Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
[Autonarrada] [T3] Recuerdo de Juventud: Salida sin Permiso [Parte 2]
Byron
Que me lo otorguen
La noche en Skypie era silenciosa, salvo por el suave murmullo del viento que acariciaba las nubes y el ocasional crujido de las maderas de la casa. Byron yacía en su cama, con los ojos abiertos y fijos en el techo. La oscuridad lo envolvía, pero su mente estaba más despierta que nunca. El plan que había elaborado con Ariel y Cassiel resonaba en su cabeza como un tambor lejano, recordándole que era hora de moverse.

Con cuidado, se sentó en la cama, sintiendo cómo el colchón de paja cedía bajo su peso. Contuvo la respiración, escuchando atentamente cualquier sonido que pudiera delatarlo. Desde la habitación contigua, llegaba el suave y rítmico respirar de sus padres, una señal de que dormían profundamente. Aun así, Byron no podía evitar sentir que cada movimiento suyo era ensordecedor.

Deslizó las piernas fuera de la cama, sintiendo el frío del suelo de madera bajo sus pies descalzos. Se detuvo un momento, asegurándose de que no hubiera rechinido ninguna tabla. Luego, con movimientos lentos y calculados, se puso de pie. Su corazón latía con fuerza, y el sonido parecía resonar en sus oídos como un tambor de guerra.

- Tranquilo, Byron.- Se dijo a sí mismo en un susurro casi imperceptible. - Tú puedes hacer esto.

Avanzó hacia el armario, lentamente y de forma temerosa, evitando los lugares donde sabía que el suelo crujía. Cada paso era una batalla entre el deseo de correr y la necesidad de ser silencioso. Al llegar al armario, posó su mano en la puerta notando las vetas de madera con la que era construida y la abrió con una lentitud exasperante. El mecanismo emitió un leve clic, y Byron contuvo el aire, esperando que el sonido no hubiera despertado a nadie. Unos segundos que se sintieron eternos hasta que se aseguró de que la calma de la noche seguía imperturbable, aunque los fuertes latidos de su pecho revuelto le hacían complicada la tarea de escuchar el silencio. Se llevó una de sus manos a este, para sentir cada uno de estos, y poco a poco comenzó a respirar de forma más calmada, hasta que finalmente volvió al ritmo anterior, que, aunque agitado, no era tan fuerte como para sentir que iba a vomitar su propio corazón. Así, volvió a alzar la mirada al armario abierto, convencido de lo que tenía que hacer.

Dentro del armario, sus ropas estaban colgadas con cuidado. Byron extendió la mano para tomar su chaqueta, pero el movimiento hizo que una de las perchas rozara contra la madera, produciendo un ligero chirrido. Se detuvo en seco, conteniendo la respiración mientras escuchaba atentamente. Desde la habitación de sus padres, llegó un leve movimiento, como si alguien se hubiera dado vuelta en la cama. Otra vez su agitado corazón comenzó a bombear más y más, e imploraba para sus adentros, al cielo y al mismo Sol, que todo saliese como lo planeaba.

Byron apretó los puños mientras esperaba unos segundos, asegurándose de que todo estaba en calma antes de continuar. Impacientado no dudó y tomó la chaqueta, haciendo oídos sordos al retumbante sonido que provenía de su pecho y comenzó a vestirse, moviéndose con la mayor delicadeza posible. Sin embargo, al ponerse la chaqueta, una de sus alas rozó accidentalmente una estantería cercana debido al nerviosismo que invadía el cuerpo del chico. Su cara, totalmente destrozada en ese momento, al ver como un libro gordo y desgastado, se precipitaba al vacío, su pálido rostro era un cuadro, pero, recordó las palabras de su padre "un guerrero tenía que estar siempre preparado" y sintiéndolo como una prueba del destino, un extraño coraje invadió su pecho. No podían pillarle, es lo que no paraba de pensar el zagal, y así, mientras veía aquel objeto caer a cámara lenta, con un rápido movimiento se volteó hasta agarrarlo en el aire a unos centímetros del suelo, dejando el sonido de sus raudas pisadas en el ambiente.

El sonido, aunque no era fuerte, resonó en el silencio de la noche como un trueno. Byron se quedó inmóvil, con el corazón latiendo tan fuerte que temía que pudieran escucharlo desde la otra habitación, acompañando este retumbante sonido con un suspiro sordo, en el cual sintió que se le escapaba hasta la misma alma. Desde la habitación de sus padres, llegó un ruido más definido, el crujido de la cama y el sonido de pasos suaves.

- Byron, ¿estás bien?- Escuchó la voz somnolienta de su madre, Karia, desde el pasillo.

Byron contuvo el aire, sintiendo cómo el pánico se apoderaba de él. Rápidamente, se deshizo de la chaqueta y se deslizó de vuelta a la cama, metiéndose bajo las sábanas de seda y cerrando los ojos con fuerza. Justo a tiempo, porque la puerta de su habitación se abrió suavemente, y la silueta de Karia apareció en el umbral.

- ¿Byron?- Susurró su madre, acercándose a la cama.

Byron hizo un esfuerzo consciente por mantener su respiración lenta y regular, como si estuviera profundamente dormido. Karia se inclinó sobre él, observándolo con preocupación, el rostro del muchacho solo mostraba los signos de alguien que dormía profundamente, con un ligero silbido él sus respiraciones calmadas, aunque dentro de él, la angustia era la que dominaba, y los segundos de observación de su madre se sentían horas, deseando cada uno de estos que abandonase la habitación de una vez. Después de un momento, suspiró y le acarició suavemente el cabello.

- Debe haber sido mi imaginación.- Murmuró para sí misma, observando las rosadas mejillas que caracterizaban el angelical rostro del muchacho.

Byron esperó hasta que escuchó el sonido del agua corriendo en el baño y los elegantes y suaves pasos de su madre volviendo a la habitación antes de abrir los ojos, y así, se quedó unos minutos más, asegurándose de que la calma volviese a reinar en aquel hogar. Su corazón aún latía con fuerza, pero ahora también sentía un ligero remordimiento por haber preocupado a su madre, sin embargo, sabía que no podía detenerse ahora. Con un último vistazo hacia la puerta, se levantó de nuevo y comenzó a vestirse con mayor cuidado, asegurándose de que sus alas no rozaran nada más, hasta el punto de recogerlas tanto que sentía un sutil dolor en las articulaciones de estas. Sus alas, el mayor tesoro que le habían dado sus padres, estuvieron a punto de delatarle, esto le hizo plantearse por primera vez en su vida, que unas alas más pequeñas podían tener sus propias ventajas.

Con un último vistazo a su cama, donde las sábanas aún conservaban la forma de su cuerpo, Byron se dirigió hacia la puerta de su habitación. La agarro con delicadeza, sintiendo el frío metal del pomo bajo sus dedos. Giró lentamente, milímetro a milímetro, hasta que el mecanismo cedió con un clic casi imperceptible. Contuvo la respiración, aunque sabía que esta vez había sido tan meticuloso girando el pomo que era imposible que sus padres hubiesen sido capaces de escuchar algo y apoderándose de la eficacia y rapidez que caracterizaba a un ladrón nocturno, abrió la puerta lo justo para deslizarse al pasillo.

El pasillo estaba sumido en una oscuridad casi absoluta, salvo por la tenue luz de la luna que se filtraba por una pequeña ventana al final del corredor. Byron avanzó con pasos cortos y calculados, evitando las tablas del suelo que sabía que crujían. Cada paso era una prueba de paciencia y control, y cada respiración que tomaba parecía resonar en sus oídos como un susurro demasiado fuerte.

Al llegar al final del pasillo, se detuvo frente a la puerta de la habitación de sus padres. Desde dentro, podía escuchar el suave respirar de su padre, Edgar, y el ocasional movimiento de su madre, Karia, que aún no se había dormido del todo. Byron se pegó a la pared, conteniendo el aire mientras esperaba que su madre se acomodara de nuevo en la cama. Así, con su propia mano tapando sus labios siguió esperó lo suficiente hasta volver a sentirse seguro, y avanzó hasta el comedor, pues el muchacho sabía que era más seguro recorrer ese camino, pues, además de ser más directo, una alfombra tupida cubría el suelo de madera en la zona más cercana al sofá, y estos podrían amortiguar las pisadas que el revoltoso muchacho causaría en su desplazamiento.

Byron llegó al comedor, un espacio familiar que ahora parecía extrañamente hostil bajo la tenue luz de la luna que se filtraba por las ventanas. La mesa, las sillas y los objetos cotidianos que solían ser parte de su vida diaria ahora se convertían en obstáculos potenciales en su misión de escapar sin ser detectado. El aire en la habitación era fresco, y las cortinas de tela ligera ondeaban suavemente, movidas por la brisa nocturna que entraba por una de las ventanas entreabiertas.

Esa ventana era su oportunidad. Estaba lo suficientemente abierta como para que alguien delgado y ágil pudiera deslizarse por ella, pero no tanto como para llamar la atención. Byron se acercó con cautela a la entrada, evitando cualquier movimiento brusco, y agarró su calzado, llevándolo en sus pequeñas manos son sumo cuidado mientras comenzaba su recorrido hacia lo que era su vía de escape, la ventana. Sus alas, aún recogidas con cuidado, le recordaban constantemente la necesidad de mantener el equilibrio y la discreción.

Al llegar a la ventana, Byron se detuvo un momento para escuchar. Desde la habitación de sus padres, no llegaba ningún sonido que indicara que estaban despiertos. Con un suspiro de alivio, posó sus manos en el marco de la ventana y la abrió un poco más, lo justo para que su cuerpo pudiera pasar. Las cortinas, agitadas por el movimiento, rozaron su rostro como un susurro de advertencia, pero Byron no se detuvo. El intrépido muchacho que un día se convertiría en un poderoso pirata se subió al alféizar de la ventana. El aire fresco de la noche lo envolvió, y por un momento, se sintió libre. Sin embargo, sabía que no podía bajar la guardia. Con movimientos cuidadosos, se deslizó por la ventana, y antes de tocar el suelo comenzó a batir sus alas para quedarse suspendido en el aire, con sus zapatos agarrados en una de sus manos, sonrió y lentamente comenzó a alejarse de su casa volando, mientras finalmente colocaba su calzado en sus pies.

Así, se dirigió al lugar acordado con sus amigos.

Finalmente, llegó al lugar donde había quedado con Ariel y Cassiel. Sus amigos ya estaban allí, agazapados detrás de un arbusto, con miradas de emoción y nerviosismo que reflejaban las suyas.

- Pensé que no vendrías.- Susurró Ariel, con una sonrisa que apenas podía contener.

- Casi no vengo.- Admitió Byron en voz baja, mientras se unía a ellos detrás del arbusto.- Pero aquí estoy hie, hie, hie...- Rio poco convencido, quizás hubiese sido mejor quedarse en la cama.

Cassiel, siempre el más cauteloso, asintió con la cabeza.

- Entonces, ¿estamos listos?- Preguntó, mirando a sus amigos con una mezcla de ansiedad y nerviosismo cual literalmente niño que se salta las normas.

Byron respiró hondo y asintió. Sabía que lo que estaban a punto de hacer era arriesgado, pero también sentía que era el primer paso hacia algo más grande. Todos se miraron en silencio durante unos segundos, visiblemente afectados por la situación, aunque convencidos de lo que tenían que hacer. Todos asintieron decididos, y comenzaron su camino hacia su escondite para recoger el dial de impacto, todos lo sabían, no había marcha atrás, y aunque cumplieran con su objetivo tenían claro que todo el mundo iba a ser conocedor de lo que hicieron esa noche.
#1
Moderador Kaku
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