Hay rumores sobre…
... una bestia enorme y terrible atemoriza a cualquier infeliz que se acerque a la Isla Momobami.
[C-Presente] Éramos pocos y... apareció un tiburón
Octojin
El terror blanco
Verano, día 26. 724
Habían sido días muy complicados para el tiburón, que nadaba en un mar incierto, repleto de dudas y malos pensamientos. Los encuentros con Camille y Atlas le habían impulsado a hacer algo que realmente no se había planteado nunca: Alistarse en la marina. Pero lo cierto es que tenía sentido. Si quería cumplir todo lo que tenía en mente, era un camino viable y casi necesario. Pero sus ideas eran demasiado ambiciosas, al menos para una única persona. Se había dedicado toda su vida a hacer las cosas por sí solo, a lidiar con el dolor del mundo en solitario. Pero quizá, si se rodease de gente que, directa o indirectamente, le tendiese un cable, podría llegar a ello de una manera más rápida y sencilla. Aunque en cierto modo, el llegar o no era secundario. Con intentarlo y poder cambiar algunas cosas, todo tendría sentido.

Octojin se encontraba en la base de la Marina mientras sus enormes pies golpeaban el suelo con cada paso cauteloso que daba. Era su primer día, y a pesar de la determinación que lo había llevado hasta allí, el nerviosismo era palpable. Sus escamas relucían bajo la luz artificial de la base, destacando aún más en el uniforme mal ajustado que le habían proporcionado; una prenda que colgaba de su cuerpo imponente como una cortina mal colgada, destinada originalmente para un gigante, y ofrecida temporalmente al gyojin. El ahora marine, se sentía como el niño que hace la comunión con el traje de su hermano. Y no porque fuera de segunda mano, que también, sino porque le sobraba tela por casi todos los rincones. Las mangas caían hasta cubrir su mano casi entera, la chaqueta le caía hasta casi las rodillas, y los pantalones quizá era lo que mejor le quedaba, ya que uno de los sastres había doblado el bajo de tal manera que parecían tener simplemente una o dos tallas más.

A su alrededor, las miradas curiosas de los marines se entremezclaban con expresiones de sorpresa y, en algunos casos, de recelo, puede que por su raza o por su extravagante outfit. Octojin intentaba no prestar atención, concentrándose en las instrucciones que le habían dado durante el tour por las instalaciones. Le habían mostrado el comedor, el salón de entrenamiento, las áreas de estrategia, pero aún no le habían asignado un sitio donde dormir.

El sastre de la base, un hombre pequeño y nervioso, había tomado sus medidas con una cinta métrica que parecía demasiado corta para la tarea. Con una sonrisa tensa, había prometido que trabajarían rápidamente para confeccionar un traje a su medida. "Un desafío interesante", había comentado antes de regresar a su taller, lleno de telas y patrones dispersos.

Sentado en un banco de metal, esperaba la llegada de sus compañeros. Atlas y Camille, quienes serían las únicas caras amigas en un mar de desconocidos, eran su esperanza de sentirse parte de algo más grande. Recordaba la sonrisa fácil de Atlas y la mirada comprensiva de Camille, y deseaba volver a encontrarse con ellos. La base era un hervidero de actividad, pero en ese momento, Octojin se sentía extrañamente aislado, como un pez fuera del agua.

Miró a su alrededor, tratando de familiarizarse con los rostros que pasaban. Algunos evitaban su mirada, mientras que otros observaban con una curiosidad que rozaba la intrusión. A pesar de todo, Octojin sabía que debía superar ese día. Era el primer paso en un viaje que había elegido, motivado por el deseo de cerrar la brecha entre su gente y la superficie, de encontrar un propósito más allá de las batallas y conflictos que había conocido hasta entonces.

Mientras reflexionaba sobre su nueva vida en la Marina, una voz familiar lo sacó de sus pensamientos. Era uno de los instructores, que andaba repartiendo periódicos a los grupos de marines que había por allí. El humano se acercó al tiburón y le explicó cómo funcionaba aquello. Los periódicos cumplían su misión de informar a los ciudadanos, incluso de entretenerles en algunas secciones de él. Pero lo importante y el motivo por el que se distribuían en la marina era por otro distinto. Usualmente, estos periódicos iban acompañados de unos famosos "Wanteds". Estos cartelitos, no eran otra cosa que un aviso sobre los criminales más buscados de la zona, y un precio por su captura o por su cabeza. Y en la marina debían obligarse a conocerles, ya que tarde o temprano, se toparían con ellos. El gyojin asintió, intentando memorizar la cara de aquellos tipos, pero sin poder conocer ni sus nombres completos ni la cifra sobre su cabeza. No saber leer a veces traía algunos problemas, pero nada que no pudiera preguntar. Al menos disimuladamente.
#1
Ray
Kuroi Ya
Ray caminaba por la base despreocupadamente. Aquella mañana se había librado de la instrucción junto a algunos de sus compañeros, ya que se les había asignado dar la bienvenida a un nuevo recluta muy particular. Al parecer Camille y Atlas habían conocido recientemente a un gyojin bastante especial. Era por todos conocido que los hombres pez eran seres tremendamente poderosos, pero que no solían tener predisposición a relacionarse con los humanos debido a las disputas que durante siglos habían existido entre ambas razas. Y no solo eso, sino que habían logrado convencer a ese tipo de alistarse en la Marina. Según su amiga cornuda le había contado el nuevo fichaje era verdaderamente fuerte, y además muy buen tipo.

No tuvo que fijarse demasiado para darse cuenta rápidamente de quién era el nuevo, pues su imponente físico destacaba como lo hacía la primera cana en una cabellera negra. Era un gyojin tiburón, con una enorme mandíbula llena de afilados y peligrosos dientes, así como un volumen muscular descomunal que para cualquier ser humano habría resultado desproporcionado. Y si Camille era alta... aquel tipo era verdaderamente inmenso, pues incluso desde lejos se podía apreciar a la perfección que doblaba a Ray en altura, y eso que el peliblanco era alguien que superaba por bastante la estatura media de la raza humana.

Con aquel aspecto tan intimidante no era de extrañar que, si además era buena persona y simpático, Camille y Atlas hubieran querido que el gyojin se uniera a ellos. El joven tan solo podía imaginar lo que aquella mole de músculos era capaz de hacer en combate. Sin darse cuenta se encontró deseando entrenar con él, probando sus habilidades en un cara a cara. Sin ninguna duda la presencia de alguien tan fuerte físicamente les ayudaría a potenciar aún más sus habilidades. Cosa que les empezaba a hacer falta, pues los cinco amigos en muy pocas semanas habían dejado atrás al resto de marines de Cuartel General del G-31, que a esas alturas ya no eran rivales para ellos en los entrenamientos. Añadir un sexto individuo a aquella ecuación le hacía muy feliz.

Así que sin perder tiempo se acercó al tiburón y, con una sincera y cálida sonrisa en la cara, se presentó:

- ¡Hey, hola! Tú debes de ser Octojin, ¿verdad?

Tras esperar a que el hombre pez respondiera, continuó:

- Yo soy Ray, un amigo de Atlas y Camille. Ellos me dijeron que vendrías. Deben de estar al caer, venían también a darte la bienvenida. ¿Qué te está pareciendo el Cuartel por el momento?
#2
Atlas
Nowhere | Fénix
—¡Que no, que está vez es de verdad! —exclamaba una y otra vez mientras corría como alma que lleva el diablo por los pasillos del área de barracones del G-31—. ¡Puede preguntárselo a la capitana Montpellier si quiere, señor! —añadí mientras, aferrándome con la mano izquierda a una papelera bien anclada a la pared, giraba de forma brusca en esa misma dirección.

¿Que de quién huía? Pues del de siempre, ¿de quién iba a ser si no? Ese maldito Shawn me había visto fuera del área de instrucción a horas inapropiadas y había asumido —algo que, por otro lado, era comprensible— que una vez más estaba intentando desaparecer para librarme de mis tareas. Y es que, sin que sirviera de precedente, en aquella ocasión no era así. Que nada más y nada menos que un gyojin se hubiese alistado era toda una anomalía, algo sin precedentes en la historia del cuerpo. A alguno de los jefazos se le debía haber encendido una bombilla —tal vez a la capitana Montpellier, que era de las pocas que usaban los hombros para sostener algo además de la capa— y habían considerado importante que el ser abisal se sintiese lo más cómodo posible.

¿De quién era ese encargo? De un grupo de marines de bajo rango que, por más que le pesase a ese maldito de Shawn, no habían tardado en dejar atrás a sus compañeros de promoción: nosotros. Bien fuese por eso o bien porque todos nosotros éramos personas bastante peculiares, nos habían designado como el escuadrón de bienvenida. El hecho de que, tal y como nos habían comentado de pasada, por casualidades de la vida —quizás no tan casuales— Camille y yo ya conociéramos a Octojin tenía también mucho que ver con la decisión, por supuesto.

Fuera como fuese, pensando Shawn que me había pillado una vez más con las manos en la masa, había iniciado una nueva persecución. Por más que se lo intentase explicar a voz en grito el tipo no parecía atenerse a razones. Detenerme para explicárselo con calma, por otro lado, estaba completamente descartado. Eso lo único que me aseguraba era un soberano bofetón en cuanto me diese alcance. Luego me escucharía o no, pero el sopapo estaba garantizado.

—¡Hay un recluta nuevo, un gyojin! —Inconscientemente iba dejando atrás la zona de los barracones para dirigirme al patio de armas, al aire libre—. ¡Le conocí antes de que se alistase y nos han pedido a unos cuantos que le demos la bienvenida, en serio!

No fue hasta que la claridad del día y el aire fresco golpearon mi rostro que encontré la que esperaba fuese mi salvación. Di al patio de armas por una pasarela superior que comunicaba los barracones con un acceso a la armería. Seguramente si se tratase de alguien al uso no habría podido identificarle con tanta facilidad, pero distinguir un tiburón enorme en tierra firme era extremadamente fácil, sobre todo si a su alrededor sólo había personas.

No me lo pensé. Salté por encima de la baranda y caí en picado los aproximadamente cinco metros que separaban la pasarela del suelo. Aterricé comí pude, rodando sobre mí mismo y continuando a la desesperada una huida que por una vez no tendría que estar realizando. Pero no podía detenerme. El retumbar del suelo a mis espaldas me confirmó que Shawn no se lo había pensado y se había lanzado detrás de mí. Había visto perros de presa menos obstinados que él, eso seguro.

No obstante, pude alcanzar a Octojin antes de que llegase hasta a mí. Ray, quien ya estaba allí, estaba acostumbrado a presenciar algún episodio así, pero tal vez el tiburón no tanto. Me escondí detrás de su pierna casi de forma inconsciente, señalando a Ray al tiempo que volvía a dirigirme a nuestro superior:

—¿Ve? Raymond también está. —Él era mucho menos sospechoso que yo de ejercer el arte del escaqueo—. Éste es el nuevo, señor, y nos han encargado que le recibamos. Camille, Taka y Masao tienen que estar a punto de llegar. Espere y verá —añadí, esperando que efectivamente apareciesen y, sumados a Ray y el tiburón, completasen la verosimilitud de mi explicación.
#3
Takahiro
La saeta verde
—Muchas gracias, comandante Buchanan —le agradeció el peliverde, haciendo el saludo militar de la marina frente a la puerta del cuartel.

—Para eso estamos los superiores, muchacho —le dijo, devolviéndose el saludo—. Si quieres pagármelo, ya sabes que tabaco me gusta —bromeó, dando media vuelta y marchándose en un abrir y cerrar de ojos, casi en un parpadeo.

—Tengo que decirle que me enseñe eso también —musitó en voz baja, apoyando suavemente su mano sobre la empuñadura de su espada, completamente relajado.

Takahiro acababa de volver a la base después de haber estado tres días fuera de ella, de retiro espiritual en la cala oculta que le había mostrado el comandante, situada al norte de la base. Anímicamente ya se encontraba mejor, aunque seguía apesadumbrado al recordar la muerte de sus padres, sin embargo, era algo con lo que había aprendido a convivir. Tres días tristes al año tampoco era algo de lo que preocuparse, o eso se decía para convencerse.

No tardó más de tres o cuatro minutos en atravesar el campo de entrenamiento y llegar a los barracones, no sin antes recibir alguna mirada de desagrado por parte de sus compañeros. «No pases por aquí. Que estamos entrenando táctica», se quejó uno de ellos. «Siempre haces lo mismo», se quejó otro. Lo cierto era que, gracias a Atlas, el peliverde había descubierto atajos para llegar antes a los barracones, y casi todos eran cruzando lugares por los que a algunas horas no se debe pasar. No obstante, le importaba poco. El tiempo era oro y según le había dicho el comandante, tenían que recibir a un nuevo miembro.

Nada más soltar sus cosas, se fue a la ducha para quitarse la mugre de tres días sin pasar por agua. Tuvo que frotar bastante fuere para quitar algunas ronchas de polvo, pero salió de las duchas hecho un pincel. Se perfumó y, como era de esperar, abrió su armario y se vistió con sus ropajes habituales, aquellos con los que se encontraba más cómodo y los que el recién ascendido Shawn no le permitía ponerse. «Esta es una batalla que debes dar por perdida, amigo», dijo para sus adentros, mostrando una sonrisa de recochineo.

Tras ello, salió de los barracones y se fue en busca de sus compañeros. Según le habían informado, tenían que verse con un hombre-pez e ir al despacho de la capitana Montpellier antes del mediodía.

Nada más salir al pasillo pudo escuchar mucho barullo, gente que murmuraba comentarios extraños acercas de un ser gigantesco y bizarro. Muchos de los marines tenían los ojos como platos, como si hubieran visto algo que parecía inverosímil. Takahiro siguió los cuchicheos hasta llegar a la segunda plata del ala este del cuartel. Allí se encontraban Atlas y Ray junto a un gigantesco gyojin tiburón que parecía duplicar la altura de la enchufada perfectamente. Era musculoso e imponente, mucho más que cualquier otro hombre-pez que hubiera visto antes. Sin embargo, verlo sentado en aquel banquito de metal era bastante gracioso.

—Así que tú eres el nuevo —le dijo, mirándole y alzando el puño para chocarle. Darle la mano era algo que veía inviable, así que ese saludo sería lo mejor que podía hacerle para ser cortés—. ¡Un placer, mi nombre es Takahiro, pero puedes llamarme Taka!

El espadachín no se había percatado de que Shawn estaba allí mirándole fijamente, pues toda su atención estaba en el gyojin. Sin embargo, se hizo notar en pocos segundos.

—¡Sargento Kenshin! —alzó la voz—. ¿Dónde está su uniforme reglamentario? —le preguntó, colocándose frente a él de forma algo imponente.

—¡En la lavandería señor! —le respondió Takahiro, poniéndose firme—. ¡He estado tres días en un entrenamiento dirigido por el comandante Buchanan y no me ha dado tiempo a lavarlo, señor!

—Cierto es—respondió, en un tono de voz más sosegado—. Tenía constancia de su estadía de tres días en la región norte, pero eso no le exime de cumplir la normativa número 3 del régimen de vestimenta de la marina del gobierno mundial.

—¡Pero eso no es culpa mía, señor! —saltó a decir, antes de que Shawn pudiera decir nada. Había mencionado tanto la normativa correspondiente a la vestimenta, que Takahiro se la había leído y aprendido para saber como rebatirle. Aquel era su momento e iba a dejarlo callado sin ser un faltoso—. El artículo 5, epígrafe 6, sección b del código de vestimenta dice que debemos tener un total de seis uniformes: dos de verano, dos de invierno y luego dos de entrenamiento. Sin embargo, como podrá corroborar en los informes, a mi tan solo me han dado uno de entrenamiento y uno de verano, por lo que es imposible que tras tres días fuera tenga un uso aceptable del mismo, ya que de hacer uso de los que tengo en el estad actual… incumpliría el articulo 1 —le dijo, haciendo algo de memoria—. Es por ello, que me acojo al artículo 9, en el cual me permite usar una vestimenta de paisano siempre y cuando no esté de misión dentro de las instalaciones del cuartel, señor.

Los ojos del teniente comandante estaban enrojecidos de la ira, pero era incapaz de negar nada de lo que había dicho el peliverde, cuyo rostro dejaba entrever a todos que había ganado aquella batalla, mas así no la guerra, en contra de aquel sujeto tan cansino. Sin decir nada, Shawn se fue de allí.

—Esa no se la esperaba —comentó el peliverde, que comenzó a reírse.
#4
Camille Montpellier
El Bastión de Rostock
La noticia se había extendido por los barracones del G-31 rápidamente desde que esta llegara a oídos de los oficiales. No eran pocos los reclutas y soldados que comentaban ociosos sobre el más reciente y particular reclutamiento que la Marina se había anotado, y no era para menos. Aquel acontecimiento podría llegar a considerarse como un hito histórico para la Marina y el Gobierno Mundial, pues no era muy frecuente que integrantes de la raza de los gyojin decidieran enrolarse en sus filas. Habría más casos, seguro, pero cada uno debía ser tan inusual como ver una estrella fugaz... o quizá tan improbable como el salir victorioso de la lotería.

La primera vez que Camille escuchó los rumores no se lo tomó demasiado en serio: casi parecía que sus compañeros estuvieran intentando gastarle una broma o incluso meterse con ella. A medida que los días fueron pasando y los detalles sobre el nuevo recluta se iban transmitiendo, la oni empezó a hacer conexiones con lo que había ocurrido en los últimos días. Con cierta incredulidad, tan solo fue capaz de relacionar las palabras «gyojin» y «tiburón» con un único sujeto al que había conocido unas semanas antes. Después de todo, era demasiada casualidad que su compañero de reyertas y el nuevo recluta pudieran ser la misma persona, pero tampoco creía que hubiera muchos hombres pez cuya descripción coincidiera con esa exactitud. Finalmente, cuando el nombre de Octojin salió a la luz, la recluta se vio envuelta en una mezcla de confusión, curiosidad y emoción a partes iguales.

Con la ilusión de una niña, Camille se apresuró a presentarse como voluntaria para el comité de bienvenida que estaban preparando en la base, topándose para su sorpresa con el hecho de que toda su brigada había sido asignada con aquella tarea. Si se paraba a pensarlo tenía bastante sentido: los sujetos más peculiares del G-31, además de los que más se habían asegurado de destacar en las últimas semanas, eran los candidatos idóneos para acoger al gyojin bajo la bandera de la Marina. Quizá Octojin hubiera mencionado los nombres de Atlas y Camille también en su alistamiento, lo que solo reforzaría los motivos de la decisión.

Hoy es el día —dijo para sí misma, ajustándose como pudo la gorra con la visera hacia atrás y terminando de ajustarse el uniforme.

Mientras lo hacía no pudo evitar que su imaginación volara, tratando de unir el recuerdo del tiburón con un uniforme de la Marina, una idea que provocó en ella el inicio de una carcajada que se apresuró a cortar. Tendría que hacer un esfuerzo por no reírse al verle: ya tendría suficiente con el resto de miradas durante el primer día como para que una de las pocas caras que conocería por allí se fueran a mofar. Bueno, igual sí que se metería con él un poco, pero solo lo justo y necesario.

Camille emprendió la marcha hacia el patio de armas en cuanto terminó de prepararse, recorriendo los pasillos con pauso raudo y acelerando a ratos el ritmo casi sin darse cuenta. Nunca se había planteado realmente que Octojin se tomase en serio su oferta de unirse a la Marina, pero tras haber coincidido con Atlas y hablar del tema no le sonaba descabellado. Tampoco esperaba que algo así fuera a generar en ella semejante emoción, pero en cierto sentido aquello significaba que tendría un compañero que, sin menospreciar al resto de sus compañeros y sus esfuerzos por integrarla, entendía casi a la perfección la situación que la oni debía haber vivido. Tan solo esperaba que, al igual que había ocurrido con ella, la brigada fuera capaz de ofrecerle un entorno completamente diferente. Bueno, diferente seguro que era, teniendo en cuenta quiénes la formaban.

A medida que se iba acercando al punto de reunión empezó a escuchar algo de alboroto. El ruido se fue intensificando más y más, aproximándose a su posición y, de un momento para otro, tuvo que echarse rápidamente a un lado para no ser arrollada por dos figuras a la carrera. Fue un momento tan breve que apenas le dio tiempo a discernir quiénes eran, aunque no tardó en hacer sus propias cavilaciones. Sonrió levemente y se apresuró a llegar cuanto antes.

El panorama que se encontró fue cuanto menos cómico. Como era de esperar, Ray ya se encontraba allí y se atrevería a decir que había sido el primero en llegar. Atlas, por su parte, se escondía tras una enorme figura, refugiándose de la ira de Shawn, quien parecía demasiado ocupado intercambiando golpes de protocolo con el memo de Taka. Por supuesto, la gigantesca mole de músculos que —ahora sí— iba uniformada, no podía ser otro más que Octojin. ¿Recordáis eso de no reírse del tiburón hipertrofiado vestido de marinerito? Bueno, pues misión fallida. En el momento en que Shawn se esfumó, Camille llegó al lugar junto al resto de sus compañeros, intentando cortar la risa mientras se abrazaba el vientre. Era mucho mejor de lo que se esperaba.

¿Pero de dónde han sacado ese uniforme? —se apresuró a decir, aún medio riéndose mientras se secaba una lagrimilla traviesa con el dorso de la mano—. Perdón, perdón, ya paro.

Consiguió controlarse unos pocos segundos después, tras los cuales se dio un momento para quedarse mirando al gyojin directamente al rostro. Sus labios, que habían mostrado una sonrisa un tanto burlesca, poco a poco la transformaron en un gesto de amabilidad y orgullo. A decir verdad, no había terminado de creérselo hasta ese preciso instante pero, inequívocamente, los rumores y la información no estaban errados. No se trataba de nadie más que Octojin y eso, de hecho, era cuanto podía querer.

No esperaba que la oferta de friegasuelos fuera a resultarte tan atractiva —bromeó con complicidad, acercándose hasta donde estaba el enorme escualo y tendiéndole la mano a modo de saludo—. Bienvenido al G-31, Octo.
#5
Masao Toduro
El niño de los lloros
Me gustan tus ojos, nininini canturreaba mientras frotaba los platos en la pila, acababan de dar el último turno de desayuno de oficiales y le había vuelto a tocar “chambear” Me gusta tu pelo, ninini… Me gusta tu cara… Me gusta tu cuerpo… continuó canturreando mientras palmeaba entre taza y taza.
 
Hoy al parecer iba a tener el día completito, primero tenían que recibir a una nueva incorporación al grupo de fuerzas especiales al que les habían asignado, la jefa del cotarro, la capitana con nombre de botella de vino caro les había dado una explicación bastante compleja de porque habían tenido que fundar el grupo, la verdad es que la charla le resulto muy técnica y el hecho de que les fueran poniendo diapositivas con mucho texto tampoco le había ayudado mucho, yo era más de los libros con dibujitos o de los documentales de la segunda cadena. En resumidas cuentas, lo que había entendido es que éramos la hostia y que nos iban a meter en todos los fregados chungos, vamos que acabamos ascendidos o que nos convertiríamos en abono para el huerto.
 
Me gusta como hablas…, Me gustan tus gestos…, Me gusta tu boca…, Me encantan tus besos, ay, ay. ¡TIN TIN TIN! prosiguió mientras terminaba el último plato de su pila, ajeno a todas estas preocupaciones Hasta las 21 no me necesitabais, ¿No? pregunté al chef de cocina, un sargento ya entrado en años.
 
Así es me respondió Lo veis chicos, hay que cocinar así, con alegría, que si no no salen las cosas gritó el chef, “Arginallo” o algo así le llamaban, debía de ser de “Little Italy” o una isla del sur cercana a la suya, ya que el apellido le sonaba a un programa de cocina que ponían por las mañanas, lo mismo hasta eran familia. 

Tras los vítores de alegría y aplausos que se sucedieron a mi marcha de la cocina, claramente en reconocimiento a mi buen trabajo y profesionalidad, para nada que ver con el hecho de que la cocina volvería  a su monótono silencio sepulcral. 

Tras guardar el delantal, en la taquilla que teníamos a la salida de los fogones, me fui al baño que teníamos al lado y me dispuse a asearme para quitarme el olor a cocina de encima. Por el sonido de las campanas ya sabía que no iba a darle tiempo a cambiarse por completo, por lo que decidió ir con su camiseta rosada de florecitas ajustada y aquel par de pantalones holgados y como no su rosario y la cruz de cristo al cuello, el pelo lo tenía recogido en un moño a la espalda, bien cuidado.
 
Al menos con la entrada del nuevo, su rol de “novato” llegaría a su fin, la verdad es que no le habían hecho ninguna travesura ni jodienda, la verdad es que el grupo, a pesar de no creer en las santas escrituras, era un grupo honrado y de buena fe. Buen Atlas tal vez fuera un poco holgazán, pero el resto de la brigada era más o menos profesional.
 
Aligerando el paso, se crucé con el sargento, el cual me lanzó un improperio mientras se marchaba dando voces a otros reclutas. Llegando al grupo que estaba rodeando a una figura que doblaba casi en tamaño al demonio, rápidamente reconoció a la figura de algo más de 4 metros.
 
Qué mala folla tiene el cipollo este mascullé al grupo imaginando que había tenido alguna disputa con algún sospechoso habitual Madre mía purísima, sin pecado concebido— exclamé al reconocer a la figura Si tú eres el pez con el que robé perico hace unos años, ¿Cómo que has acabado aquí? ¿También te han metido un reclutamiento forzoso? La verdad es que la paga es buena y ya no tengo problemas para paga el alquileh de los críos respondí poniendo los brazos en jarra Me llamó Masao, no recuerdo bien si nos llegamos a intercambiar nombres finalicé, cortando cualquier otra posible conversación o corte que me intentarán hacer Tomah, un regalo de bienvenida, una estampita de la virgen del Carmen, es la virgen de los pescadores y marineros agregué dándole la reliquia religiosa, había preguntado en la iglesia que si había una virgen específica para los hombres peces, pero la respuesta había sido en la misma línea que la que recibido días antes en referencia a santos para las personas con cuernos.

Suponía que Jesús no había tenido tiempo para dar instrucciones claras sobre el alma de estos seres. Tras lo cual saludo al resto del grupo y se quedó a la espera de instrucciones, no sabía quién iba a llevar la visita en esta ocasión.
#6
Octojin
El terror blanco
Octojin estaba sumamente nervioso. Durante varios minutos se limitó a jugar con sus dedos a dar pequeños toquecitos sobre su pierna, como intentando crear una melodía que carecía de sonido. El gigante gyojin tiburón no había dejado de notar las miradas desde el momento en que había entrado en la base de la Marina. Había pasado su vida siendo diferente, siempre consciente de su descomunal tamaño y su naturaleza exótica, pero aquello era distinto. Ahora estaba en un lugar donde su presencia no solo era observada con curiosidad, sino con una mezcla de respeto y sospecha. Apretaba con fuerza el inmenso uniforme que le habían dado, uno temporal diseñado para un gigante, mientras esperaba a ver a los rostros conocidos de Atlas y Camille. Su nerviosismo crecía con cada segundo.

El primer día de Octojin en la Marina había comenzado con una mezcla de nerviosismo y curiosidad que iba incrementando y cambiando los pesos de las cantidades entre ambos sentimientos. Por la mañana, a primer ahora, había tenido diversas introducciones y un tour apresurado por las instalaciones, aunque el gyojin todavía no tenía un lugar asignado para dormir. Mientras esperaba en un rincón del patio de armas, los murmullos y miradas curiosas de otros marines lo hacían sentir más como una atracción turística que un recluta. Sin embargo, mantenía la compostura, respondiendo con una sonrisa torpe pero sincera a cada saludo que recibía.

La llegada de Ray cambió el tono del día. El joven, de cabello plateado y ojos azules, se acercó con una energía contagiosa y una sonrisa que desarmaba cualquier defensa. Octojin se presentó, impresionado por la calidez del saludo y aliviado de finalmente ver un rostro amistoso que parecía genuinamente contento de tenerlo allí. El tiburón sonrió un poco, aunque nervioso. Respondió cordialmente, tratando de no parecer demasiado inquieto por estar rodeado de tantas miradas desconocidas.

—Sí, soy Octojin. Encantado, Ray. —El tono de Octojin fue cordial, a pesar de la inseguridad que todavía lo mordisqueaba por dentro. El gyojin le extendió su enorme mano en un saludo que parecía casi intimidante por el contraste de tamaño.

Ray parecía encantado de conocerlo y mencionó que Atlas y Camille también llegarían pronto, lo que calmó aún más al nervioso habitante del mar, pero sus ojos seguían moviéndose de un lado a otro, esperando ver las caras conocidas.  Sin embargo, la tensión volvió a aumentar cuando vio a Atlas aparecer corriendo, casi estrellándose contra ellos, perseguido por el que después se presentaría como el temible sargento Shawn.
Atlas se escondió detrás de las piernas de Octojin, usándolo como un escudo. El gyojin apenas pudo contener su asombro ante el caos que se desarrollaba. Era casi cómico ver cómo Atlas intentaba zafarse de su superior. Sin poder evitarlo, Octojin dejó escapar una risa mientras observaba la escena.

—¿Siempre es así de caótico por aquí? —preguntó Octojin, claramente sorprendido.

Fue entonces cuando una figura mucho más familiar apareció: Camille, con su gorra puesta hacia atrás y sus cuernos rojos asomando. Al verla, Octojin no pudo evitar esbozar una sonrisa y lanzó una pequeña broma para aliviar la tensión que sentía y responder a las risas de la oni.

—Camille, ¿no te molesta esa gorra? —dijo con un tono burlesco, señalando los cuernos que sobresalían de su cráneo—. Siempre he pensado que se verían mejor sin ese intento de esconderlos.

Octojin continuó con su respuesta con una tímida risa y un aire de camaradería que intentó para sentirse parte del equipo. Tras ello, Camille hizo una broma sobre su oferta de fregasuelos que provocó una gran risa en el tiburón. Aquella tipa pese a su porte, tenía un sentido del humor muy compatible con el del gyojin.

—Espero que no me den una mini fregona como las vuestras o me voy a dejar los riñones —comentó mientras se levantaba de su asiento, dejando ver la diferencia de altura con todos los demás.

Después de que Shawn se calmara y Camille terminara de reír, Octojin sintió que el ambiente era mucho más acogedor. Sin embargo, pronto más figuras llegaron al lugar. Un hombre robusto de cabello verdoso y tatuajes tribales, Takahiro, llegó y lo saludó con un puño amistoso y un estilo desenfadado. Octojin lo chocó, sorprendido por la cordialidad y el ambiente relajado entre los marines. Octojin comenzó a sentir que, a pesar de las primeras impresiones abrumadoras, podría encontrar su lugar entre estos peculiares pero acogedores marines.

Lo que le llamó la atención era la labia que tenía aquél tipo. Pese a que iba sin uniforme y Shawn parecía ser muy estricto con eso, se las ingenió para sacarlo de sus casillas ley en mano, algo que sin duda denotaba que o bien era muy inteligente, o tenía una cruzada personal con su superior.

Finalmente, apareció un nuevo rostro conocido que lo sorprendió profundamente: Masao. El extravagante humano que alguna vez había conocido en los bajos fondos de otra isla ahora estaba frente a él, presentándose con el mismo tono casual y amistoso que recordaba. Masao le ofreció una estampita de la Virgen del Carmen, lo cual Octojin aceptó con una mezcla de incredulidad y gratitud. Y lo cierto es que no pudo dejar de mirarla durante unos minutos. Aquella estampita parecía tener algo hipnótico. ¬¿Qué tendría la religión que conseguía tantos adeptos?
Mientras Masao hablaba, Octojin no pudo evitar sonreír ante lo extraña que se había vuelto su vida. Allí estaba, en su primer día como parte de la Marina, rodeado de nuevos amigos y viejos conocidos.

—Gracias a todos por la cálida bienvenida. Estoy listo para aprender y espero contribuir tanto como pueda—dijo Octojin, con una voz firme que intentaba denotar una mezcla de gratitud y determinación, aunque con nervios de por medio.

Mientras el grupo intercambiaba bromas y conversaciones ligeras, Octojin observaba y escuchaba, aprendiendo más sobre las dinámicas y personalidades de sus nuevos compañeros. Se arremangó el uniforme y se subió un poco el pantalón para que no le cayese tanto, después de todo, tropezarse y caer el primer día no sería un buen recuerdo. El escualo sabía que el camino por delante estaría lleno de desafíos, pero también de oportunidades para crecer y, tal vez, para cambiar la percepción de los gyojin dentro de la Marina.
#7
Takahiro
La saeta verde
—Ya sabes Masao —comentó el peliverde con voz relajada, apoyando su mano con suavidad sobre la empuñadura de su espada—. El pan de cada día con nuestro colega. Pero esta vez… —en su cara se dibujó una sonrisa de satisfacción—, le he dado su propia medicina.

Estaban todos plantados en mitad del cuartel, cuando una joven de cabellos dorados vino preguntando por ellos. Era preciosa, de tez blanquecina con unos grandes ojos castaños. No muy llamativa a simple vista, pero con unos rasgos sacados de un cuento de hadas. El peliverde se quedó embobado mirándola, pero era consciente de que si interactuaba con ella de forma poco profesional, la maldita de la enchufada de la grandullona iba a soltar algún comentario que le jodería el intento de conseguir novia…, otra vez. Así que se calló, suspirando con cierta resignación.

—La cap…, la cap…, la capitana Montp…, Montpellier quiere veros en la caseta situ.., tu…, tuada al norte del campo de entrenamiento número cuatro en lugar de en su despacho —les dijo—. A to.., to…, a todos vosotros. El nuevo recluta, Octo…, Octo…, Octojin también.

La muchacha se fue de allí sonrojada de la vergüenza, pero no era por menos. La capitana no había tenido mucho tacto al enviarles un mensaje a una chica tartamuda, y más a un grupo como el suyo que era de broma fácil.

—Algún fallo tenía que tener… —musitó el peliverde, observando como aquella preciosa joven se iba alejando de ellos a paso ligero—. Era monísima, ¿no creéis? —preguntó en voz alta a sus compañeros—. Aunque no me esperaba que…, bueno, que fuera tartaja —añadió—. ¿Sabéis dónde está el campo de entrenamiento cuatro?

Tras esa pregunta, sus ojos se posaron sobre la oni, que se conocía aquel lugar como la palma de su mano. Si bien durante la guía que le hicieron días atrás había aprendido a situar bastantes zonas del cuartel y de la isla, aún le costaba diferenciar un campo de entrenamiento de otro. Todos eran iguales y no estaban numerados, algo que quiso solucionar Takahiro, quien había propuesto a los oficiales del cuartel enumerarlos. Fue una sugerencia escrita y firmada por él mismo, y esperaba de corazón que saliera a flote de cara a los nuevos reclutas que llegan al cuartel. Sin embargo, el comandante Buchanan le advirtió que era muy probable que la tiraran a la trituradora de papel.

Ya en la caseta del campo de entrenamiento se encontraron con la capitana, como era de esperar se encontraba de pie con los ojos cerrados, seguramente dormida. ¿Cómo era posible que pudiera descansar de aquella manera? Le desesperaba. Nadie todavía había hecho el intento de despertarla, sin embargo, apareció el comandante Buchanan junto al teniente comandante Shawn.

—Bien —dijo Shawn, sacando unos informes que entregó a cada uno—. Veo que estáis todos. Esta es vuestra próxima misión, y creo que a vuestro escuadrón le viene como anillo al dedo —comentó con un tono de voz que le hacía ver a Takahiro que no estaba conforme con lo que estaba diciendo.
#8
Ray
Kuroi Ya
Para variar la llegada de Atlas estuvo marcada por sus eternos encontronazos con Shawn. El recientemente ascendido a Teniente Comandante seguía siendo día tras día el tormento de nuestra pequeña brigada, nuestra némesis por llamarlo de alguna manera. Y en particular la del escurridizo Atlas, que constantemente se topaba con él en sus intentos de evadir sus tareas.

En esta ocasión su superior llegó persiguiéndole como si quisiera matarle hasta que el rubio, visiblemente asustado, se escondió tras la pierna de Octojin. Por suerte el tiburón y él ya se conocían, pues de lo contrario el momento habría sido considerablemente incómodo para ambos.

El recién llegado señaló al joven de pelo plateado y posteriormente al gyojin para mostrar a Shawn que no estaba intentando engañarle en aquella ocasión y que de verdad les habían encargado dar la bienvenida a Octojin. Su superior no parecía muy convencido, pero finalmente aceptó.

Sin embargo el dantesco espectáculo estaba lejos de haber terminado, pues justo en ese momento llegó Takahiro. El peliverde, como en él era habitual, iba vestido con sus propias prendas en lugar de con el uniforme reglamentario, algo que a Shawn nunca le había hecho demasiada gracia. Reaccionó con su virulencia habitual, abroncando a Taka a voz en grito. No obstante en esta ocasión pasó algo verdaderamente sorprendente, y es que el joven de cabellos esmeralda le respondió citándole varios artículos de la normativa vigente que le dejaron con la palabra en la boca, obligándole a cesar su arenga y a marcharse con el rostro rojo de rabia para no tener que reconocer que uno de sus subordinados había sido más listo que él.

Poco después fue Camille la que hizo su aparición, riéndose del destartalado aspecto del gyojin en el inmenso uniforme que incluso a él le quedaba enorme y dándole también la bienvenida.

Masao se unió al grupo apenas unos minutos más tarde, completándolo. Con su siempre particular forma de expresarse saludó al escualo como si ya le conociera de antes, cosa que este corroboró al devolverle el saludo, antes de regalarle una estampita de una virgen. Resultaba llamativa la obsesión que su compañero tenía con aquellas imágenes y con repartirlas entre los demás. Había días que al llegar a su habitación a Ray se le habían caído media docena del bolsillo sin ser siquiera consciente de que estaban allí hasta ese momento.

El grupo, ya reunido, conversó distendidamente durante unos minutos hasta que se les acercó una joven de cabellos rubios y unos enormes y llamativos ojos de tono marronáceo. Su rostro era muy armonioso y realmente atractivo, atrayendo rápidamente las miradas de los presentes.

Entonces comenzó a hablar y, entre torpes tartamudeos, les comunicó que la Capitana Montpellier solicitaba su presencia en la caseta situada al norte del campo de entrenamiento cuatro. Cuando se fue Taka hizo una broma sobre la tartamudez de la mensajera, a lo que Ray en tono amable le contestó mientras se llevaba la mano izquierda detrás de la cabeza:

- Pobrecilla, con la vergüenza que habrá pasado. - Como parte de sus estudios de medicina había aprendido que las personas que hablaban así podían padecer o bien alguna clase de problema neurológico, o con mayor probabilidad algún trastorno relacionado con la ansiedad social. La situación le había generado un cierto sentimiento de ternura realmente, pues le daba pena que aquella pobre chica tuviera que pasar por eso cada vez que se comunicaba con alguien.

- Si, yo sé dónde es. - Contestó a la siguiente pregunta del peliverde. - Es el campo de entrenamiento en el que nos conocimos, donde casi te cargas a la Capitana de un pelotazo. - Le recordó entre risas.

Acto seguido se pusieron en marcha. El camino no era largo, y en apenas cinco minutos llegaron a su destino. La caseta estaba guardada por dos sargentos que les autorizaron la entrada sin poner ninguna pega. Les conocían personalmente, y eran conscientes de que su superior les esperaba.

En el interior encontraron a la Capitana sentada en su silla con los pies sobre la mesa y profundamente dormida. Dudando si despertarla o no, fueron entrando intentando no hacer demasiado ruido hasta que su superior abrió los ojos sobresaltada:

- Perdonad, chicos. Me habéis pillado echando una cabezada. - Se excusó. Ese tipo de cosas eran típicas de la Capitana, que en ciertos aspectos era casi tan peculiar como ellos. Quizá por eso les había cogido tanto aprecio desde el principio.

- Hemos recibido informes de que hay un pirata por la zona del puerto que está intentando reclutar una tripulación para dirigirse al Grand Line. Es alguien poco conocido, de hecho no sabemos qué aspecto tiene, pero se hace llamar Phar D Yoh. Necesito que lo encontréis y le traigáis ante mí.

La Capitana hizo una pequeña pausa y les miró uno por uno a los ojos. Apenas unos segundos después hizo una última petición.

- Y por favor, intentad no provocar demasiados destrozos, ¿vale? El Gobierno Mundial no puede seguir pagando las cosas que rompéis durante las misiones.
#9
Atlas
Nowhere | Fénix
En algún momento anterior debería haber cambiado de amigos. ¿Que por qué? Bueno, pues porque resultaba que cada vez que nos reuníamos más de dos o tres nos acababan endosando trabajo extra. El concepto de extra, por supuesto, era diferente para cada uno. Aquellos que cumplían religiosamente con sus deberes, como Camille y Ray, encontraban ese extra cuando se les encomendaba una tarea, labor o misión más allá de sus labores reglamentarias como soldados. En mi caso, por el contrario, era que verdaderamente tuviese que hacer algo de provecho en algún momento.

En aquella ocasión la encargada de dar al traste con mis planes de no hacer nada en todo el día fue una muchacha que a Taka le resultó tremendamente atractiva —¿y quién no?—. No obstante, la dificultad con la que se expresó le restó encanto a ojos del peliverde. No lo pude evitar; a la voz de "pobrecita, no seas cruel con ella" solté la mano derecha en su dirección con la intención de propinarle una colleja. Si de algo estaba plagado nuestro grupo era de gente peculiar y bichos raros. Nosotros más que nadie debíamos entender a esa pobre muchacha.

En cualquier caso, seguí al grupo hasta llegar al punto indicado, que resultó no ser otro que el campo de entrenamiento al que me había arrojado Shawn uno de mis primeros días en el cuartel. Aquel día había conocido a Ray y a Taka justo después de que finalizasen una prueba de atrapa la bandera, estrenándome a lo grande en mi frustrado —por Shawn— arte del escaqueo.

Shawn comenzó a repartir expedientes justo antes de que la capitana hiciese un breve resumen de lo que se esperaba de nosotros. Aquella mujer sí que sabía hacer las cosas en condiciones. En ese tipo de dosieres, repletos de información y documentos, se perdían los datos importantes en medio de un mar de paja. Un pirata reuniendo información en Loguetown al que había detener; eso era todo lo que necesitábamos.

—Supongo que tendremos que ir sin llamar tanto la atención, ¿no? —dije al tiempo que me señalaba la ropa—. Si os parece —continué, haciendo un gesto con el que solicitaba permiso a nuestros superiores—, podemos vestirnos de paisano antes de ir a explorar.

***

La zona cercana al puerto era a mi juicio la más segura para un pirata en Loguetown, sobre todo si pretendía hacerse con una tripulación con la que partir. ¿Por qué? Pues porque en caso de que se organizase una redada, tener el barco cerca y listo para partir era crucial. En mis numerosos escaqueos había escuchado rumores que decían que el área inmediatamente al sur de la zona portuaria se estaba convirtiendo en un buen lugar en el que buscar a un capitán con el que lanzarse al mar.

Que Loguetown tuviese una importante presencia de la Marina no disuadía a los delincuentes de, dada su privilegiada situación geográfica, usarla como punto donde abastecerse y reforzar sus filas para lanzarse más allá de la Reverse Mountain. El tipo que íbamos a buscar debía ser uno de tantos.

Para la ocasión había escogido unas botas altas de cuero que albergaban el final de unos holgados pantalones color caqui. Cubriendo en parte mi torso, una camisa sin mangas ni botones que dejaba al descubierto una gruesa línea central en mi torso era mi única vestimenta. El lino se sentía bastante cómodo en la piel.

—A veces, mientras Shawn me encuentra y no, me intento escabullir en tabernas, bares y demás. Allí se habla de todo y de vez en cuando me entero de alguna cosa interesante. En las últimas semanas se ha estado comentando que los delincuentes que vienen y van están frecuentando la zona sur. Va rotando según la presión que hagamos con patrullas y demás y, por el momento, esa zona es en la que menos presencia tenemos. Tal vez sea buena idea empezar por ahí, ¿no os parece?
#10


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