Norfeo
El Poeta Insomne
24-08-2024, 01:02 AM
(Última modificación: 24-08-2024, 02:34 AM por Terence Blackmore.)
En lo más alto de su torre de mármol negro, Norfeo contemplaba el mundo con una calma majestuosa, como si sus ojos atravesaran las capas del tiempo y el espacio, adentrándose en los rincones más oscuros del destino. El viento soplaba suavemente a través de los ventanales abiertos, llevando consigo los susurros de almas perdidas, rumores de hazañas y tragedias, y, por supuesto, las plegarias y ofrendas de aquellos que buscaban su favor.
El aroma de incienso y mirra llenaba la sala, impregnando el aire con una dulzura pesada y envolvente. El dios somnoliento había sido despertado, y aunque su mirada seguía reflejando una vaga indiferencia, su mente ya estaba activa, evaluando los sacrificios y determinando qué recompensas otorgaría.
Las Bendiciones
Con un movimiento perezoso de la mano, Norfeo hizo que la esfera de energía flotante ante él se iluminará con diversas escenas, mostrándole las ofrendas de aquellos mortales que habían invocado su poder. Su mirada se posó en Yoshi, un guerrero de aspecto feroz, cuya piel tosca se había endurecido aún más bajo el influjo de su bendición. Norfeo sonrió, complacido. Este había demostrado ser digno. Con un gesto delicado, pero firme, el dios potenció el cuerpo de Yoshi, triplicando la dureza de su piel y concediéndole una fuerza inmensa. Ahora, su cuerpo irradiaba la furia y el poder de un berserker, y cada movimiento suyo era un huracán de devastación.
— Eres fuerte — murmuró Norfeo con voz profunda, como el eco de una tormenta en la lejanía —, y mi favor estará contigo. Que el Gyojin Karate sea tu lengua y tu puño, y que el mundo tiemble bajo tus golpes.—
La energía fluyó hacia Yoshi, envolviéndolo en un halo de poder que chisporroteaba con la promesa de una destrucción sin igual. Norfeo observó, satisfecho, mientras el guerrero se transformaba en un avatar de su furia.
Luego, la visión cambió. Nagaki apareció en la esfera, una figura enigmática, con el aspecto de una medusa intimidante. Su presencia tenía una cualidad etérea, una fuerza oculta que la diferenciaba de los demás. Norfeo inclinó la cabeza, intrigado. Aquí había alguien que entendía el equilibrio entre poder y regeneración, entre vida y muerte.
— Tienes la mirada del abismo — comentó el dios, sus ojos brillando con un interés peligroso — Déjame guiar tu mano..—
Con un chasquido de sus dedos, otorgó a Nagaki la regeneración constante de su esencia vital. Cada herida que recibiera sería efímera, desvaneciéndose casi tan rápido como se formaba. Y no solo eso, su poder se amplificó, dotándola de acceso a las artes mortales del Jujutsu Gyojin. La transformación estaba completa, y ahora, Nagaki era una fuerza imparable, capaz de restaurarse y destruir en la misma medida.
Mientras observaba la escena, Norfeo sintió que la energía a su alrededor cambiaba de nuevo. El nombre de Kael resonaba en su mente, y la imagen de un guerrero imponente apareció ante él. Kael había tomado el aspecto de Salazar, su enemigo mortal. Era una elección interesante, una decisión nacida del odio y la necesidad de superar a su rival. Norfeo sonrió con una mezcla de aprobación y burla.
— Qué interesante... tomar la forma de aquello que odias — susurró Norfeo —. Entonces, lleva contigo mi bendición, pero con ella, también una espada que atraviese toda defensa. Que tu enemigo se desvanezca ante ti como la niebla ante el sol.—
Con una ola de energía oscura, Kael fue bendecido con una fuerza extraordinaria. Su cuerpo brillaba con un poder latente, y en su mano apareció una espada de un metal tan negro como la noche, un arma capaz de ignorar cualquier defensa pasiva, cortando a través de sus oponentes con facilidad letal.
Finalmente, Norfeo se detuvo ante la figura de Lovecraft, su mirada escrutadora, evaluando a aquel que había ofrecido un minion como ofrenda. Los hilos del destino de este minion ya no estaban en sus manos, sino en las de su maestro. Norfeo lo dotó con una fuerza temible, dándole control total sobre su sirviente, quien ahora poseía una potencia devastadora. Este minion sería la extensión de su voluntad, una sombra que arrasaría con todo a su paso.
Pero la bendición más curiosa fue la que otorgó a los que se habían bañado en las Cumbres del Destierro. Estos adeptos, sumidos en su fe ciega y entregados a su causa, se alzaban ahora como profetas marcados por coronas de laurel de oro. Estos seguidores eran ahora algo más que simples mortales, se habían convertido en heraldos de su voluntad, y su destino estaba sellado por la promesa de poder divino.
El Castigo de la Escoria
Sin embargo, no todos los sacrificios fueron dignos de su favor. Ray, en su arrogancia y estupidez, había hecho una ofrenda que era poco menos que una burla. Norfeo sintió la ofensa como una punzada en su mente, y la furia que había sido contenida comenzó a hervir en sus venas.
— Ray... — pronunció su nombre con un tono suave, casi melódico, pero bajo la superficie de su voz resonaba un eco de muerte —. Te atreviste a ofrecer... ¿eso? Una burla, un insulto a mi poder. No hay perdón para la insensatez— musitó.
La escena en la ciénaga apareció ante él, y con un simple movimiento de su mano, el cuerpo de Ray comenzó a retorcerse de forma antinatural. Los músculos se tensaron, los huesos crujieron, y la carne se contrajo en un espasmo de dolor indescriptible. Los ojos de Ray se abrieron de par en par, llenos de terror mientras su cuerpo comenzaba a implosionar desde dentro, cada célula desgarrándose y colapsando en una explosión interna. El eco de su grito de agonía se desvaneció en el aire, y con él, la ciénaga entera fue arrasada por la explosión, dejando tras de sí solo un vacío oscuro y silencioso, mientras los benditos escapaban bajo un halo dorado, desvaneciéndose de un destello.
Norfeo observó en silencio, con una calma fría, mientras la destrucción se asentaba. No había rastro de piedad en su mirada, solo la certeza de que la justicia había sido cumplida.
El Encuentro con Byron
El viento cambió de dirección, y con él, la energía en la sala se suavizó. Los ojos de Norfeo se posaron en una figura diferente, Byron. Un alma intrigante, audaz en su intento de acercarse a él con intenciones que iban más allá de simples ofrendas. Había algo en Byron que lo diferenciaba del resto: un carisma natural, una chispa de osadía que no pasó desapercibida para el dios somnoliento.
Norfeo dejó que una sonrisa lenta se formara en sus labios mientras dirigía su atención hacia Byron, sus ojos brillando con un interés renovado.
— Byron... — pronunció su nombre como si saboreara cada sílaba —. Tu presencia es... refrescante—.
Con un gesto sutil, Norfeo convocó a Byron ante él, la energía que los separaba desapareciendo como una niebla disipándose con el sol. La atmósfera en la sala se volvió más íntima, casi cálida, mientras el dios dejaba que su mirada recorriese a Byron con una mezcla de curiosidad y algo más profundo. Byron se sorprendió de la majestuosidad del dios, y pudo ver como su belleza palidecía totalmente ante la del gigante.
— ¿Qué es lo que buscas, Byron? — preguntó con una voz suave, pero cargada de una seducción latente —. Has venido hasta aquí, has arriesgado tanto... ¿Es poder lo que deseas? ¿O quizás... algo más?—contestó casi meloso.
Norfeo dio un paso hacia él, la distancia entre ambos reduciéndose hasta que solo quedaba el aliento entre ellos. El dios inclinó ligeramente la cabeza, estudiando cada detalle de su rostro, cada matiz de su expresión, pero con una gigante variación de tamaño y porte entre ambos. El gigante se movía con una gracia superlativa, manteniendo la diferencia entre ambos.
— Debes saber... — susurró, acercándose aún más, su voz apenas un murmullo — que aquellos que se acercan demasiado al fuego, a menudo se queman. Pero tú, Byron... ¿estás dispuesto a correr ese riesgo?-
El aire a su alrededor pareció vibrar con la promesa de lo desconocido, y en ese momento, el poder que Norfeo ofrecía no se limitaba solo a la fuerza física o la magia. Había un juego en marcha, uno que trascendía lo mundano, y Byron acababa de ser invitado a jugar.
Con un último gesto, Norfeo extendió su mano hacia Byron, no como una bendición distante, sino como una invitación a algo mucho más personal.
— Ven, Byron — dijo, con una sonrisa que contenía todos los secretos del universo —. Hay tantas cosas que podemos explorar juntos. Si te atreves— contestó con una voz tan autoritaria como dulce, tan voraz como un látigo azotando cada ápice de su piel, al tiempo que lo acariciaba como si de plumas se tratara su roce...
El Fin de la Tormenta
Norfeo posteriormente se aproximó a su esfera de poder, y comenzó a gesticular sobre ella, y la Tormenta se aproximó sobre la Ciénaga del Delirio, la Desolación de Osenia y el Yermo del Tormento.
El aroma de incienso y mirra llenaba la sala, impregnando el aire con una dulzura pesada y envolvente. El dios somnoliento había sido despertado, y aunque su mirada seguía reflejando una vaga indiferencia, su mente ya estaba activa, evaluando los sacrificios y determinando qué recompensas otorgaría.
Las Bendiciones
Con un movimiento perezoso de la mano, Norfeo hizo que la esfera de energía flotante ante él se iluminará con diversas escenas, mostrándole las ofrendas de aquellos mortales que habían invocado su poder. Su mirada se posó en Yoshi, un guerrero de aspecto feroz, cuya piel tosca se había endurecido aún más bajo el influjo de su bendición. Norfeo sonrió, complacido. Este había demostrado ser digno. Con un gesto delicado, pero firme, el dios potenció el cuerpo de Yoshi, triplicando la dureza de su piel y concediéndole una fuerza inmensa. Ahora, su cuerpo irradiaba la furia y el poder de un berserker, y cada movimiento suyo era un huracán de devastación.
— Eres fuerte — murmuró Norfeo con voz profunda, como el eco de una tormenta en la lejanía —, y mi favor estará contigo. Que el Gyojin Karate sea tu lengua y tu puño, y que el mundo tiemble bajo tus golpes.—
La energía fluyó hacia Yoshi, envolviéndolo en un halo de poder que chisporroteaba con la promesa de una destrucción sin igual. Norfeo observó, satisfecho, mientras el guerrero se transformaba en un avatar de su furia.
Luego, la visión cambió. Nagaki apareció en la esfera, una figura enigmática, con el aspecto de una medusa intimidante. Su presencia tenía una cualidad etérea, una fuerza oculta que la diferenciaba de los demás. Norfeo inclinó la cabeza, intrigado. Aquí había alguien que entendía el equilibrio entre poder y regeneración, entre vida y muerte.
— Tienes la mirada del abismo — comentó el dios, sus ojos brillando con un interés peligroso — Déjame guiar tu mano..—
Con un chasquido de sus dedos, otorgó a Nagaki la regeneración constante de su esencia vital. Cada herida que recibiera sería efímera, desvaneciéndose casi tan rápido como se formaba. Y no solo eso, su poder se amplificó, dotándola de acceso a las artes mortales del Jujutsu Gyojin. La transformación estaba completa, y ahora, Nagaki era una fuerza imparable, capaz de restaurarse y destruir en la misma medida.
Mientras observaba la escena, Norfeo sintió que la energía a su alrededor cambiaba de nuevo. El nombre de Kael resonaba en su mente, y la imagen de un guerrero imponente apareció ante él. Kael había tomado el aspecto de Salazar, su enemigo mortal. Era una elección interesante, una decisión nacida del odio y la necesidad de superar a su rival. Norfeo sonrió con una mezcla de aprobación y burla.
— Qué interesante... tomar la forma de aquello que odias — susurró Norfeo —. Entonces, lleva contigo mi bendición, pero con ella, también una espada que atraviese toda defensa. Que tu enemigo se desvanezca ante ti como la niebla ante el sol.—
Con una ola de energía oscura, Kael fue bendecido con una fuerza extraordinaria. Su cuerpo brillaba con un poder latente, y en su mano apareció una espada de un metal tan negro como la noche, un arma capaz de ignorar cualquier defensa pasiva, cortando a través de sus oponentes con facilidad letal.
Finalmente, Norfeo se detuvo ante la figura de Lovecraft, su mirada escrutadora, evaluando a aquel que había ofrecido un minion como ofrenda. Los hilos del destino de este minion ya no estaban en sus manos, sino en las de su maestro. Norfeo lo dotó con una fuerza temible, dándole control total sobre su sirviente, quien ahora poseía una potencia devastadora. Este minion sería la extensión de su voluntad, una sombra que arrasaría con todo a su paso.
Pero la bendición más curiosa fue la que otorgó a los que se habían bañado en las Cumbres del Destierro. Estos adeptos, sumidos en su fe ciega y entregados a su causa, se alzaban ahora como profetas marcados por coronas de laurel de oro. Estos seguidores eran ahora algo más que simples mortales, se habían convertido en heraldos de su voluntad, y su destino estaba sellado por la promesa de poder divino.
El Castigo de la Escoria
Sin embargo, no todos los sacrificios fueron dignos de su favor. Ray, en su arrogancia y estupidez, había hecho una ofrenda que era poco menos que una burla. Norfeo sintió la ofensa como una punzada en su mente, y la furia que había sido contenida comenzó a hervir en sus venas.
— Ray... — pronunció su nombre con un tono suave, casi melódico, pero bajo la superficie de su voz resonaba un eco de muerte —. Te atreviste a ofrecer... ¿eso? Una burla, un insulto a mi poder. No hay perdón para la insensatez— musitó.
La escena en la ciénaga apareció ante él, y con un simple movimiento de su mano, el cuerpo de Ray comenzó a retorcerse de forma antinatural. Los músculos se tensaron, los huesos crujieron, y la carne se contrajo en un espasmo de dolor indescriptible. Los ojos de Ray se abrieron de par en par, llenos de terror mientras su cuerpo comenzaba a implosionar desde dentro, cada célula desgarrándose y colapsando en una explosión interna. El eco de su grito de agonía se desvaneció en el aire, y con él, la ciénaga entera fue arrasada por la explosión, dejando tras de sí solo un vacío oscuro y silencioso, mientras los benditos escapaban bajo un halo dorado, desvaneciéndose de un destello.
Norfeo observó en silencio, con una calma fría, mientras la destrucción se asentaba. No había rastro de piedad en su mirada, solo la certeza de que la justicia había sido cumplida.
El Encuentro con Byron
El viento cambió de dirección, y con él, la energía en la sala se suavizó. Los ojos de Norfeo se posaron en una figura diferente, Byron. Un alma intrigante, audaz en su intento de acercarse a él con intenciones que iban más allá de simples ofrendas. Había algo en Byron que lo diferenciaba del resto: un carisma natural, una chispa de osadía que no pasó desapercibida para el dios somnoliento.
Norfeo dejó que una sonrisa lenta se formara en sus labios mientras dirigía su atención hacia Byron, sus ojos brillando con un interés renovado.
— Byron... — pronunció su nombre como si saboreara cada sílaba —. Tu presencia es... refrescante—.
Con un gesto sutil, Norfeo convocó a Byron ante él, la energía que los separaba desapareciendo como una niebla disipándose con el sol. La atmósfera en la sala se volvió más íntima, casi cálida, mientras el dios dejaba que su mirada recorriese a Byron con una mezcla de curiosidad y algo más profundo. Byron se sorprendió de la majestuosidad del dios, y pudo ver como su belleza palidecía totalmente ante la del gigante.
— ¿Qué es lo que buscas, Byron? — preguntó con una voz suave, pero cargada de una seducción latente —. Has venido hasta aquí, has arriesgado tanto... ¿Es poder lo que deseas? ¿O quizás... algo más?—contestó casi meloso.
Norfeo dio un paso hacia él, la distancia entre ambos reduciéndose hasta que solo quedaba el aliento entre ellos. El dios inclinó ligeramente la cabeza, estudiando cada detalle de su rostro, cada matiz de su expresión, pero con una gigante variación de tamaño y porte entre ambos. El gigante se movía con una gracia superlativa, manteniendo la diferencia entre ambos.
— Debes saber... — susurró, acercándose aún más, su voz apenas un murmullo — que aquellos que se acercan demasiado al fuego, a menudo se queman. Pero tú, Byron... ¿estás dispuesto a correr ese riesgo?-
El aire a su alrededor pareció vibrar con la promesa de lo desconocido, y en ese momento, el poder que Norfeo ofrecía no se limitaba solo a la fuerza física o la magia. Había un juego en marcha, uno que trascendía lo mundano, y Byron acababa de ser invitado a jugar.
Con un último gesto, Norfeo extendió su mano hacia Byron, no como una bendición distante, sino como una invitación a algo mucho más personal.
— Ven, Byron — dijo, con una sonrisa que contenía todos los secretos del universo —. Hay tantas cosas que podemos explorar juntos. Si te atreves— contestó con una voz tan autoritaria como dulce, tan voraz como un látigo azotando cada ápice de su piel, al tiempo que lo acariciaba como si de plumas se tratara su roce...
El Fin de la Tormenta
Norfeo posteriormente se aproximó a su esfera de poder, y comenzó a gesticular sobre ella, y la Tormenta se aproximó sobre la Ciénaga del Delirio, la Desolación de Osenia y el Yermo del Tormento.