¿Sabías que…?
... existe la leyenda de una antigua serpiente gigante que surcaba el East Blue.
[C-Presente] Los favores se pagan con comida
Octojin
El terror blanco
15 de Verano del año 724, Loguetown.

En Loguetown, la vida nunca se detiene. Los días siguen uno tras otro, impregnados del salitre del mar y las historias de marineros y piratas que llegan y parten con la misma rapidez con la que cambian las mareas. Octojin había comenzado a encontrar cierto grado de paz en esa ciudad bulliciosa, especialmente después de sus encuentros con Camille y Atlas que le habían dado mucho en qué pensar sobre su futuro y su lugar en el mundo.

Una tarde calurosa, Octojin se encontraba en "El loro del capitán tuerto", una taberna que había llegado a considerar casi como un refugio. El ambiente estaba cargado del olor a pescado fresco y el murmullo constante de los parroquianos contando historias de aventuras y desventuras en alta mar.

Mientras Octojin saboreaba una bebida fresca, el rumor de la llegada de un barco pirata al puerto comenzó a circular por la taberna. El tabernero, un hombre robusto con una sonrisa siempre lista y ojos astutos, se acercó a Octojin con un gesto cómplice.

—Dicen que el capitán de ese barco está causando altercados por todo el puerto. Un tipo bastante desagradable, por lo que cuentan. Grandote, con una cicatriz que le cruza la cara y más malas pulgas que un perro de pelea —comentó el tabernero, secando un vaso con un trapo algo desgastado.

La curiosidad y el sentido del deber hicieron que Octojin levantara una ceja, interesado.

—¿Crees que podrías... manejarlo? —continuó el tabernero, evaluando la figura imponente del gyojin—. Si consigues calmar las aguas, digamos que la comida y la bebida corren por mi cuenta durante una semana.

El ofrecimiento era tentador y Octojin no pudo evitar sentir el llamado de la aventura y el deber. El honor y la justicia siempre habían sido guías en su vida, y aunque la idea de enfrentarse a un capitán pirata no era tarea fácil, el gyojin sentía que podía manejar la situación.

—¿Qué más sabes de él? —preguntó Octojin, con un ronroneo profundo que denotaba tanto su interés como su disposición a intervenir. Necesitaba conocer todo lo posible sobre su oponente si iba a enfrentarse a él.

—Dicen que es rápido con la espada y que no teme a nada ni a nadie. Además, parece que ha reunido una tripulación igual de ruda que él —respondió el tabernero, inclinándose un poco hacia Octojin y bajando la voz a un susurro conspirativo—. Tienen al puerto en un puño. Algunos incluso hablan de un tesoro que traen con ellos, pero eso ya son cuentos de borrachos, supongo.

Armado con esta información, Octojin terminó su bebida y se levantó, estirando su imponente figura. Su determinación era palpable en el brillo de sus ojos y la firmeza de sus movimientos.

—Voy a ver qué puedo hacer —declaró, la promesa de una semana de comida y bebida gratis era una motivación adicional, pero más importante era mantener la paz en Loguetown.

Con paso decidido, Octojin se dirigió hacia el puerto, listo para enfrentar al temido capitán pirata y a su tripulación. No estaba seguro de qué esperar exactamente, pero sabía que, sin importar lo que ocurriera, enfrentaría el desafío con la cabeza alta y el corazón firme, como cualquier gyojin que se respetara.
#1
Shy
"Shy"
Sí. "El loro del capitán tuerto". Aquí era donde Shy había acabado pasando la tarde. Que vergüenza... Desde lo de Weisskopf, el joven cazarrecompensas andaba desesperado por encontrar cualquier pista de su paradero. Cualquier señal, por mínima que fuera. O, al menos, algún trabajo para no tener que alimentarse de las sobras que le proporcionaban sus vecinos al apiadarse de él. No hubo suerte. Pobre como las ratas y hambriento como un perro salvaje. Si seguía así, en nada estaría tan muerto... Como un cadáver. Hasta el ingenio se le agotaba. Tampoco es que hubiera podido contar un chiste en público de habérsele ocurrido, claro. Y con lo lacónico que era... Como para andar preguntando por las recompensas que podía obtener.

De la forma en la que lo veía, cuanto mejor hacía la Marina su trabajo, peor se vivía como cazador de recompensas. Al parecer, en Loguetown se habían puesto las pilas. Aquello era todo un hito en el historial de la Marina no solo en la isla, sino en todo el East Blue. Ni un mísero ratero al que perseguir. Por ese mismo motivo, había acabado por pasar la tarde en aquel antro, rodeado de dientes amarillentos, jolgorio de parroquianos y miradas acusatorias. Algunos sabían lo que era. Los matones a sueldo no son famosos por granjearse el amor de la gente, precisamente. Diablos, echaba de menos trabajar en la Marina. Pero más echaba de menos a Ame. Aquel dolor no cesaba. Y tampoco la monotonía.

Tal vez por eso le sorprendió tanto la mole de músculo y tejido cartilaginoso que entraba por las puertas del local. Shy juraría que aquellos dientes bien podrían hacer pedazos cualquier cosa presente en la sala. Un gyojin. Había leído sobre ellos, pero nunca había llegado a ver uno en persona. Y tan cerca... Sí, desde luego, era intimidante.

Intercambió algunas palabras con el tabernero. Para su sorpresa, discutían sobre un pirata. ¿Aquí, en Loguetown? ¿Y no se había enterado de tal cosa? Bien. Aquello significaba que pronto tendría algo que comer. Aunque sus acreedores insistirían en que debía "tapar algunos agujeros primero". 

"Pero..." Shy pensaba. "Este tiburón va a suponerme un problema. Sí, puede que ahora esté algo más preparado para entrar en liza de lo que estaba antes, pero no querría ni por asomo tropezarme con ese tipo. Diantres. Me da escalofríos de solo pensarlo. Y tampoco es que yo sea demasiado elocuente como para convencerle de que nos repartamos la pasta. Dicho de otra manera... Más me vale ser rápido. Si no, me hallaré, en el mejor de los casos, con las manos vacías y el estómago rugiendo. ¿En el peor? Seré la cena de ese tío."

Con discreción y tras esperar unos segundos a que aquel gyojin abandonase la habitación, Shy le siguió. Esquivó a algunos viandantes aquí y allí, se mezcló con otros, permaneció escondido en los callejones, mirando tras cada esquina. El tipo iba en dirección al puerto, tal y como le habían dicho. De frente, como un valiente, y posiblemente con la idea de que se escribieran un par de esquelas en el periódico. "Bien por él. Yo me colaré mientras a él le cortan el paso. Espero que le den la suficiente guerra para ganarme algunos minutos. Tal vez con eso me baste."
#2
Octojin
El terror blanco
El escualo fue caminando por la calles de Loguetown con una intención clara; hacer que aquellos piratas dejaran de hacer gamberradas. Había pactado con el tabernero un precio por su cabeza. Precio que le saldría bastante caro. ¿Cuánto sería capaz de comer el tiburón en una semana? Por no hablar de la bebida. Aquella oferta no tenía mucho sentido a los ojos del gyojin, pero al menos sería entretenido. Habían pasado varios días desde su última pelea con Camille. Estaba prácticamente recuperado en su totalidad, así que era hora de divertirse. Y no lo haría de cualquier manera, esta vez haría algo original. Ya estaba cansado de presentarse ante todos y darse piñas sin más. Esta vez haría que los piratas enloqueciesen.

El camino fue tranquilo hasta el muelle. Pese a que había gente rondando los pequeños caminos que se iban haciendo a su alrededor, la gente parecía haber tomado como costumbre ver a un gyojin de cuatro metros por allí. Las miradas, intensas en un inicio cuando llegó a la isla, ahora eran mucho menos penetrantes. Siempre había algún curioso descarado que no despegaba la vista del habitante del mar. Pero ya lo había tomado como algo que podía pasar.

Una vez llegó al muelle, Octojin observó durante unos segundos lo que allí había. Los piratas estaban allí, bebiendo y haciendo bromas con un nivel de volumen desmesurado. Desde una distancia segura, Octojin decidió que era hora de pasar a la acción. Con un movimiento ágil y silencioso, se dirigió hacia el agua, donde se sumergió con un leve chapoteo. La frescura del océano rodeó su corpulento cuerpo mientras se deslizaba como un cazador en su elemento natural.

Nadó sigilosamente hacia el barco pirata anclado cerca del muelle. Los piratas, sumidos en su jolgorio y despreocupación, no notaron la sombra que se movía bajo las ondas. Octojin, aprovechando su fuerza y habilidad subacuática, llegó sin ser detectado al ancla del barco. Con sus potentes dientes afilados, comenzó a cortar la cuerda que mantenía la embarcación fija al muelle. Las fibras gruesas cedieron ante la presión, y poco a poco, la cuerda se partió, liberando el ancla que se encontraba hundido en el fango marino.

Con la primera parte de su plan completada, Octojin se posicionó debajo del casco del barco. Levantando los puños, empezó a golpear con fuerza la base de la embarcación. Cada impacto resonaba, pero el sonido era absorbido y distorsionado por el agua y el movimiento del barco contra el muelle. Los golpes repetidos de Octojin pronto dieron fruto, creando un agujero por el que empezó a filtrarse agua hacia el interior del barco.

Mientras el agua comenzaba a invadir el barco, Octojin se alejó nadando hacia el muelle. Subió a tierra, escurriéndose un poco antes de mezclarse discretamente con los transeúntes que empezaban a notar el caos en el puerto. Los piratas, alertados por el movimiento inusual de su embarcación, comenzaron a correr hacia el muelle en un intento desesperado por entender qué estaba sucediendo.

Desde su posición segura, Octojin observaba cómo el pánico se apoderaba de la tripulación. Los piratas corrían de un lado a otro, gritando órdenes y preguntando entre ellos qué había pasado. El barco, ahora descontrolado, golpeaba repetidamente contra el muelle, cada choque resonaba como un tambor de guerra en la tranquila tarde de Loguetown, que empezaba a torcerse para los piratas.

Algunos de los civiles que estaban cerca comenzaron a acumularse para ver el espectáculo, murmurando entre ellos sobre la posible causa del incidente. Octojin, satisfecho con la distracción creada, sabía que había logrado su objetivo principal: desestabilizar a la banda pirata y evitar que causaran más problemas durante su estancia en Loguetown.

"Parte uno del plan hecha," murmuró para sí mismo con una sonrisa calmada. Ahora, los piratas tendrían que lidiar con un barco averiado y que no tardaría mucho en empezar a hundirse y la atención no deseada de los habitantes de la ciudad que quizá acabasen llamando a las autoridades locales. El escualo, mientras tanto, se quedó a una distancia segura, listo para intervenir de nuevo si era necesario, pero confiado en que había puesto a los piratas en una situación suficientemente complicada como para mantenerlos ocupados por un buen rato. Aquel caos era digno de ser filmado. Sin duda permanecería en la retina del gyojin por un tiempo.
#3
Shy
"Shy"
Con felina discreción, Shy siguió al enorme gyojin por todo Loguetown, escondido tras las esquinas y los cúmulos de gente, ofuscando cualquier visibilidad que pudiera haber de él. Se sentía algo confiado. A juzgar por lo directo que parecía ser en su proceder, el tiburón no podría reaccionar a ningún ardid de Shy que se llevase su premio delante de sus narices. O colmillos. Diantres, que pavor le daba pensar en esos colmillos.

Una vez llegados al embarcadero, Shy tomó un desvío y escaló a uno de los edificios cercanos al navío en cuestión, que flotaba atracado en el embarcadero mientras los grumentes cargaban mercancías. Con gran equilibrio, se posicionó encima del techado, manteniéndose en pie a pesar de las inestables tejas. Se fijó en cómo miraban a aquel gyojin y pudo identificarse con él. Él también era un bicho raro. O, al menos, eso es lo que siempre le habían dicho a Shy.

Tomó aire antes de preparar su arco largo. Tensó un par de veces la cuerda, para comprobar que aún podía usarse. Mientras colocaba algunas flechas frente a sí, observó al gyojin lanzarse al mar.

"Chico listo" pensó. "No todos tenemos esa opción, pero sumergirse para atacar desde un flanco imprevisto... Eso está bien."

Aun así, le llevaría tiempo abrirse camino a través de los grumetes, tiempo más que suficiente para que el cazador viudo pudiera prepararse para atrapar a objetivos más importantes.

Pasó algo de tiempo, y no ocurrió nada. Shy enarcó la ceja. Del espumoso mar solo surgían algunas burbujas donde había caído el hombre pez, y el lacónico matón se preguntó si habría conocido al único gyojin incapaz de nadar. Jocosa circunstancia, aunque no sé alegraba ni un pelo. Ellos significaba que ya no contaría con una distracción para poder ser ignorado por la tripulación de aquella nave. Shy se mesó la melena, soplada por el viento. "Lo siento, señor."

Y de pronto, temblor. Y movimiento. Shy abrió los ojos como platos al ver que el barco chocaba contra el embarcadero una y otra vez, resquebrajando lentamente el casco de la embarcación y privándolo de la capacidad de flotar. Los grumetes huyeron despavoridos, y Shy dejó el arco, formando una visera con su mano para tratar de encontrar a aquel con una recompensa a su nombre.

Shy vio al gyojin, emergiendo indemne de las frías aguas costeras del East Blue y enfrentándose directamente a la tripulación. Pero también percibió, por el rabillo del ojo, a un tipo muy similar al de los dibujos en los carteles de recompensa, que observaba desde una callejuela toda la escena con enorme asombro. Junto a él, un hombre de aspecto más recio, su contramaestre, probablemente. Al observar aquel panorama, se dieron la vuelta de inmediato y pusieron los pies en polvorosa. Y el tiburón no sé había dado cuenta de aquello.

Shy descendió del tejado, ahora la viva imagen de la frustración.

-¡Genial! ¡Ha huido! -masculló con rabia, inconsciente del volumen al que lo estaba haciendo. Observó con dura mirada y fríos ojos al gyojin, que parecía seguir interrogando a los grumetes. Shy chasqueó la lengua y señaló al callejón.

"Gracias por complicar las cosas, buen hombre. De verdad" pensó mientras pasaba por delante del tiburón y en dirección a los callejones de Loguetown. Aligeró el paso. Ahora que obraban sin cebo, tenía que correr. Y responder las preguntas del gyojin no iba a ganarle más tiempo. Tampoco es que tuviera ganas de hablar, siendo Shy como era siempre.
#4
Octojin
El terror blanco
Octojin no pudo evitar tener una amplia sonrisa. El sabor salado del mar aún impregnaba los labios del tiburón, que observaba cómo el barco pirata golpeaba una y otra vez contra el muelle, haciendo que su estructura se tambalease por el daño que había causado desde las profundidades. Había sido un golpe maestro, sin duda. Cegar a la tripulación hundiendo su ancla y perforando el casco desde abajo. Mientras los piratas corrían como ratas, el gyojin tiburón se sintió invencible por un momento.

Al trepar al muelle y sacudir el agua de sus escamas, notó que los grumetes lo miraban aterrados. Aquella, por desgracia, era una escena típica que obtenía en cualquier situación donde los humanos no estaban acostumbrados a su especie. Les dedicó una mirada severa y, con su habitual tono autoritario, comenzó a interrogarlos.

—¿Dónde está el capitán de este barco? —gruñó, mientras oía cómo los grumetes balbuceaban, sin ofrecer ninguna respuesta clara.

A decir verdad, la confusión reinaba en el muelle por su culpa. Entre el caos y el miedo de los tripulantes, Octojin no pudo evitar notar que algo no encajaba realmente. Su intuición le decía, de algún modo, que los peces gordos no se encontraban a la vista, y eso solo podía significar que, o habían huido o estaban escondidos. Y pese a que su intuición le había fallado en innumerables ocasiones, estaba seguro de aquello. Pero, antes de que pudiera poner en orden sus pensamientos, una voz exasperada resonó desde su lado, con un tono que parecía mezclar la frustración y la indignación.

—¡Genial! ¡Ha huido! —escuchó, mientras un joven con agilidad felina descendía desde lo alto de un edificio cercano.

Octojin giró su imponente figura hacia el origen de la voz y se encontró con un joven delgado, de cabello oscuro y mirada gélida. Sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y urgencia. El gyojin no le había visto antes, pero algo le decía que no era un simple espectador.

El chico lo miró por un segundo, casi evaluándolo, antes de pasar de largo a toda velocidad, dirigiéndose hacia uno de los callejones cercanos sin decir una palabra más. Caminando a paso rápido, Octojin lo observó con curiosidad, preguntándose cuál era su papel en todo este desorden. No parecía un pirata, pero tampoco un civil normal. Y, de alguna manera, sus palabras lo habían impactado más de lo que esperaba.

"¿Ha huido? ¿Se referirá al capitán?"

El tiburón chasqueó la lengua, enfadado consigo mismo por haber dejado que una oportunidad tan importante se le resbalara entre los dedos. Miró alrededor, viendo cómo el caos comenzaba a disminuir y los grumetes se dispersaban como si su sola presencia hubiera sido suficiente para ahuyentarlos. Sin embargo, algo le decía que había más en ese asunto. Ese joven, quien fuera, sabía algo más. Y aunque no tenía mucho tiempo, debía decidir si seguirlo o continuar interrogando a los piratas rezagados.

Finalmente, Octojin tomó una decisión. El chico parecía saber a dónde se dirigía y, dado que ya no quedaba mucho más que sacar de los grumetes temerosos, decidió seguirlo. Se puso en marcha, acelerando el paso y dejando atrás el muelle y los restos del barco. El agua aún goteaba de su cuerpo mientras se adentraba en las calles de Loguetown, siguiendo el rastro que iba dejando aquél joven.

Octojin se sentía frustrado. Sabía que no todos los días tenía la oportunidad de capturar a una banda pirata, y la idea de que se le escaparan justo cuando lo tenía todo bajo control le molestaba profundamente. Pero el mar siempre le había enseñado a ser paciente, a esperar el momento adecuado para atacar. Y aunque se encontraba ahora en tierra firme, decidió aplicar esa misma lección.

La actividad frenética fuera del muelle de Loguetown seguía su curso mientras comerciantes y marineros iban y venían, ajenos a la persecución que estaba teniendo lugar entre las sombras de los callejones. El escualo podía oler el rastro de agua y sal en su propio cuerpo, un recordatorio constante de que, aunque se encontraba lejos del océano, el mar siempre lo acompañaba.

Hasta que por fín, llegó a la entrada de un estrecho callejón donde el joven había desaparecido. Octojin se detuvo por un momento, con sus ojos escudriñando las sombras. Respiró profundamente, ajustando la postura mientras sentía el instinto de cazador despertar en él.

—No puedes huir para siempre —murmuró, casi para sí mismo, con una sonrisa irónica.

A pesar de la frustración inicial, no pudo evitar sentir una ligera emoción por el desafío. Si había algo que Octojin disfrutaba, era la emoción de la persecución, el arte de cazar a sus presas en el vasto océano... o en las angostas calles de una ciudad humana.

El sonido de pasos resonó más adelante, y ahí supo que el joven felino seguía al frente, probablemente en busca de su propio objetivo. El gyojin aceleró el paso, moviéndose con sorprendente agilidad para alguien de su tamaño. Las calles de Loguetown se entrelazaban como un laberinto, pero Octojin tenía un buen sentido de la orientación, y algo le decía que no estaba lejos de una respuesta.

Mientras continuaba avanzando, no pudo evitar pensar en lo que había ocurrido. Había estado tan cerca de conseguir un triunfo tan rápido, pero el destino había decidido que aún no era el momento. Aún así, aquello no lo desanimaba en absoluto. Él sabía que las oportunidades siempre volvían, y que, al igual que en el océano, la paciencia era clave para la victoria en casi todos los ámbitos de la vida. Quizá la única excepción era comer.

De repente, el sonido de pasos rápidos se hizo más claro. Estaba cerca. Sonrió para sus adentros. La caza estaba a punto de terminar, y aunque Loguetown no era el mar, Octojin sabía que aún había mucho por descubrir en las sombras de esa ciudad.
#5


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