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[Aventura] [T1] Los abandonados (Parte 3)
Silver D. Syxel
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Loguetown
Día 2, Invierno del año 724

La luz del amanecer apenas asomaba entre los edificios de Loguetown, iluminando con timidez las calles cubiertas por una fina capa de escarcha. El frío se filtraba por las grietas de las paredes y el callejón, ahora en silencio, parecía más estrecho que la noche anterior. Los restos de la hoguera aún despedían un leve calor, apenas suficiente para mantener las manos calientes. Los mendigos estaban despiertos, moviéndose con lentitud mientras recogían sus cosas o compartían murmullos bajos que se mezclaban con el crujir de la madera quemada.

En una esquina, un grupo intentaba reavivar las brasas usando cartones y trozos de madera recogidos de las calles cercanas. Otros se mantenían cerca, compartiendo botellas medio vacías o tapándose con mantas raídas. Nadie decía nada abiertamente, pero el nerviosismo era palpable. Los eventos de la noche anterior habían dejado claro que la calma no duraría mucho.

Más allá del callejón, el sonido del bullicio matutino comenzaba a llenar el aire. Vendedores abriendo sus puestos, ruedas de carros rodando por las calles empedradas y voces que anunciaban sus mercancías marcaban el inicio de un nuevo día. Pero ese ruido parecía distante, casi ajeno, como si el callejón existiera en un mundo aparte, donde el frío y la incertidumbre eran los únicos habitantes.

De pronto, uno de los mendigos, un hombre joven de mirada inquieta, se asomó al borde del callejón y regresó rápidamente, con la respiración agitada.

Hay movimiento en la calle principal —anunció en voz baja, mirando al grupo—. No son muchos, pero creo que vienen hacia aquí.

El mensaje fue suficiente para que la atmósfera se tensara aún más. Los ojos de los mendigos buscaron instintivamente a su protector, esperando orientación. La situación exigía decisiones rápidas, y el tiempo para actuar era limitado.



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#1
Dharkel
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Dharkel permaneció el resto de la noche sentado sobre una maltrecha caja de madera cercana a la hoguera, intercambiado caladas con tragos de licor para mantener el calor en el cuerpo, aunque no le hiciese mucha falta. No fue hasta que los primeros rayos del día bañaron su cansada tez que se levantó, estirando levemente los músculos mientras observaba cómo en el improvisado campamento los mendigos recogían sus pocas pertenencias bajo los asoladores murmullos.

El espadachín liberó una nube de humo de sus pulmones y tras carraspear levemente se dirigió a su gente.

- Entiendo perfectamente cómo os debéis sentir. Y os seguiréis sintiendo así mientras no toméis las riendas de vuestras vidas – dijo dejando tonar su molestia -. Mientras no luchéis por ellas… - susurró para sus adentros.

Dharkel comprendía que no estaba siendo del todo justo con ellos. Había estado en sus carnes y vivido la misma situación años atrás, por lo que entendía que lo que estaba a punto de pedirles no era justo. No cuando cada día era una lucha por la supervivencia, especialmente en invierno.

- Tuvisteis suerte de que anoche estaba con vosotros, pero recordad a todas las personas que secuestraron hace no muchas lunas. Todas las palizas recibidas. Toda violación de los principios personales con el afán de sobrevivir un día más.

Hizo una breve pausa para ver si sus palabras tenían el más mínimo efecto entre ellos. Dio otra larga calada al cigarro.

- Si queréis que dejen de mangonearos, de abusar de vosotros, de sentiros como desechos, tenéis que aprender a pelear. Y no me refiero a una simple pelea por una lata de conservas – puntualizó al ver que uno de ellos estaba a punto de protestar -. Me refiero a un combate real. Donde la vida y la muerte se decide en cuestión de segundos. Donde el cuchillo más rápido arrebata el último aliento al rival.

Uno de los mendigos más jóvenes se apresuró a volver con el grupo, dando la noticia que Dharkel llevaba esperando toda la noche. Pensó durante un instante levantar muros de tierra entre ellos y sus agresores, pero la idea de encerrarles en una ratonera sin escapatoria no fue de su agrado.

- Retroceded, permaneced juntos, observad y, en este caso, luchad tan sólo si es absolutamente necesario. Hoy pelearé yo, pero mañana no estaré – dijo tajante para reforzar la importancia de sus palabras.

Se alejó varios metros del grupo, agachándose para tocar el suelo.

- No tengáis miedo de lo que está a punto de pasar. Dejaré una abertura para que no estéis acorralados.

Acto seguido el espadachín desenfundó su arma y dos enormes trozos de tierra fría comenzaron a emerger del suelo, elevándose varios metros sobre las cabezas de los mendigos y otorgándoles un par de muros en los que poder refugiarse en caso de que la guardia hubiese decidido traer proyectiles al encuentro.

Finalmente se encaró a la entrada del callejón mientras liberaba una nube de humo, con el filo listo y brillando bajo el amanecer.

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#2
Silver D. Syxel
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Loguetown
Día 2, Invierno del año 724

El callejón se sumió en un silencio tenso tras las palabras de Dharkel. La escarcha en el suelo crujía bajo los pies de los mendigos, que permanecían agrupados tras los muros de tierra que el espadachín había levantado. Algunos de ellos intercambiaban miradas cargadas de incertidumbre, mientras que otros apretaban los labios con una mezcla de temor y resignación. No era la primera vez que la guardia les acosaba, pero nunca habían tenido a alguien que los defendiera con tal determinación.

El frío de la mañana se tornó más punzante cuando los sonidos de la ciudad fueron interrumpidos por el eco de pasos acercándose. Esta vez no se trataba de una simple patrulla de rutina. A la entrada del callejón, un grupo de cinco guardias avanzaba con una determinación que dejaba en claro que venían con órdenes claras. Al frente, un hombre de complexión robusta, con el abrigo de la milicia abrochado hasta el cuello y una insignia de cabo en el pecho, se detuvo al ver la barricada de tierra y la figura de Dharkel frente a ella.

¿Pero qué demonios…? —murmuró uno de los guardias al notar la estructura improvisada.

El cabo frunció el ceño, evaluando la situación con una mirada fría. A diferencia de la noche anterior, esta vez no había margen para advertencias. Se tomó un momento para inspeccionar a Dharkel, desde su postura hasta el filo de su katana, brillando bajo la luz pálida del amanecer. No era un mendigo más, eso estaba claro.

Tienes agallas, lo reconozco —dijo el cabo, cruzando los brazos—. Pero también tienes un problema. Esta gente sabe que no puede quedarse aquí. ¿Qué crees que pasará cuando te marches? ¿Crees que un par de muros van a cambiar su destino?

Uno de los mendigos, un hombre de cabello entrecano y rostro curtido por la vida en la calle, se removió inquieto, como si quisiera decir algo, pero guardó silencio. Dharkel podía notar que el grupo estaba dividido entre la gratitud y el miedo. Algunos parecían dispuestos a tomar sus palabras en serio, mientras que otros solo deseaban que todo terminara sin más violencia.

El cabo hizo una señal con la cabeza, y dos de los guardias avanzaron con cautela, colocando las manos sobre las porras que colgaban de sus cinturones. No parecían dispuestos a desenfundar todavía, pero la amenaza estaba implícita.

No voy a repetirlo —continuó el cabo—. Dispersa a esta gente y baja esa barrera, o tendremos que hacerlo nosotros.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, mientras los guardias esperaban una respuesta. La tensión en el callejón se hacía cada vez más densa. Los mendigos miraban a Dharkel, esperando ver si se aferraría a su postura o si encontraría otra salida a la situación.

El enfrentamiento no era inevitable aún, pero cualquier movimiento en falso podría cambiarlo todo.



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#3
Dharkel
-
El crujir de las pisadas sobre el suelo nevado se iba incrementando poco a poco, irrumpiendo en el silencio que se había formado en aquella ratonera en la que trataban de malvivir los mendigos. Los pasos no tardaron en doblar la esquina, haciendo aparecer a cinco guardias armados con porras y aires desafiantes. Dharkel mantuvo su postura sin moverse un solo centímetro mientras los hombres se acercaban.
 
Pudo notar cómo a su espalda gracias al kenbunshoku haki cómo el miedo invadía los corazones de algunos de los mendigos. Pero permaneció inmóvil, como si el frío del invierno le hubiese congelado en aquella postura. No era postura desafiante, pero sí demostraba su propia determinación.
 
Cuando un par de guardias comenzaron a avanzar lentamente, con cautela y las manos sobre las porras hacia aquellos a quienes Dharkel trataba de proteger, se movió. Agitó levemente su brazo izquierdo a modo de advertencia, con el que sostenía una pesada katana. Los destellos del amanecer dibujados en su filo fueron sustituidos rápidamente por un color ébano de reflejos azulados que envolvió completamente su arma y la mano que la sostenía.
 
- Yo tampoco voy a volver a repetirme. – Suspiró pesadamente -. Considero que tres veces son suficientes. No habrá una cuarta – dijo tajantemente.
 
La barricada se elevó un poco más la barricada a su espalda en un acto que trataba de ser intimidante. Probablemente los guardias serían conocedores de tales magias, pues era conocimiento extendido por la cultura popular, pero verlo en persona, especialmente si era la primera vez podría llegar a ser algo abrumador para los corazones más débiles.
 
- Creo que cuando me marche algunos de ellos no sobrevivirán al invierno. Es mucho más duro en las calles de lo que os podéis llegar a imaginar, especialmente si dormís bajo un techo caliente y con un plato caliente todos los días.
 
Dharkel miró de reojo a los guardias que poco a poco se estaban acercando, tratando de hacerles saber que estaban siendo vigilados.
 
- También creo que no queréis hacerles daño, no al menos a propósito o habríais venido con refuerzos, dispuestos a matar. Queréis echarles de aquí, pero no tienen otro lugar al que ir. ¿Quizás a tu casa? – Levantó levemente la katana, apuntando a un de los guardias al azar -. ¿O quizás a la tuya? – Señaló esta vez a otro -. Quién sabe. Quizás mañana vosotros mismos os encontréis en su situación.
 
Dio una calada al cigarro que se posaba en sus labios, analizando la situación. Era cierto que actualmente dependían de él, pero hasta ahora habían conseguido sobrevivir sin su ayuda, por lo que probablemente pudiesen volver a hacerlo tras su marcha.
 
- Según lo veo yo, ahora mismo tenéis tres opciones. Las propuestas adicionales son bienvenidas. Estoy abierto a la negociación – dijo exhalando el humo que se almacenaba en sus pulmones -. Primera: cumplís vuestras órdenes. O lo intentáis al menos y no volveréis a ver a vuestras familias ni amigos. Segunda: Os dais media vuelta, fingís que habéis completado el trabajo de cara a vuestros superiores y les protegéis. Creedme cuando digo que me enteraré si algo malo le pasa a alguno de ellos. Tercera: Les ayudáis a salir adelante. No buscan limosnas ni son unos desarrapados perezosos que están en esa situación por gusto. Les aseáis, les dais ropas nuevas, alimento y un trabajo digno con el que puedan volver a poner en pie sus vidas. – Dejó un momento para ver el efecto que surtía sus palabras en aquellos miembros de la ley -. Quizás incluso podrían llegar a ser compañeros de armas con el entrenamiento adecuado.
 
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#4
Jack Silver
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Loguetown
Día 2, Invierno del año 724

El callejón, ya de por sí helado, pareció volverse aún más gélido con las palabras de Dharkel. El filo ennegrecido de su katana captaba la luz del amanecer con un brillo opaco, amenazante. La barricada de tierra crujió al elevarse unos centímetros más, proyectando sombras largas sobre la escarcha del suelo. El cabo no se movió de inmediato, pero sus hombres sí. Un par de ellos intercambiaron miradas inquietas, incapaces de ocultar la tensión en sus posturas.

Tsk… —el cabo exhaló pesadamente, sin apartar los ojos de Dharkel. Su mano seguía libre, lejos del arma que colgaba de su cinturón, pero la forma en que sus dedos se crisparon delataba su creciente impaciencia.

Uno de los guardias, más joven que el resto, tragó saliva con fuerza. Su mirada se desvió de la katana envuelta en haki a la barricada de tierra, y luego a los mendigos que se refugiaban detrás de ella. Parecía debatirse entre su deber y el sentido común.

¿Nos estás amenazando? —preguntó otro de los hombres, con un tono que intentaba sonar desafiante, pero que no disimulaba la duda que se había instalado en su voz.

El cabo alzó una mano, deteniendo a sus subordinados antes de que la situación se descontrolara más. Su mandíbula se tensó, como si estuviera evaluando las palabras de Dharkel y los riesgos que implicaban. Finalmente, resopló con visible frustración.

Tienes razón en una cosa, forastero. —Su mirada recorrió el callejón, deteniéndose en los rostros de los mendigos que se escondían tras la tierra levantada—. Estos desgraciados no van a desaparecer solo porque les echemos de aquí. Pero si crees que nosotros tenemos el poder de cambiar sus vidas, eres más ingenuo de lo que pareces.

El guardia más cercano al cabo inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera esperando órdenes para actuar. Sin embargo, el cabo permaneció en su lugar, con el ceño fruncido.

Podría traer refuerzos. Podría regresar en un par de horas con suficientes hombres para reducirte y arrastrarte a la prisión de la base, pero no estoy seguro de que valga la pena. —Su tono no tenía rabia, sino una incomodidad que trataba de disfrazar con pragmatismo.

Su mirada volvió a Dharkel, estudiándolo con detenimiento antes de soltar un resoplido resignado.

Escúchame bien. —Se giró hacia los mendigos tras la barricada—. No voy a hacer la vista gorda si mañana seguís aquí. La ciudad tiene sus reglas, y no voy a poner en juego mi puesto por vosotros. Esta vez lo pasaré por alto, pero no esperéis que vuelva solo la próxima.

El silencio se apoderó del callejón. Los guardias no se movieron de inmediato, esperando la orden definitiva. La decisión del cabo parecía estar tomada, pero la tensión seguía en el aire. Dharkel había presentado sus términos. Ahora solo quedaba ver cómo se resolvería el desenlace.



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#5
Dharkel
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Algunos de los hombres que tenía frente a sí comenzaron a intercambiarse miradas cargadas de nerviosismo e incredulidad. No obstante, el líder de la unidad permaneció prácticamente impasible, o al menos esa era la sensación que podía llegar a trasmitir si no se podían reconocer los signos de creciente impaciencia.
 
- Sí.
 
Fue todo lo que dijo en respuesta a la pregunta de uno de ellos, desviando brevemente la mirada hacia él. Su pose, el visible uso del bushshoku haki en su arma e incluso aquella brujería que lentamente levantaba un muro entre los guardias y sus objetivos. Todo era parte de un teatro que buscaba evitar la confrontación física mediante el uso de la intimidación escénica. No tenía que ser más rápido, más fuerte o más inteligente que ellos, tan sólo tenía que aparentarlo. Y Dharkel era bueno aparentando ser cosas que realmente no era.
 
Por suerte el cabo aún mantenía la cordura, alentando a sus subordinados a no cometer ninguna imprudencia. Sabía que aquella trifulca era innecesaria y que probablemente no merecería la pena averiguar si el espadachín estaba realizando un elaborado farol.
 
- No soy ingenio. Soy un soñador – dijo al recordar brevemente algunas situaciones inverosímiles que había llegado a vivir -. Y sé bien que no tenéis poder para hacer absolutamente nada. O al menos eso es lo que os han hecho creer desde que nacisteis, amoldando vuestras mentes bajo los criterios de servidumbre de aquellos que ostentan el poder. ¿Cómo hubiese sido la situación si en lugar de muertos de hambre hubiesen sido personas acaudaladas e influyentes? ¿Habrías venido a hacer vuestro trabajo?
 
Dejó unos segundos las preguntas en el aire mientras extendía su mano derecha hacia atrás, hacia donde se encontraban los mendigos, hasta que finalmente respondió.
 
- No. Porque vuestro trabajo no es servir a la ciudad. Es servir a los ricos.
 
Dio esta vez una larga calada al cigarro, sabiendo que probablemente le tomarían por uno de esos revolucionarios de los que ocasionalmente se escuchaba hablar, considerándole un radical antisistema al que tener vigilado o incluso encerrado. En el mejor de los casos le tratarían como un loco. Fuere cual fuese el resultado final, no esperaba conseguir un milagro, tan solo plantar la semilla de la duda. Una semilla que quizás tardase en germinar. Pero era un primer paso.
 
- Realmente… - dijo esta vez más calmado - …sí que hay algo que podéis hacer por ellos. El poder de cambiar sus vidas sólo lo tienen ellos mismos, tan solo necesitan una oportunidad. ¿En serio podéis llegar a creer que no se agarrarían incluso al clavo más ardiente? – pregunto esta vez con un ligero tono melancólico.
 
En aras de intentar profundizar aún más en su mensaje, relajo ligeramente su postura, dejando caer el brazo que portaba la katana y desvaneciendo el haki que momentos antes se dibujaba sobre ella.
 
Resumen
#6
Jack Silver
-
Loguetown
Día 2, Invierno del año 724

El silencio volvió a apoderarse del callejón mientras las palabras de Dharkel flotaban en el aire, resonando en las mentes de todos los presentes. Los guardias no respondieron de inmediato. Sus miradas se desviaban entre ellos, incapaces de ocultar el desconcierto que comenzaba a brotar tras las provocaciones del espadachín. El cabo apretó la mandíbula y dejó escapar un leve gruñido, claramente frustrado.

La tensión latente había cambiado de forma. Ya no era solo el miedo a un combate que podría estallar en cualquier momento, sino algo más profundo. Las palabras de Dharkel habían plantado una semilla incómoda en el grupo. Quizás no florecería hoy ni mañana, pero estaba ahí, alimentando la duda.

El cabo avanzó un paso, lo justo para asegurarse de que sus hombres no malinterpretaran el silencio como una señal de debilidad. Sus ojos se clavaron en los de Dharkel, buscando una respuesta que no llegó.

No sé qué esperas conseguir —dijo en un tono bajo, que apenas ocultaba la molestia—, pero si crees que vas a cambiar algo aquí con discursos y muros de tierra, estás perdiendo el tiempo.

Hizo un gesto brusco a sus hombres, que asintieron con reticencia y comenzaron a retroceder lentamente.

Acordaos de lo que os he dicho —añadió el cabo, dirigiéndose tanto a los mendigos como a Dharkel—. Si mañana seguís aquí, no seré yo quien venga, y os aseguro que entonces no habrá margen para amenazas ni negociaciones.

El eco de sus botas al girarse resonó con fuerza, y uno a uno, los guardias se alejaron, dejando el callejón envuelto en una calma que sabía más a tregua que a victoria.

Los mendigos permanecieron en silencio hasta que el sonido de los pasos se desvaneció en la distancia. Algunos dejaron escapar suspiros de alivio, mientras otros intercambiaban miradas cargadas de preguntas sin respuesta. Habían sido testigos de algo inusual, algo que aún estaban intentando comprender.



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#7
Dharkel
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Dharkel chasqueó la lengua cuando la guardia desapareció junto al sonido de sus pasos sobre la nieve. Relajó su posición y envainó el arma, dejando caer con cuidado los enormes bloques de tierra que momentos antes levitaban a su espalda.
 
Apretó el puño mientras su mirada continuaba sumida en la entrada de aquella ratonera, cuestionándose si habría hecho bien en dejarles ir con vida, si realmente estaba consiguiendo el cambio que quería para él mismo. Dónde debía poner los límites, trazar las líneas rojas, era algo que solo descubriría a su debido tiempo. Hoy había conseguido salvar la situación sin derramar sangre, pero el mañana sería una cuestión radicalmente diferente.
 
Giró sobre sus talones, encarándose hacia los mendigos y tras tirar el cigarro al suelo se dirigió a ello, elevando levemente la voz para asegurarse de que todos y cada uno de ellos le prestaban atención.
 
- ¡Esto no ha terminado! ¡Esos cobardes volverán mañana con un ejército para quitaros lo poco que tenéis!
 
Dio un paso al frente, acercándose a ellos, evaluándoles uno a uno.
 
- No todos estáis en condiciones de luchar. Y aunque lo estuvieseis será una batalla que con toda seguridad perderíais. No tenéis el entrenamiento ni los conocimientos suficientes para enfrentaros a militares. Las trifulcas callejeras a las que estáis acostumbrados difieren mucho de un encuentro armado.
 
Dharkel ayudó a uno de los ancianos a levantarse, apoyándole sobre un joven que tenía la mirada llena de entusiasmo.
 
- Mañana no estaré para luchar por vosotros. Pero el día acaba de empezar. Busquemos un nuevo refugio antes de que caiga la noche y os enseñaré lo que pueda en estas horas. Después de eso, estaréis por vuestra cuenta.
 
El espadachín se dirigió esta vez al joven de mirada entusiasmada y tras apoyar su mano en un hombro le susurró.
 
- Buscad si podéis a la Armada Revolucionaria. No será fácil, pero quizás os puedan ayudar.
 
Tras sus palabras, el espadachín comenzó a recoger sus cosas y a ayudar a los mendigos a trasportar lo poco que tenían. Cuando el campamento estuvo levantado, se dispuso a liderar una marcha hacia las afueras de la ciudad. Con suerte podrían encontrar alguna cueva o gruta abandonada en la que poder instalarse temporalmente.
 
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#8
Moderador Kaku
El mejor mod
Dharkel:
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[*]Experiencia: 4325.72-> 4355,72(+30)
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[*]

Sylver= Narrador estudioso
Berries: 1030580141 > 1030880141 (+300000)
Experiencia:8038.60 -> 8083.60 (+45)
Nikas: 29-> 36 (+7)
Cofres: CFR002

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#9


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