Hay rumores sobre…
... una isla que aparece y desaparece en el horizonte, muchos la han intentado buscar atraídos por rumores y mitos sobre riquezas ocultas en ella, pero nunca nadie ha estado en ella, o ha vuelto para contarlo...
Tema cerrado 
[Común] [Común] ¿Nadando con un gyojin tiburón. ¿Qué puede salir mal?
Takahiro
La saeta verde
Verano, día 29 del año 724.

Takahiro no tenía mucha hambre a la hora del desayuno. Seguía preguntándose si alguien de la cantina estaba saboteándole el café que, en lugar de tener notas tostadas y achocolatadas, le sabía a sal con ponzoña. Era verdaderamente asqueroso. Además, hacía calor…, demasiado calor. A él le encantaban los días calurosos, pero aquel era distinto. No era un calor seco, sino que era muy húmedo, tanto que la ropa se le pegaba a la piel, haciendo que estuviera incómodo. Cualquier movimiento hacía que pareciera que estaba sudando y eso lo detestaba.

—Hay una humedad del setenta y ocho por ciento —escuchó decir a uno de los marines durante el desayuno.

«Qué barbaridad», pensó para sus adentros el peliverde, dándole un último sorbo al café como buen masoquista. Pero su abuelo le dijo que nunca dejara nada en el plato, y así lo hacía, aunque le resultara muy difícil hacerlo.

Los demás se habían marchado ya a realizar sus quehaceres, aunque no descartaba encontrarse a Atlas por el cuartel intentando escaquearse de alguna labor complicada y aburrida. Sin embargo, al salir de la cantina se topó con el nuevo miembro del grupo, Octojin. Lo cierto era que, pese a que ya había estado con él en un par de ocasiones, seguía impresionándose cada vez que lo veía. Era una bestia parda.

—¡Octojin! —alzó la voz el peliverde, aminorando el paso para acercarse a él—. ¿Qué tal la mañana? —le preguntó, mientras su vista se iba hacia un marine que estaba diciendo algo por lo bajini del gyojin—. ¡Oye, tú, cara de gorrino! —le dijo al marine, acercándose a él—. ¿Tienes algo que decirle a mi amigo?

El muchacho tragó saliva y no dijo nada. Era un individuo de apenas metro setenta, bastante delgado y con cara de que le faltaron un par de meses de gestación en el vientre de su madre. Desde la llegada de Octojin hacía dos días, se había dado cuenta de lo racistas que eran alguno de los miembros que formaban parte de la marina. Le daba asco la gente así.

—¿Me oyes? —inquirió el peliverde, chasqueando los dedos casi en su cara—. Anda, vete de aquí —volvió a girarse para el gyojin y suspiró, negando con la cabeza—. Esto esta lleno de subnormales. No entiendo como aguantas el tipo. Dime, ¿te apetece hacer algo?
#1
Octojin
El terror blanco
En la base marina del G-31, el calor era implacable en un sofocante clima que a pocos marines agradaría. Octojin sentía cómo el sudor se adhería a su gruesa piel de tiburón, haciéndole incómodamente consciente de cada movimiento bajo el sol abrasador. Intentaba enfocarse en algo que no fuera el inclemente clima, así que se dedicaba a manipular pequeñas cantidades de agua de su propio sudor, practicando técnicas de Gyojin Karate para distraerse y afinar su control sobre el líquido.
 
El escualo empezó por utilizar el sudor que recubría su cuerpo como parte de su entrenamiento. Se posicionó en un claro donde los rayos del sol golpeaban con fuerza, incrementando aún más la temperatura.
 
Comenzó su sesión de entrenamiento con movimientos básicos, elongando y calentando cada músculo de su impresionante físico. A medida que el entrenamiento se intensificaba, su piel comenzaba a brillar no solo por el agua del ambiente marino, sino por el sudor que brotaba profusamente de su cuerpo. Cada gota de sudor era una herramienta, una extensión de su ser que manipulaba con precisión marcial.
 
Con una concentración casi meditativa, Octojin canalizó el sudor hacia sus palmas, formando pequeñas esferas de agua. Lanzaba puñetazos y patadas al aire, cada movimiento acompañado por una liberación controlada de estas esferas que se estrellaban contra los troncos de los árboles cercanos, dejando marcas húmedas en la corteza dura. El sonido del impacto se mezclaba con el chirrido de las cigarras, creando una sinfonía de esfuerzo y naturaleza.
 
Avanzó a técnicas más complejas, creando golpes consecutivos que vibraban en el aire, cada uno controlando el flujo del sudor con una precisión que solo un maestro de Gyojin Karate podría exhibir. El sudor, lejos de ser un simple subproducto del calor, se convertía bajo su mando en un arma, una demostración de que incluso en condiciones extremas, un guerrero podía encontrar medios para mejorar y adaptarse.
 
A medida que el sol comenzaba a declinar, y con él la intensidad del calor, Octojin finalizó su sesión de entrenamiento. Estaba exhausto pero satisfecho, cada músculo vibrando con el eco de su esfuerzo era una sensación que le encantaba al escualo. Respiró profundamente, mientras el aire caliente llenó sus pulmones sintió un renovado respeto por su propia resiliencia y la versatilidad de su arte marcial. Sabía que cada gota de sudor no era solo un testimonio de la temperatura, sino de su determinación para superar cualquier adversidad, física o social, que enfrentara.
 
A pesar de la concentración en su entrenamiento, no podía evitar captar los susurros y miradas de desdén de algunos marines al pasar. Comentarios apenas audibles, cargados de tonos racistas, que lo golpeaban más fuerte que el calor. El tiburón había luchado por mantenerse al margen, concentrándose en su entrenamiento y tratando de no dejar que el veneno de la ignorancia le afectara demasiado.
 
Justo cuando los susurros empezaban a ser demasiado palpables, Takahiro apareció, saludándolo con entusiasmo. Octojin no pudo evitar sentir un leve alivio al ver un rostro amistoso allí, además, sería una más que posible distracción a los comentarios que estaba recibiendo. El humano le preguntó que qué tal se estaba dando la mañana con una voz llena de un vigor que contrastaba el pesado ambiente.
 
Antes de que Octojin pudiera responder, Takahiro se había dirigido a un marine que había murmurado algo despectivo sobre el gyojin. La confrontación fue rápida; Takahiro no toleraba tales comportamientos y lo dejó claro al joven marine, quien, intimidado, no encontró palabras para responder. Tras ello le mandó irse de allí con un chasquido. El gesto de frustración del que ahora era su compañero, era más que evidente al hablar sobre el racismo en la base. Aquello fue algo que tocó a Octojin profundamente, que se mostró sumamente agradecido por sus palabras y la intervención de su compañero y por la oportunidad de alejarse un poco del ambiente opresivo.
 
El escualo asintió ante la propuesta del humano, su pesadez inicial se disipó por completo por la promesa de compañía amigable. Aunque el calor seguía siendo un desafío, la presencia de Takahiro le daba un nuevo vigor.
 
—Gracias, Taka. La verdad es que un poco de entrenamiento en algún lugar más fresco no estaría mal, ¿sabes de algún lugar así? —respondió Octojin, apreciando genuinamente la solidaridad de Takahiro ante la adversidad. Sabía que enfrentar el racismo no sería fácil, pero tener aliados como Takahiro hacía que la lucha pareciera un poco menos solitaria.
#2
Takahiro
La saeta verde
—Hoy por ti y mañana por mí —le respondió el peliverde, observando como el recluta se marchaba de allí sin tan siquiera mirar atrás—. ¿Te apetece nadar? —le preguntó—. Siempre he querido hacer una carrera con un gyojin.

Los ojos del espadachín brillaban como los de un niño pequeño al que acababan de darle una buena noticia. Durante su adolescencia en Nanohana siempre hacía carreras de natación con otros jóvenes de la ciudad, sin embargo, ninguno era capaz de igualarlo y siempre solía ganar con bastante margen de distancia. Si bien le gustaba, con el paso del tiempo se convirtió en algo muy aburrido. Y conocía el sitio perfecto para hacerlo sin tener que salir de los terrenos del cuartel.

—Venga —le insistió, antes de que su amigo pudiera responder—. !Di que sí! —elevó la voz, bastante ilusionado.

Al norte había una pequeña cala oculta, que según el comandante Buchanan tan solo unos pocos conocían. Era el lugar perfecto para entrenar o alejarse del mundo para entrar en sintonía con uno mismo. La cala era pequeña y no muy accesible desde el exterior, ya que una roca gigante se encontraba tapando la entrada. Sin embargo, la distancia entre la orilla y la roca era suficiente como para echar una carrera con Octojin.

—El lugar te va a encantar.

Fue una caminata bastante larga, pero se hizo amena con el gyojin. Durante el trayecto trató de intimar con el gyojin, tratando de saber si había alguien en concreto que hiciera comentarios hirientes más a menudo. A fin de cuentas, ellos eran miembros del mismo escuadrón y, con el paso del tiempo, seguramente buenos amigos. El peliverde odiaba con todas sus fuerzas a la gente, si es que podía considerarse de esa manera, que abusaba de otros por su raza o el color de su piel. ¿Qué más daría que fueras un pez, un bracilargo o de color amarillo? Lo verdaderamente importante residía en el interior de uno mismo. El honor, los ideales… Algo que parecía que se estaba perdiendo con el paso del tiempo.

Finalmente, llegó a la entrada de la cala. Un lugar virgen que no había sido adulterado por la mano del hombre, repleto de rocas, algas y algunos animales salvajes que iban allí mismo a buscar un lugar tranquilo.

El sol empezaba a estar en su punto más álgido, incidiendo sobre su cabeza con mucha fuerza. Aquel verano estaba siendo bastante caluroso y húmedo, alternando días de un calor abrasador con otros en los que no podías salir a la calle si no querías terminar empapado de agua y sudor.

Takahiro se quitó la parte superior de su ropa, dejando ver su torso marcado y musculado por los contínuos entrenamientos. Sus brazos estaban completamente tatuados con tribales de color rojizo, que culminaban en su espalda alta con el símbolo wanense del bien dentro del mal y el mal dentro del bien; en equilibrio.

—Cuando quieras empezamos —le dijo, bastante contento, acercándose a la orilla y metiendo los pies en el agua.  Aquella era una sensación agradable, aunque no tanto cuando tenia que meterse de cintura para abajo. Lo mejor era lanzarse de golpe y que el frío del agua colisionara contra su cuerpo de una única vez.  Se agachó y mojó las manos en el agua, restregándoselas después por los hombros, que empezaban a estar bastante calientes. Tras eso, se echo hacia atrás un par de pasos, cogió impulso y se metió en el agua de cabeza—. ¡Buah! ¡Está buenísima!
#3
Octojin
El terror blanco
Octojin sonrió al escuchar la propuesta de Takahiro. Una carrera de natación con un humano siempre era interesante, aunque la idea lo hacía recordar todas las veces que el mar le había dado alegrías.

El mar, para Octojin, era más que un simple hogar; era su esencia, su libertad. Cada vez que sentía el agua abrazar su cuerpo, era como si volviera a sus raíces más profundas. Recordaba las veces que se había sumergido en las vastas profundidades, donde el silencio era tan absoluto que le permitía escucharse a sí mismo, sin los ruidos de la superficie ni las miradas juzgadoras de los humanos. Allí, rodeado de oscuridad y luz a la vez, encontraba la paz que tanto le costaba hallar en tierra firme.
El mar le había dado todo lo que necesitaba para sobrevivir y prosperar. Sus corrientes eran su guía, el agua era su energía, y su inmensidad, un recordatorio de la libertad infinita que poseía. Cada brazada que daba bajo el agua lo conectaba más con su esencia, con su inmensa fuerza, con una velocidad que era incomparable, y allí, en su reino, ningún obstáculo era demasiado grande. El océano lo había hecho fuerte, le había enseñado a luchar, a ser paciente, a sobrevivir.

Pero, sobre todo, el mar le recordaba que no estaba solo. Cada criatura marina que cruzaba su camino era un compañero de viaje, un igual. En la tierra, las miradas de los humanos podían ser frías y llenas de prejuicio, pero el océano nunca le juzgaba. En sus profundidades, era libre de ser quien realmente era: un ser poderoso, inquebrantable, un gyojin tiburón con una historia tan vasta como el propio mar.

—¡Está bien, una carrera! —respondió con entusiasmo, siguiendo a Takahiro.

Un buen chapuzón le sentaría de maravilla después de todo lo que había pasado desde que llegó al cuartel. Seguro que podía relajarse y tener una competencia sana con el humano. Si bien lo cierto era que se veía muy seguro de si mismo a Takahiro, el tiburón sabía que no tenía nada que hacer. Bajo la inmensidad del mar, no tenía rival.

Mientras caminaban hacia la cala oculta que mencionaba su compañero, Octojin no podía evitar reflexionar sobre los comentarios racistas y las miradas despectivas que recibía. Pero en lugar de dejar que le afectaran, decidió que lo mejor era ignorarlos. Después de todo, su objetivo no era complacer a esos estúpidos humanos que no entendían lo que significaba ser diferente. Él estaba centrado en hacer bien las cosas, en superarse, y en demostrar que su valor no dependía de su apariencia.
Finalmente, llegaron a la cala. El lugar era precioso, un rincón virgen de la naturaleza, alejado del bullicio y el juicio de los demás. Las rocas y las algas decoraban el agua cristalina, y el sonido suave del oleaje le recordó a las profundidades marinas que tanto amaba. Octojin se detuvo un momento a disfrutar de la vista antes de prepararse para la carrera.

Observó cómo Takahiro se quitaba la ropa superior y se metía en el agua. El sol comenzaba a calentar más, lo cual hacía que el agua fresca llamara a gritos a su cuerpo. El gyojin, con una sonrisa divertida, decidió darle a Takahiro una pequeña ventaja.

—Te daré cinco segundos de ventaja, así será más interesante —dijo, inclinándose hacia adelante y apoyando las manos en las rodillas para calentar, observando cómo Takahiro se lanzaba al agua de cabeza.

Contó los cinco segundos en voz alta y, en cuanto terminó, el tiburón se lanzó al agua con un potente salto. El frío lo envolvió, pero la sensación era revitalizante. Su aleta dorsal cortaba el agua mientras cogía velocidad, deslizándose con fluidez. En un breve parpadeo de tiempo, había recuperado la distancia que Takahiro había ganado. Sonriendo con picardía, extendió su mano y agarró el tobillo de Takahiro, tirándolo hacia abajo y sumergiéndolo brevemente unos metros para después soltarlo y subir a la superficie con él.

—¡El agua es lo mío! —bromeó con una carcajada mientras continuaba nadando a toda velocidad, dejando que la charca le recordara lo poderoso que se sentía allí.

Mientras nadaba junto a Takahiro, esas memorias de sus días pasados y las historias felices en el fondo del mar resurgían con fuerza, haciendo que se sintiera más vivo que nunca. El mar era su refugio, su santuario. Era el único lugar donde podía ser él mismo sin restricciones. Allí, las preocupaciones desaparecían, las heridas sanaban, y el eco de las olas le recordaba que, pase lo que pase, siempre sería parte del mar y el mar parte de él.
#4
Takahiro
La saeta verde
Takahiro no pudo evitar mostrar una sonrisa vacilona ante la sugerencia del hombre tiburón de darle unos segundos más en su pequeña competición personal. Como respuesta, a sabiendas de que iba a estar en desventaja, alzó su mano y elevó el pulgar hacia el cielo

—Cuándo te gane no pongas de excusa que me has concedido cinco segundos, ¿eh? —le advirtió con tono jocoso, mientras estiraba la musculatura de su torso, haciendo movimientos de torsión y rotación—. Quien toque la roca gana.

Tras esas palabras, respiró profundamente, calmando sus pulsaciones y llenando sus pulmones de oxígeno hasta que estuvieran completamente llenos. Cuando lo hizo, se lanzó de cabeza hacia el agua, comenzando a dar una brazada tras otras, mientras daba fuertes patadas en el agua. Hacía muchas semanas que no nadaba, pero se sentía cómodo y ligero dentro de aquel elemento. El agua acariciaba cada parte de su cuerpo con cada brazada, en la que soltaba un poco de aire mediante la técnica de la exhalación activa cuando estaba bajo el agua y, en cuanto la levantaba, tomaba un poco de aire. Era una técnica muy efectiva, que cualquier nadador que se precie debía conocer.

Durante un breve instante, el peliverde pensó que iba a ganar la carrera, cuando en un abrir y cerrar de ojos, notó como algo inmenso se acercaba hacia él. Era su compañero, que había reducido la distancia que los separaba en menos de un segundo. Y entonces, algo tiró de pierna hacia el fondo del mar, hundiéndolo y haciendo que perdiera el ritmo. Se trataba de Octojin, que se mofaba de la lentitud de Taka bajo el agua.

«Hijo de la gran…», maldijo para sus adentros, mientras continuaba bajo el agua y trataba de alcanzar al gyojin sin éxito alguno.

Agitó sus piernas un poco más y ascendió a la superficie del mar, tomando algo de oxígeno antes de dirigirse hacia el pez, señalándole con el dedo índice de su mano derecha.

—No me llegas a tirar del pie y gano, sardinilla —le dijo el marine, echándose hacia atrás y chapoteando con las piernas para mojar al hombre-tiburón, a sabiendas de que era imposible que le ganara en esa vida—. Pero mejor dejamos la revancha para otro día —le dijo—. Quizá un día que estés indispuesto. Te recomiendo el puré de la cantina, un plato exquisito si tienes mal el tránsito —bromeó.

Continuó nadando y conversando con el pez durante un poco más de tiempo. Ambos coincidían en que aquel lugar era espectacular, un pequeño paraíso en aquella bulliciosa isla. Desde allí se podía ver la Red Line, como una sombra rojiza en el horizonte, como si fuera uno de los espejismos del desierto de la isla Sandy.

—¿Y cómo es tu isla natal? —le preguntó al gyojin, mientras se tumbaba bocarriba para flotar sobre el mar—. ¿Es verdad que está sumergida bajo el agua?

Tenía muchas preguntas al respecto. Si bien no era el primer habitante del mar con el que había conversado, jamás había tenido la oportunidad de profundizar con uno de esa manera. ¿Serían las sirenas tan bellas como dicen? ¿Sería verdad que guarda tesoros de incalculable valor? Y lo más importante, ¿cómo diantres se accedían a ella? Muchas preguntas, pero tampoco quería avasallar con ellas a su compañero.

Transcurridos unos minutos, Takahiro comenzaba a estar algo cansado de zarandear las piernas, así que fue dejándose llevar por la corriente hasta llegar la orilla. Una vez allí, se tumbó sobre la arena.

—Se está demasiado a gusto aquí —comentó en voz alta, estirándose sobre la fina arena de la cala, para luego volver a poner sus manos entrelazadas tras su cabeza.
#5
Octojin
El terror blanco
Octojin nadaba a toda velocidad, provocando que el agua diese pequeños saltos hacia la superifice con sus movimientos, sintiendo cómo el agua se deslizaba por sus escamas. La frescura del agua era un alivio tras el intenso calor que había sentido durante todo el día. Mientras avanzaba, su cuerpo se movía con una agilidad que sólo el mar podía ofrecerle. Cada brazada conseguía impulsarle hacia adelante con fuerza, y su aleta dorsal cortaba la superficie como una cuchilla afilada, haciendo que ganase esa velocidad extra que necesitaba.

Una vez alcanzó a Takahiro y lo sumergió unos segundos tirando de su pie, sintió un destello de satisfacción, pero también un ligero toque de duda. ¿Se habría sentido Takahiro humillado? Sabía que no había sido un golpe bajo, simplemente un gesto amistoso, una simple broma, pero aún así no pudo evitar sentirse algo culpable.

Emergió del agua, respirando hondo mientras observaba a Takahiro con una sonrisa. Su compañero humano estaba chapoteando cerca, claramente un buen perdedor, pero Octojin se sentía obligado a disculparse de alguna manera.

—Lo siento por lo de antes —dijo, con una voz grave—. No debí tirarte del pie. La próxima vez, seré más deportivo. Prometido.

Takahiro no parecía realmente molesto. Incluso le había devuelto una broma sobre lo que habría ocurrido si no lo hubiera sumergido. Sin embargo, Octojin quería asegurarse de que la competencia fuera justa en el futuro.

Humano y gyojin se dejaron flotar en el agua durante un rato, permitiendo que el cansancio de la carrera se fuera yendo lentamente. Las palabras de Takahiro resonaron en su cabeza cuando le preguntó sobre su tierra natal, la Isla Gyojin. Aquella era una pregunta que no escuchaba a menudo, y que le hacía recordar viejos tiempos. Los humanos, por lo general, se limitaban a interactuar con él en la superficie, rara vez interesándose en la vida bajo el mar.

—Sí, está sumergida bajo el agua —comenzó Octojin, fundiendo sus ojos en el horizonte mientras se dejaba llevar por los recuerdos—. La Isla Gyojin está en el fondo del mar, justo bajo la Red Line. Es un lugar donde el océano es tan vasto como parece desde aquí, pero completamente diferente. Te diría que es un mundo en sí mismo, y que está lleno de vida y color, pero también de peligros y misterios. Sin duda, tendréis que venir en algún momento.

Sus palabras fluían lentamente, casi como si estuviera describiendo un sueño. Pero la realidad es que formaba parte de él, de su pasado.

—Cuando llegas, lo primero que te llama la atención es el color del agua—prosiguió, con una sonrisa amplia en la cara—. Y es que allí abajo, el color que del agua profunda es un azul muy oscuro, prácticamente negro, pero afortunadamente para aquellos que no tienen una vista desarrollada en la oscuridad, está lleno de pequeñas luces brillantes. Unas luces que realmente son criaturas marinas que flotan en la oscuridad, iluminando el camino. También hay multitud de gigantescos corales que se extienden durante kilómetros, con unos colores tan vivos que hacen que todo lo demás parezca gris en comparación.

Mientras el gyojin tiburón hablaba, iba gesticulando con sus grandes manos casi sin darse cuenta, tratando de dar vida a las imágenes que pasaban por su mente. Sabía que, para Takahiro, todo aquello debía sonar exótico, casi irreal, pero para él era su hogar y es como si estuviese allí presente en aquél momento.

—En las partes más bajas, la ciudad está construida en grandes cúpulas que permiten a los que no son como nosotros respirar. Esa zona está rodeada por edificios bastante antiguos, algunos tan viejos que se cree que llevan allí miles de años. Aunque francamente, lo dudo. Por supuesto, también tenemos templos que veneran a los dioses del mar, grandes plazas donde la gente se reúne para comerciar y contar historias. Pero también es un lugar de conflicto. —Octojin suspiró, bajando sus ojos un poco—. La relación con los humanos nunca ha sido fácil, y eso ha marcado nuestra historia. Algunos nos ven como monstruos, otros como enemigos.

Hizo una pausa, sumergido en sus pensamientos de nuevo. El contraste entre la belleza natural de la Isla Gyojin y las tensiones que había sentido a lo largo de su vida siempre lo había desconcertado. Era difícil para él, incluso en sus momentos más tranquilos, separar ambas realidades. Y aquello quizá condicionaba lo que veía allí.

—Pero a pesar de todo, es un lugar magnífico —continuó—. Hay especies de peces que no verás en ningún otro lugar del mundo, criaturas que son capaces de adaptarse a las profundidades más oscuras. Y, por supuesto, las sirenas. —Sonrió, recordando algunas figuras familiares de su juventud—. Si te lo estás preguntando... Son tan bellas como dicen, pero también peligrosas si las subestimas. Algunos humanos piensan que son sólo leyendas, pero te aseguro que son muy reales. Y algunas no sólo tienen el don de la belleza, también poderosas armas que no dudarán en usar si se sienten acorraladas.

Takahiro, que estaba flotando en la superficie del agua, escuchando con atención. El escualo no pudo evitar preguntarse qué tanto podía imaginar su compañero sobre un lugar como aquél, y si sus descripciones estaban siendo sencillas de entender. ¿Cómo se podría describir correctamente el océano a alguien que vive en la tierra? ¿Cómo se podría transmitir la sensación de libertad que trae nadar entre las corrientes marinas y perderse en las profundidades?

Después de la conversación, ambos comenzaron a nadar en dirección a la orilla. El agua era tranquila, permitiendo que se movieran sin esfuerzo alguno, algo que su compañero aprovechó y dejó su cuerpo ir lentamente hasta allí. El gyojin por su parte, se impulsó para llegar un poco antes.

Cuando finalmente llegaron a la orilla, Takahiro decidió tumbarse en la arena, disfrutando del calor del sol en su piel aún húmeda tras el chapoteo. Octojin lo observó, sintiendo una mezcla de satisfacción y gratitud. A pesar de la competitividad amistosa y las diferencias entre ellos, se sentía cómodo en la compañía de Takahiro.

—La Isla Gyojin es todo eso y más —finalizó, sentándose junto a su compañero en la arena—. Pero también tiene sus problemas. No es fácil vivir allí, y muchos de nosotros terminamos buscando nuestro camino en la superficie, como yo. Supongo que es la misma historia en todas partes, ¿no? Buscamos nuestro lugar en el mundo, aunque no sepamos exactamente dónde está.

El humano parecía estar procesando lo que el escualo había compartido, y el gyojin no lo culpaba. Había mucho que digerir, y no era una historia fácil de contar. Había dejado multitud de matices que seguro que tocaría tocar en otro momento. Pero aquella era su isla natal, a grandes rasgos.

El sol seguía su descenso, que parecía que no fuera a acabar nunca, lo cual provocaba que la cala se bañase en tonos dorados. La brisa marina era suave, y el sonido de las olas rompiendo en la orilla proporcionaba un ritmo relajante. El tiburón miró al horizonte, perdiéndose en el resplandor del sol que desaparecía poco a poco.

—Lo bueno del mar —dijo, más para sí mismo que para Takahiro— es que siempre está allí. No importa cuántos problemas haya en la superficie, siempre puedes volver a él. Siempre te recibe. Es como un viejo amigo al que no le importa cuánto tiempo has estado lejos.

La calma que sentía en ese momento era algo raro para él. Estaba acostumbrado a la tensión, al peligro, a la desconfianza de los humanos. Pero allí, en esa cala apartada, con Takahiro a su lado, por primera vez en mucho tiempo se sentía en paz. Una paz que no sabía si se volvería a repetir en poco tiempo.

—La próxima vez que vayamos a nadar —dijo, rompiendo el silencio con una sonrisa— prometo no hacer trampas. Aunque como podrás haber visto... No es que hicieran falta —finalizó, intentando picar al humano.

El habitante del mar rió, dejando que la ligera broma disolviera cualquier posible tensión que pudiera haber quedado de su pequeña competencia. Octojin se sintió agradecido por el momento de tranquilidad que estaba compartiendo con su compañero. El mar, siempre presente, seguía siendo su hogar, pero quizás, en la superficie, también podría encontrar un lugar donde pertenecía.
#6
Takahiro
La saeta verde
El peliverde escuchaba embobado todas y cada una de las palabras que soltaba el hombre-tiburón por su boca. Le parecía increíble que hubiera una isla como aquella en el mundo, tan lejana y misteriosa…, sin embargo, un tiburón humanoide de cuatro metros de alto se la estaba describiendo con todo lujo de detalles, por lo que tenía que ser verdad. A medida que Octojin hablaba, Takahiro imaginaba en su cabeza lo que decía, recreando y haciendo una imagen mental que, seguramente, fuera completamente distinta de lo que realmente era. Pero le daba igual. Era feliz haciéndolo.

—Cómo me conoces ya —le dijo al gyojin, en cuanto mencionó a las sirenas. Siempre había querido conocer a una sirena.

Las leyendas sobre ellas variaban en función del lugar en el que procedían. Unos decían que eran seres con una belleza inimaginable, capaz de volver de piedra a cualquier hombre que osara mirarla a los ojos. Otros, por su parte, las tachaban de hijas del mismo demonio, creadas para ahogar a los hombres y sumirlos en el descanso eterno. No obstante, su amigo corroboró, de cierta manera, las dos versiones de las leyendas, aunque seguramente fuera como cualquier mujer del mundo.

—Nuestro lugar en el mundo… —musitó el peliverde, mirando al horizonte con cierta nostalgia—. Mi madre solía decir que nuestro lugar se encontraba dónde nuestro corazón se sintiese pleno —hizo una pausa—. Pero muchas veces esa sensación de plenitud va cambiando con el tiempo, por lo que nuestro lugar cambia.

Se hizo un silencio de unos pocos segundos, que fue roto por el indescriptible sonido del mar y el graznar de las gaviotas.

—Sé cuando una batalla está perdida —saltó a decir el peliverde ante el comentario de su compañero, ladeando la cabeza ligeramente hacia arriba para mirarlo—. Aunque no me importaría echarme unos largos contigo.

La hora de volver a las instalaciones del cuartel del G-31 se estaba acercando. El teniente comandante Shawn seguramente iría a buscarle para ver si tenía el uniforme o para enviarle a hacer alguna tarea tediosa. Así que le propuso al gyojin volver. El trayecto de vuelta se hizo más largo que el de ida, sobre todo porque no tenía muchas ganas de hacerlo. Al llegar, se fue directo hacia las duchas para quitarse el salitre de la piel. Se frotó el cuerpo con su gel de olor a coco, se aclaró la piel y salió de la ducha. En contra de todo pronóstico, el marine se vistió con el uniforme. ¿La razón? Quería jugar al despiste con Shawn y reírse de él un rato.

Nada más salir por la puerta del barracón, un joven recluta de cabellos castaños se chocó con el sargento y se cayó al suelo de culo.

—¿Estás bien? —preguntó el peliverde, ayudándolo a levantarlo.

—¿Es usted el Sargento Kenshin? —preguntó.

—El mismo que viste y calza —le contestó—. ¿Qué es lo que quieres, recluta?

—La capitana Montpellier quiere verle, señor —le dijo—. ¿Sabe donde puedo encontrar al Soldado Raso, Octojin? —le preguntó.

Takahiro sonrió.

—Cuando lo veas sabrás quien es —le respondió, sonriente.

Sin más dilación, comenzó a caminar hasta el despacho de la capitana. La hora de comer estaba cerca, así que esperaba que Montpellier no se demorara mucho en decirle lo que tenía que hacer. Si quería que fuera con Octojin era porque había preparado algo para los dos. ¿Una misión? ¿Algún trabajo aburrido? A saber.
#7
Octojin
El terror blanco
Octojin escuchó atentamente a Takahiro mientras se relajaban en la orilla. Tumbados bajo el sol, disfrutando de lo que para otros serían unas vacaciones. El interés genuino de su compañero por la Isla Gyojin le hacía sonreír. Era raro que los humanos mostraran curiosidad sin malicia o burla cuando hablaban de su hogar. Takahiro parecía ser diferente, alguien con quien Octojin podía sentirse a gusto. A decir verdad, cualquier miembro de aquella brigada era así, en mayor o menor medida. Menos Masao. Masao quizá era un poco distinto. Un ser más especial... Un devoto de las estampitas que no dejaba a nadie indiferente.

El comentario que el humano lanzó sobre las sirenas le hizo reír por lo bajo. Era cierto que las leyendas sobre ellas eran siempre exageradas. Algunos las veían como criaturas míticas y peligrosas, mientras que otros las veneraban como seres de una belleza inalcanzable. Pero para Octojin, las sirenas eran solo parte de su mundo, con sus propios problemas y aspiraciones, como cualquier otro habitante del mar. Y una fantasía evidente en otros momentos.

—Las sirenas... —dijo, sonriendo mientras miraba el horizonte—. La verdad es que son tan variadas como los humanos. Algunas te pueden dejar sin palabras con su belleza, y otras... bueno, otras son como cualquiera de nosotros, tratando de encontrar su lugar en el mundo. Pero no te preocupes, amigo, si alguna vez vamos a la Isla Gyojin, te presentaré a unas cuantas. Seguro que alguna te llamará la atención. Y seguro que tú la llamas en más de una. A algunas sirenas les tira lo exótico, ya sabes. Lo mismo que vosotros fantaseáis, ellas también.

El humano parecía estar especialmente interesado en la cultura del mar. Al hablar sobre el lugar en el mundo, Octojin no pudo evitar reflexionar. ¿Cuál era realmente su lugar? Aquella probablemente había sido la pregunta que más veces se había hecho en su vida. Había soñado con ella, también tuvo pesadillas, reflexionó durante semanas e incluso al final, llegó a alistarse a la marina como respuesta a esa pregunta.

Aunque había crecido bajo el mar, la vida lo había llevado lejos de su hogar, y ahora, en la superficie, se sentía un extraño. Si algo había aprendido el escualo, es que el lugar de cada uno cambiaba con el tiempo. O, según decía la madre de Takahiro, según dónde el corazón se sintiera en paz. Y tal vez, en aquél momento, su lugar estuviera entre los humanos, aprendiendo a convivir con ellos, aunque no siempre fuera fácil.

Con ese pensamiento en mente, los dos decidieron regresar al cuartel del G-31. El camino de vuelta fue tranquilo, aunque Octojin no podía evitar sonreír cada vez que Takahiro mencionaba algún comentario sobre las sirenas o la isla. Sabía que su compañero estaba fascinado con las historias que había escuchado, y a él le gustaba compartir sus historias, así que estaba seguro de que no sería ni la primera ni la última vez que hablaban sobre su hogar. Él encantado de pregonar con la verdad sobre sus orígenes y derribar los muros de mentiras que se habían construido alrededor de ello.

Al llegar al cuartel, Octojin se dirigió rápidamente a las duchas. Sentía el salitre pegado a su piel escamosa, y necesitaba limpiarse antes de ponerse el uniforme. Mientras el agua caliente corría por su cuerpo, pensaba en lo bien que le había sentado el día en la cala y en la buena idea que había tenido el humano en ir allí. El mar siempre había sido su refugio, el lugar donde podía sentirse más él mismo. Pero estaba empezando a aprender que compartir ese momento con alguien como Takahiro lo hacía aún más especial.

Cuando terminó de ducharse, se vistió con el uniforme. Todavía no se acostumbraba del todo a él, ya que era un diseño provisional mientras terminaban su traje a medida, pero al menos no estaba tan mal como la primera vez que se lo probó. Quizá se había hecho a él. Su enorme tamaño hacía que cualquier prenda pareciera ridícula en él, pero poco a poco iba acostumbrándose a las miradas de sus compañeros. Y de algún modo, también ellos se acostumbraban a él. Sabía que destacaba, y aunque algunas veces le incomodaba, trataba de ignorarlo. Probablemente ya había pasado de ser un bicho raro, a simplemente un ser gigante.

Al salir de su habitación, un soldado raso, claramente impresionado por su tamaño, se le acercó apresurado con varios folios en su mano.

—¿Tú... tú debes ser Octojin, verdad? —dijo el soldado, casi tartamudeando.

Octojin asintió, levantando una ceja mientras esperaba a que el joven continuara.

—La capitana Montpellier te está buscando. —informó el recluta—. Necesita verte para una misión.

El tiburón asintió de nuevo, agradecido por la información, pero cuando el soldado se marchó, se dio cuenta de un pequeño detalle: No tenía ni idea de dónde estaba la capitana Montpellier.

Con una mezcla de resignación y humor, el gyojin comenzó a preguntar por el cuartel a todo ser que veía. La primera persona a la que se dirigió fue un marinero que, al verlo, casi dejó caer el cubo de agua que tenía en las manos. Tuvo que indagar en tres personas más hasta que una le afirmó que había visto a la capitana Montpellier cerca del patio de armas.

Siguiendo las indicaciones, Octojin se dirigió hacia allí. Mientras caminaba, pensaba en la misión que le encargaría la capitana. Había estado ansioso por participar en alguna acción directa desde que llegó al cuartel. Fregar suelos y vaciar basura no eran exactamente lo que había imaginado cuando se alistó.

Finalmente, y tras preguntar a varios tipos más, encontró a la capitana Montpellier, que estaba junto a Takahiro. Era una mujer alta y de porte firme, con una presencia que imponía respeto sin necesidad de levantar la voz. Al verlo acercarse, esbozó una sonrisa de reconocimiento.

—Octojin, justo a tiempo. —dijo con tono profesional—. Tenemos un pequeño problema en una de las tabernas de la ciudad. Al parecer, hay un altercado, una pelea, ya sabes, cosas típicas que surgen cuando la gente ha bebido más de la cuenta.

El tiburón asintió, escuchando con atención.

—No tenemos suficientes efectivos en este momento, la mayoría está ocupada con otras tareas. Pero creo que podríais encargaros de esto. No parece nada demasiado grave, solo un par de borrachos que han comenzado a pelear. —explicó la capitana—. ¿Podéis ir a echar un vistazo y aseguraros de que la situación no empeore?

—Por supuesto, capitana. —respondió Octojin, listo para marcharse de inmediato.

Montpellier lo miró con algo de curiosidad antes de añadir algo más.

—Tened cuidado, no es necesario que uséis la fuerza a menos que sea absolutamente necesario. Solo aseguraos de que la situación no se salga de control.

Con un último asentimiento, Octojin miró a Takahiro, se giró y se dirigió hacia la salida del cuartel, preparado para enfrentarse a lo que fuera que le esperara en esa taberna. Mientras caminaba, no podía evitar pensar que, aunque aquella misión no era lo más emocionante del mundo, al menos era mejor que estar fregando suelos. Y tal vez, solo tal vez, se encontraría con alguna historia interesante en el proceso. Algo que contar en un futuro.
#8
Takahiro
La saeta verde
El peliverde, finalmente, se postró frente a la puerta del despacho de la capitana, golpeándola gentilmente con el dorso de su mano tres veces. Fueron tres golpes secos, lo bastante sonoros para que pudiera escucharlo en el caso de que se hubiese quedado dormida. Pasaron varios segundos y no se escuchaba nada. Volvió a golpear la puerta, esta vez un poco más fuerte, pero el resultado fue el mismo: nadie respondía. Fue en ese momento, cuando llevó la mano al pomo de la puerta e intentó abrir. Estaba cerrado con llave.

—Has llegado más pronto de lo que pensaba, Takehiro —dijo una voz a su espalda. Era la capitana, que tenía en la mano derecha unas llaves y en la izquierda una taza de café—. Adelante, pasa —dijo, tras abrir la cerradura.

—¿Qué desea, capitana? —preguntó el peliverde, que en cuanto entró al despacho se cuadró, colocando las manos a su espalda. Era una pose que no le gustaba, pero delane de la capitana debía mantener cierta compostura—. ¿Para qué nos has hecho venir?

En ese momento llegó Octojin, vestido con el traje de marine que le habían confeccionado. Al modista que lo había fabricado debían darle unas buenas vacaciones, o eso era lo que pensaba el peliverde.

—No hace falta que actúes de forma tan formal frente a mi —le dijo—. No te pega nada.

Tras eso, y con Octojin ya dentro del despacho, la capitana les aviso de que tenían que ir a calmar unos disturbios a una taberna del centro de la ciudad, no muy lejos de allí por la avenida principal. Al parecer una pareja de borrachos se llevaban peleando desde hacía un buen rato y no eran capaces de pararlos. El sargento le hizo el saludo militar y se dio media vuelta.

—No te prometo nada —le dijo, guiñándole un ojo y mostrándole una sonrisa relajada, para que creyera que estaba de broma. Sin embargo, lo peor de todo era que no era mofa. Siempre que alguien tenía que interceder en un conflicto con dos o más borrachos, había que emplear la fuerza y reducir a alguno. En función del grado de alcohol muchas personas no atendían a razones.

* * * * *
El trayecto hacia la calle que le había indicado la capitana se hizo corto, aunque el peliverde hubiera jurado que se perdió por el camino alguna vez. Todos los miraban, o más bien miraban al gyojin. Era gigantesco y muchos niños estaban asombrados de ver a un tiburón andante gigante.

—¡Mira mama, que guay! —gritaba uno—. ¡Es como en los comics! ¡SHARKMAAAN!

Takahiro no pudo evitas reírse de aquel comentario.

—Ahora que lo dice el chaval… te pareces a Sharkman, el héroe de las profundidades —bromeó.

Pero las risas desaparecieron en cuanto una botella salió despedida por la ventana de una taberna. El exterior era de madera pintada de azul y amarillo, acorde al resto del vecindario. Tenía un amplio ventanal cuadrado, completamente de cristal —roto por culpa del disturbio—, y un cartel con el nombre del lugar: “La cantina de la tía Paqui”. Había escuchado rumors sobre aquel lugar. Un buen sitio para comer durante el día y para disfrutar de unas copas durante la noche. Restaurante por la mañana, discoteca al anochecer.

—¿Entro yo o entras tú? —le preguntó al héroe de las profundidades, de nombre Octojin.
#9
Octojin
El terror blanco
El humano y el tiburón echaron a andar tan pronto como la capitana les dió el visto bueno. Con la adrenalina a tope por su primera misión fuera de los cubos de fregona y el retiro de basura, el gyojin apretó el puño. Tenía una gran presión creada por sí mismo de no fallar, pero estaba relativamente tranquilo al ir con Takahiro, su nuevo compañero de brigada.

El bullicio de la ciudad acompañaba a Octojin y Takahiro mientras se dirigían hacia la taberna que la capitana Montpellier les había asignado como su primera misión conjunta. A medida que se iban acercando, el bullicio iba aumentando. El gyojin caminaba a paso tranquilo, disfrutando de la fresca brisa que recorría las calles de Loguetown. A su lado, Takahiro se reía por el comentario del niño que había comparado a Octojin con Sharkman, un héroe de cómic de las profundidades marinas.

— Sharkman, ¿eh? — repitió Octojin con una sonrisa amplia, mostrando sus afilados colmillos en un gesto que podría parecer aterrador, pero que en realidad denotaba diversión. — Tal vez debería conseguirme una capa la próxima vez. — bromeó, guiñando un ojo a Takahiro.

Pero la risa pronto se disipó cuando llegaron a la entrada de la taberna. El ambiente cambió abruptamente, y la tensión se empezó a palpar en el aire. Las ventanas estaban rotas, las paredes manchadas de líquido, y se escuchaban gritos y el sonido de los objetos rompiéndose desde el interior. El habitante del mar frunció el ceño, dándose cuenta de que la situación era más grave de lo que les habían contado. No eran solo dos hombres borrachos peleando, parecía ser una pelea en toda regla, involucrando a más personas de lo esperado. Muy probablemente el inicio fue de dos personas, pero pronto se debió convertir en una batalla campal.

— Voy a entrar yo, — dijo Octojin con firmeza, mirando a Takahiro con una determinación que no dejaba lugar a dudas. — Es mi primera misión, y quiero hacerla bien. Además, creo que puedo manejar esto con rapidez.

Octojin, con su impresionante tamaño y fuerza, era más que capaz de resolver una pelea de borrachos. El gyojin tomó una profunda bocanada de aire, llenando sus pulmones mientras se preparaba mentalmente. Luego, con un movimiento decidido, abrió la puerta de la taberna de par en par. No sin antes mentalizarse de que los borrachos podían ir armados con algún tipo de arma blanca. Y no había mayor peligro que el que no se veía.

Para su sorpresa, nadie reparó en su entrada en la taberna. Todos estaban demasiado concentrados en la pelea que se desarrollaba en el centro del local. Había gritos e insultos constantes, y el sonido de botellas estrellándose contra las paredes que parecían no tener fin. Aquello desde luego sería una gran pérdida para el dueño de la taberna. ¿O acaso reclamaría a los borrachos el dinero de las botellas lanzadas? El tiburón observó rápidamente a los dos responsables principales del caos: un tipo calvo y fornido en un extremo de la taberna, y un hombre delgado con rasgos de brazilargo en el otro. Ambos parecían ser los que habían iniciado todo, mientras otros clientes se sumaban al jaleo o intentaban apartarse del camino de los golpes.

Octojin se acercó al centro de la pelea, con su gran sombra cubriendo a los hombres en conflicto. Con un tono firme, pero calmado, les instó a detenerse.

— Ya basta, es hora de parar esto, — les dijo con autoridad, pero ninguno de los dos pareció prestarle atención. Estaban visiblemente embriagados y sumamente enfurecidos como para escuchar razones. Sus puños seguían volando en todas direcciones. A penas se golpeaban, pero la velocidad de sus golpes era decente para el estado en el que estaban.

Pero si algo le molestaba al gyojin es que no le hiciesen caso. Así que ligeramente frustrado, decidió que las palabras no serían suficientes. Con un movimiento rápido, propinó un golpe al hombre fornido, lo suficientemente fuerte como para hacerlo caer. Luego, giró hacia el hombre delgado y, con la misma precisión, le dio otro golpe en el estómago. Una vez ambos cayeron al suelo como muñecos de trapo, incapaces de resistirse a la fuerza bruta del tiburón, éste suspiró y negó con la cabeza. Le habían dicho que no usase la fuerza y lo había hecho. Al menos solo había dos víctimas.

Sin perder tiempo, Octojin los agarró por la ropa a la altura de la espalda, levantándolos como si fueran maletas ligeras. Caminó hacia la puerta de la taberna, llevándolos a pulso, mientras los demás clientes lo observaban con asombro. El silencio reinó brevemente en el local por unos instantes.

Sin embargo, antes de que pudiera salir completamente, dos hombres sentados en la parte izquierda de la barra decidieron hacer una última provocación. Uno de ellos lanzó una botella hacia Octojin, que se rompió al impactar en su espalda. Aunque no le hizo daño, el gyojin sintió la ira hervir en su interior y se giró con una mirada aterradora hacia ellos. Ambos estaban gritando algo en otro idioma. El idioma del borracho seguramente.

Con un suspiro pesado, salió del local agarrando a los dos iniciadores de la pelea y los dejó en el suelo junto a Takahiro.

— Estos dos son los que empezaron todo— explicó mientras se sacudía los restos de vidrio de la botella que le habían lanzado. —. Pero hay dos tipos más dentro que me dieron un "regalo" antes de salir.— dijo, haciendo referencia al botellazo.— ¿Te importa encargarte de ellos? Están en la barra, sentados a la izquierda. Merecen ser arrestados también.

Octojin podría haber hecho todo solo, pero entendía que su compañero humano quería también parte del mérito en aquella misión. Además, no tenía muy claro que fuese a controlarse ante tal provocación.

Esperando a que Takahiro entrase de nuevo en la taberna para encargarse de los dos hombres restantes, Octojin permaneció afuera, cruzando los brazos mientras observaba a los dos responsables de la pelea todavía aturdidos en el suelo. Esperaba que parando la batalla la ciudad siguiese con su ritmo habitual a su alrededor, aunque los pocos transeúntes que pasaban por allí no podían evitar mirar con curiosidad la escena de un tiburón gigante supervisando a dos borrachos en el suelo.

El habitante del mar sonrió para sí mismo. A pesar de lo caótico de la situación, había logrado controlar su primera misión como marine sin demasiadas complicaciones. Al menos por el momento. Sabía que con el tiempo, habría desafíos mayores, pero por ahora, estaba satisfecho con su actuación.
#10
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