Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
Tema cerrado 
[Pasado] Un encuentro poco común [privado Galhard/Asradi]
Galhard
Gal
Verano, 223
La cala apartada en la que Galhard se encontraba era un rincón de paz y serenidad, alejado del bullicio de la Isla Kilombo. Era un lugar casi secreto, oculto tras una serie de formaciones rocosas que se alzaban como guardianes naturales, protegiendo la pequeña playa de la vista del resto del mundo. Desde su posición, el faro Rostock se alzaba majestuoso en la distancia, su luz parpadeante como un faro guía en la creciente penumbra del atardecer. A medida que el sol comenzaba su lento descenso hacia el horizonte, el cielo se pintaba con tonos de naranja, rosa y púrpura, reflejándose en las tranquilas aguas que bañaban la orilla de la cala.

El suave murmullo de las olas, que se deslizaban con gentileza sobre la arena, creaba una melodía constante y relajante. Cada ola traía consigo un susurro, como si la marea compartiera sus secretos ancestrales con aquellos que tenían la paciencia de escuchar. El agua era clara y cristalina, revelando el lecho marino cubierto de suaves algas y pequeños peces plateados que se movían en sincronía, ajenos a la presencia de Galhard. A lo lejos, las gaviotas planeaban en círculos, sus siluetas recortadas contra el cielo, dejando escapar de vez en cuando un graznido que rompía momentáneamente la calma.

La arena bajo los pies de Galhard era fina y dorada, mezclada en algunos puntos con pequeñas conchas marinas de delicados colores pastel. Aquí y allá, trozos de madera flotante, probablemente restos de viejos naufragios, se dispersaban por la orilla, narrando historias de marineros y navíos perdidos en el tiempo. Algunas rocas sobresalían del agua, cubiertas de musgo y líquenes, proporcionando un hogar a pequeños cangrejos que se apresuraban a esconderse al percibir la proximidad del marine.

Los acantilados que rodeaban la cala ofrecían una impresionante vista del entorno. En sus grietas y salientes crecían resistentes arbustos y plantas costeras, sus raíces profundamente ancladas en la roca. Estas plantas, acostumbradas a la dura vida junto al mar, se mecían suavemente al compás del viento marino, cuyas brisas acariciaban el rostro de Galhard y jugaban con su cabello, trayendo consigo el aroma salado y refrescante del océano.

A medida que el sol continuaba su descenso, las sombras se alargaban y la luz comenzaba a tornarse dorada, dándole a todo un brillo cálido y nostálgico. El mundo parecía ralentizarse en aquel lugar, como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar. En la distancia, el faro encendió su luz, un haz que barría lentamente el horizonte, asegurando a los navegantes que su camino estaba seguro.

Galhard, sumido en la tranquilidad de la cala, sentía cómo su mente se despejaba. El cansancio y la tensión acumulados en sus misiones recientes parecían disiparse con cada respiración profunda, llenando sus pulmones del aire puro y revitalizante del mar. Había algo especial en ese lugar, algo que lo conectaba con la naturaleza en su estado más puro y que le recordaba la vastedad y el misterio del mundo que lo rodeaba. Era un lugar de introspección, de renovación.

Pero esa paz estaba a punto de ser interrumpida. En el silencio de la cala, Galhard escuchó un suave chapoteo, un sonido diferente al ritmo regular de las olas. Giró la cabeza hacia el mar, donde la superficie del agua se rompía suavemente, revelando una figura que se acercaba hacia él desde las profundidades...
#1
Asradi
Völva
Había logrado sortear la mayoría de las corrientes y alguna que otra tormenta. Pero estaba agotada para cuando el atardecer ya copaba el horizonte, regalando destellos anaranjados y cálidos a la superficie del mar. Necesitaba descansar en tierra firme, aunque fuese por un par de horas. Era un poco reacia a ello, pero no tenía, ahora, otra opción. Llevaba varios días de viaje, alejándose cada vez más y más de la isla Gyojin. No sabía cuánta distancia había recorrido, pero intuía que la suficiente, solo nadando y nadando. Alimentándose de algunos peces que iba cazando por el camino.

Notó que llegaba a una playa en el momento en el que percibió que las olas se suavizaban, y coleteó hasta la superficie. Realizó un par de saltos suaves, que hicieron chapotear el agua antes de volver a hundirse, notando el cambio de temperatura en el agua y cómo algunos peces huían de su presencia asustados por la velocidad que había tomado al principio y que, ahora, iba ralentizando poco a poco. Finalmente, asomó, no sin cierta cautela, apenas dejando salir la mitad del rostro. Estaba oscuro y, aunque la luna iluminaba la zona con sus saetas plateadas, no tenía una buena visión en la oscuridad, por desgracia. No en tierra. Y en el mar, por la noche, solía orientarse gracias al resto de criaturas marinas y a la dirección de las corrientes. Para ella todo era más fácil en el océano, en ese sentido. No le pareció ver a nadie y por eso se animó.

Asradi volvió a hundirse unos segundos bajo la superficie del agua y se dejó llevar, ahora, por las olas, hasta que pudo notar la arena de la orilla acariciando su vientre y las escamas de su cola. Efectivamente, lo que acababa de aparecer en la orilla de la cala era una mujer. Completamente empapada, con el cabello oscuro pegado al rostro y a los hombros y una inquisitiva mirada azul, aunque reflejaba signos de agotamiento. Aún así, seguía siendo cuidadosa. Pero, lo más llamativo no era eso, sino lo que la luz de la luna reflejaba. Una cola de pez que surgía de la parte baja de su cintura.

Una cola de escamas plateadas y aletas de tiburón, afiladas y puntiagudas, que se agitaba suavemente de manera natural, mientras permanecía en la orilla.

Una sirena, eso es lo que era.

Por fin... — Suspiró con un deje de alivio, notando como sus músculos agradecían esa parada, ese descanso en tierra. Se había pasado días nadando y tenía todo acalambrado, por así decirlo.

Estaba hambrienta y solo quería dormir tranquila un par de horas, aunque fuese. Retomar fuerzas. También estaría bien saber dónde estaba porque, aunque se orientaba bien en el mar, no conocía todas las rutas ni, mucho menos, los lugares.

Más tranquila ahora, miró a su alrededor, contemplando la cala. Arena, rocas, el mar lamiendo la orilla, un hombre, alguna gaviota todavía chillando. Un hombre.

. . . — Mierda. No se había percatado de que no estaba sola.

Quizás, con un poco de suerte, si no se movía no la vería.
#2
Galhard
Gal
Galhard, en medio de la cala apartada, había estado perdido en sus pensamientos, observando cómo las sombras se alargaban y el cielo se teñía con los tonos anaranjados y dorados del atardecer. El sonido rítmico de las olas, siempre constante, le proporcionaba una calma que raramente encontraba en otros lugares. Cada detalle del paisaje lo invitaba a relajarse, desde el susurro del viento entre las rocas hasta el lejano graznido de las gaviotas que planeaban sobre el horizonte.

Fue entonces cuando algo captó su atención. Al principio, apenas fue una perturbación en la superficie del agua, un par de suaves chapoteos que le hicieron levantar la mirada. Parpadeó, tratando de enfocar la vista hacia el mar, allí donde la luz de la luna comenzaba a ganar terreno sobre los colores del crepúsculo. La calma que lo envolvía se quebró con una chispa de curiosidad, y Galhard se levantó con movimientos lentos y cuidadosos, sin querer perturbar lo que fuera que se estaba manifestando ante él.

Lo que vio le dejó sin aliento.

De las aguas emergió una figura que parecía pertenecer más a un sueño que a la realidad. La luna, en su esplendor nocturno, iluminó un cuerpo cubierto de escamas plateadas que resplandecían como si estuvieran hechas del mismo material que las estrellas. La cola, larga y poderosa, se agitaba con gracia, lanzando reflejos de luz en todas direcciones. Cada movimiento de la criatura era un espectáculo en sí mismo, una danza líquida que hipnotizaba a quien la contemplara.

Galhard observó cómo la sirena se dejaba llevar por las olas hasta que su vientre y su cola acariciaron la arena de la orilla. Las escamas, ahora en contacto con la tierra, continuaban brillando con una intensidad que parecía desafiar la oscuridad circundante. Sus ojos, incapaces de apartarse de aquella escena, recorrieron cada detalle: las aletas afiladas, que le recordaban la fuerza y la velocidad de un tiburón, y cómo estas se agitaban suavemente, como si el agua aún las estuviera meciendo.
El marine se acercó un poco más, con pasos tan silenciosos como el susurro de la brisa, completamente absorto en lo que veía. No era solo la extrañeza de la situación lo que lo mantenía hechizado, sino la belleza innata de la criatura que tenía delante. Su cola, brillante y majestuosa, era la encarnación de la elegancia y el poder del océano. Cada destello de luz que las escamas capturaban lo llevaba a un estado de asombro renovado.

Galhard casi no se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Había escuchado historias sobre sirenas, criaturas mitad humanas y mitad peces, pero nunca imaginó que llegaría a ver una en persona. Y sin embargo, allí estaba, apenas a unos metros de distancia, tan real como la arena bajo sus pies.

Por un momento, se sintió pequeño en comparación con la magnificencia de la sirena. Todo en ella irradiaba una energía pura, un aura que parecía conectarla directamente con el vasto océano de donde había surgido. Su presencia en la orilla, aunque claramente una señal de agotamiento, no hacía más que reforzar su estatus como una criatura que pertenecía a un mar diferente, uno donde las leyes de la naturaleza seguían distintos ritmos y reglas.

Galhard no quería romper la quietud del momento. Sabía que cualquier movimiento brusco podría asustarla, y lo último que deseaba era ahuyentarla. En lugar de eso, decidió simplemente quedarse allí, en silencio, dejándose envolver por la serenidad que emanaba de la escena. Se sintió agradecido por la oportunidad de ser testigo de algo tan extraordinario, y su mente, que normalmente estaba llena de pensamientos sobre deberes y responsabilidades, se liberó por completo, llenándose solo de la visión de la sirena y su resplandeciente cola.

Mientras la luna seguía su ascenso en el cielo, Galhard no podía evitar pensar que, en un rincón tan apartado del mundo, había encontrado algo tan increíblemente bello y raro. Sin decir una palabra, supo que este encuentro, por fugaz que fuera, quedaría grabado en su memoria para siempre.

—Majestuoso—Murmuró absorto mirando a la sirena  —No hace falta ser un genio para darse cuenta que has viajado mucho, debes de estar hambrienta— exclamó con un tono amable mientras sacaba una fiambrera, que al abrirla el olor de arroz con marisco y pescado finamente gratinado invadía el entorno —Iba a comerlo a la luz de la luna en esta cala pero creo que es mejor que te lo quedes tu, espero que eso te ayude— añadió acercando la fiambrera a la sirena con una sonrisa.
#3
Asradi
Völva
Asradi no se movió del sitio. En su cabeza se había hecho a la idea de que, si no se movía, el hombre no la vería. ¿Dónde había leído eso? Recordaba algún libro de criaturas prehistóricas pero poco más. Sus brazos permanecían tensos, ahora apoyados sobre la arena. Y sus pupilas se habían dilatado, hasta el punto de que su mirada se había oscurecido. De la misma forma que sucedía con los tiburones cuando estaban cazando. Aunque, ahora, era más bien un momento de tensión. Notaba la mandíbula apretada, intentando no mover ni un solo músculo. Su atención, y sus ojos, se entrecruzaron con los del hombre que, todavía, permanecía sentado en la arena, a unos pocos metros de donde ella se encontraba.

Había tratado de ser cuidadosa y cautelosa, pero con esa penumbra simplemente no le había visto. Podía huír, regresar al mar, pero también se arriesgaba a darle la espalda. Y, por ende, a que él pudiese atacarla en el tiempo en el que volvía al océano. Era rápida y ágil en el agua, pero no en tierra firme.

La de pelo oscuro le siguió con la mirada, mientras los rayos plateados de la luna iluminaban la poco común escena. Ella permanecía todavía tensa, reacia. La punta de su cola se movió de manera breve, como si estuviese tanteando el terreno. El agua todavía escurría por su cuerpo y la luz que propagaba la dama de la noche resaltaba el plateado de las escamas de su cola. Su cabello negro hacía resaltar la blancura de su piel, así como el par de ojos que continuaban puestos hacia el humano. Porque era lo que le parecía a esa distancia.

Asradi era hermosa a su manera. No tenía esa belleza apabullante como otras de sus hermanas, con colas de colores más vivaces y llamativos. Y, además, era menuda en comparación con las demás. Pero tenía una mirada penetrante y misteriosa.

¿Por qué compartirías tu comida conmigo? — Alzó ligeramente la voz, desde su lugar. Le había extrañado la repentina amabilidad del hombre. No podía evitar ser desconfiada. Era consciente de las malas relaciones que había entre los gyojin y los humanos desde tiempos ancestrales. Y como muchas sirenas habían sido capturadas y vendidas como si fuesen meros objetos. Ella no estaba dispuesta a pasar por eso.

Intercambió una mirada entre, efectivamente, el recipiente y luego hacia el varón, que sonreía apaciblemente. No, todavía no terminaba de confiar, no sabía qué intenciones podía tener ese tipo que, para bien o para mal, no dejaba de mirarle. Y le ofrecía su comida. Lo peor de todo es que sí, estaba hambrienta, estaba cansada. Si se produjese un enfrentamiento, sabía que se defendería violentamente, pero no sabía cuánto aguantaría.

Siguió con la mirada la trayectoria de la fiambrera. Olía delicioso y no tenía mala pinta. Su estómago reclamaba comida. Pero todavía estaba reacia. No quería terminar en una pecera, o con unas cadenas. Pero parecía que el hombre estaba solo. O le daba esa sensación. Generalmente no aceptaría cosas de extraños, pero no creía que la comida estuviese envenenada. Sería muy paranoico pensar eso cuando los alimentos ya estaban preparados y era obvio que eran para él.

Aún así, miró de hito en hito al varón y tomó uno de los mariscos entre un par de dedos. Una gamba que se comió con cáscara , caparazón y todo. Masticó con soltura, notando la textura crujiente y luego blanda. Estaba buena, muy buena, todo sea dicho. ¿Sería por el aliño usado? No estaba segura, pero ahora quería continuar comiendo. Pero no quería bajar la guardia.

¿Estás solo? — Preguntó, ahora dirigiendo una mirada más curiosa, todavía cautelosa, hacia el hombre.
#4
Galhard
Gal
Galhard observó con tranquilidad cómo la sirena, aún tensa, se debatía entre la desconfianza y el hambre. Su cola plateada brillaba bajo la luz de la luna, un espectáculo fascinante que la convertía en una figura de otro mundo. El aire de la noche era fresco, pero el ambiente estaba cargado con la tensión de aquel inesperado encuentro. Galhard podía sentir la desconfianza en sus ojos oscuros, una desconfianza que entendía perfectamente. Después de todo, las historias de humanos y sirenas no siempre terminaban bien. Pero él no era un cazador, ni un enemigo. Solo un hombre que había encontrado un extraño consuelo en la soledad de esa cala.

Sonrió suavemente al verla tomar una gamba y llevársela a la boca. Su movimiento fue cauteloso, pero era un paso adelante, una pequeña señal de que, al menos por el momento, la sirena no lo consideraba una amenaza inmediata. Mientras la observaba, Galhard se inclinó un poco hacia adelante, apoyando sus brazos sobre las rodillas, manteniendo una postura relajada, sin intenciones ocultas.

—Parece que has tenido un largo viaje —comenzó a decir con voz calmada, sus palabras resonando en la quietud de la noche. —No es común ver a una sirena en el East Blue, especialmente en una cala tan apartada como esta. Debes haber recorrido una gran distancia.— Añadió mientras observaba la oscura mirada de la sirena.

Hizo una pausa, observando cómo la sirena continuaba masticando el marisco, cada mordisco acompañado de una mirada que parecía evaluar cada palabra que salía de su boca. Galhard no tenía prisa, sabía que la confianza era algo que se ganaba con tiempo y paciencia. Respiró hondo, disfrutando del olor del mar, de la brisa que acariciaba su rostro, y de la sensación de estar en un lugar donde, por unos momentos, todo el bullicio del mundo exterior se desvanecía.

—Compartir mi comida contigo es lo menos que puedo hacer —continuó, sin apartar la vista de ella —Pareces cansada, y el mar puede ser un lugar implacable, incluso para alguien como tú. Además, no creo en dejar que alguien pase hambre si puedo ayudarlo, aunque solo sea con un pequeño gesto como este.— Dijo con una amable sonrisa mientras acercaba aún más la fiambrera a Asradi.

La sirena lo observaba con ojos cautelosos, su desconfianza aún palpable, pero Galhard no podía culparla. Entendía que para alguien que había vivido en los mares, entre criaturas y seres que desconfiaban de los humanos, aceptar la amabilidad de un extraño podía ser difícil. Pero él no tenía ninguna intención oculta, solo quería disfrutar de la tranquilidad del momento, y si eso significaba compartir su comida y su espacio con una criatura tan fascinante como ella, estaba más que dispuesto.

—Sí, estoy solo —dijo en respuesta a su pregunta anterior, con una sonrisa que no pretendía ser más que una muestra de sinceridad—Vengo a esta cala porque me ayuda a pensar, a desconectarme del mundo y a encontrar un poco de paz. A veces, el ruido y la actividad de la vida diaria pueden ser abrumadores, y este lugar... este lugar me ofrece un respiro. Aquí, entre las olas y la arena, puedo ser simplemente yo.—Finalizó mirando hacia el cielo nocturno lleno de estrellas. 

Galhard dejó que sus palabras flotaran en el aire, como las olas que suavemente lamían la orilla. No tenía expectativas, no buscaba nada a cambio. Simplemente había encontrado en esa cala un refugio, y hoy, inesperadamente, había encontrado compañía. Si la sirena decidía quedarse un poco más, compartir un momento de quietud y comida, sería un pequeño regalo del mar. Y si no, si decidía regresar al océano, él respetaría su elección, satisfecho con la breve interacción que habían compartido.

—No tienes por qué preocuparte —añadió, su tono suave y conciliador—No busco nada más que disfrutar de la tranquilidad de la noche. Si decides quedarte, eres bienvenida. Y si decides irte, también lo entenderé. La elección es tuya.—
Se recostó nuevamente, dejando que la brisa marina despejara sus pensamientos, esperando, con paciencia, lo que ella decidiera hacer a continuación.
#5
Asradi
Völva
Sí, parecía que el varón no mentía. No era capaz de notar movimiento o más presencia en las cercanías.Y la comida estaba buena. Era obvio que la había preparado para sí mismo, por lo que ya descartaba de que estuviese envenenada o algo parecido. Luego de saborear la gamba, lo hizo con otra. Aquel arroz con mariscos tenía una pintaza espectacular. Aunque, a decir verdad, ahora mismo comería casi lo que fuese. Apenas y había tenido fuerzas, en las últimas horas, para poder cazar algo bajo el agua, habiendo concentrado todos sus esfuerzos en llegar a la costa.

Gracias. — Musitó al fin, con una mezcla de agradecimiento y vergüenza al mismo tiempo. Quizás porque no estaba habituada a esas muestras de amabilidad espontánea, sin nada a cambio.

De hecho, se atrevió a acercarse un poco, acomodándose luego en la arena y dejando que solo el agua lamiese un poco la parte final de su cola. Tomó la fiambrera y la puso en medio de ambos, mirando expresamente al varón.

Me llamo Asradi. — Se presentó al final. No le dedicó un sonrisa, ni mucho menos. Su expresión era seria, todavía estaba un tanto en guardia. Era algo natural en ella y no podía evitarlo. Al menos de momento. — No me parece justo que te quedes sin comer. Podemos compartirla, si quieres.

No era tan desgraciada como para comérselo todo, aunque bien que podía hacerlo. Solía tener buen apetito. Con una mano, se llevó el cabello húmedo hacia la espalda, para que no le molestase en demasía. La parte superior de su cuerpo estaba cubierto de manera parcial. Solo una especie de corpiño femenino, oscuro aunque de buena tela, cubría sus pechos. Fuese como fuese, no pudo evitar soltar un suspiro suave. Necesitaba ese descanso.

Hubo un momento en el que la sirena contempló al humano a los ojos, antes de, finalmente, esbozar una muy suave sonrisa. Un gesto casi imperceptible.

Parece que no todos los humanos tienen tan mala fama. — Ella era consciente de que no era así. Y que, incluso entre los gyojin, tampoco había gente buena del todo. El sonido relajante del mar y la soledad de aquella cala parecía ir ayudando, también, a que ella se tranquilizase un poco. A que no estuviese tan a la defensiva.

Continuó comiendo, compartiendo su comida con él. De hecho, le dejaría la mitad del contenido de la fiambrera.

¿Lo has preparado tú? — Preguntó, refiriéndose a la comida. Se chupó un poco los dedos después de dar buena cuenta de dos o tres mejillones y algo del arroz. — Está delicioso.

Luego, miró un tanto a su alrededor. La oscuridad solo era iluminada parcialmente por la luna.

Vengo de lejos, efectivamente. Llevo varios días viajando y no contaba con que me pillase ayer una tormenta. — Por fortuna, la había sorteado, pero eso también había mermado sus fuerzas. — ¿Podrías decirme donde estoy? — No conocía aquel lugar para nada.
#6
Galhard
Gal
Galhard observó con atención a Asradi mientras comía, notando cómo su actitud iba suavizándose poco a poco. La tensión inicial en su cuerpo, que la mantenía a la defensiva, comenzaba a disiparse. La gratitud en sus palabras y su disposición a compartir la comida eran señales de que la desconfianza inicial estaba cediendo, aunque su seriedad aún era palpable.

De nada, Asradirespondió Galhard con un tono cálido, agradecido por la introducción. Me llamo Galhard y compartir la comida me parece lo justo. Además, si vienes de lejos, necesitarás reponer fuerzas así que quédate con una porción más grande que la mía. Añadió en un tono calmado mientras sacaba unos cubiertos.

Aceptó la oferta de compartir la fiambrera, tomando una porción con tranquilidad mientras mantenía la mirada en el mar, dejando que el sonido de las olas llenara el silencio entre ambos. Cuando Asradi le preguntó si él había preparado la comida, Galhard sonrió levemente y asintió.

Sí, lo hice yo mismo respondió con modestia, sintiendo una pequeña satisfacción al ver que la sirena disfrutaba del plato. Hoy me tocó ocuparme de la cocina en el lugar donde trabajo y quise preparar un plato que aprendí en la isla donde nací y tuve la suerte de que sobró lo suficiente para guardarme un plato para mi Añadió algo orgulloso de ver que el plato era del agrado de ella.

La pregunta de Asradi sobre su ubicación lo hizo mirar alrededor, como si estuviera evaluando el entorno antes de responder.

Estás en una pequeña cala en el East Blue, en isla Kilombo, cerca de un pueblo llamado Rostock explicó Galhard, con voz calmada. Es un lugar tranquilo, no muy lejos de la civilización, pero lo suficientemente apartado como para encontrar paz. Supongo que buscabas un lugar así, lejos del bullicio, ¿verdad?

Mientras hablaba, notó el suave gesto de la sirena, esa casi imperceptible sonrisa que se dibujó en su rostro. Aunque pequeño, ese gesto le indicó que había logrado ganarse algo de su confianza.

Los humanos no somos todos malos continuó, devolviéndole la mirada a Asradi. Como en todas las especies, hay de todo. Aunque entiendo por qué podrías pensar lo contrario. He oído las historias y he visto cómo algunos tratan a los tuyos. Pero no todos compartimos esa forma de pensar. hizo una leve pausa antes de continuarDe hecho, uno de mis objetivos al haber entrado en la marina es hacer del mundo un lugar mejor, donde todas las razas sean tratados con dignidad y la esclavitud ya no tenga lugar entre nosotros... No hay nada que odie más que lo que hacen los nobles mundiales ...Dijo bajando la cabeza mirando como las olas golpeaban suavemente la arena

Galhard se tomó un momento para saborear el arroz, dejando que las palabras se asentaran antes de continuar.

El chico observó nuevamente a la sirena, captando el brillo de la luz de la luna en sus escamas plateadas. Había algo fascinante y misterioso en ella, una fortaleza que se ocultaba bajo la superficie.

Si necesitas más tiempo para descansar, o si hay algo más en lo que pueda ayudarte, estaré por aquí ofreció con sinceridad, esperando que su gesto fuera tomado como un acto de buena fe. A veces, todos necesitamos un lugar seguro donde reponernos, aunque sea por un corto tiempo. Finalizó añadiendo una sonrisa, Galhard nunca pensó que tendría la compañía de una sirena y más aún tener la oportunidad de ayudarla en lo que pudiera.
#7
Asradi
Völva
Vale, tenía que reconocerlo, aquella comida estaba deliciosa. No era algo habitual que soliese comer, generalmente se alimentaba de productos más marinos. Aunque tenia una especial debilidad por el takoyaki o las aves cocinadas. Para ella, eso era como un manjar exótico. Pero tenía que reconocer que ese arroz con marisco no estaba nada mal. Le gustaba. Y, por algún motivo, también se había tranquilizado un poco al ver que Galhard, como se había presentado, no parecía tener malas intenciones. Al menos por ahora. Siendo sinceros, aquello le estaba viniendo de perlas, porque necesitaba ese descanso y recuperar fuerzas. No sabía si debería quedarse en ese lugar, posteriormente, unos días más. Era arriesgado.

East Blue. ¿Había llegado tan lejos?

La mirada que Asradi le dirigió al varón fue una de ligero desconcierto, antes de suspirar suavemente.

No creí que me hubiese alejado tantísimo del norte. — De la isla Gyojin y más allá, a decir verdad. Al parecer sí que le habían cundido los días y las horas nadando casi sin reposo. Solo para detenerse lo justo y lo necesario.

Pero era mejor así. Si estaba tan lejos de casa, entonces no la buscarían. O, al menos, eso era lo que pensaba. Finalmente, se sintió satisfecha, y dejó la comida restante para que el hombre la disfrutase. Al fin y al cabo, la había preparado para él.

Gracias, reconozco que no estoy habituada a la amabilidad de la gente. — Y, con gente, se refería sobe todo a las criaturas de la superficie. — Pero sé a lo que te refieres, y estoy de acuerdo contigo. Hay gente buena y gente mala en todos lados.

En eso le daba toda la razón, era algo innegable. Pero eso no quería decir que fuese a ser menos cuidadosa. Quizás tendría que abrirse un poco más de mente en según qué situaciones. Entonces, Galhard dijo algo que le hizo parpadear y mirarle con más curiosidad. Incluso se atrevió a sonreír, esta vez, con algo de gracia.

Eres un marine. Pero no tiene sentido, es decir... — Le miró con una mezcla de confusión y curiosidad al mismo tiempo. Con un destello interesado en sus ojos azules. — Tenía entendido que los marines seguían las normas del Gobierno Mundial. De los nobles.

A lo mejor estaba equivocada, pero eso era lo que había escuchado. O, al menos, lo que ella había entendido en su día.

Se acomodó en la arena, jugando un poco con la misma, al mover suavemente su cola de un lado a otro, casi como si hiciese dibujos en la superficie húmeda. Estaba cómoda, y eso era lo importante. La cercanía del mar siempre era un alivio para ella.

Creo que me quedaré por aquí unos pocos días, quizás. — Mencionó, todavía algo pensativa. — Necesitaré conseguir ropa o algo lo suficientemente largo como para poder esconderla. — Miró hacia su propia cola, señalándola con un cabeceo.

Que ese hombre se estuviese comportando de manera amable con ella, no quería decir que el resto del pueblo lo hiciese. O, al menos, todos.

Pero creo que ya he abusado mucho de tu amabilidad.
#8
Galhard
Gal
Galhard observó con atención cada gesto de Asradi mientras hablaba, notando cómo la desconfianza inicial parecía desvanecerse lentamente. La comida había logrado no solo satisfacer su hambre, sino también derribar, al menos en parte, las barreras que la sirena había levantado por instinto. Su sonrisa, aunque leve, fue una señal de que comenzaba a sentirse más cómoda en su presencia.

Cuando ella mencionó su sorpresa al haber llegado tan lejos del norte, Galhard asintió comprensivo. Sabía bien lo que era estar en tierras desconocidas, alejados de todo lo familiar, y cómo esa distancia podía ser tanto un refugio como una fuente de inquietud. El mundo era vasto, y East Blue, aunque tranquilo en comparación con otros mares, aún escondía sus propios peligros.

Al escuchar sus dudas sobre los marines, Galhard no pudo evitar soltar una leve risa, una mezcla de ironía y sinceridad.
— Tienes razón, Asradi. La mayoría de los marines siguen las normas del Gobierno Mundial, y muchos lo hacen ciegamente, sin cuestionar si esas normas son justas o no. — Hizo una pausa, sus ojos clavados en los de ella, como si estuviera compartiendo un secreto. — Pero yo no soy como ellos. Nunca he creído en la justicia absoluta que se nos enseña en algunos sectores de la Marina— Galhard apartó la vista hacia el mar, observando cómo las olas rompían suavemente en la orilla. Había muchas cosas que él mismo había cuestionado desde que se unió a la Marina, y eso lo había llevado a tomar un camino diferente al de la mayoría de sus compañeros.

Me uní a la Marina porque quería cambiar las cosas desde dentro. No seré un cómplice en la tiranía de los nobles ni en las injusticias que a menudo se cometen en nombre de la "justicia". — Sus palabras fueron firmes, pero cargadas de una convicción tranquila. — Mi objetivo es proteger a los inocentes y luchar contra las verdaderas amenazas, sin importar de dónde vengan. Y para eso, a veces hay que romper algunas reglas.— Finalizó subiendo su mirada hacia la luna como si buscase que el brillo de la misma le confiriese más determinación.

La brisa marina acarició su rostro, mientras Asradi jugaba con la arena, aparentemente reflexionando sobre sus propias palabras. Galhard se inclinó un poco hacia adelante, con una expresión más suave.

— No has abusado de nada, Asradi. Ayudarte ha sido un placer, y lo volvería a hacer sin dudarlo. — Dijo, con una sonrisa genuina. — Si decides quedarte por aquí unos días, estaré cerca. Puedo ayudarte a conseguir algo de ropa, o lo que necesites para que te sientas más cómoda— Añadió con calidez.

La sinceridad en su voz era palpable, y su oferta no llevaba ningún tipo de segundas intenciones. Galhard simplemente era un hombre que, en un mundo lleno de injusticias, había decidido ser una excepción.

— Todos necesitamos un poco de ayuda de vez en cuando. Y si puedo hacer que tus días aquí sean más tranquilos, lo haré con gusto. — Agregó, sus ojos reflejando una mezcla de determinación y empatía.

Finalmente, se recostó en la arena, dejando que la relajante atmósfera de la cala los envolviera a ambos. Aunque sus caminos eran diferentes, en ese momento compartían un entendimiento mutuo. Dos almas, cada una con sus propias luchas, que por un breve instante habían encontrado paz en la compañía del otro.
#9
Asradi
Völva
Y Galhard comenzó a darle todo un discurso, o su punto de vista, sobre la Marina y la justicia absoluta de esta. Era interesante también escuchar eso. A decir verdad, ella no estaba muy familiarizada con el gobierno, más allá de las cosas malas que había escuchado. De todo lo que permitía hacer, sobre todo a escondidas. Pero saber que había gente buena, aún en lugares como eses, era como un soplo de aire fresco. Eso le hizo sonreír de manera más suave. Incluso desvió la mirada hacia el mar unos momentos, pensativa. Si había más gente como él, quizás todavía había algo de esperanza.

De verdad: ojalá más gente que pensase como Galhard.

Las reglas están para romperse, yo pienso así. — Le sonrió, ahora mucho más suave, más relajada. Había comprobado que, al menos inicialmente, el de cabellera castaña no estaba ahí con afán de hacerle daño. Mucho menos capturarla para venderla.

Además, había dicho que era de la Marina. No solo eso, por la convicción que había puesto en sus palabras, le creía. Simple y llanamente.

La sirena, finalmente, se sintió a gusto. Hasta tal punto que se permitió desperezarse y mostrarse más confiada y cercana, dentro de lo que cabía, con el marine. Le había compartido su comida, le estaba dando una charla amena y, simplemente, no la había juzgado por su fisonomía. No la estaba tratando como un objeto. Y eso, para ella, valía mucho.

Pero tus intenciones son muy loables. No va a serte fácil, tal y como está trazado el mundo ahora mismo. Como están trazadas las leyes, al menos las pocas que yo conozco. — Su voz era un susurro, aunque audible. Era como una caricia proveniente del mar. Hipnótica. Los ojos azules de la sirena se posaron sobre Galhard, más intensamente. — Pero si estás tan convencido y esas son tus intenciones... Espero que encuentres más gente que piense igual que tú y podáis cambiar todo eso.

Con más gente que pensase como él, que quisiera cambiar el mundo y la justicia como él. Ya fuese entre criaturas de la superficie o de los mares. Porque ella sabía que había gyojin y sirenas que no estaban de acuerdo con ese extremismo. Asradi era una de ellas. Y, aún así, la vida le había hecho desconfiada. Era un simple instinto de supervivencia.

Miró hacia la luna, embebiéndose de la belleza del plateado astro. El sonido de las olas rompiendo, con suavidad, en la orilla, era también relajante.

Finalmente, sonrió de manera sutil.

Solo necesitaría alguna prenda que me ayude a cubrir la cola. — Señaló la susodicha. Incluso la levantó ligeramente, de manera parcial, con soltura y gracia. — Tú eres buena persona, pero no estoy segura de cómo reaccionaría el resto de la gente si la ve.

Y, sinceramente, no quería arriesgarse a tener un momento incómodo. O peligroso.
#10
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