King Kazma
Shiromimi
30-08-2024, 03:42 AM
30 de Otoño del 722
Estaba harto de ese pueblo. Harto de que sus padres sólo miraran hacia otro lado y le dijeran a él que hiciera lo mismo. ¿No debían unos padres velar por su hijo? ¿Enseñarle a defenderse y evitar que lo pisoteen? Sus padres no eran mala gente, y le querían, pero le hacían un flaco favor con esa conducta. Sí, eran minks, los únicos del pueblo, ¿pero tenían que tratarlos de forma distinta sólo por ello? Si hubiera sido como cualquiera de los niños del lugar, probablemente ni se habría planteado si aquello era justo o injusto, simplemente era lo que la vida le daba y tendría que vivir con ello. Pero tras tanto leer libros, principalmente históricos, veía que había más en la vida que simple resignación. Podía levantarse, protestar y defenderse. Claro que nunca lo había hecho porque eso requería valor y se enemistaría con todo el pueblo, lo cual acabaría siendo peor, así que no merecía la pena.
Con las orejas caídas, estaba acabando el último libro de historia que había solicitado en la biblioteca. No era un edificio muy grande, por lo que tampoco tenía muchos libros, pero era una biblioteca al fin y al cabo. Y no en cualquier pueblo había una, así que estaba agradecido al dueño. Bueno, en realidad no era una biblioteca oficialmente, sólo la casa de un señor anciano que coleccionaba libros y permitía a quien quisiera ir y leerlos. Incluso cuando estaba haciendo lo que más le gustaba era imposible no sentir el abatimiento de quien llevaba años viviendo la misma situación de acoso constante y sin tregua. Esos libros le habían enseñado que la gente, cuando no estaba conforme, se levantaba en contra de quien la oprimía e iniciaba una revolución. Que cuando a alguien no le gustaba el status quo, simplemente hacía lo que quería sin miedo a las consecuencias. Que cuando se presionaba demasiado a la gente, algo dentro de ellos hacía “click” y hacían lo que antes nunca habrían hecho. Eso estaba a punto de pasarle a él, aunque no era consciente todavía. siglos de historia de un reino podían irse al garete por la fuerza del pueblo en una guerra civil, iniciando una nueva era.
Soñaba con gobernar un reino él mismo un día. Se llamaba King al fin y al cabo, el cargo le iba como anillo al dedo, ¿no? No permitiría ese tipo de discriminaciones como la que sufría él, todo el mundo podría vivir tranquilo. Era sólo una ilusión, no tenía ni idea de política y mucho menos de asuntos de estado. A lo mejor bajo su mando un país sería peor que lo que él estaba viviendo. No lo podía saber. Pero podía aprender y probar y tratar de hacerlo mejor y mejor. Pero para ser rey de un país debería conquistarlo primero, formar uno desde cero era… bueno, complicado como poco, especialmente encontrar un lugar y gente dispuesta a ello. Tenía cierto atractivo la idea de salir al mar como pirata, encontrar gente en la que pudiera confiar y vivir libres sobre las olas. Tal vez así incluso pudiera cumplir ese lejano y poco probable sueño de gobernar una tierra ideal.
Cuando por fin acabó el libro, lo dejó en el lugar que le correspondía en la estantería, le dio las gracias al dueño por permitirle leerlo y salió de su casa cuando el Sol ya se estaba ocultando tras el horizonte y no quedaban más que unos minutos de luz natural. Mirando bien que no hubiera nadie, no le apetecía toparse con los chicos del pueblo de vuelta a su casa. El atardecer era tranquilo y apenas había nubes en el cielo, la gente ya estaba en su casa preparando la cena y los negocios o estaban ya cerrados o estaban cerrando, con excepción de la taberna, claro. Pero no tuvo suerte ese día. Los demás chicos del pueblo estaban en el camino que llevaba a su casa, jugando con una pelota.
Como si lo hubiera visto en una bola de cristal con poderes de adivinación, sabía que no iba a pasar desapercibido. Antes de que pudiera siquiera cambiar de rumbo para bordearlos sin que notaran su presencia, le vieron. Dejaron de pasarse la pelota y comenzaron a caminar hacia él. – Mira, si es orejotas. ¿Vas de vuelta a casa con tus papis? ¿No quieres jugar a la pelota un rato? Con tus orejas podemos hacer una canasta cojonuda. – Dijo Mark, el que siempre lideraba a la pandilla. De niño sólo era curioso, tirándole de las orejas y el pelaje para ver si no eran falsos o algo, porque era muy distinto a él. Pero con el tiempo, esa conducta dejó de ser curiosidad y pasó a ser diversión. Diversión para él, claro, porque King no apreciaba para nada sus interacciones con Mark o el resto del grupo.
- D…déjame en paz, Mark… - Logró musitar, apenas audible, pero suficientemente alto como para que el humano le escuchara. - ¿Qué pasa? ¿No quieres jugar con nosotros? Eres un rarito, te ofrezco una oportunidad de integrarte y así me lo agradeces? – Integrarse… Querían usarlo como canasta, reírse de él. Debido a todo lo que había pensado previamente, sus aspiraciones en la vida, la historia… Ese algo hizo “click” en él y antes de que supiera lo que estaba haciendo, su puño se estrelló contra la mejilla de Mark, haciendo que se le saltaran tres dientes. El resto reaccionaron bastante rápido, y King se movía por instinto. Al principio casi hasta le resultaba sencillo esquivar sus puñetazos y contraatacar, rompiéndole el brazo a uno y dejando KO a otro de una patada en la mandíbula. Se sentía vivo, lleno de energía. Pero entonces un golpe en la cabeza por detrás lo tumbó. Entonces sólo pudo encogerse sobre sí mismo y tratar de proteger su cabeza mientras le llovían patadas y pisotones. Los tres chicos que hirió y él acabaron en el hospital. No parecía haber ganado nada con ese arranque de ira. Pero realmente había ganado mucho.
Estaba harto de ese pueblo. Harto de que sus padres sólo miraran hacia otro lado y le dijeran a él que hiciera lo mismo. ¿No debían unos padres velar por su hijo? ¿Enseñarle a defenderse y evitar que lo pisoteen? Sus padres no eran mala gente, y le querían, pero le hacían un flaco favor con esa conducta. Sí, eran minks, los únicos del pueblo, ¿pero tenían que tratarlos de forma distinta sólo por ello? Si hubiera sido como cualquiera de los niños del lugar, probablemente ni se habría planteado si aquello era justo o injusto, simplemente era lo que la vida le daba y tendría que vivir con ello. Pero tras tanto leer libros, principalmente históricos, veía que había más en la vida que simple resignación. Podía levantarse, protestar y defenderse. Claro que nunca lo había hecho porque eso requería valor y se enemistaría con todo el pueblo, lo cual acabaría siendo peor, así que no merecía la pena.
Con las orejas caídas, estaba acabando el último libro de historia que había solicitado en la biblioteca. No era un edificio muy grande, por lo que tampoco tenía muchos libros, pero era una biblioteca al fin y al cabo. Y no en cualquier pueblo había una, así que estaba agradecido al dueño. Bueno, en realidad no era una biblioteca oficialmente, sólo la casa de un señor anciano que coleccionaba libros y permitía a quien quisiera ir y leerlos. Incluso cuando estaba haciendo lo que más le gustaba era imposible no sentir el abatimiento de quien llevaba años viviendo la misma situación de acoso constante y sin tregua. Esos libros le habían enseñado que la gente, cuando no estaba conforme, se levantaba en contra de quien la oprimía e iniciaba una revolución. Que cuando a alguien no le gustaba el status quo, simplemente hacía lo que quería sin miedo a las consecuencias. Que cuando se presionaba demasiado a la gente, algo dentro de ellos hacía “click” y hacían lo que antes nunca habrían hecho. Eso estaba a punto de pasarle a él, aunque no era consciente todavía. siglos de historia de un reino podían irse al garete por la fuerza del pueblo en una guerra civil, iniciando una nueva era.
Soñaba con gobernar un reino él mismo un día. Se llamaba King al fin y al cabo, el cargo le iba como anillo al dedo, ¿no? No permitiría ese tipo de discriminaciones como la que sufría él, todo el mundo podría vivir tranquilo. Era sólo una ilusión, no tenía ni idea de política y mucho menos de asuntos de estado. A lo mejor bajo su mando un país sería peor que lo que él estaba viviendo. No lo podía saber. Pero podía aprender y probar y tratar de hacerlo mejor y mejor. Pero para ser rey de un país debería conquistarlo primero, formar uno desde cero era… bueno, complicado como poco, especialmente encontrar un lugar y gente dispuesta a ello. Tenía cierto atractivo la idea de salir al mar como pirata, encontrar gente en la que pudiera confiar y vivir libres sobre las olas. Tal vez así incluso pudiera cumplir ese lejano y poco probable sueño de gobernar una tierra ideal.
Cuando por fin acabó el libro, lo dejó en el lugar que le correspondía en la estantería, le dio las gracias al dueño por permitirle leerlo y salió de su casa cuando el Sol ya se estaba ocultando tras el horizonte y no quedaban más que unos minutos de luz natural. Mirando bien que no hubiera nadie, no le apetecía toparse con los chicos del pueblo de vuelta a su casa. El atardecer era tranquilo y apenas había nubes en el cielo, la gente ya estaba en su casa preparando la cena y los negocios o estaban ya cerrados o estaban cerrando, con excepción de la taberna, claro. Pero no tuvo suerte ese día. Los demás chicos del pueblo estaban en el camino que llevaba a su casa, jugando con una pelota.
Como si lo hubiera visto en una bola de cristal con poderes de adivinación, sabía que no iba a pasar desapercibido. Antes de que pudiera siquiera cambiar de rumbo para bordearlos sin que notaran su presencia, le vieron. Dejaron de pasarse la pelota y comenzaron a caminar hacia él. – Mira, si es orejotas. ¿Vas de vuelta a casa con tus papis? ¿No quieres jugar a la pelota un rato? Con tus orejas podemos hacer una canasta cojonuda. – Dijo Mark, el que siempre lideraba a la pandilla. De niño sólo era curioso, tirándole de las orejas y el pelaje para ver si no eran falsos o algo, porque era muy distinto a él. Pero con el tiempo, esa conducta dejó de ser curiosidad y pasó a ser diversión. Diversión para él, claro, porque King no apreciaba para nada sus interacciones con Mark o el resto del grupo.
- D…déjame en paz, Mark… - Logró musitar, apenas audible, pero suficientemente alto como para que el humano le escuchara. - ¿Qué pasa? ¿No quieres jugar con nosotros? Eres un rarito, te ofrezco una oportunidad de integrarte y así me lo agradeces? – Integrarse… Querían usarlo como canasta, reírse de él. Debido a todo lo que había pensado previamente, sus aspiraciones en la vida, la historia… Ese algo hizo “click” en él y antes de que supiera lo que estaba haciendo, su puño se estrelló contra la mejilla de Mark, haciendo que se le saltaran tres dientes. El resto reaccionaron bastante rápido, y King se movía por instinto. Al principio casi hasta le resultaba sencillo esquivar sus puñetazos y contraatacar, rompiéndole el brazo a uno y dejando KO a otro de una patada en la mandíbula. Se sentía vivo, lleno de energía. Pero entonces un golpe en la cabeza por detrás lo tumbó. Entonces sólo pudo encogerse sobre sí mismo y tratar de proteger su cabeza mientras le llovían patadas y pisotones. Los tres chicos que hirió y él acabaron en el hospital. No parecía haber ganado nada con ese arranque de ira. Pero realmente había ganado mucho.