notable, no consigue apagar el calor de la emoción que se palpa entre vosotros. A vuestro paso, los habitantes de Skjoldheim os miran con una curiosidad pasajera, pero ninguno parece tener la intención de detenerse. Debe ser que no suelen tener muchos forasteros con esa energía y vitalidad a pesar del frío. Aún así, notaréis alguna que otra mirada furtiva por su parte. Cada uno está inmerso en sus quehaceres, aunque el misterio de lo que ocurre en el salón de Hrothgard parece rondar en el aire como si de un murmullo silenciado se tratase.

Pasáis cerca del gran edificio, imponente como un guardián inmortal. A su puerta, dos guardias vigilan que nadie entre sin autorización, y aunque parecen aburridos de estar ahí parados, siguen realizando su trabajo con profesionalidad. La estructura de madera y piedra sigue irradiando ese aura de autoridad y antigüedad que resulta casi palpable en muchos de los edificios de esta gran isla. Es entonces cuando, gracias a tu haki de observación, Ragn, comienzas a sentir las presencias en su interior. Son muchas, tal vez cuarenta, quizá cuarenta y cinco. La mayoría parecen estar reunidas en una sala central, concentradas en un único punto. A ojo y sin pararte a contarlas una a una dirías que pueden ser unas treinta. A medida que te enfocas más, percibes cómo las fuerzas varían entre ellos. Diez presencias te resultan familiares en su intensidad, como si fueran equiparables a la tuya. Sin embargo, hay tres o cuatro que destacan, superándote ligeramente, mientras que el resto están un poco por debajo de tu nivel. Las demás presencias son más débiles, quizá guardias o luchadores con menos poderío, o puede que incluso sirvientes, pero están ahí, como un reflejo menor dentro de ese conjunto. ¿Qué diablos estarán hablando ahí? Me vais a dejar con la intriga en esta historia... Y yo que quería saber de qué hablaban. En fin, no pasa nada, os lo perdono porque sois vosotros.

Las puertas del salón permanecen cerradas, como si resguardaran el corazón de un misterio que no quiere revelarse —y que parece que no se revelará por ahora, porque los protagonistas quieren jugar con la nieve. En fin, la hipotenusa—. Airgid, ¿estás notando esas miradas? Si te giras notarás que no son directamente hacia ti, sino al edificio, aunque el interés general parece haber menguado. La vida en el poblado vuelve lentamente a la normalidad, y la curiosidad de los locales se disipa como el humo que sale de las chimeneas. Una pena, nos quedamos sin salseo. Por ahora.

Continuáis vuestro camino hacia las montañas, dejando atrás el bullicio de la villa. El paisaje empieza a cambiar. A medida que os alejáis del centro, las casas se vuelven menos frecuentes, y los caminos se estrechan, dando paso a la naturaleza del lugar. La nieve cruje bajo vuestras botas, y un silencio agradable reemplaza el ruido de la vida cotidiana. Los árboles os rodean con sus altos troncos oscuros, algunos cargados con gruesas capas de nieve que parecen a punto de caer con el más mínimo movimiento.

Finalmente, al llegar a la base de la montaña, os encontráis con una bifurcación. Dos caminos se abren ante vosotros. El primero, una senda más inclinada, parece llevaros directamente hacia lo alto, pero promete un esfuerzo bastante más intenso que el otro. El segundo, en cambio, es un sendero más suave que bordea la montaña, extendiéndose hacia lo que parece ser su parte trasera que, por otro lado, no sabemos si tendrá una inclinación tan elevada. Ambos tienen su encanto, pero requieren una decisión. No parece muy difícil, y seguro que nuestra pareja favorita llega a un consenso en esto, ¿verdad?

Pero... Espera… Algo capta vuestra atención. A lo lejos, justo donde la inclinación del terreno comienza a ser más pronunciada, hay un rastro que no pasa desapercibido. Sobre la nieve blanca, manchas de color rojo oscuro se extienden de manera irregular. Parece sangre, aunque la distancia no os permite determinar su origen o extensión. A ojo diría que estarán a unos doscientos metros. Quizá un poco más.

Ragn, si sigues usando tu haki de observación, no detectarás ninguna presencia en las cercanías. Joder, qué tensión. La nieve sigue cayendo suavemente, cubriendo parte del rastro, pero todavía es visible. ¿Significará eso que esa sustancia lleva ahí poco tiempo? Quién sabe. Si os fijáis la nieve cae tan lentamente que no termina de taparla, así que no es muy seguro. Por cierto, Lilyd, desde los hombros de Ragn, no deja de señalar hacia el monte, como si su intuición infantil captara algo que vosotros aún no entendéis. Oye, no tendrá super-poderes esta niña, ¿no? Yo no narro cosas raras, os aviso.

En fin, que la decisión queda en vuestras manos. Podéis acercaros al rastro y descubrir qué lo causó, o seguir avanzando hacia las alturas. La montaña parece tranquila, pero su manto de nieve podría estar ocultando más secretos de los que aparenta.
#7
Ragnheidr Grosdttir
Stormbreaker
El crujido de la nieve bajo las botas de Ragn era constante, un sonido que se mezclaba con la respiración pausada de quien está acostumbrado a caminar en terrenos hostiles. A su alrededor, la nieve caía despacio, cubriendo con su manto blanco el paisaje cada vez más agreste. Lillyd, desde su puesto privilegiado en sus hombros, estaba inquieta, señalando con entusiasmo hacia la montaña mientras balbuceaba cosas que ni siquiera Ragn, con su paciencia de gigante, podía descifrar del todo. Aun así, su mirada iba hacia donde ella apuntaba, atento a cualquier señal. Por un instante, la masa de músculos que conformaba el cuerpo del vikingo frenó. Lo que ocultaba aquel impresionante edificio, los hombres o mujeres que estaban dentro ... Pero no, ahora tenía hijos, debía protegerlos, no podía lanzarse contra lo que fuera sin pensar antes.

El viento era frío, pero no insoportable. Las capas de nieve acumulada sobre los árboles y el suelo creaban una especie de silencio natural, como si la montaña quisiera amortiguar cualquier ruido innecesario. Cada vez que Lillyd señalaba, Ragn sonreía apenas, más por el calor que le provocaba su entusiasmo que por la certeza de saber qué podría haber allí. A su lado, Airgid caminaba con calma, aunque Ragn no pudo evitar notar cómo su mirada era mucho más analítica que la de él, como si sus ojos buscaran algo en particular entre los árboles y el terreno. Eso era bueno.  A medida que avanzaban, las casas del poblado quedaron atrás, perdiéndose entre la niebla y los copos de nieve. Los caminos eran cada vez menos transitados, apenas visibles, como si pocos osaran aventurarse más allá del perímetro habitual del pueblo. Los árboles, altos y oscuros, parecían custodiar el sendero con su presencia imponente. Las ramas, cargadas de nieve, se inclinaban suavemente con el peso acumulado, y de vez en cuando, una masa de nieve caía al suelo, rompiendo el silencio con un sonido sordo. Fue entonces cuando Ragn lo vio. A lo lejos, justo donde la inclinación del terreno comenzaba a empinarse, un rastro irregular manchaba la pureza de la nieve. Manchas de un rojo oscuro que parecían extenderse como una línea rota y desordenada. Frunció el ceño, deteniéndose un momento para observar mejor. Su haki de observación le dijo que no había nadie en las cercanías, pero aquello no calmaba su creciente curiosidad. —Sangre. —Su voz resonó como un trueno suave, grave y directa. Lillyd dejó de señalar por un momento y se quedó en silencio, como si la seriedad en el tono de su padre hubiera captado incluso su atención.

Sin más palabras, Ragn comenzó a avanzar hacia el rastro. Cada paso que daba era firme, calculado, el andar de alguien que sabía que cualquier movimiento en falso podría traicionarle. Mientras tanto, la nieve seguía cayendo, lenta pero constante, intentando borrar las huellas de lo que había ocurrido allí. Cuando llegó al lugar, Ragn se agachó con cuidado, haciendo que Lillyd descendiera de sus hombros y se quedara al lado de Airgid. Con su brazo metálico, apartó un poco de nieve fresca que comenzaba a cubrir las manchas, revelando una mayor extensión del rastro. El rojo contrastaba de manera casi dolorosa contra el blanco puro de la nieve, un recordatorio de que la vida y la muerte podían encontrarse en cualquier rincón, incluso en un lugar tan silencioso como este.

Con un movimiento lento, Ragn extendió su mano humana y tocó la sangre. Era fría, como cabía esperar, pero todavía húmeda, lo que indicaba que no llevaba mucho tiempo allí. Se frotó los dedos con cuidado, observando la textura y el color, intentando sacar alguna conclusión de lo poco que tenía frente a él. —No está congelada del todo. —Comentó, más para sí mismo que para los demás. —Esto no lleva aquí mucho tiempo. Sea lo que sea, ocurrió hace poco.— Esto de pensar como un padre, era un jaleo. La sangre le pedía investigar, ¿pero sería lo mejor en aquel momento?  Se levantó, su figura gigantesca proyectando una sombra que parecía devorar el rastro a sus pies. Miró hacia las montañas, hacia el lugar donde parecía perderse el camino. Algo no le cuadraba. No había presencia alguna en los alrededores, y, sin embargo, la sangre estaba ahí, como una señal dejada deliberadamente o como el rastro de algo que había escapado. —Algo... o alguien... —Dijo en voz baja, girando la cabeza hacia Airgid, buscando su opinión con la mirada. Mientras tanto, Lillyd, agarrada a la capa de piel de lobo de su padre, parecía ansiosa por seguir explorando.

El viento sopló con más fuerza por un momento, haciendo que la capa de Ragn ondeara tras él, como si el mismo aire intentara advertirles de que la montaña guardaba secretos que quizá no estaban preparados para descubrir. — Podría ser peligroso. — Miró a sus hijos. — Pero también divertido. — Se le escapó una sonrisa.


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#8
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Puede que lo normal fuera interesarse por lo que el salón escondía, por aquellos guerreros y la urgencia con la que se habían adentrado en el edificio. Todo el mundo hablaba de ello alrededor de Airgid, y aunque Airgid se consideraba una mujer curiosa hasta la médula, sintió que, por algún motivo, debía centrar su atención en las montañas, en la excursión que acababan de planear de forma espontánea. Mañana sería otro día para la política y las guerras, para las preocupaciones y los conflictos; hoy por hoy, su prioridad era pasar tiempo con su familia. Por muy cursi que pudiera sonar. Y quién sabe, puede que Umibozu, Asradi, Ubben o Sasurai escucharan algo acerca de lo que ocurría en la isla, sin necesidad de tener que preocuparse ellos.

Comenzaron a salir de la aldea, adentrándose cada vez más en la naturaleza, en el bosque. Las copas de los árboles servían como paraguas para evitar que demasiada nieve cayera sobre sus cabezas, aún así, a cada ratito, Airgid les limpiaba los pequeños mechones a sus hijos y les aferraba la manta por encima. Estaban encantados de salir por ahí, y es que prácticamente desde que nacieron, Airgid ya les acostumbró a viajar de un lado para otro, ya fuera en barco o a pie. Incluso en pulpo volador. Era mucho más de lo que podían decir otros bebés. Y justamente por eso mismo, por haberles llevado a tantos sitios, estaba también tremendamente acostumbrada a estar alerta, observando a su alrededor con una mirada fija y calculadora, notando constantemente el peso de las armas que guardaba en su mochila, en la espalda. Como un animal que protege a sus cachorros. Aunque debía admitir que, con la compañía de Ragnheidr, se sentía protegida y con la confianza suficiente como para no tener que activar siquiera su haki de observación. Lo que significaba mucho, porque había llegado a un punto en el que estaba acostumbrada a tenerlo casi siempre activado. Al pensar en ello le miró de reojo, lanzándole una sonrisa que el vikingo no fue capaz de ver, mirando al horizonte.

Notó entonces el cambio en su mirada, la leve arruga de su frente al fruncir el ceño: había visto algo. Más allá, en la bifurcación del camino que se dirigía hacia arriba, había una mancha que destacaba llamativamente sobre el blanco de la nieve. Su color no dejaba demasiado margen a la imaginación, y Ragnheidr confirmó sus pensamientos en voz alta. Bueno, habían venido en busca de aventura, ¿no? No hizo falta que ninguno dijera nada más, porque ambos estuvieron compenetrados al seguir avanzando, tratando de alcanzar el rastro, cada vez más claro. Atrás quedaron los árboles mientras se acercaban a la colina, con pasos firmes, dejando profundas huellas en la nieve tras de sí. Ese pensamiento hizo que Airgid mirara hacia atrás por un momento, observando el rastro de ambos, y no le hizo especial gracia que fuera tan visible... puede que solo estuviera siendo un poco paranóica. Era difícil no serlo después de lo que vivieron en la taberna en Oykot, después de saber que prácticamente, allá donde fueran, tenían una diana dibujada en la cabeza. Tras soltar un rápido suspiro, volvió a centrarse en el frente, tranquilizada por la presencia de Ragnheidr y las caras adorables de sus hijos.

Finalmente alcanzaron la mancha carmesí. La rubia observó al vikingo actuar, dejar a Lilyd en el suelo y agacharse para palpar el líquido. Airgid enseguida se agachó también, pero para tomar a la niña entre sus brazos. No le hacía gracia que se resfriara, o que se acercase a la sangre. Tenía hijos demasiado curiosos, ¿de quién lo habrían heredado? Notó en las suposiciones de Ragnheidr que se moría por investigar, lo que le sacó una sonrisa. — Puede que haya alguien herido. O que sea zona de cazadores. — Intentaba no ponerse en lo peor. Pensar que lo más sencillo, solía ser la respuesta. Pero lo cierto es que en aquella tierra salvaje, llena de guerreros, lo más común podía ser una guerra o una matanza. No, no había tanta sangre como para que fuera el escenario de un crimen... Joder, la verdad es que a ella también le daba mucha curiosidad. Se mordió ligeramente la lengua, señal de su nerviosismo, entusiasmo, miedo, no por ella precisamente. — Bueno, hemos venido a explorar, ¿no? A buscar aventuras. — Dijo animada. Entonces tomó el brazo de Ragnheidr, buscando un momento de contacto, de calidez, de conexión. A pesar del tono que había empleado, alegre y lleno de entusiasmo, la mirada que le lanzó a su pareja transmitía cierta preocupación. — Si notas cualquier cosa... avísame. — Sabía que el control de Ragnheidr sobre el haki de observación era superior al suyo, así que depositó toda su confianza en él. Posó un suave beso sobre su piel antes de soltarle, antes de seguir el camino que ascendía por la montaña, aquel que incluso su hija Lilyd parecía entusiasmada por descubrir.



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VYD

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#9
Octojin
El terror blanco
La nieve sigue cayendo despacio mientras continuáis avanzando y el bosque os rodea con su tranquilidad invernal. Los troncos altos y oscuros de los árboles parecen gigantes inmutables, mientras las ramas cargadas de nieve se curvan levemente con el peso del propio agua helada. Cada tanto, un montón de nieve cae de alguna rama con un sonido sordo, interrumpiendo el casi absoluto silencio del lugar. Durante vuestro camino son varios los montones que caen cerca de vosotros, pero ninguno os logra impactar. Tampoco es que os fuera a hacer mucho, más allá de bajaros la temperatura corporal un poco. Aunque si le cae a uno de los niños... Bueno, no nos pongamos a pensar en esas cosas, ¿no?

A vuestros pies, el camino sigue siendo visible, aunque la nieve fresca y la que cae de los árboles lo borran parcialmente. Aquí y allá, las pisadas de algún animal o persona se mezclan con las huellas de vuestras propias botas. No os es muy fácil seguir el rastro, puesto que desaparece y aparece poco a poco, pero lo conseguís hacer.

El aire está cargado con ese frío limpio que hace arder ligeramente los pulmones. Las risas de los niños ante tantos estímulos añaden un toque cálido al entorno, un contraste con la atmósfera algo opresiva del bosque. No hay viento, solo el sonido de vuestra marcha y el crujir constante de la nieve bajo vuestros pasos.

Han pasado unos cinco minutos desde que os adentrasteis en el bosque cuando, de repente, Ragn siente algo. Es una presencia poderosa, incluso más fuerte que la suya propia. Pero hay algo extraño: esa fuerza está debilitada, como si estuviera al borde del colapso. La sensación es clara y no admite dudas.

La presencia no está lejos, pero algo en ella es distinto. Ragn, puedes intuir que algo importante está sucediendo, la presencia que notas, pese a ser muy poderosa, la notas ciertamente debilitada. Mucho, dirías. Imagino que querréis llegar hasta esa presencia, ¿no? Si lo intentáis, notaréis cómo el paisaje comienza a cambiar. Los árboles son más gruesos ahí, y el terreno se vuelve ligeramente más inclinado. Entonces, la veis.

Apoyada contra un árbol, está una mujer imponente, aunque claramente al borde del colapso. Su cuerpo está cubierto de sangre, que mancha la nieve a su alrededor. Su cabello largo, de un moreno sucio, está enredado y manchado, y su rostro, de facciones afiladas y marcadas por la sangre, está torcido en una mueca de dolor. Sus ojos, de un azul helado, os observan con una mezcla de hostilidad y agotamiento.

La mujer


Lleva una armadura ligera de cuero endurecido, adornada con grabados rúnicos que apenas son visibles entre la sangre y la suciedad. En una mano sostiene un arma, una lanza con la punta astillada pero aún amenazante. En la otra, presiona una herida profunda en su costado. Cada respiración que toma es pesada, como si le costara mantenerse consciente.

—¿Quiénes sois vosotros? —pregunta con voz ronca, entrecortada. Sus palabras tienen un acento extraño, uno que no reconocéis del todo, y su tono es claramente hostil. La lanza tiembla levemente en su mano mientras os apunta, pero su determinación es palpable a pesar de su estado. Podéis notar que es poderosa, y una guerrera, desde luego. Sus facciones indican que podría ser una buccaneer.

Aunque eso no es todo. Algo más llama vuestra atención. Sobre las ramas de los árboles cercanos, una bandada de cuervos os observa en completo silencio. Sus plumas negras contrastan con el blanco puro del paisaje, y sus ojos brillan con una inteligencia inquietante. Hay algo extraño en ellos, algo que hace que su presencia sea casi tan imponente como la de la mujer.

El aire parece más pesado aquí, cargado con una tensión que no habíais sentido antes. Los cuervos no se mueven, no graznan, solo observan. La mujer jadea, claramente luchando por mantenerse en pie, pero su mirada no vacila mientras espera vuestra respuesta. 

El silencio del bosque os envuelve, junto a la situación. El único sonido es el de vuestra respiración y el leve crujir de la nieve bajo vuestros pies si os movéis. La mujer no baja su arma, y los cuervos parecen no quitaros los ojos de encima. La escena es inquietante, como si el bosque entero estuviera conteniendo la respiración, esperando vuestro siguiente movimiento.

#10


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