Hay rumores sobre…
... que una banda pirata vegana, y otra de maestros pizzeros están enfrentados en el East Blue.
[Aventura] [T4] Wasteland
Arthur Soriz
Gramps
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3 de Invierno, Mañana
Año 724

Los gentiles brazos de Morfeo los llevó a los dos a un incómodo letargo sobre la mesada de piedra después de haber consumado un momento tan íntimo, tan carnal. Con los sentimientos tan a flor de piel que fue imposible no dejarse evidencia en los cuerpos de ambos. Mordiscos, arañazos... marcas que durarían unos cuantos días en sanar.

Despertarías lentamente, un suave peso sobre tu zona pélvica era lo primero que registrabas al abrir los ojos. La luz tenue de las antorchas era lo único que los iluminaba ahora mismo. Un silencio completamente sepulcral se plantaba en la habitación, interrumpido nada más por el sonido de algo moviéndose lentamente. Al enfocar la vista, te diste cuenta de lo que te había despertado. Eos se encontraba sobre ti, no parecía estar dormida. En sus manos una daga brillante reflejaba la poca luz que había en el cuarto. El filo estaba dirigido a tu pecho o eso te pareció. Por un momento, llegaste a pensar que te atacaría, que el golpe sería tan rápido y certero... pero nunca ocurrió.

Con un lento movimiento, la daga pasó por encima de tu piel escamosa, no con violencia... sino con una precisión casi meticulosa. A tu lado, una bandeja con carne... sí, era la misma que habían compartido horas antes y que ahora yacía un tanto regada por la mesada de piedra. Fue algo incómodo quedarse dormidos ahí, pero tampoco es que hubiera chance o ganas de ir a otro lugar luego de lo ocurrido. Cortó un trozo de carne, llevándoselo a la boca, cerrando sus filosos dientes alrededor de la carne cruda.

Eos masticó lentamente, y al terminar sin previo aviso sus labios se posaron sobre tu morro, besándote ligeramente. La sangre que manchaba sus labios se transmitió a los tuyos, cubriéndolos con un color escarlata. Un beso que seguía cargado de una necesidad no verbalizada. Sin decir ni una palabra aún se acurrucó en tu pecho. El sonido de su respiración, suave y serena, te indicó que no había intención de hacer una segunda ronda, siquiera de luchar... tan solo buscó consuelo, y deleitarse con el sonido de tu corazón.

Finalmente, la única pregunta que rompió ese silencio fue un susurro bajo, pero claro.
¿Qué harás ahora...?

No era solo una pregunta sobre el futuro de la familia, o incluso sobre lo que sucedería con ella. Era una pregunta que no solo tenías que responder con palabras, y eso pesaba más que toda la responsabilidad del mundo ahora en tus hombros.
#1
Ares Brotoloigos
Personaje

Virtudes y Defectos

Inventario



La noche había sido una vorágine de sangre, de sudor y de lujurioso placer entremezclado entre eses dos cuerpos que, aún ahora, permanecían unidos. Tras una intensa madrugada, y no solo por lo acontecido con Hefesto, sino de otra manera mucho más satisfactoria y placentera, los ojos rojizos de Ares se fueron entreabriendo cuando notó cierta presión suave sobre su zona pélvica y parte de su pecho. El cual se alzó suavemente en una respiración profunda evidenciando el despertar del diablos de escamas albas. Lo primero que distinguió, aparte de sentir aquel cuerpo femenino moverse y rozar su fisonomía, fue el brillo de algo afilado, de una daga.

De inmediato, la atención de Ares se puso en guardia, aunque su cuerpo no se movió del sitio. Total y completamente desnudo, hasta pareció acomodarse mientras se relamía las fauces. En su cuerpo aún se evidenciaban rastros de la noche anterior. Mordiscos, arañazos y demás. Mismas marcas que él había dejado impregnadas también en el cuerpo femenino. Los ojos del diablos siguieron, con precisión, el movimiento del puñal, hasta que este se clavó en un pedazo de carne de la bandeja colindante. Ares se rascó, con la garra libre, la zona de la ingle, en un par de movimientos breves y perezosos. Pero seguía todos y cada uno de los movimientos de Eos. Podía deleitarse con el aroma de ella, y el que él había impregnado en su cuerpo.

Un casi ronroneo gutural se le escapó de lo más hondo de su garganta cuando sus morros se unieron en un beso húmedo, descarado y morboso. Ares pudo saborear, perfectamente, la sangre del trozo de carne que Eos había masticado, dejando que se impregnase por su paladar mientras su lengua violácea jugaba con la contraria, en un gesto de pura dominación. Un hilo de saliva unió sus bocas por un segundo cuando éstas se separaron, antes de que Ares se relamiese de nuevo, deleitándose con la visión de Eos frente a sí antes de que ella se volviese a acurrucar. Con un brazo rodeó la cintura contraria, en un gesto claramente dominante y posesivo.

Pero cuando llegó la pregunta que, tarde o temprano, tendría que responder, guardó silencio durante unos segundos. Era una pregunta breve, sencilla. Pero que, al mismo tiempo, escondía demasiadas astillas. Y no había una sola respuesta correcta para ella.

No era solo lo que sucediese con la familia, con aquel grupo que había reclamado para sí. Era también lo que sucedería con él, con el Gobierno. Con la Marina. Y con cosas que iban más allá.

Con Heracles, por ejemplo.

Iremos paso a paso. Primero debo asegurarme de varios asuntos. No saldréis de aquí hasta nuevo aviso. Al menos los que estéis dispuestos a seguir mi liderazgo. — Del resto, o de los que se quisiesen largar por su cuenta, él ya no se hacía responsable. No más allá de darles su castigo si se propasaban.


Era consciente de cuánto Eos deseaba ir a la superficie, disfrutar de la luz del sol. Pero Ares no era imbécil. Habría no solo miradas y comentarios, eso era lo de menos. Lo que no se podía permitir eran trifulcas descontroladas entre los diablos y el resto de habitantes de Loguetown.

Tantearé como están las cosas en la base de la Marina y comenzaré a trabajar desde ahí para que, poco a poco, podáis colaborar en la ciudad bajo mi vigilancia. — Él sería el responsable por ser, ahora mismo, el cabeza de esa familia. O, al menos, de esa parte de la familia.

Acto seguido, miró de reojo a Eos.

Tú serás mi voz y mis ojos cuando yo no esté aquí. — Le depositaba no solo su confianza, sino también toda esa responsabilidad.
#2
Arthur Soriz
Gramps
Acurrucada en tu pecho, delineaba con una de sus garras el sin fin de marcas que ella misma había causado en ese encuentro carnal. Escuchaba tus palabras y sopesaba las posibilidades. Estaba claro que entendía la gravedad de la situación y por sobre todas las cosas lo difícil que era tomar una decisión ahora mismo. Siendo un Marine tendrías que dar muchas explicaciones, buscar la manera correcta de decir las cosas para no ser considerado un traidor. Mucho menos cuando meses antes te habían enviado justamente a detener al culto del que ahora eras su lider. ¡Era una locura! Pero las cosas ya estaban echas, las cartas sobre la mesa y la suerte echada.

"Iremos paso a paso."

Esas palabras no es que relajaran a Eos, pero tenías razón. Para ella apresurarse solo complicaría más las cosas. Tenían que ser precavidos, andar con incluso más cuidado del que ya habían tenido antes. Aunque ellos eran expertos en moverse entre las sombras, en especial aquellos que aún seguían entre sus filas.

Estuvimos más de veinte años en las sombras... ¿Qué hará estar un poco más?

Susurró Eos, casi como hablando consigo misma intentando aceptar el hecho de que ver el sol tendría que esperar un poco. Tampoco es que tuviera una desesperación imposible de controlar, solo que aún le costaba comprender muchas cosas. En especial el hecho de que ahora tú eras quien llevaría al culto de ahora en adelante... al menos hasta que Heracles se dignara a volver de su retiro, de pasear por el mundo seguramente trayendo más retoños y por ende, más "Hijos de Heracles" regados por los mares.

La diablos se acomodó sobre tu pecho, irguiéndose un poco para apoyar su morro contra el tuyo, casi en una especie de mimo ligero, una caricia tenue, dándote pequeñas lamidas antes de volver a dirigirte la palabra.

¿Estás seguro que soy yo la indicada para eso? ... Harpócrates siempre fue los ojos de Heracles cuando él estaba aquí, ya lo conociste, quien habla solamente en ceñas... —propuso ya que, personalmente, no se sentía la indicada para ser los ojos, más si la voz. Lo había sido desde que su padre le inculcó los principios de la familia. Quien optaba darle la bienvenida a los nuevos y llevar a cabo el rito de iniciación que mismo tú habías pasado. No es que se subestimara a si misma, era más bien que creía habían otros de mayor habilidad para eso. Alguien que era capaz de escabullirse entre las sombras como si fuera parte de estas, ver donde los demás no ven... y sentir lo que los demás no sienten.

Puedo hablar con él si así lo deseas, plantearle la idea de seguir siendo los ojos de la familia... tus ojos. Y yo... seré tu voz.
#3
Ares Brotoloigos
La tibia piel de Eos sobre la suya era embriagante, entremezclada con la sangre de la carne fresca que, de vez en cuando, la hembra le daba a probar. Ambos ahí tumbados, total y completamente desnudos y sin más atención que la de cada uno puesta sobre el otro. Nadie se había atrevido a interrumpirles durante toda la madrugada, mucho menos ahora. Una de las garras de Ares seguía acariciando, distraídamente, las caderas de Eos. La notaba silenciosa, pensativa. Y no era para menos. Habían pasado, para ellos, demasiadas cosas en demasiado poco tiempo. El que se suponía que se iba a unir a ellos, como Hijo de Heracles, como uno más, había terminado matando a parte de los suyos y se había erigido lider de ese grupo.

Heracles no había estado ahí para impedirlo. Solo Hefesto y no le había dado demasiados problemas. Ahora, el fiel seguidor de Heracles yacía en las brasas, como una ofrenda mas. Ares asintió ligeramente ante el susurro de Eos. Ella misma había expresado su deseo de ver la luz del sol. Ares no les iba a privar de eso, pero debían ir con inicial cautela.

Yo os indicaré el momento adecuado. En cuanto convenza a los de arriba que estáis bajo mi protección, podréis ir saliendo. — La miró, entonces, de reojo, cuando Eos comenzó a mostrarse más cariñosa. Un casi ronroneo gutural salió de entre los labios de Ares antes de clavar, ligeramente, los dientes en el cuello de ella. En el hueco entre el hombro y el cuello, más bien. No era un gesto agresivo, sino más bien lujurioso. Aunque estaba bien así, y era consciente de que no habría otra ronda más. Ella estaba agotada.

La mención posterior de Harpócrates le hizo fruncir el ceño, apartando el morro de la alba piel escamada de su hermana. Sí, compartían sangre, al parecer. O parte de ella. Pero él no podía verla como una hermana porque nunca se habían tratado antes. El lazo nunca se había formado como tal.

Si tú lo consideras apto, entonces que así sea. Pero quiero hablar con él. — Tarde o temprano tendría que conocer al resto del grupo. Para tantearles, para saber qué o cómo pensaba y actuaba cada uno. No quería hacer lo mismo que, parecía, estaba haciendo Heracles.

Regar hijos por doquier y dejarlos atrás. No era su estilo, no iba a hacer lo mismo que habían hecho con él. En ese aspecto, le guardaba cierto rencor, pero a estas alturas, también le daba igual. Aunque sí era verdad que tenía cierta curiosidad por verle la cara. O, más bien, por ver la expresión que ese tipo pondría cuando vuese que uno de sus “hijos”, se había hecho con el control de parte de la secta.

Se relamió los labios, con una meliflua sonrisa sardónica.

Aún así, quiero que tú me hables antes de él. Y de Adonis. — Miró de reojo ahora a Eos. Y su expresión no era la calmada que había mantenido hasta ahora.

Había un algo ahí escondido, en eses ojos rojizos, que evidenciaban una clara desconfianza.

Porque desapareció en el momento en el que sometí a Hefesto. — El siseo de Ares era como una advertencia velada ahora mismo.

Era obvio que quería localizar a ese renacuajo.
#4
Arthur Soriz
Gramps
La respiración de Eos se entrecortó tan ligeramente un momento cuando mencionaste a Adonis. Se encogió ligeramente de hombros, sentándose a tu lado al salirse de encima de tu cuerpo. No es que le desagradara la idea de seguir estando contigo tan solo por mencionar a alguien de la familia que obviamente se había ido, pero debía ser un poco más seria con el tema... al igual que tú lo habías sido ahora mismo. Consideraba que la pregunta merecía una respuesta que no estuviera acallada con el cariño y pasión que residía entre los dos tras lo ocurrido.

Adonis siempre fue un fiel seguidor de nuestro padre —empezó, suspirando suavemente—. Desde un principio él creció sin conocer a Heracles, cuando él fue traído a la familia... nuestro padre ya se había ido en su 'viaje'.

Explicaba notándose cierta melancolía en su mirada, tristeza tal vez. Su padre les había abandonado, tal y como lo había hecho contigo. Tan solo que a diferencia de ti, a ellos les había metido en la cabeza la idea de unidad, de culto, de una sociedad en las penumbras de las alcantarillas, viviendo como patéticas lagartijas que no tenían derecho a ver la luz, impulsados por una promesa de un mundo mejor; mundo que aparentemente no llegaría a manos del que consideraron por mucho tiempo no solo su progenitor, pero salvador también.

Si él ya no está entre nosotros, dudo mucho que podamos encontrarlo... es más, ya debe estar tan lejos que es imposible siquiera para ti atraparlo. —comentó. No estaba subestimándote, estaba siendo realista. Tú mismo habías sido testigo de las surreales habilidades que tenía aquel "renacuajo" como tan despectivamente tú preferías referirte a este. Se movía entre las sombras como si fuera parte de las mismas, habilidad que compartía con Harpócrates, el mudo.

Nunca estuvo a favor de que Hefesto fuera el que tomase el mando, siempre que lo intentó él estuvo en contra, como la gran mayoría —decía apretando un poco los dientes, antes de seguir—. A diferencia de algunos, él seguía creyendo de que Heracles volvería, y nos llevaría a todos a esa luz prometida. Creo que... creo que por eso ha decidido partir, porque sigue creyendo en eso, pero también quiere vivir.

En su voz existía cierta tristeza. Tal vez, muy en el fondo, Eos lo consideraba alguien agradable a pesar de su particular forma de comportarse. O simplemente era el hecho de que entre todos los detractores que podrías haber tenido, él prefirió mantenerse al margen. No ir en tu contra, pero tampoco a tu favor. Sin embargo, su desaparición podría causar problemas, ¿y si iba directamente a la Marina a informar lo ocurrido? ¿Y si ya lo hizo y era solamente cuestión de tiempo antes de que los guiara hasta aquí? Sería imposible ofrecer explicaciones, lo primero que harían sería aplicar justicia absoluta... la misma en la que tú crees.

Y sobre Harpócrates... como te he dicho ya, fue siempre los ojos de nuestro padre cuando él se ausentaba por poco tiempo. El que mantenía todo bajo control, alguna vez también fue su voz... pero Hefesto decidió que eso ya no debía ser así —al pausar su hablar, se notaba que esto le costaba más de lo que parecía. Tragó duro, intentando mantener la compostura antes de continuar—. Varias veces Hefesto quiso tomar el lugar de nuestro padre... tal como tú has hecho, pero a diferencia de lo que pasó contigo, Harpócrates no quería a Hefesto liderándonos... expresó su descontento, cuán en desacuerdo estaba... Hefesto le contestó arrancándole la lengua y comiéndosela frente a sus ojos.

Se le cerraba la garganta nada más de contar aquello. Si había algo que odiaba era el conflicto entre hermanos, entre seres que se suponía debían estar tan unidos y sin embargo... desde antaño ya que existía esa rivalidad, esa hostilidad. No eran un grupo perfecto, eran unidos nada más por el vínculo de sangre que los había traído hasta aquí.

Como uno de los pocos que tenía permitido salir a la superficie, Harpócrates... pronto te encontró, y quiso atraerte, estuvo tan cerca en Verano, pero... decidiste volver —te miró de reojo por encima de su hombro izquierdo, dedicándote una pequeña sonrisa antes de seguir hablando mientras acariciaba el dorso de una de tus manos, la que tuviera más cerca—. Eras el único de nuestros hermanos que no había sido traído por Heracles, el único... que parecía haber vivido otra vida, la que ninguno de nosotros pudo tener. Una vida llena de libertades, y si bien habrás tenido tus dificultades también... Harpócrates admira tu libertad, porque es lo mismo que quiere para todos nosotros...

Soltó una pequeña risa al pensar en ello, encogiéndose nuevamente de hombros y mirándote con una expresión un tanto risueña.

Harpócrates admira que no seas como nuestro padre.
#5
Ares Brotoloigos
Ares siguió, certeramente, con la mirada a Eos cuando éste se separó parcialmente de él en cuanto hizo la pregunta. No podía culparle. Ella había convivido con todos ellos, ella sí podía considerarlos hermanos. Ares, todavía, no. Los veía como unas herramientas por ahora. Era así de descarnado y, al mismo tiempo, entendía que tampoco merecían vivir bajo el yugo de Heracles. Un tipo que, sin más, los había abandonado, de la misma manera que lo había hecho con él. Con la diferencia de que a Ares nunca le había sido revelado ese lugar por su padre, como sí parecía haber ocurrido con todos aquellos o con, al menos, la mayoría.

Escuchó atentamente la situación con Adonis. Por algún motivo, no le extrañaba ni sorprendía. Y tampoco le alarmaba como, a posteriori, dejó entrever.

Si es así, es más que probable que se haya ido a buscar a Heracles, si sabe donde encontrarle. — Era una probabilidad más que factible. Ahora bien, el hecho de que Adonis encontrase a Heracles era algo que también le convenía, en cierto sentido. — No me parece mal, no le busquéis. Que Heracles se entere de lo que ha sucedido.

Había una ligera media sonrisa mordaz en las fauces de Ares en cuanto dijo esto. Pero sí había sido consciente de las habilidades de Adonis. Quizás eso no le había gustado demasiado, que supiese tanto de él en cierto sentido. Pero tenía que reconocerle ese mérito. La mirada rojiza de Ares se posó, de reojo, sobre la hembra, mientras él mismo se ponía en pie. En toda su desnudez y con total naturalidad. Aún así, caminó tranquilamente por la sala antes de encontrar parte de las prendas que, durante el escarceo sexual nocturno, habia dejado desperdigadas por ahí. Se cubrió con parte de ellas, dejando el torso al descubierto, todavía marcado por los dientes de Eos.

No le culpo. Los demás también tuvieron la oportunidad de continuar viviendo. — Él se la había dado a todos, incluso al contrariado Hefesto. Pasó por un costado de la mesa, tomando un trozo de carne que paladeó con verdadero deleite. — Pero decidieron desperdiciarla por culpa de su orgullo ciego. — Un orgullo que él también tenía, todo sea dicho. Pero quizás no había sido tan estúpido. — ¿Cuántos años lleváis así, Eos? Heracles os ha prometido cosas y, ¿ha cumplido alguna? — Quiso saber.

Pasó por un costado de ella, acariciándole sutilmente la mejilla escamada, provocando que la mirada femenina se entrecruzase con la suya, intensa y arrolladora.

Yo os daré lo que Heracles no pudo. Solo necesito unos cuantos días, y comenzaremos a proceder. — En su cabeza ya estaba ideando la “excusa” o explicación que daría en la base al respecto de todo aquello. Por supuesto, omitiría cosas. Era arrojado y apasionado, pero no era imbécil.

También hizo una mueca de ligero desagrado cuando Eos le relató lo acontecido entre Hefesto y Harpócrates. Este último representaba, ahora mismo, la perfecta definición del silencio y los secretos. Irónicamente, su estado le venía que ni pintado. Se adelantó para sentarse cerca de ella, cuando ésta comenzó a acariciarle la mano.

En verano, así que aquel que había visto en el callejón, en aquella ocasión, había sido Harpócrates. Todo tenía sentido ahora. Ya tenían que tener una buena temporada vigilándole. ¿Durante cuanto tiempo? Ahora no importaba.

Nunca seré como él. — Admitió, casi en un gruñido gutural. Era ya también una cuestión de orgullo. Ares se quedó pensativo unos segundos, no tenía demasiado tiempo, pero quería dejar ciertas cosas bien atadas. — Llama a Harpócrates. Él continuará siendo mis ojos y tú mi voz cuando no esté presente. Pero hay que organizarse a partir de ahora.

Y, al mismo tiempo, quería comprobar si podía confiar en eses dos. No ciegamente, de momento, pero sí comenzando a tantear el terreno.
#6
Arthur Soriz
Gramps
No sé si sepa dónde está, de lo contrario te aseguro que habría sido él quien le abriera el pescuezo a Hefesto personalmente.

Aquellas palabras las decía con tanto desprecio, que parecían salir de un lado de su mente del que siquiera ella era consciente realmente. Apretó apenas un momento los labios al darse la cuenta el desdén con el que ahora se refería a su hermano, la manera en la que sus sentimientos estaban tan a flor de piel que hasta le dolía escucharse a si misma. Era como si un enorme peso hubiera sido levantado de sus hombros y ahora, recién tenía oportunidad de sentirse aunque fuera un poco libre; sin miedo a las consecuencias de sus palabras.

Dudo que a Heracles le importe —espetó, frunciendo el ceño por un momento antes de suspirar—. De haberle importado habría estado aquí.

Agregó, notándose el despecho que sentía hasta ahora. El claro testigo de esto habías sido tu al ver cómo apuñalaba la pintura que con tanto orgullo horas antes te había presentado. Su mirada mostraba tristeza pero también... ¿alivio? Tal vez.

Ella también se levantó y comenzó a vestirse, colocándose tan solo la capa negra con detalles dorados... lo suficientemente grande como para tapar todo su cuerpo y hacer a cualquiera pensar que estaba completamente vestida. Luego se puso su calzado que consistía en simples sandalias de paja y cuero, algo que sin lugar a dudas se veía extremadamente rústico. ¿Pero qué más podrían necesitar aquellos que se movían en la fría humedad de las alcantarillas? Tan solo unos pocos tenían el gusto de poseer calzados más cómodos y cálidos, tales como Harpócrates que era de los pocos con derecho a salir a la superficie.

Mientras terminaba de acomodar sus vestimentas, te miró de reojo al escuchar tus palabras. Asintió con su cabeza tan solo un poco, dedicándote una última sonrisa antes de levantarse del asiento improvisado que anteriormente habían usado como nido de pasiones.

Salió de la habitación, y a los pocos minutos llegó tan solo Harpócrates. Su intérprete usual, Eos, no había venido con él, al menos no hasta el interior de la sala. Ella asomó la cabeza por el umbral de la puerta, moviendo una mano cual saludo, para luego señalar las manos de Harpócrates dejándote ver que llevaba consigo un cuaderno viejo, con un plumón para escribir. Al parecer el Diablos quería cierta privacidad contigo... si bien la conversación llevaría un poco más de tiempo mientras escribía, podrían comunicarse de hombre a hombre personalmente, tal y como habías pedido.

Eos antes de cerrar la puerta, habló.

Si me necesitan, estaré aquí afuera.

Y tras esto, cerró la puerta para darles su merecida privacidad. Harpócrates se sentó frente a ti, una sonrisa casi que ladina o burlona plasmada en su rostro. El gesto que procedió a hacer era, sin lugar a dudas, digna de alguien que era un adolescente, no un adulto. Con el índice y pulgar de una mano formó un círculo, con el índice de la otra pasó el dedo por entre medio de ese círculo mientras subía bajaba el ceño; no hay necesidad de dar explicaciones.

Soltó una suave risa, a pesar de no tener lengua al menos era capaz de vocalizar algún sonido, llevándose un dedo a la boca en acto de silencio como diciéndote "No diré nada". Acto seguido empezó a escribir, dando vuelta el cuaderno y mostrándote sus palabras.

"¿Qué dudas tienes? Sé que tienes muchas."
#7
Ares Brotoloigos
No conocía a Heracles, ni falta que hacía (aunque algo de curiosidad tenia por saber como era ese tipo, más allá del cuadro que Eos había rasgado), pero sí podia dilucidar ese rencor que la diablos mantenía sobre el susodicho sin necesidad de saber mucho más. Les había recluido en las sombras sin demasiadas explicaciones, al parecer. Como esclavos, como perros. Ares contempló de reojo como la hembra se cubría únicamente con una capa, y él mismo terminaba de acomodarse las suyas propias, antes de tomar asiento sobre una silla amplia y mullida, reclamándola para sí. De la misma forma y manera que lo haría el dueño y señor de una casa. Hefesto ya estaba fuera del tablero de juego y de momento parecía tener la confianza de Eos y Harpócrates, según la primera. Adonis había huído, pero no le preocupaba en demasía. Podía entender que quisiese vivir lejos de todo aquello. O incluso que le fuese a Heracles con el chisme, si le encontraba.

Mientras los pensamientos de Ares iban y venían, su mirada estaba puesta en Eos. Recorriendo con los ojos rojizos cada marca que él mismo le había propinado a su medio hermana. Pero también fijándose en el atuendo sencillo, casi harapiento, con el que se estaba vistiendo. Ya no solo la capa que había utilizado para cubrir su desnudez, sino las raídas y sencillísimas sandalias de paja y cuero, seguramente algo húmedas por las condiciones de aquel lugar subterráneo y que protegían más bien poco. Ares afiló la mirada unos segundos.

También pensaba en Harpócrates. Le había ido a buscar, o a vigilar, en verano. Le recordaba de aquella vez del callejón. Efectivamente, parecía ser un tipo bastante discreto. En cierto sentido parecía que tampoco le quedaba de otra, al no poder hablar. Pero era perfecto para lo que iba formándose en su cabeza. Dejó que Eos saliese en busca del otro diablos y él esperó ahí pacientemente. Por unos segundos, sus ojos viajaron, de soslayo, hacia el retrato que había de Heracles, ahora total y completamente desgarrado después de que Eos lo apuñalase. Y no por accidente, precisamente. Había muchas cosas que averiguar primero. Tenía, también, que regresar a la base y plantear lo que había sucedido. A su modo, claro. Los detalles importantes se los iba a guardar para sí mismo, pero ya estaba planeando como “venderles” los beneficios de tener a ese grupo trabajando para la Marina. De su lado, más bien.

Su carril de pensamiento se vió interrumpido poco después, cuando Harpócrates ingresó en la habitación. Pero lo que Ares no se esperó fue que Eos se quedase fuera. La expresión del recién nombrado “patriarca” de ese grupo de sectarios fue fruncir ligeramente el ceño, mirando hacia Harpócrates y luego hacia la puerta cerrada.

¿Cómo iba a comunicarse con el otro diablos cuando no sabía lenguaje de señas? Aunque... Sí hubo una seña que el marine reconoció.

Aún sin lengua, eres más simpático de lo que esperaba. — Mencionó con una media sonrisa afilada tras el obvio y obsceno gesto que el otro hombre había hecho con los dedos de ambas manos. — Sí, no hemos sido discretos, precisamente.

¿Le importaba? No. Aunque agradecía, en su fuero interno, la discreción que ahora le ofrecía Harpócrates.

Ahora bien... Cuando el otro comenzó a escribir en una libreta y se la enseñó...

. . . — Hubo un espeso silencio que se evidenció y creció entre ambos. La mirada de Ares puesta, específicamente, en aquel conjunto de garabatos que, directamente, no entendía.

No sabía leer.

El más alto fue frunciendo notoriamente el ceño, y sin decir nada, se levantó. Pasó por un costado de Harpócrates, sin más, y abrió la puerta asomándose ligeramente hasta toparse con Eos, que seguía esperando ahí.

No recuerdo haberte dicho que te quedases fuera. Entra. — Se separó del umbral para permitirle el paso a la fémina, y regresó a donde había estado acomodado antes.

Ahora, con los tres en el interior, miró a uno y a otro. Primero a Harpócrates y luego a Eos.

No sé leer. — Dijo, refiriéndose a lo que fuese que estuviese pintarrajeado ahí.

Lo dijo con tanta naturalidad y aplomo que no parecía haber vergüenza alguna en sus palabras o por el hecho de ser analfabeto en ese sentido. Había tenido que preocuparse de cosas más importantes en su vida, al fin y al cabo.

Fuese como fuese, después de que Eos le explicase o le tradujese, Ares ladeó levemente la cabeza.

Primero quiero saber el funcionamiento de este lugar. La jerarquía que ha habido hasta ahora y en durante las ausencias de Heracles. — Comenzó a decir, poco después. Intercambiaba miradas entre una y otro. — Y cualquier cosa que consideréis que debo conocer.
#8
Arthur Soriz
Gramps
Vaya tacto para decir las cosas, maestro. Pero Eos asintió con la cabeza cuando le dijiste que entrara a la habitación. Se notaba visiblemente confundida porque creyó que no sería necesaria su presencia en aquel lugar con la idea de que Harpócrates te escribiera en la liberta. Sí, sería un método lento pero al menos creía que se iban a entender. Tomó asiento al lado del mudo y se quedó mirándote un poco extrañada y lo mismo él que pensó en cierto momento te había llegado a molestar o algo por el estilo. Sin embargo, lo que menos se esperaban que les fueras a decir honestamente era el hecho de que les estuvieras confesando sin tapujos que no sabías leer.

Los ojos de ambos se abrieron de par en par nada más esas palabras salieron por tu boca, incluso las suyas quedando entreabiertas totalmente incrédulos ante el hecho de que a la persona que había asumido el mando de aquella familia por completo en cuestión de unas horas, fuese así por la cara un analfabeto.

La primera reacción tanto de Eos como de Harpócrates fue de soltar un corto "¿Eh?", seguido de Eos aclarando ligeramente la garganta y disponerse a hablar primera. Se notaba de hecho que estaba aguantándose las ganas de reír, mientras que Harpócrates a su lado apretaba los labios y parecía incluso tener lágrimas en los ojos de aguantarse la carcajada.

Pero ... pero a ver, ¿así, sin más? ¿No sabes leer, ni escribir? —preguntaba aunque no esperó respuesta, suspirando un poco para luego reír aunque no era en burla contra ti, sino más bien porque honestamente le daba un poco de ternura. Por su parte el mudo ya estaba retorciéndose porque no sabía si reír o llorar... la persona en la que le habían confiado el futuro de la familia no había recibido educación adecuada en toda su vida. Quizás una ínfima ventaja de haber sido traídos por su padre a diferencia de a ti que te dejaron tirado como si hubieras sido un producto fallado.

Harpócrates hizo unas señas veloces al llamarle la atención a Eos con un tacto en su hombro. Tú veías sus gestos, y Eos rápidamente le dio un cachetazo en la nuca haciendo mover su cabeza un poco.

Pedazo de tonto... dice que si yo seré tu voz y él tus ojos, vamos a tener que encontrar alguien que sea tus manos. —tras interpretar esto por él, Harpócrates hizo un gesto como diciendo que era broma nada más lo que decía. Después comenzó a hacer señas nuevamente, mientras que Eos con una habilidad que podría incluso considerarse envidiable empezaba transmitir las palabras de su hermano con un detalle estremecedor, se notaba que se conocían hacía muchísimo tiempo ya.

Si estás preocupado por lo que pensará la Marina acerca de nosotros, puedes quedarte tranquilo que no saldremos a la superficie hasta que nos des el visto bueno, y eso lo incluye a él y al resto de los que tenían permiso de salir de Heracles —hizo una pausa, ya que seguía haciendo señas. Era una charla bastante veloz que estaba teniendo, y su hermana traducía en un tono calmo—. Pudimos esperar por Heracles, podemos esperar por ti... si quieres que el resto de nuestros hermanos salgan a la superficie, deberán ser educados, entrenados... nunca interactuaron con nadie que no fuera nosotros, así que... les costará adaptarse, y mucho.

Eos se notaba un poco acongojada, ya que a fin de cuentas ella era una de esos que no había visto nunca la superficie, pero aún así también se veía feliz, porque sabía que tarde o temprano tú les permitirías hacer lo que Heracles nunca quiso desde un principio. Conocer lo que es la verdadera libertad, tomar su merecido lugar en el mundo y no solamente ser sombras que se escabullen y reptan por las alcantarillas. Las siguientes señas de Harpócrates sin embargo fueron recibidas de manera un tanto reacia, Eos encogiéndose ligeramente de hombros.

Pero no es bueno apurar las cosas... —pronto fue interrumpida por nuevas señas— Sí, lo sé, dice que esperar a decirle a la Marina sobre nosotros podría ser problemático, a estas alturas ya habrán visto que no estabas en tus aposentos, de alguna manera tendrás que decirles, solo espero que sea la adecuada...

El como se expresaba hacía saber que el mudo era sabio, un lagarto poco más mayor que ustedes, ¿quizás más cerca de los treinta que de los veinte? Tampoco es que fuese fácil deducirlo tan solo mirando su rostro, todos son más o menos iguales en mayor o menor medida.

Y ahora, pregunta... que con intérprete al lado ya no habrá problema para entendernos.
#9
Ares Brotoloigos
No le veo la gracia. — Masculló, ahora poniendo una expresión de claro malhumor cuando aquel par comenzó a reírse, o a aguantarse malamente las ganas, cuando dijo que no sabía ni leer ni escribir.

Nunca le habían enseñado. Su madre había muerto relativamente pronto y siempre había tenido rencor hacia el retoño que había dado a luz. Su padre, el “buen” Heracles, les había dejado tirados y él no lo había conocido hasta ahora. Parcialmente, claro, porque solo había visto aquel retrato que Eos le había enseñado y que ella mismo había desgarrado a causa de apuñalarlo con tanta saña horas antes. Y mientras, él había estado muy ocupado intentando sobrevivir. No había tenido a nadie que le enseñase, quien le guiase. Todo lo que había aprendido hasta ahora lo había aprendido de la calle. Y no de la mejor manera, claro.

Ares bufó con algo de descontento, agitando ligeramente la punta de la cola mientras aquel par parecía divertirse un tanto a su costa. No era la primera, ni sería la última reacción que arrancaba ni arrancaría debido a este tema. A estas alturas, le daba ya igual. Y sí, se les había colado un completo analfabeto, en ese sentido, en casa y se había erigido como el cabeza de familia en Loguetown. Pero eso no quería decir que fuese estúpido, como bien ya había demostrado con el mismo Hefesto.

Estoy seguro que muchos aquí tampoco saben. Vosotros deberíais saber, también, como es la vida en la calle. O aislados del mundo. — No era una recriminación, era un completo hecho.

Finalmente, se encogió de hombros y solo sonrió ligeramente cuando la misma Eos le dió una colleja al pobre Harpócrates, que todavía tenía más que decir. A su manera, claro. Pero eso era bueno, que ambos se mostrasen abiertos y relajados con él. No a la defensiva, no con miradas aviesas hacia su mandato, hacia su presencia.

¿Podía confiar en ellos? Todavía no estaba seguro y eso, al final, solo el tiempo lo diría.

No me preocupa lo que piense la Marina. No toda, al menos. — Respondió con tranquilidad a Eos después de que ésta tradujese, con envidiable eficacia, los gestos que el otro diablos hacía con las manos, con soltura y a buena velocidad. — Va a haber habladurías, siempre las hay. Pero es probable que la Marina conozca a Heracles. Y, si no es así, será un buen aliciente para mantenerles ocupados y darles una excusa de que la investigación, al fin y al cabo, ha sido fructífera para ambas partes. — Añadió.

Para ellos y, sobre todo, para él mismo.

Harpócrates continuó haciendo señas, y Ares asintió quedamente cuando su medio hermana tradujo nuevamente para él. Entendía que Eos estuviese acongojada, incluso preocupada por el hecho de que comenzasen a salir a la superficie. Pero como Ares había dicho, no lo harían de manera inmediata.

Entiendo tu reticencia, pero no saldréis de buenas a primeras. Como bien has dicho, el resto debe ser entrenado y educado. Yo puedo ayudar las veces que me pueda escabullir para aquí. — Acto seguido, miró directamente a Harpócrates, con una mezcla de seriedad y convicción. — Así que, mientras que tú no puedas salir hasta nuevas órdenes, te tocará a ti esa tarea, Harpócrates.

El diablos había salido más veces que sus hermanos a la superficie, a juzgar por lo que Ares había entendido, así que le responsabilizaría de eso.

Yo mismo te asistiré cuando permanezca aquí. Eos también podrá ayudar con ciertas cosas aunque no haya salido nunca a la superficie. — Miró de reojo a la fémina, dándole ese cierto grado de confianza.

En cuanto a la Marina, despreocupáos. Yo me encargaré. — Ya le había dado vueltas al asunto, aunque seguramente le daría más en cuanto volviese de regreso a la base.

Cuando Harpócrates le dió el visto bueno, a través de Eos, para preguntar, Ares asintió de forma queda.

Quiero que me contéis todo lo que sabéis sobre Heracles. Sus intenciones, sus miedos, todo lo que hayáis podido ir observando a lo largo de vuestros años con él. — Comentó sin más. — No creo que, simplemente, planee dejar hijos regados por el mundo por simple generosidad. Quiero saber qué planea.

Eso, quizás, era lo más dificultoso, y era consciente de ello.
#10


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