Hay rumores sobre…
... que en una isla del East Blue, hay un prometedor bardo tratando de forjarse una reputación. ¿Hasta dónde llegará?
[Aventura] T2. ¿Quién acabó con Cheetony el Cheetah?
MC duck
Pato
Dia 20, pueblo de Rostock

La mansión de Chettony estaba mas vacía de lo usual, casi todas las luces estaban apagadas, a pesar de que el cielo estaba casi completamente cubierto de nubes grises, amenazando con llover, pero ni gota caía. Una Atmosfera lúgubre y oscura idónea para el estado de animo del mafioso quien simplemente estaba en su salón, reposando mientras miraba su enorme cuadro de si mismo, de lo imponente que se veía su efigie retratada.. ¿Cómo había pasado de eso ... a esto? Incluso su cuadro parecía mirarlo con desden desde lo alto de la pared semi cubierto de sombras alargadas.

[Imagen: kaicho15.png]

Habían sido malos tiempos, primero estaba aquella Reunión que salió mal, en aquel restaurante familiar, en su propio pueblo, alguien había intentado jugársela, y tendieron una emboscada a su gente, de la cual por suerte salió ileso, pero sin encontrar un culpable por aquél estropicio... quedaría como un idiota ante el inframundo, no podía dejarlo pasar, necesitaba un "chivo expiatorio", alguien a quien culpar.

Por ello busco culpar a alguien, MC Duck era mas un fenómeno cómico que un verdadero aliado, que un verdadero Gangter, muchos no se tomaban enserio al pato, seria fácil colgarle el muerto, el organizo aquella reunión, contrato a aquel "piratucho" sin wanted para hacer el trabajo... ¡Y lo traiciono! ¡¿A él?! ¡¿Chester Chettony?! ¿Es que acaso habían dejado de respetarle? o acaso... ¿Se estaría ablandando? Debería ponerse en serio, demostrar quien controlaba el pueblo de Rostock ... Quien mandaba. La marina ya estaba alerta de sus movimientos tras tantos movimientos fallidos, así que no tenia la libertad de hacerse mandar, pero necesitaba.
-¡Padre!- interrumpió la hijastra de Chettony, Bunny- Por fin lo he averiguado, ya se de que me sonaba "Sangrenegra"
-Ahora no ¿Quieres?- mascullo Chettony alejado de su humor normalmente mas alegre o desinhibido.- No estoy de humor de...
Chettony se había dado la vuelta para encarar a la bella Bunny, pero fue otro detalle el que le llamo la atención resaltando al final del salón, entre la oscuridad, una forma humana parecía esperar pacientemente, pero casi sin poder verlo, reconoció aquella sonrisa, era imposible de olvidar, una vez que la ves nunca olvidas algo así.

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-Vete Bunny... ¡TODOS FUERA! - ni siquiera cuestiono como ese individuo cruzo sus defenzas, entro en la habitación sin que ni el cheeta se enterara, cuando su hijastra y guardias salieron, pudo notar que sus zarpas temblaban leventemente nerviosas- ¡HOLA SOCIO! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿desde... desde cuando que no nos vemos? fue... ¿Por aquella chica? No, que va, tu siempre te las ligabas a todas,... digo... ¿nos peleamos o algo?
Un leve silencio incomodo se genero, hasta que una extraña pero dulce voz respondió.
-Desde que empezaste a darle al chetto
-UFFF... si. Es verdad lo que dicen ... la droga te aleja de las amistades ¡¿y que es de tu vida?! De broker estrella a Broker estre...
-Ya no- una carta rodo por la mesa hacia chettony, con el sello de los emperadores del inframundo- Ya no eres un Broker estrella. Te han degradado.
Y la charla continuaría a partir de ese punto.
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La noticia sacudió el bajo mundo criminal, Chester Chettony había sido degradado de Broker estrella a un simple Broker, no quedaba muy clara de donde venia la fuente de dichos rumores, pero lo cierto es que a pocos les había sorprendido, ya que las ultimas acciones del Mafioso habían levantado revuelo incluso en la marina, que habían empezado a tomar medidas con algo mas de vigilancia y golpes a los negocios del mafioso. Era inevitable que los emperadores del inframundo actuasen.

Pero también habían otro tipo de rumores, sobre que Chester estaba intentando salvar lo que podía de su patrimonio, sacándolo del banco, y de debajo de las piedras donde lo tuviera escondido, en este momento, la fortuna de Chester Chettony estaba en movimiento por la isla, solo hacia falta alguien lo bastante valiente, o lo bastante loco, para intentar apoderarse de él.

Instrucciones
#1
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
Personaje



Burururururu— timbraba el pequeño Den Den Mushi de tonalidad perla que se situaba en mi muñeca, dándome un ligero sobresalto cuando estaba cercano a probar un sorbo de aquel té de algas al que me había aficionado en Rostock.

Esta isla había deparado numerosas aventuras, desde aquel pescador gigante con anhelo de su tierra que en una ocasión había casi formado una trifulca en la Plaza de la Fuente, cerca del puerto, o aquella disputa que acabó de manera tan abrupta a raíz de visitar la Cantina Portuaria… Aquel día que me separé de Juuken y compañía…
Buena gente, pero si algo había aprendido de la pérdida de Seraphine, era que cuando el corazón era invadido por una sensación cálida, también se volvía menos férreo.
Aunque la herida que dejó su ausencia era muda, también había generado algo en mi interior, aunque no probablemente un duelo, sino la voluntad de entender que la pasividad con la que me había movido hasta ahora, solo ameritaba una vida de calma, mas no triunfo.

Decidido mientras mis dedos dejaban suavemente el pequeño vaso chato de vidrio verdoso, y abandonaba el aroma que destilaba aquel buen té. Con cierta presteza, recuperaba el tosco y abundante, pero también refrescante aroma del salitre. En unos segundos, con extrema dedicación, extendí la varilla de la pulsera que retenía al pequeño insecto y mientras el pequeño salía al mundo, también llegaba un ruido de estática próximo.
 
      ¿Tery? ¿Teeeery estás ahí? — comentó una voz femenina tratando de ser aniñada, con una cercanía que claramente solo podía significar una cosa. Mi hermana. — Teeeeeery ¿Qué tal las vacaciones en Rostock? ¡Oye, dice papá que una noticia se ha extendido entre los Bajos Fondos! ¡Te la vendo por 2 Millones! — continuó con cierta melodía infantil cargada de recochineo.

Dejando salir un ligero soplido de hastío que me revolvió el alborotado cabello que caía por la frente, pasé la mano colocándomelo ligeramente hacia atrás mientras me incorporaba y acercaba el Den Den a mis labios y musitaba en voz baja.

      Siempre tan ruidosa… controla tu efusividad Hilda… ¿Recuerdas que desde pequeños siempre te tengo que sacar yo de los entuertos en los que te metes? — calibré con una frase con pausas bien marcadas mientras jugueteaba con una pequeña moneda entre mis dedos por la mano izquierda. —Ambos sabemos que tú obtienes algo con ello, así que dime de qué se trata… — sentencié con un cierto afán de desinterés claramente marcado en mi cara.

Tras una breve pausa de estática, la pueril voz de chica mezclada con la obvia tonalidad del dispositivo, habló.
      Bueeeeeno…vale Tery, verás… ¿Conoces al Broker Estrella Chettony? Pueees… le han destituido y he oído que está tratando de llevarse lo que le queda de su fortuna en uno de los puertos de Rostock… ¿Por casualidad no seguirás por ahí en tu “retiro vacacional” verdad, vago? — comentó Hilda al otro lado del caracolófono, con un insulto que difícilmente se podía calificar de cariñoso.

Es cierto que conocía a aquel hombre solo de oídas, pero alguna vez entre los cotilleos de mis hermanos acerca del Bajo Fondo había surgido ese nombre. Por lo visto era un alto miembro de Inframundo, pero una suerte de malas elecciones había desvanecido su creciente fortuna.

Me aclaré con cierta calma la voz, y esbozando una amplia sonrisa de mirada vaga, rápidamente contesté claro y conciso.
      Que conste que esto no lo hago por ti, sino porque parece una empresa ciertamente deliciosa… — me limité a continuar, mientras con calma mi mano volvía a tornar el té que se encontraba encima de la delicada mesa de madera clara y tallada frente a la que estaba situado y bebía un amplio sorbo. — Por cierto, me debes un té— finalicé mientras presionaba nuevamente una varilla para volver a encerrar al pequeño artefacto viviente.
 
Me levanté con calma, dejando ver mi atuendo consistente en una camisa blanca de mangas ligeramente holgadas y, un chaleco oscuro con tallaje y grabado florliseado en un tono azur cuyo patrón se repetía elegantemente por la totalidad de su textura. Iban anexos unos pantalones de color caoba oscuros con corte formal y rematándose por unos botines en ligera punta de tonalidad negra y hebilla en plata. Un pequeño pañuelo de seda en tono zafiro se situaba en mi cuello, proporcionando un toque de distinción al conjunto, así como una ruptura de formalidad.

Hora de la Danza Macabra— comenté para mis adentros en un susurro mientras comenzaba mi marcha hacia el puerto y con la mano libre disparaba hacia atrás la moneda con la cual había jugueteado hace unos momentos, tratando fútilmente de insertarla en el vacío recipiente de té con apenas éxito.

Resumen
#2
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
Personaje


El bribón de ojos dorados y blancos cabellos se encontraba en una taberna de mala muerte en el pueblo de Rostock, un lugar donde las paredes, corroídas por la humedad de la cercanía al puerto, parecían estar al borde del colapso, y tanto las sillas como las mesas, se encontraban maltrechas por el paso del tiempo, al punto de apenas soportar el peso de los de quienes las ocupaban. Un extraño olor impregnaba el ambiente, una mezcla indescifrable entre algo podrido y el hedor de alguien que llevaba días sin bañarse. El peliblanco, aunque incómodo, se encontraba en su elemento, rodeado de figuras sombrías y rumores que fluían tan fácilmente como el alcohol barato.

Ubben estaba sentado en una mesa, rodeado de borrachos, algunos de los cuales reconoció como miembros de los bajos fondos que había visto cuando conoció al Don de Rostock, Chettony. La partida de póker en la que participaba era más que un simple juego; era una excusa para conversar con tranquilidad, para intercambiar información sin levantar sospechas. Sin embargo, la situación no pintaba bien para el moreno de ojos dorados. Su mano inicial era un 4 de picas y un 6 de picas, cartas que no auguraban una victoria fácil. Mientras observaba las expresiones de los demás jugadores, todos ellos aparentando seguridad, supo que el verdadero juego no estaba en las cartas, sino en las palabras y gestos.

El crupier, otro de los tipos de los bajos fondos, sonreía mientras revelaba la primera carta del Hold'em, un 7 de picas. Ubben mantenía la compostura, sabiendo que una apuesta arriesgada podría costarle caro, pero una escalera de color era una posibilidad tentadora. Con el ceño fruncido, fingió desagrado por su mano, esperando que los demás asumieran que sus cartas eran peores de lo que realmente eran. El As de corazones fue la segunda carta revelada. El bribón mantuvo su expresión neutra, aunque por dentro su mente trabajaba a toda velocidad. Todos los jugadores decidieron mantenerse en la partida, y el crupier reveló la tercera carta: un 5 de picas. Uno de los jugadores se retiró en ese momento, lo que hizo reír al crupier nuevamente, mientras que los otros permanecieron imperturbables. La cuarta carta, un As de diamantes, hizo sonreír a uno de los presentes y fruncir el ceño a varios otros, pero nadie más se retiró.

Ubben sintió la tensión en su estómago aumentar. Estaba a una carta de obtener la escalera de color, la cual probablemente le otorgaría la victoria. Mientras la conversación en la mesa giraba alrededor de trivialidades, alguien mencionó, casi en broma, que Chettony estaba tan metido en la droga que había perdido su prestigio como Broker Estrella. Esa información hizo que los dorados ojos de Ubben brillaran con interés. Era un dato perturbador, ya que solo los peces gordos o la muerte podían hacer caer a alguien de esa posición, y hasta donde él sabía, el mink aún no había sido reportado como muerto.

El crupier reveló la última carta lentamente, casi disfrutando del suspenso. Un 8 de picas apareció ante los ojos del peliblanco, quien sintió un golpe de adrenalina al darse cuenta de que había ganado. La revelación de las manos llevó a quejas generales entre los jugadores, quienes mostraban tríos y pares, pero Ubben, con una pícara sonrisa, volteó sus cartas, revelando la escalera que le daba la victoria. Jugó un par de rondas más, manteniendo la charla en torno a Chettony, aunque la información seguía siendo vaga. Los rumores apuntaban a que el antiguo Don estaba desesperadamente intentando salvar lo que le quedaba de fortuna a través de uno de los puertos. Eso era justo lo que Ubben necesitaba oír... una oportunidad para hacerse con un botín interesante y, con suerte, ganar algo de renombre en los bajos fondos.

Cuando terminó su partida, el bribón se levantó de la mesa casi con la misma cantidad de dinero con la que había comenzado, pero con la cabeza llena de ideas y planes. Se dirigió a un herrero local, un lugar donde sabía que podría reabastecerse. La sed de sangre y la ambición por devorar el mundo lo impulsaban a prepararse lo mejor posible para el golpe que planeaba dar. Compró más agujas Senbon, su arma preferida, junto con un arco y flechas. Sabía que para lo que planeaba, necesitaría estar bien equipado. Con sus nuevas adquisiciones, Ubben se dirigió disimuladamente hacia el puerto. Sus ojos dorados recorrían constantemente las calles y callejones, verificando que todas las marcas que había dejado en días anteriores seguían en su lugar, listas para guiarlo en caso de que un escape rápido se hiciera necesario. El momento había llegado; estaba listo para hacer dinero, y el puerto de Rostock sería el escenario de su próximo movimiento.

Resumen
#3
MC duck
Pato
¿Las calles del Pueblo de Rostock se habían silenciado mas de lo habitual? ¿O solo os lo parecía? ¿Tal vez hasta a la gente común y corriente le llegan ese tipo de noticias? Pronto veríais el por que de esta situación, cuando un ruido se oyera desde el puerto al que os encamináis. Parecia que no erais los únicos que buscaban los tesoros de Cheetony el Cheetah, pero no en el mal sentido como ustedes, criminales codiciosos.
-Por favor, esta zona esta acordonada, por favor manténganse al margen.
Los pocos civiles que andaban por el lugar se habían arrejuntado frente a un cordón de la marina, para mirar extrañados como un grupo de marines, metían en un carro de detención a gente con pinta de mafiosos, y además examinaban cajas y las metían en un carro. Tanto Ubben como Terence podían acercarse si querían, pero de momento esto pintaba mal, parecía que la marina se había adelantado, no quedaba claro si los mafiosos eran gente de Cheetony o gente que fue a robarle. Pero en caso es que parecía que las ganancias eran de la marina.

¿Os meteríais con la marina? Seguramente podéis pero ... ¿Os merece? 
Hay muchos testigos, sin duda el que lo hiciera no solo tendría que lidiar con los marines, sino que vería un hermoso wanted en todas las paredes de la ciudad. Oye, a lo mejor eso es lo que buscáis, o no, pero ... ¿había otra solución? Seguramente la marina se llevaría ese tesoro a la base, no había muchas posibilidades de hacerse con el.

-Perdona... ¿Blackmore? - interrumpió una voz extraña y desconocida- AH! perdón, me equivoque, disculpe.- Un extraño individuo parecía haber creído reconocer alguien en Terence, se quito su sombrero en una disculpa pero parecía haberse equivocado, espera ¿dijo Blackmore?- ¡AJA! esta vez no me equivoco, estoy seguro... ¿tu no estabas en la partida de poker?  -en esta ocasión al que le hablaba el individuo era a Ubben -¿así que oíste la conversación y has venido a ver si había suerte? ¿He?... pues... si estas interesado, tengo información bastante interesante... pero hablemos en un lugar mas privado. Por si acaso.

Pese a que cualquier persona podría escuchar, era poco probable o muy improbable que entendieran de que hablaban o de que información, a no ser claro que fuera alguien del gremio, aunque no es como si estuvieran en todas partes ¿Había alguna posibilidad de que alguien del gremio hubiera escuchado casualmente y quisiera unirse? bueno es posible, tal vez.

El individuo, iría tranquilamente a un callejón cercano, ya si uno o dos personas acudían eso no parecería importarle mucho. Eso si, cualquiera de los dos dudaría, no solo por lo repentino del asunto, el tipo era extrañamente sospechoso, y extrañamente amable, con esa extraña sonrisa alargada y ancha que hasta era algo intimidante, vestido formal y con un maletín a cuestas. De seguirlo, era seguir a un completo desconocido con promesas de conseguir aquello que habían venido a buscar. Pero... ¿Qué les costaría? ¿Estaban dispuestos a lanzarse a la aventura a ciegas para empezar?
Lanzarse contra los marines, seguía siendo una opción si aun la estaban considerando.

A aquellos que llegaran al callejón, el hombre misterioso se presento.

-Soy Moguro, pero quienes me conocen me llaman "vendedor risueño"- inicio su presentación entregando incluso una tarjeta con dicho nombre y el Den den mushi de contacto- pero tranquilos, no voy a venderles nada, no soy un vendedor común y corriente. Yo hago negocios con los corazones ... con los corazones de la gente.

Moguro


-HA! Y Tranquilos, no trabajo por dinero -añadió- ver a mis clientes satisfechos es recompensa mas que suficiente. Además, lo único que os voy a decir, es donde Chester Chettony esta sacando realmente sus ganancias... Lograr o no haceros con ellas, es cosa vuestra ... ¡HO HO HO HO!

Aquello incluso hacia mas raro el asunto ¿Por que los ayudaba? ¿Realmente lo hacia de buena fe? ¿Eso existe? todo era sospechoso ¿los pensaba traicionar? pero ¿acaso el los conocía? ¿Qué podía ganar por traicionar a dos desconocidos? ¿los estaba usando? no habían mas que preguntas, pero también oportunidades si las sabian aprovechar.
#4
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
A paso firme, fui caminando en dirección al puerto, en una postura aparentemente relajada pero alerta. Las calles estaban más silenciosas de lo normal a estas horas y aquello solo significaba algún desastre eventual o un peligro directo. El silencio tiene una forma peculiar de envolver el aire, como si la ciudad misma contuviera la respiración, anticipando algo que ni siquiera sus habitantes podían prever. El viento, fresco y salado, rozaba mi rostro con un murmullo que casi parecía restallar con cierta gracia épica, como si tratara de anunciar una gran gesta. Sobre esta isla, aparentemente tranquila, se cernía una inquietud que brotaba desde sus entrañas, corroídas por el óxido de la corrupción de los Bajos Fondos.

No me equivocaba. Cuanto más me iba acercando a la zona portuaria, más murmullo acontecía, y gracias a él también pude observar la escena en ciernes. Marines, hombres uniformados en azul y blanco, estaban haciendo lo que mejor saben hacer: limpiar los desechos de un naufragio moral. Los pocos civiles que se aventuraban cerca del puerto estaban agrupados en silencio, observando con ojos desconfiados y curiosos cómo los marines acorralaban a un grupo de hombres vestidos con trajes oscuros, claramente mafiosos o al menos asociados a las sombras de Rostock. Los metían en carros de detención con la eficacia de alguien que ha repetido esta rutina una y otra vez. Junto a los prisioneros, cajas selladas y maletas cargadas con el peso del dinero mal habido eran inspeccionadas minuciosamente antes de ser transportadas hacia los vehículos de la marina.

La escena era un claro ejemplo de la fragilidad del poder en el Inframundo. Chettony el Cheetah, cuyo nombre resonaba con eco entre las voces de los que habitamos en los bordes de la ley. No era de los que se dejaban atrapar fácilmente, lo que hacía pensar que aquellos hombres, ahora encadenados y humillados, podrían haber sido enviados por él o quizás eran simplemente otros depredadores que habían intentado morder más de lo que podían tragar. Pero en este juego, ser atrapado por la marina no era una opción que pudiera permitirme.

Una voz femenina, autoritaria, pero contenida, resonó entre la multitud.

Por favor, esta zona está acordonada. Manténganse al margen— espetó, sin mayor atención que un simple ejercicio ordinario.

El mensaje era claro. Los civiles retrocedieron unos pasos, aunque sus miradas seguían fijas en la escena, como si la violencia contenida fuera una obra de teatro grotesca de la cual no podían apartar la vista. Yo, en cambio, era conocedor de esa obra, no un simple espectador. Tomé unos instantes para analizar como futilmente los mafiosos trataban de deshacerse de las presas de unos hombres claramente mejor formados que ellos.

Pronto, reparé en el hombre moreno del pelo plateado, que caminaba unos pasos detrás de mí, estaba en silencio, aunque su presencia era palpable. A pesar de su envergadura, sabía moverse con la delicadeza de un depredador. Su mirada, oscura y penetrante, se posaba en los marines con un brillo calculador. Él también estaba evaluando las opciones, sopesando los riesgos y las recompensas, tal como yo lo hacía. Una figura interesante que hasta el momento no había divisado en Rostock.

Me pregunté en silencio si tendría razón de ser el entrar en la contienda, pero pronto evalué que la respuesta ya estaba clara. Podía hacerlo, sin duda, y no me faltaban las habilidades para escapar si la situación se volvía complicada. Pero… ¿Merecía la pena? El peso de los testigos, la presencia imponente de la autoridad, el eco de un posible cartel de “Se busca” con mi nombre estampado en todas las paredes de la ciudad y en el peor caso de la totalidad del East Blue… No, no valía la pena. Menos aún si quería mantener la agenda que tenía en mente y con la cual fantaseaba desde hacía algunos días.

Y fue entonces cuando la situación cambió. Una voz, un tanto imprecisa, pero lo suficientemente cercana como para sobresalir del murmullo general, me interrumpió.

Perdona... ¿Blackmore? —Una figura extraña, con el rostro oculto parcialmente por un sombrero, se dirigía a mí. Me giré ligeramente, midiendo cada uno de sus movimientos. El hombre parecía haberse confundido, mas lo cierto es que no erró, pero algo en su tono me hizo dudar de su torpeza. —Ah, perdón, me equivoqué, disculpe. — comentó con cierta sorna, dejando caer que sabía mucho más de mi familia de lo que conocía y que efectivamente no había sido una confusión. Esto me hizo tomar curiosidad como para seguir mirándole durante la aparente torpe andanza de su cuerpo rechoncho.

El hombre hizo un ademán de disculpa, quitándose el sombrero, pero lo que realmente llamó mi atención fue la persistencia en su voz. Algo en él no encajaba. Ese nombre no debería ser relacionado con mi persona. Mi mirada se entrecerró mientras lo observaba con más detenimiento, pero antes de que pudiera analizarlo más, volvió a hablar, esta vez dirigiéndose al hombre ataviado con tricornio que estaba a una cierta distancia, momento que aproveché para escuchar con atención.

¡Aja! Esta vez no me equivoco, estoy seguro... ¿Tú no estabas en la partida de póker? — dejó caer como un anzuelo esperando ser mordido. El cano lo miró con la misma calma gélida que mostraba al disculparse ante mí, pero el hombre continuó —¿Así que oíste la conversación y has venido a ver si había suerte? Pues… si estás interesado, tengo información bastante interesante... pero hablemos en un lugar más privado. Por si acaso.— finalizó, con una amplia e insidiosa sonrisa que le recorría la cara, nuevamente.

El hombre ataviado con tricornio y yo intercambiamos una mirada breve pero significativa. Este tipo era extrañamente sospechoso, con su sonrisa ancha y esa formalidad exagerada, casi caricaturesca. Su propuesta era vaga, demasiado abierta para alguien que claramente estaba jugando un juego que requería precisión. Sin embargo, sus palabras tenían el eco de una verdad que no podíamos ignorar: había más en juego de lo que parecía a simple vista, y parecía contar con suficiente información como para entender nuestra suerte en esta empresa… Y los riesgos, aunque altos, podrían ser recompensados con la información adecuada. La codicia es un veneno dulce, y en este momento, el antídoto a la incertidumbre era la posibilidad de un beneficio tangible. Era tan consciente como el hombre de la sonrisa pérfida, y ambos conocíamos las reglas del juego de tahúr que estábamos dispuestos a disfrutar.

El hombre, como si estuviera seguro de que lo seguiríamos, se dirigió hacia un callejón cercano donde sus pasos iban resonando casi irregulares en las calles vacías. El mundo de la turbiedad de los Bajos Fondos es un laberinto en el que solo sobreviven aquellos que entienden sus reglas. Y las reglas dictaban que a veces hay que seguir a los bufones para descubrir la verdad que ocultan tras sus máscaras de delicada y frágil porcelana.

Reparé en el hombre de mirada analítica, el otro con el cual había contactado el arlequín mórbido, y me dirigí hacia él, aprovechando la reanudación de mi marcha en dirección a este intento de hombre, dedicándole una mirada cansada que paralizó el ambiente durante unos segundos en una danza de egos dónde miradas de ojos ámbar prístino se cruzaban en un tono de respeto, pero también de curiosidad.

Cano, sigamos al fantoche —murmuré, apenas moviendo los labios en dirección a este hombre, pero con una sonrisa amigable y al mismo tiempo pausada — Si nos traiciona, bueno… siempre hay formas de recuperar lo perdido con intereses. —comenté lentamente junto con una mueca de cierta pereza mientras me frotaba el ojo izquierdo decorado por un lunar que acentuaba mi aire de donjuán.

Sin más palabras ni ademanes, me dispuse a seguirlo. Mis sentidos se agudizaron mientras sendos nos adentrábamos en la penumbra del callejón. El cambio en la atmósfera era palpable, como si hubiéramos cruzado un umbral invisible hacia un mundo donde la luz del día tenía vetada la entrada. La oscuridad no es un impedimento, sino un terreno familiar, una ventaja palpable.

El hombre se detuvo en un rincón del callejón, un espacio lo suficientemente alejado de las miradas curiosas, pero no tan oculto como para inspirar confianza. Se giró hacia nosotros, mostrando una sonrisa aún más amplia, como si su boca fuera incapaz de contener la alegría que sentía al haberme arrastrado allí, pero claro, las notas más exclusivas se tocan en acordes lo suficientemente bajos como para ser percibidas a pesar de dar forma a toda la pieza.

Soy Moguro, pero quienes me conocen me llaman "vendedor risueño" — dijo con una hiérbole de inclinación de su cabeza, realzando su teatralidad, mientras sacaba una tarjeta y la extendía hacia mí. La tomé, observando el nombre y un número de contacto grabados en ella junto a un pequeño símbolo de Den Den Mushi. —Pero tranquilos, no voy a venderles nada, no soy un vendedor común y corriente. Yo hago negocios con los corazones... con los corazones de la gente — reafirmó con ciertos aires de grandeza.

Mi expresión permaneció imperturbable salvo por un indiferente arqueo de ceja mientras analizaba sus palabras. Negocios con corazones. Un término ambiguo, pero no por ello menos interesante. De hecho, su negocio y el mío se parecían, y además tenía algo en mente que tenía un cierto simil a este modelo. Presté cierta atención y, metí las manos en los bolsillos en posición aparentemente relajada.

¡Ja! Y tranquilos, no trabajo por dinero —añadió, su tono casi despreocupado. —Ver a mis clientes satisfechos es recompensa más que suficiente. Además, lo único que os voy a decir es dónde Chester Chettony está sacando realmente sus ganancias... Lograr o no haceros con ellas, es cosa vuestra... ¡Ho ho ho ho!— sentenció de una manera tan grotesca que parecía vomitar las palabras con aquel chirrido que tenía por voz. Nauseabundo, pero certero.

La risa de Moguro resonó con poca fuerza en el callejón, rebotando en las paredes de piedra cercana como un eco macabro, y por fortuna, absorbida por la madera humedecida de la zona. Su comportamiento era desconcertante, pero no por ello menos intrigante.
Si algo he aprendido en mis años navegando las aguas turbias es que nadie hace algo por nada. Incluso aquellos que no trabajan por dinero tienen sus propios motivos ocultos. Las alianzas en este mundo son frágiles, construidas sobre arenas movedizas de intereses cambiantes. 

Moguro miraba con sonrisa perenne y con mirada perdida pero atenta, como si conociera todas las respuestas.
 
Aún no has sido completamente claro sobre cuál es tu verdadero beneficio en este intercambio. — Mi tono era una mezcla de indiferencia calculada y curiosidad inquisitiva, como si estuviera desentrañando un complicado enigma. — Has insinuado que posees información valiosa sobre las ganancias de Chettony, pero el detalle esencial que aún no has abordado es: ¿qué es lo que realmente esperas obtener de esto? — comenté, truncando el valor transacional de la balanza. — Evidentemente necesitas ayuda, así que eres tu el solicitante. — sentencié finalmente con una sonrisa tan empática como fría.

Al plantear esta pregunta, no solo lo desafiaba a mostrar sus cartas, sino que, al mismo tiempo, lo ponía en una posición donde cualquier respuesta revelaría más de lo que pretendía. Si intentaba disfrazar sus verdaderos motivos, sería forzado a hacerlo de manera torpe, abriendo la puerta a contradicciones que podría aprovechar. Mientras nuestros intereses no se enfrentaran en una colisión directa, podríamos beneficiar ambos; sin embargo, en el juego de las sombras, la claridad y la sinceridad son las piezas clave. Los Bajos Fondos se basaban en la confianza.
#5
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
Al adentrarse en la zona del puerto, el moreno de ojos dorados caminaba con una calma que podría confundirse con despreocupación, pero solo se trataba de una máscara que escondía su constante vigilancia. Caminaba lento y casual, convirtiendo su atenta mirada una extensión de su control sobre el entorno, pues, cada fibra de su ser estaba alerta... Tratandose de un Broker caido en desgracia, muchas cosas podían suceder. Mientras recorría las adoquinadas calles, buscando alguna señal que lo guiara en su búsqueda, sus agudos ojos se fijaron en una multitud. Los civiles se aglomeraban en torno a un cordón de la marina, una barrera de uniformados que creaban una línea entre el orden y el caos.

El peliblanco sabía que aquello era una bomba de tiempo, pues un solo movimiento en falso podría desatar la represión por parte de la ley. Había algo extraño en la tensión del aire, en la forma en que la marina escoltaba a varios prisioneros, con pintas de mafiosos dentro de un carro de detenidos. Ubben torció los labios en una mueca leve, apenas perceptible, mientras se mantenía a una distancia prudente. No era estúpido, y no iba a cometer el error de mezclarse en esa masa de civiles. Aunque el anonimato que ofrecía la multitud era tentador, sabía que si algo salía mal, toda esa gente sería arrastrada en el torbellino que seguiría. La multitud podría volverse un refugio o una trampa.

Observó el desfile de criminales con aparente indiferencia, adoptando una expresión de extrañeza en su rostro, como si no entendiera lo que estaba pasando, pero su mente no dejaba de trabajar. —¿De qué bando estaban ustedes, pecezuelos?— pensó con una sonrisa torcida. La respuesta no importaba, porque al final, todos en este mundo respondían a un amo o a una causa. Ubben, sin embargo, solo respondía a sí mismo por el momento. Con movimeintos sutiles, se proponía perderse en uno de los callejones cercanos, donde la sombra y la atención de la gente no podía alcanzarlo. No quería ser visto más de lo necesario. Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar en acción y perderse entre las sombras, algo le detuvo. Un "¡AJA!" se escuchó en dirección del peliblanco. Ubben se congeló por un breve segundo, con las pupilas levemente dilatadas, mientras su mente corría por todas las posibilidades. Esa palabra, ese tono, siempre era el preludio de ser descubierto con las manos en la masa y un futuro desastre.

Su mano, ya por costumbre, se deslizó hacia el interior de sus bolsillos donde sus senbon aguardaban, dispuestas a ser usadas en cualquier momento. El metal frío contra sus dedos le proporcionaba una sensación de control, haciendole sentir que estaba listo para cualquier eventualidad. Quizá era un poco paranoico, pero la paranoia había mantenido a Ubben con vida hasta ahora. Su mirada se clavó en el origen del grito, y pronto identificó al responsable. El hombre que lo había llamado no era un marine, ni un civil molesto. Era uno de los jugadores de poker de la taberna donde Ubben había estado más temprano. 

Ubben, acostumbrado a actuar, adoptó una actitud relajada. Sacó un cigarrillo de un bolsillo interno de su chaqueta, lo encendió con una cerilla que frotó contra el borde de su tricornio y le dio una calada lenta, permitiendo que el humo escapara de sus labios en un suspiro de aparente calma. El cigarrillo no era parte de su personaje, el peliblanco realmente necesitaba un cigarrillo en ese momento. Al exhalar, su mente continuaba trabajando. Observó al hombre frente a él, esos labios gruesos y esa sonrisa, era inconfundible que estuvo en la misma mesa de poker, pero Ubben no recordaba haber cruzado palabra directa con él. Se rascó el mentón con la mano libre, fingiendo estar sumido en una reflexión, mientras tomaba unos segundos para recomponer sus pensamientos. —Ah, sí, ahora lo recuerdo— dijo al fin, como si realmente hubiera tenido un momento de iluminación. Su tono era relajado, pero sus ojos dorados escudriñaban al hombre con una frialdad calculadora. Para Ubben ésto era un juego de poder, como siempre, y no tenía intenciones de perder. 

¿Conversación? —preguntó el peliblanco, fingiendo confusión mientras ladeaba la cabeza ligeramente. Dio otra calada a su cigarrillo y dejó escapar el humo lentamente, todo en su lenguaje corporal transmitía una relajada indiferencia. —No tengo idea de lo que hablas, pero si se trata de probar suerte, me interesa— añadió, dejando que sus ojos dorados se clavaran en el tipo frente a él. Su mirada era una advertencia silenciosa, un recordatorio de que no toleraría juegos innecesarios. Cuando el hombre comenzó a moverse hacia un callejón, Ubben esperó, no era tan bruto como para meterse sin pensar en un callejón con un tipo de los bajos fondos que le habló de la nada. Antes de seguirle, miró a su alrededor con la misma aparente calma que había mantenido hasta entonces, pero cada mirada era una inspección cuidadosa, buscando cualquier signo de peligro. En el bajo mundo, cualquier invitación podía ser una trampa. Había aprendido a esperar lo peor de cada situación, y eso le había mantenido con vida. Al final, decidió que el riesgo era manejable.

Fue entonces cuando otro hombre, más joven y de cabello oscuro, apareció. No era mucho mayor que Ubben, pero la forma en que se dirigió al primero lo dejó claro. —Lengua dura— pensó Ubben con una media sonrisa, mientras el chico lanzaba un insulto sin pestañear. Un descarado, sin duda. Sin embargo, Ubben no dejó que esto le molestara. En lugar de confrontar, lo siguió al callejón, siempre tranquilo, siempre observando. Una vez en el lugar, el hombre se presentó como Moguro, el Vendedor Risueño. El peliblanco apenas le prestó atención al joven de cabellos negros que lo había acompañado. Lo que realmente le intrigaba era Moguro. El tipo tenía una sonrisa demasiado grande, una que no coincidía con la situación. —¿Este tipo piensa que soy un novato?— se preguntó Ubben, en un pensamiento fugaz, mientras lo observaba con ojos entrecerrados.

La falsa amabilidad de Moguro irritaba al bribón, quien dejó que su lengua actuara antes de que su mente pudiera frenarla. —Ahora hablemos de la letra pequeña… ¿en qué te beneficias tú?— preguntó, con una frialdad que hizo eco en el callejón. No le gustaba la gente que jugaba con información sin revelar su verdadero propósito. —En este mundo, nadie regala nada. Y eso de negociar con corazones no me lo trago. ¿Qué sacas tú de esto?— insistió, esta vez con un tono más cortante, casi molesto. La paciencia de Ubben era limitada, especialmente cuando sentía que alguien intentaba tomarle por tonto, y aquello se hizo notar en como sus dedos empezaron a digitar contra su pulgar en su bolsillo. La sincronía entre sus palabras y las del otro hombre en el callejón lo tomó por sorpresa. Ambos habían hablado al mismo tiempo, transmitiendo el mismo mensaje con distintas palabras. Aquello sacó una sonrisa del peliblanco, una pequeña, apenas visible, pero genuina. Miró de reojo al hombre junto a él y, con una ligera inclinación de cabeza, dijo —Me agradas.— El chico, definitivamente, entendía las reglas del bajo mundo.



Defectos


Virtudes
#6
MC duck
Pato
Aunque la sonrisa de Moguro ocultaba en todo momento cualquier otro gesto que delatara sus pensamientos, lo cierto es que sus ojos aunque bagos parecían captar los pequeños detalles, los pequeños movimientos, los gestos, las manos, y aun así no pareció preocuparse realmente del movimiento de Ubben hacia sus armas, tal vez por que sabia que no se atrevería a usarlas en un lugar tan publico, o por que tenia confianza en sus habilidades. Del mismo modo que no se preocupo por darles la espalda mientras se dirigían al callejón, donde finalmente ambos dirían lo que pensaban, lo cual parecía ser prácticamente lo mismo. Los intereses de Moguro.

-HO HO HO HO, que curiosos sois los dos- la sonrisa se ensancho un cm más, algo que casi parecía imposible- Me agradan - luego su sonrisa volvió a ser tan grande y antinatural como hasta ahora, que no es un gran cambio- Pero... No he ocultado mis intenciones en ningún momento, no deseo ganar dinero alguno en este asunto, como dije solo busco hacer felices a mis clientes, y algunos de ellos se pondrían muy contentos si algo le ocurre a Chettony- ¿Podría ser que Moguro estuviera trabajando para otros? - Usar a gente no relacionada conmigo para causar tales daños, incrementa las posibilidades de no verme involucrado ni mucho menos mis clientes.
Moguro rodo los ojos pensativo como si estuviera calculando cosas mentalmente antes de volver a fijar sus ojos en ellos.
-¿Sabéis como funcionan las cosas en el bajo mundo? ¿el inframundo?- parecía una de esas preguntas difíciles de responder, por que no se podía saber, si estaba preguntando por un organigrama donde se explicaba como funcionaba cada sección y cada rango, o si estaba preguntando algo sencillo que era una lección de vida como "roba, antes de que te roben", pero por suerte, Moguro no empezó a sacar una pizarra ni se puso a darles lecciones, ni siquiera los corrigió o dio la razón si respondieron a su pregunta, sino que pregunto- ¿Qué creéis que pasara ahora que Chettony ha perdido su poder?- era una buena pregunta, Chester había mantenido control sobre Rostock, pero no era el único criminal del West blue- Melvin "El Chocolatado", Tony "GarraCortada", Pico "El Filoso", y muchos más... van a venir a reclamar este territorio, o simplemente a matar a Chester ahora que esta débil.
Si un gran numero de criminales venia, buscando todos un mismo objetivo, en plan "gran batida" o si solo venia una banda rival, lo cierto es que solo había una respuesta, el único resultado posible.
-Una guerra de bandas.
Todos contra todos, uno contra uno, daba igual, la guerra entre bandas siempre solían ser malas noticias para todos, en todos los niveles.
-Ver venir esas cosas, es lo que te hace buen vendedor, puedes vender armas, hombres y nutrirte de la guerra.- mascullo Moguro todo un agente de los negocios- Pero la guerra traerá problemas, la marina no suelen gustarle los tiroteos en las calles. La falta de criminales si muren, puede cortar líneas de suministros del inframundo.
Moguro miro a uno y luego al otro.
-Pero entonces que hacemos ¿Provocamos la guerra o la evitamos?- Moguro esta vez si dio una respuesta- La que beneficie a mas gente ... por supuesto. Y para ello necesito saber si Chester Chettony puede dar guerra aun o si esta acabado.- y entonces los señalo con el dedo- Es ahí donde entráis ustedes, si vosotros podéis causarle daño, es que es demasiado débil para este negocio, Ustedes ganáis, yo gano información. La guerra no durará mucho.
Pero ... ¿Y si perdían que? bueno, el seguía ganando información, para él era un win/win en cualquier caso, supongo.

-Y bien ¿Qué me decís? igualmente seguís teniendo oportunidad de ganar beneficios. Y... se esta acabando el tiempo.
#7
Terence Blackmore
Enigma del East Blue
El eco de las palabras del grotesco hombre resonaban como las notas disonantes de una melodía poco afinada. A su modo, tenía un toque de teatralidad, de sabiduría arrugada por los años en ese rostro deformado por la sonrisa. Pero en el fondo, entre las líneas de su discurso, había una verdad más fría, una verdad que únicamente alguien con una mente afilada y habituado al entorno podía percibir. Moguro era hábil, y aunque me costara reconocerlo, lo cierto es que tenía toda la razón del mundo en sus afirmaciones.

Me encontraba observándolo, las manos reposando tras mi espalda, los dedos entrelazados con la firmeza de alguien que se sabía en control de cada movimiento del callejón, antesala de algo más grande, aunque no hiciera falta demostrarlo. Los ojos de Moguro, con esa vaga indiferencia que parecía cubrir su verdadero interés, me revelaban algo esencial: la farsa de su sonrisa no era más que un disfraz para esconder su propio temor. Él también podía perder en la inminente guerra de bandas, así que eso significaba que debía consolidar su propio negocio. Y, como todo comerciante sagaz, buscaba sacar ventaja de la confusión que se avecinaba.

Lo que veo aquí —respondí, rompiendo el silencio, como quien comienza el primer acorde de una ópera entre actos — no es más que una constante repetición de la misma historia. Hombres como tú, Moguro, siempre están buscando beneficiarse del caos. Creéis que podéis manipular el devenir de los eventos como si fuerais el director, pero tu propio corazón se mueve con un ritmo allegro... Tú también tienes algo que perder, y por ello acudes a nosotros— finalicé con un gesto de indiferencia y un leve arqueo de mi ceja izquierda, destacando el lunar que se situaba bajo mi ojo coincidente.

Mi mirada se dirigió brevemente a Ubben, quien respondió con mordacidad casi al unísono conmigo, el cual se encontraba preparado, aunque sus manos aún no se movían hacia ningún arma. El engendro lo había subestimado claramente, pero para mí, no era un simple hombre con tricornio y pelo plateado, no, había algo más en él, un envite de pasión que trataba de disimular con mirada vaga, algo que restallaba y que hacía eco en el fondo de su ser. 

Hablas de Chettony como si su caída fuera inevitable —continué, acercándome un paso, mi voz adquiriendo un tono más bajo, más calculado, como las notas graves de un bajo profundo—. Y puede que tengas razón. Pero lo que tú no entiendes, Moguro, es que la guerra que predices no es el final de esta historia, sino apenas el preludio. La guerra trae comercio, y ese siempre será el negocio de los que nos movemos en el submundo — mascullé en un regodeo que dejaba la situación al borde de la ironía.  No nos trates como a tontos — finalicé, de manera meridiana, cruzándome de brazos en un leve gesto aburrido.

Mi sonrisa, siempre controlada, se ensanchó ligeramente, casi un susurro en mis labios.

Sin embargo, me veo en la obligación de aclararte, amigo mío, que te equivocas si crees que esta guerra se decidirá con balas o cuchillos. No, lo que está por venir se decidirá con algo mucho más sutil, más letal y virulento: la influencia. Tú puedes comerciar con corazones, pero yo puedo hacer mucho más. Tasarlos. —finalicé en un susurro a la altura de su oído mientras me inclinaba ligeramente y terminaba de esbozar mi sonrisa.

Le permití a Moguro unos segundos de reflexión. Sabía que su mente estaría cavilando como en la vez anterior, intentando discernir qué se escondía tras mis palabras. Pero yo ya lo había analizado, ya había leído cada gesto suyo, cada palabra no dicha entre sus risas vacías.

Así que aquí está mi respuesta, Moguro —añadí, con una calma imperturbable. — Si Chester Chettony aún puede dar pelea, lo veremos. Pero ten por seguro que yo no necesito ningún cargo de Broker Estrella para imponer mi voluntad. Será mi propia mano la que escriba la continuación de esta epopeya... Y te diré esto: cuando todo haya terminado, cuando los cadáveres de los rufianes cubran Rostock, yo me erigiré sobre todos ellos en un trono de cráneos. — proseguí, con total confianza en mí mismo, y permitiéndome una pausa para dedicar una mirada fría y cálida al mismo tiempo a Moguro. — Sé que tendrás a bien elegir a tus aliados sabiamente, y como tal, la información me la proporcionarás tú mismo por mera supervivencia — pronuncié con un tono elegante, firme y pausado, henchido de calma y seguridad, pero al mismo tiempo viperino como alegre.

Me volví hacia el hombre cano, dándole una señal apenas perceptible, pero en forma de mueca de complicidad, para contestar su comentario.

¿Te he comentado que no tengo mucho tiempo? — finalicé, retornando nuevamente la mirada de nuevo al desagradable caballero que derrochaba una falsa máscara de alegría, parafraseando su frase de una manera más directa y, por lo tanto, utilizando su artimaña contra él.

Méritos y Defectos

#8
Ubben Sangrenegra
Vali D. Rolson
El inicial agrado de Ubben hacia el pelinegro a su lado se desvaneció con rapidez, como si una neblina incómoda se instalara entre ambos cuando vio la actitud arrogante que el tipo desplegó frente a Moguro. Había algo particularmente irritante en la forma en que ese hombre de oscuros cabellos hablaba, como si su perspectiva no solo fuese la correcta, sino la única posible en este mundo. Ubben frunció ligeramente el ceño al escuchar la verborrea que salía de la boca de su acompañante, su dorada mirada se entrecerraba con un desprecio. Era obvio que el pelinegro estaba intentando establecer una superioridad moral al increpar a Moguro como si él mismo jamás hubiese ocultado sus intenciones, algo que Ubben encontraba hilarante. En los bajos fondos, nadie era limpio, nadie era sincero. Y este tipo, al pretenderlo, se delataba como un farsante o, peor aún, iluso.

El bribón de cabellos blancos apenas pudo contener una risa sarcástica mientras sus ojos rodaban con aburrimiento. El monólogo del pelinegro era digno de un villano de película de serie B, uno de esos que terminan por aburrir más que por intimidar. Esa megalomanía que destilaba con cada palabra, le resultaba tan irritante como escuchar el zumbido de una mosca cerca del oído. Cuando el hombre de oscuros cabellos finalmente terminó su discurso con la arrogante mención de que no tenía mucho tiempo, Ubben, con su inconfundible mordacidad, no pudo evitar intervenir con una respuesta afilada como una navaja. —Extraño, siendo que no te callas... — espetó con sarcasmo, directo y sin adornos. El tipo le había caído como un gancho directo al hígado, y Ubben no tenía ninguna intención de colaborar con alguien así, al menos no sin antes dejar las cosas claras. Suspiró, agotado de la farsa que el pelinegro intentaba sostener, mientras tomaba el último trago de su cigarrillo, expulsando el humo con calma antes de dirigir sus palabras a Moguro.

Moguro, no te creo una mierda... pero es obvio que te conviene la caída de Chettony— afirmó, su voz baja y segura, como si estuviera revelando un hecho tan obvio como el color del cielo. —Sea quien sea el escaño superior en tu pirámide, si nos beneficiamos ambos, estoy dentro.— La frialdad en sus palabras contrastaba con la intensidad de la situación. Aunque Ubben no confiaba en Moguro, sabía que había algo más grande detrás de todo esto, algo que valía la pena explotar si jugaba bien sus cartas. Terminó con su cigarrillo y lo aplastó bajo la suela de su bota, como si con ese gesto también acabara con cualquier duda sobre su participación. —¿Te parece si dejamos esto entre nosotros dos? — preguntó con una seguridad que solo un hombre acostumbrado a caminar por el filo de la navaja podría mostrar. —Sé que sabes quién soy. No me habrías llamado de casualidad solo por una partida de póker...—añadió, con una altanería que rozaba la provocación, falsamente orgulloso de la fama que lo precedía.

Luego, sin perder un solo segundo, giró su atención nuevamente hacia el pelinegro, lanzándole una mirada afilada como una daga. —Y cuidado, tú— dijo con una mordaz precisión, mientras clavaba sus ojos dorados en los del hombre, asegurándose de que cada palabra pesara como una amenaza latente. —Que no salgan cosas de tu boca que no estés dispuesto a recibir por tu culo.— Soez y directo, Ubben no tenía intención de suavizar su mensaje. El tipo había hablado con palabras grandes, pero carecía del respaldo necesario a ojos del peliblanco, y eso lo hacía aún más patético. Incluso si tuviera algún poder detrás, solo lo convertiría en uno de esos matones que creen que el mundo está a sus pies solo por tener a alguien más fuerte cubriéndoles las espaldas. Ubben había visto demasiados de esos en su vida, y sabía que, tarde o temprano, se caían por su propio peso.

Mientras hablaba, mantuvo su mano en el bolsillo, sus dedos rozando el digitar que llevaba consigo, una advertencia silenciosa de que no dudaría en actuar si la situación lo ameritaba. —Además, chico... si pateas al perro, saldrá el dueño a defenderlo— continuó, lanzando una última puñalada verbal antes de volver su atención a Moguro, aunque no sin ofrecer una disculpa que sonaba tan hueca como una moneda falsa. —Lamento la comparación.— Por supuesto, la disculpa no era tan sincera como podría parecer, pero había verdad en sus palabras. En los bajos fondos, tocar al mensajero siempre significaba atraer la ira del remitente, y nadie quería estar en el punto de mira de quien realmente manejaba los hilos.

Ubben se inclinó ligeramente hacia Moguro, sus ojos dorados ahora mucho más serios, su tono de voz firme pero sin perder esa astucia que siempre lo acompañaba. —Ahora, seamos un poco más directos, ¿quieres?— preguntó, casi con un aire de aburrimiento, como si estuviera cansado del teatro que rodeaba la conversación. —¿Quién es tu jefe?, ¿qué me ofreces por el trabajo? ¿Qué necesitas de mí para que lo consideres completo?— Sus palabras eran claras y sin rodeos. No había más espacio para los juegos mentales ni para las florituras. Ubben estaba dispuesto a escuchar, pero solo si la oferta era lo suficientemente atractiva. 

Sabía que en ese momento era más valioso de lo que ninguno de los presentes probablemente pudiera admitir. No solo por sus habilidades, sino por el hecho de que estaba dispuesto a jugar en un terreno peligroso, siempre y cuando las recompensas fueran satisfactorias.  Mientras esperaba la respuesta de Moguro, el bribón mantuvo su postura, con su pie de apoyo firme y el otro golpeteando suavemente si hacer ruido con el taco de su bota, tratando de disipar la ansiedad y calculando cada posible desenlace. Solo tenía que asegurarse de estar en la posición correcta cuando las piezas cayeran en su lugar.



Defectos


Virtudes
#9
MC duck
Pato
Moguro amplio nuevamente su sonrisa a niveles extremos, parecía que la aptitud de Terence Blackmore era algo que le agradaba enormemente.
-Desde luego, eres digno del apellido.- luego saco algo de su bolsillo una tarjeta- creo que es mejor que no hagas este tipo de trabajo, pero aquí tienes mi numero, si quieres pasar a mayores, llámame.
Moguro se despidió de Terence Blackmore, tal parece que era mejor no mezclar agua y aceite, el agua se moldea y se adapta, era mejor reservarla para usos necesarios, pues era un recurso vital... el aceite, si tenia sus usos, pero si que no podía adaptarse a tantas circunstancias, era mas agresivo y no se podía usar para todo. Ubben era el aceite.
-Creo que mi tono moderado y educado ha hecho que confundas las situación- Ubben no era quien para que lo cuestionase, a él no le debía nada, Moguro solo había visto en el un buen fichaje para el inframundo, pero no iba a ceder a sus peticiones.-Si lo prefieres directo, seré directo, Yo no te debo nada, no tengo que explicarte quienes son mis jefes y mis intereses, eres tu el que saca beneficio de la información que te doy, si quieres sacar tajada... y si no, me busco a otro, como yo,. solo hay uno, como tu … de momento, hay muchos, si crees que por tu cuenta vas mejor, no tengo problema … búscate la vida. Encontrare a otro.

Ya con las cosas mas claras sobre la mesa cedió un poco la mano.

-ahora, si quieres ver las posibilidades, Tendrías la oportunidad de ganar dinero y reputación de un golpe contra Chettony, y yo hablaría bien de ti a mis contactos en el inframundo, ahora mismo no eres mas que una alimaña... con mi ayuda, quien sabe a donde podrías llegar.

Moguro se llevo la mano al bolsillo saco el reloj y lo miro.

-se acabo el tiempo, necesito una respuesta definitiva, si o no.
#10


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