¿Sabías que…?
... un concepto de isla Yotsuba está inspirado en los juegos de Pokemon de tercera generación.
[Común] [C - Pasado] Un tango entre lágrimas en honor a la pereza
Atlas
Nowhere | Fénix
Día 16 de Verano - Loguetown

Sí, todo hacía ver que ese día por fin había conseguido zafarme de la larga mano del sargento Shawn. Las manecillas del reloj estaban cerca de marcar las dos de la tarde y hasta el momento el grandullón no había hecho acto de presencia. ¿Que cómo me las había ingeniado para aquello? Lo justo sería decir que aquel día había ido un paso más allá de lo que había hecho hasta el momento. Todos las veces anteriores el sargento sólo había tenido que buscar en la base del G-31 o en sus inmediaciones a un tipo con uniforme de la Marina. En aquella ocasión, por el contrario, había salido uniformado pero me había cambiado en cuanto había tenido ocasión. Llevaba mi uniforme en una pequeña mochila que transportaba en mi espalda para ponérmelo cuando fuese a regresar a la base y, por si no fuera suficiente, me había metido en un local bastante concurrido para dificultar que me localizase.

A decir verdad, había optado por meterme en el que más actividad demostraba albergar sin preocuparme inicialmente por el motivo de dicha actividad. Una vez dentro, el sonido de las uñas al rasgar las cuerdas de las guitarras, las palmas sonando a compás y la garganta rota de la mujer que presidía el escenario me habían conquistado. Se trataba de un grupo pequeño, compuesto por dos palmeros, dos guitarristas —uno de los cuales llevaba claramente la iniciativa— y la susodicha. Esta última vestía una camisa blanca con volantes y una falta roja repleta de lunares blancos. Llevaba la melena, negra como el azabache, recogida con una simple cola que no impedía que el pelo recorriese toda su espalda. No recordaba haber visto una mujer tan morena en mi vida.

Sentado en una esquina de la barra, en silencio y con un trago en la mano, no había tardado en preguntar al camarero por lo que mis ojos estaban contemplando. Al parecer, el propietario original de la taberna —y padre del equipo de tres trabajadores que llevaban el negocio— era originario de una lejana isla llamada Dressrosa. Al parecer, la música que en esos momentos golpeaba mis oídos con pasión desbordante era, si no oriunda, al menos típica de allí. Era por ello que periódicamente organizaban certámenes como aquél en los que invitaban a artistas reconocidos y permitían que quienes se quisieran dar a conocer dentro del mundillo tuvieran un escaparate. Ellos, además, hacían una caja considerable. Todos salían ganando.

Según decía, pese a no ser un arte mayoritario, había muchas personas en el mundo que sentían verdadera devoción y pasión por el mismo, lo que llevaba a que el negocio siempre estuviera atestado cuando organizaban las "velás", pues así me presentaron aquel espectáculo. Yo ponía atención a todas y cada una de las palabras que aquel sujeto decía, apoyado junto a mí pero al otro lado de la barra. Ambos escuchábamos embelesados a Tree Anna o "La Niña de las Canastas", pseudónimo por el que se la conocía desde sus inicios. ¿Que por qué? Según Gsu, el hombre que me lo estaba explicando todo, la mayoría de dichos sobrenombres tenían un origen bastante simple. En este caso, la familia de la mujer siempre se había dedicado a fabricar a mano canastos para transportar todo tipo de útiles, quedando la profesión como mote de la familia.

—¿Y dices que lo organizáis todos los meses? —pregunté en un pequeño descanso, de apenas unos minutos.

—Sí, la segunda o tercera semana. También depende de lo ocupados que estén los artistas y de algún que otro detalle técnico más, pero normalmente sí.

—Intentaré no perdérmelos —afirmé con rotundidad justo antes de que el guitarrista principal comenzase a hacer sonar de nuevo su instrumento con la oreja bien pegada al vientre del mismo. Al mismo tiempo tocaba unas clavijas, asegurándose de que cada cuerda liberase el sonido que él buscaba para acompañar a Anna.
#1
Masao Toduro
El niño de los lloros
—¡Tienes que buscarme a ese gandul, y traérmelo tirando de los pelos, te ha quedado claro! ¿llorica? — arrancó a gritos el sargento Sha, o Sarasa, en fin, el tipo duro de la chaqueta metálica.
 
—Que zhin, como usteh ordene señor— replique poniéndome más erguido que una farola, como si me acabarán de meter la escoba que tenía entre manos por el culo —Iré de incognito, azi no me vera venir— pensé para mis adentros mientras el teniente se marchaba malhumorado a gritarle cuatro cosas al próximo novato que pillara por banda, desde luego que mala folla tenía ese hombre.
 
Termine de recoger los bártulos de la cocina, y guarde todo lo necesario hasta que me volviera a tocar para la hora de la cena —Gañan, pero apañao— recordaba que había puesto Colón en mi carta de recomendación, o de traslado, lo que coño fuera el papelucho ese que me leyeron.
 
Rápidamente desfile fuera de la base, mostrando el pase que me había habilitado el superior para mi particular encargo, y es que al parecer Atlas se había vuelto a escaquear de sus tareas, y al parecer esta vez no tenían al demonio disponible para traerle de vuelta, así que le había tocado a un servidor ir a buscarle, claramente porque salvo por Ray, debía ser el tipo más profesional de los que componíamos aquella brigada. La verdad es que me daba pena tener que ir a por el rubio, la verdad es que el tipo me caía de putisima madre y era uno de los pocos que parecía entender bien el ritmo de vida del sur, donde las cosas se hacían con mimo y amor, y sobre todo llevándose su tiempo.
 
—Yo vengo de la isla, de la isla de Japón. De fumarme cuatro porros que mi novia me invitó— canturreaba mientras salía de la base, foto en mano, dispuesto a ir preguntando por lo bares habituales en los que se solía esconder, dando las palmadas pertinentes cuando el cuerpo me lo pedía.
 
Tal vez fuera el destino, el dejarme llevar por las aglomeraciones, o por la típica confianza que ofrecía un chico de barrio como yo sin su uniforme, no tardé en dar con un tablao que al parecer traía gente de tierra lejanas, tierras de las que me había hablado mi abuelo” el Petao” antes de palmar por ganar una partida de domino, y es que, en el barrio de tres hermanas, cualquier cosa que diera para apostar, resultaban en actividades de alto riesgo.
 
Siguiendo el ruido de las palmas, y dejándose arrastrar rio abaja, no tardé en quedarme embobado con el espectáculo, perdiendo por un momento, el propósito y la noción del tiempo, el hipnótico baile de la morena de los lunares y los ayeos del cantaor. No fue hasta que la guitarra se detuvo en secó para afinar que me percaté del rubio.

—Un jereh, por aquí jefe— dije sentándome al lado del rubio, sosteniéndole la espalda para evitar el impulso de escaparse del lugar —Así que te gustan los tablaos, eh “Rubia”—continue dándole unas palmadas en la espalda, algo que en mi tierra era habitual, tanto en repetición como en intensidad, la verdad es que todavía no sabía de que pasta estaba hecho Atlas.

Al menos por lo menos tenía buen gusto musical….
#2
Atlas
Nowhere | Fénix
El golpe en la espalda me pilló justo cuando le daba un trago a la bebida. Tal y como había bajado comenzó a subir de nuevo, acompañada de una pesada y sonora tos que dejó la barra frente a mí completamente salpicada. ¿Quién demonios había sido? La sorpresa debió poder interpretarse a la perfección en mi rostro cuando, girándome, me topé de frente con las facciones de Masao. ¿Qué demonios hacía allí?

—Pues si te digo la verdad es la primera vez que estoy en uno —respondí, calmado, al tiempo que por fin la tos se iba deteniendo poco a poco. Cuando me hube asegurado de que no corría peligro, di un nuevo sorbo que, esta vez sí, pude tragar sin ningún problema—. ¿Y tú qué haces por aquí? ¿Te has enterado de que hoy tenían este espectáculo y has decidido venir a verlo? Como el sargento Shawn se entere de que te has escapado en horas de servicio te espera una buena, te lo digo yo... Pero yo creo que hoy me he librado por primera vez. No le he visto en todo el día y no tiene pinta de que vaya a aparecer a la hora que es.

Conforme iba pronunciando las palabras, cierta sensación de placer nacía en la boca de mi estómago y subía hacia mi garganta. Resultaba curioso cómo un logro —si es que eso podía llamarse así— tan nimio y estúpido podía dar semejante satisfacción. Tanto fue así que decidí apurar lo que me quedaba de bebida de un trago para, acto seguido, dirigirme de nuevo a Gsu.

—Ponme uno como el de él, por favor —pedí, señalando a Masao para que el camarero supiera qué tenía que ofrecerme.

Coincidiendo con ese momento, el grupo decidió realizar una nueva pausa en la que, esa vez sí, todos los integrantes del grupo bajaron del escenario y se dirigieron unos minutos a la barra. Tree Anna se situó en el extremo opuesto a nosotros, seguida de los guitarristas y, en la posición más cercana a nosotros pero dándonos la espalda, los palmeros. El rojo de sus manos llamaba la atención cada vez que las alzaban para gesticular o llamar la atención de Gsu para pedir una consumición.

Resultaba fascinante cómo, de manera natural y casi inconsciente, eran capaces de combinarse a la perfección y jugar con el compás para colorear el timbre de la guitarra y la potencia de la voz de la mujer. No era de extrañar que, tal y como me habían explicado, un sinfín de personas de todos los lugares del mundo hubieran caído enamoradas de aquello, que no dejaba de ser arte verdadero en estado puro.

—Tú conoces este tipo de música desde antes, ¿no, Masao? ¿Sabes cantar, tocar o algo? —pregunté con interés genuino, ya que, sin tener ni idea de cómo hacer ninguna de las tres cosas, durante la actuación había sentido el impulso irrefrenable de acompañar a los artistas con unas torpes palmas.
#3
Masao Toduro
El niño de los lloros
Tras el sobresalto inicial del rubio este se pareció relajar, no sin antes mancharse un poco con el contenido de su bebida. Desde luego, aquella gente no era como la del sur, se alteraban por cualquier minucia.
 
Si te soy sincero, Shawn me ha mandau a buscarte porque ya te ha echado en falta, tenía pensado llevarte a rastras de vuelta a la base, pero viendo el percal, lo mismo nos cunde disfrutah de este arte una pizquina mah
 
Ciertamente el sargento no le había puesto una fecha límite, y técnicamente llevarlo por la vuelta por las buenas sería mucho mejor y menos escandaloso que por las malas. Aunque conociéndose, es posible que no tardará en confesar que había esta bebiendo durante servicio y que se había escaqueado, y es que en el fondo él era honesto hasta la medula.
 
En cuanto la honestidad se perdía, la familia se quebraba- pensé para mis adentros, recordando a lo que habían conducido las mentiras de sus padres.
 
No paso mucho tiempo hasta que el grupo reanudó la actuación, no tardé en quedarme otra vez ausente, encandilado por el palmeo, el raspar de la guitarra y los vaivenes de la mujer. Si bien el no había estado jamás de donde era originario este arte, en su tierra lo había adoptado como algo propio, tal vez fuera por eso, que por primera vez en mucho tiempo se volvía a sentir como en casa, cuando si volviera a ser otra vez ese delincuente juvenil que hacía lo que podía y más para cuidar a sus hermanos.
No fue hasta que Atlas lo preguntó que volví en mí. Al parecer el rubio quería saber si podía cantar, bailar o palmear.
 
—Buenoh, canta y palmear sé, pero no tengo ese duende que tiene esta gente ni de lejoh— contesté de primeras —Honestamente es mi primera vez en un tablao, también. Pero he de reconocer que, en mis calles de mi barrio, es imposible ser ajeno a esto, que lo llevamoh en la sangre, vamos— apuntillé, en un tono sorprendentemente bajo para lo que acostumbraba, después de todo no quería interrumpir y tampoco perder detalle de la actuación —¿En tu tierra que cantare tenéis? — pregunté con genuino interés mientras, me focalizaba en el tablado.
 
Y es que, sin darme cuenta, ya estaba siguiendo el compás de la música palmeando y con el traqueteo de los pies.
#4
Atlas
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Mentiría si negase que las revelaciones de Masao me dejaron cierto sabor agridulce. La parte agria correspondía a que Shawn, al menos de primeras, creía haber encontrado en Masao alguien en quien confiar y a quien podía encargarle labores como aquélla. La parte dulce, por otro lado, implicaba que el muchacho no había actuado exactamente tal y como el sargento esperaba. Sí, me había ido a buscar. Sí, seguramente me dijese de volver a la base en algún momento. Vale, pero de momento seguía allí y estaba disfrutando del espectáculo. Todo indicaba que, aunque me fuese a comer mi correspondiente castigo, podría presenciar la actuación al completo. A fin de cuentas, ese maldito estirado me encontraría más tarde o más temprano y no dudaría en aplicarme el correctivo, me hubiese llevado Masao o no.

—Mi tierra es muy pequeña, Masao —contesté con total sinceridad, ya con la vista fija de nuevo en la actuación que se había reanudado—. No creo que allí vivan más personas que en los barrios más pequeños de Loguetown y, si te digo la verdad, están tan ocupados con la pesca y la agricultura que no tenemos ningún tipo de música o danza propios; nadie los ha desarrollado... Supongo que aún no hemos tenido a nadie que nazca con algún tipo de inquietud musical. Pero una vez al año hacemos una especie de desfile en el que sacamos a la calle grandes muñecos que vamos haciendo poco a poco durante todo el año, uno por familia, y al final del día se montan en botes que se dejan vagar a la deriva en el mar.

Intenté reprimirlo, pero un matiz de tristeza impregnó mi voz de manera irremediable. Esperaba que con tanto jaleo Masao no lo hubiese podido apreciar. Y es que, a pesar de llevar muy bien la poco satisfactoria situación doméstica —por llamarlo de algún modo que no sea desastre— de mi hogar, el hecho de que nosotros fuésemos los únicos en todo el pueblo que no presentásemos nada era algo que siempre me había molestado. Era cierto que mis amigos me dejaban participar en la elaboración de las figuras de sus familias, turnándose entre ellas año tras año. Aun así, siempre había tenido la espinita de nunca haber podido elaborar un diseño propio, uno que ninguno de ellos hubiese visto y que fuese revelado el mismo día del festival... Tan sólo lo que hacían los demás. Un sueño totalmente infantil, lo sé, pero ¿acaso no son esos los más antiguos y profundos, los más verdaderos, los que más calan y dejan huella al no cumplirse?

A mi lado, Masao comenzaba a mover determinadas partes de su cuerpo al ritmo de la música. Parecía no hacerlo queriendo, no tener que concentrarse en hallar el compás, pues su mirada seguía fija en mí y me dedicaba toda su atención. Era la consecuencia de haberlo mamado desde pequeño; de, tal y como me había explicado, salir a la calle y encontrar arte en estado puro por las esquinas. Cosas como aquélla, por otro lado, eran difíciles de encontrar en zonas donde la gente llevase a cabo una vida considerada como normal en los tiempos que corrían. Unos padres afanados en cumplir con su jornada laboral para llevar un salario limpio y legal a casa con el que alimentar a sus hijos, por ejemplo, lo tendrían difícil para pasar horas y horas cada día acompasando sus palmas con las de otras cinco personas. Absolutamente todo en la vida necesitaba tiempo y práctica, los cuales debían ser robados a otros menesteres para alcanzar la maestría.

—Pero si te digo la verdad me encantaría ser capaz de hacer alguna de las cosas que hacen estos artistas. La voz es un don que se me ha negado, eso seguro, y me da que para aprender a tocar la guitarra de ese modo hay que hacer un esfuerzo que no estoy dispuesto a realizar. Pero las palmas... ¿tú podrías enseñarme?
#5
Masao Toduro
El niño de los lloros
Escuché atentamente a la rubia, al parecer su tierra era pequeña y en líneas generales un muermo, no tenían cantares y hacían una festividad pagana de dejar a unos monigotes en unas barcas. Por lo demás, solo pescar y arar, era curioso como una tierra de trabajadores como aquella había dado a un gandul como era Atlas, pero suponía que era forma que tenía dios de compensar todo aquello.
 
A pesar de todo, tal vez por el tono, tal vez por las palabras o tal vez por una mezcla de ambas noté que había algo de pesadez en sus palabras, tal vez había tocado una fibra sensible del rubio. Se me hacía complicado pensar que había un barrio más duro o chungo que el de “tres hermanas”, pero al parecer no era el único de la brigada que las había pasado canutas. Tratando de alejar esos pensamientos, aparte un momento la mirada para ver a la bailadora y al guitarrista, que seguía en un trance que podía entender muy bien.
 
-En mi barrio también había mucho pescador, yo de hecho faenar alguna vez pa llevar algo de pan a casa, solíamos ir a la virgen antes de partir por la madrugaa y echar las redes- matizó antes de dar un trago al jerez que le habían puesto, mientras continuaba con el traqueteo. -En la mía solíamos sacar a la virgen en la semana grande y le cantábamos en su honor y el de su hijo- maticé sonriendo de par en par, a pesar de que había gente que me había advertido que más que tranquilidad, transmitía incomodidad.
 
La bailaora se sentó y los músicos comenzaron lo que parecía una nueva pieza, de un ritmo tranquilo y sencillo. Una pieza íntima entre el guitarrista, su guitarra y su musa. No tardé en sonreír al escuchar el ritmillo, y más aún al escuchar la petición del rubio, y es que seguro que con los cantares se le quitaban todas las penas.
 
—Mira rubia, esto no se enseña, como decía mi bisabuela en paz descanse, se vive— le dije mientras daba un palmeo despacio, —¿Ves? Ahora inténtalo azín— continué mientras le movía las manos y le trataba de guiar —Tú intenta imaginarte la letra en tu cabeza, mira te canto un poquito— agregó antes de carraspear y dar un nuevo trago, y arrancaba a cantar para ayudarle con el palmeo —Tra, tra, tra. ¡Cuatro paquetes de sal! ¡Qué tengo el xoxo escocido de tanto…!— continuó la canción al ritmo de la pieza, tal vez arruinándolo en el proceso, la sutileza y la gentileza nunca habían sido lo suyo.

Lo mismo regresaban a la base antes de tiempo, o salía por la puerta grande, y es que, en el fondo, tal muy en el fondo, era un grande.
#6
Atlas
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Masao sonrió. Parecía sincero, pero si no le conociese y me hubiesen dicho que se trataba de un peligroso asesino en serio a punto de dar buena cuenta de una nueva presa, le habría creído sin dudar. Procuré tragar la incomodidad que me producía la mueca con la que enseñaba sus dientes —porque llamarla sonrisa era ser muy generoso— y continué con nuestra conversación.

En su tierra natal no sacaban muñecos, sino que sacaban a esa virgen a la que tanto culto le profesaba Masao. Por lo que le conocía y cómo hablaba de su tradición, tenía claro que el arraigo espiritual era más profundo que el mío. No obstante, eso no implicaba que una cosa o la otra fuese más o menos importante. Cada quien tenía sus métodos para comunicarse con quienes ya no nos acompañan. En muchas ocasiones dicha conexión podía estar en mantener viva con la misma pasión una costumbre sin significado real en sí misma, más que el que todos habíamos decidido concederle. Y era precisamente esa decisión común de que significase algo lo que le transmitía un valor real y verdadero, tanto o más que si un ser divino realmente la hubiese puesto delante de nosotros. En el caso del muchacho de Tres Hermanas, su lazo estaba en la veneración a la misma deidad que quienes le había precedido. Que fuese o no tal y como decían poco importaba; lo que importaba era lo real, lo que se veía.

La respuesta de Masao a mi petición fue lo que me sacó de mis ensoñaciones. Cuando quise darme cuenta, intentaba torpemente emularle tratando de hacer coincidir mis palmas con las suyas. Él cantaba y acompañaba a la letra con el choque de sus manos en el momento justo, por lo que, aunque sus dotes como cantante estuviesen lejos de ser las mejores, el resultado final no era del todo desastroso. Desde luego, aquel tipo de música estaba muy lejos de convertirse en mi fuerte.

A quien no le pasó desapercibido el compás de Masao fue a los artistas. Más concretamente, a los palmeros. Me di cuenta porque uno de ellos golpeó al otro con el codo en cuanto se dio cuenta de que alguien además de ellos no sonaba como un reloj de cuco roto. Las palmas del segundo se detuvieron en el momento en que éste hizo un gesto con la cabeza hacia el guitarrista y la cantante, que sonrieron al descubrir lo que pasaba.

Cuando quise darme cuenta, todos había detenido el espectáculo y la mujer llamaba a Masao con la mano. Un murmullo comenzó a extenderse por el local, por lo que no pudimos escuchar la voz de la mujer ni distinguir sus palabras, pero el gesto de su mano no dejaba lugar a dudas. Señalaba alternativamente a Masao y al escenario en el que se encontraban, indicándole que se uniese a ellos e hiciese las delicias de los presentes. ¿Cómo? Bajo mi humilde opinión parecía estar pidiéndole que se arrancara a bailar, pero yo no entendía la jerga de aquella gente ni el significado que podrían tener los signos que hiciesen con sus manos. Desde luego, aquello prometía.
#7
Masao Toduro
El niño de los lloros
Poco a poco parecía que Atlas pillaba un poco el ritmo, un poco en su línea primero en un primer intento algo dubitativo y poco a poco con algo más de confianza y con cierta noción del ritmo, tal vez tocará las palmas mucho peor que el crío manco del barrio, “El Cerves”, uno de los poco niños que sabía leer y escribir de toda la barriada.

Que no picha, escucha el ritmo, ¡TRA, TRA, TRA!— le corrigio con ganas.


Entre corrección y corrección, no me percate de que el silencio y luego el murmullo se habían espolvoreado por todo el tablado como la pólvora. No fue hasta que el rubio me hizo un gesto con la cabeza que me percate de que la mujer, la bailaora, me estaba haciendo un gesto con la mano.

No te puedo dar mi número, niña, ¡Ando de servicio! le contestó malinterpretando el gesto, no fue hasta que la mujer tiro de él que finalmente se dejó arrastrar al escenario, apurado ya no solo por el escenario y el público, sino por el hecho de que algún superior fuera de servicio pudiera estar viendo aquello, que no terminaba de ser lo correcto Dos días en puerto y ya he vuelto a ligar, como con la chica de las naranjas  pensó para sí antes de apurar su vaso y terminar de ser arrastrado, como una barca a la deriva Disculpe capitana con apellido de botella de vino caro, no tengo culpa de ser tan guapo finalizó sus pensamientos mientras encaraba a la bailadora.

Y es que un baile era como un duelo al amanecer, yo elegí mi postura mientras que la mujer de los lunares escogió la suya, como dos pistoleros nos quedamos parados, en una pose dramática, sosteniéndonos la mirada como dos pistoleros que acaban de salir de la cantina y mano a la cintura esperaban la señal para desenfundar. No fue hasta que un pequeño raspeo del guitarrista que cambie de postura, los primeros compases eran lentos, con mucha figura, un duelo donde no podía competir con el verdadero arte de una artista como “la niña”, los dos fuimos bailando un alrededor del otro, entrecruzándonos. La mujer me adulaba y casi me conducía de un lado a otro del tablazo como si aquello fuera una plaza donde ella era el torero y yo el toro.

No fue hasta que la pieza comenzó a pillar más ritmo, el ritmo de la caja, las castañuelas y la palmas a resonar que comenzó a palpar y sentirse cómodo, toda su esencia del sur, toda su sangre gitana en ebullición por un sentimiento y un fervor solo comparable por el amor a su virgen, a su barrio y a sus hermanos.

Había vuelto a perder el control, con la camisa abierta que dejaba entrever el cuerpo sudoroso de joven de un aguerrido marine al que ya poco importaba el parte que pudiera recibir su sargento, la operación no había hecho otra cosa que comenzar.
#8
Atlas
Nowhere | Fénix
Y así fue como comenzó la magia, como lo hacen las cosas buenas de corazón: de improvisto. El espectáculo improvisado dio comienzo en cuanto todas las partes fueron conscientes las unas de las otras. La mujer, el guitarrista y los palmeros acogieron a Masao al son de su compás y él se dejó mecer como lo haría un crío en brazos de su madre, cómplice y remando a la vez que todos ellos. Yo me quedé allí, en la misma esquina en la que llevaba todo el tiempo, solo que intentaba seguir el ritmo de los palmeros. De las filigranas que hacían al acompañarse me olvidé, por supuesto, porque no estaba ni cerca de ser capaz de empezar a intentarlas.

Una velada que tenía hora de inicio y final se convirtió en algo muy diferente. Al escuchar el jolgorio que empujaba las paredes y se filtraba entre sus poros en busca de libertad, transeúntes no tardaron en asomarse para averiguar el motivo de tal revuelo. El local ya estaba muy concurrido antes, pero con la subida del de Tres Hermanas al escenario el establecimiento se fue llenando hasta que ya no cabía un mísero alfiler. Acabé relegado a una pequeña esquina. Cerca de Gsus, eso sí, quien estaba pendiente de mí a pesar del evidente gesto de agobio para surtirme de lo que necesitara. Tal vez le hubiese obsequiado con una considerable dosis de estrés inesperado, pero estaba seguro de que cuando hiciese caja se quedaría bastante contento. Para rematar la jugada, dudaba que con semejante muchedumbre Shawn me pudiese identificar incluso si decidía asomar el morro por allí.

—No sé si decirte que te lo traigas todos los días o que no le quiero volver a ver —vociferó el camarero mientras cambiaba de nuevo el barril de cerveza.

No le respondí, porque sabía a la perfección que en el fondo le convencía mucho más la primera opción. Sonriendo, di un largo trago de mi vaso y seguí disfrutando del espectáculo hasta que, poco a poco y con el paso de las horas, el local comenzó a vaciarse paulatinamente. El grupo únicamente cobró al dueño del local por el tiempo que habían contratado inicialmente. O eso pretendían, porque después de hacer cuentas y cerrar caja éste se aseguró de hacerles entrega de una generosa propina en forma del doble o el triple de lo acordada. ¿Cuánto dinero había hecho el condenado?

Aún quieto en mi posición, esperé a que Masao se bajase del escenario y se dirigiese a mí. Tenía la camisa abierta casi por completo y las gotas de sudor caían en cascada allí donde su piel era visible. Donde no, su atuendo se pegaba al cuerpo casi como si estuviera al vacío, fiel reflejo del agotamiento físico al que aquel arte tan pasional te podía llevar. Sonreí antes de que llegase donde me encontraba, esperando a que estuviese lo suficientemente cerca para hablar con él:

—Shawn ni siquiera ha aparecido por aquí —bromeé—. No te preocupes, si le dices que no me has encontrado a pesar de recorrerte toda la isla y llegas en ese estado realmente creerá que has corrido por todo Loguetown. Mientras no empieces a escaquearte de tus tareas, no creo que llegue a dudar de lo digas que has estado haciendo hoy. Yo, desde luego, no seré el que te delate.

Apuré lo que me quedaba del vaso y esperé pacientemente por si Masao quería pedir algo, hablar con el grupo —que aún no se había marchado— o simplemente detenerse unos minutos a descansar. A fin de cuentas, llevaba a saber cuánto tiempo sin parar de girar, zapatear y, en definitiva, bailar guiado por la sangre, la pasión y la furia contenida.

—Está anocheciendo —dije aun así para que el descanso no se nos fuese de las manos—. Tal vez deberíamos pensar en regresar cuando hayas descansado un poco, ¿te parece?

Por las ventanas del establecimiento ya no entraban vigorosos rayos de luz. Por el contrario, una tenue claridad se insinuaba con timidez por las ventanas, arrojando cierta visibilidad al interior de la estancia pero sin siquiera acercarse a la que emanaba de las luces que los propietarios ya habían encendido. Entre una cosa y otra, lo que había comenzado como un escaqueo y la asistencia a un espectáculo exótico se había convertido en toda una experiencia que había durado buena parte de la jornada.
#9
Masao Toduro
El niño de los lloros
No fue hasta que la música se detuvo, que pare en seco, había perdido, pero que jamás tuve oportunidad de victoria. La mujer paso a mi lado, soltando una caricia sobre mi rostro lloroso, y dándome una palmada en el hombro antes de marcharse.
 
Dime tan solo una palabra… Que me devuelva la vida… Y se me quede en el alma masculló a la mujer que se marchó, como una duelista que perdona la vida a su rival con la esperanza de sus caminos se volvieran a cruzar.
 
Yo era incapaz de girarme, tan solo escuchaba el barullo de la gente levantándose de sus sitios, las sillas y taburetes arrastrándose y el murmullo de una muchedumbre que había visto como aquel hombre moría de pie. El tabernero del local probablemente estaría escuchando el tintineo de las monedas cayendo en la caja que debía estar atiborrada hasta arriba, en otra época no habría tenido reparo alguno en arrancar aquella caja y salir corriendo con ella a la espalda, habría sido un buen golpe que le habría pasado algunos meses de alquiler y comida para otro tanto tiempo para sus hermanos.
 
Por fortuna ya no necesitaba nada de eso, con las retenciones su deuda estaba casi saldada, y gracias a el contralmirante Colón, podía terminar de pagar el resto de los gastos de sus hermanos en cómodas cuotas.
 
No fue hasta que recordó sus obligaciones que volvió sus sentidos volvieron en sí, no tardo en descender del escenario y sentarse al lado de rubio, el cual le confesó que su supervisor no había aparecido por allí y que mucho menos pensaba delatarle, un ejercicio de camarería que agradeció.
 
Te lo agradezco, Atlas le dijo en tono sincero mientras le daba un par de palmadas en el hombro Pero me temo que aún me zobran fuerzas para llevarte arrastraah al cuartel, aunque no creo que vaya a hacer falta ¿No? le replicó mientras su expresión cambiaba a una mueca que debía oscilar entre lo cómico y lo temible, una expresión que indicaba que por mucho que hubiera tenido algo de mano izquierda, acabaría cumpliendo lo que se le había encomendado de una forma u otra.
 
Tras pagar su cuenta, y la de su compañero de fuga, si no lo había hecho él antes, apuro su vaso simultáneamente a su compañero y sonrió al escuchar que este mencionaba de retornar. Tras un par de palmas de agradecimiento al de arriba, finalmente arrancaron el camino de regreso.
 
Sí, será mejor si volvemos, tengo chambear en la cocina esta noche— matizó apoyando su brazo sobre los fornidos hombros del rubio, como si de un borracho se tratará Está fuerte el cabrón, y eso que no da un palo al agua el cabrón pensó para sus adentros ¿Y bien, volveráah al tablado? Lo digo por saber donde buscar, por si te vuelves a escaquear, ya tú sabes mi niño bromeó con su compañero guiñándole un ojo.
 
Mientras el alumbrado de los diferentes edificios y escaparates se iluminaban, iba andando con “una rubia” entre mis brazos, tal vez hubiera preferido que hubiera sido una exótica morena de mares lejanos y mucho duende, pero al final parecía que retornaría a la base con lo que se había propuesto encontrar. Si alguien les estuviera viendo desde la espalda seguramente debía ser como una de esas escenas de películas románticas en las que la pareja, se marchaba caminando hacia el horizonte tras resolver el intricado triángulo amoroso desarrollado a lo largo de la cinta, naturalmente ninguno de esos pensamientos de bujarra pasaban por mi cabeza, después de todo era del sur y sobre todo muy macho.

—¿Y tú cómo acabaste en la marina?— preguntó de manera genuina.
 
Si ningún percance le asaltaba a su regreso a la base, podría dar por concluida su misión, dios quisiera que nada malo les pasara por el camino, ya sabía por experiencia que las calles de las barriadas podían ser muy traicioneras, en especial con los extranjeros.
#10


Salto de foro:


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