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Villads Saga
Dos Ojos
01-02-2025, 12:19 PM
Ciudad Cocoyashi
Verano del año 714
Después de quedarme completamente ciego, recordé lo que me decía un buen amigo: -Y recuerda, hay tres cosas que todo hombre sabio debe temer: la tormenta en el mar, las noches sin luna y la ira de un hombre completamente ciego.- Ah no, eso se lo dije yo a él después de hacerme chocar contra una columna sólo por reírse de mí. Bueno, creo que se lo dije a él, la verdad es que el eco de aquella sala era muy bueno como para detectar exactamente de dónde venía el sonido. Pero decir, se lo dije, vaya que si.En ese momento decidí que igual iba siendo hora de comprarse un animal de compañía de esos que tenía la gente, los animales esos que guiaban a los ciegos y que me ayudarían a especialmente no chocarme contra columnas o contra nada en general.
Fui a una tienda de animales con un amigo precisamente con la idea de comprar un perro guía, pero mientras estaba hablando con el dueño de la tienda, escucho una voz un poco extraña que viene de uno de los lados de la misma. Según el dueño, resultaba que no era un señor con la voz rara, resulta que era un loro que le encantaba hablar. El loro, que se autoproclamaba "el mejor orador del mundo", le comenta que no es necesario un perro guía si él mismo puede guiarme.
-Si eres un ciego, ¿cómo te vas a pillar un perro guía? ¡Eso es tan ridículo como intentar bailar con los pies atados! -decía el loro. Nunca había filosofado con un loro en mi vida, pero la verdad es que esa afirmación era bastante impresionante para venir de parte de un loro.
Después de aquella primera conversación con Berto en la tienda, me sentí verdaderamente intrigado. El loro había plantado una semilla de duda en su mente: ¿realmente necesitaba un perro guía si Berto podía desempeñar ese papel?. Según el vendedor, tener un loro significaba que podía vivir más que un perro. Además, volaba y podía hablar conmigo, y sobre todo, me dijo que era de un color rojo, azul y blanco muy bonito. Muy exótico. Creo que no se acordaba que era ciego, así que se me quedó un poco más barato para compensar la metedura de pata. Tras pensarlo muy bien durante aproximadamente dos segundos y medio, cedí y decidí darle una oportunidad al loro.
El primer día con Berto fue un caos. El loro no cesaba de hablar, llenando el aire con sus comentarios filosóficos y críticas sobre todo lo que veía. Yo por el otro lado, intentando ignorarlo, mientras practicaba a caminar por mi casa con tal en memorizar los movimientos que tenía que hacer, los pasos que tenía que dar y objetos en su entorno. Pero ahí estaba Berto, que no me paraba de interrumpir con observaciones ingeniosas, aunque tengo que admitir que la verdad es que me hacía gracia a pesar de ser un incordio. Especialmente cuando empezó con el recital de palabrotas.
A medida que pasaban las semanas, Berto demostró ser más efectivo de lo que parecía. Su capacidad para describir el entorno en un tono vivo y en directo me sorprendió bastante, y acabé por acostumbrarme a sus constantes comentarios. Aunque no siempre eran adecuados para el lugar que estábamos, había algo en la franqueza de Berto que lo hacía muy humano, como si fuera un niño o un borracho que siempre dice la verdad tal y como lo cree.
Una tarde, mientras caminábamos por el mercado, decidí preguntarle varias cosas para ponerle a prueba. Berto describió en detalle los colores, las formas y ruidos que me rodeaban. Era todo tal y como lo recordaba. Por primera vez en mucho tiempo, volví a sentir esa conexión con el mundo que había echado de menos gracias a las palabras de mi loro. Este instante marcó un giro en nuestra relación: pasamos de ser dueño y mascota a compañeros de viaje.
Tengo que admitir que no todo fue color de rosas. Hubo días en los que Berto se mostraba especialmente testarudo, insistiendo en caminar por senderos no aptos para alguien que no ve donde pisa o no haciendo caso a mis indicaciones. En una ocasión, paseamos cerca de un lago, y Berto, entusiasmado con las vistas, intentó volar lejos, obligándome a correr detrás de él para intentar que no me perdiera de vista.
A pesar de estos contratiempos, empezamos a confiar el uno en el otro. El loro es cierto que no era un perro tradicional para ciegos como los que me habían recomendado, pero su personalidad única y su inteligencia lo hacían inusualmente eficaz. Pronto se convirtió en más que un guía: un aliado, un confidente, a veces hasta un amigo… y muchas otras veces en la horma de mi zapato.
En las noches, mientras Berto dormía en su jaula, reflexionaba sobre la vida con ahora que le tenía conmigo. Aunque seguía siendo ciego, me sentía menos aislado, gracias a las historias y conversaciones de Berto los días se me hacían más amenos.