¿Sabías que…?
... Oda tenía pensado bautizar al cocinero de los Mugiwaras con el nombre de Naruto, pero justo en ese momento, el manga del ninja de Konoha empezó a tener mucho éxito y en consecuencia, el autor de One Piece decidió cambiarle el nombre a Sanji.
[Común] [C-Pasado] Diamante en bruto
Airgid Vanaidiam
Metalhead
A pesar de la rapidez con la que Airgid hablaba y enlazaba conceptos a la vez, monopolizando a veces las conversaciones, también sabía cómo escuchar y cuando tenía que prestar atención. Así que eso hizo cuando Padre comenzó a responder cómo podía a todo lo que Airgid le había lanzado de sopetón. Mientras atendía a sus palabras, la mirada se le dirigió de manera inconsciente hacia la tacita de té que el hombre sujetaba y de la cuál bebía de vez en cuando. De repente se notó la boca tremendamente seca. Llevaba horas sin beber, y pasando por una paliza y una caminata de por medio. Se relamió el labio inferior ligeramente pensando en que tan buen anfitrión no sería si no le ofrecía ni un poquito de agua. Quizás solo era despistado... raro, pero posible.

Airgid nunca había hablado con nadie que tuviera esa labia y que usase esas palabras tan convincentes. Se notaba que era un hombre leído, culto, intelectual... pero no solo eso, es que tenía un don para la palabra, para hacer que todo lo que dijera sonara como miel en los labios. Pero aún así, a Airgid le chirrió. Usó esa comparación que la rubia hizo acerca de su hogar y la Granja, para crear una conexión entre ellos. Hablaba dando por hecho que la chavala se iba a quedar allí a vivir, o quizás no a vivir de forma permanente, pero sí parecía tener la intención de que se quedara en aquel barrio durante mucho tiempo. Y no, eso no entraba en la idea que tenía ella sobre su estancia allí. Más que estancia, ella lo calificaría como una visita forzosa e involuntaria. Agradecía que parecían haber sido amables con ella, pero... no iba a quedarse allí. De ninguna de las maneras podría abandonar a sus amigos y familia.

No obstante, la conversación tomó un nuevo camino, enfocada hacia Hammond gracias a Airgid. Era lo malo de que tuviera esa costumbre de cambiar de tema tan rápido y soltar tantas ideas a la vez. Guardó silencio, porque Hammond le interesaba muchísimo, lo suficiente como para haberse quedado en aquel sofá que cada vez parecía más una trampa que un cómo asiento. Padre parecía cansado de toda la atención que atraía el nórdico hacia su persona, aunque a ella le parecía más que razonable, pues no todos los días se veía a una persona así... cuando Melys acudió a defenderle, la respuesta de Padre fue tan chocante y severa que la niña salió corriendo despavorida mientras sollozaba. No había sido para tanto, realmente, pero Airgid intuyó que más que la dureza de sus palabras, su reacción se debía a que quizás, no habría esperado ese grito por parte de Padre. Parecía tenerle en alta estima por algún motivo. También, como bien había apuntado él mismo, aún era muy pequeña. Airgid la observó marcharse, pero el gesto de su rostro no cambió. No pensaba interrumpirle justo cuando comenzaba a hablar sobre el idioma de Hammond. Airgid era una chica empática, claro que le daba pena ver a la niña llorando, pero la vida en las calles la había enseñado a priorizar, a ser también un poco egoísta.

Padre sacó entonces de la librería un bonito libro de color completamente rojo, no solo la encuadernación, si no también las hojas. Se acercó a ella y le enseñó una de las páginas de su interior, donde podía verse la ilustración de una enorme isla sobre la que sobresalían diferentes montañas, y a su lado, hombres casi del mismo tamaño. Padre demostró no solo poder hablar ese idioma, si no que también conocía su nombre, de donde provenía, y las historias que lo rodeaban. "Språket til store menn". Airgid no es que tuviera una memoria por encima de lo común, pero repitió ese nombre en voz alta, susurrando. Trataría de no olvidarlo, aunque su pronunciación del mismo no fuera perfecta. Él parecía tener la teoría de que Hammond no era directamente un "hombre grande", si no uno de sus descendientes, pues era grande, sí, pero no tanto como una montaña, sumado al idioma y las vestimentas peculiares. También dijo que seguía una religión concreta, especial y diferente a la que él, obviamente, calificaba como pagana. Todo lo que no fuera lo suyo, era pagano y por ende, pecaminoso, seguramente.

Una vez cerró el libro, trató de intervenir. — Sobre 'se tema... creo que ma'véi malinterpretao'... — Estuvo a punto de decirle que no era su intención quedarse allí, tampoco la de adoptar ninguna religión ni ningún dios. Pero un par de hombres entraron a la habitación, interrumpiéndola. El segundo era el que estaba más nervioso, el primero solo se llevó el libro y desapareció. Pero aquel segundo hombre tenía algo escabroso que contar. Padre tuvo que insistir para que finalmente soltara la bomba. Los ojos de Airgid se abrieron en sorpresa cuando escuchó que Hammond había sacado a Ming de su cárcel. ¡Él! ¡De entre todas las personas! Al principio no lo entendió, pero... quizás había pensado lo mismo que ella, de hecho, quizás él tenía la certeza. La seguridad de que aquel "castigo" al que Padre dijo que se enfrentaría era algo bastante horrible y completamente desmesurado ante el crimen cometido. Pero aún así, aunque fuera algo desmedido... ¿había ayudado a alguien que no dudaría en rebanarle el cuello? Era desde luego difícil de creer. Pero le agradó saberlo. Y le agradó conocer que estaban tratando de escapar. Quizás, tras aquello, Ming abriera los ojos.

Demasiado estaba Airgid pensando en los demás, sin darse cuenta de que estaba a punto de meterse en una situación tremendamente peliaguda. Padre se levantó de su asiento, enfadado, cabreado, tirando la mesa central al suelo en un arrebato de ira. Pero es que mientras hacía eso, se metió de forma inesperada con el habla de Airgid. La rubia rápidamente frunció el ceño. Observando cómo se dirigía hacia la salida, ella decidió también ponerse en pie, decidida a no quedarse con la palabra en la boca después de haberla insultado. — ¿¡Qué problema tiene' tú con mi habla, carvo ajqueroso!? — No era realmente calvo, pero... las entradas estaban ahí. Cualquier cosa le valía a Airgid para insultar a alguien, y es que podía ser una muchacha realmente agradable con casi todo el mundo, pero en el momento en el que alguien le faltaba el respeto, tenía la mecha tremendamente corta y rápidamente se exaltaba como un perro de pelea. Pero la cosa no quedó ahí. ¿Que la detuvieran? ¿Que la encerraran? ¿Pero de qué estaba hablando? Airgid se quedó paralizada unos instantes, incrédula ante lo que estaba escuchando. ¿Cómo había cambiado todo con tanta rapidez? Se había quedado sin palabras.

Pero solo por un momento. Cuando vio cómo un imponente número de hombres se acercaba a ella para retenerla y tomarla como si no tuviera voluntad de decisión ni de poder hacer, comenzó de nuevo con la oleada de insultos. — ¡Como os acerquéi os juro por la farola que ilumina la tumba de to mis muerto' que os rajo a tó como si fuérai uno serdo! — Pero aquella burda amenaza no sirvió de nada, la superaban en cuanto a personas, en cuanto a fuerza, en cuanto a todo. Comenzaron a agarrarla, tratando de inmovilizarla, de colocarle algo en las manos para que no pudiera usarlas. — ¡SOIS UNO' MIERDA SECA, CARA MIERDA, BOCA MIERDA, MARIQUITA RELIGIOSO DE LOS HUE-! — Un par de ellos le colocó una mordaza en la boca. Padre había pedido que no hablara. Y ellos simplemente obedecieron. Aún así, se resistía como podía, zarandeándose, revolviéndose, tratando de gritar... Intentaba echar a correr pero obviamente le cortaban cualquier camino que pudiera tomar. La situación pintaba chunga, pero una de las cosas que Airgid tenía es que no se rendía fácilmente.
#11
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
Los hombres de Josis se llevaron a una rebelde Airgid de la sala. La mujer pateleó, como buenamente pudo. Luchó como la guerrera que Hammond descubriría en un futuro que es. Sin embargo no sirvió de mucho ya que eran demasiados. La amordazaron, ataron pies, manos, incluso golpearon su cabeza hasta que quedara completamente inconsciente. Para cuando despertara lo que vería alrededor sería muy diferente. Un colchón tirado en el suelo, duró, de metal, construido por los desechos de cualquier mierda, como todo allí. Un espacio de dos por tres, sí, era una celda, no el cuarto lujoso de Padre. Tenía las manos atadas a la cama, pero la pierna libre e incluso habían cambiado su ropa a una mucho más simple. Pantalones blancos y camisa de tirantes naranja. Como una reclusa. — Estás despertando, al fin. — Le diría el hombre que estaba cuidando de su celda. — Toma. — Le dejó en el interior un trapo húmedo, que estaba justo al lado de una bandeja con comida. Tres piezas de fruta, un plato de simple sopa y cuatro trozos de pan duro. — Debido a los acontecimientos, te hemos tenido que meter aquí por órdenes de Padre. — Comentó como a regañadientes.

Era el mismo que entró en el "hogar" de Josis a dar la mala noticia sobre Hammond y su terrible delito cometido. Ming era un criminal hasta que Padre dijera lo contrario y sacarlo de allí volvió al nórdico en más de lo mismo. Aquel tipo se sentó en un banquitó a un metro de la celda. — Come, llevas dos días inconsciente, tu cuerpo estará demandando algo de energía. Además tienes un cuerpo grande para ser una mujer, debes estar hambrienta ... — Dos días. Dos días sin enterarse de nada. Detrás de la rubia, encima de la cama, una ventana de poco más de veinte centímetros estaba abierta, por ella se filtraba el sonido de la calle principal de La granja de basura. Había mucho bullicio, como si algo se estuviera mascando. — Es la ejecución. — Resopló el hombre. — La gente está tensa, creo que a nadie le gusta estas cosas. — El mismo tenía una mesita justo al lado en la que tenía su propia comida. Y un poco más al costado una manta y un colchoncito. Había estado los dos días vigilando a Airgid en representación a un claro castigo por lo que había ocurrido. Como si él tuviera la culpa de lo que había pasado. Josis tenía fama de que era un hombre al que darle malas noticias era casi como haber cometido el acto delictivo que ibas a declararle que había hecho otro. Era todo una demencia general que escapaba ya a cualquier tipo de sentido.

Come. — Volvió a decir. — Soy médico, chica, si te digo que comas es por algo. — Se adjudicó el oficio de médico. Podría ser verdad o no, pero cuando te decían "soy médico" uno solía hacer lo que le decían. — Me llamo Frank, por cierto. — Esta vez susurró. Estaba cansado de estar allí, herido en el orgullo, en la hombría. Era un hombre desecho. — Ah. — Recordó. Levantó la mirada. — La ejecución es a tu amigo. Sí, lo atraparon hace unas horas. Al parecer ha sido un dolor de cabeza constante. — Esbozó una sonrisa como el que recuerda una batallita que ha visto en una película de acción. — Supongo que lo sabes, por que sois amigos, pero ese extraño poder que tiene ... Dios mío, que difícil ha sido. No he visto nunca tan desesperado a padre. Dicen que ha derrotado a decenas, cuentan muchas cosas sobre su habilidad para ... Matar. —sonreía. — Si tan solo hubiera sido un poco más fuerte. — Tiró la miga de pan con la que jugaba. — Pero no ha sido suficiente. Nunca lo es. — Miró a Airgid. — Para nuestra desgracia. — Finalizó, melancólico.

Horas atrás ...

¡Vamos grande! — Gritó Ming. Una bala le rozó el cráneo, pero logró esquivarla. Pero no cayó en que otro tipo le estaba a punto de ensartar por la espalda con una lanza. Sin embargo eso tampoco pasó, porque un gigantesco hombre bajó de los cielos. Sus pies aplastaron al hombre. Hammond caía de las nubes para ayudar a Ming. Todo el peso destrozó al tipo, hundiéndolo en la tierra seca que quedaba entre la basura. Estaban completamente rodeados de personas, pero seguían luchando. Varios rodearon a Hammond, el vikingo se encontraba entre la espada y la pared. — ¡gå til meg! — Gruñó. El ímpetu del Bucanner frenó a los tipos que estaban a punto de atacar, ese segundo fue crucial. Hammond volvió su cuerpo gas y expandió el elemento por todas partes, atrapando la cabeza de los presentes y elevando al grupo en los aires ante la impasible mirada de todo el mundo. Hubo un instante en el que incluso Ming que luchaba a"su lado" se quedó inmóvil. Preguntándose probablemente si aquello era humano, si realmente Venture estaba luchando por su libertad o por algo más. El gas alrededor de las cabezas terminó por quitarles el oxígeno necesario, dejando caer los cuerpos ya sin vida a tierra. Todo aquel gas invisible se arremolinó en un mismo lugar, construyendo nuevamente la figura de Hammond. — ¡Se acabó! — Gritó un viejo conocido. El reguero de cadáveres ya era extenso, pues llevaban escapando un día entero y tanto el vikingo como Ming, estaban agotados. Entonces Josis apareció, caminando, con calma como siempre, aunque en su rostro se podía ver el desagrado general.

La sangre caía por el brazo derecho de Venture, aquellas tomas de aire incesante advertían de su cansancio acusador. No podía controlar del todo bien la fruta, por ejemplo volverse intangible siempre que quisiera, le costaba todavía. — Hammond ya está bien, has dejado a muchas familias sin sus padres y madres, ¿te parece bien? — Al fin llegó, rodeado de gente, claro. — Y tú ... ¿Qué estás haciendo? — Se dirigía a Ming. — ¿Todo esto por un castigo? habría sido una tirada de orejas y ya está, volvería todo a ser como siempre idiota, pero te has dejado convencer por este salvaje. — Ming y Hammond se miraron, dudosos. Hammond dudoso porque no entendía nada y Ming porque estaba dándole muchas vueltas a la cabeza. la verdad es que había resultado ser un dúo terriblemente efectivo. — El no parará. Pero tú si puedes hacerlo. — Ming bajó los brazos. Tenía en la diestra una pistola y el hilo de metal atado al brazo. Se volvió translúcido por un instante, lo que Hammond aceptó como un acto de "a seguir luchando" así que se puso a la defensiva. Pero lo que se encontró fue muy diferente.

Por primera vez en muchas horas, las rodillas de Venture tocaron el suelo. Estaba de rodillas, solo que no entendía por qué. Ming le disparó en el cuello, sin remordimiento alguno. La bala atravesó el cuello con velocidad, volviendo tierra firme en un charco de sangre. Hammond cayó con las manos en el cuello, desesperado. — T ... Tú ... — Soltó los últimos remitentes de aire que podía, hasta que cayó completamente inconsciente, lo peor que podía hacer mientras uno estaba sangrando, ya que no podría tratarse las heridas y moriría irremediablemente de la hemorragia. — Vamos, no puede morir aquí. Hay que ajusticiarlo como se debe delante de nuestra gente. Chuck, ayúdalo. Y tú. — Miró a Ming de nuevo. — Ya hablaremos. Vamos. — Con aquel mandado, la amenaza terrorista de la granja logró aplacarse.

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#12
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Fue difícil, Airgid era un hueso duro de roer, pataleando y zarandeándose como si le fuera la vida en ello, lanzando puñetazos e incluso, mordiendo la mano de alguno. Pero eran demasiados contra una sola chica de quince años. Finalmente, por mucho que se resistiera, Airgid acabó cayendo, amordazándola, atándola de manos y pies, y por último, golpeándola hasta que la dejaron inconsciente. No fue demasiado difícil, el cuerpo de la rubia estaba agotado de antes, apalizado y cansado, por lo que no pudo resistir más el abrazo del sueño.

Cuando despertó, enseguida notó que no podía mover los brazos. Bueno, sí podía, pero de forma limitante y dolorosa, pues tenía las manos atadas a la cama donde se encontraba tumbada. No sabía cuánto tiempo se había pasado en aquella postura, pero notaba cómo tenía los músculos resentidos. Lo siguiente que notó fue lo seca que tenía la boca, la sed vino a ella de manera casi inmediata, por un momento se sintió como un cactus en medio de un desierto. También notó la rigidez y el frío metal que se suponía que era una cama. La espalda le dolió rápidamente, al igual que el cuello, sin una almohada donde haber podido apoyar la cabeza. Por suerte, algo bueno que pudo comprobar, es que tenía las piernas libres, lo cual le dejaba un pequeño margen de movimiento y una ventana fuera de la incomodidad. Estaba tremendamente incómoda, en general. También llevaba otra ropa puesta. Le disgustó pensar en que alguien tendría que haberla visto desnuda, que alguien habría tocado su cuerpo, de hecho fue incapaz de reprimir una expresión de asco al pensar en ello. Era ropa cómoda, sucia, pero estaba acostumbrada a ello, aunque le preocupó saber dónde se encontraría la que ella llevaba. Sobre todo sus queridas gafas grandes de aviador, les tenía mucho cariño.

Aún algo aturdida, con la mirada ligeramente borrosa, miró a su alrededor. Alguien debió darse cuenta de que había despertado, pues una voz desconocida habló a su lado. Airgid giró ligeramente el rostro, como buenamente podía en aquella postura, para mirarle. Observó sin decir nada, cómo lanzó un trapo húmedo junto a una bandeja en el suelo, con comida, si es que se le podía llamar así a eso... sopa, pan duro y fruta. Por lo menos no había melocotones, era alérgica al melocotón, un dato de descubrió de una forma bastante desagradable hacía unos años. El estómago le rugió de forma inmediata, instantánea, como si hubiera reaccionado directamente al ver y oler la comida, que a pesar de ser pobre, era tremendamente apetitosa a ojos de Airgid. Y eso que la fruta no le hacía mucha gracia. Pero sus labios de fruncieron. No se fiaba de esa comida. De hecho, ¿dónde coño estaba? Recordaba la pelea en la casa de Padre, pero aquella era una habitación completamente diferente. Y era de día. ¿Cuánto tiempo había pasado dormida? Dijo que solo había cumplido órdenes. Lo dijo con tono pesadumbrado, pero Airgid no se lo creyó en absoluto.

Al parecer, si es que podía fiarse de algo que le dijera aquel hombre, llevaba dos días inconsciente. Ahora entendía el hambre y la sed que sentía. Pero Airgid era cabezota como una mula, no se sentía satisfecha con nada de lo que estaba escuchando, ni si quiera podría comer decentemente aún si lo quisiera, con las manos atadas a la cama de aquella manera. — No tengo hambre. — Mintió descaradamente. Y apartó la mirada de la comida, tentadora y apetitosa. Al girar la cabeza hacia otro lado, se fijó en la ventana que se encontraba cerca de ella, en la pared contra la que se apoyaba la cama. Se escuchaba el bullicio de la gente. Airgid ni si quiera preguntó, tampoco podía asomarse si quiera, pero no hizo falta. Aquel hombre que la acompañaba empezó a ponerla al día sobre todo lo que había pasado durante su largo sueño. ¿Ejecución? ¿La de Ming? No recordaba que le habían dicho que Ragnheidr había escapado la misma noche que la tomaron como cautiva.

Volvió a insistirle en que comiera. Se presentó como Frank y también como médico. Airgid bufó, sin querer mirarle aún a la cara. Cosa que cambió cuando Frank le contó que al que planeaban ejecutar era a su nuevo amigo, a Ragnheidr. Entonces no pudo evitar volver a mirar al médico a los ojos, con una expresión inicialmente de sorpresa que fue evolucionando a la ira. Entonces, mientras le contaba lo que había pasado aquellos dos días, fue recordándolo todo, rellenando los huecos que su memoria había omitido. Recordó las miradas que intercambió con el gran rubio, esa conexión que tuvieron. Recordó el nombre de su idioma, "Språket til store menn", se propuso no olvidarlo y por caprichos del destino, así fue. Al parecer había matado a muchos. Pero no a los suficientes. No a ese cabrón de Padre.

Tenía que hacer algo. No podía quedarse ahí, quieta, atrapada mientras mataban públicamente a su amigo. Y por el tono de su voz, era como si aquel hombre, Frank, también quisiera ayudar pero se hubiera dado por vencido hacía mucho tiempo. Quizás, solo quizás, podría convencerle de que la ayudara. — ¡Frank! Cúchame, tengo que salí daquí. ¡Esto ta mal! Yo tengo una familia, en otra isla, tengo gente que me tará buscando, ¡no puedo quedarme! — Se revolvió en la cama. Gracias a que tenía las piernas libres, fue capaz de sentarse en el suelo, aunque con los brazos en alto, aún atados a la cama. — Y tengo que ayudá a mi amigo. No puedo dejá que le maten, ¡es injusto! ¿Qué sitio de locos de mierda é este? — Estaba desesperada, trataba de convencerle, pero le resultaba difícil mantenerse serena y hablar, pensar en las palabras que decía. — ¡Habrá que hacer argo! No puede dejá que secuestre y mate gente porque le de la gana. — Se acercó un poco a la puerta, pero no podía sin traerse la cama a rastras con ella. — Entra, suértame los brazo, déjame escapá. Si no quiere mancharte la mano me parece bien, di que te engañé y que te pegué, inventate lo que sea que quiera, pero déjame salí. — Cada vez sonaba menos enfadada, más triste, más pesimista. Recordó a los amigos que habían venido con ella a Isla Dawn, que habían pasado dos días y que seguramente la estarían buscando, que era probable que se hubieran metido en el vertedero, que si no cuidaba bien por dónde iban, quizás los cogían a ellos también como prisioneros. Recordó a los amigos que la esperaban en isla Kilombo. Sintió su pecho encogerse, pero se reprimió las ganas de llorar. No era el momento, aún no, no estaba todo perdido. — Por favor... — Le dijo con un susurro. Sin saber qué más podría añadir, cómo poder convencer a una persona a la que apenas conocía de traicionar a la gente con la que convivía. ¿Cómo se hacía algo así? Se mordió la lengua, angustiada, frustrada, triste.



Karmas a tener en cuenta:

- Carisma: Tienes carisma para facilitar situaciones sociales en tu favor, lo que puede crear tramas más fácilmente o librarte de problemas.
- Tic Físico: Morderse la lengua.
#13
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
¡Frank! Cúchame, tengo que salí daquí. ¡Esto ta mal! Yo tengo una familia, en otra isla, tengo gente que me tará buscando, ¡no puedo quedarme! — ¿Creía que era tan fácil? Frank era un hombre que tenía muchos remordimientos, eso estaba claro, tan claro que la rubia se había dado cuenta. Ni eso era capaz de ocultar. El tipo no supo que decir, más allá de mecerse el cabello con calma. — Y tengo que ayudá a mi amigo. No puedo dejá que le maten, ¡es injusto! ¿Qué sitio de locos de mierda é este? — Se la notaba desesperada, trataba de convencerle. — ¡Habrá que hacer argo! No puede dejá que secuestre y mate gente porque le de la gana. — Se acercó un poco a la puerta— Entra, suértame los brazo, déjame escapá. Si no quiere mancharte la mano me parece bien, di que te engañé y que te pegué, inventate lo que sea que quiera, pero déjame salí.— Cada vez sonaba menos enfadada, más triste, más pesimista — Por favor... — A Frank le temblaban las manos.

Había sacado la llave, pero ahora le acompañaban unas extensas lágrimas que le recorrían toda la cara hasta precipitarse al suelo. Estaba en una lucha interna que parecía estar resolviéndose conforme la mujer iba hablando y lanzando puyas. No era de piedra, ni tampoco un asesino como casi todos los que Josis tenía cerca. Qué va, nada que ver. — ¡A la mierda! — Se lanzó al suelo, intentando abrir la puerta. — Qué demonios. Estoy cansado de esto, se acabaron las idioteces. Alguien debe hacer algo, esto no puede seguir así más tiempo. Me niego. — La puerta se abrió y el hombre entró en la celda. Se acercó a la mujer con sumo cuidado, hasta que llegó a poder desatarla con facilidad. Él a diferencia de lo que seguramente haría Airgid, se quedó sentado en la cama de la celda. — Por favor, conseguidlo. Debéis hacerlo por todos. — Y cerró la puerta, dejando que la mujer escapara.

Los ruidos en la plaza central cada vez eran más acuciantes. Había un atril de diezXquince y Rag estaba de rodillas en él, con los brazos atados. Un hombre le estaba dando latigazos en la espalda, abriendo su piel con suma facilidad. Tenía toda la espalda herida, le salía sangre de la nariz y la cabeza, su cuerpo había sido destrozado. A su lado cuatro asientos, en los que estaba Josis, Ming y otro varios cercanos al Padre. Todos reían, menos Ming, que no podía o quería mirar. — ¡Amigos! — Se levantó. Vestía impoluto, con una túnica roja, guantes blancos y claro, su biblia en la mano derecha. — Hoy he tenido un sueño. Uno premonitorio. — Tragó saliva. — En él, nuestro señor me hablaba, indicándome con claridad las directrices que debemos seguir para que todo se ejecute conforme desea. — Comenzó a escucharse una música de fondo. La gente, en su mayoría tenía caras largas, de pocos amigos. — ¡No debéis sufrir! — Alzó su mano libre. — ¡Ya no más! siempre que nuestro señor se comunica conmigo, os hago llegar su mensaje, sin filtros, como bien sabéis. Esta vez me indicó que disfrutéis de esta festividad. El ajusticiamiento de ese impuro ser, será nuestra bendición para la estación venidera. ¡YA LO CREO! — Eso levantó el ánimo de los civiles, que encontraron un punto del que apoyarse. Cada día Josis tenía menos sirvientes ciegos, que aceptaban sin rechistar sus demandas. Eso era bueno, muy bueno.

¡Padre! — Alzó la mano un hombre valiente. Le temblaba el brazo entero, desde un extremo al otro. — Me gustaría ... Hablar. — Hasta Mink miró la escena. — Descerebrado ... — Susurró. — Claro que sí hijo mío, aquí eres libre de hablar, aunque hayas interrumpido mi importante mensaje. Habla y que todos escuchemos eso tan importante que tienes que decir. — Se extendió el silencio más tenebroso que era posible. Pero aquel hombre no se amilanó. — Gracias Padre. Tengo dudas. — Bajó la mano. Su mujer, que estaba al lado intentaba tirar de su camisa para que frenara, para hacerle recordar que tenían cuatro hijas en casa esperándolos. Pero la insensatez del varón, no le soltó el ímpetu. — ¡No tenemos para comer desde hace meses! — Gritó. — Mis hijas tienen hambre. La comida ya no llega como siempre y el dinero ... Apenas se ve un berry moverse por aquí. Sé que esto es obra del todopoderoso ... Sin embargo ... Sin embargo ... — Se escuchó un golpe en lo alto del atril. Era Josis, que había tomado uno de los látigos y había golpeado con una fuerza primitiva la malherida espalda de Rag. — ¡Tienes la impertinencia de dudar de dios! — Gritó. — ¿Qué te has creído? ¿que para los demás es fácil? todos somos hijos de dios, pero venimos de lugares difíciles. Hemos construido la comunidad que debemos tener. El camino nos ha llevado aquí. Y sí, no es fácil, ¿pero qué es lo que deseas? — Comenzó a caminar de nuevo hacia su anterior posición. — ¿¡dudáis de dios!? ¡Decidlo si así es! — Nadie respondió. Ni siquiera el valiente hombre, que en esta ocasión bajó la mirada. Josis siguió hablando y sin que nadie se diera cuenta, dos hombres vestidos de negro se llevaron de aquel evento al "valiente hombre". Vete tu a saber a donde lo estaban llevando. — Que esto no interrumpa la ofrenda de hoy. La vida de Ragnheidr Grosdttir, descendiente de gigantes. ¡Hereje de manual! — Volvió a levantar el ánimo.
#14
Airgid Vanaidiam
Metalhead
Airgid había sido capaz durante toda su cortita vida de conseguir muchas cosas gracias a su simple carisma. Esta vez había sido una de esas ocasiones. Sus palabras, llenas de tristeza, rabia y sobre todo sinceridad, parecían haber conmovido lo suficiente a Frank como para remover por dentro algo de su conciencia. Dentro de su cabeza, algo hizo un "click" con suficiente fuerza como para hacerle actuar. El hombre se levantó con las llaves en la mano y extensas lágrimas en los ojos, pero a pesar de ello, se veía la deicisión en el brillo de su mirada. Se lanzó al suelo y empezó a abrir la puerta. Una sonrisa se dibujó en la cara de Airgid, una llena de esperanza. Todo el mundo tenía un límite, y Frank acababa de llegar al suyo, de sobrepasarlo. — ¡Así se habla, coño! — Le animó la rubia. Estaba claro que algo había que hacer en contra de ese tal Padre, la gente estaba empezando a darse cuenta. El hombre se acercó a ella con cuidado y comenzó a desatarla, librando sus muñecas de esas dolorosas cuerdas que al llevar días contra su piel le habían dejado unas rojizas marcas. Rápidamente se las acarició, tratando de aliviar un poco el dolor que sentía. Frank, en su lugar, se sentó en la cama de metal. Tenía un aire derrotista a su alrededor, justamente lo contrario a lo que ella sentía. Le pidió, por favor, que hiciera algo para parar a Padre. Airgid se metió corriendo el trozo de pan en la boca, estaba obviamente hambrienta pero no tenía tiempo como para quedarse a comer todo lo que había tranquilamente. Un chute de hidratos le vendría de perlas. También bebió un poco de agua del vaso antes de hablar. — Pararemo a ese hijo puta, no sé cómo, pero lo haremo. — Su voz denotaba confianza, al igual que su mirada, aunque hablaba con cierta incertidumbre. Al fin y al cabo no sabía ni conocía el lugar en donde se encontraba. No sabía cómo iba a conseguir liberar a Ragnheidr de esa ejecución, ni cómo podría vencer a Padre. Pero algo se le ocurriría, siempre había sido una chica con recursos.

Salió de la celda y luego de la habitación. Antes de salir del edificio, observó el lugar en el que se encontraba, rebuscó por todos los muebles que veía, así quizás podría encontrar algo por casualidad. Algo útil, algo que pudiera usar contra esos tíos. Tampoco tenía mucho tiempo. Rebuscando en los cajones encontró una pistola. Abrió el cargador, solo cuatro balas... buscó un poco más, quizás pudiera encontrar algunas más. Encontró una cajita de munición pero no tenía muchas más en su interior, solo cinco. Nueve balas en total. Tendrían que valer, o al menos de momento. Si se quedaba sin su mayor ventaja siempre podía contar con sus puños o con sus patadas, aunque no fuera igual de buena.

Recargó, se miró un segundo en un espejó que encontró anclado a una pared, se ordenó un poco los cabellos alrededor de la cara y ahora sí, salió corriendo de aquel lugar. Por suerte no había demasiada vigilancia aparte de Frank, tampoco había gente en la calle. Todo el mundo había sido congregado en la plaza para asistir a la ejecución pública, como si fuera un espectáculo de circo. Que cabrón. Airgid no podía pensar en otra cosa que no fuera meterle un buen tiro a ese tío, liberar a su colega y salir pitando de ese vertedero inmundo. Tratando de no llamar mucho la atención, empezó a caminar con cuidado siguiendo el sonido de la gente, el ruido de la voz de Padre que se alzaba por encima de todas las demás, dando una especie de monólogo que de repente fue interrumpido por un hombre, un civil que se atrevió a interrumpirle. A dudar de sus palabras. Eso solo fue una buena señal para Airgid. No solo era Frank el que se encontraba descontento con la situación que estaban viviendo en aquel lugar de la isla. Quizás, tanto Ragnheidr como ella podrían encontrar en los habitantes de la Granja un apoyo. Solo quizás.

Comenzó a mezclarse entre el gentío, con la mirada cabizbaja para poder pasar desapercibida entre los demás. Era una chiquilla, no demasiado alta todavía y con un aspecto descuidado que se podía camuflar fácilmente con el del resto de los habitantes. Observó de reojo cómo unos hombres vestidos de negro se llevaban a aquel civil a vete saber tú dónde. ¿Es que la gente no iba a abrir los ojos? ¿Cómo es que nadie decía nada? Anunció que ese sería el día de la muerte de Ragnheidr. Oh no, ni pensarlo. — ¡QUIETO TOL MUNDO! — Gritó con toda la potencia que pudo poner en su voz. Elevó el arma de fuego, apuntando directamente a Padre. Se escucharon algunos gritos de terror y de miedo por la sorpresa, aquel inesperado movimiento y sobre todo por la amenaza de la pistola. Los civiles se alejaron de ella, creando un cerco a su alrededor de espacio vacío y resaltando así aún más su presencia. — ¡Podemo hasé esto por la buena o por la mala, Padre! ¡Olvidaré que mas tenío encerrá y amordazá dos putos días! ¡Solo quiero que suelte a Ragn y nos iremo sin más movida! — En el fondo sabía que intentar convencerle sería inútil. Sabía que no iba a conseguir nada. Pero quizás pudiera dejar claro a los demás que no era una chica violenta, que no quería hacerle daño a nadie, solo ayudar a su amigo e irse de ahí lo más rápido que pudiera. Y lo peor es que, siendo sincera consigo misma, deseaba que de verdad no la creyera. Deseaba que no se rindiera, que hiciera alguna gilipollez que la obligase a dispararle y a cargárselo. Acabar con él ahí mismo. Solo necesitaba un mínimo movimiento para apretar el gatillo.
#15
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
¡QUIETO TOL MUNDO! — Gritó la mujer con toda la potencia que pudo poner en su voz. Elevó el arma de fuego, apuntando directamente a Padre. Se escucharon algunos gritos de terror y de miedo por la sorpresa, aquel inesperado movimiento y sobre todo por la amenaza de la pistola. Los civiles se alejaron de ella, creando un cerco a su alrededor de espacio vacío y resaltando así aún más su presencia. — ¡Podemo hasé esto por la buena o por la mala, Padre! ¡Olvidaré que mas tenío encerrá y amordazá dos putos días! ¡Solo quiero que suelte a Ragn y nos iremo sin más movida! — La tensión estaba a un nivel que se podía mascar el airecillo que corría. Los pelos del vikingo se movían, ocultando su visión ... Estaba con la cabeza gacha, observando la madera y la sangre que brotaba de su cuerpo. El final estaba cerca, lo tenía más asumido de lo que quizás debería en una ocasión así, perder la esperanza era el último nivel al que llegar, por que no había una posible vuelta atrás. Intentó alzar la cabeza cuando una voz que conocía apartaba a todas las demás. Enérgica como siempre, apuntando directamente con un arma al mismísimo padre, lo que casi nadie se había atrevido en años. Padre estaba desconcertado, mirando atentamente a la gran mujer (por el tamaño). Sonreía, confiado. — ¡Calmate, hija! — Dejó caer la biblia al suelo para levantar ambos brazos. — Por favor, hablo a todo el mundo, no le hagan nada a esta niña. No sabe qué está haciendo. Por favor, Airgid, mira a tu alrededor ... ¿Qué estás haciendo? — Cerca de la rubia muchos tenían mala cara, como si estuvieran esperando el momento exacto donde saltar sobre ella ... El último aviso.

Du... Blond jente. — Susurró con dificultad. Le costaba levantar el rostro, no por su condición física, más bien por su actitud derrotada por completo. — Mira, has despertado al monstruo. Jajajaja es increible lo que puede hacer una persona por otra. — Alguien le colocó una escopeta en la nuca a la rubia, estaba claro que eso iba a pasar. — ¡Vamos niña! todos ellos son yo y yo soy ellos, por supuesto que no saldrás de aquí tan fácilmente. — La señaló y las veinte personas alrededor de Airgid se giró hacia ella, sin miedo. No era tan fácil abatir a Padre desde esa distancia, como si él no hiciera nada para evitarlo. ¿Qué podía hacerlo? Por supuesto, pero se jugaría la vida después. — ¡¡NOOOOO!! — Gritó de repente Rag, asustando a los que estaban cerca de él. — ¡¡NOOOOO!!! — Volvió a gritar, levantando la vista para fijarse en Padre, mirandole a los ojos. La ira cubría el iris del vikingo, casi salía de su cuerpo para tomar forma. — ¡Eso, eso, gritaaaa! no vas a salir de aquí por mucho que grites, por mucho que aparezca más gente intentando ayudarte. ¡Nunca! — Se puso al mismo nivel ... Le caía un hilo de baba a Josis, llevado por su extremismo y desesperación. — ¡Ming! — Volvió a vociferar desesperado. — ¡Serás absuelto completamente si le quitas la vida a este hombre, ahora mismo! — A todo esto, el nórdico comenzó a aspirar, infló los mofletes y pocos segundos después se desinfló, aunque no liberó el aire.

Ming se acercó a Padre. — Claro, señor ... — Flexionó el torso, con respeto. — ¡Niña! — Otra vez, gritó. — Espero que mires bien, esta maldita basura pagana morirá hoy aquí y lo hará a manos de un tiparraco como Ming, que se unió al monstruo cuando jamás debió hacerlo. Hoy acaba una vida y empieza una nueva. — Ming tenía también la gracia del pueblo a todos les chocó de sobremanera que actuara de aquella forma junto a Rag. Y más aún que fuera detenido. Y MÁS aún que Josis lo humillara siempre que podía, de una forma u otra. Ming se colocó detrás del rubio, sacó una pistola y le apuntó a la cabeza. El hombre, notó con rapidez que el cuerpo del Bucanner ya no era igual, es más, estaba creciendo, más gigante. Las venas de sus brazos se elevaron hasta el cuello y de ahí hasta los ojos. Sus músculos aumentaron, notándose el crecimiento de manera bastante notoria, hasta el punto que las esposas de sus muñecas estaban a punto de explotar de la tensión. Cuando padre se dio la vuelta, Ming se acercó a Ragn, al oído. — Qué haces, ¿planeas algo? Déjalo, si se da cuenta te matará de una forma horrible, acepta morir rápido. Te prometo que no dejaré que sufras ... Pero para lo que estés haciendo idiota ... — Le susurraba. Ragn giró la vista, el poder de ese odio se transmitió a Ming. Ni una palabra hizo falta, el sujeto de aquella akuma extraña de reflejar daría un paso atrás, con temor.

No es que no quisiera hablar, es que el Veien til Elbaf se lo impedía al tener que mantener el aire a toda costa. La tensión de su cuerpo iba a más. Los hombros crecieron, agrietando su piel. Se volvió áspera, seca, mezclándose con unos huesos que seguían creciendo. Todo su cuerpo se estaba transformando y lo estaba haciendo a una velocidad bastante óptima. Ming volvió a retrasar un pie mientras Josis seguía con su discurso, un discurso enfocado a Airgid. Buscaba atemorizarla. Ordenó a los civiles que la rodearan, pero la plaza estaba repleta de gente. Muchos simplemente iniciaron un caminar hacia otros lugares, vaciando la sala. — ¿Dónde creéis que vais? ¡Qué os pensáis! — Seguía muy fuera de su tono habitual. — Los que escapen hoy, serán considerados rebeldes. Enemigos de la granja. ¡Enemigos de dios! — Una sombra comenzó a levantarse detrás de Josis. La sombra era Ragn, que había partido en tres las esposas. Su cuerpo creció hasta los ocho metros, pero de ancho se iba mucho más allá, abarcaba demasiado terreno. Las vigas de metal que mantenían el altar, se tambaleó, lo que al fin llamó la atención de Josis. — TUUU ....... T ... TU .... — Le costaba hablar, si entonaba palabras es que el efecto se le marcharía pronto. Josis se fue dando la vuelta lentamente, atemorizaba.

Ya no era odio lo que respiraban sus ojos. Estaban hundidos, de un color blanquecino. Retrasó uno de sus puños ... Lo alzó, hacia el astro rey. — Q ... Q ... Qué ... — Un gasecillo de color amarillo oscuro fue dándole aún más tamaño al puño, llegando a los varios metros de tamaño. — ¡¡¡¡MORRRRIIIIRRR!!!! — El impacto se notó en toda la Granja. En toda. Aquel puño descendió, abrasando la piel de Josis y extendiéndose rápidamente por el lugar. El atril se hundió, quebrándose por completo. Un caos muy descontrolado se extendió. La mezcla de aquel peligroso gas, junto con el polvo y el ajetreo, hizo que caminar en La granja fuera muy difícil. Nadie sabía quién era aliado, pues no podían identificar a alguien hasta tenerlo a pocos centímetros, encima, lo que les rodeaba bien podría ser aquel mortífero gas.

El cuerpo de Josis se fue deshaciendo poco a poco entre gritos de dolor. La piel se le fue cayendo a trozos. ¿Era tan potente el gas mostaza? para nada, pero estaba tan concentrado y estaba emanándolo sin freno, en un contacto constante. El cuerpo de Josis también estaba muy mayor y su piel no era la de un niño. El dolor que sufría era innombrable. Por un instante pareció escucharse el grito de almas en pena saliendo de su propio cuerpo. Las personas que sufrieron gracias a él. Personas de las que abusó o mató ... Era tan larga la lista, que era bastante lógico mezclar esa fantasía con la realidad. Lo cierto es que los gritos eran de los demás civiles integrantes de La granja. Con la caída de la plataforma, todo se comenzó a liar pero bien. El polvo se unió al gas, formando una especie de tormenta de arena que fue creciendo conforme todos iniciaron su estado de locura, queriendo salir de allí. El único que murió directamente fue Josis, los que estaban cerca y se veían afectados por el gas, obtendrían quemaduras leves que harían cicatrices que mostrar a sus nietos si salían de allí. La persona que tenía el arma en la nuca de Airgid guardó su arma y comenzó a correr hacia cualquier dirección. —¡Corred o nos matará a todos el vikingo! — Aquel cuento no era cierto, por lo menos no del todo. El uso del gas no le era fácil y muchas veces sentía cierta liberación cuando lo expulsaba sin freno.


Gas Mostaza: Produce quemaduras leves al contacto. Es de un color amarillento. No funciona en ambientes húmedos.
Veien til Elbaf (Camino a Elbaf)
U29001
ÚNICA
Pasiva
Tier 0
Veien til Elbaf es un estilo de combate que se lleva realizando décadas en la familia Grosdttir, aunque no todos son capaces de ejercer todo el poder en los golpes, cómo algunos elegidos, por ejemplo Ragnheidr (debido a su genética Bucanner). Vein til Elbaf se basa en ejercer todo el poder físico posible en cada movimiento que uno realice, tanto ofensivo (generalmente) como defensivo. Antes de realizar un golpe, toman aire y entonces se ejecuta un movimiento bestial, con todo el poder posible. El cuerpo de Ragnheidr irá aumentando en tamaño conforme realice las respiraciones, llegando a un punto donde hay músculos que sobresaldrán en exceso o que se sobrepondrán a otros. Estas tomas de aire se llaman "Beirham" y se les da uso cuando el usuario quiere utilizar una técnica basada en este estilo de combate, aunque también de forma pasiva con aumentos momentáneos. El usuario aumenta pasivamente 3/6/9 los atributos fuerza/resistencia.

— Uso de los Beirham
▸1 turno de carga
▸Aumenta el daño de un golpe en 30 Puntos de vida. Aumenta un bloqueo en 20 puntos de vida.
▸Aumenta el daño de un golpe en 60 Puntos de vida. Aumenta un bloqueo en 40 puntos de vida.
▸Aumenta el daño de un golpe en 90 Puntos de vida. Aumenta un bloqueo en 60 puntos de vida. Al estar en tres cargas aplica el efecto [Miedo].
▸Mantener el tercer bono tendrá un coste de 10 de energía por turno.
#16
Airgid Vanaidiam
Metalhead
La verdad es que Airgid no lo había pensado del todo bien. Podría haber intentado ser más discreta, acercarse a Padre por la espalda, subir a una azotea y dispararle directamente desde ahí... podría haber hecho muchísimas cosas, pero optó por la opción más kamikaze que existía, llamar la atención por encima de todo el mundo y apuntarle con una pistola desde el público. Las sutilezas no iban muy bien con Airgid, solía ser una muchacha directa, sincera, sin gilipolleces. Tanto para lo bueno como para lo malo.

Los civiles formaron un corrillo alrededor de ella, se escucharon algunos gritos de sorpresa y de horror a la vez y la tensión era tan densa que podría masticarse. Airgid solo necesitaba un leve movimiento, una mínima excusa para apretar el gatillo y cargarse a ese hijo de puta. Observó el cuerpo del vikingo, expuesto, atado con cadenas, golpeado y sangrante. ¿Qué clase de persona hacía algo así? ¿Solo porque no quería formar parte de la estúpida comunidad que había formado? Estaba claro que Padre no sabía manejar muy bien el rechazo. A pesar de estar apuntando directamente a su cabeza con el cañón del arma, el hombre al otro lado no se mostraba para nada asustado ni intimidado. Sonreía, de hecho. Qué estúpida sonrisa, a Airgid le ponía de los nervios. Se puso en pie con rapidez, elevando los brazos de forma que la Biblia cayó al suelo, sobre los tablones. Pidió calma, pidió que nadie la hiriera ni intentase hacerle nada. Le preguntó qué cojones estaba haciendo. Era literamente ella contra el mundo... ni si quiera ella sabía responder a esa pregunta, pero lo haría igualmente. — ¡Acabar con esta gilipollez! — Gritó, apuntando con seguridad, sin que el pulse le temblase ni lo más mínimo.

El vikingo susurró y Padre reaccionó en consecuencia, decía que había sido capaz de "despertar al monstruo". Airgid no estaba segura de a qué se refería con eso, ¿es que había estado callado estos dos días? Tampoco le extrañaba, si solo Padre era capaz de entenderle... quizás era mejor estar callado. Entonces notó un frío metal chocar contra la piel de su nuca. Se le pusieron los pelos de punta, la joven reconoció enseguida de qué se trataba eso; alguien la estaba apuntando con un arma de fuego directamente contra su cabeza. Tomó aire, ladeó ligeramente el cuello. Estaba claro que en algún momento aquello pasaría. Padre la apuntó con el dedo y en ese mismo instante veinte personas se giraron hacia ella, amenazantes, intimidantes. Airgid frunció el ceño con rabia. No, no podía morir ahí. Algo se le ocurriría, alguna forma encontraría de poder salir airosa de aquella situación. Lo que no se esperó fue el grito de Ragnheidr que opacó cualquier otro ruido que pudiera haber a su alrededor. No es solo que gritara con aquella enorme potencia, ese poderoso torrente de voz, es que había gritado una palabra en el idioma común. Airgid le miró sorprendida, su mano tembló un poco, así que llevó la diestra también al arma, pasando a sujetarla con las dos para afianzar mejor el agarre de la misma. Le era imposible quitar los ojos de encima a la escena que protagonizaron los dos, tanto Ragnheidr como Padre, gritando y poniéndose a su misma altura. Parecía completamente desatado, desesperado. ¿Nadie más se daba cuenta de ello? ¿De que había que hacer algo? Esa persona no estaba dentro de sus cabales, no podía ser líder nadie. Llamó a Ming, que hasta entonces se había quedado sentado a su lado. Aquella sibilina serpiente se puso en pie tras recibir las órdenes de su amo y se acercó a él, aceptando la misión que le acababa de encomendar: asesinar a Ragnheidr.

¡NO! — Gritó ella, desesperada también. Pero el grito de Padre se antepuso al suyo. Anunció que su amigo moriría en aquel mismo momento, y a manos de lo que él mismo denominó como un "tiparraco". Aunque lo más interesante es que le reveló a la chica que ese mismo Ming parecía haberse aliado anteriormente con Ragnhedir... Airgid no conocía esa historia, de hecho, sino fuera porque era el mismo Padre el que lo decía, lo habría dudado terriblemente. Un pensamiento bastante erróneo en realidad, pues solo había conocido a Ming de unas horas, no sabía cómo era, no de forma profunda. Quizás no era tan sibilino como parecía... A pesar de que Padre le había insultado y humillado públicamente, el moreno obedeció, colocándose en la espalda de Ragnheidr y apuntándole con la pistola a la cabeza. Airgid estaba luchando contra cada uno de sus impulsos, de sus instintos, todo le decía que disparara a ese cabrón y que lo matara rápidamente. Pero sabía que si hacía eso sería lo último que haría en su vida. El frío tacto de la escopeta en su nuca se lo recordaba.

Pero tenía que hacer algo, ganar tiempo, quizás. Hacerle hablar, puede que si hablara de más, si dejara en evidencia de forma pública lo loco que estaba, alguien más que ellos dos se rebelase. Las posibilidades eran casi nulas, pero tenía que intentarlo, tenía que hacer algo rápido o acabarían los dos muertos. — ¡Puede que nos mate aquí hoy, Padre! ¿¡Pero qué pasará cuando arguien má se rebele otro día!? ¿¡Piensas matarlo también!? ¿¡A TODOS!? — Solo buscaba conversar, decir algo, cualquier cosa. Pero Padre ordenó que la rodearan. Aunque... eso no terminó de ocurrir. Muchos de los presentes decidieron que aquella no era su guerra, que no les merecía la pena arriesgarse por aquel hombre y simplemente se dieron la media vuelta y se fueron. Aquello le desequilibró del todo.

Estaba tan centrada en lo que ocurría a su alrededor que no se fijó en Ragnheidr hasta que escuchó cómo las esposas explotaron. Entonces le vio. Se había vuelto una aún más gran mole de músculos, no solo había crecido de altura sino también de anchura. Le habían salido músculos donde ni si quiera sabía que existían. ¿Qué clase de poder era ese? Resultaba aterrador, aunque increíble a la vez. Habló con dificultad, elevó un puño en el aire, y Padre se quedó prácticamente paralizado ante tal visión. Un gas de color amarillo comenzó a dispersarse a la vez que Ragnheidr volvía a gritar una vez más. El puñetazo al impactar liberó una oleada enorme de ese mismo gas, en principio directamente sobre Padre, pero luego comenzó a expandirse más y más. Se mezcló con el aire, con el polvo.

El caos y el miedo inundó la Granja. Lo único que Airgid fue capaz de observar con claridad fue el cuerpo de Padre quemándose frente a sus ojos. La escopeta en su nuca desapareció, todo el mundo comenzó a correr de aquí para allá, desesperados, buscando una salvación. Airgid deseaba encontrarse con Ragnheidr, decirle algo, mirarle aquellas heridas que tenía en el cuerpo... pero tenía que pensar primero en su propia segurar.

Salió corriendo con el arma aún en la mano, por si acaso alguien intentase atacarla o cualquier cosa, quién sabe. Era difícil ver nada en todo aquel caos, igual que era complicado saber hacia dónde debía salir corriendo. Sobre todo porque tenía que ir intentando esquivar las nubes de gas amarillo para no quemarse la piel, como veía que a algunos les había ocurrido. Puede que todo fuera un absoluto descontrol, pero al menos... Padre había muerto, Ragnheidr había escapado y ella también. No había salido como había planeado, había sido incluso mejor. Airgid no pudo evitar sonreír mientras corría a toda prisa. Antes de alejarse demasiado, se acercó al edificio donde la habían encerrado. — ¡¡¡FRAAAANK, SAL CAGANDO LECHEEEEES, PADRE HA MUERTOOOO!!! — Exclamó todo lo alto que sus pulmones le permitieron, fue como un grito de victoria. Habían ganado.
#17
Ragnheidr Grosdttir
The Storm
El polvo flotaba denso en el aire, como una neblina espesa que oscurecía cada rincón del lugar. Ragnheidr apenas podía distinguir sus propios pasos mientras tropezaba entre los escombros. El silbido de su respiración pesada resonaba en su cabeza, y el sabor metálico de la sangre en su boca lo hacía sentirse más vivo, más despierto, pero al mismo tiempo... más perdido. Sus brazos, cubiertos de heridas profundas, goteaban sangre que se mezclaba con el polvo que cubría todo, formando una costra que ardía al contacto con el aire. Cada vez que intentaba recordar cómo había llegado allí, su mente se nublaba. Los pensamientos eran fragmentos, rotos e incoherentes, imágenes fugaces que se entrelazaban con el dolor. Podía ver a su maestro, una figura imponente, un gigante que lo había criado en los verdes campos de Elbaf. El gigante, cuyas manos eran lo suficientemente grandes como para levantar montañas, siempre le hablaba de la importancia de la fuerza interior, de encontrar el camino cuando todo parecía perdido. Pero ahora, en ese lugar repleto de basura y personas escapando por sus vidas, todo lo que había aprendido se desmoronaba. Su maestro parecía una sombra lejana, un eco en su memoria que apenas podía alcanzar. Elbaf, con sus vastos cielos y montañas majestuosas, era poco más que un sueño distante, una fantasía que se desvanecía mientras Ragnheidr trataba de mantenerse de pie. Dawn, la zona del basurero se estaba volviendo una locura.

Sus pies resbalaban en el terreno irregular, y en ocasiones sentía que el mundo entero se derrumbaba bajo él. El cuerpo de Josis yacía completamente desecho ... El suelo vibraba, como si estuviera vivo, pero era pura paranoya,. Cada paso era una lucha por mantener el equilibrio. A su alrededor, los escombros y las ruinas de lo que fuera ese lugar, se amontonaban en colinas deformes, como si hubiera sido arrasado por una tormenta de proporciones épicas. Pero no podía recordar qué había provocado tal destrucción. ¿Había sido él? ¿Había algo o alguien más allí? El uso de los Beirham era algo muy peligroso, si se utilizaban en momentos en los que Rag estaba falto de energía, desataban un descontrol brutal en el Bucanner. Rag se detuvo por un momento, sus piernas temblaban y su visión estaba borrosa. El calor de la sangre corriendo por sus brazos lo mantenía alerta, pero sabía que no podía durar mucho más. ¿Dónde estaba Airgid? Rápidamente levantó el rostro, buscándola con ahínco. ¿Dónde demonios estaba? comenzó a caminar desesperado, sin ver nada a su alrededor debido al polvo. Sin querer pisó varios cadeveres, personas muertas, d eno hace mucho, aún frescas ... Apartó la diestra de uno al que pisó el rostro. — ¿Es mi culpa? ¿esto es por mi? En qué momento ... — Miró al cielo, pero apenas se veía nada. — Nosha ... — Susurró el nombre de su diosa, a la que más unido se que encontraba. Pero como casi siempre, no hubo respuesta. Cerró los ojos para intentar calmarse. El polvo no era una simple niebla, y su mente estaba tan rota como su cuerpo. Al abrir los ojos, algo nuevo apareció en su campo de visión: una luz, débil pero constante, más allá de las colinas de basura. Un destello de esperanza en medio del caos. No sabía lo que había allí, pero en ese momento, lo único que importaba era avanzar.

Rag sintió energías extra, unas enviadas de ... Dios sabe. Quiso pensar que era cosa de sus diosas, quiso no darle más vueltas. Con una fuerza fuera de lo normal, aquellas gigantescas piernas repletas de músculos empezaron a moverse. Pasaron por encima de cuerpos, de baches, de basura amontonada, daba igual, tenía que salir de allí. ¿Dejar a la rubia en la isla? Desde luego sería un problema, pero debía pensar en el mismo, en lograr escapar, era lo más importante en ese momento. Tropezó, cayó sobre una rodilla, pero se levantó, su mente luchando por mantenerse enfocada en esa luz, en la posibilidad de escapar. Cada paso era un esfuerzo monumental, y los recuerdos de Elbaf se arremolinaban en su cabeza. Su maestro, con su risa profunda, su voz grave resonando como un trueno, solía hablarle de un lugar lleno de paz, un refugio más allá de las tormentas. ÉL era la tormenta, debía guiarse por la misma. Quizá esta luz fuera su salida, quizá fuera una ilusión. Pero mientras avanzaba, el polvo a su alrededor comenzaba a moverse también, como si algo invisible lo estuviera siguiendo, acechando. Las ruinas parecían moverse, cerrándose detrás de él, como si no quisieran dejarlo ir. Ragnheidr sabía que no podía detenerse. Avanzó a trompicones, su cuerpo al límite, con el polvo arremolinándose a su alrededor. Sus brazos seguían sangrando, pero ya casi no sentía el dolor. El brillo distante de la luz le daba un mínimo de orientación en ese mundo caótico. Entonces, entre las ruinas y la bruma del polvo, una figura emergió de la penumbra. Era Ming.

Ambos se detuvieron de inmediato, observándose desde la distancia. Ming, con su postura siempre desafiante, tenía cortes en la cara y el cuerpo, su ropa hecha jirones, pero la determinación en sus ojos seguía siendo feroz. Aquella rata ... Había intentado matarlo unas cuantas veces. Ragnheidr recordó el enfrentamiento de ese mismo día: Ming había sido un enemigo, un obstáculo en su camino, y ambos habían cruzado puñetazos con una furia digna de dos tipos que se odiaban. Más Ming sobre el rostro de Rag, todo hay que decirlo. Había habido odio, rabia… y algo más. Una conexión, como si, de alguna manera, ambos supieran que ese enfrentamiento no era solo por ellos, sino por algo mucho más grande. Sin embargo, en ese momento, en medio del caos, la rivalidad parecía insignificante. Se miraron, y durante lo que pareció una eternidad, no dijeron nada. El polvo se arremolinaba entre ellos, pero ninguno de los dos parecía dispuesto a dar el primer paso. Los dos entendieron que el verdadero enemigo no era el otro, sino Josis, que los había dejado atrapados en esa isla. El al igual que el Bucanner era una victima más de Padre.

Ming asintió levemente, un saludo simple, casi imperceptible. Rag hizo lo mismo, devolviéndole el gesto con una inclinación de cabeza, sabiendo que en ese instante, no eran ni enemigos ni aliados, sino dos seres que compartían un mismo objetivo: escapar. Sin palabras, ambos tomaron caminos distintos. El vikingo siguió avanzando hacia la luz que lo había estado guiando, mientras Ming desaparecía en la distancia, siguiendo su propia senda, usando su peculiar fruta del diablo. No sabría si volvería a verlo ni si, de algún modo, sus destinos volverían a cruzarse, pero en ese momento, eso no importaba. El camino hacia la costa fue interminable. Sus piernas temblaban bajo el peso de su cuerpo herido, y la vista seguía nublada por la fatiga. Finalmente, el paisaje comenzó a cambiar. El polvo cedió, revelando el sonido de las olas rompiendo suavemente en la orilla. El mar se extendía frente a él, un vasto horizonte que prometía libertad. Con el último esfuerzo que le quedaba, Ragnheidr llegó a la playa. Sus pies se hundieron en la arena húmeda, y cayó a tierra. El cansancio lo venció, y se dejó caer, boca abajo, sintiendo el frío grano de arena contra su piel. El tiempo pareció detenerse mientras yacía allí, con el sonido del océano calmando su mente. La brisa del mar despejó parte del polvo de su rostro, y por un momento, Rag cerró los ojos.No supo cuánto tiempo pasó antes de escuchar el leve crujido de la madera. Al principio pensó que era solo un sueño, una alucinación causada por la extenuación. Pero el sonido se fue haciendo más claro. Abrió los ojos lentamente y vio, a lo lejos, un barco pesquero acercándose. La embarcación parecía vieja, humilde, pero era un faro de salvación en medio de aquel infierno. Las velas desgastadas ondeaban con el viento suave, y pequeñas figuras se movían en la cubierta. Ragnheidr, con apenas fuerzas, levantó una mano, esperando que lo vieran. El barco viró lentamente hacia la costa, y él sintió una oleada de alivio. Era el barco que lo sacaría de la isla Dawn, de ese lugar que había sido su prisión.

Frank estaba sentado en un rincón, con los hombros caídos, sumido en la tristeza. Sus ojos están fijos en el suelo, sucio y descuidado, mientras la luz parpadeante del exterior apenas ilumina el espacio. Frank levantó lentamente la cabeza, sus ojos enrojecidos por el agotamiento y el dolor. La noticia parece hundirse en su mente como si no pudiera creerlo al principio. Luego, una mezcla de emociones comienza a agitarse en su rostro... confusión, alivio, e incluso tristeza. Un nudo se forma en su garganta. — Maldita cría ... — Comenzó a llorar de forma desconsolada, pero con una sonrisa en el rostro. La emoción de Frank lo levantó de golpe. Golpeó la reja y abandonó el recinto a toda prisa. Ahora solo tenía en mente que su familia estuviera bien. Al salir al exterior no logró ver a Airgid, de hecho, no veía nada, estaba todo borroso. Sin embargo eso no le impidió avanzar entre la nada en buscqueda de lo suyo. De su familia.
#18


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