Alguien dijo una vez...
Bon Clay
Incluso en las profundidades del infierno.. la semilla de la amistad florece.. dejando volar pétalos sobre las olas del mar como si fueran recuerdos.. Y algún día volverá a florecer.. ¡Okama Way!
[Diario] El arte de la carpintería
Octojin
El terror blanco
El sol se ocultaba en el horizonte tiñendo el cielo de tonos anaranjados mientras Octojin luchaba por mantenerse a flote en el agitado mar. Su cuerpo escamoso y musculoso mostraba signos de evidente agotamiento, notando cómo sus músculos tenían ligeros espasmos y sufrían un pronunciado entumecimiento. Sus aletas ya se movían con menos fuerza que de costumbre. Detrás de él, emergiendo de las profundidades como una pesadilla hecha realidad, un Rey Marino lo llevaba persiguiendo incansablemente varios minutos. Minutos que parecieron horas para el gyojin. La criatura era colosal, con ojos brillantes y dientes afilados como cuchillas que reflejaban un mal presagio en el tiburón.

El habitante del mar se había enfrentado a muchas adversidades en el mar, de muy distinta índole. Pero ninguna como aquella. Un rey marino eran palabras mayores incluso para alguien como él. El encuentro con la enorme criatura había sido totalmente accidental; él simplemente nadaba, aprovechando las corrientes para dirigirse hacia la siguiente isla. Sin embargo, una extraña corriente le había desviado de su rumbo, llevándolo directamente al territorio de la bestia. Un destino que para muchos sería fatal.

Con cada brazada que daba, el escualo sentía cómo sus fuerzas disminuían más y más. Su cuerpo, ya entumecido del viaje, daba evidentes signos de cansancio. Sabía que no podía seguir así por mucho tiempo, y que el esfuerzo que estaba haciendo le pasaría factura. Pero si no seguía así, la factura sería aún más cara; lo pagaría con la vida.

La costa más cercana era la Isla Oykot, un lugar del que había oído hablar pero que nunca había visitado. Con la determinación de alguien que se aferra a la vida, dirigió sus esfuerzos hacia allí, esperando que el Rey Marino desistiera antes de alcanzar aguas poco profundas. Una idea que no sabía si realmente tenía sentido o no. ¿Desistiría la bestia?

El rugido ensordecedor de la criatura resonó en sus oídos mientras una enorme ola se alzaba detrás de él. La verdad es que acojonaba a cualquiera. En un último esfuerzo, e intentando lo que parecía imposible, Octojin se sumergió un poco más, aprovechando su agilidad submarina para esquivar el embiste de la bestia. Al emerger, vio las luces de Oykot a lo lejos. La civilización estaba cerca, pero el peligro aún no había pasado. Ahí se dio cuenta de que era realmente posible salir de allí con vida.

Con un evidente cansancio y a punto de rendirse, el gyojin miró hacia atrás cuando la luna comenzaba a asomar en el cielo, volviéndose las aguas más tranquilas y poco profundas. El Rey Marino, incapaz de seguirlo tan cerca de la costa, emitió un rugido de frustración antes de desaparecer en las profundidades. Octojin, estuvo a punto de hacerle un gesto con la mano para darle una despedida, pero prefirió no provocar más a la bestia. Exhausto pero aliviado, nadó lentamente hasta la orilla, dejando que las suaves olas hicieran el trabajo que él ya no podía hacer. Afortunadamente ya no había ningún peligro cercano, y aquella era la mejor noticia que podía recibir. Se sintió vivo de nuevo y tuvo unos segundos para reflexionar. Aquello había estado cerca.

Cuando llegó a la costa, la arena húmeda bajo sus pies era una sensación reconfortante. Respiró hondo, llenando sus pulmones con el aire salado y se dejó caer, notando cómo la arena cubría su escamosa espalda. Su respiración era intensa, y poco a poco se centró en ella, intentando regularla. El esfuerzo había sido tan grande que apenas podía respirar con normalidad. Esta vez había estado cerca.

Una vez se hubo levantado, alzó la mirada para observar el panorama que se extendía ante él. La Isla Oykot era más grande de lo que había imaginado, dividida por un gran río que la recorría de norte a sur hasta desembocar en el mar. Al oeste, las luces brillantes y el sonido del bullicio indicaban una ciudad próspera, que sin duda tendría un gran bullicio en el centro. Al este, sombras más oscuras y menos actividad sugerían una zona más pobre y tranquila, quizá perfecta para él. Aunque tenía claro que no pasaría desapercibido por ninguna de las dos zonas, su intuición le decía que la zona más oscura sería mucho más permisiba con él mismo. Una intuición de la que no sabía si fiarse realmente.

Sin embargo, hubo un dato que le llamó la atención. En la zona que parecía más rica, había un enorme astillero a lo lejos. Destacaba por su forma y tamaño. Quizá allí podría ir a pedir trabajo y ganar algo de dinero. Estaba casi sin blanca, y necesitaba comer y alojarse en algún sitio para descansar después de un viaje tan accidentado.

Con su ropa aún bastante empapada, mezclada de arena, el susto aún en el cuerpo y el cansancio pesándole en los hombros, decidió dirigirse hacia la zona oeste, esperando tener suerte en su nueva misión. Seguro que aquel día solo podía mejorar.

Las calles del oeste de Oykot estaban llenas de vida. Una gran multitud de comerciantes anunciaban sus productos en voz alta, aunque relativamente calmada, mientras personas bien vestidas paseaban sin prisa, disfrutando de la fresca brisa nocturna. Aquello distaba bastante de los mercados que el tiburón conocía, donde los tenderos se peleaban entre ellos y vociferaban las buenas ofertas de las que disponían sin importarles mucho los modales o el tono o el volumen que empleaban. Las edificaciones eran impresionantes, con fachadas ornamentadas y luces que iluminaban cada rincón.

Octojin, sin quererlo, atrajo miradas curiosas y a veces recelosas. No era común ver a un gyojin en esas tierras, y menos uno de su imponente estatura y aspecto. Y si le sumabas su aspecto de cansancio, ropaje mojado y repleto de arena, aumentaba el nivel de rareza en él. Los humanos tenían un decaro muy pronunciado a la hora de mirar a lo exótico. Sin embargo, el gyojin estaba acostumbrado a ello y no le molestaba. Sus ojos buscaban un lugar donde pasar la noche, pero los alojamientos parecían demasiado caros para su escaso presupuesto. Realizo una mueca de desaprobación, aquello no pintaba bien.

Después de caminar un rato en su errada búsqueda, llegó a una taberna modesta pero acogedora llamada "El Ancla Dorada". Al entrar, el murmullo de conversaciones disminuyó por un momento, pero pronto volvió a su nivel habitual. Se acercó al mostrador, donde un hombre de mediana edad y sonrisa amable lo recibió.

—Buenas noches, amigo. ¿Qué puedo ofrecerte? —preguntó el tabernero sin perder la sonrisa.

—Un vaso de agua y, si es posible, algo de información —respondió Octojin, con voz profunda.

El tabernero le sirvió el agua y se inclinó sobre el mostrador, mostrándose bastante receptivo al gyojin. Aquello sorprendió a Octojin. Quizá no era el primer habitante del mar que pasaba por allí.

—Pregunte lo que necesite.

—Busco trabajo. Soy carpintero naval y necesito ganar algo de dinero antes de continuar mi viaje.

El hombre lo miró pensativo, como si tuviera algo en mente pero no supiera si debía decirlo.

—Has venido al lugar indicado. Los astilleros de Oykot siempre buscan manos hábiles. Con la cantidad de barcos que llegan y salen, nunca faltan reparaciones que hacer. Deberías dirigirte a los Astilleros del Río, están al final de esta calle.

—Gracias —Octojin tomó el vaso, lo miró durante un par de segundos y lo bebió de un trago, sintiendo cómo el líquido refrescaba su garganta seca.

—Por cierto, ten cuidado —advirtió el tabernero—. Aunque esta zona es segura, si cruzas al este, las cosas cambian bastante. No todos son tan acogedores con los forasteros, y menos con los que son... diferentes. Ya sabes.

El escualo asintió, entendiendo el mensaje. Ya conocía cómo funciona las cosas en aquellos sitios. Pagó por el agua, reduciendo así las pocas monedas que le quedaban y salió de la taberna, decidido a encontrar trabajo al día siguiente.

Como no tenía dinero suficiente para pagar una posada, el gyojin buscó un sitio donde pasar la noche. Le sorprendió no ver a nadie durmiendo en la calle. Aquello denotaba riqueza en sus habitantes. Y quizá poco tolerancia con los que no la tenían. Caminó por la zona hasta ver una pequeña callejuela, en la cual se metió y, con la ayuda de varias cajas, se hizo un improvisado fuerte para evitar que el aire entrase. Allí dormiría ese día.



Al amanecer, se dirigió a los Astilleros del Río, tal y como le había dicho el tendero, emprendiendo su nueva misión. El lugar era impresionante: enormes grúas de madera y metal se alzaban hacia el cielo, mientras barcos de todos los tamaños yacían en los muelles y diques secos. El sonido de martillos, sierras y voces de trabajadores llenaba el aire, que invitaba a ponerse a trabajar.

Octojin se acercó a una oficina donde un hombre de aspecto autoritario revisaba unos papeles.

—Disculpe —dijo con respeto—, busco trabajo como carpintero naval.

El hombre levantó la vista, sorprendido por la imponente figura del gyojin.

—¿Tienes experiencia?

—Toda mi vida he trabajado en barcos. Conozco su estructura y puedo trabajar tanto en superficie como bajo el agua.

El encargado lo evaluó por un momento.

—Bien, siempre necesitamos manos extra. Pero primero, tendrás que pasar una prueba, no contratamos a cualquiera. Sígueme.

Lo condujo a un área donde un grupo de trabajadores intentaba reparar una sección dañada de un barco mediano. La embarcación tenía un agujero considerable en el casco, justo por encima de la línea de flotación.

—Nuestros muchachos están teniendo problemas con esta reparación. Veamos qué puedes hacer.

Octojin observó el daño y se tomó su tiempo para evaluarlo antes de actuar. Sonrió mientras lo veía, aquello no parecía un gran reto. Si bien era un trabajo algo laborioso, no tenía mucha dificultad. La madera estaba astillada, y algunos tablones habían sido arrancados por completo. Sin perder tiempo, pidió varias herramientas y las tomó con firmeza, comenzando a trabajar. Su conocimiento sorprendió a los presentes. En poco tiempo, había reemplazado los tablones dañados y había conseguido reforzar la estructura, dejando la sección como nueva. Además, llegó a proponer un par de mejoras, aunque no se atrevió a realizarlas ya que no tenía constancia del presupuesto que habían dado.

El encargado asintió, impresionado. Incluso llamó con gestos a un par de trabajadores que parecían tener el mismo cargo que él, ya que tenían varios lápices y papeles en las manos.

—Bien hecho. Parece que sabes lo que haces. Tenemos un trabajo más grande que necesita atención inmediata. Vamos bastante mal de tiempo, y no creemos que podamos acabarlo, sinceramente. Si lo haces bien, te pagaremos generosamente y te deberemos una.

—Perfecto, estoy listo para ayudar —respondió Octojin con una ligera sonrisa.

Aquél hombre se presentó, resultó llamarse Rufin. Le contó que llevaba más de diez años en ese astillero, y que le conocía toda la isla. El gyojin se limitó a sonreír y asentir. Mientras hablaban, lo llevaron a un dique seco donde reposaba un enorme barco llamado "Eternidad". Era una embarcación majestuosa, con velas altas y una proa tallada con detalles exquisitos que llamaron la atención del tiburón. No pudo evitar quedarse embobado mirando cada detalle y lo perfecto que era. Sin embargo, el casco mostraba un daño severo. Una gran sección en la parte inferior estaba destrozada, con tablones rotos y metal retorcido. Aquello pintaba muy mal.

—Este barco es propiedad de un noble de la isla —explicó el encargado mientras recolocaba sus papeles—. Sufrió un choque contra unas rocas mientras navegaba cerca de la costa este. La avería, como habrás podido ver, es grave y requiere reparaciones tanto externas como internas. Estimamos que nos tomará unos treinta días, con suerte. Pero si puedes acelerar el proceso, todos saldremos beneficiados.

Octojin le pidió a Rufin examinar el daño más de cerca, algo que aceptó con sumo gusto. La brecha en el casco era amplia. Bastante, de echo. Como de unos seis metros de longitud y tres de altura. Las rocas habían perforado la madera y doblado las planchas metálicas de refuerzo. Además, había signos de filtración y podredumbre en las zonas cercanas a las directamente afectadas. Quien había dejado que aquello pasara no era digno de llamarse navegante. Durante unos segundos el gyojin pensó en preguntar cómo había podido producirse ese daño, pero pronto se percató de que no era asunto suyo.

—Necesitaré trabajar desde el agua —dijo—.Será bastante más eficiente reparar el casco desde el exterior sumergido.

El encargado asintió, dando credibilidad a su idea. Después de todo, tener a un habitante del mar de su lado le podía ser de gran ayuda.

—Como prefieras. Te proporcionaremos las herramientas y materiales que necesites. Comienza cuando estés listo.

Octojin se preparó rápidamente. Sabía que no había tiempo que perder. Empezó a hacerse un esquema en la cabeza sobre qué necesitaba. Con las herramientas adecuadas y su habilidad natural para moverse y trabajar bajo el agua, sabía que podía reducir significativamente el tiempo de reparación.

Cogió varias herramientas de la caja que Rufin había traído y empezó a probarlas. Todas parecían tener una muy buena calidad, así que por ese lado no tenía de qué preocuparse.

Tras ello, se sumergió en el río, acercándose al casco del "Eternidad". La corriente era fuerte, pero no representaba un problema para él. Comenzó retirando los restos de madera astillada y las planchas metálicas deformadas. Su fuerza le permitía arrancar los trozos dañados con facilidad, mientras que su precisión aseguraba que no causara daños adicionales. No tardó mucho en empezar a sudar, pero afortunadamente el agua tenía una buena temperatura y de vez en cuando se remojaba completamente. Aquello llamó la atención del resto de carpinteros, que lanzaban miradas al tiburón de vez en cuando.

Una vez consiguió limpiar el área, empezó a colocar nuevos tablones ya tratados para resistir la humedad y la presión del agua. Parecían tener muy buena calidad, y además tenían exactamente el mismo color, por lo que no destacarían. Clavó y selló cada pieza con cuidado, asegurándose de que no hubiera espacios por donde pudiera filtrarse el agua. Las planchas metálicas de refuerzo fueron reemplazadas por otras nuevas, moldeadas y ajustadas perfectamente al contorno del casco. Trabajo que le llevó varias horas.

Los trabajadores en la superficie observaban asombrados cómo Octojin se movía con rapidez y eficiencia. Nunca habían visto a alguien trabajar de esa manera bajo el agua.

Durante los descansos, Octojin compartía momentos con los demás carpinteros. Aunque al principio algunos lo miraban con recelo, pronto descubrieron que era un compañero amable y dispuesto a ayudar. Además, no tenían que temer por sus puestos. La estancia del gyojin era temporal.

Un joven aprendiz llamado Tomas se acercó a él durante una pausa.

—Nunca había visto a un gyojin antes —dijo con timidez—. Eres increíble trabajando bajo el agua.

Octojin sonrió. Sus palabras denotaban bastante pureza.

—Gracias. El mar es mi hogar, y trabajar en él es natural para mí.

—¿Podrías enseñarme algunas técnicas? Quiero ser un buen carpintero naval.

—Por supuesto. Siempre es bueno compartir conocimientos.

A partir de entonces, Octojin comenzó a instruir a algunos de los trabajadores en técnicas y conocimientos sobre estructuras submarinas y resistencia de materiales en ambientes húmedos. Aquello no solo mejoró el ambiente laboral, sino que también incrementó la eficiencia del equipo.



Con el paso de los días, el trabajo avanzaba a un ritmo sorprendente, incluso para el propio habitante del mar. Octojin dedicaba largas horas bajo el agua, aprovechando al máximo su resistencia y habilidad. Los demás trabajadores complementaban su labor desde el interior del barco, reparando las zonas afectadas y reforzando la estructura, que poco a poco iba quedando mucho mejor.

A medida que avanzaban, y como era típico en los arreglos de barcos, encontraron otros problemas ocultos: zonas con carcoma, partes del casco debilitadas por la humedad que no eran visibles a primera vista y áreas mal selladas. Gracias a la experiencia de Octojin, pudieron identificar y solucionar estos inconvenientes antes de que se convirtieran en problemas mayores. Aunque el tiburón fue contándole a Tomas cada reparación no contemplada que habían hecho para que la fuera apuntando, y así en algún momento dado, poder incrementar el presupuesto.

Al día veinte, el "Eternidad" estaba listo. El casco lucía impecable, como nuevo, y las pruebas de estanqueidad confirmaron que no había filtraciones. El barco podía volver a navegar con total seguridad siempre y cuando el cilente lo necesitara.

El noble propietario del barco, enterado de que las reparaciones habían concluido antes de lo previsto, acudió personalmente al astillero. Era un hombre de porte elegante y mirada inquisitiva.

—Me han informado que mi barco está listo diez días antes de lo acordado —dijo, dirigiéndose al encargado—. ¿Puedo inspeccionarlo?

—Por supuesto, señor —respondió el encargado con una sonrisa—. Gracias al trabajo de nuestro nuevo carpintero, hemos logrado terminar antes.

El noble recorrió el barco minuciosamente. Al finalizar, se acercó a Octojin.

—Me han dicho que tú eres el responsable de este milagro.

—He hecho mi trabajo lo mejor que he podido —respondió humildemente.

—Pues has superado mis expectativas. Te estoy profundamente agradecido —El noble sacó una bolsa de monedas y se la entregó—. Aquí tienes una bonificación por tu excelente labor.

Octojin aceptó el pago con gratitud, ligeramente sonrojado. No estaba acostumbrado a que valorasen tanto su trabajo.

—Gracias, señor. Me alegra haber sido de ayuda.

El noble se volvió hacia el encargado, mientras se quitaba el sombrero y esbozaba una continua sonrisa.

—Espero que cuides bien de este hombre. Tal talento no se encuentra todos los días.

Después de que el noble se marchara, el encargado se acercó a Octojin, visiblemente contento.

—Has hecho un trabajo excepcional. Además de la bonificación del señor, el astillero quiere recompensarte. Si decides quedarte, te ofrecemos un puesto permanente con un salario superior. Serás muy útil en el día a día, no tenemos a nadie con las habilidades bajo el agua de las que dispones.

Octojin reflexionó por un momento. Había encontrado un lugar donde era apreciado y donde podía compartir sus conocimientos. Sin embargo, su naturaleza y su deseo de explorar el mundo pesaban en su corazón. Quizá se podía quedar un tiempo, pero no muy largo. Su cuerpo pedía aventuras, y aunque la carpintería era su pasión, no se podía comparar a su ansiado mar. Verse allí encerrado en el astillero no sería lo que él había soñado, ni mucho menos.

—Agradezco mucho la oferta —respondió—, pero mi camino continúa. Sin embargo, si en el futuro necesitan mi ayuda, no duden en llamarme. Siempre estaré dispuesto a regresar.

El encargado asintió con comprensión, sabiendo que al menos lo había intentado.

—Lo entiendo. Pero recuerda que aquí siempre tendrás un lugar.

Durante los días siguientes, Octojin se preparó para partir. Los trabajadores del astillero le organizaron una pequeña despedida, agradeciéndole por todo lo que había hecho. Y el escualo se sintió bastante extraño. Nunca había logrado entablar un vínculo como aquél en tan poco tiempo, sin embargo, no era suficiente para retenerle allí.

—Te vamos a extrañar —dijo Tomas—. He aprendido mucho de ti.

—Sigue practicando y nunca dejes de aprender —le aconsejó Octojin—. El mar siempre tiene algo nuevo que enseñarnos.



Antes de partir, decidió visitar la zona este de la isla. Aunque le habían advertido sobre los peligros, sentía curiosidad por conocer la otra cara de Oykot.

Al cruzar uno de los puentes que conectaban las dos zonas, notó el cambio inmediato. Las calles eran más estrechas y menos iluminadas. Las casas, modestas y a veces en mal estado, albergaban a personas de mirada dura y expresión desconfiada.

Octojin caminó con cautela, observando a su alrededor. Los pescadores y maleantes lo miraban con curiosidad y cierto recelo, pero nadie se acercó a molestarlo.

Llegó hasta el puerto este, donde vio numerosos barcos balleneros atracados. Hombres fuertes y curtidos por el trabajo descargaban su pesca, mientras otros preparaban las embarcaciones para zarpar.

Una voz áspera lo sacó de sus pensamientos.

—¿Buscas algo, forastero?

Se volvió para ver a un hombre alto, con barba y ojos penetrantes.

—Solo estoy de paso —respondió Octojin—. Me interesaba ver cómo es esta parte de la isla.

El hombre lo observó detenidamente.

—No es común ver a un gyojin por aquí. Pero mientras no causes problemas, no habrá problemas.

Octojin asintió, aliviado de ver que los problemas no vendrían solos.

—No busco conflictos.

El hombre sonrió ligeramente, quizá viendo la sinceridad del escualo.

—Eso es bueno. Si alguna vez quieres unirte a una cacería de ballenas, podríamos usar a alguien con tus habilidades.

—Lo consideraré —respondió, aunque sabía que la caza de ballenas no era algo que le interesara.

Después de pasar un rato más explorando, decidió regresar al oeste. Había visto suficiente y estaba listo para continuar su viaje.
#1


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