Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue puedes asistir a una función cirquense.
[Diario] [D - Pasado] Transparente como la ginebra
Tenka
Anticuario
El salitre había destrozado mis labios y lengua para cuando llegamos a Ginebra Blues. Encontramos un amarre bajo uno de los colosales pilares del puente que unía las islas, un amarre humilde, alejado de los puertos principales, acorde con nuestro barco humilde y nuestra tripulación humilde. Una estrecha escalera trepaba por el exterior del pilar entre jirones de niebla mañanera. Los estibadores descargaban en la base del pilar mientras yo subía con cuidado de no dar un paso al aire y maldiciendo cada segundo. 

Enrolarme en aquella tripulación había sido un error. La promesa de una isla, que resultó ser un peñón, con un tesoro, que resultó ser un esqueleto, habían mermado mi ánimo. Los dos días de regreso no mejoraron la aventura. El ingeniero de primera que calculó los suministros no tuvo en cuenta que un Mink de casi tres metros no ingiere la misma cantidad de agua que un hombre normal, así que pasamos dos días sin probar una gota de agua. Y lo mismo sucedió con la comida, aunque ese era un problema menor en comparación.

Allí me encontraba. Cada escalón que subía, rodeado por esa neblina confusa, me recordaba a esos días de borrachera en los que parecía que nunca llegaría a casa y cada minuto se hacía eterno bajo la promesa de una cama. Comenzaba a plantearme beber la condensación de humedad en la pared cuando por fin llegué arriba. El bullicio y la vista impresionante del puente entre islas hizo que olvidara la sed. Era mi primera vez en Tequila Wolf. Ni siquiera me encontraba en el área comercial y el trasiego de mercaderes ambulantes, porteadores, populacho y nobles era más de lo que ya había visto en mi vida.

—Desearía el señor un…—El vendedor calló en seco al ver el aspecto de Tenka, cambiando su adulador tono por una mirada de desprecio demasiado profesional
.
#1
Tenka
Anticuario
Supongo que no debo tener la imagen más cuidada del mundo después de pasar penurias en alta mar durante una semana. La sed vuelve a golpear mi garganta cuando veo a un vendedor transportando a su espalda alimentos y bebidas flotando en una tinaja llena de agua y hielo.

El hombre camina absorto en un diálogo consigo mismo, aún así me acerco para ver mejor el contenido de la tinaja y asegurarme de que no hay ninguna manzana. No tengo ni para pagar el aire que respiro, así que valiéndome de la diferencia de altura y de la falta de moral que me otorga mi condición de pirata, meto el antebrazo y trato de llegar a una naranja de tamaño considerable.

—¡Normand Rutherford! ¡Alto ahí! —Un guardia, con una porra y bien uniformado con una insignia con el dibujo de un mercado, se interpone al paso del vendedor— Tienes prohibido vender a menos de 200 metros de Ginebra Blues. ¡Esta vez te vienes conmigo!


El grito del guardia me pilló en el acto tan flagrante que por un momento acepté que me llamaba Normand de apellido Rutherford. Extrañamente y para mi fortuna, mi acto de hurto quedó camuflado entre el gentío y  los grandes fardos que de manera lastimosa cargaban los porteadores. Así que saqué el brazo empapado y miré al guardia con disimulo.

El vendedor se echó a correr sin mediar palabra. La angustia pura en su cara me hizo reflexionar sobre el contexto. En aquel puente había decenas de vendedores, probablemente autorizados con el fin de poder gravar su actividad y así enriquecer aún más los bolsillos de la aristocracia. Un vendedor “ilegal” como aquel Normand, probablemente solo era un desdichado que trata de salir adelante vendiendo lo que buena o malamente rescata del trasiego marítimo mercantil. ¿Elegante? No ¿Ilegal? Bueno, ¿qué puede decir un pirata sobre esto?

Sin pensarlo eché a correr tras el guardia, que a su vez corría tras Normand. La gente parecía divertirse y eso me cabreó aún más. Esto es un espectáculo, pensé, mientras el vendedor giraba hacia uno de los pequeños barrios o arrabales que como parásitos se erguían en algunas zonas del colosal puente. Los seguí para encontrarme con un estrecho callejón que descendía bifurcándose incontables veces en otros callejones.
#2
Tenka
Anticuario
Normalmente no me implicaría en algo así y menos tras el viaje que acaba de terminar, pero algo en mí me impedía negarle la ayuda al vendedor. Era un problema recurrente en mi carácter. No me atrevería a llamarlo heroísmo, porque ello implica una grandeza de la que carezco. Pero puedo decir que mi rechazo a la autoridad y mi particular sentido de la justicia movían algo dentro de mi fuero que me empujaban en ese camino temerario.

Pude ver al guardia parado en el callejón. Miraba en todas direcciones buscando a su culpable y yo no entendía cómo este había desaparecido tan rápidamente. Aquel era el lugar ideal para enfrentar a un miembro de la autoridad local, no había ni un alma, para mi sorpresa, pero no tenía intención de iniciar mi llegada a Ginebra Blues con un acto tan insensato.

El guardia se dio por vencido, algo a lo que parecía acostumbrado, y deshizo su camino avanzando hacia mi.

—Tienes suerte—dijo dirigiéndose a mí—, en Ginebra robar a un ladrón no es delito. La próxima vez agárralo fuerte para mi. Tal vez así te ganes la comida que estabas buscando.

El hombre, de rostro tostado por el sol y ánimo derrotado, volvió a la multitud. Aquello parecía un reflejo del día a día de la guardia pues apenas se le veía afectado por la situación.
#3
Tenka
Anticuario
[Imagen: dazsto7.png]
Tras unos segundos durante los cuales solo podía escucharse el gentío fuera del callejón percibí lo aislado que me encontraba. Por alguna razón aquel barrio no atraía viandantes de ningún tipo. Mi experiencia en las calles no era ajena a aquel detalle inquietante. De forma instintiva revisé mis pocas pertenencias. La bolsa de monedas. Las únicas monedas que tenía.

—Lo sabía—dije para mi.

Me concentré un instante para recordar el olor que el “vendedor” y su carga expelían. Al poco creí encontrar un rastro. El callejón se hacía angosto en la bajada. Las paredes se tornaban verdes y las bifurcaciones se reducían hasta un solo pasillo de altos muros sin ventanas. Aquello parecía la boca del lobo. Como soy un zorro y por naturaleza somos indagadores, metí la cabeza de lleno en aquella boca.

[Imagen: 2OX106J.png]

Mientras descendía escuché ruidos de pasos al trote en los callejones a mis espaldas y de pronto la luz y el olor del mar. El callejón hacía un giro a la derecha y se abría a una zona abandonada. Era una especie de terraza de la aristocracia, consumida ahora por el alma de los suburbios. Un improbable árbol crecía frente a uno de los muros que delimitaban el lugar. El olor era ahora inconfundible.

—¿Nunca has escuchado que no se engaña a un zorro? —dije dirigiéndome al árbol.

El sonido de la tinaja golpeada por las frutas precedió la figura del vendedor. Sonreía con una mueca lastimera que no menguó lo más mínimo mi ánimo. Enseguida se percató de nuestra diferencia de tamaño y su entereza se desmoronó.

—Si ese guardia de tres al cuarto no se hubiera asustado no lo tendrías tan fácil, sucio mink—escupió.

Así que aquel era su método. Robaban a cualquier desubicado que rondase las entradas marítimas del gigantesco puente. Cuando se hacían con sus pertenencias, un falso guardia les servía de vía de escape. Aún cuando el objetivo se percatase del robo, el guardia y su fingido acto de socorro, frenaban la mayoría de intentos de recuperación. Era brillante. Incluso si el objetivo seguía al guardia, eran dos contra uno. 

Pero algo salió mal. Un pez demasiado gordo para pescadores tan endebles. Tal vez.

—En la calle—dije acercándome—, hay perros buenos y perros malos. Pero yo, yo soy un zorro. Y soy el peor de todos.

El golpe sonó seco. Su cabeza rebotó contra la pared. Me dio pena por los azulejos verdes lacados. El ladrón los había destrozado al caer.
#4
Tenka
Anticuario
Las frutas derramadas junto a la tinaja brillaban bajo el sol temprano. El vendedor, inconsciente, yacía contra la pared. Rebusqué hasta encontrar mi bolsa de monedas. No quise tomar nada más, aunque tampoco quedaba mucho más entre sus pertenencias. Sin embargo, un objeto llamó mi atención, llevaba una llave de hierro colgada de una cadena al cuello. Parecía artesanal, no estaba forjada ni perfilada por un profesional.

—¿Qué abre esta llave?—pregunté cuando el tipo recuperaba la noción—Imagino que la copiaste de una original y me aventuro a decir que da acceso al lugar del que obtienes tu mercancía.

El vendedor, que iba vestido con ropa ancha y gris, miraba al cielo sentado en la posición en que había quedado al caer. No sabía si se negaba a responder o si me estaba escuchando siquiera. Tome una naranja del suelo, le clavé una garra para pelarla y comencé a devorarla. Por un rato había olvidado que estaba sediento.

—¿La consistencia de la fruta es muy parecida a la de los ojos humanos sabes?—dije masticando, mientras clavaba una garra en otra naranja— Dame al menos una pista, ¿el sitio está en alguna zona del puerto mercante?

—En los hangares azules de Shellport—escupió con poco agrado.

—Ejo ejtá mejó—dije con media naranja en la boca— Me imagino que este es el número del hangar.

La llave tenía un 7 en el cabezal. Apenas se veía. Probablemente habían hecho la copia con cera y plomo y luego la habían reproducido en hierro para aumentar su durabilidad. Un método útil que desdibuja los detalles de la llave y que hacía que el 7 pareciera un bulto deforme.

El ladrón suspiró y acto seguido asintió.

—Muy bien, ahora…

De pronto escuché pasos por el callejón acompañados de gritos.


—¿Dónde está..? Un mink lobo, muy alto… ¿por ahí? ¡Vamos muchachos, está en el mirador!—exclamaba una voz desconocida.

“Soy un mink zorro, no un lobo”, pensé mientras de forma repentina una troupe de maleantes surgía del estrechó pasillo estorbándose unos a otros para salir a la terraza. Era más de lo que podía manejar así que agarré la tinaja, arranqué la llave del cuello del ladrón vendedor, le di una patada en la cara y me tiré balcón abajo.

El aire resonaba fuerte en mis orejas mientras caía. Me aferré a la tinaja justo antes de golpear el agua. Por fortuna no era una gran distancia, diría que alrededor de veinte metros. Un barco pesquero a vapor pasó rozándome y me agarré a una soga que le colgaba. De alguna forma apenas había entrado agua en la tinaja y parecía que aún quedaban algunas frutas. Pude ver a los malandros gritándome desde la altura instantes antes de perderlos de vista.
#5
Tenka
Anticuario
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Con toda probabilidad, aquella era la playa más pequeña de todo Ginebra Blues. Asomaba de la parte baja de una muralla donde la ciudad se encontraba con el mar. Hacia arriba, diez metros de roca natural y sobre esta casi cincuenta metros de muro de ladrillo antes de llegar al primer edificio.

Me había soltado del pesquero en aquella zona poco transitada, en aquel refugio de arena a la sombra de la ciudad. Me encontraba agotado, sediento y hambriento. Tumbado y aferrado a la tinaja, miré al cielo durante un rato. ¿Qué estaba haciendo? No parecía hallar mi lugar en el mundo desde que abandoné aquella maldita isla. Los trabajos legales, a bordo de cualquier barco de pesca o transporte, se estaban convirtiendo cada vez en más escasos e infructuosos.

Le di un mordisco a una manzana. “A la gente no le gustan los minks y tampoco les gustan los zorros”, pensé. “Cada tripulación con la que me embarco, cada humano que conozco, alberca hacia mi una desconfianza repulsiva y atávica”, me dije, encendiendo cada vez más un fuego en mi interior. “¿Cuántos esfuerzos he hecho por alejarme?¿Cuánto he intentado abandonar el camino del pirata? ¡¿Y de cuántos barcos me han echado por ser lo que soy?!”, exclamé mientras de otro mordisco me acababa la fruta.

Tomé una fruta más. “Si esta sociedad no me acepta, me enfrentaré a ella”, dije, terminando de una vez con aquella pieza.

Agarré otra fruta. “¡Si la sociedad no me acepta, allá donde se encuentre tendrá en mí un enemigo!”. Mastiqué con furia, alimentando mi determinación.

Una fruta más. “Allá donde dan forma a este mundo, haré la guerra”.

Como un golpe eléctrico, el sabor sacudió mi lengua. Sabía a cadáver. Al cadáver de algún dios antiguo. El sabor del cadáver del mar, con todos sus habitantes incluidos. Me había tragado media fruta sin fijarme y, por los océanos, que aquel era el peor sabor que había probado en mi vida. Me retorcí como una serpiente muriendo. “¿Esto estaba envenenado?”

Miré la fruta con detenimiento. Con la silueta de una manzana, brillaba bajo el sol como un vidrio retorcido en espirales. La parte donde había mordido se desvanecía en remolinos por el aire como si estuviera hecha de luz. Casi parecía que la parte exterior era una cáscara, cristalizada, de resina o néctar, que había crecido alrededor de un cuerpo etéreo.

Arrojé la fruta a un lado con repulsión. Me incorporé sobresaltado y acelerado. ¡¿Qué diablos era aquello?! El sabor volvió a golpearme, recorriendo, de alguna forma, todo mi cuerpo. Me llevé la mano al torso. Agarrado a aquel muro creí que moriría.
#6
Tenka
Anticuario



Visiones de un mundo antiguo golpeaban los límites de mi mente. 

Un dolor vibrante y oscuro me hizo erguir la cabeza, estirando mi cuerpo como un cuero tensado con crueldad. 

Veía una figura titánica sobre un mar putrefacto. 

De entre nubes ocres descendía una luz mortecina, iluminando un colosal cadáver. 

La luz que proyectaba espesaba el aire, acercándolo hacia mí como una masa, cargada de una presencia aterradora.

El ominoso hedor arrastrado por la brisa hablaba en un idioma arcaico y colérico.

“Yace aquí el cuerpo inerte de un dios antiguo, soberano de un mar olvidado. ¡Contempla, tú mortal, mi forma eterna, presagio de una amenaza primigenia, manifestación de la muerte primera! ¡Soy el eco de lo que podrías encarnar, si el error te arrastra hacia el insondable vacío abisal!”

Mi corazón palpitaba con un ritmo frenético, como intentando escapar del peso aplastante de aquella visión. La figura titánica estaba suspendida en un océano desolado, donde las olas eran como fragmentos de ceniza arrastrados por un viento cruel y siseante. Su piel arrugada y grisácea parecía contener historias olvidadas y secretos arcaicos de tiempos lejanos. Cada pliegue y cada grieta en su carne era un recordatorio cruel de la decrepitud que acechaba en los mares del mundo, donde miles perecen cada día.



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El dios antiguo, cuya presencia era tan aterradora como la mismísima oscuridad marina, comenzó a hablar en un tono gutural que resonaba como un trueno lejano, reverberando en las paredes de mi cuerpo y mi conciencia. Sus palabras eran un cántico de advertencia, un lamento de condena que se entrelazaba con los lamentos del viento y el crujido de los restos podridos a su alrededor.

“No puedes escapar de lo inevitable, mortal. No lo harás si sigues en estad aguas”, prosiguió la entidad con una voz que parecía formar olas en el aire, deformando la realidad a su alrededor. “La eternidad te observa desde la oscuridad de tu propio sino. Cada elección errada, cada paso en falso, te acerca a este destino, cada desvío del camino te arrastra más cerca del abismo que me sostiene.”

De repente, la visión se hizo más nítida, y pude distinguir más detalles horribles en el colosal cadáver: Ojos vacíos y hundidos en su rostro miraban sin ver, pero sus miradas parecían seguirme, como si supieran algo de mí que yo aún no comprendía. Sus pupilas invisibles hacían hervir el agua a su paso elevando un hedor propio de otro mundo.

El aire estaba cargado de una atmósfera misteriosa y la sensación de ser observado se hacía cada vez más intensa. Sentí una presión sobre mi pecho, como si la misma esencia de la criatura estuviera tratando de apoderarse de mí y de desmantelar mi ser desde dentro. Me esforzaba por respirar, por mantener la claridad en medio de ese torbellino de horror primordial.

La voz del dios antiguo se transformó en un susurro, un lamento cercano que parecía provenir de todos los rincones del mar . “No olvides”, dijo, “que en el abismo donde yace mi cuerpo, se encuentra también la simiente de aquello en lo que podrías convertirte. Si los ecos de mi existencia llegan a resonar en tu propia alma, si permites que el vacío abisal te consuma, entonces no serás más que un reflejo distorsionado de lo que aquí ves. Y un reflejo será suficiente para terminar con la cordura de un mortal como tú”

Con un estremecimiento, la visión comenzó a desmoronarse, las sombras envolvieron la figura titánica y el mar putrefacto se disipó en la penumbra. Mi mente se sumergió en un profundo silencio, dejando tras de sí la sensación persistente de una advertencia ominosa. Sentí el peso de la oscuridad en mi ser, como si la amenaza primigenia de aquel cadáver divuno no hubiera desaparecido, sino que se hubiera infiltrado en lo más profundo de mi esencia.
#7
Tenka
Anticuario
Amanecer junto al mar puede parecer algo idílico, sin embargo, la realidad es muy distinta. La humedad se hunde en tu cuerpo hasta clavarse en tus huesos. El suelo rocoso machaca tus músculos como si hubieran estado a merced del poder de la olas y la firmeza de la costa. 

Y por si no fuese suficiente la febril reacción tras comer aquella fruta en mal estado, hizo de la noche un verdadero infierno.

—Es posible que haya ofendido a algún dios en mi rabieta contra la sociedad —dije para mi—, no me explico cómo una fruta podrida puede generar tal mal viaje.

Algo en mi interior se sentía diferente, algo distinguible, casi físico, que daba veracidad a aquella idea tan extraña sobre dioses crueles.

—Sueños como este no están para ignorarse —continué en mi diálogo personal—. Cuando el cadáver de una deidad marina putrefacta me habla a través de una vívida alucinación, yo obedezco.

Me levanté con precaución. Había dormido desde mediodía día del día anterior hasta la mañana del siguiente. Mis huesos crujían y mis extremidades se habían rendido al rigor propio de la muerte.

Miré fijamente al horizonte. En un paisaje hermoso de luz y color, los primeros pesqueros surgían de entre las siluetas del puente y la costa.

—Veamos, ¿quién va a llevarme hasta ese puerto? Una puerta está espera
ndo esta llave
#8
Tenka
Anticuario
Si el colosal puente que llevaba al mercado me había sorprendido por el gentío y la viveza que lo cruzaban, la zona del puerto mercante me había dejado en blanco.

Los barcos se agolpaban en un tráfico constante. Los de menor tamaño lidiaban unos con otros en un conflicto constante por el paso. Mientras, esquivaban las naves de mayor tamaño, algunas gigantescas, cuando estas cruzaban hacia los diques principales.

El pesquero de velas blancas al que me había aferrado avanzaba hacia las zonas más alejadas del puerto. Barcos de las autoridades nos adelantaban con sus velas azules, obligándome a esconderme bajo el agua.
En más de una ocasión estuve a punto de ser descubierto. Me extrañaba, incluso, haber sorteado toda aquella vigilancia.

—Estoy teniendo la mayor de las suertes—me dije.

Una ola causada por un gran barco escoró el pesquero, levantándome sobre el cascarón por unos instantes. Temeroso de que me hubieran visto me lancé al agua, buceando hacia un embarcadero menor.

—Esto ya es extraño—musité para mí mismo—. No imaginaba que esta zona estuviera bajo tal vigilancia.

Saqué una humilde daga y la clavé en la madera bajo el embarcadero. De nuevo, parecía tener suerte, nadie había dado voz de alarma alguna. Esperé escondido hasta que un barco me otorgó una buena cobertura y me subí al pantalán. Actuando como si fuese un marinero más pude llegar hasta el gentío donde nadie preguntaría quién era o qué hacía allí.
#9
Tenka
Anticuario
Estibadores, porteadores, oficiales náuticos y vehículos de carga. El tráfico era constante. Individuos de físico portentoso trasladaban todo tipo de elementos entre los almacenes y las naves. Vestían ropas de aspecto tosco con ornamentos y tatuajes típicos de la mar. Un mink por lo menos un metro más alto que yo casi me derriba de no haberme apartado a tiempo. Las enormes vigas de dura madera que siete hombres fornidos levantaban casi me golpean mientras las subían a un barco que estaban reparando. El trabajo era constante y los oficiales estrictos. Los gritos y las miradas desafiantes entre estos y sus subordinados creaban un tensa dinámica por todo el muelle.

Deslizándome entre dos cargas de gran tamaño, tomé una gran ancla, con no poco esfuerzo, la coloqué sobre mi hombro y me mezclé entre otros porteadores. Buscaba aquel hangar, el número siete. Parecía que el puerto estaba dividido por secciones y a lo lejos pude ver un gran cartel grabado en piedra que decía Shellport.

—Ahí está —dije para mis adentros.

Los hangares, de menor tamaño que los que había dejado atrás, se sucedían uno tras otro hasta perderse tras la loma de una rocosa montaña costera. El trasiego allí era menor y el acceso a los mismos, aunque era libre, estaba delimitado por una barrera y un muro bajo.

Tenía toda la pinta de que estos hangares eran de propiedad privada o se dedicaban a otros fines más allá del comercio y transporte, como era el caso de los que yo estaba dejando atrás.

Comencé a sentirme extrañmente cansado. El ancla pesaba, sí, pero más allá del esfuerzo sentía cómo mi cuerpo consumía una energía extra. Tenía toda la pinta de que me había resfriado o estaba pagando aún las consecuencias de comer aquella fruta alucinógena.

Hablando de lo cual, aún no tenía muy claro cuál era ese camino sobre el que me advirtió aquel gran dios cadáver. Bajo una mirada moral, es evidente que la vida clandestina del pirata es una senda arriesgada, que pone tu alma en una balanza, al menos para quienes creen en ese tipo de juicios divinos sobre el espíritu y los actos en vida.

Sin embargo, todo aquel que vive de la mar se enfrenta al mismo destino, universal y ajeno al maniqueísmo. La muerte que los océanos ofrecen no distingue entre buenos y malos. Y todos podemos acabar como aquel dios putrefacto, expuestos sobre una roca, como los restos orgánicos de un naufragio existencial.

Entonces, ¿con qué sino amenazaba aquel ente descompuesto? ¿Hay acaso un castigo mayor destinado a un camino concreto? ¿Cuál es ese camino pues?
#10


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