
Airgid Vanaidiam
Metalhead
16-02-2025, 03:57 AM
Petición
Airgid avanzaba con paso firme, corriendo por el bosque, pero en su interior, la duda se enroscaba como una sombra persistente. Deshizo aquella cuna que había formado con metal, guardando los trozos en los bolsillos de su pantalón y en su mochila, pasando a sostener a sus dos hijas entre sus brazos. Llevaba su den den mushi encima por si pasaba cualquier cosa, avisar a Ragnheidr, y es que estaba inquieta. Sus ojos de un tono acaramelado no dejaban de escudriñar el entorno mientras seguía a la pequeña mink ardilla, que saltaba ágilmente entre raíces y rocas, guiándola fuera del pueblo y cada vez más profundo. La selva alrededor de Pueblo Torino era espesa, llena de vida, con árboles de copas amplias que tejían un delicado manto verde y filtraban la luz matutina con tonos dorados. Resultaba bastante hermoso, un paraje ideal para hacer alguna excursión o un picnic al aire libre, si contaran con el tiempo suficiente, claro. A pesar del frío, hacía cierta humedad, y el aroma de la vegetación silvestre se mezclaba con los soniditos de la naturaleza y sus animales. A cada paso, sentía una creciente ansiedad. No sería la primera vez que alguien intentaba aprovecharse de su instinto protector como madre, pero la idea de ignorar la advertencia de la niña y arriesgarse a que Gunnr realmente estuviera enferma le resultaba insoportable, no se lo podría perdonar.
— ¿Falta mucho? — Preguntó con tono amable, ajustando mejor el peso de la pequeña en su brazo. La pequeña niña mink giró la cabeza con una sonrisa traviesa y un destello inteligente en sus ojos oscuros. Parecía estar pasándoselo muy bien atravesando el bosque, seguramente acostumbrada a hacerlo cientos de veces. — ¡Ya casi llegamos! — Chilló con entusiasmo, sin dejar de brincar de un lado a otro. — Vivimos en los Acantilados Shachi. Allí todo el mundo sabe mucho sobre enfermedades, pero mi abuela es la mejor, ¡ya verás! — Airgid se mordió ligeramente la lengua y siguió adelante. Gunnr se removió débilmente en su pecho, sin despertarse del todo. No tenía fiebre, pero su respiración era algo más pesada de lo normal, un aspecto que resaltaba mucho más al ver lo sana que parecía Lilyd a su lado. Eso bastó para que la duda persistente en la mente de Airgid se transformara en un nudo de preocupación.
Tras varios minutos más de carrera, el bosque comenzó a abrirse y una brisa más fría y seca les azotó el rostro. Rápidamente, la tierra se volvió más rocosa y el sonido del viento silbando entre las piedras invadió sus sentidos. Cuando finalmente emergieron de la espesura, Airgid se detuvo un instante, asombrada por la vista que se desplegaba ante sus ojos. Los Acantilados Shachi eran una verdadera maravilla natural. Había logrado darse cuenta de que habían seguido un camino ascendente, y ahora descubría que estaban sobre unas grandes formaciones de roca que se elevaban en formas irregulares y afiladas. Frente a ellas, un enorme precipicio por el que las corrientes de aire se desplazaban a su antojo. Aquella vista daba una gratificante sensación de libertad. Pero lo más sorprendente de todo, es que no estaban solas.
Entre los senderos y plataformas naturales de piedra, había asentamientos de lo que rápidamente pudo identificar como más minks. Pequeñas casas construidas con madera, piedra y tejidos resistentes se camuflaban con el entorno, algunas incluso incrustadas en las propias formaciones rocosas. Grupos de minks pasaban de un lado a otro, realizando sus actividades diarias. Algunos llevaban cestas de hierbas y frutos, otros afilaban herramientas, reparaban sus viviendas o cocinaban, liberando un fuerte y apetecible aroma. Todos tenían características animales distintivas: lobos, zorros, gatos, ciervos… Airgid incluso vio a un enorme mink oso cargando barriles con facilidad. Lo cierto es que no era tan raro, pero Airgid, en sus años de vida, apenas había conocido a nadie de aquella raza, y encontrarse con tantos a la vez le resultó cuanto menos interesante. Pero también notó algo más: la estaban mirando.
No con hostilidad, pero sí con curiosidad y una ligera desconfianza. Era evidente que los forasteros no eran comunes en aquel lugar, pero nadie dijo nada al verla acompañada por la niña mink. O puede que quizás se debiera a que llevaba a dos bebés con ella. Nadie que pensara en asaltar alguna aldea lo haría con sus propios hijos pequeños encima. — ¡Abuela! ¡Abuela! ¡La bebé está enferma! — Gritó la pequeña, sin guardar privacidad alguna, comenzando a correr por una de las sendas, acercándose a una casa más grande y rodeada de plantas colgantes. Airgid aceleró el paso para no perderla de vista. La puerta se abrió, y de su interior emergió una imponente, aunque a la vez entrañable, anciana mink. Medía más de cuatro metros, y aunque en su físico se notaba ya los estragos de una edad avanzada, parecía poseer una energía tremenda en su interior. Su piel tenía un tono marrón oscuro, y en su cabeza, dos gruesos cuernos de buey que le daban un aspecto luchador y guerrero. Su mirada, sin embargo, no era dura, sino paciente y perspicaz, como la de alguien que había visto demasiado en la vida y comprendía las cosas sin necesidad de muchas palabras.
— Vaya, vaya… — Susurró la mujer con voz profunda y calmada, acariciando una de las plumas que colgaban de los pendientes de sus grandes orejas. — Así que esta es la bebé. — Rápidamente identificó cual de las dos estaba aparentemente enferma, fijándose en Gunnr. Airgid la sostuvo con firmeza, alerta. — Si esto es algún tipo de engaño… — Advirtió, aunque con un tono calmado, casi como si estuviera suplicando que, por favor, no fuera así. Había corrido demasiado peligro al fiarse de la promesa de una niña, pero una madre a veces tenía que tomar decisiones difíciles, como aquella. La anciana mink la observó por un momento, luego se acercó sin prisa y extendió una gran mano de dedos gruesos y ligeramente arrugados. Airgid volvió a moderse la lengua, nerviosa, pero la dejó actuar, solo por la calma con la que se movió. Con delicadeza, colocó una palma sobre la frente de la niña, luego palpó suavemente su pecho y su espalda. Gunnr apenas reaccionó, mostrando un sueño inusual. — Mmm… No es nada grave, solo una ligera afección pulmonar. Ha respirado aire frío en exceso y su cuerpo no lo ha manejado bien. Es normal en esta época. — Dio un paso atrás y asintió para sí misma. — Un remedio con raíces lo solucionará. — Airgid dejó escapar un suspiro imperceptible. — ¡Lo sabía! — Dijo la niña, contenta con su diagnóstico. — Es lo mismo que sufrió una de los nuestros hace unos meses. — Explicó, y ahora todo cuadró un poco mejor. — Pasa adentro. — Indicó la anciana. — No dejaré que el frío empeore su estado. En estos acantilados corre mucho viento. — No le faltaba razón.
Airgid aceptó, entrando en la casa de la curandera. El interior estaba cálidamente iluminado, con estanterías llenas de frascos, raíces, hierbas secas y herramientas de medicina tradicional. El aroma a infusiones y bálsamos impregnaba el aire. Se notaba que se trataba de una curandera especial en aquella aldea, el lugar denostaba prestigio, un recorrido lleno de experiencia, casi místico. La mujer preparó un brebaje con movimientos expertos, machacando raíces en un mortero de piedra antes de hervirlas en una tetera. — Eres bastante desconfiada. — Comentó de pronto, sin mirar a Airgid. La revolucionaria no hizo gesto alguno, tomando asiento en una gran mesa circular que se encontraba en el centro de la estancia. Lo cierto es que ahora, se avergonzaba un poco por haberles advertido de aquella manera. Pero eso no lo admitiría. — Tengo razones para serlo. — Al fin y al cabo, era una mujer buscada por el gobierno. La mujer soltó una risa, aguda y bien sonora. — Lo entiendo. En este mundo, confiar en el momento equivocado puede costarte la vida. Pero aquí aún respetamos ciertas tradiciones. Ayudar a un niño enfermo es una de ellas. Mi nombre es Bethary. — Se presentó. — ¡Yo Micka! — Exclamó la niña que la había guiado hasta allí. Airgid esbozó una sonrisilla. — Yo soy Airgid, Gunnr es la que se encuentra mal, y su hermana se llama Lilyd. — Micka se acercó para observarlas mejor a las dos. — ¿Por qué una es más grande que la otra? Actúan como si tuvieran la misma edad. — Esa niña era demasiado perspicaz para su edad, pero se notaba que era aprendiz de su abuela. — Cuestión de genética... su padre mide más de siete metros, así que... — Explicó, soltando una risilla por primera vez. Charlaron de manera distendida un rato más, hasta que la anciana terminó la infusión, vertiéndola en un cuenco de madera. Le echó unas cuantas especias trituradas más por encima. La verdad es que tenía un aspecto para nada apetecible, pero un remedio era un remedio. La misma Bethary fue la que se encargó de darle la bebida a Gunnr, haciéndola beber poco a poco con ayuda de una cuchara. La pequeña estaba demasiado somnolienta como para quejarse del sabor amargo.
Mientras la niña bebía, Airgid dejó que su curiosidad se apoderase de ella. No conocía mucho acerca de los minks, quizás era el momento de aprender algo más allá de su pasión por la medicina. — ¿Siempre habéis vivido aquí? — Preguntó con una sonrisa, observando el hogar, las plantas y las estanterías llenas de libros. El hogar parecía una especie de madriguera. La anciana asintió. — Contamos con siglos de historia habitando esta isla. Nuestros ancestros conectaron con la energía sagrada de estos acantilados, una conexión con la naturaleza y con la regeneración que transmitimos de generación a generación. — Airgid asintió, solenme. Ella era una mujer de ciencia, no de misticismos, leyendas ni de magia ancestral. Pero negar que en aquella tierra se respiraba un aura distinta sería una estupidez y un error. Y desde que conoció a Ragn, aprendió a ser más abierta de mente en cuanto a la espiritualidad de las personas. Ella no era nadie para juzgar las creencias de los demás, sobre todo con la de misterios que aún existían en el mundo, sin respuesta.
Cuando Gunnr terminó la infusión, la pequeña pareció respirar con más facilidad, su rostro menos pálido. — Se recuperará pronto. — Afirmó con la seguridad de quién había hecho eso cientos de veces, o incluso miles. — Puedes pasar aquí la noche, si te quedas más tranquila. — Aquella hospitalidad pilló a Airgid por sorpresa. — Gracias, pero creo que no será necesario, me esperan en otro lugar. — No podía permitirse estar tanto tiempo fuera, no quería preocupar a los demás. — Está bien, si vuelve a ponerse enferma, o si mañana no está recuperada, puedes volver a pasarte. — Micka, que hasta ahora había estado jugando con Lilyd, dio un brinco, preparada para despedirse de sus recientes amistades. Airgid se ofreció a pagar algo por el servicio que le habían prestado, pero las dos declinaron su oferta contundentemente. — ¡Ponte buena, Gunnr! ¡Crece mucho, Lilyd! — Se despidió Micka, haciendo gestos con los brazos y dando saltitos llenos de energía. Airgid también se despidió de ambas, con el pecho lleno de gratitud. Eran esos gestos, completamente desinteresados y amables, los que le devolvían a la rubia la esperanza y la fe en las personas. Después de toda la tormenta que había vivido, momentos así la empujaban a seguir adelante.
~ Flevance, Acantilados Shachi, día 4 de Invierno del año 724
Airgid avanzaba con paso firme, corriendo por el bosque, pero en su interior, la duda se enroscaba como una sombra persistente. Deshizo aquella cuna que había formado con metal, guardando los trozos en los bolsillos de su pantalón y en su mochila, pasando a sostener a sus dos hijas entre sus brazos. Llevaba su den den mushi encima por si pasaba cualquier cosa, avisar a Ragnheidr, y es que estaba inquieta. Sus ojos de un tono acaramelado no dejaban de escudriñar el entorno mientras seguía a la pequeña mink ardilla, que saltaba ágilmente entre raíces y rocas, guiándola fuera del pueblo y cada vez más profundo. La selva alrededor de Pueblo Torino era espesa, llena de vida, con árboles de copas amplias que tejían un delicado manto verde y filtraban la luz matutina con tonos dorados. Resultaba bastante hermoso, un paraje ideal para hacer alguna excursión o un picnic al aire libre, si contaran con el tiempo suficiente, claro. A pesar del frío, hacía cierta humedad, y el aroma de la vegetación silvestre se mezclaba con los soniditos de la naturaleza y sus animales. A cada paso, sentía una creciente ansiedad. No sería la primera vez que alguien intentaba aprovecharse de su instinto protector como madre, pero la idea de ignorar la advertencia de la niña y arriesgarse a que Gunnr realmente estuviera enferma le resultaba insoportable, no se lo podría perdonar.
— ¿Falta mucho? — Preguntó con tono amable, ajustando mejor el peso de la pequeña en su brazo. La pequeña niña mink giró la cabeza con una sonrisa traviesa y un destello inteligente en sus ojos oscuros. Parecía estar pasándoselo muy bien atravesando el bosque, seguramente acostumbrada a hacerlo cientos de veces. — ¡Ya casi llegamos! — Chilló con entusiasmo, sin dejar de brincar de un lado a otro. — Vivimos en los Acantilados Shachi. Allí todo el mundo sabe mucho sobre enfermedades, pero mi abuela es la mejor, ¡ya verás! — Airgid se mordió ligeramente la lengua y siguió adelante. Gunnr se removió débilmente en su pecho, sin despertarse del todo. No tenía fiebre, pero su respiración era algo más pesada de lo normal, un aspecto que resaltaba mucho más al ver lo sana que parecía Lilyd a su lado. Eso bastó para que la duda persistente en la mente de Airgid se transformara en un nudo de preocupación.
Tras varios minutos más de carrera, el bosque comenzó a abrirse y una brisa más fría y seca les azotó el rostro. Rápidamente, la tierra se volvió más rocosa y el sonido del viento silbando entre las piedras invadió sus sentidos. Cuando finalmente emergieron de la espesura, Airgid se detuvo un instante, asombrada por la vista que se desplegaba ante sus ojos. Los Acantilados Shachi eran una verdadera maravilla natural. Había logrado darse cuenta de que habían seguido un camino ascendente, y ahora descubría que estaban sobre unas grandes formaciones de roca que se elevaban en formas irregulares y afiladas. Frente a ellas, un enorme precipicio por el que las corrientes de aire se desplazaban a su antojo. Aquella vista daba una gratificante sensación de libertad. Pero lo más sorprendente de todo, es que no estaban solas.
Entre los senderos y plataformas naturales de piedra, había asentamientos de lo que rápidamente pudo identificar como más minks. Pequeñas casas construidas con madera, piedra y tejidos resistentes se camuflaban con el entorno, algunas incluso incrustadas en las propias formaciones rocosas. Grupos de minks pasaban de un lado a otro, realizando sus actividades diarias. Algunos llevaban cestas de hierbas y frutos, otros afilaban herramientas, reparaban sus viviendas o cocinaban, liberando un fuerte y apetecible aroma. Todos tenían características animales distintivas: lobos, zorros, gatos, ciervos… Airgid incluso vio a un enorme mink oso cargando barriles con facilidad. Lo cierto es que no era tan raro, pero Airgid, en sus años de vida, apenas había conocido a nadie de aquella raza, y encontrarse con tantos a la vez le resultó cuanto menos interesante. Pero también notó algo más: la estaban mirando.
No con hostilidad, pero sí con curiosidad y una ligera desconfianza. Era evidente que los forasteros no eran comunes en aquel lugar, pero nadie dijo nada al verla acompañada por la niña mink. O puede que quizás se debiera a que llevaba a dos bebés con ella. Nadie que pensara en asaltar alguna aldea lo haría con sus propios hijos pequeños encima. — ¡Abuela! ¡Abuela! ¡La bebé está enferma! — Gritó la pequeña, sin guardar privacidad alguna, comenzando a correr por una de las sendas, acercándose a una casa más grande y rodeada de plantas colgantes. Airgid aceleró el paso para no perderla de vista. La puerta se abrió, y de su interior emergió una imponente, aunque a la vez entrañable, anciana mink. Medía más de cuatro metros, y aunque en su físico se notaba ya los estragos de una edad avanzada, parecía poseer una energía tremenda en su interior. Su piel tenía un tono marrón oscuro, y en su cabeza, dos gruesos cuernos de buey que le daban un aspecto luchador y guerrero. Su mirada, sin embargo, no era dura, sino paciente y perspicaz, como la de alguien que había visto demasiado en la vida y comprendía las cosas sin necesidad de muchas palabras.
— Vaya, vaya… — Susurró la mujer con voz profunda y calmada, acariciando una de las plumas que colgaban de los pendientes de sus grandes orejas. — Así que esta es la bebé. — Rápidamente identificó cual de las dos estaba aparentemente enferma, fijándose en Gunnr. Airgid la sostuvo con firmeza, alerta. — Si esto es algún tipo de engaño… — Advirtió, aunque con un tono calmado, casi como si estuviera suplicando que, por favor, no fuera así. Había corrido demasiado peligro al fiarse de la promesa de una niña, pero una madre a veces tenía que tomar decisiones difíciles, como aquella. La anciana mink la observó por un momento, luego se acercó sin prisa y extendió una gran mano de dedos gruesos y ligeramente arrugados. Airgid volvió a moderse la lengua, nerviosa, pero la dejó actuar, solo por la calma con la que se movió. Con delicadeza, colocó una palma sobre la frente de la niña, luego palpó suavemente su pecho y su espalda. Gunnr apenas reaccionó, mostrando un sueño inusual. — Mmm… No es nada grave, solo una ligera afección pulmonar. Ha respirado aire frío en exceso y su cuerpo no lo ha manejado bien. Es normal en esta época. — Dio un paso atrás y asintió para sí misma. — Un remedio con raíces lo solucionará. — Airgid dejó escapar un suspiro imperceptible. — ¡Lo sabía! — Dijo la niña, contenta con su diagnóstico. — Es lo mismo que sufrió una de los nuestros hace unos meses. — Explicó, y ahora todo cuadró un poco mejor. — Pasa adentro. — Indicó la anciana. — No dejaré que el frío empeore su estado. En estos acantilados corre mucho viento. — No le faltaba razón.
Airgid aceptó, entrando en la casa de la curandera. El interior estaba cálidamente iluminado, con estanterías llenas de frascos, raíces, hierbas secas y herramientas de medicina tradicional. El aroma a infusiones y bálsamos impregnaba el aire. Se notaba que se trataba de una curandera especial en aquella aldea, el lugar denostaba prestigio, un recorrido lleno de experiencia, casi místico. La mujer preparó un brebaje con movimientos expertos, machacando raíces en un mortero de piedra antes de hervirlas en una tetera. — Eres bastante desconfiada. — Comentó de pronto, sin mirar a Airgid. La revolucionaria no hizo gesto alguno, tomando asiento en una gran mesa circular que se encontraba en el centro de la estancia. Lo cierto es que ahora, se avergonzaba un poco por haberles advertido de aquella manera. Pero eso no lo admitiría. — Tengo razones para serlo. — Al fin y al cabo, era una mujer buscada por el gobierno. La mujer soltó una risa, aguda y bien sonora. — Lo entiendo. En este mundo, confiar en el momento equivocado puede costarte la vida. Pero aquí aún respetamos ciertas tradiciones. Ayudar a un niño enfermo es una de ellas. Mi nombre es Bethary. — Se presentó. — ¡Yo Micka! — Exclamó la niña que la había guiado hasta allí. Airgid esbozó una sonrisilla. — Yo soy Airgid, Gunnr es la que se encuentra mal, y su hermana se llama Lilyd. — Micka se acercó para observarlas mejor a las dos. — ¿Por qué una es más grande que la otra? Actúan como si tuvieran la misma edad. — Esa niña era demasiado perspicaz para su edad, pero se notaba que era aprendiz de su abuela. — Cuestión de genética... su padre mide más de siete metros, así que... — Explicó, soltando una risilla por primera vez. Charlaron de manera distendida un rato más, hasta que la anciana terminó la infusión, vertiéndola en un cuenco de madera. Le echó unas cuantas especias trituradas más por encima. La verdad es que tenía un aspecto para nada apetecible, pero un remedio era un remedio. La misma Bethary fue la que se encargó de darle la bebida a Gunnr, haciéndola beber poco a poco con ayuda de una cuchara. La pequeña estaba demasiado somnolienta como para quejarse del sabor amargo.
Mientras la niña bebía, Airgid dejó que su curiosidad se apoderase de ella. No conocía mucho acerca de los minks, quizás era el momento de aprender algo más allá de su pasión por la medicina. — ¿Siempre habéis vivido aquí? — Preguntó con una sonrisa, observando el hogar, las plantas y las estanterías llenas de libros. El hogar parecía una especie de madriguera. La anciana asintió. — Contamos con siglos de historia habitando esta isla. Nuestros ancestros conectaron con la energía sagrada de estos acantilados, una conexión con la naturaleza y con la regeneración que transmitimos de generación a generación. — Airgid asintió, solenme. Ella era una mujer de ciencia, no de misticismos, leyendas ni de magia ancestral. Pero negar que en aquella tierra se respiraba un aura distinta sería una estupidez y un error. Y desde que conoció a Ragn, aprendió a ser más abierta de mente en cuanto a la espiritualidad de las personas. Ella no era nadie para juzgar las creencias de los demás, sobre todo con la de misterios que aún existían en el mundo, sin respuesta.
Cuando Gunnr terminó la infusión, la pequeña pareció respirar con más facilidad, su rostro menos pálido. — Se recuperará pronto. — Afirmó con la seguridad de quién había hecho eso cientos de veces, o incluso miles. — Puedes pasar aquí la noche, si te quedas más tranquila. — Aquella hospitalidad pilló a Airgid por sorpresa. — Gracias, pero creo que no será necesario, me esperan en otro lugar. — No podía permitirse estar tanto tiempo fuera, no quería preocupar a los demás. — Está bien, si vuelve a ponerse enferma, o si mañana no está recuperada, puedes volver a pasarte. — Micka, que hasta ahora había estado jugando con Lilyd, dio un brinco, preparada para despedirse de sus recientes amistades. Airgid se ofreció a pagar algo por el servicio que le habían prestado, pero las dos declinaron su oferta contundentemente. — ¡Ponte buena, Gunnr! ¡Crece mucho, Lilyd! — Se despidió Micka, haciendo gestos con los brazos y dando saltitos llenos de energía. Airgid también se despidió de ambas, con el pecho lleno de gratitud. Eran esos gestos, completamente desinteresados y amables, los que le devolvían a la rubia la esperanza y la fe en las personas. Después de toda la tormenta que había vivido, momentos así la empujaban a seguir adelante.