Alguien dijo una vez...
Rizzo, el Bardo
No es que cante mal, es que no saben escuchar.
Tema cerrado 
[C-Pasado] Bestias en el mar, bestias en la selva
Octojin
El terror blanco
Octojin, bajo el efecto curativo y tranquilizador del canto de Asradi, se dejó llevar hacia un sueño profundo y reparador. A pesar de la incomodidad que pudiera sentir por su condición debilitada, su cuerpo, acostumbrado a las duras realidades del océano y ahora ayudado por el cuidado meticuloso de la sirena, comenzó a relajarse completamente. La herida en su pecho, aunque todavía grave, ya no le dolía tanto gracias al ungüento aplicado por Asradi, y su respiración, que antes era irregular por el dolor y la fiebre, ahora se volvía más estable y tranquila.

***

En el mundo brumoso de sus sueños, Octojin se encontraba en una vasta y etérea cocina submarina, los colores azules y verdes del océano se difuminaban en las líneas entre la realidad y la ficción. En este reino onírico, un postre, tan escurridizo como delicioso, captaba toda su atención.

El postre parecía una amalgama exquisita de sabores marinos y terrestres: una especie de pastel de algas dulces con un relleno de crema de perlas y trozos de mango jugoso. El pastel, adornado con un glaseado brillante de azúcar de coral y chispas de nácar, flotaba justamente fuera de su alcance. Cada vez que Octojin nadaba hacia él, el postre se movía, como impulsado por una corriente misteriosa, siempre un par de aletazos más allá de sus dedos estirados.

El gyojin, movido por un deseo intenso y una creciente frustración, aceleraba su paso a través del agua, sus potentes movimientos creando remolinos en el sueño líquido. Pero no importaba cuán rápido nadara o cuánto se esforzara, el postre parecía tener vida propia, desviándose siempre con gracia y un toque juguetón justo cuando el tiburón estaba a punto de atraparlo.

En su caza, pasaba por arrecifes de coral que parecían castillos de cristal y bancos de peces que formaban nubes danzantes. Cada vez que se acercaba, el aroma del pastel se intensificaba, una mezcla embriagadora de dulzura oceánica y frescura tropical que lo hacía nadar aún más rápido.

A pesar de su velocidad y destreza, el postre permanecía tan inalcanzable como una estrella en el cielo nocturno. Con cada intento fallido, Octojin se sentía más hambriento y más determinado, pero el sueño le dejaba siempre con la boca hecha agua y las manos vacías, una metafórica y constante búsqueda de algo maravillosamente inalcanzable en las profundidades de su mente dormida.

***

A medida que las horas pasaban, el gyojin continuaba sumido en un estado de descanso casi meditativo. Aunque su mente vagaba por recuerdos y sensaciones, la presencia constante y calmada de Asradi ofrecía un ancla a la realidad, asegurando que su recuperación no fuera interrumpida por pesadillas o dolor. El tratamiento de la sirena no solo servía para combatir el veneno, sino que también fortalecía su sistema inmune, permitiendo que su cuerpo combatiera más efectivamente la infección y la enfermedad.

Despierto ocasionalmente por breves momentos, Octojin se encontraba con la reconfortante presencia de Asradi, que siempre estaba cerca, ya fuera ajustando la posición de las algas sobre su pecho o añadiendo más leña a la hoguera fuera de la gruta para mantener alejados a los depredadores nocturnos. Estos momentos de lucidez le permitían sentir una profunda gratitud hacia la sirena, cuya dedicación le aseguraba que no estaba solo en su lucha por recuperarse.

El aire frío de la noche rozaba suavemente la entrada de la gruta, y el crepitar del fuego se mezclaba con los sonidos nocturnos de la isla, creando una atmósfera casi espectral pero serena alrededor de su refugio temporal. A pesar de estar en tierra firme y bajo circunstancias menos que ideales, Octojin sentía una conexión profunda con el entorno natural que le rodeaba, una reminiscencia de sus días navegando por los vastos y misteriosos mares.

A medida que pasaban el tiempo y la mezcla de hierbas y algas hacía su efecto, Octojin comenzaba a sentir cómo su fuerza le retornaba poco a poco. Cada respiración parecía menos trabajosa que la anterior, y aunque su cuerpo todavía pesaba por el cansancio y la recuperación, el gyojin sabía que estaba en el camino correcto hacia la sanación completa, todo gracias a la sabiduría y el cuidado de Asradi. Con cada bocanada de aire fresco que entraba a la gruta y cada nota del suave canto de la sirena, se sentía más revitalizado. Es entonces cuando se incorporó levemente, de manera pausada, más por intentar evitar el sermón de la sirena que por sus dolencias.

—Creo que deberíamos cocinar algo, ¿no? Por alguna razón me he levantado con mucha hambre…

Lo cierto es que el escualo no era consciente de cuánto tiempo había estado descansando. Pero a juzgar por el cielo, había sido más que suficiente. Ya iba siendo hora de comer algo e intentar salir de la isla. O ayudar a su nueva amiga si es que tenía aún algo que hacer allí.
#21
Asradi
Völva
Lo mejor que podía hacer era dejar que Octojin durmiese todo lo que su cuerpo necesitase. Asradi no le despertó en ningún momento y parecía que el gyojin también tenía el sueño pesado porque ni se había movido demasiado cuando se dedicó a continuar curándole la herida. Incluso, en medio del sueño del grandullón, pudo darle de beber poco a poco aquella infusión, con una mano bajo la cabeza y la otra sujetando el pequeño recipiente donde fue repartiendo la bebida. Fue haciendo esto, así como revisándole la fiebre y curándole el resto de heridas menores mientras Octojin continuaba durmiendo.

También había ocupado sus horas buscando más leña y, de hecho, ya había comenzado a despiezar algunas partes de aquella extraña bestia. Había retirado el par de colas que poseía que, de hecho, eran dos serpientes que, ahora, yacían inmóviles. Asradi las había apartado como zonas no comestibles, obviamente. Pero no las iba a tirar. Luego les daría un buen uso. Había retirado, con el cuchillo que guardaba tras abrir el vientre, las vísceras del animal, y las había echado a la hoguera. Podían contener parásitos o veneno, y no iba a arriesgarse con la situación en la que se encontraban. Pero servirían como fuente de combustible para ayudar a la leña. Tras lavarse las manos y los antebrazos con el agua sobrante, solamente le restaba esperar. Había despellejado casi por completo a la criatura, pero no la cocinaría por ahora. Sería un desperdicio porque no sabía cuánto tardaría Octojin en despertar y no era plan de que la carne se enfriase. O si la prefería cruda.

Así que, durante ese tiempo, se dedicó a adelantar otras cosas, mientras le vigilaba a él y vigilaba la entrada. Solo había salido un par de veces. Una para reabastecerse de agua y la otra para asegurarse, ya al atardecer, que no había peligro en los alrededores.

La noche se cernía ya sobre aquella isla, y el aire fresco se colaba, de vez en cuando, a través de la entrada de la gruta. Mientras aguardaba, comenzó a tararear una vieja canción que había escuchado, cuando era más joven, más niña, en algunos puertos de los mares del norte. Siempre le había gustado esa melodía.

Lo hacía en voz baja, para no molestar el sueño de Octojin, mientras mantenía la mirada puesta en el crepitante fuego. La melodía se fue apagando a medida que las llamas iban bajando poco a poco, aunque Asradi procuraba no dejar morir la lumbre. Y también continuar atendiendo al gyojin tiburón. La fiebre había comenzado a remitir poco a poco, por lo que ese pequeño aliciente le hizo sonreír durante un momento dado. Algo que alivió también a la sirena fue cuando el grandullón comenzó a despertarse. Y a incorporarse. Aunque como lo hizo poco a poco, no le regañó.

Pero sí le ayudó un tanto en el proceso si era necesario.

Tienes mejor cara. Y si tienes hambre, es una buena señal. — Le sonrió abiertamente. Tras pasar una mano por el rostro y el morro del escualo, de forma crítica y concienzuda. — Y la fiebre ha bajado bastante.

Eso quería decir que el veneno había sido expulsado con éxito. Quizás todavía no del todo, pero iba por el camino de la recuperación. Con un gesto sutil de su cabeza señaló a la bestia. O lo que quedaba de ella.

He separado y pelado las partes más comestibles y nutritivas. ¿Te gusta poco hecho o muy hecho? — Le guiñó un ojo con cierta confianza, mientras ella se separaba un poco para darle espacio.

Canción
#22
Octojin
El terror blanco
Despertando de un sueño profundo y reparador, Octojin se sintió notablemente más ligero y con menos dolor que antes. Gracias al meticuloso cuidado de Asradi, notó cómo su cuerpo empezaba a responder mejor, y la pesadez que lo había acosado durante días parecía disiparse. A medida que se incorporaba lentamente, ayudado por la sirena, evaluaba cómo se sentía, tocando su pecho donde la herida había estado más grave.

Escuchó atentamente mientras Asradi le explicaba lo que había hecho mientras él dormía. Agradecido, asintió con la cabeza en señal de aprobación y alivio al saber que había estado tan bien atendido. Observó el fuego que aún crepitaba suavemente y la forma en que Asradi se ocupaba de mantenerlo vivo, un gesto que le recordaba el calor y el cuidado de una figura maternal.

—Gracias por todo esto, Asradi —dijo con una voz que, aunque todavía un poco ronca, transmitía una calidez sincera. Su mirada se desplazó hacia los restos de la bestia que habían cazado. La habilidad de Asradi no solo para curar, sino para sobrevivir y proveer en un entorno tan hostil, era impresionante. La vio como no solo como una compañera en esa aventura, sino como una verdadera aliada en la lucha por la supervivencia. Aquello que había hecho y demostrado por él significaba mucho.

Mirando los trozos de carne dispuestos por la sirena, Octojin sonrió ante su pregunta, apreciando el intento de ligereza en la conversación después de tantas tensiones.

—Me gustan las cosas simples, así que poco hecho está perfecto. Además, el sabor es más intenso de esa manera—respondió, con un tono que indicaba su creciente apetito ahora que se sentía mejor. La perspectiva de una comida fresca y nutritiva le daba más energía.

Moviendo los hombros para soltarse un poco y sentir su cuerpo más suyo después de tantos momentos de malestar, se acercó al fuego para ayudar a Asradi a preparar la comida, si es que ella se lo permitía. Quería ser útil, mostrar que su recuperación también significaba un retorno a ser activo y contribuir.

—Déjame ayudarte con eso. Después de todo, es lo menos que puedo hacer después de todo el cuidado que has tenido conmigo —dijo, ofreciendo sus grandes manos para manejar las piezas de carne o lo que hiciera falta.

Mientras la noche continuaba y los dos trabajaban juntos para preparar la comida, Octojin sentía cómo el lazo entre ellos se fortalecía, unidos no solo por la necesidad sino por el respeto mutuo y quizás el inicio de una amistad que podría durar más allá de las circunstancias adversas que les habían llevado hasta allí.

—Una vez cenemos, te toca descansar a ti—comentó con un tono serio y autoritario, sin dejar pausa a réplicas—. Yo ya estoy mucho mejor, creo que mañana al amanecer podemos salir de la cueva e intentar irnos de esta isla. ¿Qué te parece?

La verdad es que la aventura en la isla había sido muy entretenida. De no ser porque una bestia casi parte en taquitos al tiburón con sus afiladas garras. Y omitiendo también que el veneno o la sustancia tóxica de la bestia casi acaba con él. Y también tendríamos que suprimir que se vió obligado a pelear con una enorme bestia febril, herido y sin energía. Pensándolo bien… Podríamos decir que había sido una aventura intensa. Pero bueno, quedándonos con lo positivo, el escualo había conocido a una de los suyos que poseía un enorme don en su voz. Y aquello no había bestia que se lo quitara.

—Por cierto, ¿a qué te dedicas? ¿Cuál es tu propósito en este mundo?

Quizá no era el momento para entrar en preguntas tan profundas y personales. Pero al tiburón le salió del alma. Se encontraba tan cómodo que le dio por sacar un tema como aquel. Después de todo, la pobre sirena debía estar aburrida. Aunque de cuerpo presente, llevaba unas cuantas horas durmiendo y debió estar en silencio. O mejor dicho, cantando o tarareando canciones desconocidas. Seguramente si el gyojin tuviese su voz haría lo mismo. ¿Para qué escuchar a otros si podías escucharte a ti mismo con esa voz tan angelical?
#23
Asradi
Völva
Durante el proceso, Asradi no le había quitado la mirada de encima al escualo. Comprobando que su fiebre ya se hubiese ido, al menos mayoritariamente, ver sus reflejos y cómo poco a poco había recuperado algunas fuerzas gracias a haber dormido unas pocas horas. Todavía tenía que terminar de recuperarse y la sirena no le aconsejaría abandonar la isla hasta que, al menos, ella estuviese segura de que Octojin tenía las suficientes fuerzas para viajar. Y que el veneno ya no estuviese en su cuerpo, claro.

Qué curioso, a mi también me gusta poco hecha. — Que gotease sangre, como quien dice. Quizás no tan exagerado, pero le gustaba más tirando a “crudita”. Aunque no le hacía ascos a una buena comida cocinada. Nunca era reacia a probar, siempre y cuando no fuesen frutas, claro.

Dejó que el grandote se aproximase y le hizo un hueco cerca, permitiéndole disfrutar del calor que la hoguera emanaba. Cuando Octojin le ofreció ayuda, Asradi aceptó con un asentimiento de cabeza. Los gyojin eran criaturas terriblemente orgullosas, lo sabía perfectamente. Ella lo era también, así que podía ponerse en su lugar en ese sentido. A ella tampoco le gustaba sentirse inútil, como quien dice. Además, le vendría bien al gyojin para ir espabilando.

No tienes nada que agradecerme. Simplemente necesitabas ayuda. — Para ella era algo natural. — De la misma manera que si yo me encontrase en tu lugar, también me gustaría que me echasen una mano.

Irónicamente, sabía que el mundo no funcionaba de una manera tan bonita. Pero siempre era agradable pensar que todavía quedaba gente buena. En los mares y en la superficie. No quería creer, ni rebajarse, al racismo que había entre humanos y gyojin desde tiempos ancestrales. Le entregó su propio cuchillo a Octojin, en una muestra también de silenciosa confianza, por si lo necesitaba para despiezar alguno de los trozos de carne.

Ella aprovechó para rebuscar en la mochila que yacía a su lado, tomar un pequeño tarro con una tapa y dejarlo un momento apoyado en su regazo.

De todas maneras, aunque te sientas ahora mejor, igual necesitas más reposo. — Seguiría administrándole el remedio hasta que la toxina se hubiese ido por completo. — Y que esa herida se cierre un poco más antes de regresar al océano.

Mientras hablaba y le explicaba, y dejaba que el tiburón se encargase de la carne, ella agarró lo que venía siendo la cola de la defenestrada bestia. O, más bien, la cabeza de la serpiente que hacía de cola. La sujetó, precisamente, por el cráneo con los dedos. Y de una manera específica que le hizo abrir la boca. Al hacer esto, los colmillos del ofidio muerto salieron a la luz haciendo que Asradi los apoyase en el borde del tarro y dejando que comenzasen a gotear un líquido amarillento: el veneno.

Los ojos azules de la sirena contemplaban esto con concentración y fascinación, teniendo también especial cuidado. No le tomó mucho tiempo para conseguir una buena muestra. Luego de eso, echó el cuerpo serpentil al fuego, cerró el tarro y lo volvió a guardar con cuidado en la mochila. Tenía una sonrisa esplendorosa.

Tienes razón, me vendría bien descansar ahora que estás mejor. — No había pegado ojo no solo en toda la noche, sino también casi nada el día anterior. Estaba agotada solo que no quería demostrarlo. Mucho menos delante de alguien que estaba peor que ella. — Oh, ya casi está.

Señaló la carne que estaba siendo cocinada. La verdad es que tenía apetito, apenas había tomado algo de agua mientras se había dedicado a estar pendiente y a cuidar de Octojin. Dejó que él repartiese aunque, cuando llegó la pregunta del varón, Asradi se quedó en silencio unos segundos.

No me dedico a nada, actualmente, más que a viajar. — Aunque la sirena sonrió, había un pequeño deje nostálgico en dicho gesto. — Podría decirse que soy algo así como una paria. — A pesar de que creía haberlo superado, en realidad dolía más de lo que creía. O de lo que le gustaría.

Al final, decidió no darle demasiada importancia (aunque se autoengañase), y se encogió de hombros.

Pero quiero aprender y ver más del mundo. Aprender más sobre la superficie, sobre sus secretos. — Quizás era un sueño demasiado grande, pero quería intentarlo. — Se dice que hay variedad de plantas medicinales y tratamientos. E incluso en el océano todavía no los conocemos todos.

Y, quizás, encontrar su lugar en el mundo.
#24
Octojin
El terror blanco
Octojin se encontraba sumido en una calma inusual, como si estuviese acurrucado en un rincón de la gruta que Asradi había convertido en un refugio temporal. A medida que sus ojos se ajustaban a la intensa luz que producía el fuego de la hoguera, se veía con ganas de hacer más cosas por la sirena.

Con un esfuerzo cuidadoso, y sintiendo su cuerpo todavía pesado pero decididamente más vivo que antes, el gyojin empezó a mirar la carne. La sirena había mencionado algo sobre prepararla, y, aunque no se sentía completamente recuperado, el hambre comenzaba a hacerse notar en su estómago.

Tomando el cuchillo que Asradi le había ofrecido como muestra de confianza, Octojin se acercó a los restos de la bestia que había cazado. Con manos hábiles, separó las partes más carnosas y jugosas, dejando a un lado las que no eran comestibles o al menos no tan buenas. Seguro que seguían siendo un manjar para multitud de bestias carroñeras de la zona. Una vez tuvo bien separada la carne, se acercó hacia el fuego.

El calor de la hoguera hacía que su piel escamosa se secara rápidamente, y aunque estaba lejos del océano, aquel acto de preparar la comida le traía una especie de satisfacción primitiva, algo que resonaba profundamente con su naturaleza de gyojin.

Habilidosamente, colocó los trozos de carne sobre unas piedras planas alrededor del fuego, vigilando cómo el calor comenzaba a cocer la carne. El aroma era embriagador, y a pesar de su debilidad reciente, se sentía cada vez más en su elemento, trabajando con los recursos que la isla les ofrecía.

Cuando Asradi comentó que la carne estaba lista, Octojin usó el cuchillo para retirar los pedazos del fuego, repartiéndolos equitativamente aunque con la sospecha de que la sirena no comería tanto como él. Sin embargo, la cortesía demandaba ofrecerle la misma cantidad. Ya pasaría su apetito más tarde si es que sobraba algo.

Sentados alrededor de la hoguera que Asradi había encendido, el escualo se preparaba para disfrutar de la comida que ambos habían trabajado en preparar. A pesar de su naturaleza de gyojin y su habitual indiferencia hacia los refinamientos del comer en la superficie, la presencia de la sirena lo impulsaba a adoptar un comportamiento ligeramente más civilizado de lo habitual.

Con cuidado, tomó un trozo de carne con las manos, recordando brevemente cómo los humanos utilizaban utensilios para estas tareas. No tenía tenedor y únicamente había un cuchillo que el tiburón, en un nuevo gesto cortés, ofreció a la sirena. Por lo que sin utensilios para ello, el tiburón se esforzaba por no desgarrar la carne con demasiada ferocidad.

Cortó pedazos más pequeños de lo que normalmente hubiera considerado necesario, llevándoselos a la boca con un intento consciente de masticar con la boca cerrada. A pesar de estos esfuerzos, el jugo de la carne ocasionalmente se escapaba, corriendo por las comisuras de sus labios, lo que le obligaba a limpiarse con el dorso de la mano, una imagen que contrastaba con su intento de mantener cierta compostura.

Entre bocado y bocado, lanzaba miradas furtivas hacia Asradi, buscando señales de desaprobación o al menos algún indicio de cómo estaba manejando la situación. Cada vez que la sirena parecía concentrada en su propia comida, Octojin se permitía relajar un poco su rigidez y mordía con un poco más de su natural voracidad, aunque siempre volvía a la compostura tan pronto como sentía los ojos de la sirena sobre él.

A pesar de sus mejores esfuerzos, en un par de ocasiones, un mordisco particularmente jugoso le hacía emitir un sonido de satisfacción más gutural de lo que hubiera querido. Se apresuraba entonces a cubrirse la boca, murmurando una disculpa antes de volver a su forma más controlada.

Este intento de balance entre su naturaleza y la cortesía que quería mostrar ante Asradi creaba una danza algo torpe pero sincera, demostrando su respeto y aprecio por la compañía de la sirena, aunque no pudiera ocultar completamente su esencia más salvaje y primal.

Mientras comían, el gyojin no pudo evitar sentir una profunda nostalgia. La conversación con la sirena sobre sus propios deseos de encontrar un lugar en el mundo resonaba con sus propias inquietudes. Era triste pensar que muchos habitantes del mar se veían forzados a vagar sin rumbo fijo, buscando un sentido de pertenencia en un mundo que a menudo parecía rechazar su existencia. Aunque la conversación tenía un tono ligero, Octojin sentía el peso de sus palabras, y eso le conectaba aún más con la sirena.

Mientras la noche caía sobre la isla Momobami, Octojin se sentía agradecido por la compañía de Asradi. Aunque el mundo fuera hostil, en ese momento, en esa gruta, con el fuego chisporroteando y los sonidos nocturnos de la isla envolviéndolos, parecía que podían enfrentarse a cualquier cosa, juntos. Su resolución se fortalecía; el viaje hasta ahora había sido duro, pero la presencia de Asradi le recordaba que aún había belleza y camaradería en el mundo, incluso para un gyojin como él.

—Venga, es tu momento de descansar. Yo me encargo de recoger todo esto—comentaría el tiburón una vez terminasen de comer. La sirena se había ganado un descanso y que él hiciese algo por ella.
#25
Asradi
Völva
Era verdad que ya veía mucho mejor a Octojin con respecto al día anterior, pero no por ello Asradi dejaba de vigilarle, aunque lo hacía con cierto disimulo y cuidado para que el escualo no se sintiese, tampoco, demasiado agobiado. Pero ella tenía que asegurarse, al menos, de que la recuperación iba por buen camino. Y sí, el que tuviese apetito ya era una buena señal de ello. Por eso también le permitió que comenzase a moverse, a desentumecer los músculos, entregándole el testigo para que fuese él quien se hiciese cargo de la cena de esa noche. Al fin y al cabo, el esfuerzo no era grande. Solo era cocinar la carne y vigilar que no se hiciese demasiado. No era como si lo hubiese enviado a cazar o a pelearse. Como el día anterior con la bestia que, casualmente, pronto iban a comerse. Aunque en algún momento dado sí le molestó para recolocarle bien las vendas del pecho, sobre la herida. Y también comprobar que todo estaba correcto ahí. Luego de eso, le dejó en paz en ese sentido.

El calor del fuego era reconfortante, a pesar de cierta sequedad en el ambiente y sobre las escamas de su cola. Igual tenían un río cercano para ir a refrescarse si así lo necesitaban. Ahora bien, cuando Octojin puso los trozos de carne sobre las piedras calientes, y el aroma se elevó de manera deliciosa, a Asradi casi se le hizo la boca agua. No había comido nada desde que se había encontrado con el gyojin, y estaba realmente hambrienta. En realidad no lo había demostrado porque también había estado más al pendiente del estado de salud de Octojin.

Eso huele muy bien. — Murmuró, cuando el grandullón comenzó a repartir los trozos de carne. Le hizo algo de gracia que lo hiciese de manera igualitaria. Era verdad que Asradi, a pesar de su apariencia menuda, comía bastante. Pero es que estaba segura que no tanto como la mole tiburonil que tenía al lado.

Aún así, de momento la sirena no dijo nada al respecto y comenzó a comer tranquilamente los trozos de carne que habían sido cortados. Se sorprendió, con un gesto adorable, lo jugosa que estaba siendo cuando dió el primer mordisco. Pero no fue eso lo que más le gustó. Asradi miraba de reojo a Octojin. Como éste comía de manera tan cuidadosa. Examinó sus gestos, sus expresiones, y la sirena no pudo evitar que se le dibujase una suave sonrisa divertida que disimuló metiéndose otro trozo de comida a la boca.

Era terriblemente adorable verle medio luchar contra su hambre y sus instintos. Guardando esa compostura delante de ella cuando, al menos para la sirena, no era necesario. Se limpió un poco los labios con el dorso de la mano, en un gesto aún así delicado y femenino. Y luego apoyó eses mismos dedos en el brazo de Octojin, al estar sentada cerca de él.

No tienes porqué contenerte. Debes de estar hambriento. — Ella era también de una especie de tiburón, podía ser muy agresiva con la comida si se lo proponía, sobre todo si intentaban robársela. Aunque ahora no estaba siendo el caso, pero no se avergonzaba por que Octojin simplemente quisiese ser más salvaje al respecto.

Tras un par de palmaditas en la alba piel del tiburón, ella continuó comiendo. De hecho, lo disfrutó abiertamente, notándose que sí tenía un buen apetito. Aún así, dejó un par de trozos grandes a mayores para que el otro escualo los disfrutase y diese buena cuenta de ellos. Por su parte, estaba satisfecha. Por otro lado, se sentía muy cómoda al lado de uno de los suyos. Sobre todo después de todo lo que ella arrastraba. Y la conversación fluía de manera natural mientras comían. Era un momento sencillo pero muy agradable, al fin y al cabo.

Tú también deberías continuar descansando. — Le instó, mientras lanzaba un par de huesos a la hoguera, avivando brevemente las llamas. — Todavía no estás del todo recuperado, aunque ahora te notes mejor.

Lo peor que podía pasar es que, de alguna manera, el gyojin recayese. A esas alturas sería complicado, pues el peligro más grande ya había pasado. Ya no tenía fiebre y la toxina estaba prácticamente eliminada. Pero se preocupaba igualmente, no podía evitarlo.

Y, aún así, no negaba que ella misma necesitaba un buen descanso, su cuerpo le pedía dormir.

Dormiré un rato. — Con un suspiro, la sirena accedió. — Pero no te fuerces y duerme también cuando termines de recoger eso. — Por fortuna no era mucho.  Luego, le miró con algo de seriedad. — Si necesitas o pasa cualquier cosa, por favor, avísame. — Prefería que le despertase sin problema alguno, así también ella estaría más tranquila.

Echó un vistazo breve a la venda del tiburón, y a él mismo, como una manera de cerciorarse y, tra asentir un poco para sí misma, se fue a acomodar contra una roca, usándola como apoyo para la espalda y quedándose medio sentada en ese lugar, cerca de la hoguera. Miró unos instantes hacia el exterior, escuchando el murmullo nocturno de la selva. Poco a poco, y aunque intentó aguantar, los ojos se le fueron cerrando, hasta que terminó quedándose dormida, un poco acurrucada contra sí misma y procurando tener la cola a una buena distancia del fuego.

Estaba agotada.
#26
Octojin
El terror blanco
Octojin se sintió algo avergonzado cuando Asradi notó su esfuerzo por contenerse durante la comida. Estaba intentando comer más despacio y mostrar modales que no eran exactamente propios de un tiburón gyojin como él. Pero cuando la sirena le tocó el brazo y le dijo que no tenía por qué contenerse, algo en él se relajó. Soltó un suspiro y, aunque aún intentaba no parecer una bestia y se sentía algo avergonzado, comenzó a comer de manera más natural, disfrutando de la carne jugosa sin la tensión anterior. No importándole si se manchaba o tenía que dar un par de giros bruscos a la carne para cortarla con sus dientes. Aquello para él era disfrutar de la comida, y sinceramente, incluso le sabía mejor. El simple hecho de no limitarse a guardar las formas y centrarse en disfrutar de la comida, le dio una tranquilidad enorme.
 
A medida que masticaba con mayor soltura, Octojin sintió cómo el sabor salado y fuerte de la carne llenaba su boca. Era un gusto primario, sencillo, pero más que suficiente para un hambre como la suya. Aunque la comida no era de una calidad extraordinaria ni estaba aliñada con nada, en ese momento, le sabía como un manjar. Se permitió un par de mordiscos más bruscos, aunque sin llegar a ser desordenado. No quería que la sirena pensara que había perdido completamente los modales. Aun así, se sentía más cómodo. Estaba al lado de uno de los suyos, y aquella simple conexión le brindaba tranquilidad.
 
Después de comer, Octojin asintió ante las palabras de Asradi, viendo como se iba a dormir y caía pronto en un profundo sueño. Aquello le hizo ver al tiburón que la sirena estaba claramente cansada y había pasado un día muy atareada, algo que sin duda había hecho mella en su energía.
 
El habitante del mar se levantó con algo de esfuerzo y comenzó a recoger los restos de la comida. Los llevó a la entrada de la cueva y, usando el cuchillo que Asradi le había prestado, intentó cortar más trozos de la bestia. El proceso fue difícil; la carne era dura, y a pesar de su fuerza, necesitaba emplear paciencia para separar los grandes pedazos. Finalmente, logró cortar varios trozos decentes y los colocó cerca del fuego, asegurándose de que no se cocinaran demasiado rápido, sino que lo hicieran a fuego lento. Aquello sería su cena, o su desayuno, depende de a qué hora despertase la sirena.
 
Satisfecho con el trabajo, se acercó al resto del cuerpo de la bestia, lo levantó con facilidad, pero no sin antes suspirar e intentar dejar el cuerpo totalmente erguido, y lo llevó hasta la orilla del río, desde donde lo lanzó, observando cómo la corriente se lo llevaba. Pensó en voz alta que de esa forma evitarían atraer a más carroñeros, lo cual sería clave para poder descansar en paz esa noche.
 
Afuera, los ruidos de la selva continuaban, pero no había señales de bestias cercanas. Octojin observó los enormes árboles que se alzaban entre el río y la cueva. Se acercó y, con un fuerte golpe, los agitó, haciendo que algunos frutos y grandes hojas cayeran al suelo. Recogió un par de hojas gigantescas y volvió a la cueva. Dejándolas en la entrada. Hizo ese camino un par de veces más, cargando todos los frutos que habían caído de lo alto del árbol.
 
Yendo despacio e intentando no hacer ruido, fue colocando todos los frutos en una parte cercana al fuego de la cueva, pero lo suficientemente alejados para que no sufrieran ningún daño ni se pusieran malos. Cuando ya los tuvo todos listos, miró hacia las hojas y se quedó pensativo unos segundos. “¿Debería…? Sí, por qué no”
 
El habitante del mar se acercó sigilosamente hasta las hojas, las agarro y con sumo cuidado se acercó a Asradi, quien estaba dormida cerca de la hoguera. Con delicadeza, la cubrió con las hojas, acomodándolas sobre su cuerpo como si fueran una manta improvisada. Luego, en un gesto de cariño y agradecimiento por todo lo que había hecho por él, le acarició suavemente el brazo. La sirena no se movió, solo respiraba tranquila, y eso le dio a Octojin la paz que necesitaba. Le entraron muchas ganas de tumbarse allí, junto a ella, y poder gozar de un descanso más que merecido. Pero aquello hubiera sido imprudente, debía vigilar que ninguna bestia o peligro se acercase.
 
Se sentó a su lado, apoyando la espalda en la pared y con la mirada fija en el fuego, esperando tranquilamente. Su mente enseguida comenzó a divagar, atrapada por la danza hipnótica del calor. El fuego era fascinante, en su propio y destructivo modo, pero representaba algo tan opuesto a su esencia que no podía evitar sentir un contraste profundo. En sus ojos, el agua siempre había sido su refugio, su fuerza vital. El océano lo definía, le daba su poder, su identidad. Allí, entre las corrientes profundas, se sentía invencible, como si formara parte de algo mucho más grande que él. El agua le daba vida; era calmante, envolvente, flexible pero inmensamente poderosa. Podía ser feroz en tormentas, pero también pacífica en la quietud de una bahía.
 
El fuego, en cambio, era todo lo contrario. Era devorador, imparable en su propia naturaleza. Donde el agua daba vida, el fuego se alimentaba de ella, consumiéndola hasta reducirla a cenizas. El fuego era energía en su forma más cruda, y aunque el gyojin lo veía ahora como una herramienta necesaria para calentar y cocinar, nunca podría sentirse tan en paz con él como lo hacía con el agua. El agua nutría, el fuego destruía.
 
Aun así, comprendía el papel que ambos elementos jugaban en el mundo. Mientras que el agua daba forma a la vida, el fuego representaba la renovación a través de la destrucción. Era como si ambos fueran fuerzas que mantenían el equilibrio del mundo. El agua podía calmar los fuegos, pero el fuego, a su vez, transformaba la materia de manera que el agua nunca podría. Ambos eran necesarios, a pesar de sus diferencias.
 
Para el tiburón, el fuego era algo que observaba con respeto distante, sin comprender del todo su naturaleza. Se preguntaba cómo los seres de la superficie habían aprendido a convivir con él, a controlarlo para que les sirviera en lugar de destruirles. Él, por su parte, prefería la suavidad de las mareas, el abrazo de las profundidades que lo arrastraban y lo liberaban al mismo tiempo.
 
Todos aquellos pensamientos se daban mientras el crepitar de las llamas seguía llenando la cueva. "El fuego no cambia su camino, solo consume lo que se le pone delante. Y cuando acaba, lo deja todo en ruinas. Pero el agua… el agua tenía el poder de curar, de refrescar, de hacer crecer la vida donde el fuego solo dejaba destrucción.” Terminó reflexionando.
#27
Asradi
Völva
En cuanto el sueño invadió sus sentidos y la respiración de la sirena fue apacible, la mente de Asradi viajó mucho más allá. Sus recuerdos, ahora mismo, eran confusos, y el estado onírico en el que se encontraba era caprichoso. Pero de momento estaba en calma, flotando en medio del océano, recorriendo corrientes y mares que ella ya conocía. Como si estuviese deshaciendo el camino que, despierta, había hecho hasta el día de hoy.

Aunque algunas imágenes eran borrosas, otras eran hermosamente nítidas. Como la primera vez que fue capaz de convocar, apenas siendo una niña, a un cardumen de tiburones tintorera, subespecie a la que ella pertenecía. Como la ilusión se había apoderado de los bonitos ojos azules de la infante y como había mostrado gestos de orgullo en sus padres. De la misma manera que, años después, comenzó a ser instruída en las artes sanatorias y en los rituales que su clan realizaba. Esas artes, concretamente, que se traspasaban únicamente de madres a hijas. Los secretos eran enteramente femeninos y los varones no se inmiscuían en eso, aunque recibían y protegían eso porque era beneficioso también para ellos.

Un manto de burbujas se cirnió en su cabeza, en su sueño, dejando que la escena brotase a otra mucho más idílica. Recorriendo y nadando con libertad, sin dar cuentas a nadie. Ya desde muy temprana edad se le percibía un carácter abierto y curioso, rebelde en algunos sentidos. Fuera de su sueño, hubo un momento dado en el que Asradi se arrebujó un poco más contra sí misma, al menos hasta que sintió el cálido contacto en su brazo, pero eso no fue suficiente como para despertarla. Ahora, arropada por el manto de hojas que Octojin le había proporcionado, parecía encontrarse más relajada, más a gusto. Incluso pareció suspirar de manera muy sutil. El cabello, trenzado, le caía por sobre uno de los hombros, mientras su mente le llevaba por varios momentos de su vida.

Incluso también sin nada que ver, como sucesos más bizarros o que jamás habían ocurrido. Fuese como fuese, Asradi durmió tranquilamente durante varias horas. Aunque había estado preocupada por el estado de Octojin, era consciente de que su cuerpo necesitaba descansar, recuperar las fuerzas y las horas de sueño que había perdido. Si no estaba descansada, al menos, ¿cómo iba a poder ayudarle? Un médico, a medias, no podía realizar bien su trabajo. Ese era el pensamiento que tenía.

A pesar de que el fuego crepitaba cerca, sus sentido se agudizaban hacia el fluír del río que había en el exterior, no demasiado lejos. El arrullo del agua siempre le llamaba, incluso en sueños. Sobre todo las profundidades oceánicas, donde más a gusto se encontraba. En un momento dado, se ve sumergida en un mundo de calma y belleza, donde la luz del sol se filtra suavemente a través de las olas, creando un juego de sombras danzantes en el lecho marino. Asradi flota serenamente, sintiendo cómo las corrientes la envuelven como un abrazo cálido, llevándola a través de un paisaje submarino lleno de vida.

A su alrededor, un arcoíris de peces de colores vibrantes se mueve en perfecta armonía, formando cardúmenes que giran y se desplazan con gracia. Algunos son pequeños y juguetones, mientras que otros son majestuosos y elegantes, como si estuvieran realizando un ballet acuático solo para ella. Asradi sonríe, sintiendo una conexión profunda con estas criaturas, como si compartieran un secreto antiguo. Tan antigüo como los conocimientos que su clan le había enseñado a lo largo de los años. Y que, debido a su partida, no había terminado de aprender del todo. No ahí, al menos.

Mientras se deja llevar por las corrientes, Asradi siente que el océano le susurra historias de tiempos pasados, de aventuras y misterios. En este sueño, no hay prisa, solo la tranquilidad de ser parte de un ecosistema vibrante y lleno de vida. Es un viaje de autodescubrimiento, donde cada burbuja de aire que sube a la superficie lleva consigo un deseo de explorar más y más. En realidad, más que un sueño... Se trata de su propio deseo

Finalmente, mientras el sueño comienza a desvanecerse, comienza a percibir los sonidos del exterior. Por inercia, su cola se mueve suavemente, provocando que las hojas que Octojin le puso a modo de improvisadas mantas, se deslicen un poco. Los párpados de las sirena no tardaron en aletear ligeramente, mostrando los orbes azules, un tanto oscurecidos todavía por el efecto del descanso.

¿Octojin? — Llamó, en un susurro mientras se llevaba una mano al puente de la nariz y a los ojos, buscando desperezarse y espabilarse. No sabía qué hora era, ni cuánto tiempo había dormido. Lo que sí era obvio es que le había hecho mucha falta. Al menos ahora se encontraba un poco más descansada y no le pesaba tanto ese cansancio que había acusado horas atrás.

Por inercia, su mirada buscó al gyojin. No le había despertado en ningún momento, así que suponía que todo estaba en orden.
#28
Octojin
El terror blanco
Sentado durante horas junto al fuego, Octojin observaba las llamas bailar en una fina y elegante armonía que se había metido en su cabeza y ya no podía salir. El gyojin escuchaba el crepitar de la madera mientras Asradi dormía profundamente. Aunque intentaba mantenerse ocupado, la espera le resultaba interminable. ¿Cuanto dormirían las sirenas de media? Esperaba que no fuesen años, o de lo contrario, se aburriría muchísimo. En algún momento de la espera decidió levantarse y estirar las piernas, caminando por la cueva, siempre cerca de la sirena para no perderla de vista.

La verdad es que ambos se habían quedado en una sección cómoda de la cueva, pero ésta era más grande de lo que creía, con pasadizos que se bifurcaban hacia zonas oscuras y rincones llenos de antiguas pinturas en las paredes. Observó con sorpresa las imágenes. Eran figuras difusas y símbolos extraños que alguna vez debieron tener un significado importante para los antiguos habitantes de la isla, pero que para el tiburón no representaban nada. No era alguien que entendiera o valorara mucho las historias plasmadas en las piedras. Bueno, realmente ni siquiera en papel. Su vida se había desarrollado en las profundidades del mar, donde el lenguaje y la cultura eran distintos. Aunque el arte de los humanos siempre le había parecido curioso, ahora solo eran sombras en una roca.

Recorriendo los sinfines de la cueva, un ruido suave pero firme llamó su atención. Giró la cabeza y vio cómo una bestia felina, de porte elegante y ojos penetrantes, se acercaba lentamente desde la entrada. El gyojin, visiblemente sorprendido, dió un paso hacia atrás, y pensó en qué hacer. El animal era imponente, pese a que era bastante más pequeño que la bestia que habían derrotado anteriormente. Pero lo más extraño fue que no mostraba signos de agresividad. Octojin, sorprendido, levantó las manos con cuidado, esperando que el animal reaccionara de alguna manera. Para su asombro, la criatura simplemente lo miró durante un momento, como si lo evaluara, y luego siguió su camino al fondo de la cueva sin más.

"Qué extraño" pensó Octojin mientras bajaba las manos lentamente, intentando no hacer ningún ruido que pudiese llamar la atención de aquella bestia. La naturaleza era caprichosa, pero nunca había visto a una bestia como esa ignorar a una posible presa tan deliberadamente. Quizá el ambiente de la cueva o el olor de la sangre de la bestia derrotada la habían calmado, pero fuera cual fuera la razón, el tiburón decidió no darle más vueltas. No representaba una amenaza, así que no valía la pena despertarla.

Lo cierto es que en aquél momento ni se le pasó por la cabeza levantar a Asradi. El gyojin pensó si aquello supondría un problema después, pero al observar su rostro sereno y su respiración tranquila, creyó haber hecho lo mejor. Sabía lo importante que era ese descanso para ella, sobre todo después de haber estado cuidando de él todo este tiempo. "Déjala dormir" se dijo, decidiendo que lo mejor era que recuperara toda la energía posible.

El gyojin caminó de vuelta hacia el fuego, tomando asiento de nuevo. La tentación de salir a explorar los alrededores lo embargó por un instante, pero rápidamente la desechó. Si salía de allí, dejaría a Asradi sola y vulnerable. Aunque la zona parecía segura, no podía correr el riesgo. Menos aún ahora que aquella bestia felina andaba por allí. Con un suspiro, se quedó sentado, perdido en sus pensamientos mientras el tiempo pasaba.

Entonces recordó su vida en el mar, la libertad de nadar sin preocupaciones, el sonido de las corrientes y la paz que le brindaba el océano. Aquello siempre le reconfortaba de alguna manera, incluso en los peores escenarios. Pero en la superficie, todo era más caótico y más impredecible. A veces se preguntaba si había tomado la decisión correcta al abandonar la isla y emprender aquél viaje, pero en el fondo sabía que su propósito era más grande que su nostalgia.

Finalmente, tras lo que le parecieron horas, escuchó a Asradi moverse ligeramente entre las hojas que le había puesto como manta improvisada. El susurro de su nombre lo sacó de sus pensamientos, y al girarse, vio cómo los ojos de la sirena comenzaban a abrirse lentamente.

El tiburón se acercó con una sonrisa tranquila y, con una mano suave, tomó la de Asradi y la posó sobre la suya, intentando transmitirle calma y confort. Su mano estaba bastante más caliente que la del tiburón, seguramente porque las grandes hojas habían conseguido hacer ese efecto de manta correctamente.

— Has dormido casi medio día —dijo con una voz baja pero amable, inclinándose ligeramente hacia ella—. ¿Te sientes mejor? Si tienes hambre, he cortado algunas partes de la bestia. Están cerca del fuego, listas para comer.

Asradi parpadeó, probablemente asimilando la información mientras se acomodaba mejor en su lugar. Octojin notó que aún parecía un poco desorientada, pero el descanso habría sido sin duda beneficioso. Su semblante ya no estaba tan tenso como antes, y su color de piel reflejaba una mejoría notable.

— También me aseguré de alejar los restos de la bestia para que no atraigan a más animales —continuó, mirando hacia la entrada de la cueva—. No podemos darnos el lujo de ser descuidados aquí.

Le dedicó una mirada seria antes de añadir con una ligera sonrisa.

— Aunque, hablando de animales, no te lo vas a creer. Algo curioso pasó mientras dormías... Un felino entró en la cueva. No parecía querer atacarnos, solo pasó a mi lado y siguió su camino hacia el fondo sin hacer nada. Fue... extraño. Bastante. Se ha perdido por allí —señaló en dirección al fondo de la cueva.

El tiburón se encogió de hombros.

—Supongo que incluso las bestias de esta isla entienden cuando no es necesario pelear.

Se sentó de nuevo cerca del fuego, observando las llamas mientras esperaba a que Asradi terminara de desperezarse. El silencio entre ellos no era incómodo, sino más bien una pausa tranquila después de todo lo que habían pasado. El habitante del mar se sentía en paz con el silencio, sabiendo que por fin ambos podían descansar un poco sin la amenaza constante de una enorme bestia o del veneno que había afectado su cuerpo.

Tras un rato, volvió a hablar, con un tono relajado.

— Me voy a poner con la comida. Cuando estés lista, podemos comer. El fuego ha mantenido la carne caliente, así que no creo que tengamos que dejarlo mucho más. Y aunque no es un festín digno del mar, al menos nos llenará.

"Ha sido un día largo, pero al menos estamos más cerca de recuperarnos por completo."

Y así, mientras las llamas seguían ardiendo y el sonido del río cercano llenaba el aire, Octojin empezó a cargar los filetes de la bestia sobre las piedras cercanas al fuego, observando cómo la sangre teñía aún más de rojo la propia piedra.
#29
Asradi
Völva
¿Había dicho... medio día? Sí, la verdad es que bien podía ser. No es que Asradi soliese tener el sueño pesado o muy largo. Solía dormir más bien lo normal, aunque esa vez parecía que se había excedido con las horas. Si eso era así, era también porque su cuerpo se lo había pedido. Aunque pareciese que no, entonar ciertos cantos ritualísticos gastaba sus energías. Sumado al viaje y a estar también cuidando a Octojin, con el estrés inicial que había supuesto su grave estado, al final todo pasaba factura.

Lo siento, ¿tú estás bien? — Fue lo primero que preguntó, y estrechó la fuerte mano del tiburón que, ahora, acogía cálidamente una de las suyas, mucho más menudas y delicadas. Se preocupaba más por él que por ella misma, pero era algo inherente a su carácter cuando se trataba de un paciente, por así decirlo.

Una vez logró enfocar bien la mirada, tras tantas horas de sueño, terminó por sonreír de manera suave al gyojin, comprobando con un vistazo que las vendas continuaban en su sitio y él se veía mucho más espabilado y con mejores movimientos. Señal de que todo iba viento en popa.

Veo, entonces, que has estado entretenido. — Una cantarina y corta risa se le escapó, un tanto divertida, cuando él le resumió un poco lo que había estado haciendo hasta ahora. — Tengo hambre, sí. Creo que estará bien que ambos comamos un poco.

Claro, si es que él no lo había hecho antes. Pero la visión de la carne arrancó un vergonzoso ruidito de su estómago, que hizo que la sirena se sonrojase de inmediato, incluso frunciendo el ceño en un gesto adorable.

Luego de comer te volveré a revisar la herida, pero al menos tú tienes mejor cara. — Ya no estaba tan pálido, teniendo en cuenta las blancas escamas de Octojin. Y, hablando de caras... La que le cambió fue la de ella, mostrando ahora una expresión de preocupación y tensión al mismo tiempo. — ¿Un animal, dices? — ¿Se les había colado una bestia en la cueva?

Por inercia, Asradi se envaró levemente y su mirada se dirigió hacia el fondo de la cueva. No habían ido más allá por precaución y porque así también podrían vigilar mejor el exterior. Octojin parecía tranquilo al respecto, por lo que eso también le ayudó a calmarse un poco. También con la explicación otorgada.

Es raro que no haya atacado. Quizás no tenía hambre, pero aún así... — Tampoco confiaba del todo. Ella no conocía a las criaturas de la superficie. Estaba más habituada a tratar con la fauna marina que sí conocía y conocía sus costumbres. Al menos de la gran mayoría.

Fuese como fuese, se aproximó a donde estaba Octojin, sentándose y acomodándose a su lado, aunque siempre a una respetuosa distancia para con el escualo.

¿Has dormido algo, al menos? ¿Cómo te has sentido durante la noche? — Preguntó, interesándose genuinamente por su estado de salud. Ahora estaba algo más espabilada que hacía un rato, por lo que no dudó en ayudarle con la carne, contemplando con delicia como la sangre de los trozos goteaba y manchaba la piedra donde se estaban cocinando.

Me parece que la toxina se ha ido del todo, a juzgar por la coloración de tu rostro y que ya te mueves bastante bien. — Eso significaba que ya no haría falta que Octojin bebiese más de aquella infusión de terrible sabor. — Ahora podré ponerte un cicatrizante para la herida y creo que ya todo estaría.

Al menos en cuanto a su tratamiento. Asradi sonrió de manera breve, aliviada de haber podido ayudar a uno de los suyos.

De hecho, al pensar en eso, no pudo evitar que cierta curiosidad embargase su cabeza, y dedicó una mirada de la misma índole a Octojin.

¿A dónde irás después? ¿O permanecerás más tiempo en la isla? — Preguntó al fin.
#30
Tema cerrado 


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 3 invitado(s)