Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
Tema cerrado 
Marine siempre tienen buena mercadería
Octojin
El terror blanco
El tiburón llevaba una temporada buscando un objeto, y no era capaz de conseguirlo. Se desplazó hasta el mercado de isla Kilombo, lleno de bullicio y vida, con la firme intención de conseguir aquello que tanto ansiaba.

Lo cierto es que el mercado vibraba con la energía de sus comerciantes y visitantes. Los puestos estaban alineados en hileras desordenadas, vendiendo todo tipo de mercancías de distíntos índoles: desde frutas exóticas, pasando por tejidos finos, algunos tipos de armas de segunda mano, y lo que más interesaba a Octojin en ese momento, objetos raros y difíciles de conseguir. En aquella ocasión, el tiburón gyojin caminaba con un objetivo muy claro en mente: conseguir un dial de agua. Había sido su sueño durante mucho tiempo, y estar tan cerca de conseguirlo, hizo que se le erizara la piel.

El habitante del mar no conocía mucho de los diales más allá de lo que le habían contado la gente que los vendía. Eran objetos extremadamente valiosos para la gente, y había una enorme diversidad de ellos con usos muy distintos. Algunos se podían usar como linternas, o como fogatas, pero otros se empleaban en peleas y multiplicaban los impactos que recibían. Sin duda, eran objetos muy a tener en cuenta para aventureros como él.

De echo, entre los habitantes del mar llamaba sobre todo la atención el dial de agua. Especialmente para aquellos como Octojin que practicaban el Karate Gyojin. Un dial de agua podía almacenar grandes cantidades de agua, lo cual permitía a los usuarios liberar su contenido en poderosos ataques. Era un objeto codiciado, no solo por su capacidad de almacenaje, sino por lo que simbolizaba. Tener uno era como poseer una parte del océano misma, un vínculo con su hogar marino, incluso estando en la superficie.

El tiburón avanzó a paso firme, atrayendo su enorme figura las miradas de los curiosos. La piel grisácea y las afiladas aletas sobresalían entre la multitud humana, pero Octojin estaba acostumbrado a esa atención, por lo que no prestó mucho interés en intercambiar palabras con aquellos que murmuraban cosas sobre él. Su mirada se movía de un puesto a otro, evaluando cada uno con cuidado, buscando señales de que algún comerciante tuviera lo que necesitaba.

Pasó por algunos con ropajes singulares que le llamaron la atención, pero como de costumbre, no tenían su talla. También por lugares de carne cuyo olor atrajo al tiburón, pero tampoco tenía manera de cocinarla allí. Así que tras varios puestos, empezaba a darse por perdido.

Finalmente, sus ojos se posaron en un pequeño puesto en la esquina del mercado, donde un humano de pelo marrón rojizo, largo y ondulado, que lo tenía recogido en una cola de caballo manejaba una variedad de objetos extraños. El gyojin observó tranquilamente todos los objetos, a cada cual más raro, y se sorprendió al ver que quizá había más objetos de los cuales desconocía su uso que los que sí. Sobre una tela polvorienta se extendían varias clases de diales, cada uno con una inscripción que indicaba su tipo: diales de viento, de calor, de impacto, pero entre todos, destacaba uno en particular.

El ansiado dial de agua tenía una apariencia sencilla, pero al mismo tiempo majestuosa. De forma redondeada, estaba hecho de un material similar al coral, con pequeños surcos que parecían diseñados para permitir el flujo del agua. A través de una pequeña abertura en su superficie, el agua podía ser expulsada en chorros o rafagas, dependiendo de cómo se usara. En su centro, una ligera ondulación reflejaba la luz de manera que simulaba las olas del océano, como si llevara en su interior el espíritu del mar mismo.

Octojin se detuvo frente al puesto y, sin apartar la mirada del dial, se inclinó un poco para observarlo más de cerca. "Es perfecto, pensó para sí mismo, sabiendo que ese dial le ayudaría no solo a mejorar sus técnicas, sino también a tener una conexión más profunda con su hogar submarino.

El gyojin cambió el objetivo de su mirada, del dial al humano, notando el interés en sus ojos.

— Necesito este dial de agua, es una joya rara, perfecta para alguien como yo, que aprecio las maravillas del mar. ¿Cuánto pides por él?— preguntó el tiburón, con un tono firme pero respetuoso.

Octojin entrecerró los ojos, consciente de que si podía pagarlo, lo haría. Aunque fuese un precio alto, el dial lo valía. Así que se limitó a esperar respuesta y, de tener el suficiente dinero, proceder con la compra. Aquél objeto tenía que ser suyo, y una vez lo fuese, lo usaría con inteligencia.
#21
Vesper Chrome
Medical Fortress
La verdad es que el día había sido bastante pesado, entre las diferentes interacciones que hice en el día, entre estar en el mercado intentando hacer algo de dinero para que algún buen inventor hiciera para mi aquellas armas que tengo pensadas, la verdad es que en algún momento tendré que conseguir una tripulación, pues ya ha pasado demasiado tiempo desde que llegue a esta isla y me quede en ella, ya no soy el mismo chico de 20 años, ya han pasado cuatro largos años en los que no he avanzado absolutamente nada. Al final había hecho unos tratos que me habían favorecido, pero no creo que sea suficiente para lo que quiero lograr.  Así que aun permanezco en el pequeño puesto improvisado que estaba.
 
Las personas pasaban de aquí hacia allá, en busca de cosas particularmente raras o incluso otras demasiado simples, aquellos que deseaban las cosas más exóticas claramente no eran personas comunes, sino algunos aventureros, piratas, bandidos, personas del bajo mundo que buscaban cosas específicas para situaciones específicas y esa era precisamente la gente con la que me gusta encontrarme en Rostock.  Y es entonces cuando vi aquel hombre acercarse a mí, tan solo tenía estas nudilleras, eso sí, la calidad era excepcional al menos para lo que se acostumbra a vender legalmente en este mercado.
 
—Honestamente anciano, he estado intentando venderla por 9 millones. — Le miraba con aquellos ojos carmesí que daban a comprender aquella actitud que tenia hacia todos los demás, como si no me importara tener ningún tipo de respeto en sus palabras sin importar quien estuviera delante de mí. —Si cree que el precio es demasiado larguese a otro lugar. — Justo entonces sacó aquel dial de sus bolsillos y no pude evitar sentirme atraído por el objeto, ya había tenido una clienta que buscaba ese tipo de diales, y si me encontraba con ella quizá pueda hacer otro gran trato.
 
—Puede que ese dial sea bastante interesante, pero no es valido el intercambio. — Pensé durante unos minutos como hacer que no perdiera tanto, pues, aunque el dial era interesante realmente no valdría los 9 millones que estaba solicitando al inicio. —Podemos intercambiar si también añades al menos 3 millones y medio a la transacción. — Comenté sin despegar la mirada de aquel anciano con cuerpo de atleta, no tenia que preguntar porque se ve así, con hacer las mínimas preguntas todo estaba bien, siempre estaba bien de ese modo, al menos en este mercadillo.  
 
Quizás las cosas no parecían ser validas, pero había que ser honestos, conozco el valor de lo que tengo en la mano, había sido un regalo para mí, pero al final decidí no utilizarlo, lo que quiero aumentar es mi defensa, no mi ataque y esto no serviría para mi propósito por ello lo estoy vendiendo. —¿Qué dices anciano, aceptas? — Pregunté mientras tomaba con delicadeza las nudilleras y las acercaba al anciano delante de mí.
#22
Galhard
Gal
Galhard, observando la imponente figura del tiburón gyojin que se acercaba a su puesto, ya sabía que aquel encuentro sería interesante. La determinación en los ojos de Octojin era innegable, y su petición no le sorprendió en lo más mínimo. El dial de agua era uno de los objetos más codiciados por aventureros y guerreros gyojin.

Cuando Octojin habló, su tono respetuoso y firme le dejó claro que este no era un cliente cualquiera. Galhard no pudo evitar admirar la figura del tiburón gyojin por un breve instante, consciente de la importancia que tenía el dial para alguien como él. Aquél objeto, para el gyojin, no era solo una herramienta. Era un vínculo con su hogar, con las profundidades del océano que tanto amaba.

El marine se inclinó ligeramente hacia adelante, sosteniendo el dial de agua entre sus manos con cuidado, como si sostuviera una pequeña pieza del mismo océano. El objeto brillaba con una luz tenue, reflejando la esencia del agua que llevaba dentro.

—Este dial de agua es una pieza excepcional, sin duda—comenzó Galhard, con un tono tranquilo pero profesional —Es raro y extremadamente útil, especialmente para alguien que sabe cómo aprovecharlo al máximo, como tú—Hizo una pausa breve, observando la reacción de Octojin antes de continuar—. El precio de este dial es de siete millones de berries.

El ambiente a su alrededor parecía volverse más denso mientras las palabras de Galhard flotaban en el aire. El precio era alto, pero el dial lo valía. Sabía que aquel objeto no solo incrementaría las habilidades de Octojin, sino que también le proporcionaría una herramienta invaluable en su travesía.
—Entiendo que es una cifra considerable, pero no te ofrecería algo que no esté a la altura de su valor —añadió Galhard, manteniendo el contacto visual con el gyojin—Estoy seguro de que, con este dial en tus manos, tus habilidades alcanzarán un nuevo nivel.—

Octojin lo escuchaba con atención, sus ojos fijos en el dial, sintiendo el peso de la decisión. Para él, no era solo una compra, era una inversión en su propia fuerza, en su identidad como guerrero del mar. Mientras el bullicio del mercado continuaba a su alrededor, todo parecía centrarse en ese pequeño intercambio que, para ambos, representaba algo más que una simple transacción.

Galhard aguardó la respuesta, confiando en que Octojin, con su determinación y entendimiento del valor de aquel objeto, aceptaría el precio.
#23
Gautama D. Lovecraft
El Ascendido
Con la atención del chico pelinegro sobre mí, no tardó en dirigirse hacia donde le hablaba y quería para las nudilleras que ofertaba. El joven parecía que no albergaba ningún tipo de interés, a pesar de que estaba allí mismo queriendo vender su género, y pronto se me dirigió con unas palabras y un tono poco visto en un vendedor. Sin embargo, quien era yo para ofenderme sin saber si aquel joven llevaba un mal día, una mala semana, pasaba por una mala racha o había tenido una vida difícil, no, por mi educación, ese tipo de juicios no me correspondían a hacerlos con o sin conocimiento.

No reaccioné de mala manera, me limité a seguir de forma neutra con la transacción mientras le dedicaba un gesto fraternal, no lo conocía, y a pesar de su ruda contestación, no recibiría un feo gesto de mi parte. Sin embargo, el chico cambió de parecer cuando vio el dial que sacaba del bolsillo. Sus ojos se dilataron levemente, y en ese momento supe, al igual que me pasó con Galhard, que el vendedor tenía un interés en aquello, podía haber trato. Por dentro me alegró saber que el chico parecía acceder ahora a la venta de sus nudilleras, y pronto cambió de parecer.

Le dediqué una grácil sonrisa mientras entrecerraba los ojos, sin esperar ni un segundo, deposité el dial justo al lado de la nudillera para que el chico pudiera cogerlo. Acto seguido, alcancé una hoja del viejo diario en el que apuntaba algún mantra oportuno que se me viniera y mis reflexiones más personales. Me fui hasta la última hoja, y comencé a escribir sobre esta un permiso especial para el joven, para que este pudiera pedir en el banco de Rostock, una retirada de 4 millones de berrys a pesar de que en un principio me indicó que eran 3 millones y medio. Esperaba, tras eso, que al menos su visión de mí mejorase y a la vez, le fuera mejor el día.

Comencé a escribir de mi puño y letra en la hoja, tras acabar, guardé el lápiz, arranqué esta y se la extendí al joven pelinegro. En ella podía ver tanto mi permiso, así como la cantidad de berrys a su favor, que compensarían el trato por de más. Tomé la nudillera, una gran banda fina perfecta para amoldar a las almohadillas de mi palma, con ellas, estaba seguro de que en mis próximas intervenciones, no tendría miedo a emplearme a fondo.

Le dediqué una reverencia una vez el intercambio se efectuó, y tras ello, inicié la despedida y me distancié del puesto. Retomé de nuevo el caminar, pero esta vez ya era más que suficiente el paseo de la tarde, ahora llevaría mis pasos rumbo a la base, con las 2 nuevas adquisiciones me sentía más que satisfecho y algo motivado para querer utilizarlas. Estaba preparado para que en las próximas veces en las que mi condición de marine tuviera que salir a relucir, tuviera la confianza suficiente como para demostrar todo mi potencial sin miedo.
#24
Yoshi
Yoshi
Visitar Isla Kilombo era una nueva experiencia para Yoshiro que se la pasaba siempre en su isla natal y es que ¿Para que irse de dónde eres feliz? Yoshiro sentía que no le faltaba nada en su hogar, la fauna y flora de su isla le daba todo para sobrevivir y su tienda de artesanías era su vocación desde niño.

Pero ahora era un cazarrecompensas y cuando debes ir a otra isla a realizar un trabajo no puedes decir que no, menor si la recompensa es jugosa, fue por eso que llegó a esta Isla en primer lugar pero con su paga ya en mano tocaba comprar algo interesante como un recuerdo.

En su búsqueda notó a un sujeto vendiendo todo tipo de cosas por un buen precio, por lo que se acercó a mirar, si, había varias cosas interesantes pero le sorprendió fue que hubiera medicina a un precio tan accesible-Un antidoto por 80, vaya-una parte de él le advertía de la calidad del producto pero su lado curioso quería saber que tan efectivo era.

Me llevaré uno y si es bueno volveré en otro momento-le interesaba el antidoto ya que aveces explorando la jungla se topaba con serpientes y aunque aún no habia sido mordido seria bueno tener algo que lo ayudara si acababa necesitando.

"Más vale que sobre que falte"
#25
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
En el bullicioso zoco comercial de Rostock, donde la cacofonía de vendedores y compradores se entremezcla con el aroma penetrante de especias y el susurro de telas en movimiento, me desenvuelvo con una fluidez casi felina. Este lugar, con sus pasillos laberínticos y sus mercancías desbordantes, es un escenario interesante, algo proclive al timo, casi implacable. Aquí, cada sombra y cada destello de luz juegan su papel en la compleja danza de comercio y engaño.

La luz del sol se filtra a través de los toldos de lona, creando patrones de luces y sombras que transforman el zoco en un tapiz de contrastes intensos. Cada esquina es un rincón donde la apariencia puede ser engañosa, y cada vendedor tiene su propia forma de ocultar o revelar lo que realmente ofrece. Entre la multitud que se mueve con una mezcla de prisa y curiosidad, yo me deslizo como un espectador atento, sabiendo que cada movimiento debe ser tan calculado como necesario.

Si bien mi anterior acto comercial fue hacerme con un objeto, ahora mi objetivo es un cliente particularmente perspicaz, alguien cuya reputación en la selección de objetos y servicios ha sido forjada con una mezcla de habilidad y escepticismo. Sé que este individuo no se deja llevar por la apariencia superficial ni por las historias que se tejen en el aire espeso del mercado. Más bien, busca la sustancia detrás del brillo y el bullicio.

En este entorno, mi oferta no puede ser simplemente un objeto en un estante. No, lo que tengo es algo que debe ser presentado con la misma sutileza y precisión con la que uno manejaría un delicado artefacto en un entorno peligroso. El zoco, con toda su vibrante desorden, se convierte en el escenario perfecto para este juego de persuasión, donde la presentación y la percepción son tan importantes como la calidad del producto.

En lugar de exhibir mi mercancía de manera ostentosa, he optado por ocultarla cuidadosamente, envolviéndola en capas de tela fina y en las notas de susurros que pasan entre los compradores y vendedores. La verdadera maestría del comercio en un zoco reside en la habilidad de mantener el equilibrio entre lo visible y lo oculto, entre la revelación y la insinuación. Mi objetivo es que el cliente sienta que está descubriendo algo valioso, no que simplemente le están ofreciendo una transacción más.

Mientras me acerco a él, puedo ver la agudeza en sus ojos, la forma en que escudriña el entorno con una atención casi académica. Sabe que aquí, en este laberinto de mercancías y sonidos, las apariencias pueden ser tan efímeras como una sombra fugaz. Lo que busco es capturar su atención no a través de un despliegue ruidoso, sino mediante una invitación sutil a explorar lo que está cuidadosamente oculto.

Mi presentación debe ser tan calculada como la danza de un prestidigitador. En lugar de presentar mi oferta de manera directa, inicio una conversación enigmática, una charla que revela poco a la vez, pero que sugiere mucho más. Me aseguro de que cada palabra, cada gesto, cada pausa esté diseñada para despertar su curiosidad sin revelar todo de inmediato. La calidad de lo que ofrezco no se encuentra en su apariencia externa, sino en el impacto que puede tener en sus decisiones y en su percepción de la seguridad y la preparación.

La oferta en sí misma es un antídoto cuyo valor se encuentra en su capacidad para proporcionar una solución a una necesidad específica, una llave maestra que puede desbloquear la seguridad en momentos de incertidumbre. No se trata de un simple objeto; es una herramienta que, en manos correctas, puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso, la vida y la muerte. Mi objetivo es que el cliente entienda esto no solo a través de palabras, sino a través de la impresión que le dejo.

Cuando finalmente hago mi propuesta, el precio que menciono es de ochenta mil berries. Este número no es arbitrario; es una cifra que refleja tanto la sofisticación como la importancia del artículo. No se trata de una simple transacción económica, sino de una inversión en la seguridad y en la preparación. En un mercado como este, donde la percepción de valor puede ser tan cambiante como el viento, el precio debe ser una representación fiel de lo que realmente se está ofreciendo.

A medida que el cliente considera mi oferta, puedo ver en su mirada la lucha entre el escepticismo y el interés. En un entorno donde la confianza se gana lentamente y se pierde en un instante, mi objetivo es establecer una relación de respeto y entendimiento mutuo. La verdadera transacción aquí es la que va más allá del simple intercambio de bienes; es la construcción de una relación que puede ser beneficiosa en el futuro.

Finalmente, mientras el cliente pondera mi oferta, sé que el éxito de esta interacción no se mide solo en términos de una venta realizada, sino en la calidad de la impresión que dejo. Mi intención es que, al final de nuestro encuentro, él no solo vea el valor del artículo en sí, sino que también reconozca la habilidad y la integridad que llevo a cada transacción. Es el caso acertado que finaliza en venta, sin más que unas meras palabras vanas y mediante un rápido intercambio de manos.

Así, en el multitudinario zoco de Rostock, entre la maraña de vendedores y compradores, mi papel es el de un artífice de transacciones elegantes y discretas. Cada intercambio es una oportunidad para demostrar que, en medio del caos y el ruido, la verdadera maestría se encuentra en la habilidad de ofrecer no solo un producto, sino una experiencia de valor y confianza. Y mientras el zoco continúa su interminable danza de comercio, yo permanezco en el centro de esta dinámica, ofreciendo un equilibrio entre la sutileza y la eficacia, entre la apariencia y la realidad.
#26
Illyasbabel
cuervo de tiburón

Este tema ha sido cerrado.

#27
Tema cerrado 


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