Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
Tema cerrado 
[Diario] [D - Pasado] Introspección.
Gautama D. Lovecraft
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~ INTROSPECCIÓN ~



~ Base G-23 de La Marina, Isla Kilombo.
~ Día 5 de Primavera, Año 723.


En mi llegada a la base, había comenzado a familiarizarme con los primeros compañeros y los espacios de esta. No había pasado ni una semana, y ya me daba cuenta de las tendencias que se podían comenzar a sacar de allí. Por norma general, y nada sorprendente, la edad de los reclutas y algunos soldados rasos como yo, oscilaba entre los 15 y los 20 años. Siempre había excepciones, en especial yo, pero llamaba especialmente mi atención reclutas por debajo de los 15, con un particular desparpajo bastante inaudito que, contrastaba especialmente con el carácter y la agudeza de los mayores de 20, los cuales, comenzaban a mostrar signos típicos de la edad. No obstante, todos y cada uno empezaban a ser parte de un tejido mayúsculo, de una entidad muy capaz de cambiar el mundo, y que pese a la imagen que a veces pudiera mostrar, yo siempre creí en las facultades de esta para enmendar cualquier motivo que le supusiera un detrimento hacia su imagen y su honor.

Por mi condición, y aunque no estaba interiormente contento con ello, recibí una habitación con un pequeño baño a diferencia del resto de compañeros, que eran amontonados en barracones. Es cierto que aquel cuarto carecía de lujos y excentricidades, pero por el mero hecho de disponer de un espacio íntimo, ya me sentía en un status superior que no me labré. Sin embargo, por la pequeña fama que tenía el templo en los cuarteles de reclutamiento, disponíamos de pequeños favores como este, y aunque costase de aprobarlos conmigo mismo, una de las doctrinas del templo era también aprender a agradecer, y aprender a aceptar.

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En ella, gozaba de una cama, un pequeño escritorio y algunos muebles adaptados para el espacio, aquello entre el cuarto y el baño, podría tener cerca de 15 metros cuadrados, quizá alguno más, pero cada palmo de aquella habitación, era más que suficiente. Tenía que sincerarme también y reconocer, que tal vez por mi edad, si que necesitaba un sitio en el que pudiera recogerme conmigo, y el lujo de la intimidad estaba bastante caro allí en el cuartel. No tenía problemas de tolerancia con el resto de los compañeros, además de que solía abrirme cuanto podía, teniendo en cuenta también mi voto de silencio, pero aquel espacio era bienvenido.

Mis enseres estaban organizados según el uso, comencé a adecuar las paredes con algunas telas donde se oraban algunos de los mantras más característicos del templo, así como algunos elementos meditativos que utilizaba como incienso, un cojín de semillas, un cuenco tibetano, que aunque desconociera tal procedencia, era el nombre que recibía y algunos aceites naturales que utilizaba como aroma terapia.

Intentaba adaptar el horario que nos mandaban a mis meditaciones, mis entrenamientos y mis limpiezas, y aunque ya dentro de la misma base teníamos días para ejercitarnos físicamente, yo tenía una rutina personal bastante estricta al respecto, que a veces, debía de hacer flexible por los turnos de noche que en ocasiones había que hacer. No obstante, también disfrutábamos de días libres, que era cuando más aprovechaba para dedicarme el tiempo que necesitaba y que por lo días anteriores no solía hacer. Bien con rutinas propias del templo, o para dar un paseo por el pueblo de Rostock y desquitarme, por ejemplo, era un tiempo importante para nivelar y equilibrarme dentro de los estímulos a los que estaba expuesto continuamente allí en la base. Igualmente, sabía que era el camino que había elegido, y estaba convencido de que era el que seguiría.



Aquella noche, me dispuse de una cita conmigo para dedicarme el tiempo que quería. Cené pronto en el comedor de la base, una sopa ligera de verduras y tofu blando, que sorprendentemente había disponible para pedir. Subí hasta el cuarto a eso de las 9 de la noche, y una vez en él, cogí algo de ropa cómoda para estar en la habitación y me dirigí al baño. Me dediqué un tiempo a lavar a conciencia mis pies y mis manos, utilizaba un jabón natural con aceites esenciales, era el que hacíamos en el templo, y que solían mandarme para los cuidados del cuerpo, pues la limpieza era sumamente bienvenida en los quehaceres del lugar.

En contacto con el agua, desprendía un aroma que me retrotraía a mis años en el templo, y más concretamente cuando de joven, aprendí a hacerlo junto a las enseñanzas de uno de los hermanos. Aprendí a amar el proceso artesanal que llevábamos en el templo, pues era algo que esculpía el alma y le daba los rasgos definidos y característicos que todos teníamos en nuestro ser. Aquel ritual de lavado, era también tan importante como cualquier otro, pues requería de mimo y atención con uno mismo, ya que una de las premisas que rezaban tal acto, es realizarlo lenta y concienzudamente para valorarse y quererse, por muy superficial que se viera y tan normalizado que estuviera hoy en día. Pero la limpieza del cuerpo era para mí, una de mis mayores muestras de cariño a hacia mí mismo.

Una vez terminé y me sequé los pies, caminé hasta el cojín que solía colocar para las meditaciones frente a la ventana que daba al exterior. La ventana daba a los exteriores de la base por suerte, con orientación oeste, con la que entraba los últimos coletazos del sol de cada día, embadurnando las paredes con unos rayos naranjas de tonos dorados y fuego. Desde ella, podía ver parte de la bahía y el resto de las afueras del Rostock, que se perdía en una extensa arbolada hasta los acantilados del noroeste de la isla. Todo un privilegio.

Una vez en él, alcancé la superficie del escritorio donde solía dejar a mano el incienso o palo santo, y el aceite que estuviera usando. Cogí el encendedor y el palo santo empezado que tenía, quemé su punto y soplé para calmar la llama, la negra punta comenzó a humear levemente, realicé algunos giros con el a mi alrededor para purificar y limpiar el sitio. He de reconocer, que en el templo, la primera vez que olí aquellos aromas de humeantes, no me agradaban en absoluto, y quizá podría también admitir, que a día de hoy, seguía sin hacerlo, solo que estaba más acostumbrados a ellos y era más tolerante.

Dejé el palo santo sobre el borde del escritorio, su punta quedaba algunos centímetros hacia fuera para terminar de consumirse hasta apagarse totalmente. Ahora era el turno del aceite, aquel en concreto era de lavanda, aunque mis favoritos eran el de coco y el de sésamo, pero solían usarse más en verano y otoño respectivamente, ya que los aceites solían utilizarse de forma estacional según lo que aportaban por sus propiedades aromáticas. Entre otras cualidades, la lavanda ayudaba también a tener un descanso reparador, además de aliviar el estrés, quizá hubiera otro más adecuado para la primavera, pero este me ayudaba a recomponerme del día descansando mejor, ya que en la primavera, el cuerpo también florecía dentro de sus propiedades químicas como la renovación sanguínea, y eso, suponía importantes costes energéticos que el cuerpo podía amortiguar teniendo una buena calidad de sueño.

Introduje el índice en el pequeño bote para empapar ligeramente la punta de este, tras cerrarlo, toqué con el dedo la muñeca contraria para dejar la mayor parte sobre esta y rozarla con la otra en movimientos circulares, con la intención de propagar el aroma y extender correctamente el aceite. Embriagador como pocos, adopté sobre el cojín de meditación la posición del loto, con las piernas entrelazadas entre sí mismas, las rodillas flexionadas hacia dentro y la espalda recta. Coloqué mis manos sobre las dobladas articulaciones, llevé mi barbilla al frente, cerré los párpados y realicé una primera respiración profunda, para ensanchar mis pulmones y preparar el cuerpo. Expulsé suave y lentamente el aire por los labios, y repetí el proceso 2 veces más. Ahora comenzaría la meditación.

Desde mi postura, empecé a normalizar mi respiración tomando cantidades más pequeñas y usuales, ahora tenía una fijación plena y absoluta por esta. La instrucción esencial de la meditación, y su meta principal, era la de mantener la mente en blanco como comúnmente se solía saber, y aunque era algo socialmente extendido, muy pocos alcanzaban llegar a tal punto, pues era algo que solo estaba al alcance de grandes maestros. Yo, evidentemente, no era uno de ellos.

Durante el acto, la mente sufría la constante indiscreción de pensamientos intrusivos de todo tipo, era algo normal, pues fuera de la índole que fueran, estábamos siendo bombardeados a estímulos de todo tipo durante el día, y esa remanencia se veía evidenciada en la meditación. Pero, había lo que podía ser como un truco, o aspecto a tener en cuenta para reforzar el ejercicio, y era, prestar toda la atención posible a la respiración y su flujo, concentrándonos desde la toma de aire, su recorrido por nuestro interior y finalmente su expulsión, aquello también era práctica difícil, pues esa atención a menudo desvariaba y se distraía con los llamados pensamientos intrusivos, pero era un útil camino para practicar la meditación y el buen hacer de esta.

Yo no iba a ser menos, y puede que tuviera la técnica más pulida que mucha gente, pero también sufría de pensamientos intrusivos de todo tipo, sin embargo, conforme iba apareciendo por mi mente, los dejaba pasar para que siguieran adelante y no se detuvieran en mí, con la intención de no regodearme en ellos y perder el hilo. El hábito, era sumamente eficiente con uno mismo, ayudaba a clarificar todos los entuertos que pudiera albergar el ser para su día a día, ahondaba en una reflexión en las capas más profundas también de esto, despejaba la mente, y facilitaba la toma de decisiones.

Era el entrenamiento del interior del cuerpo, el del ser, el del alma. Un hábito muy poco practicado, ya que la evidente vivencia en la superficialidad de la sociedad, solo ejercitaba fisicamente el cuerpo, pero estaba más que comprobado, que nos componíamos de algo más que músculos, huesos y células, había un aspecto, un órgano tan esencial y etéreo que estaba a la altura del corazón o el cerebro, y era un tercero llamado Conciencia, tan primordial como los otros 2 y tan poco valorado o bien visto que sin duda, su ausencia acarreaba varios de los grandes males que nos azotan como seres humanos hoy en día.
#1
Gautama D. Lovecraft
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Plantado como era habitual en mis meditaciones, desde la posición del loto continué en el útil hábito de templar la mente y simplemente estar. La fragancia del aceite de lavanda, comenzaba a anteponerse al humo del palo santo que previamente había encendido, embriagaba la habitación y empezaría a hacer su efecto cuando reposara finalmente. Desde mi quietud, contemplaba mi ser más interno y genuino, aquel tan poco escuchado en los momentos de exposición del día, pero tan presente durante las tareas cotidianas que nos concernían.

Aunque a penas era atendido como debería, esa parte tan poco explorada garantizaba instintos tan primarios dentro de nosotros que ni si quiera eran vistos y sentidos como tal. Pues su presencia era pura percepción, una brújula del alma con la que encaminar la vida, pues no había mayor veredicto que el del corazón a la hora de dictar una decisión vital. La mente aunque tuviera otro tipo de utilidad, era un arma de doble filo para el ser humano, pues a pesar de su función vital para determinadas cosas, jugaba incontables veces malas pasadas, y era comúnmente extendido que resultaba traicionera en determinadas ocasiones.

La mente procuraba ser fiel siempre así misma, y aunque nosotros le pidiéramos las soluciones para resolver cualquiera de los propósitos que tengamos entre manos, ella, por mucho que quisiera, siempre trabajaría con las herramientas de la lógica, la mecánica y la razón entre otras, por lo que para motivos en donde nuestra cualidad de ser seres humanos debía de predominar, la mente no podía obrar en bien para este fin ya que ella no reúne un sentir, ni una emoción, eso solo se encontraba en el pecho. Además, era constantemente asediada por el ego, el veneno más tóxico de nuestra sociedad, otra parte de nosotros mismos que tenía la tendencia de adueñarse del órgano superior para su propio beneficio y crecimiento, llegando a consumir al ser y al individuo.

El ego solo obra para su propio regocijo, es un superviviendo muy bien adaptado que se beneficia de la corriente social con miedos, juicios, odio, desconfianza y maldad, es otro mecanismo más de la persona, pero un mecanismo que hoy en día toma las riendas de la vida de más gente de la que creemos y se adueña de estas hasta borrar por completo la identidad que los define, una identidad que recae 100% en el ser, nuestro interior, nuestro ser consciente, es decir, La Conciencia.

La conciencia, o el ser, una vez despertada, está en una constante lucha con el ego para ser elegida o elegido por el individuo para la toma de decisiones de su día a día. Solo este tiene la capacidad de tomar una decisión en la que enteramente sea llevada por una parte o por otra, la conciencia siempre obra queriendo guiarse por los pálpitos marcados de lo que se sienta, la percepción viaja más allá de lo que el entendimiento puede, se deja llevar por las auras que irradian las personas, los animales, los lugares o las situaciones. ¿Cómo si no podrías justificar cuando entras a un sitio y sientes que no es tu lugar?, o cuando conoces a alguien con la de verdad congenias, ¿Cómo si no sabes cual es el camino de tu vida que quieres trabajar y la meta que quieres alcanzar? Son en mayor o menor medida, manifestaciones del ser extraídas de tu conciencia, donde íntegramente se responde acorde a lo que te nace del pecho.

El ser, es la principal fuente para deshacernos del lastre del ego, así como de las cadenas de los patrones que tenemos asimilados con y en nosotros mismos, y que son al fin y al cabo, mandamientos del ego que tenemos muy dentro, y que están cosidos a nosotros. Pero, ¿Cómo entrenar nuestra conciencia? Hacerla más presente en nosotros y que tomemos con ella la mayor parte de nuestras decisiones diarias, a través de la meditación.

En la meditación, se busca ese temple que necesitamos para traernos la conciencia a un plano más superficial, inundando nuestra mente de quietud y silencio, le damos a esta la capacidad de salir a fuera, de tomar las riendas, y operar en favor del individuo, es nuestra herramienta más poderosa para cambiarnos, reformularnos como seres humanos y predicar con ello.

Tal era mi función allí dentro, mi meta vital era extender esta doctrina de estar presente, de tener presente a la conciencia en todos nuestros hábitos. Deshacernos en la medida de lo posible del ego y los patrones que nos componen, pues solo trabajando y actuando desde el pecho, y trayendo a esa poderosa herramienta del ser, seremos capaces de encauzar la corriente que va adquiriendo la sociedad, hacia una más humana, hacia una más serena consigo misma. Despertar la conciencia, y hacer su voluntad, es la mayor y más creíble cualidad que tiene el ser humano para cambiar el mundo.
#2
Gautama D. Lovecraft
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No tenía claro todo el tiempo que podía llevar allí, al fin y al cabo, era una de las premisas de la meditación, que el tiempo que tomara realizarla no importase. Esta siempre iba por encima de todos los procesos lógicos y cuestiones que la mente se hace, todo para comprenderlo, todo para entender un hábito que tiene una naturaleza fuera de esos confines, y que el mecanismo para interiorizarla, va mucho más allá de la razón.

Di por concluida esta y me dispuse a realizar las 3 respiraciones largas que solía hacer para concluir el acto. Una primera toma inundó mis pulmones, y por la boca, con una ligera apertura de los labios, el aire salió durante unos segundos de forma comedida, así hasta completar una tercera. Me tomé unos últimos segundos de cortesía, y abrí los ojos, parpadeé un par de veces hasta humedecerlos, retomé mi verticalidad y recogí los útiles que usaba para la meditación.

Como era ya costumbre, daba gracias por tener ese pequeño cuarto donde poder realizar mi todavía labores como monje, en cierta medida, era cierto que a veces un aire nostálgico me invadía y echaba de menos las comodidades humildes del templo, y por su puesto a mis hermanos. Con el resto de compañeros sentía que no podía compartir ese lenguaje del corazón que tanto desarrollábamos a lo largo de nuestra vida en el templo, una forma de comunicarnos donde las palabras a penas tenían cabida.

No obstante, por otro lado, era alguien en constante crecimiento y con un afán de aprendizaje vivo y voraz, a pesar de mi edad. Pero nunca cerré ninguna puerta a entablar algún tipo de relación con algún joven recluta. Aquellos pensamientos colmaron mi mente, pero ya era suficiente, pues ahora era tiempo de descanso, de repasar, asimilar y reponer todo lo que el cuerpo físico y el ser intangible han gastado durante el día. Desde la cama, invité a esos pensamientos a salir de mí, a que en mi interior, solo habitase calma, silencio y descanso.

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#3
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