Hay rumores sobre…
... un algún lugar del East Blue los Revolucionarios han establecido una base de operaciones, aunque nadie la ha encontrado aun.
[Diario] [D - Pasado] Primer encargo
Lemon Stone
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¿Por qué a los campesinos les gusta tanto el barro y el estiércol? Además, todo es gris. Las casas, grises. Las nubes, grises. ¡Hasta las gallinas! Tenían un pésimo sentido de la estética, pero Lemon no estaba allí para criticar, sino para salvarlos de su aburridísima rutina. Oficialmente, tenía que ayudar en una entrega de suministros. 
 
Después de huir de casa hace ya casi diez años, Lemon comenzó a ver el mundo con sus propios ojos. No los de su padre ni los de sus hermanos, tampoco con los de mamá. Y estaba seguro de que, si su familia viera cómo trabajan de duro los pobres, dejarían de hacer tantos chistes sobre usar el transporte público. Había gente, como la de ese remoto pueblo en mitad de la nada, que usaban carreta. Exigir vehículos motorizados sería demasiado, pero ¿no se les había ocurrido usar carruajes? Quitar el lodo, pavimentar y listo: calles útiles. 
 
En cualquier caso, Lemon ya no era el idiota superficial de antes. Gracias a la Causa veía el mundo desde otra perspectiva, una mucho más clara y lúcida que la anterior. Por la Causa, por un mundo más justo e igual, quemaría banderas, hundiría barcos y secuestraría niñas para después intercambiarlas por cabras. Desde ya deseaba batallas épicas y discursos inmortalizados, pero primero debía asegurarse de que las cajas de “herramientas” llegaran bien donde la señora Fabi. 
 
-¡Date prisa! ¡A este ritmo llegaremos mañana! -le exigió Ronald, el supervisor que iba a cargo de la misión. Lemon le decía Ronny. 
 
-¡Es que hay mucho barro y se me ensucian las botas! -se excusó Lemon, deteniéndose cada diez pasos para quitarse el lodo. 
 
-No seas una perra, date prisa y larguémonos pronto de este lugar -gruñó Ronny-. Quiero estar con mi Luci, no sabes cómo la extraño. 
 
Lemon era un ganador por naturaleza. Guapo, poderoso y perfecto. No había nada de malo en él, salvo su imperiosa necesidad de aceptar todo desafío. Y Ronny le estaba desafiando a ir más deprisa. Oh, claro que lo haría. Por la Causa sí que lo haría. 
 
Tomó una bocanada de aire, ignoró el barro y echó a andar como si lo persiguieran unos manifestantes. Dejó atrás a Ronny en cuestión de segundos, y aunque sintiera que su corazón explotaría en cualquier momento, cargó las pesadas cajas hasta la tienda de la señora Fabi. 
 
El sudor le caía por el rostro, el fuerte sol de la mañana golpeándole. Estaba sentado en el suelo, sus manos tiritonas tratando de encender un cigarrillo para “recuperar el aliento”. Era uno de esos refinados, de los que fumaba cuando no tenía energías para encender un puro, así que debía fumarse tres o cuatro al hilo para estar saciado. Era curioso, ¿no? Todos los hermanos Stone tenían una adicción. Timmy era adicto al café y Lucci a los juegos de azar, aunque eran los más “normales”. 
 
La puerta chirrió a su espalda y Lemon se giró alerta como un gato callejero. Entonces, sus ojos se encontraron con la señora Fabi, que de señora poco tenía. Era una rubia de alto impacto, ojos caramelizados y un contorno que se dejaba dilucidar. Las mujeres con pecas y margaritas eran LA bomba, no cualquier bomba. Era una de las grandes. Y encima cargaba un canasto con pan amasado, ¿acaso podía haber una imagen más rural y encantadora que esa? Sentía que estaba dentro de una historia de amor. 
 
-¿Hola? Si estás buscando a la señora Fabi, ella está dentro -dijo la mujer, su voz un coro angelical. 
 
-¿C-Cómo? ¿Tú no eres la señora Fabi? -preguntó, anonadado. 
 
La chica se echó a reír, cautivando aún más al enamorado Lemon. 
 
-Ay, qué cosas dices, tontito. Yo soy Bea y vendo pan aquí en el pueblo -dijo la chica, acercándose a Lemon-. Tú no debes ser de aquí. Te ves… diferente. 
 
-Mi nombre es Lemon Stone, hijo de William Stone y Cristal Becker. Yo venía a buscar a la señora Fabi y me terminé encontrando con este sol tan bonito. Mira, qué linda coincidencia -respondió Lemon, ruborizando a la chica. No era la primera vez que decía esas palabras ni sería la última, mientras Bea no lo supiera todo marcharía a la perfección. 
 
-Definitivamente no eres de aquí -reafirmó Bea-. Ojalá los hombres de este lugar fueran la mitad de coquetos que tú, pero para ellos todo es un ritual. ¡Me han regalado ya diez cabras! 
 
-Perdón, me perdí. ¿Cabras? 
 
-Sí, cuando quieres cortejar a una chica debes regalarle una cabra, así sabrá tus intenciones. 
 
-Ya, pero ¿por qué una cabra? Puede ser un caballo purasangre o un águila real, algo que uno pueda mostrarle a la familia sin pasar vergüenza. Regalar una cabra es como venderte los huevos del fundo de mi papá, ¿me entiendes? 
 
-Eh, ¿creo que no…? Como sea, ¿te gustaría pasar a mi casa en la tarde? Te prometo que preparo los mejores panes al horno del pueblo. 
 
-Obvio, me encantaría probar esos panes. Y los que vas a hornear también -respondió Lemon, acercándose coquetamente a Bea. Sin embargo, una presencia peligrosa le hizo entrar en alerta y se giró deprisa, descubriendo a un enfadado Ronny con un montón de cajas. 
 
-¡Mientras uno trabaja el otro lo anda pasando bien! ¡Qué bonito! -dijo Ronny, dejando caer sin cuidado las cajas-. No te voy a dar ninguna recomendación, ¿me escuchaste? Teníamos que subir tres cajas cada uno y tú solo subiste una. ¡Tuve que ir y volver tres veces! ¡Tres veces tuve que subir este cerro de mierda! 
 
-¡Es que mi caja pesa demasiado! -se excusó Lemon-. Mira, te prometo que la próxima vez yo llevaré tus cajas y las mías. No te enojes, si somos como hermanos. O sea, como hermanos lejanos porque con esa pinta que tienes… 
 
-¿Qué pasa con mi pinta? ¿Tiene algún problema mi apariencia? 
 
Moreno, pelo negro, delgado y casi unicejal. Ronny era todo lo que la familia de Lemon consideraría un “humillado por la naturaleza”. Modulaba mal, no escuchaba música clásica ni iba a misa los Domingos. La abuela Margui llamaría inmediatamente a los marines como viera a Ronny deambulando cerca de una de sus propiedades. 
 
-No, el problema soy yo. Lo siento, Ronny. -Lemon sabía que su belleza realzaba la diferencia estética entre él y su supervisor, y no había nadie a quien culpar. Bueno, sí: a sus padres por ser feos-. Mira, esta es Bea. Conoce a la señora Fabi y me dijo que nos espera dentro. ¿Viste? Tampoco estuve perdiendo el tiempo. 
 
-Sí, claro… Nací ayer yo, pajarón. Ya, terminemos este trabajo y vámonos de este pueblo. 
 
Y así, Lemon y Ronny entregaron los suministros a la señora Fabi, quien no los esperaba dentro, sino que se había quedado dormida. Tuvieron que esperar 5 horas hasta que despertara. Ronny estaba enfadado. Por lo mismo, esta historia no termina aquí…
#1
Lemon Stone
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Capítulo II

La noche había caído en el pequeño pueblo como una manta pesada. El silencio era profundo, roto solo por el ocasional canto de algún grillo desubicado y el susurro del viento que agitaba las ramas de los árboles cercanos. El cielo, cubierto de estrellas, ofrecía una belleza inigualable. Aunque hubiera lodo por todos lados, aunque la gente del pueblo oliese mal y fuera pobre, Lemon presenciaba un escenario único y difícil de describir. Le hubiera gustado tener una cámara fotográfica para recordar eternamente el momento, pero la había dejado en casa; consideraba que portar ciertos “lujos” era contraproducente con la Causa.
 
Estaba acostado en la minúscula cama de la habitación que le habían asignado, una cama que parecía diseñada para torturar a los forasteros en vez de dejarles descansar apropiadamente. El colchón era tan fino que se podía sentir cada tabla debajo, y la única almohada disponible parecía más bien una bolsa de harina mal colocada. A menos que quisiera aparentar ser un auténtico pobre esperaba que no se le pegaran los piojos. A su alrededor, las paredes de madera crujían de vez en cuando, como si quisieran recordarle lo duro que sería el camino a partir de ahora.
 
Lemon suspiró, mirando el techo. Había sido un día largo, con Ronny quejándose cada diez minutos y su encuentro con Bea, para ser sinceros, había sido lo único bueno del día. Se imaginó a Bea en su casa, probablemente horneando más pan, con sus trenzas rubias ondeando al viento como si protagonizara una de esas escenas ridículamente bucólicas de un comercial de mantequilla. ¿Y si le dedicaba algo más que solo un bonito pensamiento…?
 
De repente, el aire cambió. Algo no estaba bien. Lemon frunció el ceño y se enderezó en la cama, olfateando como cocainómano en búsqueda de cocaína. El aroma a humo llenó la habitación, y una luz naranja comenzó a filtrarse por la ventana. Lentamente, se levantó, con la pereza de alguien que no está del todo convencido de que fuera problema suyo, y caminó hacia la ventana, asomándose.
 
-Oh, claro -murmuró para sí mismo al ver que las llamas devoraban una casa a lo lejos-. Lo que faltaba: pueblerinos adictos a la pirotecnia. ¿De dónde habrán sacado dinero para los fuegos artificiales…?
 
Durante un breve segundo, consideró volver a la cama. Después de todo, había tenido un día inconmensurablemente agotador y probablemente los vecinos se encargarían. Sin embargo, una idea lo golpeó. Si había una forma de sorprender a Bea, era haciéndose pasar por héroe. Bea, con su cabello dorado y esas pecas tan… rurales, agradecería el genuino gesto altruista de Lemon.
 
Tomando una bocanada de aire, y con el dramatismo de un héroe de leyenda (o al menos, eso creía él), salió corriendo hacia la puerta. Mientras corría, y porque no acababa de colocarse los pantalones, tropezó con un pequeño taburete de madera y maldijo en voz baja.
 
******
 
A medida que se acercaba a la casa en llamas, la situación parecía más grave de lo que había pensado. Eso, o a la gente le gustaba la carne MUY asada. Las llamas rugían con furia, devorando el techo como si hubieran estado esperando años por un banquete. Varios vecinos ya se habían reunido, lanzando desesperadamente cubos de agua sobre las llamas. Al parecer, la estrategia de lucha contra incendios del pueblo consistía en una cadena de baldes que apenas lograba mojar las paredes exteriores.
 
-Tal vez si llenan un balde más, el fuego se extinga por pura cortesía. O igual se lo piden por favorcito -comentó Lemon, las manos en los bolsillos.
 
-¡Bea está adentro! -gritó alguien, con tono agudo y señalando la casa. Lemon detuvo su marcha. Su instinto inicial fue decir algo inapropiado, algo sarcástico e imbécil, tal vez algo sobre cómo los incendios eligen discriminatoriamente a los pobres por edificar casas de madera en vez de hormigón armado, pero… Bea estaba realmente dentro.
 
-¡No permitiré que mi nena termine como uno de los panecillos que vende! -rugió, apretando los puños, y su cuerpo se movió antes de que su cerebro pudiera pensar en otra frase elocuente.
 
Le quitó el balde a un anciano que intentaba ayudar y se empapó. Solo entonces se lanzó hacia la puerta principal, donde el calor lo golpeó en pleno rostro. El aire alrededor de la casa vibraba, distorsionado por el calor, y una nube de humo comenzaba a envolver el techo. Si usaran ladrillos en vez de tablas resecas, el fuego se habría detenido hacía mucho, pensó brevemente ante de abrir la puerta de una patada que no resultó tan heroica como esperaba.
 
El interior de la casa era un caos. El fuego consumía las vigas de techo, y las llamas danzaban sobre los muebles como si hubieran estado ensayando un número musical. A través del humo, Lemon vio una figura al fondo, cerca de una ventana. Era Bea, atrapada entre las llamas y una pared que ya comenzaba a arder.
 
-¡De ninguna manera toleraré esto! ¡Nadie calentará a esta muchachita más que estos brazos fuertes y perfectos! -gruñó, sintiendo que su garganta se secaba inmediatamente por el calor. Bea lo miró, sus ojos caramelo brillando con miedo, pero también con una chispa de incredulidad.
 
Lemon corrió hacia ella, esquivando un trozo de madera en llamas que cayó del techo. La tomó de la mano y, por alguna razón que ni él entendía, en lugar de hacer un comentario mordaz, simplemente la sacó de allí. ¿Y si el fuego había encendido sus neuronas? ¿Y si había perdido su innata capacidad de hacer comentarios sarcásticos y apropiados? Mientras la conducía hacia la salida, Bea tropezó y cayó al suelo.
 
-¡Oh, vamos! -exclamó Lemon, irritado-. ¿Qué tan difícil puede ser correr entre llamas, vigas asesinas y este maldito humo que me dejará negro, completamente negro? ¡Levántate, mujer! ¡Vamos!
 
La levantó de un tirón, como si no pesara más que una pluma, y la llevó hacia la puerta. El calor era insoportable, y por un momento pensó que su preciado cabello rubio, sencillamente maravilloso, podría no sobrevivir a la aventura. ¿Y si terminaba calvo? Jamás podría regresar a casa ni unirse a las filas de la Causa. Había escuchado que el Ejército Revolucionario no aceptaba calvos.
 
Salieron de la casa justo a tiempo. Al dar el último paso fuera, una parte del techo cedió y cayó al suelo, envuelta en llamas. Lemon, sudoroso y con el rostro cubierto de cenizas, se dejó caer con Bea a su lado. Ella respiraba con dificultad, pero se veía… bien. Los vecinos aplaudían y murmuraban entre ellos, probablemente impresionados por el desplante de Lemon.
 
-¿Me están… aplaudiendo? -murmuró-. ¡Maldita sea, claro que me están aplaudiendo! ¡Soy un maldito héroe! -gritó, su corazón latiendo aceleradamente por lo que acababa de vivir.
 
Bea lo miró y, aunque su rostro estaba manchado por el humo, se veía agradecida. Una sonrisa apareció en sus labios, y Lemon supo que había hecho lo correcto, una sensación que sentía cada mañana cuando elegía un cigarrillo y una cerveza en vez de un vaso de leche y unas galletas sin azúcar.
 
-Gracias… -susurró ella, su voz débil pero llena de admiración.
 
-No fue nada. En mis tiempos libres me gusta rescatar a damiselas en peligro -respondió Lemon, tratando de sonar despreocupado.
 
Antes de que pudiera agregar otro comentario ingenioso, Ronny apareció de la nada con su habitual expresión severa.
 
-Claro, mientras uno trabaja como burro todo el día, tú te llevas las ovaciones -dijo, lanzando una mirada hacia el humo que aún salía de la casa-. ¿Qué será lo próximo, héroe? ¿Salvar a un gatito?
 
Lemon lo miró con cansancio. El precio de ser asombroso es que siempre hay gente que no lo entiende.
 
-Puede que sí, pero solo si es un gatito rubio -dijo con una sonrisa ladina, mientras la gente del pueblo luchaba contra el incendio.
#2
Lemon Stone
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Capítulo III
El sol apenas comenzaba a salir y los habitantes del pueblo se despertaban lentamente. Otro día más en ese lodoso infierno. El aire todavía olía a humo, un recordatorio del incendio que había consumido la casa de Bea la noche anterior. Mientras los primeros aldeanos comenzaban a limpiar los restos (vigas a medio quemar, ceniza acumulada por montones, entre otras cosas), Lemon permanecía sentado en un pequeño taburete frente a lo que quedaba de la estructura, con una mueca de insatisfacción en su rostro y un cigarrillo encendido.
 
 “El precio de ser un héroe es muy alto. Demasiado alto”, pensaba el revolucionario mientras miraba trabajar al resto de los hombres.
 
-¿Podrías intentar al menos parecer útil? -gruñó Ronny, pasando junto a él con un cubo lleno de escombros.
 
-Mi querido supervisor, el heroísmo no es solo acción. Es también contemplación -respondió Lemon sin molestarse en levantarse-. Estoy supervisando… desde una distancia segura, claro. Quién sabe si me acerco a los aldeanos se me pega una enfermedad como “comeré lo mismo de ayer” o “no tengo dinero para salir de compras”, ¿sabes?
 
Ronny lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada más. No tenía sentido. Desde la noche anterior, Lemon había sido elevado apropiadamente a la categoría de “salvador” del pueblo. Solo había rescatado a la panadera de la villa, pero a los aldeanos les gustaban las historias épicas y de heroísmo. Todos hablaban del joven forastero que había arriesgado su vida -y sus prendas costosas, obvio- para salvar a Bea, y aunque a él le encantaba la atención, había algo que lo molestaba profundamente: la gente esperaba que siguiera ayudando, y gratis.  
 
“¿Desde cuándo salvar a una persona te convierte en el ayudante oficial del pueblo?”, pensó mientras observaba cómo los aldeanos trabajan duro, reconstruyendo la casa de Bea. El martilleo de los clavos y las voces de coordinación llenaban el aire. Lemon frunció el ceño.
 
-¡Lemon! -La voz de Bea lo sacó de sus pensamientos. Se giró lentamente, y ella estaba caminando hacia él, sus trenzas rubias todavía un poco desordenadas, pero su sonrisa brillaba tanto como el sol.
 
-Oh, Bea… -respondió el revolucionario, poniéndose de pie con una exagerada teatralidad-. ¿Cómo está mi valiente dama en apuros? Espero que después de esto todavía te sigan gustando los asados, o barbacoas como le llaman en algunos lugares más… rurales.
 
La joven rubia rio suavemente, ese sonido angelical que Lemon había aprendido a disfrutar. O a soportar, según el día.
 
-Bueno, gracias a ti estoy bien. No sé cómo podré agradecerte lo suficiente… -dijo ella, mirándolo con esos hermosos ojos caramelizados que levantarían de la tumba al soldado muerto de un anciano.
 
-No te preocupes, querida, eso es lo que hacemos los héroes: salvamos a las señoritas en peligro sin exigir nada a cambio -contestó Lemon con una sonrisa que él pensaba era encantadora, aunque en su cabeza surgía una idea contradictoria. “Por favor, no pidas que cargue nada, no pidas que cargue nada…”.
 
-Pero insisto: no solo salvaste mi vida, sino que también te has quedado aquí para ayudarnos. ¿Te gustaría acompañarme a la granja de mi tío? Necesitamos recoger algunas herramientas para la reconstrucción de la casa.
 
“Y ahí está”. Bea lo miraba con ojos expectantes, como si de verdad esperase que Lemon fuera a hacer algo propio de alguien benevolente, de alguien que ayuda desinteresadamente a los demás. Lemon intentó esbozar una excusa rápida, como que le dolía el pie, pero algo en la forma en que ella lo miraba lo hizo vacilar. Por un momento, una pequeña chispa de decencia se encendió en su interior. Solo un segundo. Luego la lógica volvió a ocupar su lugar.
 
-¿Qué puede ser más agradable que conocer a tu tío y cargar unas pesadas herramientas? -dijo él, sonriendo dulcemente mientras sus entrañas gritaban en protesta.
 
Bea aplaudió con entusiasmo y, antes de que Lemon pudiera cambiar de opinión, lo tomó del brazo y lo condujo hacia el camino. Mientras caminaban hacia la granja del tío, pasaron junto a un grupo de aldeanos que intercambiaban susurros y miradas admirativas en dirección a Lemon. Algunos sonreían; otros, murmuraban algo que no alcanzaba a oír, pero nada bueno podía ser…
 
“¿Esto es lo que se siente ser de la realeza? No está mal, aunque estaría mejor si hicieran un festín en mi nombre. Ah, y quiero que monten una estatua de oro. Si tiene diamantes incrustados no me quejaría”, pensó mientras Bea hablaba de lo mucho que le gustaba hornear pan como si no lo hubiera dicho el día anterior. El precio de la fama era un tanto incómodo, cierto, pero tampoco iba a quejarse de recibir adoración gratuita.
 
-He oído que el pueblo piensa organizar una pequeña celebración en tu honor -comentó Bea mientras caminaban.
 
Lemon alzó una ceja. ¿Le había leído la mente?
 
-Espero que “pequeña celebración” solo sea una manera humilde de decir “una GRAN fiesta” -dijo el revolucionario.
 
-Ay, qué gracioso eres -contestó Bea, pensando que el héroe del pueblo solo estaba bromeando, pero lo decía muy en serio-. Estarán todos los aldeanos y estaba pensando que podrías dar un discurso. ¡Ellos adoran los discursos heroicos! -continuó Bea, sonriendo como si hubiera sugerido la idea más maravillosa del mundo.
 
“Discurso heroico… Me gusta, los discursos se me dan bien. ¿Pero qué se supone que debo decir en estos casos? ¿Gracias por aplaudirme mientras arriesgaba mi hermoso y perfecto rostro?”. Sin embargo, antes de que pudiera preocuparse demasiado, llegaron a la granja del tío de Bea.
 
-Bueno, aquí estamos. No debería tardar mucho -dijo ella, soltando su brazo y entrando al granero.
 
Lemon suspiró, observando los alrededores. El lugar olía a heno y tierra, una combinación de olores que él encontraba… auténticamente rural, lo que era un eufemismo para “insoportable”. La familia Stone también tenía campos, pero los criados se encargaban de mantenerlos limpios y olorosos. Casi perfumados.
 
Mientras esperaba, escuchó unos pasos pesados acercándose.
 
-Así que este es el gran héroe, ¿eh?
 
Un hombre robusto, con una barba desaliñada y ojos fríos, se detuvo frente a él. Llevaba un sombrero de ala ancha y una camisa remandada. Tenía el porte de alguien que había vivido más años de los que quería contar.
 
-¿Quién pregunta? -respondió Lemon con un tono que intentaba ser más confiado de lo que se sentía.
 
El hombre cruzó los brazos y escrutó al revolucionario con la mirada.
 
-Me llamo Marcos. Soy el tío de Bea.
 
-Ah, el tío… -Lemon borró la sonrisa de su rostro. No le interesaba conocer a hombres pobretones, la verdad.
 
-He oído que salvaste a mi sobrina -dijo Marcos, sin un ápice de mención en su voz. Lemon asintió, esperando algún tipo de agradecimiento, pero no lo obtuvo.
 
-¿Y qué? ¿Vas a quedarte aquí esperando que te aplaudamos por siempre? -Marcos lo miró de arriba abajo, como si estuviera evaluando si valía la pena seguir hablando.
 
-Impresionante… Además de limpiar mierda de vaca a diario puedes leer la mente, ¿eres un genio o algo así? -contestó el revolucionario, tomando por sorpresa a Marcos. Al parecer nunca había recibido una respuesta como esa.
 
-Mira, muchacho -dijo Marcos, inclinándose un poco hacia él-. Aquí la gente no se gana el respeto solo por un gesto heroico de una noche. Se gana con trabajo duro, con constancia. Así que, si planeas quedarte por aquí y seguir disfrutando de los aplausos, será mejor que demuestres que tienes algo más que solo palabrería.
 
Lemon tragó saliva. El hombre se había acercado tanto que podía ver lo que había comido el día anterior.  “Genial. Justo lo que necesitaba: un sermón moralista de un hombre que no conoce lo que es un baño”.
 
-Iluso… El respeto de un hombre no se gana por la cantidad de sacos de paja que carga en un día, eso es del pasado. El respeto de un hombre se gana por la cantidad de banderas quemadas, paredes rayadas y princesas secuestradas. A ver, dime, ¿cuántas monarquías has derrocado tú? ¡Cero! ¡Porque nunca has salido de este pueblo! ¿Cuántas he derrocado yo? ¡Cientos! ¡Miles! Bueno, ese es mi yo del futuro, pero técnicamente soy yo, así que debería contar.
 
Marcos lo observó un momento, intentando entender lo que quería decir.
 
-¿Estás drogado? -preguntó el viejo cascarrabias.
 
-Lamentablemente no.
 
Antes de que el viejo pudiera decir algo más, Bea salió del granero con una pesada caja de herramientas.
 
-¿Todo bien? -preguntó ella.
 
-Por supuesto, le estaba contando a tu tío lo fantástico que se me da ser un héroe, uno de verdad. Es un hombre muy directo, ¿sabes?
 
******
 
De vuelta en el pueblo, el ambiente estaba más animado. Los aldeanos habían organizado un pequeño mercado improvisado donde vendían desde pan hasta herramientas. Al parecer, la noticia de la fiesta en honor a Lemon había corrido como la pólvora, y todo el mundo parecía estar muy emocionado.
 
-Esto está tomando una dimensión inesperada -murmuró el revolucionario, mientras observaba a los aldeanos preparar lo que parecía ser un escenario.
 
-Sí, todo el pueblo está muy agradecido contigo -dijo Bea con una sonrisa.
 
-¿Todo el pueblo? Porque parece que mi compañero no comparte el mismo entusiasmo.
 
Justo en ese momento, Ronny apareció con su habitual expresión severa. Su cabello negro y lacio, sus pómulos alzados y su piel morena (casi de color barro, en realidad), todo en él indicaba severidad y aburrimiento.
 
-Ah, por supuesto, aquí está el gran héroe -dijo, cruzando los brazos-. Preparándote para otro espectáculo, ¿no? Los payasos siempre han sido buenos dando espectáculos.
 
-Pero que comentario más inesperado… Te has juntado tanto conmigo que tus neuronas están funcionando para algo que más que “unga unga” y puedes formular frases interesantes, ¿eh? Pero lo siento, Ronny, no todos podemos ser el alma de la fiesta. Algunos de nosotros simplemente… brillamos.
 
-Sí, claro. Estoy seguro de que todo esto no tiene nada que ver con tu maldito ego.
 
Lemon iba a responder con algo ingenioso, pero se detuvo. Por alguna razón, el comentario de su compañero le hizo pensar. ¿De verdad estaba allí solo por la fama? ¿O había algo más? Pero antes de que pudiera reflexionar, Bea lo tomó del brazo y lo condujo hacia el escenario: era el momento del discurso.  
#3
Lemon Stone
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CAPÍTULO IV


El escenario improvisado parecía estar hecho a última hora, con tablas mal alineadas y una cortina raída que alguien había colgado como telón de fondo. Las luces del atardecer proyectaban sombras largas sobre los rostros de los aldeanos, que ahora se reunían en torno al escenario con una expectación palpable. Lemon observaba todo desde la distancia, tratando de no mostrar lo incómodo que estaba con la idea de subir ahí y dar un discurso.
 
-¡Vamos, héroe! -exclamó Bea, dándole un pequeño empujón hacia adelante-. Todos están esperando.
 
Lemon tragó saliva, sintiendo una mezcla de satisfacción y nerviosismo. No era la primera vez que se encontraba en el centro de atención, pero esto era diferente. En las manifestaciones de "La Causa" todo estaba perfectamente coreografiado. Aquí, en este pueblo de barro y humo, la gente lo miraba como si de verdad esperara algo profundo. Y eso, por supuesto, lo molestaba.
 
Subió al escenario con su mejor sonrisa de autosuficiencia, mientras un murmullo corría entre la multitud. Tomó un momento para barrer con la vista a los aldeanos reunidos. Había ancianos, mujeres con sus hijos, algunos jóvenes que lo miraban con admiración. Incluso Marcos, el tío de Bea, estaba en la primera fila con los brazos cruzados y la expresión de alguien que no se dejaba impresionar fácilmente.
 
-Queridos aldeanos... -comenzó Lemon, alzando la mano como si estuviera a punto de hacer una declaración histórica-. Hoy estamos aquí para celebrar... Bueno, a mí. No me malinterpreten, soy un hombre humilde. Humilde en espíritu, claro. Pero también sé que lo que hice anoche, salvando a Bea de ese terrible incendio, es digno de reconocimiento.
 
El murmullo en la multitud se intensificó, y Lemon esbozó una sonrisa aún más amplia. “Perfecto, están comprando cada palabra”, pensó el revolucionario.
 
-Sé que mi historia como héroe se ha extendido rápidamente -continuó, sin perder el ritmo-. Y créanme, no es fácil ser el centro de atención. Pero estoy aquí para recordarles que no todos los días se topan con alguien como yo. Alguien dispuesto a arriesgarlo todo por el bienestar de una comunidad.
 
Bea, de pie junto al escenario, lo miraba con adoración, mientras Ronny, en la parte trasera, cruzaba los brazos y se recostaba contra un árbol con evidente desprecio. Lemon lo vio de reojo, y por un breve momento, sintió la incomodidad de ese juicio silencioso.
 
-Y ahora... -Lemon hizo una pausa dramática-. Quiero compartir algunas reflexiones sobre lo que significa ser un verdadero héroe.
 
Al decir esto, los aldeanos guardaron silencio absoluto. Incluso los niños dejaron de corretear entre las piernas de sus madres y levantaron la vista hacia él, esperando ansiosos.
 
-Ser un héroe no es solo lanzarse a las llamas o salvar a una damisela en peligro -prosiguió Lemon, disfrutando de la atención-. No, es más profundo que eso. Es... -vaciló por un segundo-, es soportar el peso de las expectativas. Es caminar entre ustedes, sabiendo que cada mirada que me lanzan lleva consigo la esperanza de que volveré a hacer algo increíble.
 
Bea aplaudió tímidamente, seguida por un par de aldeanos, aunque la mayoría lo observaba con la misma mezcla de curiosidad y duda. “Puede que el discurso necesite un poco más de… intensidad”, se dijo a sí mismo.
 
-Así que -dijo, enderezándose-, les agradezco esta pequeña... pero significativa... fiesta en mi honor. Y les prometo que, mientras me quede en este encantador pueblo, seguiré siendo... bueno, un ejemplo para todos ustedes.
 
La multitud estalló en aplausos. No era el estruendoso rugido que había esperado, pero era suficiente. “Sí, soy un maldito héroe, pensó, inflando el pecho y sonriendo hacia el horizonte.
 
Sin embargo, justo cuando iba a bajar del escenario, un sonido metálico resonó a lo lejos, seguido de gritos agudos. La multitud se giró, buscando el origen del caos. Lemon, desconcertado, también miró hacia donde venían los ruidos, justo a la entrada del pueblo.
 
Un carro cargado de suministros había perdido el control y se dirigía a toda velocidad hacia un grupo de aldeanos, que apenas habían tenido tiempo de reaccionar. Un par de barriles se desprendieron del vehículo, rodando peligrosamente hacia las personas que estaban desprevenidas.
 
Lemon sintió cómo su corazón daba un vuelco. “¿Otra vez?” pensó. “No puede ser que me toque salvar a alguien dos veces en menos de veinticuatro horas. Esto ya es abuso”.
 
Antes de que pudiera procesar del todo lo que estaba sucediendo, vio a Ronny lanzarse hacia el carro descontrolado. Con una agilidad sorprendente, el supervisor logró desviar la trayectoria de los barriles, evitando que chocaran directamente contra la multitud. La gente gritaba, pero poco a poco la situación comenzó a controlarse.
 
Lemon bajó del escenario con una sonrisa torcida. “Claro, Ronny tiene que intentar robarme el protagonismo. No puede evitarlo”, murmuró en sus propios pensamientos.
 
-¿Todo bien? -preguntó Bea, corriendo hacia él con evidente preocupación.
 
-Sí, sí, todo bajo control -dijo Lemon con indiferencia, fingiendo que la situación no lo había afectado en absoluto-. Aunque, si me preguntas, fue un poco de espectáculo innecesario por parte de Ronny.
 
-¡Lemon, Ronny acaba de salvar a esos aldeanos! -exclamó Bea, su voz llena de admiración.
 
Lemon entrecerró los ojos.
 
Ronny, sudoroso y con las mangas de su camisa remangadas, se acercó lentamente, limpiándose las manos con un trapo sucio. Sus ojos estaban fijos en Lemon, con esa expresión de quien había hecho lo que debía, sin esperar aplausos.
 
-Todo listo -dijo Ronny sin dirigirse a nadie en particular.
 
Lemon apretó los dientes. El aire de superioridad de Ronny lo irritaba profundamente. Era como si ese tipo no tuviera que esforzarse en absoluto para ser el centro de atención. ¿Dónde están los aplausos para Lemon, el héroe de ayer?
-Impresionante, Ronny -dijo Lemon, cruzando los brazos-. ¿Tienes pensado salvar el día cada vez que algo se descontrole? Porque, si es así, te recomiendo que uses una capa. Hace que el acto se vea más profesional.
 
Ronny lo miró con frialdad. -No todos necesitamos una audiencia para hacer lo correcto.
 
-Oh, lo siento, ¿esa es tu manera de decir que soy un narcisista? -replicó Lemon, levantando las cejas con una sonrisa burlona.
 
-No necesito decirlo. Tú mismo lo dejas claro cada vez que hablas -dijo Ronny antes de girarse para regresar al trabajo.
 
Lemon observó cómo se alejaba, sin responder. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía una respuesta ingeniosa a mano. Y eso lo incomodaba más que cualquier otra cosa. Los aldeanos habían comenzado a dispersarse, regresando a sus quehaceres, y el bullicio del mercado volvía a llenar el aire.
 
-Lo que dijo Ronny no es cierto -dijo Bea, dándole un pequeño golpe en el brazo-. Tú eres un héroe, Lemon. Quizás no lo expreses de la mejor manera, pero lo eres.
 
Lemon la miró, sorprendido por su honestidad. La sonrisa de Bea era genuina, y por un momento, sus palabras lo hicieron sentir algo... diferente. No lo suficiente como para admitirlo, pero sí lo justo para que se quedara callado un momento.
 
-Bueno, querida, es fácil ser héroe cuando tienes un rostro tan perfecto como el mío -dijo finalmente, sonriendo de nuevo, aunque esta vez con menos entusiasmo.
 
-Supongo que sí -rio Bea-. Pero espero que no dejes que tu ego te consuma del todo.
 
Lemon fingió una carcajada exagerada.
 
-¡Nunca, querida! ¿Yo, consumido por el ego? Imposible.
 
Pero mientras las últimas risas de Bea se desvanecían, Lemon sintió un nudo extraño en el estómago. Por más que lo intentaba, las palabras de Ronny seguían resonando en su mente. Y aunque no lo admitiría ni a sí mismo, una pequeña parte de él comenzaba a preguntarse si, en el fondo, algo de lo que había dicho el supervisor tenía sentido.
#4
Lemon Stone
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CAPÍTULO V

El aire en el pueblo parecía más pesado, como si le hubieran echado aserrín al aire acondicionado, o tal vez lo era solo para Lemon, que seguía sentado bajo la sombra de un árbol torcido, observando a los aldeanos mientras iban y venían, preparando la "gran" fiesta en su honor. Su cigarrillo se consumía lentamente entre sus dedos, soltando espirales de humo que se mezclaban con el polvo que flotaba en el ambiente.
 
"Esto no puede ser la vida de un héroe", pensaba Lemon, ajustándose el cuello de su camisa, sintiendo el sudor empezar a acumularse bajo su ropa. "Si me hubieran dicho que ser un revolucionario implicaba tanto calor, ya habría quemado este pueblo solo para ventilarme". Sin embargo, lo que más le irritaba no era el clima, ni siquiera el trabajo físico que trataba de evitar a toda costa, sino las miradas. Las miradas constantes de admiración, esas mismas miradas que antes disfrutaba, pero que ahora comenzaban a sentirse como un peso insoportable. Sabía lo que todos estaban pensando, lo veía en sus ojos: "¿Qué va a hacer ahora el gran héroe?".
 
Ronny, como siempre, estaba al acecho, y Lemon lo sentía. No solo por el crujir del suelo bajo sus botas pesadas, sino por esa permanente expresión de desaprobación que parecía acompañarlo a todas partes. Era como si cada cosa que hiciera fuera una basura para su supervisor, nada lo ponía contento. Lemon no tenía que mirarlo para saber que Ronny estaba cerca, con su pose erguida y esa mirada que perforaba todo a su alrededor, como si fuera un juez esperando a dictar sentencia.
 
-Bea me dijo que te veríamos por aquí -dijo Ronny con esa voz grave, que para Lemon era más molesta que el chirrido de una puerta oxidada.
 
Lemon soltó una última bocanada de humo antes de aplastar el cigarrillo en el suelo con la bota.
 
-Sí, ya sabes, el héroe del pueblo debe estar presente para… supervisar. Un pueblo sin su líder es como una carreta sin ruedas, ¿verdad?
 
Ronny soltó una risa seca, sin pizca de diversión.
 
-Si crees que supervisar es sentarse a fumar mientras todos los demás trabajan, entonces sí, claro, eres un gran líder.
 
Lemon torció la boca, tratando de no caer en la provocación. Sabía que Ronny lo consideraba un estorbo, y si algo era seguro en este mundo, era que Lemon no iba a dejar pasar una ofensa sin responder. Así que, con un suspiro exagerado, se levantó del suelo, sacudiéndose la ropa como si de repente se diera cuenta de que estaba rodeado de polvo y miseria.
 
-Ronny, querido -dijo con ese tono condescendiente que sabía irritaba a su compañero-, te olvidas de algo fundamental: el carisma. Liderar no es solo dar órdenes o levantar escombros. Es inspirar, motivar. Cualquiera puede cargar cajas, pero ¿con cuántos líderes natos te has topado que puedan hacer lo que yo hago? -Y señalándose a sí mismo con ambas manos, añadió-: Yo soy la inspiración de este pueblo.
 
Ronny lo miró en silencio por un segundo, como si sopesara si valía la pena continuar la conversación. Finalmente, decidió no hacerlo. Simplemente sacudió la cabeza y se dio la vuelta para regresar al trabajo.
 
-Como quieras -murmuró mientras se alejaba-. Pero algún día, vas a tener que demostrar que puedes hacer más que solo hablar.
 
Lemon lo observó alejarse, sintiendo esa familiar mezcla de irritación y orgullo. Claro, Ronny nunca lo entendería. Era una cuestión de perspectiva. "No todos están hechos para la grandeza", pensó, encendiendo otro cigarrillo mientras miraba hacia el horizonte.
 
-¿Todo bien? -La voz de Bea lo sacó de sus pensamientos.
 
Ella apareció con esa sonrisa cálida que solía desarmarlo, su cabello rubio aún alborotado por el trabajo de la mañana, pero sin perder ese brillo que hacía que todo lo que dijera sonara… ¿demasiado sincero? Bea siempre parecía tan genuina, tan auténtica, que a veces era difícil para Lemon mantener su fachada. Al menos por un momento.
 
-Oh, ya sabes, lo de siempre. Solo un revolucionario más luchando contra las fuerzas opresivas de la mediocridad -respondió Lemon, exhalando el humo en una nube mientras levantaba la vista al cielo, fingiendo una profunda reflexión tras haber encendido otro cigarrillo.
 
Bea se acercó un poco más, su mirada escudriñadora. No parecía convencida, y esa chispa de curiosidad en sus ojos hizo que Lemon sintiera una incomodidad latente. No era como los demás aldeanos que lo miraban con una mezcla de adoración y distancia; Bea lo miraba de una manera diferente, como si viera algo más allá de la fachada.
 
-Siempre me pregunto si realmente crees todo lo que dices -comentó Bea, inclinando un poco la cabeza, sus ojos buscando una respuesta más honesta de la que él solía dar.
 
Lemon levantó una ceja y se cruzó de brazos, sin dejar de sostener su cigarrillo con elegancia.
 
-Por supuesto que lo creo. Soy un hombre de principios, Bea. Lo único que hago es por "La Causa", por la libertad, la justicia… y porque queda bien en los discursos.
 
Bea se rio, pero su sonrisa fue más corta esta vez.
 
-¿Y eso es todo? ¿Discursos?
 
Lemon se sintió sorprendido, aunque rápidamente cubrió su desconcierto con una sonrisa de suficiencia.
 
-Por supuesto. ¿Qué más se necesita en este mundo de caos y opresión? Un buen discurso puede cambiar la mente de las masas.
 
Bea lo observó en silencio durante unos segundos más de lo que a Lemon le hubiera gustado. Esa sensación incómoda volvía a surgir, esa sensación de que tal vez ella estaba viendo algo que ni siquiera él quería admitir.
 
-Creo que eres más que solo palabras, Lemon -dijo finalmente, con una dulzura que lo desarmó momentáneamente.
 
Lemon, acostumbrado a que su sarcasmo y arrogancia fueran su escudo, no supo cómo reaccionar ante esa sinceridad. A veces sentía que Bea lo veía como una especie de enigma, como si intentara resolver el rompecabezas que él mismo había creado a su alrededor. Y aunque lo irritaba, también lo intrigaba.
 
-¿Más que palabras? -repitió él, intentando recuperar su tono sarcástico-. No te hagas ilusiones, Bea. Soy solo un chico guapo con talento para hablar y fumar cigarrillos de lujo.
 
Ella sonrió, aunque su mirada seguía siendo penetrante.
 
-Vamos, te ayudo a prepararte para la fiesta de esta noche. Estoy segura de que tienes algo más en mente.
 
Lemon soltó un suspiro exagerado, como si estuviera cargando el peso del mundo, pero en realidad, lo que más le pesaba en ese momento era la manera en que Bea lo hacía sentir: vulnerable. Sin embargo, no podía permitirse admitirlo. No todavía. Así que, con una sonrisa fingida, extendió su brazo, dejando que Bea lo guiara hacia donde los aldeanos estaban reunidos.
#5
Lemon Stone
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CAPÍTULO VI

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Lemon y Bea se dirigían hacia la plaza del pueblo. Las luces de las guirnaldas improvisadas empezaban a encenderse, creando un ambiente acogedor y festivo. Los aldeanos se movían con una energía renovada, colmados de esperanza y camaradería mientras preparaban los últimos detalles para la celebración. Incluso los pueblerinos sabían cómo crear un ambiente llamativo y apropiado para alguien como el revolucionario, para alguien “importante”.
 
Lemon caminaba al lado de Bea, intentando mantener su habitual actitud despreocupada, pero estos últimos días habían sido… diferentes, como si estuviera conociendo una parte nueva de sí mismo.
 
-¿Sabes? -comentó Bea mientras ajustaba una guirnalda-. Creo que esta fiesta es una excelente oportunidad para que todos nos unamos y celebremos lo que hemos logrado juntos.
 
Lemon asintió, aunque su mente estaba en otra parte. "Unirse. Juntos. Celebrar. ¿Será que esta gente es comunista…? Espera, ¡si yo soy revolucionario! ¡Puedo hacer estas cosas!", pensaba con una sonrisa distraída mientras observaba a los aldeanos trabajar en armonía.
 
-Es cierto -respondió finalmente-, puede que sea lo que necesitamos para recordar lo genial que soy. ¿No han pensado en levantarme una estatua? Nah, solo estoy bromeando. Soy muy bromista, ¿sabes? Igual debería estar en el campo de batalla, entre estrategias y confrontaciones.
 
Bea rio suavemente, sacudiendo la cabeza.
 
-La guerra no es bonita como la pintas, Lemon. Estos momentos son importantes y grandiosos, recuerda que hay gente allí fuera luchando por conservar la paz -reflexionó Bea, su primera vez tan… filosófica.
 
Lemon suspiró, encendiendo otro cigarrillo con movimientos calculados.
 
-Tienes razón: las fiestas son importantes. De nada sirve incendiar banderas e insultar al organismo burocrático si no te zampas unas cervezas en la noche con los camaradas. Ya sabes, la Causa no se detiene.
 
Bea lo miró con una expresión comprensiva, pero también con una chispa de determinación en sus ojos.
 
-Lo sé, y es por eso por lo que estamos aquí ahora. Para recargar energías y fortalecer nuestros lazos. Sin ellos, no podríamos enfrentar lo que viene.
 
Lemon bajó la mirada hacia el suelo, contemplando las palabras de Bea. No era la primera vez que ella intentaba hacerle ver más allá de su propio mundo, más allá de su ego y su fachada de líder invulnerable.
 
-Quizás tienes razón -admitió finalmente.
 
Bea puso una mano sobre su hombro, dándole un apretón reconfortante.
 
-No tienes que ser perfecto, Lemon. Solo tienes que ser tú mismo. Y sé que, en el fondo, quieres lo mejor para todos nosotros.
 
Lemon levantó la vista, encontrándose con los ojos de Bea. Por un momento, la máscara de arrogancia se desvaneció, revelando una vulnerabilidad que rara vez mostraba.
 
-Tal vez… Sí, no tengo que ser perfecto. ¿Por qué debería esforzarme en serlo? Como un salmón no se esfuerza en subir una cascada, yo tampoco me esforzaré en ser lo que la naturaleza me convirtió: una divinidad -bromeó otra vez, recuperando su capa de sarcasmo y cinismo.
 
En ese momento, un grito interrumpió la tranquila conversación. Un aldeano corrió hacia ellos, jadeando y con una expresión de pánico en su rostro.
 
-¡Bandidos! ¡Están atacando el norte del pueblo!
 
Sin perder tiempo, Lemon apagó su cigarrillo y se dirigió hacia Ronny, quien ya estaba organizando a algunos aldeanos para enfrentar la amenaza. La tensión entre ellos era palpable, pero ambos sabían que, en momentos como este, las diferencias personales debían quedar de lado. Aunque Lemon contaría a los enemigos derrotados para después burlarse de su supervisor.
 
-Ronny -dijo Lemon, intentando mantener su tono habitual de despreocupación-, parece que tenemos trabajo que hacer.
 
Ronny lo miró con una mezcla de irritación y resignación.
 
-Justo lo que pensaba -respondió con voz firme-. Necesitamos coordinar a todos y asegurarnos de que nadie salga herido.
 
Lemon asintió, observando cómo Ronny tomaba el control de la situación. Aunque no compartían la misma visión de liderazgo, no podían permitirse fallar en este momento crítico.
 
-Bea, ¿puedes ayudar a organizar a los niños y a los ancianos en el refugio? -pidió Ronny, sin desviar la mirada de Lemon.
 
Bea asintió rápidamente y se dirigió a cumplir la tarea, dejando a Lemon y Ronny para coordinar la defensa del pueblo. Los dos hombres se encontraban en una postura tensa, pero funcional, trabajando juntos para proteger a la comunidad que ambos amaban, aunque de maneras diferentes.
 
-La verdad es que necesito tu ayuda -admitió Lemon, rompiendo el silencio que se había instalado entre ellos-, hay una misión que "La Causa" me ha encomendado y no estoy seguro de cómo manejarla solo.
 
Ronny frunció el ceño, sorprendido por la revelación.
 
-¿Otra misión? -preguntó, cruzando los brazos-. ¿No tienes suficiente con liderar a estos simples aldeanos?
 
Lemon soltó una carcajada amarga.
 
-Exacto, porque lo único que necesito es más papeleo revolucionario. ¿Sabes? A veces me pregunto si "La Causa" realmente entiende lo que significa liderar un pueblo.
 
Ronny lo miró fijamente, sin mostrar señal de empatía.
 
-La Causa viene primero, Lemon. Tu papel aquí es crucial para el éxito de nuestra lucha. No puedes permitirse distraerte con dudas personales.
 
Lemon suspiró, mirando al horizonte donde las sombras de los bandidos se acercaban cada vez más.
 
-Lo entiendo, Ronny, pero hay momentos en los que uno necesita cuestionar sus propios motivos y asegurarse de que está haciendo lo correcto -más serio que de costumbre.
 
Ronny no respondió de inmediato, simplemente asintió y volvió a centrarse en la organización de las defensas. La tensión entre ellos persistió, pero ambos sabían que, en el fondo, compartían el mismo objetivo: proteger al pueblo y avanzar en la causa revolucionaria.
 
Mientras tanto, Bea se había desplazado para ayudar a los aldeanos a refugiarse, pero no podía evitar volver la vista hacia Lemon y Ronny. Sentía una creciente preocupación por la frágil relación entre ellos y sabía que algo tenía que cambiar para que el pueblo pudiera prosperar.
 
A medida que la noche caía, los primeros indicios de los bandidos se hacían evidentes. Un grupo de figuras oscuras avanzaba lentamente hacia la aldea, armadas y decididas a saquear lo que podían. La tensión en el aire era palpable, y Lemon sentía que cada segundo que pasaba aumentaba el riesgo de un enfrentamiento violento.
 
-Ronny, necesitamos coordinar nuestras fuerzas y asegurar que todos estén en posición -dijo Lemon, intentando retomar el control de la situación.
 
-Lemon -respondió este último, con una voz autoritaria-, asegúrate de que nadie se quede fuera. No podemos permitirnos perder a nadie.
 
Ambos hombres trabajaron en silencio, organizando a los aldeanos y estableciendo puntos de defensa estratégicos. A pesar de sus diferencias, su respeto mutuo por la causa les permitía colaborar de manera efectiva, al menos en situaciones de crisis.
 
-Bea, necesitamos mantener la calma y seguir las instrucciones -dijo Lemon, notando cómo su adicción al cigarrillo comenzaba a pesarle en un momento tan crítico.
 
Bea asintió, aunque su mirada estaba fija en la línea de frente donde los bandidos se acercaban cada vez más.
 
-Lemon, recuerda por qué estamos aquí. No se trata solo de "La Causa", sino de proteger a nuestra gente -respondió ella con determinación, como si de repente entendiera el significado de la Causa. Nadie lo entendía, a menos que tuviera una copia del MANUAL impresa o en un pendrive, ambas opciones son admitidas
 
Lemon tomó una profunda bocanada de aire, recordando su lealtad al Ejército Revolucionario, pero también sintiendo una extraña sensación que otros llamarían empatía. La gente del pueblo con el lodo, las cabras y las ovaciones, comenzaba a importarle tanto como un criado a su padre.
 
-Sí, sí, Ronny y yo los mantendremos a salvo. No es la primera vez que nos enfrentamos a unos bandidos… ¿o sí?
 
A medida que los bandidos se acercaban, Lemon y Ronny coordinaron una estrategia conjunta. Ambos eran como el día y la noche, como el aceite y el agua, como la sal y el azúcar, como… Bueno, como muchas cosas que no pegan bien juntas. Sin embargo, cuando el momento lo requería, podían colaborar. Ronny era un buen líder, por algo tenía el título de supervisor, y Lemon poseía una capacidad de inspiración solo igualable a su actitud sarcástica y despreocupada.
 
Desconocía las intenciones de los bandidos, puede que solo fuera por dinero (que poco había en el pueblo) o como diversión, no terminaba de entender cómo funcionaba la mente de un inadaptado social. En cualquier caso, tenía una estrategia sencilla pero efectiva preparada para ellos. Mientras los niños y las mujeres estuvieran refugiados, escondidos en el refugio, él podría luchar sin preocuparse.
 
El grupo de siete bandidos llegó al pueblo.
 
Lemon utilizó los pasajes más estrechos para enfrentarse a ellos en un uno contra uno, utilizando su descomunal fuerza para destrozar extremidades y echar abajo armaduras y escudos. La batalla no duró demasiado, puede que media hora, pero fue brutal y dolorosa. Uno de los bandidos ensartó su espada en el pecho del lechero del pueblo, un tipo bastante simpático y que tenía adicción por las enanas. La muerte, el perder a alguien tan de cerca, le hizo actuar como un animal. Atacó con furia a sus enemigos y al final de la batalla solo sobrevivieron tres bandidos.
 
Después de la confrontación, el pueblo respiró aliviado. Los aldeanos, aunque heridos y agotados, se reunieron para celebrar su victoria y agradecer a sus líderes. Lemon, normalmente reservado en sus emociones, sintió una calidez en su pecho que no podía negar.
 
-Lo hiciste bien, Lemon, para ser tú, quiero decir -admitió Ronny, su mirada fija en el horizonte.
 
El revolucionario lo miró, pensando en el hombre que había muerto.
 
-Perdimos a uno, Ronny. La Causa dice de proteger a los débiles, de repartir justicia y entregar libertad… Si fuéramos mejores, no habría muerto nadie. -A pesar de la superficialidad con la que Lemon solía hablar, en su voz se podía percibir cierta pizca de… culpa-. Esto no me gusta, compañero. ¿Perderemos a mucha gente camino a la grandeza? ¿Veremos morir a nuestros camaradas en nuestra lucha contra el Gobierno Mundial?
 
-¿Por fin entiendes que no es un camino fácil, que ser el “héroe del pueblo” es un sueño de ilusos? Aun así, hemos salvado vidas aquí. Si no nos hubiéramos quedado a celebrar tu nuevo título, los bandidos habrían acabado con más personas. Incluso Bea pudo haber caído.
 
Lemon sintió una punzada al imaginar a Bea siendo atravesada por la espada de un bandido, y en ese momento descubrió algo: le importaba. Solo habían sido unos días, nada especial, pero entonces ¿por qué sentía algo tan profundo hacia ella? Esos ojos caramelos, esa sonrisa tan ingenua, esa mirada cargada de expectativas… Lemon quería cuidar de ella, quería hacer del mundo un lugar seguro para que su panadera favorita pudiera hornear pan sin temor a que un malnacido pudiera hacerle daño. ¿Es que acaso estaba sintiendo el abrazo del amor? ¿O solo era un desequilibrio hormonal, producido por la sensualidad de la campesina?
 
-Tienes razón, Ronny. Mañana saldremos temprano por la mañana para terminar lo que empezamos: acabaremos con esos bandidos.
#6
Lemon Stone
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Varios días después...
-Es increíble cómo la grandeza puede pasar desapercibida -murmuró, ajustándose el cuello de su chaqueta de cuero mientras observaba a unos campesinos cargando heno-. Esta gente tiene la suerte de tener a un héroe en su pueblo y ni siquiera lo saben.
 
Lemon llevaba ya unos días en el pueblo, lo suficiente para haberse convertido en el centro de varios pequeños desastres. Su intento de ayudar en el mercado había terminado con tomates aplastados y naranjas rodando por las calles. Pero, en su mente, todo esto eran solo pequeñas batallas que estaba ganando en nombre de "La Causa". Claro, sus métodos podían ser... poco ortodoxos, pero, ¿quién necesitaba ortodoxia cuando tenías estilo?
 
Llegó a la panadería de Bea, una pequeña y encantadora casita de madera con flores en la ventana. Ah, Bea. En su mente, ella era como una musa rural, una campesina con encanto que no sabía cuánto lo necesitaba en su vida. Entró a la panadería con su típica sonrisa deslumbrante.
 
-¡Bea! -exclamó, llenando el pequeño espacio con su presencia-. Aquí está tu héroe diario, listo para salvar el día. ¿Qué caos podemos desatar hoy?
 
Bea, que estaba amasando pan detrás del mostrador, levantó la vista y sonrió, acostumbrada ya a las entradas dramáticas de Lemon.
 
-Lemon, no creo que sea necesario desatar caos. Solo necesito que me ayudes a llevar unos sacos de harina al almacén.
 
Lemon se acercó rápidamente, con aire altivo. -¿Harina? ¿Eso es todo? ¡Eso es demasiado sencillo para un revolucionario de mi calibre! Pero no te preocupes, querida Bea, yo haré de esto una gesta digna de una epopeya.
 
Bea se limitó a sonreír, sin dejar de amasar. Lemon se dirigió a los sacos, evaluando la situación como si estuviera a punto de enfrentarse a un dragón. Con un esfuerzo excesivo, levantó uno de los sacos y, en su exageración, lo dejó caer de golpe, haciendo que una nube de harina lo envolviera por completo.
 
-¡Por la Causa! -tosió Lemon, intentando mantener la dignidad mientras estaba cubierto de polvo blanco-. ¡Todo sacrificio es poco en nombre de la justicia!
Bea no pudo evitar reírse.
 
 -Creo que sería más fácil si los llevaras de uno en uno, no hace falta dramatizar tanto.
 
Lemon se sacudió la harina de la chaqueta y le sonrió con suficiencia. -No te preocupes por mí, Bea. El dramatismo es parte del paquete revolucionario.
 
Lemon había decidido que, en su mente, Bea y él compartían una especie de romance épico. Claro, ella no lo sabía aún, pero eso no era un problema. Durante una pausa en el trabajo, Lemon decidió escribirle un poema. Como un auténtico héroe de antaño, sentía que las palabras eran una poderosa arma. Sentado frente a una mesa en la pequeña posada donde se hospedaba, mordió el extremo de una pluma, buscando inspiración.
 
-"Oh, Bea, mi musa campesina... Tu cabello es como... como... el trigo... ¡No! El oro en los campos. Tus manos amasadoras, como las... armas de un soldado... revolucionario". -Lemon sonrió, orgulloso de su obra-. ¡Perfecto! Es una obra maestra.
 
Esa tarde, con aire triunfante, llevó el poema a la panadería de Bea. Cuando llegó, la encontró limpiando los utensilios tras una jornada de trabajo.
 
-Bea, querida -dijo, acercándose con aire teatral-. He compuesto algo para ti. Un poema. No todos los días un revolucionario dedica versos.
 
Bea lo miró, un poco sorprendida, pero con una sonrisa paciente. -¿Un poema? Oh, Lemon, no tenías que hacerlo.
 
-No, no -la interrumpió él-. ¡Debía hacerlo! El arte también es parte de la revolución.
 
Lemon le entregó el papel con solemnidad. Bea lo leyó en silencio, sus ojos moviéndose lentamente por las líneas. Cuando terminó, su sonrisa se amplió y soltó una risa suave.
 
-Es... muy bonito, Lemon. Aunque lo de las "manos amasadoras como armas de soldado" es un poco... extraño.
 
Lemon, siempre rápido para ajustar la narrativa a su favor, sonrió y añadió: -Ah, claro, lo escribí con un poco de licencia artística. Pero lo importante es que capta la esencia de tu espíritu revolucionario.
 
Bea, divertida, dejó el poema sobre la mesa. -Gracias, Lemon. Siempre logras sacarme una sonrisa.
 
Lemon infló el pecho, satisfecho. Para él, había sido una victoria absoluta. Bea estaba "impresionada", y eso era todo lo que necesitaba para confirmar que su gesta heroica seguía en marcha.
 
Con el festival local acercándose, Lemon vio una oportunidad para brillar más que nunca. En su mente, el festival era la ocasión perfecta para que el pueblo reconociera su grandeza. Fue directamente a hablar con algunos aldeanos, convenciéndolos de que, como maestro de ceremonias, haría del festival un evento inolvidable.
 
-¡Imagina! -les dijo-. Un desfile, fuegos artificiales, una celebración revolucionaria para el pueblo. ¡Todo gracias a Lemon Stone!
 
Los aldeanos, aunque inicialmente desconfiados, terminaron aceptando, principalmente porque les hacía gracia ver qué haría Lemon a continuación.
 
Durante el festival, Lemon organizó una serie de competiciones, incluyendo un concurso de fuerza, en el que, por supuesto, decidió participar. El problema fue que, al intentar levantar una piedra enorme para impresionar a Bea, terminó tirándosela sobre el pie. Los aldeanos, ya acostumbrados a sus desastres, estallaron en risas.
 
-¡Lo hice a propósito! -exclamó Lemon, cojeando mientras intentaba salvar la situación-. ¡Una muestra de que incluso los héroes deben caer para levantarse de nuevo!
 
Bea, que observaba desde el escenario, se reía abiertamente, disfrutando del espectáculo.
Al final del festival, Lemon decidió que su "huella" en el pueblo debía ser inmortalizada. Convenció a algunos niños para que lo ayudaran a construir una pequeña estatua de madera en su honor. Con gran esfuerzo, lograron levantar una figura tosca que apenas se sostenía en pie.
 
-¡Ahí está! -exclamó Lemon, orgulloso-. Mi legado. Una estatua que representará mi sacrificio y grandeza.
 
Bea, acercándose con una sonrisa, observó la estatua tambaleante y comentó: -¿No crees que la verdadera huella que dejas está más en las risas y las historias que compartimos?
 
Lemon, sorprendido, intentó convertir sus palabras en algo más épico. -Claro, claro... pero, una estatua también ayuda.
 
Pero, justo en ese momento, la estatua de madera se derrumbó con un crujido. Bea rio, y Lemon, con una sonrisa resignada, aceptó su destino.
 
-Bueno -dijo-, supongo que no todas las gestas son eternas... pero, ¡lo intenté!
 
Bea, divertida, puso una mano en su hombro.
 
-Lo que importa es que lo hiciste con estilo, Lemon.
 
Lemon sonrió, satisfecho. Al final del día, si había algo que sabía hacer bien, era mantener su estilo.
#7


Salto de foro:


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