Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
[Autonarrada] [T2] El robo frustrado
Raiga Gin Ebra
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7 de Otoño de 724


Los callejones de Loguetown siempre tenían algo interesante para los ojos avispados. Raiga, con las manos en los bolsillos y la cola moviéndose inquieta de un lado a otro, vagaba por las calles como si no tuviera nada mejor que hacer. El bullicio del puerto le traía recuerdos de su infancia, de cuando vivía sin rumbo, robando para sobrevivir y escapando de la autoridad con la agilidad que solo un mocoso callejero podía tener. Y, aunque pudiera parecer un pasado triste, una sonrisa empezó a esbozarse en él.

Porque claro, no había sonrisa sin plan. Y, ahora, tenía un objetivo claro.

Sus ojos se iluminaron cuando, en una de las calles menos concurridas, vio el cartel desgastado de lo que parecía ser una tienda de armas. Las vitrinas estaban repletas de filos relucientes, desde dagas hasta enormes mandobles, pero hubo una en particular que le dejó sin aliento. 

Un filo pesado, de aspecto intimidante, con una hoja ancha y curva que brillaba bajo la tenue luz del interior. La empuñadura era simple, envuelta en cuero negro desgastado, pero se notaba que aquel arma tenía historia. Raiga se quedó embobado, pegado al cristal de la vitrina, observando cada detalle. 

—Joder, es guapísima… —susurró. 

Su primer instinto fue entrar a la tienda como cualquier cliente normal. Empujó la puerta con las manos en la nuca, como si estuviera simplemente curioseando. 

El dependiente, un tipo de aspecto malhumorado, con una calva brillante y una cicatriz en la mejilla, le echó un vistazo de arriba abajo. Los clientes con cara de mocoso problemático nunca eran buena señal, y menos si tenían pinta de buscar problemas. Y, a pesar de los esfuerzos por mantener una pose despreocupada, Raiga no emanaba mucha confianza que digamos.

—Si no vas a comprar nada, ni se te ocurra tocar nada —gruñó el tendero sin apartar la vista de Raiga. 

Pero el mink no le hizo caso. Se acercó directamente a la vitrina y observó el arma más de cerca. Su reflejo se distorsionaba en el filo y pudo imaginarse a sí mismo llevando semejante pedazo de acero en la espalda, partiendo cosas en dos y quedando increíblemente cool. 

Era su destino y tenía que conseguirlo. 

Aprovechando que el tendero se giró por un instante para organizar un lote de cuchillos, Raiga se movió con la velocidad y precisión de un ladrón de calle experimentado. Sus dedos envolvieron la empuñadura con delicadeza y, en un solo movimiento, deslizó el arma fuera de la vitrina. 

—¡Agh, pesa un huevo! —murmuró para sí mismo, tambaleándose ligeramente. 

Pero antes de que pudiera hacer nada más, un fuerte tirón en su nuca lo detuvo en seco. 

—¿Qué crees que estás haciendo, enano de feria? —gruñó el tendero, quitándole el arma con la misma facilidad con la que se le arrebata un dulce a un niño. 

Raiga se quedó congelado, con la mirada en el filo que había perdido en cuestión de segundos. 

—¡Ey, ey! ¡Eso era mío! —protestó, intentando recuperar el arma, pero el tipo simplemente lo apartó con un empujón. 

—¡Fuera de aquí, sabandija! Antes de que llame a los marines. 

Raiga chistó con la lengua, pero no tenía más opción que marcharse de la tienda con el rabo —literalmente— entre las piernas. No sin antes soltarle una mirada de odio al calvo. 

Salió a la calle mascullando insultos entre dientes. 

—Jodido viejo... ¡Ese pedazo de acero me pertenece! 

Se detuvo en una esquina, cruzando los brazos y reflexionando sobre su próximo movimiento. Si no podía conseguirlo por las buenas, lo haría por las malas. 

—A ver, hay varias formas de hacer esto... 

Se quedó en silencio, observando la tienda con atención. Podría volver de noche y colarse cuando el lugar estuviera vacío. O, tal vez, podría distraer al calvo con alguna artimaña y tomar el arma mientras no miraba. Incluso se planteó fingir que alguien lo atacaba fuera de la tienda y aprovechar el caos para colarse. 

Todas le parecían ideas buenísimas. Así que se limitó a sonreir con suficiencia y se crujió los nudillos. 

—Vale, hora de la acción. 

Tomó aire y se dirigió de nuevo a la tienda. Pero justo cuando estaba a punto de entrar, vio algo que le heló la sangre. 

Un grupo de marines acababa de cruzar la calle y se dirigía directamente a la armería. 

—Oh, mierda. 

Se escondió rápidamente detrás de unas cajas de madera, observando la escena con el ceño fruncido.  Desde su escondite, pudo escuchar al tendero hablar con los marines. 

—Un mocoso con cara de zorro intentó robarme. ¡Un maldito ladrón! 

Raiga puso una cara de absoluta indignación. 

—¡Eh, que solo estaba probando cómo se sentía en la mano! —susurró para sí mismo. 

—¿Puedes describirlo mejor? —preguntó uno de los marines. 

El calvo asintió con fuerza. 

—Pequeño, con orejas puntiagudas, cara de macarra y una jodida cola enorme. No puede haber otro como él por aquí. 

Raiga sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Estaban describiéndolo demasiado bien. Aunque la parte de ser un sex symbol por alguna razón no la contaron. Uno de los marines asintió y miró alrededor. 

—Estará cerca. Si intentó robar una vez, puede intentarlo de nuevo. Vamos a buscarlo. 

Raiga se tragó la saliva y supo que era momento de salir corriendo. 

Se escurrió por los callejones con una agilidad asombrosa, saltando sobre cajas y evitando a la gente en su camino. No tardó en escuchar los gritos de los marines al darse cuenta de que huía. 

—¡Por ahí! ¡Alto ahí! 

—¡Sí sí, ahora mismo me paro, subnormales! —soltó Raiga entre risas mientras aceleraba el paso. 

El mink se deslizó entre dos puestos de mercado, tumbó un par de cajas y se metió en un callejón estrecho donde apenas cabía su cuerpo. Allí aguantó la respiración, escuchando los pasos pesados de los marines pasar de largo. 

Cuando todo se calmó, sacó la cabeza con cuidado y suspiró con alivio. 

—Vale... quizás no ha sido mi mejor plan. 

Se dejó caer contra la pared, frustrado. El filo pesado seguía dentro de la tienda, y ahora, no solo no podía entrar de nuevo, sino que los marines lo estaban buscando. 

—Joder... —murmuró. 

Cruzó los brazos y miró al cielo, pensativo. 

—Bueno, siempre puedo volver a intentarlo otro día... O pagar por el jodido arma, pero ¿quién hace eso? 

Se rascó la oreja y se incorporó con energía renovada. 

—A lo mejor me meto en otro lío hasta que se olviden de mí. Seguro hay algo divertido que hacer por aquí...

Y con una sonrisa traviesa, Raiga se alejó de la zona, dispuesto a buscar su próxima aventura.
#1
Moderador Kaku
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