¿Sabías que…?
... un concepto de isla Yotsuba está inspirado en los juegos de Pokemon de tercera generación.
[Pasado] Presentándose ante el Don
MC duck
Pato
Madrugada del 14

En el inframundo de los criminales, existen muchas reglas, irónicas para ser gente que se salta las leyes, algunas están escritas, o en papel o en sangre de los caídos, otras no, pero todos las deben saber o averiguar arriesgando sus vidas. El grande se come al chico, el rico controla todo, los jefes que controlan el mundo siempre deciden las reglas del juego, los demas solo las obedecen, jugando a un juego cuyas reglas cambian tan rápido como vinieron en primer lugar, mientras las cabezas que gobiernan ruedan para poner unas nuevas.
La regla más importante es, la vida siempre decide, ella es quien rige la regla más dura.

En el pueblo de Rostock no era diferente ni mucho menos, incluso para Mc Duck que tenía malos recuerdos de este lugar, donde fue atrapado para rostizado hace unos años, menos mal que escapó de aquel infierno, y había vivido lo suficiente para convertirse en un… delincuente, si bueno, no es como si siempre pudiera elegir en que te conviertes. Al menos vivía.

En Rostock había una mafia que imperaba a los demás, no es que se dijera a voces, pero circulaban los rumores de que allí se producían sustancias, como el cheeto, una droga, y a voces todo el mundo sabe que el Cheeto es de los Cheetony, si querías hacer algún negocio o moverte en el inframundo de la ciudad de Rostock mínimo, debes visitar la mansión de Cheetony y mostrar tus respetos.

Tras pasar un pequeño protocolo de seguridad a la entrada de una mansión, pudieron entrar en un salon/comedor, donde en una larga mesa estaba precedida por Don Chettony, el cual podrías ver sus facciones incluso antes de acercarte, gracias al enorme cuadro colgado justo detras suyo, en el cual estaba representada su misma persona.


[Imagen: kaicho15.png]
CHESTER CHEETONY

Ante el, nuevos Operativos de Inframundo se presentaban para mostrar sus respetos y intentar trabajar en la zona, otros intentaban convencerlo de trabajar para él, y otros... era él mismo quien pedía fervientemente que se le permitiera tenerlo en su equipo.

-¡UN PATO!- Grito al ver el tatito entrando en la sala -¡Lo quiero en mi equipo!
#1
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
El bribón de ojos dorados y cabello blanco llegó al puerto de Rostock a eso de las tres de la madrugada, cuando la ciudad estaba sumida en un silencio profundo y las sombras de la noche dominaban cada rincón. El aire frío y salado del mar le golpeó el rostro mientras desembarcaba, recordándole una vez más que la oscuridad era su aliada. La isla dormía, y era el momento perfecto para que el bribón de ojos dorados se moviera sin ser visto.

Sin perder tiempo, Ubben comenzó a recorrer los callejones aledaños al puerto, con el sigilo que lo caracterizaba. Con su cuchillo, marcó discretamente los puntos clave de la ciudad para asegurarse rutas de escape rápidas. Su método era simple pero efectivo... en los callejones que llevaban al puerto, talló una pequeña ola; aquellos que llevaban hacia la marina, una gaviota; para la zona comercial, una X; para la zona residencial, un cuadrado; y para los barrios bajos, una cruz. Los callejones sin salida estaban señalados con una calavera, una advertencia para sí mismo de no quedar atrapado en caso de una huida precipitada.

Con sus rutas marcadas, Ubben comenzó a indagar sobre el capo de la ciudad. Sabía que en cada lugar siempre había alguien con poder, y encontrar a esa persona era clave para cualquier negocio que quisiera llevar a cabo. Caminó por los muelles y escuchó conversaciones susurradas, recogió rumores de marineros borrachos que salían de las tabernas a altas horas de la noche, y se cruzó con mendigos a quienes les deslizó algunas monedas a cambio de información, sin embargo. fue en una de esas tabernas donde encontró lo que necesitaba... un marinero lo suficientemente borracho como para hablar de más, mencionó a un hombre llamado Don Cheetony, quien parecía tener control sobre la mayoría de las actividades delictivas en Rostock. Con el conocimiento de Don Chetony en sus manos, Ubben se dirigió hacia la mansión del capo de Rostock. No fue difícil encontrarla; después de todo, no había muchas mansiones en la ciudad, y la opulencia de la residencia destacaba entre las demás construcciones del barrio bajo. El peliblanco avanzó con seguridad por las calles que ya había marcado previamente, moviéndose con la precisión de quien conoce cada recoveco y posible ruta de escape. Sabía que en un lugar como ese, un paso en falso podría significar problemas.

Al acercarse a la entrada principal, notó que no era el único que se presentaba ante el capo. Hombres y mujeres de diversos lugares y vestimentas, todos se congregaban en la mansión, cada uno con su propia agenda. Sin embargo, algo inusual captó la atención del bribón de ojos dorados. Entre la multitud, divisó una figura que le hizo fruncir el ceño y soltar una risa muda de incredulidad. —¿Será la mascota de alguien?— se preguntó con una mezcla de curiosidad y diversión al ver un plumífero blanco caminando con total naturalidad entre los presentes. Un pato. Un maldito pato blanco. —¿Tiene que ser la mascota de alguien, cierto...?— se repetía en su mente mientras avanzaba en la fila para el cacheo de seguridad. Era un espectáculo tan absurdo que casi le sacó de su enfoque. Aun así, no dejó que el insólito avistamiento le distrajera demasiado.

Mientras soportaba el cacheo riguroso de los guardias y seguía el protocolo de entrada, Ubben mantuvo su actitud relajada y despreocupada. No estaba allí para suplicar trabajo o buscar favores. Su propósito era simple y directo: presentarse ante Don Chetony, expresar su respeto y dejar claro que no tenía intención de interferir en los negocios del capo. Ubben quería asegurarse de que su presencia en Rostock no fuera vista como una amenaza, sino como un simple forastero de paso que sabía reconocer los territorios ajenos. Cuando llegó finalmente su turno de entrar, el peliblanco ajustó su tricornio y tomó una profunda respiración antes de cruzar la puerta. Era hora de mostrar a Don Chetony que, aunque estaba de paso, entendía perfectamente cómo se jugaban las cartas en lugares como ese.
#2
MC duck
Pato
Ubben Sangrenegra había pasado todos los controles de seguridad, le habían registrado, preguntado de donde venia, he incluso de forma algo disimulada había un perro en la entrada que le hecho un olfateo ¿tanta desconfianza existe en el bajo mundo? bueno, es normal cuando en cualquier momento alguien más bajo que tú y que se crea más listo puede intentar quitarte de en medio en su escalada de poder.

Pero aún así lo superó todo, supuestamente no había más controles, pero por alguna razón de repente había una escopeta apuntando hacia su cabeza, mientras una voz femenina, en tono exigente preguntó.
—¿Y tú quién eres? Pelo albino.
Uno de los que le había revisado vio la situación e hizo ademán de bajarle el arma.
—Su nombre es ub…
¡Le he preguntado a ÉL! No a ti, merluzo…

La feme fatal era una Jujin de orejas de conejo, muy elegantemente vestida con ropa un tanto particulares, llamativa y sensual, mientras con una mano apuntaba con la escopeta, con la otra fumaba brevemente del cigarrillo.
[Imagen: gangsters-with-guns-2662-x-2662-n1zcpxmnjw5gazn2.jpg]

—Ya está bien Bunny…
Hum… Sangrenegra ¿De qué me sonará eso?
dudo que Chettony quiera esperar … Cuack…

Incluso la mujer bajó el arma para mirar al pato cuando empezó a hablar como si fuera lo más normal del mundo. Antes de empujar a Ubben fuera de la presencia de la coneja salvaje.

Chester Chettony abrió los brazos y bajo aquel que tenía los sellos para que el criminal de turno se los besara y se diera por finalizada la cortesía.
Ha! Aquí está el pato. ¡Bienvenido! Y… tú también.

Soy MC Duck, he venido a atender unos acuerdos de negocios, nada de su campo, y siempre con su permiso señor.

—¡Bien! Te doy Mi beneplácito… y tú? - Esa última pregunta era para Ubben, por si quería responder de alguna forma particular- ok, te doy mi beneplácito.
#3
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
Una vez superados los rigurosos cacheos y revisiones del lugar, el bribón de ojos dorados se tomó un momento para evaluar todas las posibles rutas de escape. Sabía bien que siempre existía la posibilidad de que algo saliera mal, y necesitaba tener un plan para escapar de manera poco convencional, pero efectiva. Las ventanas, aunque amplias, estaban protegidas por ornamentadas rejillas externas que, aunque probablemente se abrían mediante candados, requerirían un tiempo precioso que no podría permitirse si las cosas se torcían. La chimenea encendida en la sala donde los habían hecho pasar tampoco era una opción, ya que cualquier intento de escalar por su ventilación resultaría en una muerte segura. Fue entonces cuando sus ojos dorados se posaron en una ventana al otro lado de la sala. A diferencia de las demás, sus rejillas estaban abiertas, una anomalía que no pasó desapercibida para el peliblanco. Aquella sería su salida de emergencia. Ubben siguió analizando el entorno con la mirada, memorizando cada detalle, cada obstáculo y cada oportunidad. Era parte de su naturaleza ser cauteloso y meticuloso; su vida dependía de ello.

Mientras continuaba con su inspección, una figura captó su atención entre los presentes. Una mujer con orejas de conejo destacaba no solo por su vestimenta llamativa, sino también por su figura sensual que hizo que Ubben mordiera su labio inferior de forma inconsciente. Observó cada uno de sus movimientos mientras analizaba a la susodicha. Sus ojos se detuvieron en una escopeta que la mujer sostenía con su mano derecha, mientras en la izquierda sostenía un cigarrillo, exhalando una nube de humo con una tranquilidad que contrastaba con el peligro latente que transmitía su presencia. 

De repente, la mujer de cabello rojo y orejas de conejo se dirigió directamente hacia él, preguntándole quién era. El peliblanco, preparado para responder con la rapidez que lo caracterizaba, fue interrumpido por uno de los hombres encargados de controlar la entrada, quien recibió una reprimenda inmediata de la mujer por interrumpir sin ser requerido. —Sangrenegra. Ubben Sangrenegra, dama— dijo mientras se quitaba el tricornio y la miraba directamente a los ojos con un aire pícaro —¿Puedo preguntar con quién tengo el placer, dama?— agregó sin apartar la mirada, esbozando una leve sonrisa que no desapareció en ningún momento, ni siquiera cuando la coneja apuntó la escopeta hacia los presentes. Por dentro, Ubben podía sentir la tensión y el peligro de la situación, pero no permitiría que otros tomaran el control. Su vida dependía de su capacidad para aparentar calma y dominio.

La mujer, aún con la escopeta en mano, le lanzó una mirada inquisitiva mientras preguntaba de dónde le sonaba su nombre. Ubben se preparó para distraer la conversación con una respuesta ingeniosa, pero antes de que pudiera hacerlo, ocurrió algo inesperado. Un sonido extraño se hizo presente en la sala. —¿Qué?— se preguntó en voz baja al procesar lo que acababa de suceder: el pato había hablado. Subió la mirada hacia la pelirroja, quien también miraba al pato con sorpresa mientras bajaba la escopeta.

En ese momento, Ubben se dio cuenta de su error. El capo estaba allí, era Don Chetony, un cheeta con un porte imponente. Había estado tan distraído con la mujer de las orejas de conejo que no había notado la presencia del verdadero líder de la isla. Don Chetony, con una actitud despreocupada, dio rápidamente su beneplácito al pato que se presentó bajo el nombre de Mc Duck, explicando que venía a hacer negocios propios. Luego fue el turno del bribón de ojos dorados. Ubben, sin perder su compostura, adoptó su clásica mirada pícara y se dirigió al capo. —Soy Ubben Sangrenegra, señor Chetony. Vengo buscando subastas y trabajos pequeños, ajenos a su rubro, he de mencionar. Espero no sea una molestia para usted.

Tras su presentación, Ubben realizó el saludo correspondiente y se inclinó para besar el anillo del capo como muestra de respeto. Mantuvo la mirada baja por un segundo más de lo necesario, y luego volvió a levantarla lentamente, observando la reacción de Don Chetony y evaluando cada expresión, cada gesto, en busca de una pista sobre lo que el futuro inmediato podría depararle.
#4
MC duck
Pato
Chester Chettony era un cheeta sumamente confiado, sus habilidades como mink eran superiores a las de muchos humanos, era muy rápido y podía reaccionar a la mayoría de ataques contra él, y siempre podía golpear muy duro, con un shock electrizante que anula a la inmensa mayoría de humanos pero, esa creencia le había pasado factura en forma de dejadez, lo que una vez fue un valioso negocio, ahora solo era una tradición poco a poco olvidada, su necedad había hecho que su imperio empezara a dispersarse, no importa lo rápido que te muevas cuando no te sueles levantar del sofá con el colocón a Chetto.
Pero aun así pecaba de confianza, de que podía olerse a aquellos que le darían problemas. O solo era su crédulo orgullo de que realmente controlaba todo lo que pasaba a su alrededor, cuando no lo hacía, era como ver poco a poco el suelo abrirse delante de tus pies, formando un acantilado que tarde o temprano se lo podía tragar, pero no reaccionar por que cree fervientemente que podía apartarse cuando quisiera.

Los besos de pato eran como cosquillas, mientras que los de ubben eran más suaves pero firmes, asintió mostrando los dientes afilados de cheetos en una sonrisa.
-Me caéis bien… sois gente de confianza. Tengo instinto para estas cosas.
-¿Seguro Señor? - intervino Bunny saltándose cualquier protocolo, algo inaudito en un guardaespaldas o guardia- ¿seguro que no queremos saber más de sus negocios? podrían estar buscando su ruina.

Jujin parecía hablar de ambos, pero sus ojos se clavaban en Ubben.
-Ya basta Bunny… ve a traerme más Chetto ¿quieres?
La mujer cayó, con gesto enfadado como si la hubieran mandado a la cocina, mientras dedicaba una mirada furibunda a los presentes mientras se contoneaba de forma claramente seductora ¿lo hacía adrede?
-disculpad a Bunny, es como una hija para mi, hace ya tiempo, su padre era mi mejor hombre, casi tan rápido como yo… se dedicaba a dar sobornos en mi nombre, pero… un marine de incógnito lo atrapo. - Por alguna razon Chettony sento sus pies en alto, en perfecta comodidad, pero se relamio, como si estuviera recordando algun sabor o sacandose algun resto de entre los dientes- Un buen hombre, hizo lo que habia que hacer, se quitó de enmedio para salvarnos a todos. Por eso cuido a su hija.- se quitó levemente las gafas de sol, demostrando ojos hambrientos que revelaban la naturaleza de depredador- Y para alegrarme la vista… si me entendéis.

-Cuack… - mascullo nervioso Mc Duck, quien de alguna forma parecía entender que Chettony lo estaba mirando como presa también… ¿se refería a lo sexual o a lo alimenticio? se sentía en peligro en ambas maneras- cuack… con su permiso señor…
si ya habían presentado sus respetos, ya estaba ¿No?
#5
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
El bribón de tez morena se mantuvo inmóvil, con la mirada fija y la expresión relajada, mientras la voluptuosa figura de la mujer conejo se deslizaba frente a él, ignorándolo por completo. Aunque este desaire hirió profundamente su orgullo, no permitió que aquel revés afectara su enfoque. Frente a él, estaba nada más y nada menos que Don Chettony, una figura considerable en los bajos fondos de Kilombo y del Éste. No iba a perder el tiempo en asuntos triviales. Después de todo, la política de sobrevivir en esos entornos demandaba siempre concentrarse en lo más importante.

Cuando Don Chettony le dirigió la palabra, un elogio ligero acerca de su presencia, incluyéndolo a él y al peculiar pato que le acompañaba, el peliblanco mantuvo una serenidad impecable. Su mente, sin embargo, estaba ocupada en más que solo el diálogo. Mientras mantenía esa postura tranquila, no pudo evitar notar la intervención directa y desconfiada de Bunny, la mujer conejo. La frialdad en su mirada iba dirigida claramente hacia él, como si desde el primer momento hubiera sentido la necesidad de señalarlo como una amenaza. Los ojos dorados del bribón evaluaron cada posible reflejo a su alrededor, buscando en las vajillas y espejos cualquier indicio de su ruta de escape previamente marcada. No cometería el error de mirar directamente a la ventana que había designado como su salida de emergencia; cualquier movimiento sospechoso podía delatarlo.

Señorita Bunny, entiendo su desconfianza, de verdad que la entiendo...— dijo con una voz tranquila, sin perder el aire afable que lo caracterizaba, aunque la tensión se podía sentir en el ambiente —Pero le agradecería que no insulte mi inteligencia sugiriendo que vengo con la intención de traer ruina a Don Chettony, cuando me he presentado de manera formal y con los debidos protocolos.— las palabras salieron como puñales suaves, cargadas de una falsa humildad que sólo intentaba ganar terreno en la conversación. Con un juego sutil de manipulaciones verbales, el bribón trataba de mantener el favor del Don y de apaciguar, aunque fuera mínimamente, la agresiva desconfianza de la mujer.

Antes de que la conversación pudiera escalar, fue el propio Don Chettony quien intervino, indicando que ya era suficiente, y sugiriendo a Bunny que fuera a por algo de Chetto. El disgusto en el rostro de la coneja fue evidente, y aunque ese pequeño triunfo encendió una chispa de satisfacción en el moreno de cabellos blancos, supo contener cualquier atisbo de emoción en su expresión. Apenas le dedicó una mirada discreta a la joven cuando se retiró, pero no pudo evitar que su vista se desviara momentáneamente hacia el movimiento sensual de sus caderas, el contoneo que parecía tener el poder de atraer la atención de cualquiera.

Es entendible, Don Chettony. La desconfianza de la señorita Bunny no es más que una expresión de gratitud por todo lo que usted ha hecho por ella.— afirmó el bribón con respeto, modulando cuidadosamente su tono para que sonara como un elogio. Sus verdaderas intenciones, no obstante, eran más complejas. Mientras sus palabras destacaban la lealtad de Bunny, también insinuaban que él mismo valoraba la lealtad y la prudencia, presentándose como alguien digno de confianza ante los ojos del capo. —Lamento mucho lo de su padre. Por lo que comenta, fue un hombre digno de respeto y confianza.— agregó con una voz suave, tan convincente que ni siquiera el más suspicaz habría detectado el matiz de ironía en sus pensamientos. La verdad era que, para él, todo aquello sonaba como una excusa perfecta para encubrir una traición interna. ¿Quién mejor para "limpiar la casa" que el propio Don? Las casualidades no existían en su mundo.

El graznido del pato lo sacó momentáneamente de sus cavilaciones, y sin pensarlo demasiado, respondió con una cortesía milimétricametne medida —Concuerdo completamente, señor Pato.— Las palabras del bribón estaban llenas de una curiosidad genuina, pues aún no terminaba de comprender cómo una criatura como aquella se encontraba en ese lugar, o, más extraño aún, por qué parecía tener la capacidad de hablar. La escena era tan surrealista que, por un momento, casi perdió el hilo de la conversación. Cuando el pato se despidió y dejó que las formalidades avanzaran, el peliblanco no desaprovechó la oportunidad. Calculando cada movimiento, aprovechó la situación para dirigirse al Don. —Don Chettony, disculpe la pregunta, ¿le molestaría si fumo aquí?—dijo, sacando un cigarrillo de su chaqueta y esperando la señal de aprobación antes de continuar hablando. Sabía que en ese momento la etiqueta lo era todo.

Como le mencioné al presentarme, vengo de paso solamente.— prosiguió, mientras encendía el cigarrillo con la misma parsimonia que empleaba al desenvainar una aguja senbon —Sin embargo, me gustaría mencionar que no me molestaría serle de utilidad durante mi estadía en Kilombo. Si hubiese alguna tarea que usted considere que podría beneficiarse de las habilidades de alguien... específico...— hizo una breve pausa, dejando que la palabra "específico" se impregnara en el aire como el humo que exhalaba suavemente —No dude en hacérmelo saber.— El tono respetuoso y calmado con el que hablaba revelaba que era plenamente consciente del poder que ostentaba el Don. El bribón de ojos dorados no era estúpido, sabía cuándo y dónde debía medir sus palabras, y ese era uno de esos momentos. Aunque por dentro evaluaba las posibilidades de cada salida, mantenía su expresión perfectamente neutra, mostrando una mezcla de admiración y pragmatismo. No estaba allí para ganarse el favor de nadie, pero tampoco podía darse el lujo de crear enemigos innecesarios.



Defectos


Virtudes
#6
MC duck
Pato
Chester Chettony asintió a la educada forma de expresarse de Ubben, lo que esperaba cuando los novatos se presentaban ante él era notar su miedo, o al menos ver cuánto esperaban agradarle, ganarse su favor, y por ahora ambos le habían agradado, Pato por tener un temor sano, y ubben por su claro intento de agradar, de hecho se sentía realmente agraciado de que le hubieran pedido permiso de fumar.
-Adelante- digo con un gesto de su zarpa- si alguien entiende de vicios soy yo…

Chester Chettony se acomodo pacientemente mientras escuchaba la proposición del joven Ubben, nuevamente le encantaba que le apelaran a él en forma de halago o de complacencia ¿y qué mejor forma de complacencia había para él que le pidieran trabajo?

-Hum…. ciertamente estoy impresionado de que poseas la valentía de hacer tal sugerencia.

Ciertamente lo es, que un completo desconocido se pusiera a trabajar para él por la cara, estaría encantado de contratarlo, pero había mil más en esa lista de espera.
-Claro… aunque ahora mismo mi plantilla está completa, asi que seria dificil - entonces se quitó las gafas de sol mirando con sus ojos de cheetos a los ojos de Ubben- ¿Ubben verdad? Estaré pendiente a los rumores, si oigo cosas de ti, yo mismo te llamaré para meterte en plantilla ¿Qué te parece?

si metía a alguien conocido en el mundillo a nadie le sorprendería y no habría quejas al respecto. no es que no pudiera lidiar con quejas, pero en este mundillo, lo que digan es importante, y si ubben iba a actuar en nombre de Chettony debían hablar bien de el también en los círculos adecuados. Curiosamente en ese momento Volvia Bunny con una bolsa con polvos naranjas.

-Bueno, ambos son bienvenidos a mis dominios, pórtense bien, si me disculpáis debo empolvarme la nariz

Se notaba que Chettony estaba ansioso por su siguiente chute, lo cual podría explicar algunos rumores sobre él.

-Ubben- interrumpió Mc Duck sus pensamientos- perdona, es que no conocía a casi nadie del negocio, es un placer conocerte- otra cosa no, pero el pato era educado- Ojala volvamos a coincidir en otra ocasión, chau.

Y el patito empezó a andar moviendo la colita por la calle como si fuera lo mas normal, algo que la gente miraba como si claramente fuera algo que no se ve todos los dias.
#7


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