¿Sabías que…?
... el concepto de isla Demontooth hace referencia a una rivalidad legendaria en la obra.
[Autonarrada] [T3] El susurro del mar
Octojin
El terror blanco
7 de Otoño de 724


Las calles de Loguetown estaban en calma, pero en la mente de Octojin no existía ninguna tranquilidad. La brisa nocturna acariciaba la ciudad con una pausada suavidad, y las luces de los faroles proyectaban sombras alargadas sobre los adoquines húmedos. Una noche perfecta para pasear, al menos para algunas parejas que caminaban al ritmo de sus pies, pensando en sus problemas o en las posibles soluciones que podían aplicar a estos. A pesar de la quietud de la noche, el tiburón sentía una opresión en el pecho, un peso que no terminaba de disiparse. Y aquella noche era perfecta para quitárselo.

La Marina siempre había sido un desafío. Desde que había ingresado en sus filas, sabía que el camino no sería fácil, todo lo contrario. Él llevaba un handicap importante, el de pertenecer a una raza minoritaria y generalmente oprimida por el mismo gobierno que ahora defendía. Pero en los últimos tiempos, la carga parecía más pesada que nunca. Las responsabilidades se habían acumulado, los problemas parecían no tener fin y, lo más frustrante de todo es que sentía que, por más que luchara, siempre había algo que se le escapaba de las manos. La cuestión es si ese pensamiento que tenía era real o no. Puede que, a fin de cuentas, todo formase parte de un boicot que su cabeza intentaba hacerle.

Caminó por los muelles con paso firme, pero lo cierto es que su cabeza estaba en otro lado. Sentía la rigidez en sus hombros, el cansancio acumulado en cada músculo de su cuerpo. Y entonces, la vio. La vasta extensión del mar, reflejando la luz de la luna como si fuera un espejo interminable. No había nada más bonito que eso. Un susurro de agua, un llamado silencioso que lo invitaba a sumergirse. La solución, aunque temporal, a todos sus problemas.

Sin dudarlo, se quitó la chaqueta de la Marina y la dejó cuidadosamente doblada sobre unos barriles cercanos. Se descalzó, dejó sus cosas en un lugar seguro y caminó hacia el borde del muelle. Miró el horizonte y cerró los ojos un segundo antes de lanzarse al agua con un movimiento ágil.

El océano lo recibió como un viejo amigo. Pero sobre todo, como una amplia verdad. Como su verdad, la que siempre había sido su hogar y la que jamás dejaría de serlo.

El impacto del agua contra su piel fue un bálsamo inmediato. La sensación de ingravidez, la suavidad con la que las corrientes lo envolvían y en las cuales se podía perder, el susurro del mar en sus oídos… Todo eso le recordó de dónde venía y, sobre todo, por qué, a pesar de todo, seguía adelante.

Comenzó a nadar, primero con brazadas largas y poderosas, sintiendo cómo sus músculos se relajaban con cada movimiento. Cerró los ojos y se limitó a disfrutar. A sentir ese agua fluir a través de él, como él mismo lo hacía con su ayuda. El agua fresca lo rodeaba, lavando la tensión acumulada en sus hombros, despejando su mente de todas las preocupaciones que lo habían atormentado en los últimos días.

Nadó sin rumbo durante un buen rato, simplemente dejándose llevar. A medida que avanzaba, su respiración se volvió más pausada y su ritmo más tranquilo. Se sumergió completamente, permitiendo que el silencio absoluto del océano lo abrazara por unos segundos. Allí, en la profundidad del agua y a diferencia de en la tierra, se sintió completamente libre. Sintió que era su lugar, y que jamás había dejado de serlo.

Pero la calma no disipaba las preguntas que lo atormentaban a cada segundo durante los últimos días.

Mientras flotaba en la inmensidad del mar, los pensamientos volvieron a invadir su mente. Se golpeó un par de veces de manera tímido el rostro. Pero esos pensamientos no desaparecían. No al menos con tanta facilidad.

¿Por qué sentía tanta presión últimamente? La Marina siempre había sido un reto, pero desde que había ascendido y ganado reconocimiento, la responsabilidad sobre sus hombros parecía crecer exponencialmente. Era como si cada acción que tomara tuviera repercusiones más grandes, como si cada decisión tuviera el poder de cambiar vidas, para bien o para mal. Quizá no era esa responsabilidad como tal, sino la rapidez con la que había venido.

Había días en los que se preguntaba si realmente estaba logrando algo. Capturaban piratas, desmantelaban bandas criminales, protegían a los ciudadanos… pero siempre surgían nuevos enemigos, nuevas amenazas. Era como una batalla sin fin, una lucha constante que nunca parecía tener un verdadero impacto. ¿Era eso por lo que se había alistado? ¿Hasta cuando podría seguir así? Ni si quiera sabía si aquello era suficiente o alguna vez acabaría siéndolo.

Suspiró bajo el agua y ascendió a la superficie, inhalando profundamente el aire salado. No podía permitirse pensar así. Si se dejaba atrapar por la duda, perdería la motivación para seguir adelante.

Pero no podía ignorar el cansancio. No solo físico, sino mental.

Había que buscar un equilibrio. Octojin se impulsó hacia adelante con un fuerte aleteo de su cola y siguió nadando, esta vez con un ritmo más controlado. Mientras tanto, intentó pensar en cómo aliviar esa carga que sentía sobre sus hombros. Era una tarea difícil, pero sabía que podría hacerlo si se lo planteaba.

Tal vez necesitaba confiar más en su brigada. No podía cargar con todo él solo. Había otros marines en los que podía apoyarse, personas que también estaban ahí para luchar por la justicia. No todo tenía que recaer en él.

Además, tenía que encontrar una forma de liberar el estrés. Nadar le ayudaba, sí, pero ¿qué más podía hacer? ¿Quizá tomarse un día para sí mismo? ¿Darse el tiempo para disfrutar de la compañía de aquellos que le importaban?

Asradi apareció en su mente por un instante, y no pudo evitar sonreír levemente. Con ella, el tiempo parecía detenerse, y los problemas se volvían un poco menos pesados. Quizás era eso lo que necesitaba: recordar por qué estaba en la Marina en primer lugar, recordar que no todo en la vida era una lucha constante.

Sin embargo, el deber siempre estaba ahí. No podía ignorarlo, no podía darse el lujo de relajarse demasiado. Pero tal vez, si lograba encontrar un equilibrio entre su trabajo y su vida personal, podría sobrellevarlo mejor. Pero, ¿cómo podía hacer eso?

Las olas rompieron suavemente contra su cuerpo mientras regresaba poco a poco a la orilla. El frío de la noche le hizo un pequeño escalofrío al salir del agua, pero la sensación de frescura era agradable en ese momento. Tomó su chaqueta y se la colocó sobre los hombros mientras miraba el mar una última vez, antes de alejarse.

El océano siempre había sido su refugio, y aquella noche no había sido la excepción. Había logrado calmarse, aclarar su mente, aunque aún quedaba mucho por resolver.

Suspiró y comenzó a caminar de regreso al cuartel. Mañana sería un nuevo día, y aunque las preguntas no tuvieran respuestas inmediatas, al menos sabía una cosa con certeza: Seguiría adelante.
#1
Moderador Kaku
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