¿Sabías que…?
... un concepto de isla Yotsuba está inspirado en los juegos de Pokemon de tercera generación.
Tema cerrado 
[Autonarrada] Buscando un poco de fariña [T2]
Ed Contróy
Camaleón Escarlata
6 de invierno

Contróy caminaba por las calles desiertas de una ciudad que nunca dormía del todo. Las luces de neón parpadeaban, reflejándose en los charcos de lluvia sucia, y el aire olía a aceite quemado y desesperación. Bajo su abrigo largo y negro, su silueta se fundía con las sombras. Sus ojos rojos, brillantes como carbones encendidos, captaban cada detalle a su alrededor. Sabía lo que buscaba: una nueva remesa de Empisexsi, esa droga rara y codiciada que, en su caso, era casi como una extensión de su personalidad. Esa noche, un rumor lo había llevado hasta los confines más oscuros del puerto industrial. Un almacén abandonado, donde decían que un nuevo lote estaba esperando ser distribuido. La entrada estaba custodiada por un tipo corpulento, con un rostro inexpresivo como una pared. Contróy no perdió el tiempo. Lo esquivó entrando por una ventana rota en el costado del edificio. Sus movimientos eran fluidos, casi como los de un espectro. En el interior, el ambiente era denso, cargado de olor a químicos y pólvora. Había cajas por todas partes, y voces susurrantes que venían desde el fondo del almacén. Entre las sombras, vio lo que buscaba: un maletín abierto sobre una mesa metálica, lleno de pequeñas pastillas color marfil. Pero no estaba solo.Había un hombre delgado y nervioso revoloteando alrededor del maletín, y... algo más. En una cuna improvisada, hecha de cajas y mantas, un bebé lloriqueaba con un sonido suave pero constante.

—Así que viniste —dijo una voz grave desde las sombras. Un hombre salió al paso. Alto, con un rostro curtido y cicatrices que hablaban de demasiadas peleas ganadas y demasiados días vividos. Era Nikolai, un viejo conocido de Contróy. No amigos, ni siquiera aliados. Simplemente dos piezas del mismo tablero, moviéndose en direcciones opuestas. —La Empisexsi. ¿Cuánto? —preguntó Contróy, directo al grano. Nikolai sonrió, pero era una sonrisa cruel. —No es tan simple esta vez. ¿Ves a ese niño? —Señaló la cuna con la cabeza—. Es... un inconveniente. Su madre no cumplió con el trato, y ahora él es mi problema. Hazte cargo de él, y el lote es tuyo.— El tiempo pareció congelarse. Contróy sintió cómo su mente se dividía en dos. Una parte de él estaba furiosa. ¿Qué clase de broma era esa? ¿Matar a un bebé? Por otro lado, su sangre hervía con la necesidad. La necesidad de sentir el hormigueo bajo su piel, la emoción amplificada que solo la Empisexsi podía ofrecerle. —¿Qué pasa? —dijo Nikolai, burlón. — Pensé que eras un hombre sin escrúpulos.— Contróy lo miró directamente a los ojos, algo que rara vez hacía. —¿Y si no lo hago? —preguntó con calma, aunque por dentro ardía. —Entonces no hay droga. Y probablemente tampoco salgas de aquí caminando. — El llanto del bebé era suave, casi como una súplica. Contróy se acercó a la cuna, su mente trabajando a una velocidad frenética. No podía matarlo. No era cuestión de moralidad; era cuestión de utilidad. No había placer, ni droga, ni beneficio alguno en asesinar a un bebé indefenso. Pero había otras maneras de resolver problemas. Con movimientos rápidos, Contróy agarró al bebé y lo envolvió en su abrigo. Los ojos de Nikolai se abrieron de par en par. —¿Qué demonios estás haciendo?— Ed le guiñó un ojo. — Adaptándome —respondió Contróy. Antes de que Nikolai pudiera reaccionar, Contróy lanzó un pequeño cuchillo, clavándolo en su garganta con precisión quirúrgica. El hombre cayó al suelo, ahogándose en su propia sangre. El delgado ayudante gritó, pero Contróy no le prestó atención. Agarró el maletín con la droga y salió corriendo del almacén antes de que alguien pudiera detenerlo. Sin buscarlo, cuando miró donde debería estar el bebé, solo quedaba su cuerpo. En algún punto la cabeza se le había ... Desprendido del cuerpo. Eran bolas de carne, se rompían muy fácil ... Tiró las cosas al suelo y siguió su camino.

La noche caía como un manto pesado sobre la ciudad, oscureciendo las líneas entre lo real y lo irreal. Ed caminaba sin prisa por un sendero que solo él conocía. Sus botas resonaban sobre el pavimento mojado, un ritmo constante que marcaba el paso de su obsesión creciente. Bajo su abrigo, el maletín con las pastillas de Empisexsi parecía latir como un segundo corazón. No podía esperar más. El destino lo llevó a una vieja fábrica en las afueras, abandonada y cubierta de grafitis que parecían cambiar de forma bajo la luz intermitente de una farola parpadeante. Sabía que allí estaría a salvo, lejos de ojos curiosos. El lugar olía a óxido, polvo y algo más profundo, casi acre: la promesa de sus propios demonios aguardando en las sombras. Ed encontró una sala amplia, donde las vigas metálicas sobresalían como costillas de un esqueleto. Se sentó en el suelo, sacando con cuidado una de las pastillas del maletín. La acarició con la punta de los dedos, sintiendo la textura cerosa bajo la piel. Era casi ridículo que algo tan pequeño pudiera contener un poder tan absoluto. Con movimientos metódicos, frotó la pastilla contra el interior de su muñeca. La sustancia se deshacía con facilidad, dejando un rastro brillante, como si la piel estuviera marcada por la luz de una estrella fugaz. Durante un instante, no pasó nada. Solo el frío del aire nocturno y el silencio absoluto del lugar.

Entonces llegó.

Primero fue un cosquilleo que le recorrió los brazos, como si algo se despertara bajo su piel. Luego, su visión comenzó a distorsionarse, los bordes de la habitación se alargaban y contraían, pulsando al ritmo de su respiración. El grafiti en las paredes cobró vida, las figuras se retorcían y giraban, como si quisieran susurrarle secretos antiguos que apenas podía comprender. El aire se llenó de colores. No de luz, sino de colores vivos, tangibles, que fluían como un río alrededor de él. Cada emoción que sentía explotaba en su mente como fuegos artificiales. La euforia lo golpeó primero: un torrente de alegría tan puro que le hizo reír a carcajadas, su eco reverberando en la fábrica vacía. Luego vino el miedo, una sombra helada que se arrastró por su columna vertebral, proyectando imágenes de ojos rojos y dientes afilados en las esquinas de su visión. Ed se levantó de un salto, tambaleándose como si el suelo fuera líquido. Las paredes se cerraban y abrían a su alrededor, un laberinto de formas imposibles. Una figura emergió de las sombras: alta, imponente, con un rostro que cambiaba constantemente. A veces era Nikolai, a veces el bebé que había dejado atrás, y otras era simplemente una versión distorsionada de sí mismo, con los ojos brillando como brasas. La figura se acercó, extendiendo una mano cubierta de llamas negras. Ed retrocedió, pero no podía escapar. La voz de la figura llenó la habitación, no con palabras, sino con una cacofonía de risas, gritos y susurros. Su mente luchaba por encontrar un punto de apoyo, pero la droga lo arrastraba más y más profundo. De repente, la figura desapareció, y Ed cayó de rodillas. El color, el sonido, la distorsión... todo se desvaneció, dejándolo solo en la fría realidad. El grafiti estaba quieto, las paredes eran simples paredes, y su propio cuerpo temblaba como si hubiera regresado de un lugar donde no pertenecía. Se levantó con dificultad, respirando con fuerza. La pastilla aún ardía bajo su piel, una marca invisible que lo unía a esa experiencia. No sabía si era placer o locura lo que acababa de experimentar, pero sí sabía una cosa: lo volvería a hacer. Porque, para Ed, la línea entre el cielo y el infierno no era más que otra puerta que él estaba dispuesto a cruzar.


Cita:La cabeza de Contróy cayó pesada sobre su brazo mientras las sombras de la fábrica lo abrazaban en un sueño forzado, profundo, arrastrado por la droga que aún vibraba en su sistema. Al principio, todo era negrura, un vacío sin forma ni peso, pero lentamente, una escena empezó a construirse a su alrededor, como un lienzo pintado por una mano invisible. Estaba de pie en medio de una habitación cálida, iluminada por la luz del sol que se filtraba a través de unas cortinas finas. No reconocía el lugar, pero había algo inquietantemente familiar en él. Frente a él, sentado en el suelo, estaba el bebé. No lloraba esta vez. Solo lo miraba con unos ojos oscuros, profundos, como si entendiera algo que Contróy no podía. Parpadeó, y el bebé ya no estaba ahí. En su lugar, había un niño pequeño, quizá de cinco años, con el mismo rostro inexpresivo y esos mismos ojos perforantes. El niño lo observaba desde el otro lado de la habitación, con una mezcla de calma y rencor. Pasaron unos segundos, y el niño creció nuevamente. Ahora era un adolescente, alto y delgado, vestido con ropa desaliñada, con las manos manchadas de suciedad. Su mirada estaba llena de reproche, pero también de un propósito firme que se sentía como un filo presionando contra el pecho de Contróy. El silencio de la habitación se rompió con una voz grave, más antigua de lo que el muchacho aparentaba.

¿Sabes quién soy?

Contróy intentó hablar, pero su garganta estaba seca, como si las palabras se hubieran convertido en polvo antes de salir. El muchacho siguió creciendo. Ahora era un hombre, su presencia dominaba la habitación. Era alto, fuerte, y su rostro era una versión más madura del niño que había estado allí segundos atrás. Pero sus ojos… sus ojos estaban llenos de odio. Ojos que ardían con una furia roja, tan parecidos a los propios de Contróy.

No pensaste que importaba, ¿verdad? —dijo el hombre, dando un paso adelante. — Me dejaste. Me condenaste. Pero aquí estoy.

Contróy retrocedió, tropezando con sus propios pies. Quería huir, pero no había salida. El hombre avanzó lentamente, sacando una navaja de su bolsillo.

Ahora, es tu turno de pagar.

Cuando la cuchilla descendió, un estruendo lo sacudió. No de la herida, sino de su propia mente. La habitación se desmoronó a su alrededor, y de pronto, estaba cayendo, cayendo en un abismo oscuro y sin fin. Abrió los ojos de golpe, jadeando. La fábrica seguía allí, fría y desolada, pero su cuerpo estaba empapado en sudor. Su corazón latía con fuerza desbocada, y sentía la garganta seca, como si hubiera gritado durante horas. El eco de las palabras del sueño resonaba en su mente. ¿Por qué ahora, después de todo lo que había hecho, ese bebé lo perseguía en su inconsciente? La droga había rasgado algo profundo dentro de él, algo que prefería mantener enterrado. Se puso de pie con dificultad, tambaleándose hacia la ventana rota por donde había entrado. Afuera, la noche seguía, indiferente a su tormento interno. Pero algo había cambiado. Por primera vez en mucho tiempo, Contróy sintió una punzada de duda, como si una grieta se hubiera abierto en la coraza de su adaptabilidad infinita. Tal vez, solo tal vez, había más cosas en juego que el placer, la supervivencia o el dinero. Mientras se alejaba, con el maletín aún apretado contra su costado, una pregunta lo perseguía como un susurro constante: ¿Qué pasará cuando los fantasmas de todas sus decisiones encuentren el camino de regreso hacia él?

Dios míos, qué sueño ...
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